La mujer migrante en Colombia

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Precisamente por ello, la Corte Constitucional ha mantenido en su línea jurisprudencial que, como pilar fundamental de la Constitución y del Estado social de derecho, se puede exigir a todas las personas y al propio Estado el garantizar, en la medida de lo posible, condiciones mínimas de vida digna a todas las personas, de forma que preste asistencia y protección a quienes se encuentren en situación de vulnerabilidad13. Por ello es que en el artículo 1 de la Constitución se establece que el Estado se funda en el respeto a la dignidad humana, el trabajo y en la solidaridad hacia quienes lo integran, y en el artículo 95 dispone el deber de las personas de actuar conforme al principio de solidaridad social a través de acciones humanitarias ante situaciones donde se ponga en peligro la vida o la salud de alguien14. Así, existe un deber de solidaridad por parte del Estado, y en esa medida impone la esfera de cumplimiento de sus fines esenciales como Estado social de derecho15. Este deber incluye también de manera activa a las personas particulares y a toda la sociedad en general.

En este sentido, los artículos 13 y 40 de la Constitución Política vienen a fortalecer la necesidad que el Estado intervenga de manera activa para que los derechos de la mujer, progresivamente, se garanticen y se elimine toda brecha de desigualdad con los hombres. Así, de los derechos humanos surgen para cada Estado determinadas obligaciones, por un lado, las de respeto y garantía, en las cuales el Estado tiene el deber de respetar las limitaciones que le imponen los derechos humanos y tiene que actuar como defensor y proveedor de ellos; por otro, las alusivas a la responsabilidad del Estado por omisión, incumplimiento o violación de sus obligaciones de respeto y garantía. También el Estado tiene obligación de hacer promoción de los derechos humanos y protegerlos. Se puede deducir que, el derecho de la mujer a migrar, tanto para nacionales como extranjeras dentro o fuera del territorio nacional, es un derecho progresivo y exigible, pues, el Estado debe respetar, hacer, dar, promover y proteger, para que así el derecho pueda ser efectivo en condiciones dignas.

Todo lo anterior refleja que el enfoque de derechos humanos es aquel que permite abordar y analizar una situación de forma amplia, para que se pongan en práctica las normas y principios que al efecto se han establecido, por lo que es necesario que contemple todas las garantías existentes en pro de los seres humanos y busque su plena realización. Este enfoque suele hacer un mayor énfasis en los grupos poblacionales que son objeto de mayor marginación, exclusión y discriminación16. De tal manera, para comprender el concepto de feminización de las migraciones, el cual en términos generales hace referencia al aumento de la presencia así como del reconocimiento y visibilidad de la mujer en el campo de las migraciones y sobre cuya historia se hará alusión en la siguiente sección, es que se torna importante hacer uso de este enfoque de derechos humanos, precisamente porque permitirá comprender de forma integral el fenómeno y las distintas realidades que pueden existir en relación con las mujeres, sus derechos y la migración.

2. Aproximación teórica al estudio de la historia de la migración de las mujeres y su representación actual en cifras globales

Las situaciones de vulnerabilidad que suele enfrentar la población migrante se agravan aún más por el hecho de ser mujer, esencialmente porque las relaciones de género determinan o influyen en las dinámicas migratorias y refuerzan las desigualdades que ya existen entre los distintos roles. D. J. Bogue al referirse a la migración en los Estados Unidos en 1963, hace una descripción del transcurso del desarrollo histórico del fenómeno, que Charlotte Elton interpreta y hace extensiva para el caso de América Latina (en 1978). Esta descripción se considera que tiene vigencia hoy —2020—, pues las cifras de la migración así lo demuestran. Este desarrollo histórico se clasifica de la siguiente manera: en una primera etapa, “emigran más hombres que mujeres, la migración es estacional, o la residencia en el lugar de destino dura sólo un año o dos. Durante la segunda etapa, emigran más familias, y un mayor número de migrantes pretende permanecer por varios años o hasta que se jubilen o, también, indefinidamente. Finalmente, durante la tercera etapa, emigran más mujeres” (Elton, 1978, p. 14). Dentro de este esquema, Elton considera que América Latina se encuentra en la tercera etapa, donde las mujeres son las principales protagonistas en las migraciones.

