Los días y los años

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–La demagogia revolucionaria del gobierno empieza a fallar, pero aún tiene arraigo en muchos sectores de los ahora movilizados. Por lo mismo no podemos decir, simple y llanamente, que el gobierno está incapacitado para resolver el conflicto. Si decimos tal cosa nos quedaremos solos, pues no tendrá objeto seguir luchando por algo que nunca podrá obtenerse.

–¿Cuáles son, entonces, las perspectivas que ven ustedes?

–Primero, que el gobierno ceda en parte –respondió Escudero–; aunque no lo hará en todo. Se entablarán negociaciones públicas y ahí se decidirá si nos damos por satisfechos o le seguimos. Otra posibilidad es que nos repriman, aumente el número de presos, se ocupen las escuelas. Algo parecido a lo que hicieron con los ferrocarrileros en 1959.

–Pero, si ya sucedió con los ferrocarrileros, ¿crees que pueda ser diferente ahora?

–Sí, porque la fuerza popular es mucho mayor y más dispersa. Los ferrocarrileros estuvieron prácticamente solos. Nosotros no lo estamos. Y como te dije, somos una fuerza más dispersa; incrustada hasta en sectores cercanos al gobierno, como algunos técnicos que se han movilizado. No se trata de reprimir a un solo sindicato, sino a varias universidades, escuelas, institutos, etcétera; y a amplios sectores de la población que no tienen organización alguna. La represión tendría que ser terrible –concluyó.

–¿Crees que se pueda evitar? –preguntó volviéndose a verme.

–Sí. De no creerlo no estaría aquí –respondí riéndome–. Si nuestra fuerza aumenta, el gobierno no podrá reprimir.

La grabadora se detuvo. Esperé a que la revisaran. Se había desconectado.

–Hace un momento hablabas del apoyo prestado por otros actores. ¿Se trata de los obreros?

–No. Se trata, principalmente, de la clase media, de los padres de familia, los maestros, los empleados. No hemos podido romper el control gubernamental en fábricas y sindicatos. Los mecanismos de control y de represión inmediata han sido perfeccionados por años. La dependencia respecto del gobierno es completa. Hay pocas excepciones.

–¿Crees que, en esas circunstancias, se logre una movilización obrera?

–Sí.

–¿Cómo?

–Golpeando y golpeando desde afuera. Cada manifestación es un ariete que sacude los mecanismos de control.

–¿Qué efectos tendría el apoyo obrero?

–Pues, si se diera libre, el primer efecto que notaríamos sería que dejaba de ser «apoyo». Lo cual estaría muy bien, «apoyo» seríamos nosotros en adelante.

–Si tuviéramos paralizada la producción nacional, como sucedió en Francia durante mayo, ya Díaz Ordaz hubiera tomado su Ipiranga –interrumpió Osorio.

–¿Su qué?

–Es el nombre del barco en el que Porfirio Díaz salió del país.

–¿Así lo crees?

–Sin duda. Aquí no hay cgt que salve a la burguesía del desastre y el pc es casi inexistente.

Vio cuánta cinta quedaba y añadió:

–Si alguno quiere agregar algo, puede hacerlo.

–Solamente –dijo Escudero–, que observes cómo seis peticiones, ninguna de las cuales puede considerarse una reforma medianamente radical en otros países, en México se transforman en un verdadero explosivo. Aunque no logremos más que un triunfo parcial, nuestro mayor mérito será el de haber indicado un camino a seguir.

Como a las diez de la mañana me llamaron a «defensores». Debe ser Marjorie, pensé, a ver qué me dice de mis exámenes. La Universidad nos había permitido presentar exámenes desde la cárcel; pero cada maestro tenía que fijar tema y extensión de un trabajo escrito, pues no era posible efectuarlos de otra manera. La principal dificultad consistía en conseguir los libros, ya que, aunque también se había fijado un pequeño presupuesto para libros, luego se retardaba todo por los trámites que tenía que cubrir un solo licenciado nombrado por el rector para ver nuestros casos.

«Defensores» es un patio rectangular, algo retirado de la crujía, en donde los presos hablan con sus abogados; pero como también se puede nombrar como defensor a personas que no sean abogados, todos reciben a sus familiares cercanos, novias y amigos más que a verdaderos defensores. En el patio, al que sólo nos llevan por la mañana, hay un mostrador cubierto por un techo; ahí venden café, donas, tacos y otros alimentos. El ambiente, a no ser porque se está en la cárcel, no es del todo desagradable.

