Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854

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Estudio introductorio:

revisitando el golpe del general José María Melo

El combate de las interpretaciones

En la madrugada del 17 de abril de 1854 se inició en Bogotá uno de los acontecimientos políticos más significativos de la historia colombiana. Ese día, el general José María Melo cerró el Congreso, destituyó al presidente electo, José María Obando, y declaró cesante la Constitución de 1853. El evento pretoriano tuvo como apoyo la fuerza regular acuartelada en la capital (una compañía de artillería, un cuerpo de húsares y otras unidades de infantería) y la Guardia Nacional auxiliar, constituidas por los artesanos de la ciudad.

El golpe, que marcó el inicio de una guerra civil que duraría ocho meses, fue en realidad el punto de llegada de un proceso iniciado a finales de la década de 1840 y signado por las denominadas reformas liberales. No obstante, si algo ha caracterizado a las interpretaciones del acontecimiento que nos ocupa es la perspectiva coyuntural, común a los contemporáneos y a los historiadores. Uno de los primeros cronistas del evento fue Venancio Ortiz, quien en su Historia de la revolución del 17 de abril (aparecida en 1855 y reeditada en 1972) analizó las causas del golpe, pero ninguna se remontaba más allá de 1853. Además, Ortiz elaboró una narrativa condenatoria del acto militar al considerarlo un complot de Melo y Obando, motivado por ambiciones políticas y, como todas las guerras civiles, un asunto de empleomanía: multitud de individuos inutilizados para las artes y carentes de pan por falta de industria “aspiraban a los empleos públicos para vivir del tesoro nacional, y se arrimaban al primer ambicioso que, pretendiendo asaltar el poder, les ofrecía una colocación”, concluyendo que “[…] Este ha sido la fuente de nuestras constantes guerras”1.

Entre los argumentos de Ortiz para explicar el golpe del general Melo como un acto perpetrado por una facción del Partido Liberal se encontraba la ley orgánica de milicias del 15 de julio de 1853, que según él atentaba contra las disposiciones electorales de la Constitución promulgada el mismo año, la cual había otorgado el sufragio universal masculino a los mayores de 21 años. En su opinión, la organización de la Guardia Nacional buscaba ahuyentar a los votantes para no ser reclutados o, en su defecto, constituir una fuerza armada de choque para evitar que los contrincantes votaran. Para corroborar su tesis, Ortiz afirma que tradicionalmente la organización de las guardias nacionales se hacía solo en tiempos de guerras civiles, y no en tiempos de paz2.

Este argumento no resiste el examen histórico. Primero, desde la sanción de la Constitución de 1832, que reformó ley orgánica de milicias de 1826, cada administración presidencial procuraba que las guardias nacionales se mantuvieran organizadas y disciplinadas. Por lo tanto, la ley de julio de 1853 no constituía ninguna novedad. Segundo, su formación no generaba una fuga masiva de hombres de los poblados porque su sistema de alistamiento era voluntario y no forzoso, y estaba mediado por los notables de las parroquias, quienes fungían como comandantes del cuerpo, los cuales ofrecían recompensas y dádivas a los enrolados. En resumen, la organización de compañías de la Guardia Nacional en las parroquias no promovía la desmoralización en la población votante3.

Tercero, no es claro que las guardias hayan intervenido en las elecciones. Aun cuando faltan estudios que aclaren su injerencia, es un hecho que durante el siglo XIX latinoamericano las votaciones no fueron pacíficas. La alta participación de la sociedad en estos eventos, junto con la pugna entre las facciones, cada una de ellas buscando apoderarse de las urnas para evitar que los rivales sufragaran, terminaron muchas veces en reyertas, con heridos e incluso muertos4.

Sin duda, Venancio Ortiz, cronista de los sucesos de 1854, escribió desde su lugar de enunciación, es decir, como miembro de uno de los partidos triunfantes. El fracaso del proyecto melista promovió la proliferación de impresos por parte de los vencedores, que adoptaron la misma perspectiva, como el Resumen de los acontecimientos que han tenido lugar en la república, escrito por el general Tomás Cipriano de Mosquera, para quien los eventos del 17 de abril no eran más que un complot urdido entre Melo y Obando para deshacerse de la oposición en el Congreso y abolir la Constitución de 1853, que restaba facultades al Ejecutivo5. Su tesis fue, sin duda, compartida por la mayor parte de la élite política del momento.