La migración femenina como objeto de análisis es relativamente reciente. De hecho, hasta mediados de la década de los 70, es que los estudios sobre migración “se caracterizaron por la ausencia casi completa de una vinculación entre procesos migratorios y participación femenina tanto en la formulación teórico-metodológica sobre migraciones como también en las investigaciones empíricas y en las propuestas de políticas públicas” (Mora, 2003). Desinterés que,

coincidía con el reconocimiento de la feminización de las migraciones internas en los países en desarrollo en los 60 y 70 así como con evidencias empíricas de dicho fenómeno que en la región latinoamericana tuvo consecuencias, tales como la falta de interés en la selectividad femenina de los flujos migratorios internos, su caracterización como migración asociacional, la consideración de las actitudes de riesgo y emprendimiento como exclusivamente masculinas y la invisibilización del trabajo remunerado de las mujeres migrantes. (Mora, 2003, p. 7)17

La presencia de las mujeres en las migraciones y el respectivo reconocimiento de este fenómeno es lo que permitió el origen y facilitó el desarrollo del concepto de feminización de las migraciones, esto es afirmado en el texto Cultura y Migraciones “Propuestas didácticas para una mirada al mundo en movimiento”, cuando indica que el

concepto se empieza a utilizar frente a la evidencia de que cada vez son mayores los números de mujeres que migran. La feminización de las migraciones supone para las mujeres migrantes un posible cambio de rol con respecto a sus papeles en las sociedades de origen ya que, al iniciar el proceso migratorio, de ellas depende la supervivencia de sus familias y así, pueden pasar a convertirse en cabezas de familias. Al mismo tiempo, este fenómeno supone una transformación de la imagen tradicionalmente masculina de las migraciones, atribuyendo el aumento de las mujeres migrantes a los procesos de reagrupación familiar. Por el contrario, este aumento se debe a los cambios producidos con respecto a las familias en los territorios receptores, donde con la incorporación generalizada de la mujer al mercado laboral ha producido un aumento de la demanda de mano de obra para el trabajo doméstico, sector eminentemente femenino. En cualquier caso, no podemos olvidar que, pese a que se hable de migraciones femeninas como un todo compacto y homogéneo, en realidad, se trata de un colectivo diverso, dinámico y distinto según las sociedades de origen y las propias historias de vida. Finalmente, cabe resaltar que las mujeres migrantes, en multitud de ocasiones, se ven sometidas a una doble discriminación: por su condición de migrantes y por su condición de mujeres. (OEI, s.f., pp. 45-46)

De manera que, los años setenta se constituyeron en el punto de partida para el desarrollo de las primeras propuestas teóricas relativas a género y migraciones, estos modelos posibilitaron la incorporación del sexo como variable de análisis (Mora, 2003, p. 7). Así, en la segunda mitad del siglo XX la presencia de las mujeres en los flujos migratorios se fue equiparando lentamente con la de los varones y hacia los años noventa ya representaba la mitad de los migrantes (internos e internacionales) (Pacecca, 2012, p. 82). De modo que “para la década de los noventa, podría decirse, el género se incorporó como concepto teórico central y principio estructurador de los movimientos migratorios” (Mora, 2003, p. 8). Desde entonces, los temas de la desigualdad entre hombres y mujeres y la feminización de las migraciones son una preocupación.

En este sentido Pacecca señala que “este proceso de feminización conllevó significativos esfuerzos teóricos para tematizar y abordar el género (entendido como principio nodal estructurante de lo social) en su relación con las dinámicas migratorias”, y añade que, en el caso de las tres relatorías especiales de la Organización de Naciones Unidas18, se ha dejado claro que las mujeres migrantes se encontraban expuestas a situaciones específicas y distintivas de vulnerabilidad y de explotación que articulaban de manera tal su condición de mujeres y de migrantes que resulta imposible pensarlas de manera independiente (Pacecca, 2012, pp. 82-83).

