La prevención, la mejor protección contra el abuso sexual infantil

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Otro caso

El niño está avergonzado, con la cabeza gacha, sintiendo que se le ha pillado en algo vergonzoso y malo.

Podemos decir:

—Parece que te sientes mal.

Asiente con la cabeza.

—¿Qué te hace sentir mal?

Se encoge de hombros.

—¿Es lo que estabais haciendo lo que te hace sentir mal o que os haya pillado?

—Las dos cosas.

—Ya. ¿Por qué piensas que es malo lo que hacíais?

—No sé.

—¿No querías hacerlo?

Se encoge de hombros.

—Y si no querías hacerlo, ¿qué ha pasado?

—Que me obligó.

Se encoge de hombros.

—Ya, y cómo te obligó.

—No puedo decirlo.

—Ah, ¿por qué?, ¿qué pasaría si me lo contaras?

—Que me harían…

Hace un signo con el dedo de cortarse el cuello.

—Ya veo, y eso te asusta.

—Pues claro, ¿qué te parece?, ¡me muero!

—Bueno, ¿sabes?, conozco a una persona que ayuda en estos casos. Voy a hablar con ella a ver qué podemos hacer.

—Pero no lo cuentes.

—Lo siento, creo que lo estás pasando mal y voy a hacer lo posible por ayudarte. ¿Tus padres lo saben?

—No, ellos no saben nada.

—Vale, voy a pedir ayuda a ver si podemos buscar una buena solución, ¿te parece?

—Vale.

—Y cuando lo necesites, quiero que sepas que puedes hablar conmigo.

Se le derivará a un psicólogo especializado en abusos.

Si simplemente se trata de un juego de niños, después de charlar con ellos sobre este tema con naturalidad, debemos explicarles que el colegio no es el lugar adecuado para hacer esas cosas, que entendemos su curiosidad, pero que este no es el lugar.

Les contaremos con tranquilidad que tenemos que hablar con los implicados y también con sus padres, pero sin avergonzarlos ni hacerlos sentir mal, para que sus progenitores hablen con ellos sobre sexualidad, puesto que es normal a su edad tener curiosidad. Les preguntaremos si tienen confianza con sus padres, si saben que no pueden obligar a nadie a jugar a estos juegos y si tienen conocimiento de que los mayores no han de jugar con sus partes íntimas. Les diremos también que deben de leer algún libro adecuado a su edad para poder satisfacer su curiosidad.

En cualquier caso, no hemos de magnificar el hecho, porque no se trata de un acto terrible. La curiosidad de los niños los puede llevar a investigar, y nosotros hemos de enseñarles a respetar los límites del cuerpo del otro, a saber que hay espacios para cada cosa, y que el colegio no es el lugar adecuado para jugar con la sexualidad, puesto que eso es algo íntimo que no se debe hacer en el colegio, ni siquiera con el consentimiento de todos los implicados.

A lo largo de toda mi trayectoria profesional, he descubierto que hay menores con distintos grados de energía sexual; así, los hay con mucha energía, con media y/o con poca.

La sexualidad no es más que parte de nuestra energía. Aquellos con más energía de este tipo tienen una mayor curiosidad en estos temas. Eso no implica que hayan sido víctimas de abusos o que alguien los haya dañado, pero sí serán más activos, tendrán más curiosidad e interés, y comenzarán antes sus actividades y exploración. Estos menores empiezan a sentir antes atracción por las chicas o los chicos, a formular preguntas sobre parejas y novios, a tratar de saber y sentir curiosidad sobre cómo se hacen los bebés. No nos debe alarmar, solo hemos de enseñar a contener, canalizar y manejar toda esta energía y tratar de lidiar su interés de forma amable y tranquila, explicándole que el colegio no es un lugar para ciertos tipos de juegos.