Cuando llegué, todas las mesas y bancas estaban ocupadas por presos de diferentes crujías y sus visitas. Cerca de la entrada estaba mi hermano Arturo.

–¿No vino Marjorie?

–No. Me la encontré en la Universidad y me dijo que no podía venir hoy; por eso vine yo, aunque es viernes.

–Vamos a comprar un café porque no he desayunado.

Pedimos dos cafés y dos donas.

–¿Con leche?

–Uno sí y otro no.

–¡Mira! Ahí se desocupó un lugar.

Nos sentamos a la sombra, aunque yo tenía frío y no acababa de decidir entre estar de pie al sol o sentado a la sombra.

–También me encontré a Guita –dijo Arturo, con azúcar en los incipientes bigotes.

–¿Sí? ¿Y qué cuenta?

–Oye, ¿te dijo algo Selma?

–¿De qué? –le respondí mientras veía la pared soleada.

–De Guita.

–¿De Guita? Nada. ¿Por qué?

–¡Ah! –dijo Arturo sonriéndose–, es que ayer, cuando me la encontré, me contó que había visto a Selma, no sé en dónde, y que se le acercó nada más para decirle: «Lo sé todo».

–¿También a ella se lo hizo? –no le podía responder por la risa que me daba el imaginarme la cara de Guita ante ese «lo sé todo»–. Ya ves las cosas que se le ocurren a Selma. Un día le dijo a alguien la frasecita y el otro soltó toda la sopa: se sonrojó y tartamudeando dio miles de explicaciones que nadie le pedía. Desde entonces se dedica a lanzarle a todo el mundo un fulminante y frío «lo sé todo», y ha descubierto que quien no palidece se sonroja. Claro, ahora está feliz con el descubrimiento y no pierde oportunidad de ponerlo en práctica.

–Pues aquella pobre está muy inquieta y hasta me preguntó: «Oye, Arturo... ¿qué es lo que sabe?»

Los dos nos reímos un buen rato. Me acabé la dona con el café y fuimos a comprar otra. Después estuvimos de pie del lado del sol hasta que llegó un vigilante a decirnos que había terminado la visita.

–¿Te acuerdas de lo que te recomendó cuando iba a nacer tu hijo?

–Claro. Menos mal que fue hombre... si hubiera sido mujer me pongo a regalar donas en vez de puros, como me aseguró Selma que se hacía.

De regreso en mi celda tendí la litera y barrí. Pensaba ponerme a escribir, pero vi que en la celda de enfrente, la que usamos de «comuna», Zama ya estaba preparando el almuerzo; así que me fui a acompañarlo mientras terminaba.

–Va a venir Félix a almorzar –me dijo.

–¡Ah! ¿Y ese milagro? Desde que se cambió de «comuna» nunca había venido.

–Es que ha de estar pasando hambre.

–Seguro. Óyelo, viene en la escalera con Pablo. ¡Goded Andreu, no sabes el gusto que me da verte por tu «ex comuna»!

–Aquí me tienen. Pensé que ya me estarían extrañando.

–Tampoco exageres.

–Pasa, Félix –dijo Zama–; te estoy haciendo una ración especial porque de seguro la necesitas.

–Gracias, Zama. Tú sí sabes (lo cual no quiere decir nada).

–Ve nomás cómo viene este pobre muchacho: ñango, entelerido, dado al queso.

–Por eso te hice pinche mil huevos con chorizo, todos para ti.

–¿Para mí? Pretextos, pinche Zama; eres un tragón.

–Siéntense, porque ya les voy a servir.

–¿Así como están? –reclamó Pablo–. ¡Estás loco, pinche Zama, esos huevos todavía tienen caldo!

–¿Cómo van a tener caldo, si no les puse ningún caldo!

–¡Pues el caldo de los huevos!

–¡Cuál caldo!

–¡Ése!, ¡ése!, ¿no ves? ¡Tienen caldo!

–Está bien, los voy a dejar otro rato. Es que ya tengo mucha hambre.

–Eso no lo dudo. Tú te los comerías crudos, si así te comes la carne.

–¡No exageres, Pablo. ¡Por fa-vor!

–Ya niñas, no se arañen.

Félix parecía muy complacido de que la discusión hubiera llegado a un punto que conocía muy bien desde cuando comía con nosotros: el hambre de Zama y los consejos culinarios de Pablo que siempre acaban con cualquier tema anterior y, como su llegada lo convertía en blanco seguro de una hora de bromas pesadas, se sentía aliviado al ver a Pablo y a Zama enzarzados en la discusión habitual entre ellos a la hora de comer. Pero no supo seguir pasando inadvertido, habló y con ello cometió un error:

–Sí, pinche Zama, haz el favor de no darme la comida cruda.