El análisis de las mujeres y la migración cada día toma mayor importancia en el mundo actual. El estudio de la historia de la migración de las mujeres viene a marcar un hito importante, pues, deja en evidencia que “Los efectos de la migración no son neutrales al género y, aunque los estudios que relacionan estas dos categorías son bastante recientes (década de los noventa), coinciden en indicar que se trastocan las relaciones de pareja, las relaciones familiares, así como la situación específica y las expectativas de las mujeres” (Monzón, 2007). En consecuencia, analizar el fenómeno desde el enfoque de derechos humanos y, en concreto, desde los derechos de la mujer es esencial, pues, desde que la mujer empezó a migrar de manera evidente, y no como la cónyuge o la acompañante del migrante, su protección se ha tornado más humanizada.

De manera que, la mujer migra casi en la misma proporción que el hombre y así ha quedado evidenciado en las distintas estadísticas a nivel mundial. Ello precisamente porque, en el mundo son muchas las personas que viven fuera de su país de origen, por ejemplo, en 2016, se estimó más de 247 millones de personas, lo que equivale a un 3,4 % de la población en el mundo, cifra que aumenta cada año, concretamente, en el año 2000 se reportó alrededor de 175 millones, en el 2013 aumentó a 247 y para el 2015 a 251 millones (Banco Mundial, 2016). La OIM indicó en 2016 que,

 

los números suelen ser el punto de partida de la mayoría de los debates sobre migración. Las estimaciones mundiales actuales indican que en 2015 había aproximadamente 244 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que equivale al 3,3 % de la población mundial (…) el número de migrantes internacionales ha aumentado a lo largo del tiempo —tanto en términos numéricos como proporcionales—. (Organización Internacional para las Migraciones, 2018, p. 1)

El Banco Mundial ha manifestado en sus estimaciones que, desde 1960 el número de mujeres migrantes en el mundo ha ido en ascenso (Banco Mundial, 2008). La migración por mucho tiempo fue analizada como “un fenómeno eminentemente masculino, minimizándose la importancia numérica de la migración de la mujer y reconociéndola sólo en tanto subsidiaria de la migración del varón” (Flores, 2004). Estudios muestran que en “1970, la mujer solo representaba el 2 % de todas las migraciones a nivel mundial. Hoy, migran tantos hombres como mujeres, y viceversa” (Ayuda en acción, 2018). El Departamento de Economía y Asuntos Sociales de las Naciones Unidas señaló que para el año 2013, “El porcentaje de mujeres migrantes osciló entre un 52% en el Norte Global y un 43 % en el Sur Global” y añadió que,

Pese a que las mujeres representan aproximadamente el 48 % de todos los migrantes internacionales, existen diferencias considerables entre las regiones. Europa presenta el porcentaje más alto de mujeres migrantes (51,9%), seguida de América Latina y el Caribe (51,6 %), América de Norte (51,2%), Oceanía (50,2%), África (45,9%) y Asia (41,6%). La baja proporción de mujeres migrantes en Asia obedece a la elevada demanda trabajadores migrantes varones en países productores de petróleo de Asia occidental. (OECD y UNDESA, 2013, pp. 1-2)

La Organización de Naciones Unidas, haciendo alusión a información recogida por el Portal Global de Datos migratorios19 señaló:

En 2017, el número de migrantes internacionales (personas que residen en un país distinto al de su país de nacimiento) alcanzó los 258 millones en todo el mundo (…) Las mujeres migrantes constituyeron el 48 % de estos. Asimismo, se estima que hay 36,1 millones de niños migrantes, 4,4 millones de estudiantes internacionales y 150,3 millones de trabajadores migrantes. Aproximadamente, Asia acoge el 31% de la población de migrantes internacionales, Europa el 30%, las Américas acogen el 26%, África el 10% y Oceanía el 3 %. (Organización de Naciones Unidas, 2018, s. p.)

Para visualizar las importantes dimensiones de lo anteriormente dicho, se encuentra la siguiente figura (Organización de Naciones Unidas, 2018):


Figura 1. Población de los migrantes internacionales

Fuente: Organización de Naciones Unidas (2018).