Tenemos que aprender a ayudar a estos niños muy sexuales a canalizar esa energía a través del deporte o el baile, o alguna actividad que exija movimiento y los ayude a sacar el exceso de energía, a la vez que educarlos sexualmente hablando con los padres para que los ayuden a encauzar esa energía de forma sana y creativa, a través de charlas con ellos, contestando a sus inquietudes, y de libros de educación sexual adecuados a su edad, para que aprendan a respetarse a sí mismos, y a respetar a otros niños a la vez que su curiosidad sexual está satisfecha sin peligro alguno.

Hay que tener en cuenta que su curiosidad los puede llevar a acercarse a abusadores que los utilicen y dañen y les enseñen una sexualidad malsana.

Si los padres no se sienten preparados para esta charla, sería conveniente que buscaran algún adulto que sí la pueda tener; es importante que crezcan con una sexualidad sana.

Si tenemos la opción de grabar la entrevista porque tengamos permiso de los padres, recomiendo grabar por lo menos el audio con el móvil, sobre todo si tenemos sospechas de un abuso. Trataremos de no intervenir, dejaremos que los niños nos narren lo que ha ocurrido y, después de que ellos hayan terminado su narración, formularemos preguntas abiertas y saludables como:

• ¿Qué ha ocurrido?

• ¿Cómo y/o quién ha comenzado?

• ¿De quién ha sido la idea?

• ¿Quién te ha hecho eso que narras?

• ¿Dónde ocurrió, cuántas veces ha ocurrido?

Nunca hay que hacer preguntas inductivas como:

• ¿Ha sido Juan quien ha empezado?

• ¿Tenías que bajarte los pantalones?

• ¿Te ha tocado los genitales?

• ¿Has tocado sus genitales?

• ¿Has hecho eso porque un adulto te lo ha hecho a ti antes?

Muchas veces a los niños, como a muchos adultos cuando sienten que los han «pillado» en algo que se supone que no está bien (juegos sexuales con otros compañeros), no porque ellos lo sientan como una cosa mala sino porque ven nuestra cara de «horror» cuando los descubrimos, se les hace difícil decir que simplemente están explorando, experimentando y jugando, o conociéndose mutuamente (que es lo que dirían si nosotros les habláramos con normalidad). Yo lo he escuchado decir a más de un niño/niña, cuando los he descubierto jugando a juegos sexuales, y muchos padres también lo han confirmado). Pero si en nuestras caras ven ese «te he pillado en una acción vergonzosa» o «¿cómo? ¡si solo eres un niñ@!» (Hemos de saber que los niños y niñas son seres sexuales desde el mismo momento de nacer, aunque nos cueste reconocerlo, y que tienen curiosidad y ganas de explorar desde su infancia y buscan respuestas y pueden estimularse desde muy pequeños).

Así que si les «pillamos» en una actitud así (con la connotación de que estamos viendo algo que consideramos como no adecuado), si ven en nuestra mirada el susto o la sorpresa negativa, en cualquier caso una mirada no sana y más bien enjuiciadora, si les preguntamos:

• ¿Pero qué estáis haciendo? Ellos tienden a ir a la solución más fácil.

• ¿Lo has hecho porque alguien te lo hizo a ti primero? Al ver la cara que ponemos y la gravedad en nuestra voz, suelen responder afirmativamente.

• ¿Ha sido el profe de lengua quien te lo ha hecho? Decir sí es lo más fácil para ellos en esos momentos.

Los menores piensan que así no los van a reñir tanto; es como dirigir la culpa hacia otro lado. Lo único que quieren en esos momentos es escaparse de la mirada enjuiciadora que están viendo en nuestros ojos, sin darse cuenta de las consecuencias que eso puede tener para el profe de lengua y para él mismo. Por esta razón, hay que tener mucho cuidado y no formular preguntas directivas a los menores.

Si sospechamos que los niños están en el baño jugando a juegos sexuales, podemos invitar desde fuera diciendo: «Hola, chicos, ¿por qué estáis tardando tanto en salir del baño? ¿Por qué os metéis dos en el mismo cuarto de baño?». Es conveniente separarlos para preguntarles individualmente y ver lo que cuenta cada uno, y si la versión de ambos coincide; es importante estar relajados y no poner caras o miradas de que es algo malo, puesto que solo queremos saber lo que pasó en los baños, solo eso.