Algunas memorias, como las de José María Samper y José María Cordovez Moure, se distanciaron de la tesis conspirativa, señalando que el verdadero autor del golpe fue el general Melo, quien lo emprendió como medio para librarse del juicio que el Congreso debía hacerle por el asesinato de un cabo de apellido Quiroz. Para ambos, el presidente era débil e incapaz de imponerse a sus conmilitones y, en última instancia, víctima de las circunstancias6.

Los diarios contemporáneos son otra fuente de información, a propósito de la forma en cómo se interpretaron los sucesos de 1854. El Diario político y militar de José Manuel Restrepo y el Diario de los acontecimientos de Popayán, desde el 16 de mayo en que el batallón 5.º se pronunció por la dictadura de Melo, relatan los eventos cotidianos acontecidos en diversas partes de la República durante la guerra. En general, tales piezas documentales no se distancian de la tesis canónica conservadora, aunque no hagan alusión a ella explícitamente, pues se refieren a los conflictos suscitados entre el Ejecutivo y Melo con el Congreso y la facción liberal gólgota7.

Respecto a los trabajos propiamente historiográficos, se encuentra el de José Manuel Restrepo, quien en su Historia de la Nueva Granada narra de forma cronológica los eventos del golpe de Melo y la guerra que desató, siguiendo las líneas generales presentes en su ya citado Diario8. Gustavo Arboleda, en su Historia contemporánea de Colombia, adopta también una narrativa cronológica y retoma la tesis conservadora de la conspiración de Melo y Obando. Este último texto es, sin duda, uno de los más completos en cuanto a la descripción del conflicto y a la forma como se vivió este en varias regiones del territorio nacional9.

La historiografía reciente ha prestado alguna atención al golpe de Melo con un ánimo revisionista frente a las interpretaciones canónicas decimonónicas, en especial la tesis del complot entre Obando y Melo. Entre estos, se destaca Alirio Gómez Picón, con el texto El Golpe militar del 17 de abril de 1854, considerado por algunos autores como “la contrahistoria sobre este periodo”10. Así mismo, en esta línea expositiva se ha ido abriendo paso la interpretación de que el golpe de Melo fue el primer intento de un gobierno de tipo socialista en el país, que buscaba reivindicar y dar un lugar a los sectores populares en un nuevo proyecto nacional, en alianza con los artesanos. Se afirma, incluso, que se trató del primer gobierno de esta clase en el continente. Además, la reacción contra el golpe, expresada en la alianza entre los conservadores y una parte de los liberales, ha llevado a sostener que fue el primer “frente nacional” de la historia del país11.

Se puede decir que, en los últimos años, los hechos estudiados han sido interpretados como un intento de revolución popular frustrada por una coalición de los partidos y grupos de poder económico, quienes vieron comprometidos sus intereses por la alianza artesano-militar. Dicha posición se opone a la que, en su momento, los contemporáneos de los hechos asumieron como un complot por parte del presidente Obando y el general Melo, con apoyo de los sectores populares de la capital. Este cambio interpretativo sin duda se debe a la influencia de una corriente de la historia social: la historia de los pobres, las clases bajas y de los movimientos sociales, la cual se distanció de aquella visión tradicional de sectores populares pasivos que cuando se levantaban siempre se debía a la existencia de demagogos o una mano oculta que los animaba. La tendencia aludida le otorgó iniciativa a los grupos plebeyos e, incluso, capacidad, en ciertos momentos, de elaborar proyectos o ideas políticas radicales12.

