Senderos museográficos de la UNAM

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Museos Universitarios

Al igual que el concepto de patrimonio, el de museo también es cambiante y se ajusta a las necesidades de cada sociedad. En la Europa renacentista se retomaron los términos museion (el lugar de las musas) y pinakothek (colección de pinakes o láminas y cuadros) de la época clásica, para referirse a espacios donde se concentran y estudian objetos valiosos y obras de arte, respectivamente. Ello no quiere decir que predominara una única idea de ellos, por lo que podemos encontrar referencias a cámaras, gabinetes, salas o estudios relacionados con el término de museo, así como pinacotecas y galerías, con el de museos de arte.

La palabra museo comienza a aplicarse en la Europa del siglo XVI, evocando la idea clásica del museion. La extensión del término puede rastrearse claramente a partir de la obra Orbis Sensualium Pictus (1658), del célebre Juan Amós Comenio, el “Padre de la Didáctica”. Para Comenio, el análisis de objetos con referencias de libros y documentos se realiza en “el estudio”. Pero, la fama del museion clásico hizo que gradualmente se aplicara el término museo para instituciones dedicadas al desarrollo de conocimientos a partir de colecciones que se daban a conocer con propósitos científicos y educativos. Estas instituciones fueron adquiriendo mucho prestigio. Así, se observa, más de un siglo después, que la edición inglesa de esta obra comeniana (1777), “traduce” el estudio, como museum y en alemán aparece como das Kunstzimmer (la sala de arte) (Van Praët, 2019: 40-43). El término museo se extendió así por toda Europa y se extendió posteriormente a otras regiones del mundo (Ver Imagen 1).

A consecuencia de las ideas predominantes de la Ilustración y la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, el museo comenzó a concebirse como un espacio más abierto, permitiendo la entrada a públicos diversos.

Hoy en día, la idea de museo está muy definida espacial y funcionalmente (conservación, preservación, exhibición, comunicación), aunque su uso también se extiende como centro de interpretación cultural, incluso de entretenimiento y de espectáculo. Museos como el Guggenheim o el Louvre han traspasado las fronteras de sus países de origen, convirtiéndose ya en una marca específica a nivel internacional no solo en sentido cultural, sino comercial también.


En la actualidad, con el propósito de manejar un concepto eje de museo, generalmente se recurre a la definición que proporciona el ICOM:3

Institución permanente sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, comunica y exhibe el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y disfrute (ICOM, 2007).

En esta categoría pueden incluirse los sitios y monumentos culturales y naturales, así como instituciones que cuidan y exhiben ejemplares vivos, centros de ciencia, planetarios y parques naturales, entre otros.4

A partir de ello, y las propuestas realizadas por grupos de trabajo dedicados a museos de instituciones de educación superior, podemos considerar un museo universitario como una institución museal que, además:

Depende o está asociada a universidades o instituciones de educación superior y se ocupa de proteger y difundir el patrimonio a cargo de las mismas (Stanbury, 2003: 3).

Estas colecciones y museos no se circunscriben a una sola temática, ya que generalmente abordan las especialidades que fomenta cada universidad –artes, ciencias, tecnología, historia, etc.–, procurando la preservación y el desarrollo de su patrimonio, siempre con el propósito de apoyar las funciones universitarias de educación, investigación y difusión de la cultura. Hoy en día, este trabajo también se traslada a repositorios digitales, la Internet y las redes sociales, acrecentando la accesibilidad de visitantes de todo el mundo a las colecciones y los museos en general, y a los universitarios, en particular.

Llegar a este punto requirió de un largo proceso. Hay que recordar que viajeros, curiosos, diletantes, artistas y estudiosos formaron las primeras colecciones, gabinetes, museos y galerías, gracias al apoyo de algunos mecenas e instituciones económicamente consolidadas, como la Iglesia y las universidades. El afán por estudiar y exhibir colecciones cambió la forma de ver el mundo, interpretar el cosmos y construir conocimientos especializados, lo que derivó en nuevos métodos de investigación y enseñanza.

Poco a poco, los conocimientos especializados fueron encontrando su asiento en academias, escuelas superiores y universidades, donde se convirtieron en contenidos académicos dentro del marco de la educación formal. Muchos objetos y colecciones formaron parte de este proceso, constituyendo los primeros museos que, para el siglo XIX, se denominaron indistintamente como museos educativos, pedagógicos, escolares, estudiantiles, laboratorio, académicos, universitarios, en virtud del uso de las colecciones y de las personas involucradas en la integración de museos.