–Pues ni tan «Zama», pinche Félix.

–Pues ni tan «Félix».

– Mira, ni hables porque me acuerdo de tus comidas que siempre quemabas, y del conejo, que sabía a meados.

–El que la quemaba era Pablo.

–No te hagas. Si para lo único que sirves es para dejar recaditos debajo de las puertas –dijo Zama riéndose mientras hacía el ademán de arrojar un papel bajo una puerta.

–¡Nomás piensa que por un papelito así te detuvieron, y que entonces tenías un mes de casado! –dijo Félix.

–¿Qué? ¿Qué pasó?

–¿No lo sabías? –preguntaron Zama y Félix al mismo tiempo.

–No.

–A ver, Zama –empezó a decir Félix–: conéctate con el número once y cuenta.

–Pues que después de la manifestación del 26 de julio quedamos de reunimos en un café…

–Eso sí lo sé.

–Pero esa noche Zama no lo sabía, entonces yo pasé a su casa y como no estaba… –prosiguió Félix quitándole la palabra a Zama.

–Sí estaba, pero no le abría a nadie; no quería visitas.

 

–Bueno, pues como no abrió, dejé un recado bajo su puerta.

–Para verse en el café de las Américas.

–No, en el Viena, que está enfrente –respondieron al mismo tiempo.

–¿Y desde cuándo hablan como Hugo, Paco y Luis?

–Desde… –dijeron juntos y voltearon a verse–. Deja de arremedarme, pinche Zama.

–Ni tan «Zama». Y ahí fue donde nos detuvieron a todos.

–¿Y por qué se citaron precisamente ahí?

–No sé. Yo nada más le avisé al Zama porque no lo habíamos visto después de la manifestación.

En la puerta apareció De la Vega: alto, flaco, con una gran nariz, hizo un gesto de admiración:

–¡No! ¡No es posible! ¡No puedo creerlo! I don’t believe it!

¡Están oyendo otra vez «Zama y el café Viena»! Qué aguante. Renovarse o morir, queridos.

–Mira quién lo dice, que-ri-do.

–Pero si es casi como oír otra vez «Pablo y Sofía».

–O bien, «De la Vega y la subidita que su papá mandó hacer para el coche diez años antes de tener coche» –añadió Pablo en venganza.

–¡Ah! Pero ésa es muy buena –respondió De la Vega.

–Pues yo no la conozco.

–¿No? ¡Cómo que no! Este pinche De Alba, ¡eres un provocador!

–Pues resulta –empezó a decir De la Vega– que mi papá vio una vez que la banqueta que estábamos haciendo (porque antes no había ni banqueta) era muy alta, y pensó…

–¡Ya ves! –protestó también Zama–. ¡Mira lo que has hecho! Ya nadie lo calla. ¡Eres un provocador!

–«…Cuando acabe la casa podré empezar a juntar para comprar un carro, y sin una subidita…»

–¡Ya cállate!

–¡Qué educación! Yo sólo hacía el intento de...

–¡El desorbitado intento! –dije y me reí solo. Los demás me veían sin entender–. Perdón, me equivoqué de auditorio. Es una frase de otro sitio.

–Seguramente del «pre» –dijo De la Vega.

–¿El «pre»? –interrogó Zama.

–Sí, hombre, el «pregrupo»: Raúl, Pino, Gamundi, este pinche De Alba, el Búho, Guevara, etcétera. Pero, ¿qué era «eso» que decías, que-ri-do? Termina.

–¿Así que no conoces la frasecita? ¡Por fa-vor! ¡Hay que leer a Unzueta! Resulta que cuando salió ¿Revolución en la revolución?, Unzueta le respondió a Debray y entre otras cosas decía en su repuesta que Debray «hizo el desorbitado intento de oponerse a los partidos comunistas».

–Ah, está muy bueno –dijo De la Vega riéndose–. ¡Muy bien, chamaco! ¡Te la sacaste! ¿Así que «hizo el desorbitado intento»?

–Este pinche De la Vega se ríe de cualquier tontería –añadió Pablo sin voltear–. Yo no le veo la gracia.

–Sí –dijo Selma peinándose frente al espejo–; «ésos son los días que después se recuerdan como una cicatriz».

Me quedé sorprendido, viéndola desde la litera mientras afuera los tambores anunciaban el final de la visita.

–¿Y tú cómo sabes?

–También lo he sentido.

–¿Pero cómo conoces la frase?

