Reconciliación

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Los procesos de pacificación

En la atención primaria de las relaciones humanas podemos hablar de la promoción de la paz social y de la prevención de los conflictos. La promoción se refiere a todas las acciones destinadas a favorecer la concordia y la unidad de los grupos, los recursos o medios que harían posibles que las relaciones interpersonales se conserven en el ámbito de la paz; en este punto hablamos de cómo incrementar la armonía social. Con respecto a la prevención de los conflictos, se trata de qué hacer para que la gente no se pelee o, por lo menos, puedan manejar sus diferencias en forma positiva y no incrementando sus diferencias a niveles de violencia o ataques personales. En resumen, podemos hablar de dos tipos de procesos de pacificación, con sus respectivas estrategias de intervención, las destinadas a fortalecer los vínculos y la orientada a manejar las diferencias. En este capítulo trataremos el primer tipo de procesos pacificadores, en tanto, el segundo será tratado en el capítulo siguiente.

Incrementar la armonía

Son medidas de atención primaria de la salud relacional orientadas a potencializar o fortalecer los vínculos, que promuevan la concordia y el espíritu de unidad del grupo. Presentamos a continuación algunas estrategias que pueden instrumentar los docentes en el aula para alcanzar esos objetivos.

1 Cultivar el espíritu de “Ubuntu”Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Les ofreció una canasta llena de frutas como premio a quien llegara primero a la meta. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después todos disfrutaron del premio. Cuando les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podría haber ganado todas las frutas, le respondieron:–Ubuntu. ¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás estarían tristes?–¿Qué es ubuntu? –preguntó el antropólogo.–Yo soy porque nosotros somos –respondieron los niños.Ubuntu es un comportamiento típico entre los nativos del sur de África. Proviene del dicho popular “umuntu, nigumuntu, nagamuntu”, que en zulú significa “una persona es una persona a causa de los demás”. Ubuntu es una regla ética tradicional sudafricana que dispone la lealtad entre las personas. Es un concepto amplio, ya que quien obra según ubuntu, está disponible a los demás, debiendo apoyar a los otros a sentirse bien y mejorar. Las otras personas no deben ser humilladas, menospreciadas o tratadas mal, porque cuando los demás se disminuyen, todos sufren, porque todos pertenecen a una gran totalidad (ver Mari, 2012).Nelson Mandela explicó, en un video disponible en YouTube (https://goo.gl/FyBujP), que el espíritu de ubuntu consiste en ayudar a los necesitados; implica respeto, servicio, compartir, comunidad, cuidado, confianza y desinterés. Significa que debes hacer algo para mejorar tu comunidad.Es una idea muy valiosa y hermosa. Si creyéramos que todos somos uno, que los demás forman parte de nosotros, que debemos luchar por el bienestar de los otros porque de esa manera todos seremos más felices, no existirían la discriminación, los abusos y las agresiones. Ahora, pues, ¿cómo podrían los maestros trabajar para fortalecer la unidad del grupo? ¿Cómo se podría conseguir un estado semejante al ubuntu en el grupo de niños que cada uno tiene a cargo? Algunas sugerencias podrían ser:Enseñar que todos somos hijos de Dios y debemos cuidarnos y ayudar a cada uno porque así todos estaremos mejor.Premiar actividades colectivas más que indi­viduales.Evitar, en lo posible, las competencias personales.Favorecer la unidad realizando actividades académicas, de juego o artística que premie al grupo (por ejemplo, representar una obra teatral que valore el trabajo en equipo).

2 Promover la amistadUna célebre y bella ilustración de cómo hacer amigos la escribió Antoine de Saint-Exupéry, en el clásico de la literatura El principito, en la memorable escena con el zorro.“Fue entonces que apareció el zorro:“–Buen día –dijo el zorro.“–Buen día –respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio a nadie.“–Estoy aquí –dijo la voz–, bajo el manzano...“–Quién eres? –dijo el principito–. Eres muy bonito...“–Soy un zorro –dijo el zorro.“–Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. Estoy tan triste...“–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.“–¡Ah!, perdón –dijo el principito.“Pero, después de reflexionar, agregó:“–¿Qué significa ‘domesticar’?“–No eres de aquí –dijo el zorro–, ¿qué buscas?“–Busco a los hombres –dijo el principito–. ¿Qué significa ‘domesticar’?“–Los hombres –dijo el zorro– tienen fusiles y cazan. ¡Es bien molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?“–No –dijo el principito–. Busco amigos. ¿Qué significa ‘domesticar’?“–Es algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Significa ‘crear lazos’.“–¿Crear lazos?“–Claro –dijo el zorro–. Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domésticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...“–Comienzo a entender –dijo el principito–. Hay una flor... creo que me ha domesticado...“–Es posible –dijo el zorro–. En la Tierra se ven todo tipo de cosas...“–¡Oh! No es en la Tierra –dijo el principito.“El zorro pareció muy intrigado:“–¿En otro planeta?“–Sí.“–¿Hay cazadores en aquel planeta?“–No.“–¡Eso es interesante! Y ¿gallinas?“–No.“–Nada es perfecto –suspiró el zorro.“Pero el zorro volvió a su idea:“–Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domésticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...“El zorro se calló y miró largamente al principito:“–Por favor... ¡domestícame! –dijo.“–Me parece bien –respondió el principito–, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.“–Solo se conoce lo que uno domestica –dijo el zorro–. Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!“–¿Qué hay que hacer? –dijo el principito.“–Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”¿Cómo se consigue hacer amigos? El zorro dijo que, con paciencia, poco a poco, tratando de estar cada vez más cerca uno del otro. En la escuela, los niños comparten el aula durante todo el año, sentados cerca uno de otro, ¿son todos amigos? El zorro también entendía que no alcanza solo con la cercanía, ya que constituye un proceso de “domesticación”, de “crear lazos”, de hacerse mutuamente indispensable el uno para el otro, de tal manera que se añore el encuentro. Es una bonita definición de la amistad. ¿Cómo se podría hacer para que los compañeros se conviertan en amigos? Espontáneamente muchos llegan a crear en la escuela amistades que duran toda la vida. Pero si el maestro trabajara en crear lazos duraderos, podría conseguirse que la mayoría de los niños sean amigos. Cuánto mayor sea la amistad, habría menos violencia.¿Qué estrategias podrían instrumentarse en el aula para crear relaciones amistosas entre los alumnos? La idea principal es crear lazos: que dos o tres niños participen, compartan, cooperen o conlleven de manera más asidua, para favorecer las relaciones amistosas. Otras podrían ser:Promover actividades escolares, de juego u otras que faciliten la participación de grupos de niños, por ejemplo, formando parejas o tríos para que compartan tareas.Que un niño que tenga facilidad en alguna asignatura o campo del conocimiento pueda ayudar a otro compañero que tenga dificultad.Convocar encuentros de padres de los niños para que socialicen y haya acercamiento entre ellos para que favorezcan la intensidad de las relaciones entre los niños.