Actualmente, muchas colecciones armadas por profesores e investigadores se mantienen en sus gabinetes y vitrinas para fines exclusivos de docencia e investigación. Son materiales especiales, acervos cerrados5 a los que muy poca gente puede acceder y solo se visitan con la autorización del responsable. Entre estas colecciones destacan muestras necrológicas o piezas que contienen materiales peligrosos, que requieren de un acceso controlado.

Además de estas colecciones, las universidades también cuentan con museos académicos o museos de estudio, en virtud del servicio que prestan a profesores/investigadores y estudiantes. Muchos tienen una larga trayectoria y el aumento y la clasificación de sus acervos son resultado de un trabajo aca- démico cotidiano. Por lo general, son espacios pequeños ubicados en facultades o institutos a cargo de especialistas de cada área (paleontología, zoología, flora, etc.). Las piezas están muy investigadas y exhibidas ordenadamente en vitrinas o contenedores específicos y cuentan con su cedulario descriptivo. Son museos que, además, ofrecen algunas visitas guiadas a estudiantes y público general. A pesar de su apertura pública, su proyección social es limitada, ya que se ajustan a las necesidades académicas. Por consiguiente, los horarios de visita son restringidos y están cerrados en periodos vacacionales, de exámenes o debido a eventos especiales.

En un tercer nivel, están los museos dedicados a la divulgación de temas específicos. Pueden combinar exhibiciones permanentes y temporales, y su misión comunicativa los lleva a organizar todo tipo de actividades culturales complementarias. En consecuencia, su oferta museística es mucho más abierta en contenidos y horarios, atienden distintas audiencias, y sus servicios compiten con los de cualquier otro museo. Participan en programas generales como Noche de Museos, Día Internacional de Museos, Museos y Centros de Ciencia, Red de Museos y Espacios culturales para la atención de Personas con Discapacidad, Jóvenes en Conflicto con la Ley, etc., entre otros más. Son incluyentes, convirtiéndose en puntos de encuentro cultural y social. Frecuentemente, traspasan sus muros o los de la propia universidad, involucrando a escuelas, comunidades aledañas o grupos vulnerables. También desarrollan actividades especializadas en museología y museografía que generan productos específicos (programas, cursos, publicaciones, etc.) para actualizar y capacitar a profesionales de museos y al público general.

En puerta están también los museos virtuales, cibermuseos y las colecciones digitales. Algunos que parten del patrimonio tangible/intangible de las universidades y otros, resultado principalmente de la creatividad estudiantil. El uso de las nuevas tecnologías nos dará muchas aportaciones y sorpresas en este sentido.

Formas de exhibición, exposiciones temporales e itinerantes, al igual que el patrimonio natural y cultural tangible/intangible de cada universidad se integran al éthos institucional y dan cuenta de la evolución del pensamiento y desarrollo sociales, a la vez que reúnen conocimientos y prácticas en áreas de conocimiento tradicionalmente consolidados, como son la biología y la medicina, o los emergentes, como la museología y la divulgación.

La variada oferta de servicios, diseños y temáticas expositivas ha dado a los museos universitarios más presencia y visibilidad en la ecología cultural del país. No solo constituyen un valor agregado de la universidad, sino también se han convertido en instituciones con personalidad propia, que sobrepasan los objetivos meramente académico-culturales, para satisfacer necesidades de índole política, económica, social, turística o recreativa.

La mayoría de los museos universitarios realiza las mismas actividades que el resto de los museos, pero posee algunas características que los distinguen de los demás. Destacan, principalmente: la intencionalidad original y la procedencia de las colecciones, la comunidad académica que respalda el trabajo “tras mamparas y vitrinas” y el público meta al que se dirigen:

 La intencionalidad original y la procedencia de las colecciones se relacionan con los propósitos investigativos y docentes de la institución. Hay un vínculo muy estrecho entre comunidad y universidad. En el caso de las ciencias, es frecuente encontrar que académicos y estudiantes trabajen conjuntamente para reunir, preservar, exhibir y comunicar ejemplares naturales o científicos. En el de las artes, muchos materiales que otrora sirvieran como material didáctico o fueron elaborados por maestros y estudiantes, con el tiempo se convirtieron en piezas de exhibición, ya que fueron revalorizadas en virtud de su unicidad, originalidad, historicidad, artisticidad, simbolismo, etc., cambiando su función primigenia y transformándose en objetos musealizados. Así, los objetos artísticos, científicos, además de los históricos, se vuelven pruebas tangibles de la trayectoria académica y social de la institución. Muchos se convierten en los núcleos fundacionales de colecciones y museos, incluso, llegan a formar parte de los tesaurus institucionales.