Me puse una camisa y salí por la canasta de los trastes. En la reja estaban Chata y Rosa María. Pablo bajaba de la 38.

–Hola, Selma.

–Hola, Pablo, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu niña, Chata?

–Está malita del estómago, fíjate.

Puse la canasta en el suelo mientras terminaban los abrazos, los saludos y las despedidas.

–El sábado no vendré, pero nos vemos el domingo temprano. Me lo dijo Arturo. ¿Por dónde se van?; yo voy por el Viaducto y luego Insurgentes y Revolución.

IV.

–¿No es cierto, Pino? –preguntó Raúl tamborileando sobre la mesa una escala. Terminó con un acorde final y se mordió las puntas de los bigotes rojizos–. En ninguna ciencia hay un gran maestro al que se recurra en busca de una opinión última y con­tundente. Y eso es lo que han hecho con Marx.

–En Física –respondió el Pino– todos los conceptos están sujetos a continuo cambio. Una teoría nunca se considera completa, ni mucho menos se piensa que la opinión de un fulano sea definitiva.

Estábamos en la 1, la celda de Raúl, oyendo discos; pero ya ninguno prestaba atención a la música.

–¡Ah!, pero eso sí –dijo el Búho sentado en el suelo–, en la Unión Soviética tienen todo un instituto para investigar si las comas que aparecen en cierta edición de Lenin son las originales o erratas de imprenta.

–¡Hazme el favor! –exclamó Raúl y se dio un golpe en la frente–. ¡La deformación a que necesitas llegar para preocuparte por semejante cosa! Claro, el Búho exagera un poco; pero hay mucho de cierto. Aquí mismo lo ves: si, en medio de una discusión sobre un problema concreto, alguien recuerda una cita de Lenin que dice exactamente lo contrario de lo que tú afirmas, ya te fregaste. Ahí se acabó la discusión.

–A final de cuentas –dije–, va a resultar cierto que el socialismo surgirá en los países avanzados, en Inglaterra, en Suecia. Todos los ensayos anteriores han quedado en caricaturas más o menos desastrosas.

Pocas veces nos reunimos para tratar un asunto en particular, y cuando lo hacemos es para cuestiones que requieren una solución inmediata. Pero, como todos tenemos preocupaciones similares, frecuentemente aparecen éstas en la conversación. Una plática de este tipo puede durar horas; no rinde ningún resultado práctico, pero conduce a nuevas inquietudes y nuevos planteamientos.

–Aquí no vamos a tener muchos problemas –dijo Saúl.

–¿Qué? –exclamé–. ¿Aquí? ¡Qué bárbaro, Chale! ¡Nomás imagínate a los mexicanitos haciendo de las suyas en nombre del socialismo! Es precisamente aquí donde se presentarán problemas más graves. Cincuenta años de pri, burocracia, compadrazgo, corrupción, «mordidas», venalidad y quinientos de caciquismo. ¡Para empezar!

Por un rato nos quedamos en silencio. Gamundi llegó a la celda y se detuvo en el umbral.

–No sé cómo, pero habrá que evitar todas las deformaciones que han surgido –dijo Raúl bajando los bigotes y mirándose los dedos de los pies. Se quitó las sandalias y cruzó las piernas sobre la litera.

–Descentralizando –le respondí.

–No, Luis, el problema es mucho más complejo –dijo el Chale.

–Ya lo sé, Saúl; pero un primer paso es acabar con ese maldito poder central en que se convierte un partido leninista cuando triunfa. Cuando se trata de acabar con el orden burgués, el partido necesita tener las características señaladas por Lenin; pero cuando se trata de iniciar la construcción del nuevo orden la maquinaria de guerra debe cambiar. Las circunstancias propias en que nació la Unión Soviética explican el rígido centralismo y ciertos métodos de gobierno ajenos al socialismo; pero a esa concepción, justificada por la guerra civil, las invasiones, la miseria y el aislamiento, le han agregado cartón y cola hasta hacer una maquinita que se lo traga todo.

–Es verdad –dijo Raúl–. El partido tiene derecho a cualquier cosa, desde husmear en tu vida privada, planificar la economía, cambiar la planificación porque metieron la pata, hasta decidir cuestiones de literatura, física, sociología y forrajes para vacas. Después de todo representa al pueblo.

–¿Pero lo representa?–le pregunté.

–¡Óyeme, óyeme! ¡Qué te pasa! –exclamó el Búho desde el suelo–. Eso ya no está bien. Si vamos a preguntamos que si el pcus representa al pueblo soviético… De que lo representa, lo representa. La cuestión es otra. Estábamos hablando de cómo, hasta ahora, no ha sido posible evitar el surgimiento de burocracias.