Es importante averiguar si alguno está intimidado por el otro, o si los dos están de acuerdo y se trata de un juego inocente. Si tenemos sospechas de que algún niño intimida a otro en el baño, hay que tratar de no dejarlos ir juntos al baño, tener una charla con ambos menores, por separado, y observarlos en los patios y las salidas de los baños. Si sospechamos que un niño fuerza a otros o siempre tiene la iniciativa para jugar a esos juegos sexuales, además de hablar con el chico, hay que hablar con tranquilidad con los padres del niño para pedirle que ayuden a su hijo a canalizar su energía sexual, o busquen la ayuda de algún psicólogo especializado en ASI.

Podemos decirles: «Hemos encontrado en varias ocasiones a vuestro hijo jugando a juegos sexuales en el baño; sabemos que son cosas de chicos, y de su curiosidad, pero no podemos permitir estos juegos en el colegio. Nosotros pondremos atención para que esto no vuelva a pasar, pero quizá sería conveniente que hablaran con él sobre ello, y quizá ayudarse de un profesional que le enseñe a canalizar esa energía y a manejarla de forma adecuada».

4.3 CONTEXTO PSICOTERAPÉUTICO

A nivel psicoterapéutico podemos trabajar con los menores para ayudar a la prevención, detección e intervención del ASI. Muchos menores llegan a terapia con síntomas de ASI: ansiedad, angustia, problemas de sueño, regresiones, aislamiento, problemas de relación, autoagresiones, etc.

A través de juegos podemos explorar qué hay detrás de estos síntomas, y fortalecer y proporcionar herramientas a los menores para que puedan comunicar lo que les ocurre y ser más asertivos y resolutivos.

 

Dependiendo de la edad de los niños, y siempre adaptándonos a un lenguaje acorde con la misma, podemos explorar si los menores son conscientes de los límites de su cuerpo, si conocen sus partes íntimas, si es respetada su intimidad en su familia o en el colegio o si se sienten invadidos y faltos de privacidad. Un cuento de educación sexual infantil que puede ayudar es Tu cuerpo es un tesoro, ilustrado por Elisa Bernat, que enseña a los menores de forma lúdica las distintas partes del cuerpo y su privacidad.

Podemos ayudarlos a hablar de las emociones, a reconocerlas, y verbalizar lo que sienten por cada uno de los miembros de su familia, o personas de su entorno familiar; enseñarles a reconocer con quién se sienten a gusto y cómodos y con quién a disgusto e incómodos, y a poder expresar esa incomodidad, a escucharse, a transmitir lo que sienten.

Podemos hablarles de esos secretos que algunas veces guardamos que nos hacen sentir mal, esos que conviene sacar y expresar, y darles la confianza suficiente para que en este contexto puedan hablar de todas esas cosas que duelen o les hacen sentir mal, para solucionar los problemas que les hacen sentirse mal. Algunas veces, un cuento que hable de los secretos puede ayudar al niño/a a explicar esos secretos que le hacen sentirse así. El Senticuento ¿De qué color son tus secretos?, ilustrado por M.ª Jesús Santos Heredero, puede ayudar mucho a los menores a compartir esos secretos difíciles que algunas veces guardan para ellos; es una forma lúdica, divertida y bonita de contar esas cosas que en ocasiones resultan difíciles de explicar.


Considero estos cuentos una ayuda para poder hablar de forma natural y eficaz con los menores, una herramienta más con que poder explorar el mundo de la intimidad y de los secretos con los niños, tanto en los colegios como a nivel familiar y terapéutico. Podemos hacerlo con la lectura de los cuentos o representándolo a través de guiñoles e interactuando con el menor con muñecos.