 

 La comunidad académica que respalda el trabajo “tras mamparas y vitrinas” es específica de las instituciones de educación superior, ya que cuentan con los especialistas que pueden asesorar constantemente a los museos, imprimiendo un sello de calidad a la información que se transmite. La actualización de saberes en aulas y centros de investigación se traslada con mayor facilidad a los espacios de exhibición, haciendo del binomio universidad-museo un laboratorio permanente de enseñanza y comunicación, garantizando que contenidos y técnicas de transmisión estén a la vanguardia.

 El público meta de los museos universitarios lo conforma, en primera instancia, la propia comunidad universitaria. Esta puede considerarse de dos formas. Por un lado, los que asisten y participan diariamente en la vida universitaria; por el otro, en un sentido más amplio, a todas las personas que de una u otra forma están implicadas con la universidad, desde futuros estudiantes, hasta exalumnos; desde personal activo, hasta extrabajadores, al igual que personas que se relacionan temporalmente con la institución.Sin embargo, circunscribirse solo a este público significa desaprovechar la posibilidad de atraer a otros públicos y no dar a conocer todo el trabajo museográfico realizado. Por otra parte, ello conllevaría no solo a desconocer, el derecho a la cultura que tienen los demás sectores de la sociedad, sino también a incumplir con funciones universitarias sustantivas, como son la extensión académica y la difusión cultural. En consecuencia, la idea de público y audiencias en museos universitarios debe ser muy incluyente.

No obstante el peso de la tradición coleccionista y expositiva que tienen muchas universidades, la mayoría de sus piezas y colecciones pierden pronto su utilidad práctica y deben desecharse (herramientas, instrumental, equipos de laboratorio, cómputo, etc.) para dar entrada a materiales más modernos, según los requerimientos académicos del momento. Este sistema de modernización de materiales de trabajo es común a todos los centros de educación superior, por lo que cada uno debe implementar sus propias políticas de selección y descarte a fin de evitar pérdidas irremediables de piezas valiosas o importantes.

En México, contamos con cerca de 150 museos universitarios registrados, que equivale aproximadamente a un 10% de la oferta museal nacional.6 Seguramente hay muchos más que todavía no han abierto sus puertas al público, así como valiosos acervos cerrados y museos académicos que no han salido a la luz. Estamos convencidos de que, conforme se vayan consolidando las redes institucionales y de profesionales de museos, se buscará la forma de agregarse a esta línea museal, ya con fuerte arraigo en el país.

A pesar de que algunos museos universitarios son más visibles que otros, promoviendo constantemente sus actividades en los sectores académico, educativo, recreativo y turístico, la existencia y visibilidad de todos es fundamental no solo para la universidad en cuestión, sino para la vida cultural del país y la del mundo.

Trabajos previos

Los primeros datos compilados expresamente sobre los museos de la UNAM vieron la luz en 1985, en una pequeña publicación: Museos y Espacios museográficos de la Universidad Nacional Autónoma de México del Centro de Investigación y Servicios Museológicos (CISM), preparada por el reconocido Profesor Miguel Madrid para conmemorar el Día Internacional de los Museos (Ver Imagen 2).


En ella se mencionan seis museos (Antropología*, Chopo, Geología, Historia de la Medicina Mexicana, Necroteca*, MUCA y Zoología), dos jardines botánicos (ENEP7 Iztacala y el Jardín Botánico Exterior), tres invernaderos (ENEP Iztacala, Manuel Ruíz Oronoz y Faustino Miranda) y cinco espacios museográficos (Galería Universitaria Aristos*, Galería Casa del Lago, Galería del Extemplo de San Agustín**, Galería de la Escuela de San Carlos y Salas de Exposiciones del Palacio de Minería).

El folleto incluye solo información básica de los museos y las salas: una breve descripción de contenidos temáticos, la ubicación, el horario de servicio y los datos de contacto. Lo escueto de la misma se debe a la limitación de los medios tecnológicos de entonces; sin embargo, por primera vez se dio peso a los museos de la UNAM a partir de una investigación de campo que, además, sirvió para estrechar lazos entre los distintos museos universitarios. Con ello, se iniciaron también conferencias especializadas en este tema.