–No hablo de cierto partido. Es evidente que en los países socialistas, el gobierno y el partido representan a la inmensa mayoría; pero esa representatividad es más formal que orgánica. Es decir que la gente, aunque cree en la necesidad de construir el socialismo y en el partido como instrumento adecuado a ese fin, no está integrada orgánicamente a la vida política de su país.

–Te entiendo –responde Gilberto, sentado junto a mí–; pero creo que no lo has dicho claramente.

–Quiero decir que los niveles de decisión son tan lejanos que se convierten en mandos y dejan de ser receptores. Y si la comunicación entre los diversos niveles se rompe, ¿hay representatividad real? Una cosa es el convencimiento de la población que acepta la guía del partido, y otra que esta guía realmente conduzca hacia el socialismo.

–Bueno, representatividad sí la hay –dijo el Búho–. El problema consiste en que, en nombre de la planificación, se cometen verdaderas barbaridades y, en nombre del desarrollo económico, se ha sacrificado el político.

–Pues entonces no la hay.

Ya teníamos mucho rato hablando de lo mismo y no podíamos ponemos de acuerdo en todo; pero, en general, teníamos la convicción de que en algún sitio estaba la clave. Hacía falta estudiar y buscar nuevos ángulos de enfoque.

–Hay algo por ahí que no está funcionando –continuó Raúl–. No podemos simplemente hablar de «estalinismo», «burocracia», etcétera. Es al contrario: hay un elemento que permite el fenómeno, que permite el ascenso de individuos como Stalin.

–Y su tolerancia por años –interrumpí.

–Sí, por algo llegan y se les tolera. Lo más alarmante es que no sucedió en un país: en diversos grados afectó a todos los países socialistas. ¿Pero qué es? ¿En dónde está? Hay un error que se viene cometiendo sistemáticamente.

–La centralización –insistí.

–Tú y tu pinche centralización.

–Pues claro. ¿Cómo es posible pretender que un organismo sea tan altamente eficiente como se pide a un partido comunista en el poder? La discusión no es si los partidos son lo que pretenden ser, sino si pueden serlo.

–¿Y cuál sería la solución, según tú? –preguntó Gilberto, que hasta entonces sólo escuchaba.

–Pues no lo sé. Pero en principio, creo que una planificación con márgenes muy amplios, que permita una gran movilidad y poder de decisión a los organismos municipales y regionales.

–Eso no es posible –dijo Raúl–, porque la industria pesada y algunos otros sectores de la economía no pueden dejarse al arbitrio de varios cientos de municipios. En el petróleo, por ejemplo, ¿cómo puedes dar los márgenes amplios de que hablas?

–Es cierto. Sectores como acero, petróleo, industria química, etcétera, tendrán que estar bajo control directo; pero la producción regional y los organismos de que depende pueden ser autónomos en gran medida.

–Habrá que estudiar economía para ver si eso es posible– respondió Gilberto.

Se hizo otro largo silencio. Siempre que hablábamos de lo mismo el resultado era similar: una vaga inquietud, malestar y descontento. Nadie desea un régimen como el soviético, que con toda tranquilidad vende carbón a Franco para romper la huelga en Asturias; pero tampoco son deseables las multitudes chinas con los ojos en blanco y el catecismo rojo en la mano, listas a asestar la cita.

–Decir que la respuesta está en garantizar la democracia real en todos los niveles es trivial, pues persiste la pregunta: ¿cómo? –dijo Raúl rompiendo el silencio.

–Tal vez respetando a los sindicatos y las organizaciones populares, como pequeñas células democráticas; de esa manera se podría proteger a los individuos.

–¿A los individuos? –dijeron varios.

–Sí. Yo creo que todo Estado es aplastante y se convierte en un fin en sí mismo; no hay «conciencia», por elevada que sea, que impida el proceso. Se necesita, además, fuerza en la base para cortar los procesos deformantes que, de otra manera, tendrán que presentarse en la cúspide.

–Tal vez los cubanos estén dando en el clavo –comentó el Pino.

–Eso parece, pero no tienen más que diez años de haber empezado, aún no se puede decir mucho. Además, algunos síntomas que han aparecido recientemente, son poco alentadores –dijo Raúl.

–¡Ah!, ¿sí? –dijo Gamundi desde la puerta–. ¿Qué pasa?

–Hay una lentitud desesperante en el trabajo. La gente se pasa las horas normales haciéndole al tonto para que le paguen horas extras.