De manera que, la mujer migrante en la actualidad sí está representada y su número es considerablemente importante, como lo muestra la gráfica anterior. Además, según señala la OIM, “el 52 % de los migrantes internacionales son hombres, y el 48 % son mujeres” (Organización Internacional para las Migraciones, 2018, p. 19). Se encuentra que: “En el mundo, la migración femenina representa exactamente el 49 % de la cifra total, pero en América Latina esta cifra aumenta hasta el 50,1 %” (Ayuda en acción, 2018). Aunado a ello, las mujeres representan la suma de 19,6 millones de las personas refugiadas en el mundo (Organización de Naciones Unidas, 2016)20. Así, hoy, casi la mitad de la población migrante en el mundo son mujeres. Números que evidencia “los cambios en los flujos migratorios y cómo la migración femenina ya ha alcanzado la importancia en todos los niveles a la masculina” (Ayuda en acción, 2018, s. p.). Según las previsiones de Naciones Unidas, estas cifras no son estáticas, sino que van en aumento y

a un ritmo mucho mayor del que algunos habían previsto (…) tras revisarse las proyecciones para 2050 en 2010, el total mundial se cifró en 405 millones de migrantes internacionales (…) es probable que la próxima estimación del número total de migrantes internacionales que realice el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DAES) de las Naciones Unidas apunte a un nuevo aumento en la migración internacional y quizás también en la proporción de migrantes respecto de la población mundial. (Organización Internacional para las Migraciones, 2018, p. 1)

Todas estas cifras, previsiones y afirmaciones muestran muchas de las transformaciones en los distintos ámbitos de las sociedades y cómo la mujer, poco a poco, ha ido alcanzando algunos de los niveles que históricamente habían sido ocupados únicamente por los hombres en cuanto a representación en la migración respecta, y las consecuencias que de ello se desprenden, por ejemplo, en aspectos económicos. Pese a ello, aún queda mucho por avanzar y ser reconocido a favor de la mujer, más cuando nos referimos a la migrante, precisamente porque las cuestiones de género son clave para poder comprender el fenómeno en su globalidad.

3. Roles y aportes de las mujeres migrantes en los lugares de destino

Es importante tener en cuenta el rol de la mujer y su transformación con la migración, pues, la presencia femenina en la migración en general, así como en el mercado laboral, ha traído numerables cambios a lo que históricamente estaba establecido para hombres y mujeres, donde a la mujer, casi como regla general, le correspondían exclusivamente las labores del hogar y el cuidado de su familia. Aspecto que, evidentemente, está permeado de desigualdades y discriminación desde cualquier punto de vista desde donde se mire, sea laboral, económico, profesional, entre otros. Desigualdades que producían (y aún producen) un dominio sobre el cuerpo de la mujer, pues, pensar a la mujer como un objeto, es instrumentalizarla y minimizarla a un simple objeto de propiedad. Rita Segato considera que la instrumentalización de la mujer migrante es equiparable a la de la guerra, señala que la:

...feminización de los cuerpos de los vencidos por medio de su sexualización, como en la prisión de Abu Graib, y la posesión forzada de los cuerpos de las mujeres y niñas con su consecuente inseminación, como en las guerras contemporáneas de la antigua Yugoslavia, confirma la equivalencia permanente entre cuerpo y territorio (…) Sometimiento, sexualización, feminización y conquista funcionan como equivalentes simbólicos en el orden bélico patriarcal. (Segato, 2007, pp. 39-40)

Así, todas esas desigualdades entre hombres y mujeres establecidas en función del sexo y/o género, explica María José Guerra,

“fija” y “petrifica” a las mujeres ligándolas a una exclusiva definición privada y a un conjunto limitado de roles (…) la “sobredeterminación” identitaria que recae socialmente sobre las mujeres es uno de los obstáculos decisivos para alejar a las mujeres del mundo público y de los ideales modernos que hasta ahora han vertebrado los modelos de subjetividad: la autonomía y la autorrealización. (Guerra, 1997, p. 144)

De manera que las mujeres habían estado sumisas a roles que no les permitían auto realizarse o de permitírseles algún tipo de autonomía, no era bien visto por las sociedades, sin embargo, las mujeres migran no solo para lograr dichos fines, sino, además, para otros distintos que involucran también a sus familiares. En el ámbito de la migración es pertinente tener en cuenta los denominados lugares de origen, tránsito y destino, así como los roles y aportes de las mujeres migrantes.