En este sentido, los análisis de las tres últimas décadas del siglo XX acerca de la participación política de los artesanos en 1854 se inscriben en esta perspectiva de una revolución social frustrada. Frente a estas dos interpretaciones, la revolución social frustrada y el complot entre Obando y Melo, una tercera corriente ha emergido, proveniente del creciente interés en los últimos veinte años por las guerras civiles en Colombia; dicho interés inició con la publicación de las Memorias de la II Cátedra Anual de Historia Ernesto Tirado Restrepo, dedicada a los conflictos civiles decimonónicos y su proyección en el siglo XX13. En general, estas nuevas investigaciones se caracterizan por su corte regional, es decir, abandonan la perspectiva nacional para centrarse en los matices provinciales que tuvieron las confrontaciones decimonónicas e intentan comprender desde ese ángulo las lógicas de los levantamientos. Sin desconocer que las guerras fueron luchas por el poder, el enfoque muestra cómo en cada contexto regional había también otras luchas que no pasaban necesariamente por las rivalidades de partido o caudillos14.

En el caso de la guerra de 1854, hay varios estudios que tienen en común situar los eventos de cara al contexto regional. En el suroccidente neogranadino, contamos con los trabajos de Alonso Valencia Llano, quien sitúa los conatos de apoyo a la dictadura en Cali y en otras localidades del Valle en el marco de una acción colectiva popular que tuvo sus raíces en la organización de las sociedades democráticas a finales de la década de 1840 y en los reclamos por las tierras de los ejidos apropiadas por los hacendados de la ciudad. En este contexto, el ascenso del liberalismo, y en especial el triunfo de José María Obando en las elecciones presidenciales, fue percibido por el liberalismo popular como un momento de reivindicación, parcialmente frustrado por el ascenso del conservador Manuel María Mallarino a la gobernación a finales de 1853. Estalló entonces en el Valle un conflicto partidista, según Alonso Valencia Llano, por la recomposición de los poderes locales, las reformas liberales y una creciente agencia de los plebeyos, vinculados tanto en las sociedades democráticas como a las guardias nacionales o derribando cercos y vapuleando conservadores en la oscuridad de la noche, reclamando su espacio en la arena pública. En este proceso se enmarcó el vacilante apoyo a la dictadura de Melo en la ciudad y los posteriores levantamientos en varios sitios del valle, después de la pacificación emprendida paradójicamente por el general liberal José Hilario López15.

 

Francisco Gutiérrez Sanín, en un estudio que pretende cubrir la República, pero que en realidad se restringe al ámbito capitalino, indaga el discurso del movimiento plebeyo entre 1849 y 1855 y los sentidos de pertenencia de los sectores populares, especialmente alinderados en las sociedades democráticas, que posteriormente apoyaron el golpe. Explora las demandas e intereses de los artesanos bogotanos que reflejan, según él, la existencia de programas políticos mucho más maduros, con implicaciones en el orden social y las formas como se representan a sí mismos en la arena pública16. En esta misma línea capitalina se enfoca el trabajo de Fabio Zambrano sobre el golpe de Melo, analizado como una tensión entre el ideario modernizante de los gólgotas, por un lado, y el proteccionismo de los artesanos vinculados a la facción liberal draconiana, por el otro. Esta tensión lo lleva a concluir que el conflicto de 1854 fue más político que económico, en tanto el librecambismo realmente poco afectaba la actividad del artesanado bogotano17.

Jorge Conde Calderón, en un amplio trabajo sobre la política en el Caribe colombiano en la primera mitad del siglo XIX, aborda los eventos melistas en la región. Su estudio identifica una creciente politización de los sectores populares, especialmente los artesanos mulatos y pardos de Cartagena, quienes tuvieron una función protagónica en la esfera pública local. Respecto al golpe, este se expresó en una enemistad de antaño entre el general Tomás Cipriano de Mosquera y el gobernador de Cartagena Juan José Nieto, quien tuvo un comportamiento displicente con respecto al general y una actitud complaciente por el efímero pronunciamiento de la guarnición veterana en la ciudad a favor de Melo. En el conflicto se alinderaron el cabildo cartagenero y los sectores populares contra el general caucano, desconociendo su autoridad. En todo caso, los eventos caribeños son confusos y el comportamiento de Nieto poco claro, pero las fracturas políticas locales fueron la caja de resonancia de los conflictos nacionales, y todo sugiere que el artesanado costeño poco interés tenía por el programa de sus pares capitalinos, siendo otros sus intereses para posicionarse a favor o en contra del golpe melista18.