En 2006, al abrigo de UMAC, el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) organizó en México el 6º Congreso Internacional de Museos Universitarios con el nombre “Nuevas Rutas para los Museos universitarios” con la asistencia de representantes internacionales de ICOM. En él se abordaron problemáticas y perspectivas generales de los museos universitarios, como: contextos, colecciones, audiencias, gestión, experimentación, y se presentaron algunos estudios de caso. De manera más mesurada, se mencionaron específicamente los museos de la UNAM. El libro del encuentro vio la luz en 2008. Esta reunión fue fundamental para la proyección de la UNAM en el ámbito de los museos y fue la base para echar a andar el grupo de trabajo de UMAC en México.

Dicho grupo inició labores en 2007 en la UNAM, invitando a colaborar a todos sus profesionales de museos, así como los de fuera de ella. Inmediatamente se adhirieron miembros de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Con el tiempo, se han sumado más universidades, además de juntas de trabajo internas; también, se realizaron anualmente Encuentros de Museos Universitarios. Algunos resultados de estos encuentros vieron la luz en Memorias y reflexiones sobre nuestros museos universitarios (2012), en donde ya se presentaban estudios específicos de varios museos universitarios del país. Además, se añadió un CD con un registro de museos universitarios a nivel nacional.8 Las reuniones continúan hasta la fecha y los resultados de las mismas pueden consultarse en diferentes publicaciones, en videos en YouTube y en el repositorio de Ameyalli, de la UNAM.

Posteriormente, se realizó un Cuadro cronológico de los museos de la UNAM (ediciones 2009, 2011, 2014, 2016) y una Carpeta Informativa (2015), en la que registraron los servicios al público de los entonces 27 museos9, materiales que han servido para realizar estudios posteriores más detallados y profundos. La distribución de ambos materiales no fue masiva, pero se entregaron a diferentes autoridades universitarias, para su conocimiento. Los contenidos pueden consultarse en las páginas web.10

De 1985, año de la primera publicación, a la fecha, ha habido muchos cambios. Hay más museos, más profesionales, más actividades especializadas, más teorías museológicas, más medios de comunicación y redes sociales…; pero, sobre todo, hay más conciencia sobre la importancia y los alcances de los museos universitarios. Hay más interés de las propias universidades en sus colecciones, galerías y museos, y, lo más importante, de los universitarios y la sociedad en general.

Bajo el abrigo de otras instancias como el ICOM y el SUMyEM, se continúa con investigaciones virtuales y de campo para actualizar y mejorar la información, estrechar lazos entre los profesionales y establecer puentes entre las instituciones.

Influencias y contextos

El Museo Ashmolean (1683) de la Universidad de Oxford, Inglaterra, es el primer museo universitario del que se tiene noticia. Abrió sus puertas con piezas de la universidad y con acervos donados por el rico coleccionista Elías Ashmole, quien consideraba “que el conocimiento de la naturaleza es muy necesario para la vida y la salud humanas”. Por tal motivo, también se abrió a todo el público. Contaba con un Reglamento específico que empleados y visitantes tenían que observar.

Varias universidades europeas formaron también galerías, museos y jardines botánicos en los siglos posteriores, pero fue hasta el siglo XIX, con la consolidación de muchas universidades, que el coleccionismo universitario tomó fuerza. El intercambio de información y materiales entre investigadores y profesores de distintas partes del mundo propició la reunión y exhibición de piezas, así como la creación de museos. Este modelo de museo pronto se replicó en países de América.11

En México, la UNAM ha sido heredera natural de la tradición académica de la Real y Pontificia Universidad de México. Ya como país independiente, los estudios superiores se transformaron en Escuelas Nacionales (Preparatoria, Jurisprudencia, Ingenieros, Medicina, Bellas Artes y la Escuela de Altos Estudios), mismos que se integraron, junto con otros institutos, a la Universidad Nacional, al iniciar el siglo XX.

Para desempeñar sus funciones eficientemente, se asignó a la Universidad los bienes muebles e inmuebles pertenecientes a las Escuelas. Así, los famosos gabinete-museos de zoología y física de la Preparatoria, las galerías de arte de la antigua Academia y colecciones utilizadas en las carreras de Ingeniería y Medicina fueron integradas como patrimonio universitario.