En este sentido, se indica que en el caso de Latinoamérica, las inmigrantes, por lo general, siguen cuatro grandes razones para migrar, las cuales son: “buscar mejores condiciones de vida; escapar de situaciones de violencia familiar y comunitaria; reunirse con su familia y; encontrar un empleo que les permita apoyar económicamente a sus hijos” (Ayuda en acción, 2018, s. p.). Las migrantes cuando deciden realizar su tránsito, por lo general, generan cadenas de cuidados, pues, la responsabilidad y la necesidad que tienen con respecto a la guarda y crianza de sus hijos/as o personas a cargo no queda anulada por dicha decisión de salir de su lugar de origen. De acuerdo con Orozco, “en la cadena global de cuidados cada trabajadora que cuida depende de otra que satisface también esa necesidad”, se trata de “cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en (sic) base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social, y el lugar de procedencia” (Orozco, 2007, p. 7). De manera que, dichas cadenas vienen a “garantizar la reproducción social de la población que traspasa fronteras y así mejorar las condiciones socioeconómicas en los hogares de origen y satisfacer una demanda, cuando existe, de trabajo y cuidado de infantes, jóvenes, personas mayores, con capacidades diferentes y quehacer doméstico” (Pont-Suárez, 2016, p. 211).

Esta cadena de cuidados, la cual se evidencia en gran medida cuando la persona que migra genera dinámicas en las cuales otra persona asume dichas tareas que, en ambos casos, por lo general, son mujeres quienes las realizan, produce una sostenibilidad en dichas labores que no pueden quedar olvidadas, por ello, la migrante debe,

externalizar o salarizar las actividades domésticas y el cuidado, dada la necesidad contratan a otras para que lo hagan. De esta manera se van formando las cadenas que tienen dimensiones transnacionales y que implican transferencias de cuidados entre el país de origen de la migración y el de destino. Las mujeres son básicamente quienes protagonizan estos procesos dado las relaciones de poder de género en las familias y en lo social, donde tradicionalmente hay una asignación del trabajo de cuidado a ellas, de esta manera se naturaliza en el ámbito internacional la división sexual del trabajo. (Orozco, 2007, p. 5)

Elena Pont-Suárez explica que esta noción de cadena relaciona varios aspectos, que son: i) “el hecho de que los cuidados fluyen y circulan entre los eslabones de la cadena, y en ese proceso debilita a los eslabones inferiores”; ii) “la presencia de encadenamientos múltiples y no necesariamente lineales. En los mismos participan no solamente las personas cuidadas y las personas cuidadoras, sino también actores institucionales y políticas públicas que van conformando una cartografía del cuidado” y iii) “la dinámica y la conformación histórica de estos procesos” (Pont-Suárez, 2016). La autora logra dejar en evidencia la necesaria articulación existente en esta cadena, en la cual el protagonismo de la mujer migrante es claro y vital. Se puede ver cómo las migrantes, sin lugar a duda, con esta cadena de cuidados y sus aspectos conexos, generan un aporte en la economía (en la propia, a quien involucra en la cadena y externamente, por ejemplo, al enviar remesas o al pagar la seguridad social e impuestos), por ejemplo, en cuanto a las remesas enviadas por las mujeres migrantes, aportan a la mejora de los medios de vida y la salud de su entorno familiar o de personas cercanas. En este sentido es importante destacar que, en el año 2015, se estimó que los flujos de remesas en todo el mundo superaron los 601 mil millones de dólares estadounidenses. De esa cantidad, en referencia a países en desarrollo, se calculó que recibirían, en la misma moneda, alrededor de 441 mil millones de dólares estadounidenses, casi el triple de la cantidad de asistencia oficial para el desarrollo (Banco Mundial, 2016).

Estos aportes económicos, para el caso de las mujeres migrantes, principalmente, se ven reflejados tanto en los países de origen como de destino, pues, la contribución en el establecimiento de dichas cadenas genera mayores ingresos económicos en los hogares así como en la economía de los países que estén involucrados, además de la generación de empleos que ello pueda contener. Estos cambios vienen a transformar la idea de lo doméstico como sinónimo de labor femenina sin remuneración, y se crean así otras categorías de impacto en las cadenas de cuidados que las migrantes han generado. En consecuencia, este fenómeno logra mayor independencia de las mujeres en muchos aspectos de su cotidianeidad.