En resumen, las memorias y relatos impresos durante el siglo XIX e inicios del xx sobre los eventos del golpe de Estado el 17 de abril de 1854 y la guerra que posteriormente se desató fueron escritos por los triunfadores. Por su parte, los nuevos trabajos elaborados por los historiadores profesionales inspirados en la historia desde abajo si bien dan una vuelta a las interpretaciones previas, en general no han consultado los archivos producidos por los melistas, salvo contadas excepciones, apoyándose por lo general en fuentes producidas por los triunfadores19.

Los trabajos de David Sowell, Armando Martínez y Carlos Camacho se inscriben a contrapelo de estas interpretaciones. En su estudio sobre el movimiento artesanal a lo largo del siglo XIX, Sowell afirma que los artesanos afiliados a las sociedades democráticas no tenían ideas socialistas, fue más bien un rótulo aplicado por sus enemigos para deslegitimarlos o unas expresiones retóricas publicitadas por algunos jóvenes liberales gólgotas en las democráticas, pero nada indica que fuese compartido por la base. Sobre los eventos de abril de 1854, señala la capacidad de los artesanos de amenazar la dirección de los partidos y el orden sociopolítico, siendo capaces de construir un lenguaje político propio a partir de los insumos que les proveyó el Partido Liberal (ideologías republicanas, socialistas, etc.). No obstante, Sowell cuestiona la sobredimensión dada por los historiadores a los artesanos en el golpe de Melo, una tesis retomada por Armando Martínez y Carlos Camacho, quienes concuerdan en resaltar el carácter preponderantemente militar del golpe del 17 de abril. El primero, Martínez, ha mostrado cómo las políticas antimilitares promovidas por los liberales gólgotas llevaron a un sector del Ejército regular, con apoyo de las milicias, a asumir un papel deliberativo en la arena pública. El segundo, Camacho, ha resaltado recientemente que los protagonistas del golpe fueron militares en servicio activo, invisibilizados por una “historiografía obsesionada por los artesanos organizados políticamente”20.

El golpe del 17 de abril de 1854 en el contexto de las reformas liberales de medio siglo

Como se vio en el apartado anterior, en las últimas décadas las interpretaciones de izquierda, o las centradas en los sectores populares, han sido predominantes en lo relativo al golpe de Estado del general José María Melo. Independientemente de las posiciones ideológicas a partir de las cuales se construyen los marcos interpretativos del pasado, nos parece necesario hacer algunas precisiones. En primer lugar, el 17 de abril de 1854 se produjo un golpe de Estado porque ese día se cerró el Congreso, se apresaron varios diputados y se mantuvo recluido al presidente electo constitucionalmente21. Segundo, y a pesar de lo señalado, hay que cuestionar la caracterización del gobierno de Melo como dictadura, en tanto restableció la Constitución de 1843 e intentó ceñirse a ella, en la medida en que lo permitía la guerra civil, como lo expresan las diversas leyes y ordenanzas que emitió en su momento, la formación de un gabinete, la designación de gobernadores y el llamado a convocar una Convención Nacional para redactar una nueva carta22.

El hecho es que muchas de las intenciones institucionales de Melo se quedaron en el papel porque en la práctica el general dominó únicamente el altiplano cundiboyacense, alcanzando a extender parcialmente su gobierno por el nororiente (gracias a la campaña del coronel Dámaso Girón) hasta Bucaramanga. Pero la derrota sufrida en Pamplona el 26 de agosto de 1854 impidió a los melistas cimentar el nuevo orden político en el corredor montañoso de los actuales departamentos de Santander y Norte de Santander23.

Igualmente, fue precario el control que tuvieron Melo y sus seguidores en el occidente de la sabana de Bogotá. Si bien la provincia del Tequendama logró ser ocupada para finales de abril de 1854, su control fue frágil por la presencia de guerrillas constitucionales. De hecho, la denominada división del Alto Magdalena retomó el control de ese territorio al tomarse La Mesa, la capital de la provincia, el 11 de septiembre. Idéntico fue el caso de Honda que, tras ser ocupada el 26 de abril por el jefe del Estado Mayor de la 1.ª División del Ejército de Melo, José María Barriga, cayó en manos de los constitucionales el 4 de mayo de 185424. Los ejemplos aludidos expresan las precarias bases de apoyo al occidente de la sabana de Bogotá por parte del melismo, que, por demás, fue una de las entradas de los ejércitos constitucionales25.