Podemos enseñarles que algunas veces algunas personas, aunque sean de la familia, tienen problemas con los límites e invaden nuestro espacio personal y eso nos incomoda, y preguntar si algunas veces se han sentido invadidos e incómodos por algún adulto o niño de dentro o fuera de la familia. Y enseñarles a poner el límite donde ellos lo sientan, con asertividad y determinación.

Juegos con límites y ausencia de límites pueden ser buenos para enseñarles a ser asertivos y hacerse respetar.

Haremos que aprendan a comunicarse de forma asertiva y a resolver los conflictos que surgen en su vida cotidiana, incrementando la confianza en sí mismos y expresándose con mayor claridad y determinación. Deben aprender que tienen derecho a decir SÍ y a decir NO, según lo sientan, y si se sienten incómodos con un abrazo o un beso en un momento dado o no les apetece que los abracen o les hagan cosquillas en ese momento pueden decir abiertamente NO; aunque sean pequeños, tienen derecho a que se respete su espacio y su ser.

También debemos enseñar a los padres de los menores con los que trabajemos. Hemos de decirles que las situaciones de «abuso» cotidianas que reciben los menores a diario les pueden hacer vulnerables a los abusos; son esos pequeños abusos frecuentes del día a día de los que no nos damos cuenta, y que pueden parecer invisibles, los que pueden estar abonando el terreno para los abusadores.

Muchos niños víctimas de abuso me decían que pensaron que era normal que un adulto les tocara los genitales. «Ya sabes — me decían—, los adultos siempre hacen cosas que no me gustan como abrazarme muy fuerte o hacerme cosquillas; y, aunque les digo que no, no paran. Yo pensaba que esto que me hacía era normal, como esas otras cosas. Los adultos hacen lo que quieren siempre y no entienden el NO; si les digo NO, se enfadan y me lo hacen más veces».

En los talleres que tengo de niños para prevenir el abuso, muchos expresan cómo se sienten al sufrir estos abusos diarios por los distintos adultos de su entorno.

Ejemplos de lo que me cuentan en los talleres:

• La abuela me da besos y me achucha, aunque le digo que no quiero. Incluso me dice que soy desagradable y maleducado si un día no quiero darle un beso.

• El abuelo me hace cosquillas y, cuando me canso, le digo que pare y no para.

• Cuando juego con mi primo y me hace daño, le digo que pare y no para.

• Cuando mamá me dice que soy su bebé y me achucha fuerte, algunas veces le digo que no quiero y sigue haciéndolo.

• Cuando papá me sujeta las piernas, me pone boca abajo y bromea conmigo, me gusta; pero cuando no me apetece y le digo que no quiero, no me escucha y sigue, sigue.

Trabajaremos su autoestima para que tengan confianza en sí mismos y puedan sentir que tienen más fuerza.

4.4 CONTEXTO SOCIAL Y POLÍTICO

La importancia social de la prevención del ASI está clara: si trabajamos para la prevención y detección del ASI podremos reducir mucho la prevalencia del ASI con todas las secuelas asociadas a ello.

Por un lado, si trabajamos la prevención evitaremos que muchos menores sean víctimas de abuso porque estarán preparados para ponerle límite y decir: No, son mis partes íntimas, no se tocan.

En cuanto a la comunicación, al trabajar la prevención les enseñamos que sus partes íntimas son privadas y si alguien las invade han de contarlo. Lo más probable es que lo cuenten después de que haya pasado la primera vez, y podremos acogerlos en el momento de explicarlo y protegerlos.

Sí, sé que no podremos prevenirlo en todos los casos; habrá abusadores que seguirán realizando estas acciones, y se reirán de los límites impuestos por los niños.

Identifico tres tipos de abusadores: los que tienen rasgos psicopáticos, los que pertenecen comúnmente a la media de la población y los que son socialmente reconocidos y muy respetados.