 

Adicionalmente a lo anterior, también se identifican los aportes de las personas migrantes en materia de trabajo en distintos sectores, por ejemplo, los servicios (dentro de los cuales se incluye el trabajo doméstico), manufacturas, construcción y agrícola, y dentro de esas las contribuciones de las mujeres migrantes. La OIM indica que,

Las últimas estimaciones sobre la población mundial de trabajadores migrantes, basadas en datos de 2013, indican que ese año hubo cerca de 150,3 millones de trabajadores migrantes, los cuales representaban poco menos de dos tercios de la población mundial de migrantes internacionales de ese año (232 millones). (…) En 2013, los trabajadores migrantes varones superaron a sus homólogas mujeres en casi 17 millones —83,7 millones de trabajadores hombres (55,7 %) frente a 66,6 millones de trabajadoras mujeres (44,3%)— en un contexto en el que el número de hombres en la población de migrantes internacionales en edad de trabajar era mayor que el de las mujeres (107,2 millones frente a 99,3 millones) (…) En 2013, la mayoría de los trabajadores migrantes se desempeñaban en el sector de los servicios (106,8 millones o el 71,1%). El resto trabajaba en los sectores de las manufacturas y la construcción (26,7 millones o el 17,8 %) y en el sector agrícola (16,7 millones o el 11,1 %). De ese total superior al 70 % que se desempeñaba en el sector de los servicios, el 8 % eran trabajadores domésticos. Se calcula que en 2013 hubo 11,5 millones de trabajadores domésticos migrantes, cifra que representaba más del 17 % de todos los trabajadores domésticos (67,1 millones) y más del 7% de todos los trabajadores migrantes. De esos 11,5 millones, 8,45 millones eran mujeres, y 3,07 millones, hombres. Los trabajadores domésticos migrantes, tanto hombres como mujeres, se asentaron fundamentalmente en países de ingresos altos. (Organización Internacional para las Migraciones, 2018, p. 31)

De lo anterior se puede constatar que la mujer migrante, pese a representar un porcentaje casi igual que los hombres en referencia a las cifras de migración en el mundo, no logra aún alcanzar los mismos porcentajes en cuanto a cifras en materia de trabajo, pues, las oportunidades a las que ellas puedan tener acceso no son iguales que para los hombres, aunque sí, lamentablemente, llevan la batuta en cuanto se trata de trabajo doméstico. Además de los roles y aportes de las mujeres migrantes anteriormente mencionados, se deben destacar las contribuciones que ellas hacen en aspectos culturales en los lugares de destino. Lo anterior, como indican Rosa María Soriano Miras y Carmen Santos Bailón, bajo la óptica de las relaciones interculturales, que permiten comprender que las migrantes ya tienen una cultura, prácticas y concepciones desde sus propios lugares de origen, por un lado, y por el otro, que arriban a un sitio con distintas expresiones culturales, lo que representa múltiples situaciones con la identidad, los aspectos familiares y sociales (Santos Bailón y Soriano Miras, 2002, p. 183).

Por ello, es importante considerar que quien migra puede nutrir los distintos escenarios de la sociedad a la que llega con aspectos culturales y aprender de lo que encuentre. Lo anterior se reafirma en lo siguiente:

Por ello entendemos que hablar de relaciones interculturales no es tan simple, ya que entraña un análisis pormenorizado de todos los detalles insertos en cada cultura. Se trata de un debate que debe ser tomado más en serio, en el que se debe anteponer la función educativa como fundamental para conocer el porqué de muchas actitudes y respuestas sociales. Y, además, habrá que asumir el hecho de que todo avance en el conocimiento de las relaciones interétnicas exige la contemplación de una realidad, la existencia de una estratificación étnica y racial, adicionalmente solapada con otros criterios como los de clase o género, que conjuntamente originan variadas formas de subordinación, como en el caso de la mujer inmigrante. Por tanto, la cuestión de la integración es responsabilidad y deber tanto del que llega como del que recibe. (Santos Bailón y Soriano Miras, 2002, p. 183)

Dar la posibilidad de conocer al otro es un compromiso que deben asumir las personas en general para poder hablar de integración, pues, justamente es la existencia de los diversos roles y aportes de las migrantes en sus lugares de destino y de quienes les reciben lo que permite identificar los retos hacia una construcción colectiva y social que posibilita lograr una mejor convivencia intercultural.