Los efectos del golpe de Melo en el resto de las provincias de la Nueva Granada fueron precarios y desarticulados. En Popayán se presentaron conatos contra el gobierno provincial el 8 de abril de 1854, cuando corrió un rumor en la localidad sobre un golpe de Estado perpetrado por los gólgotas en Bogotá, donde supuestamente habían sido asesinados varios personajes de la ciudad. Por lo señalado, se suscitaron tumultos que avivaban al presidente Obando y al general Melo, mientras denostaban a la facción liberal gólgota y a los conservadores. Todo sugiere que era un plan dirigido por los liberales draconianos para ocupar la ciudad, con el apoyo de hombres del común y cuerpos de las milicias de las parroquias vecinas.

Los sucesos en Popayán sugieren que, a pesar de la desarticulación de que adoleció el golpe de Melo, sí existieron planes concertados con otras localidades. En el caso narrado, los eventos develaron una facción melista dirigida por los hermanos Cobo, los Alegría y los Ordóñez, los presbíteros Manuel María Alaix y Teodoro Sandoval, los abogados Andrés Cerón, Pedro José Constaín, Eulogio Fernández y el coronel Victoriano Nieto, todos ellos amigos personales de José María Obando26. Dicho grupo debía tener información acerca de los planes golpistas de Bogotá, pues en los días siguientes asediaron con grupos armados los alrededores de la ciudad hasta que finalmente optaron por rendirse el 15 de abril, plegándose a un indulto27.

Como era de esperarse, la llegada de la noticia del golpe de Melo a Popayán dio nuevos alientos a sus partidarios, quienes finalmente lograron, el 16 de mayo, incitar el pronunciamiento del batallón 5.º con el apoyo de la compañía de Guardias Nacionales de Calicanto. Sin embargo, la toma del poder fue efímera porque una coalición de milicias constitucionales, provenientes de las parroquias al sur de la ciudad, atacaron el cuartel el 21 de mayo, después de que fracasaran los intentos de diálogo. Tras un día de combate, los gobiernistas ocuparon la plaza y los melistas debieron refugiarse en el cuartel del batallón amotinado. A la mañana siguiente, se acordó un cese al fuego y la tropa veterana se entregó, no así un sector de democráticos liberales a la cabeza de Manuel Antonio Alegría, quienes se refugiaron en la hacienda de La Estancia, al norte de Popayán, donde resistieron varios días hasta ser sometidos el 2 de junio de 185428.

En Cali, los sucesos tuvieron otro tinte. Las noticias del golpe llegaron a la localidad el 28 de abril, desconcertando a las autoridades que, en principio, rechazaron el acto. Sin embargo, un día después la Sociedad Democrática respaldó los sucesos capitalinos y se manifestó en contra de la Constitución del 21 de mayo de 1853, de ingrato recuerdo para los liberales de la ciudad por haber perdido las elecciones para gobernador frente a un candidato conservador. En este caso, el papel protagónico fue el de las sociedades democráticas, que de tiempo atrás estaban enroladas en la Guardia Nacional y eran activas y deliberativas en la arena pública reclamando sus derechos, exigiendo la recuperación de las tierras ejidales apropiadas por los hacendados y participando en una acción colectiva conocida como el “perrero”, que consistía en vapulear en la oscuridad de la noche a los conservadores, derribar cercas y asaltar estancias rurales29.