Los más psicopáticos, a los que llamo en el lenguaje de los niños los malos malosos malososientos, son personas con rasgos psicopáticos, con falta de empatía, manipuladoras, controladoras. No podemos darle herramientas al menor para protegerse de ellos; un niño solo es un niño, y no tiene fuerza para protegerse de un adulto malsano solo con la palabra.

Los de la media de la población, a los que yo llamo para que me entiendan los menores los buenimalos, en general son personas buenas, con comportamientos aceptables para la sociedad, pero algunas veces pierden los nervios y se les puede escapar alguna mala acción que los lleva a portarse de forma no adecuada. Estos son la mayoría de los abusadores intrafamiliares; los menores sí se pueden proteger de ellos si están preparados y les damos las herramientas adecuadas.

Los socialmente reconocidos, en el lenguaje infantil los buenos buenosos buenososientos, son aquellos que todos consideramos bellísimas personas. En general, tienen comportamientos reconocidos socialmente por su amabilidad y su buen hacer con todos aquellos que están en su entorno; también entre estos puede haber abusadores, a los que cuesta más enfrentar porque los menores no suponen que estas personas puedan estar haciendo algo malo. A los menores a los que hemos preparado, les explicamos que estas personas pueden estar confundidas y no saber respetar esos límites de su cuerpo, por lo que si el menor les dice: «Estas son mis partes íntimas y no puedes tocarlas», estas personas pedirán perdón y se apartarán. De estos sí podemos enseñar a los menores a protegerse y a comunicarlo si les ocurre.

Es importante detectar al abusador si preparamos a los niños y a su entorno; de esta forma, los menores lo cuentan en cuanto ocurre. Así, también podremos poner en el punto de mira al posible abusador que, viendo que actuamos de forma rápida y con firmeza, rechazando esta acción, denunciando según el caso y asegurándole que estaremos pendientes de su proceder y de sus actuaciones futuras, y de su cercanía con otros menores, se pensará mucho tener otra conducta sexualizada con otros menores, ya que sabe que estaremos atentos a sus actos y protegeremos a los niños de nuestro entorno.

Tras haber trabajado durante treinta y tres años con miles de personas de distintas edades que han sido víctimas de abusos sexuales en la infancia, he observado que cuando los niños saben respetar su cuerpo y hacer que lo respeten, si tienen la capacidad de comunicar el abuso, si son escuchados y son tratados en el mismo momento en que ocurre de forma adecuada, las secuelas son leves o nulas.

Los niños que tienen la capacidad de comunicarlo se sienten valientes y salen de la experiencia fortalecidos. Hay distintos casos:

• Los que han sabido poner el límite, y se sienten fuertes por haberle podido decir NO a su agresor, y te expresan con orgullo su hazaña.

• Los que no han sabido poner el límite en el momento, como me han contado algunos niños: «Cómo iba a decirle que No, era mi primo mayor», «No sabía lo que estaba pasando, era mi tío, no pensaba que él me haría algo malo, hasta que me lo hizo y yo no sabía qué hacer, no sabía cómo pararlo, luego se lo conté a mamá». Estos menores han tenido el valor de contarlo tras la primera o segunda vez que ocurrió y se sienten aliviados por haber soltado la pesada carga que llevaban.

A ambos hemos de hacerlos sentir valientes, porque les explicaremos que gracias a que nos lo han contado hablaremos con esa persona y le enseñaremos que eso no se hace, para que no se lo vuelva a hacer ni a él ni a otros niños. Dependiendo de la edad del niño y de la respuesta hacia su abusador, también le diremos que esa persona tendrá responsabilidad sobre sus actos y deberá asumir las consecuencias; probablemente tendrá un castigo por haberle dañado.

Otros niños no se atreven a contarlo y guardan silencio, bien porque han sido amenazados, porque les da vergüenza o para proteger a sus padres (para que no sufran y se sientan mal o para que no se enfaden mucho, o porque es el abuelo y creen que su padre se sentiría muy mal sabiendo que el abuelo hace esas cosas), para proteger al mismo abusador («también le quiero»; o tienen sentimientos encontrados hacia él, amor/odio) o simplemente por temor. El secreto es uno de los factores que más daño hace al menor; a la larga, hace que el dolor, el malestar y los sentimientos de culpa se agranden y se enquisten, y produzcan secuelas más graves. Por eso es importante detectarlo a tiempo y ayudarlos a expresarlo.