En 1929, con el reconocimiento de la autonomía a la Universidad y la reorganización de los estudios superiores, se ratificaron sus bienes.12 Además, la Ley Orgánica de ese año señaló que la UNAM conserva la Escuela de Bellas Artes, no así “la anexa Galería de Pinturas y Esculturas, que permanecerá en su calidad de Museo de Arte”; el Instituto de Biología, “excepción hecha de la parte relativa al Parque Zoológico y al Jardín Botánico”; el Instituto de Geología (Art. 1º de los Artículos Transitorios).

Con estas disposiciones se asignaron a la UNAM el Museo de Geología (inaugurado en 1906), como parte del Instituto de Geología y el Museo del Chopo (inaugurado en 1913 como Museo de Historia Natural), así como la Casa del Lago (antiguo Club de Automóviles), estos últimos como parte del Instituto de Biología.13

De igual forma, las colecciones del Herbario Nacional quedaron bajo custodia de la UNAM. A estos museos se han agregado muchos más, principalmente después de 1954, año en que la UNAM iniciara su traslado al campus de Ciudad Universitaria, en Coyoacán.

En el interior de la República, durante el siglo XIX y principios del XX se establecieron varios Institutos Científicos y Literarios que posteriormente serían la cuna de futuras universidades. Destacan los institutos de Puebla (1825), Jalisco y Chihuahua (1826), Oaxaca y Guanajuato (1827), Toluca (1828), Tamaulipas (1830), Zacatecas (1831), Veracruz (1843), Michoacán (1847), Tabasco, Aguascalientes, Coahuila y Yucatán (1867); Guerrero, Hidalgo y San Luis Potosí (1869); Querétaro (1871), Morelos (1872), y Sinaloa (1874). Posteriormente, se formaron institutos en Campeche, Chiapas y Durango. Al crecer y transformarse en universidades, la mayoría también heredó los instrumentos y materiales de enseñanza que se convirtieron en tesaurus universitarios, posteriormente dispuestos como museos. La Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) son claro ejemplo de este proceso de transformación.

Durante el siglo XIX y principios del XX, muchos de estos museos eran principalmente repositorios de objetos estudiados y ordenados, dispuestos en forma “objetiva” y estática bajo el principio de que “el objeto habla por sí mismo”, considerando al visitante como un mero observador. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo XX, estas apreciaciones cambiaron gracias a cuestionamientos de pedagogos y educadores sobre los alcances reales de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Ello propició nuevas técnicas y métodos de enseñanza y el valorar espacios alternativos para el aprendizaje, entre los que se encuentran los museos. Se asentó, en general, que el aprendizaje no se circunscribe exclusivamente al ámbito formal –en aulas de clase con un programa académico predefinido–; sino que también se da en ámbitos no formales –a través de pláticas o conferencias– e informales, como mirar la televisión, navegar por Internet o con visitas a zonas patrimoniales.

 

Con estos nuevos planteamientos, el museo abrió un abanico de actividades y servicios bajo otro enfoque, aplicado específicamente al ámbito museístico. La idea positivista de exhibición estática de piezas, siguiendo el mismo orden de los temas escolares y libros de texto, comenzó a cambiar, lo que rompió con la rigidez expositiva, los discursos unívocos y las visitas inalterables. El interés del museo desde entonces se dirigió al público, clasificado en diferentes características y necesidades. El visitante pasivo se volvió activo; los mensajes lineales de la museografía quedaron sujetos a interpretaciones personales. A partir de ahora, el público hace al museo y no las colecciones a este.

Las nuevas teorías pedagógicas y comunicativas abonaron el terreno museal diversificando museografías, actividades complementarias a las exhibiciones y extendiendo los servicios a lugares externos al museo, como jardines y parques. Así, el visitante ya no solo va a aprender, pues, además, puede pasar ratos agradables y de socialización en el museo.

El cambio de paradigmas en materia educativa también se reflejó en instituciones de educación superior, definiendo los campos de acción de la extensión académica y la difusión cultural, así como las actividades de cada área. Conferencias, cursos, teatro, danza, conciertos, exposiciones, etc., tomaron mucho impulso hasta convertirse en programas universitarios prioritarios. Varias universidades latinoamericanas consideraron a los “museos y salas de exposición como punto eje de las artes plásticas” (L.E.U., I, 264).

La divulgación, como acción comunicativa dirigida a diferentes audiencias, también encontró su asiento en los museos, haciendo más atractiva la transmisión de conceptos y discursos complejos a públicos no expertos. Todo ello transformó la organización y el funcionamiento de los museos; los universitarios no serían la excepción, pues, al depender de una institución a la cabeza de los avances científicos y tecnológicos mundiales, también deben hacer eco de tales avances.

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