Finalmente, el 19 de mayo la Sociedad Democrática se pronunció a favor de la dictadura, apoyada por una facción del liberalismo, tomando fácilmente el control de la ciudad gracias a la Guardia Nacional. Por esa misma época, los liberales de Quilichao se levantaron en apoyo de Melo, buscando aliarse con los de Cali para enfrentarse a la resistencia constitucional establecida en Caloto el 1.º de mayo, donde en una amplia reunión de hombres notables y del común conformó la columna Torres. Por tal razón, los melistas de Cali decidieron enviar una fuerza armada en apoyo a los quilichagüeños, pero fueron batidos en la hacienda San Julián el 23 de mayo30. La derrota cambió el juego de fuerzas en la región; los democráticos caleños debieron contrapronunciarse el 28 de mayo, restituir al gobernador y pasar a la defensiva por el asedio del que empezó a ser objeto su localidad por la columna Torres, comandada por Manuel Tejada, quien desplazó, según los contemporáneos, más de mil hombres hasta la parroquia del Rosario (hoy Jamundí) y dio el ultimátum de entregar la ciudad o, de lo contrario, la tomaría a sangre y fuego. El gobernador del Cauca, Antonio Mateus Garay, buscó mediar en el conflicto, pero fracasó en su intento de negociación en el sitio de Navarro el 4 de junio. Por esta razón, Tejada decidió obrar sobre Cali el 14 de junio, pero debió retirarse posteriormente para recibir más refuerzos, con los cuales obró nuevamente el día 1731.

 

El momento en que se aprestaba el asalto final de la ciudad, por parte de la columna Torres, coincidió con el arribo del general José Hilario López desde Ibagué, quien venía con el propósito de organizar una fuerza constitucional en el suroccidente y obrar con ella posteriormente sobre Bogotá. López logró concertar con los bandos en contienda, de modo que los democráticos de Cali se rindieron y entregaron la plaza. Lo que siguió fue una fuerte represión por parte de los constitucionalistas con la anuencia de López que, según algunos testigos, se portó peor que el español Francisco Warleta durante la Restauración monárquica. Los democráticos y sus líderes fueron encarcelados u obligados a enrolarse en las fuerzas constitucionales que debían marchar contra la capital32.

No obstante, diversos miembros de las democráticas de las localidades del Valle se mantuvieron en rebeldía hasta finales de 1854, promoviendo levantamientos conjurados por los constitucionalistas. Por su parte, a las poblaciones campesinas aledañas al río Cauca desde Bugalagrande hasta Cali, donde se refugiaron varias partidas de rebeldes, fueron reprendidas con fuerza33.

También se presentaron alzamientos a favor de Melo en otras provincias, como en Antioquia y Cartagena. En la primera se caracterizó por estar comprometidos, supuestamente, los hermanos Miguel, Salvador y Andrés Alzate, unos oficiales antioqueños de filiación liberal que habían luchado en la guerra de Independencia, habían sido rebeldes en la guerra de los Supremos y combatido la rebelión conservadora de 1851. El movimiento inició con el asesinato del gobernador de la provincia de Antioquia (el liberal draconiano Justo Pabón) en un motín del cuerpo veterano de Guardia Nacional en Sopetrán, el 31 de mayo, y concluyó cuando los insubordinados, después de tomar Santa Fe de Antioquia, huyeron cuatro días más tarde ante la llegada de una fuerza de 700 hombres a la cabeza del gobernador de Medellín Mariano Ospina. Existían, pues, simpatizantes del golpe de Melo en la región, mas estos no eran lo suficientemente fuertes u organizados para constituir una amenaza al orden constitucional34.

Cartagena, por su parte, era consideraba por la opinión capitalina como un bastión obandista. Los sucesos de Bogotá se conocieron en la ciudad a inicios de mayo de 1854, de manera que el día 5 de ese mismo mes se presentó un pronunciamiento a favor de Melo que encabezó el gobernador Juan José Nieto quien contó con apoyo de sectores populares y una parte de la guarnición. La presencia del general Mosquera, quien días antes había llegado al puerto procedente de los Estados Unidos, condicionó la continuidad del movimiento, pues dividió a los militares y resucitó un antiguo conflicto con Nieto, que intentó detener la formación del Ejército del Norte al negarle armas y suministros a los soldados, e incluso protagonizó una asonada con el objeto de impedir la salida del cuerpo armado de la ciudad, pero debió ceder cuando el veterano militar fue ratificado semanas después en la comandancia por el gobierno provisional de Ibagué. Si bien Mosquera señaló que el pronunciamiento del 5 de mayo fue a favor de Melo, la forma como se comportó el gobernador no fue clara y refleja la versión del vencedor sobre el vencido35.