–Pero eso es casi sabotaje en las condiciones de Cuba.

–Claro. Lo grave es que mucha gente hace lo mismo y las pérdidas son dobles: primero, por la pérdida de tiempo en la jornada normal, y luego, por el pago de las horas extras.

–¿Y eso a qué se debe? –preguntó el Pino.

–No lo sé –respondió Raúl–; pero demuestra que en esferas superiores está sucediendo un fenómeno parecido, aunque con consecuencias más graves. Es la actitud típica del burócrata.

–Del burócrata arriba, y del desalentado abajo –añadí.

–Se puede explicar fácilmente esa actitud nociva, como procedente de los residuos dejados por Batista; pero hay más en el fondo, pues durante los primeros años de la revolución el fenómeno era desconocido. ¿Por qué se presenta ahora?

 

Saúl se levantó como si fuera a salir.

–Ya ven, yo por eso estudio Ciencias Políticas.

–Y por eso no sabes nada, pinche Chale –dijo el Pino.

–¡Ah! ¿No? Mira, güerito, ayer te pregunté que si sabías qué era El Kolokol y no supiste.

–¿El qué? –dije.

–Kolokol. Quiere decir «La Campana». Era un periódico que…

–¡Sácate de aquí tú y tu Kolokol! –le gritamos todos.

–¡Vete a seguir leyendo a Max Weber! –dijo el Pino.

–¡Y a la madre de Max Weber! –concluyó Gamundi.

Salió de prisa porque le empezaban a llover bolas de migajón. Que ya veríamos cuando le fuéramos a pedir que nos escribiera a máquina un trabajo.

– ¡Cretini! ¡Mascalzoni! ¡Maledeti! –gritaba desde el patio.

–Ya sacó todo su vocabulario italiano, ahora nos va a lanzar el francés.

Subiendo la escalera gritó:

–¡Betes noires!

–Ya está.

Desde el mediodía se nubló y ahora ha empezado a llover. Es una lluvia fina, persistente, de las que en esta ciudad, y en otoño, duran horas. En Guadalajara no llueve así nunca. En verano cae una tormenta como si todo el cielo fuera pura agua, dura un rato y escampa. Cuando vuelve a salir el sol, poco antes de ponerse, hay un olor a laurel que la lluvia vuelve más intenso. La piedra también huele. Bajo los portales, la gente se mueve más de prisa y, de las fuentes, el agua brota con el color dorado de las plazas y el naranja del aire. En cambio aquí llueve gris y persistente.

El pasillo que comunica las celdas superiores está protegido por un techo inclinado. Desde el barandal, la crujía se ve abandonada. No hay nadie afuera y hace largo rato que ni siquiera se ve que alguien cruce corriendo el patio. Todas las puertas están cerradas. Es como una «vecindad»: un cordel con ropa tendida, que alguien olvidó recoger, aumenta el parecido; el patio rectangular, las puertas que se abren a un solo cuarto mal iluminado. Todo es como en una «vecindad». Hasta la vida en común, los disgustos, los apodos, las pláticas.

–¿Sabes? –me decía De la Vega ayer por la tarde–. Sigo haciendo mis ejercicios. ¿Barra?, barra. ¿Yoga?, yoga. ¿Tus lagartijas?, mis lagartijas.

Muy bien, que lo pondría en su puntuación.

–¿Cómo ves mi caso? ¿Merezco una oportunidad en el «pregrupo»?

–Pues te diré –respondí con aire de seriedad–, lo estamos estudiando.

–Y cómo voy, por favor dímelo, no me tengas en este suspenso porque ya no resisto más.

–Regular, muchacho, regular; no pierdas las esperanzas. Tienes madera, llegarás. Yo te lo haré saber.

–¡Ah! ¡Qué descanso!

–Supera tus marcas actuales y podrás presentar la última prueba.

–¡No! ¡No me digas que hay otra! ¡Ya no! ¡No lo soportaría!

–Claro que sí. Falta la de matemáticas.

–¿Matemáticas? ¿También se necesitan para entrar al «pre»? ¡Por supuesto!, se me olvidaba que el «jefe de patrulla» es matemático.

–Pues sí, ya ves.

–Es una prueba muy maldita.

–Pero te basta con cálculo. Eso sí, bien sabidito.

–Dominado –y tronó los dedos.

–Sí. Dominado.

Está buscando el contraataque, pensé al verlo distraído. Se sonrió. Que si la clase de nudos también se computaba. ¿De nudos? No entendía.

–Sí, o qué, ¿no está dando clase de nudos Raúl? Si es como la «guía del explorador».