Guardar ese secreto durante mucho tiempo daña al niño, hace que las distorsiones cognitivas que tiene el niño se fijen y se graben. Así, sienten y creen que ellos son los culpables de lo que les ha pasado; se sienten malos, sucios, no adecuados. Y la ambigüedad de emociones sentidas, amor/odio, placer/malestar, quiero/no quiero, culpa/acusación, toda esta amalgama de emociones y sentimientos los daña. Sienten que guardan un secreto terrible, que si los demás vieran realmente quiénes son, se darían cuenta de su gran culpa; y van creciendo sin atreverse a vivir con plenitud, guardando parte de su ser, funcionando al 60 o 70 % de sus posibilidades, porque parte de su energía está dedicada a guardar ese secreto tan «feo y desagradable» que no quieren trasmitir, por temor a que otros descubran su gran vergüenza.

Por otro lado, cuando trabajamos conjuntamente con toda la sociedad, estamos previniendo no solo que los niños sean víctimas de abuso, sino también de los abusadores. Cuando los abusadores son conscientes de que la sociedad está sacando a la luz este problema, y que el secreto, el silencio y la desinformación de los niños ya no son sus cómplices, tienen menos espacio donde abusar. Por otro lado, si preparamos a los menores para poner límites y contarlo si les llega a ocurrir, descubriremos antes a los abusadores y podremos poner remedio a esta problemática social que tanto dolor y secuelas produce en los menores y en los adultos que han sido víctimas de abusos en la infancia.

Muchos de los abusadores con los que he trabajado minimizan la importancia del daño que han causado, diciendo cosas como: «el menor venía y me buscaba», «yo no le hacía daño, yo soy de los buenos, lo que yo he hecho no es para tanto, le daba placer», «cuando vi que le hacía daño, paré, yo soy bueno, ¡eh!, no como esos otros que sí han de estar en la cárcel». No son conscientes del daño que hacen en el momento ni, sobre todo, a la larga a ese menor; minimizan el efecto de sus acciones. Así que si los detectamos a tiempo podemos mostrarles el daño que causan y evitar que abusen de otros menores y de formas más graves.

 

En cuanto a la etapa adolescente, uno de cada cinco, según estudios de la Unión Europea, ha sido víctima de abusos; y, de estos, el 20 % se convertirá en abusador. Si a esta edad trabajamos con los menores, es posible que podamos ayudar a sanar a estos menores, así como detectar a los posibles abusadores, concienciándolos del daño que esto produce y ayudándolos a canalizar su energía sexual de forma constructiva.

Es importante trabajar con los menores que han sufrido ASI en distintos ámbitos; trabajar con ellos una educación sexual sana, enseñarles a poner límites, fomentar su autoestima y asertividad, trabajar su agresividad y sentimientos de culpa, mejorar la comunicación y las relaciones... Todo ello nos llevará a reducir la prevalencia del ASI.

El ASI tiene un mayor grado de incidencia asociado a distintas enfermedades mentales, como depresiones, psicosis, trastorno límite de la personalidad, etc., así como con actitudes en el afrontamiento hacia la vida, sentimientos de inferioridad, de culpa, de no ser válido. Esto hace que el SER no se desarrolle en toda su plenitud; si consiguiéramos detectarlo a tiempo, ahorraríamos mucho dolor y sufrimiento a toda la sociedad (tanto a la persona que ha sufrido ASI, como a padres, hermanos, pareja, abuelos de niños que sufren ASI, y reacciones adversas que dañan a la sociedad de una u otra forma: bajas por depresión, brotes psicóticos, paranoias, agresiones, suicidios…).

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