También se presentaron otros levantamientos más locales a favor de Melo, como en Ciénaga, Ocaña o Supía; infortunadamente es necesaria una revisión exhaustiva de los archivos para identificar las dinámicas de estos levantamientos. Por ejemplo, sabemos que en la última localidad hubo un pronunciamiento a finales de julio a favor de Melo, que fue derrotado el 30 de julio de 1854 por una coalición de fuerzas liderada, entre otros, por Federico Urrea y Juan de Dios Cuevas, quienes tienen en común que militaron posteriormente en el Partido Conservador. Todo indica que este breve levantamiento a favor de los hechos capitalinos de abril tuvo conexiones con las sociedades democráticas del valle del río Cauca, las cuales fueron fervientes activistas del golpe de Melo36.

En síntesis, los levantamientos regionales a favor del general Melo fueron efímeros y desarticulados y sus promotores derrotados por las fuerzas constitucionales locales, ya que el Ejército constitucional apenas se organizaba en el Alto Magdalena. Todo ello indica la división del liberalismo regional y la falta de coordinación entre quienes orquestaron los pronunciamientos y la capital. Los indicios sugieren la existencia, antes del 17 de abril, de un plan trazado por la Junta Central Democrática de Bogotá para organizar un levantamiento en alianza con las sociedades democráticas provinciales, como también de reuniones en varios destacamentos militares para apoyar un supuesto golpe. Según Gustavo Arboleda, semanas antes de estallar el golpe, a consecuencia de una denuncia que recibió el presidente y general José María Obando sobre una conspiración militar encabezada por el coronel Melchor Corena, se hizo una reunión extraordinaria del alto gobierno en la casa del vicepresidente José Obaldía. En ella, Antonio del Real presentó como prueba de una trama conspirativa una circular con el nombre impreso de Francisco Antonio Obregón como director de la Sociedad Democrática de Bogotá, en que se excitaba a las otras “[…] sociedades democráticas a organizarse, armarse y estar listas a repeler la fuerza con la fuerza”. Este asunto, según Gustavo Arboleda, le hizo recordar a Obaldía “que uno de los democráticos le había llevado, con especiosos pretextos, correspondencia de la junta central, para dirigirla bajo su sello, y todos se convencieron de que esa circular había marchado bajo su sello del segundo magistrado de la nación”37.

El caso de Popayán es un buen laboratorio de análisis para explicar la derrota del melismo en el resto del país, a pesar de los fuertes indicios de haber sido planeado con anterioridad. Una de las primeras razones del fracaso del movimiento en esa ciudad es que el pronunciamiento del batallón 5.º no contó con el apoyo de los jefes naturales38 de las parroquias al sur de la capital. Los principales líderes de Timbío, El Tambo, La Horqueta, El Patía, entre otros, defendieron abiertamente la causa constitucional; ¿por qué? Todo indica que después del fracaso del levantamiento del 8 de abril las autoridades desplegaron un fuerte proselitismo para ganarse la adhesión de los líderes de las localidades, especialmente los comandantes de las guardias nacionales, como el coronel Agustín Pérez, ‘el Mono’, y el sargento mayor José María Sánchez, de Timbío, quienes, a pesar de ser liberales, terminaron apoyando al gobernador conservador Manuel de Jesús Quijano Ordóñez; así mismo sucedió con Santiago David, de El Tambo. Además, es posible que algunos de los comandantes que no dieron garantías de fidelidad a la causa hubiesen sido relegados del mando y en su lugar puesto a oficiales que tenían crédito entre los constitucionales, como el caso de la Guardia Nacional de la Sierra-La Horqueta, que durante el interregno de dominio liberal estuvo al mando de Santiago Valencia y Juan Bautista Sandoval (1850-1853), pero en los sucesos de abril de 1854 aparece nuevamente el coronel Jacinto Córdoba Muñoz a la cabeza de dicho cuerpo, quien había comandado en las décadas de 1830 y 1840 y fue relegado del cargo al iniciar la de 1850 por el liberalismo en ascenso por estar vinculado a la red política de la familia Arboleda Pombo. En esta misma lógica se inscribe la trayectoria de otros notables parroquiales, como Rafael y Manuel María Muñoz, desvinculados de las guardias nacionales de sus distritos, pero nuevamente llamados al servicio en la coyuntura política39.