–Ya sé por qué lo dices. Seguro viste cuando estábamos junto la reja con un cordel. Eres una víbora, pinche De la Vega, no se te podía escapar.

–Raúl hacía lacitos, se los metía entre los dedos y jalaba. No se puede negar que los tenía atentos. Pinche «pre».

Lo peor era que sí habíamos estado hablando de nudos. Raúl estuvo un tiempo en Colima y en la costa de Jalisco. Anduvo en un camión de carga que transportaba piedras o arena, ya no me acuerdo; pero no importa. El caso es que tenía que afianzar las redilas con cuerdas muy gruesas, o poner la lona en tiempo de lluvia. En fin, era necesario hacer nudos especiales. Esa noche no se le podía pasar a De la Vega que el «pre» recibía su clase de nudos. Cosa que seguro comentó durante un mes, por lo menos.

–¡Oye! ¡Y esa vida interna! ¡Qué pasa! ¡Hay que democratizarla!

–Ninguna vida interna –le respondí–. Sólo tenemos un lema: Para que nada nos separe, que nada nos una. Y por cierto, cómo va el congresito del pc, ¿ya mero tiras a la dirección?

–Nosotros ya mero, pero tú... nomás te truenan el látigo y llegas corriendo. ¡Control, muchacho! ¡Eso se llama cooon-trol!

–Bueno, pero por lo menos las diferencias de la «base» con la dirección no las tratamos en la cocina y a gritos y sombrerazos.

–Ahora sí me chingaste. Te la has sacado, muchacho. Ya no digas nada porque la echas a perder.

¿No irá a dejar de llover? Empieza a soplar un viento que mete la lluvia bajo el techo del pasillo. Raúl está oyendo Radio Universidad en su celda, bajo la mía. El «mariscal», pienso con una sonrisa. Ahora ya le inventaron que no es «mariscal» sino «almirante» y, en una plática que duró hasta las tres de la mañana, los amigos decidieron que se le habían descubierto algunos puntos medio oscuros en su vertiginoso ascenso y que, sobre todo, el paso de «mariscal» a «almirante» no era muy limpio. Seguramente mañana se lo dirán y ya me imagino la risa del Búho, que siempre habla riéndose. Desde que se le ocurre algo gracioso lo anuncia con una carcajada; luego, entre risas, hipo y golpes en la mesa, emprende el relato que anunció tan ruidosamente. Por supuesto, cuando acaba, necesita brincar del asiento y salir corriendo al patio, pues otra cosa, dado el preámbulo, sería como no reírse. Por lo menos durante tres días, la broma preferida será la del «oscuro y no muy limpio ascenso del ‘mariscal’ a ‘almirante’». La costumbre de poner grados militares se inició con el «comandante» Dávila, un muchacho del Poli al que la policía acusa de haber intentado dinamitar el Viaducto después del 2 de octubre. Llegó con tantos cargos referentes a armas que los muchachos lo empezaron a llamar «comandante». En el antiguo edificio del Conservatorio, en Guadalajara, había dos naranjos que, cuando llovía, quedaban brillantes, con las hojas verde oscuro goteando. De cada lado del patio había tres arcos. Era una casa vieja. Cuando supe que Raúl había estudiado música pensé: ha de tocar Martha en puras octavas, o Tico-Tico. De nadie he tenido una imagen más falsa que de él. La noche que lo conocí en el Consejo, a la mitad de la sesión, me pareció insoportable. Movía los brazos encima de la cabeza como un papá asustando a su hijo. Ya aquí en la cárcel, yo seguía pensando que el creador de la frase «bien concretito» (supongo que fue él), que todo el Poli usaba en el Consejo, no podía tocar más que Tico-Tico. Luego, un día me comentó que se ponía de mal humor cuando alguna obra de El clave bien temperado se le dificultaba especialmente.

–¿De El Clave? –le pregunté, seguro de que algo no iba bien.

–Sí. ¿Tú lo tocas?

Ni pensarlo, apenas si había llegado a los «Pequeños preludios». ¡Ah!, pues había algunos muy bonitos, que si me acordaba de ese que empieza: tatá tatá, y luego entra la segunda voz: tatítata, tatí. A ése no había llegado, pero lo conocía.

Así debe llover en Polonia. Es una lluvia triste. O tal vez no sea tanto la lluvia sino la crujía, el patio rodeado de puertas cerradas, el viento en el pasillo; porque en cu, cuando se ve venir la lluvia desde el Ajusco, es muy distinto. La cumbre verde queda oculta por los nubarrones y desde el salón de clase se ve bajar la lluvia por la ladera hasta que llega a la arbolada de Radio Universidad, luego moja la torre de la Rectoría y, finalmente, azota los cristales del salón. Como una función del número de reforzamiento previos y otros parámetros… la curva de extinción y cadenas de respuestas Skiner que si exponencial pero no cuando condicionamiento e-e. ¿Qué? ¡Ya no entendí nada! Oye, Marjorie. ¡Psst!, ¿qué dijo del condicionamiento e-e? ¿Del e-e? Nada, está hablando de Skiner. ¡Ah! Después me prestas tus apuntes. Debe ser la crujía porque en cu la lluvia es muy distinta, sobre todo cuando llega por atrás del Ajusco y empeza a bajar la ladera verde hasta que alcanza la arboleda de Radio Universidad, donde se ve salir la torre roja y blanca de la antena. Cuando está de buenas, dice De la Vega, te da cualquier cosa; hasta las nalgas, si se las pides; pero si esta de malas, no sólo te las niega, sino que es capaz de ponerse una ratonera… ¡pas! ¡Te imaginas! Acaba de asomarse una rata del tamaño de un conejo. Ya se habían acabado, pero empiezan a salir de nuevo, y dicen que por cada rata que se ve hay cien más. Es noviembre, dentro de seis meses me va decir Arturo que Selma no se quitó ni en el parto las pestañas postizas y no voy a saber si es cierto o se trata de otro cuento de Visitación. Como aquel del cesto de ropa sucia donde me caí. Selma es capaz de hacerlo y Visitación de inventarlo. En los dos esas cosas son «su de por sí». ¿Y por qué Polonia precisamente? ¡Y aquella espantosa Venus de Milo con una bandera norteamericana enredada en el toliro, como diría el Pino! Era el colmo. ¡Y con una luna en un pecho! Cuando la vi casi me vomito, ¡uagh! ¿Qué te parece? Muy original, le respondí. Uno ve bonitas muchas cosas o, más bien, trata de verlas. A la mitad de la manifestación del 1º de agosto también llovió. El rector y toda la... ¿cómo se dice? Es una de esas palabras que yo nunca uso. Como la otra palabrita que le oí por primera vez a Escudero: «coptado». Cuando le oí decir que a alguien lo habían «coptado» pensé: «Pobrecito, ¿por qué le habrán hecho eso?» Después me sonó a mentada de madre, fue cuando dijo: «Es un coptado.» Luego me enteré de que eran los seleccionados sin votación pero como nunca busqué en un diccionario, todavía no estoy seguro y nunca digo que «coptemos» a alguien porque a lo mejor se ofende. Pero esa no era la palabrita, sino «descubierta». Pues bien, el rector y toda la descubierta se tapaban con los periódicos que nos arrojaban desde el multifamiliar. En todas las ventanas había gente aplaudiendo y arrojando periódicos para que nos protegiéramos de la lluvia. A dos cuadras del lugar donde dimos vuelta para emprender el regreso por la avenida Coyoacán estaba el Ejército con ametralladoras montadas sobre camiones y con transportes militares en las bocacalles. Esta manifestación nos había tenido varias noches sin dormir porque en un principio la policía negó el permiso para efectuarla. Si no se daba autorización el rector no iría y de seguro tampoco los directores de facultades ni muchos maestros. Pero lo más grave era que podía causarse una grave división en la Universidad. Veinticuatro horas antes, cuando supimos que el rector no encabezaría la manifestación, nos habíamos reunido los universitarios con los representantes del Poli y no habíamos logrado sacar un acuerdo conjunto. El cnh aún no empezaba a existir. Durante toda la noche estuvimos discutiendo en un pequeño salón de la Escuela de Economía, en cu. Todas las facultades estaban en paro, pero las huelgas indefinidas no se habían consolidado. La participación de Barros Sierra era necesaria para unir a la Universidad, sobre todo si tomábamos en cuenta que las facultades del «ala técnica» siempre se mostraban reacias a participar en una huelga. El atentado contra la preparatoria había caldeado los ánimos y la indignación de los estudiantes exigía una medida enérgica como respuesta a la agresión militar. Ésta no podía ser otra que una manifestación encabezada por las más altas autoridades universitarias y todos los directores de las facultades, escuelas e institutos. Sin el rector la manifestación perdía todo su carácter universitario para quedar, simplemente, en estudiantil. Pero, además, la ausencia de éste hacía peligrar la difícil unidad de todas las facultades universitarias, tan heterogéneas en su población.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?