3 Promover la reciprocidad“Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Jesucristo (San Lucas 6:31)Un principio básico de las relaciones interpersonales es la reciprocidad. Se la ha llamado la “ley de oro”. Es un principio relevante que tiene la capacidad potencializar los cambios de comportamiento de las personas, los grupos humanos y de toda la sociedad, para que tengamos mayor armonía, más bienestar y felicidad. Se trata de un principio de fácil comprensión, pero difícil aplicación. Desafortunadamente, no se aplica o se hace en forma muy limitada. Hay cierta dificultad en la naturaleza humana para responder al modelo de la reciprocidad. ¿Cómo se lo entiende? ¿Qué hacer para que domine en una sociedad?Seguramente, fue Jesús quien mejor lo definió en las palabras que aparecen más arriba. Los expertos en relaciones humanas lo llaman el principio de reciprocidad. Significa que la gente responde, por lo general, según se la trata. Por lo tanto, si somos buenos con los demás ellos serán bondadosos con nosotros, pero si los tratamos mal, probablemente nos rechazarán u odiarán.Un ejemplo notable y dramático de la reciprocidad lo relató el mismo Saint-Exupéry, autor de El principito. Es una historia fascinante, basada en una experiencia personal. Narra que fue capturado por el enemigo y arrojado a una celda, durante la Guerra Civil Española, en la cual combatió contra Franco. En esas circunstancias, se dispuso su ejecución para el día siguiente. Este es el patético testimonio de Antoine:“Estaba seguro de que iba a morir. Estaba terriblemente nervioso y angustiado. Hurgué mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que hubiera escapado al cateo. Encontré uno, y debido a que me temblaban las manos, difícilmente pude ponerlo en los labios. Pero no tenía fósforos ya que me los habían quitado. Miré al vigilante a través de los barrotes de la prisión. Él no hizo contacto visual alguno conmigo. Después de todo, tú no miras a una cosa, a un cadáver. Lo llamé: ‘¿Tiene un fósforo, por favor?’ Me miró, encogió los hombros, y me encendió el cigarrillo.“Cuando se acercó y prendió el fósforo, inadvertidamente su mirada se encontró con la mía. En ese momento le sonreí. No sé por qué, pero lo hice. Quizás estaba nervioso; quizás fue porque, cuando estás muy cerca de otro, es difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí. En ese instante fue como si una chispa se hubiera encendido en nuestros corazones, en nuestras almas humanas. Sé que él no lo quería, pero mi sonrisa atravesó las barras de la prisión, y generó también una sonrisa en sus labios. Encendió mi cigarrillo, pero permaneció cerca mirándome directamente a los ojos, y continuó sonriéndome. Mantuve la sonrisa, viéndolo ahora como a una persona, y no como a un carcelero. Su mirada parecía tener también una nueva dimensión hacia mí. ‘¿Tiene hijos?’, me preguntó. ‘Sí, aquí, aquí’. Saqué mi cartera, y nerviosamente busqué las fotografías de mi familia. Él también sacó las fotografías de sus hijos, y comenzó a hablar de sus planes y esperanzas para ellos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Le dije que temía que nunca vería de nuevo a mi familia. No tendría oportunidad de verlos crecer. Las lágrimas llenaron también sus ojos. De repente, sin decir una palabra, abrió la puerta de mi celda, y en silencio me sacó de ella; sigilosamente, y por calles desoladas me sacó de la ciudad. Una vez allí, en los linderos, me liberó. Y sin decir ninguna palabra regresó a la ciudad”.Saint-Exupéry termina su relato con la sugestiva reflexión: “Una sonrisa salvó mi vida” (Canfield et al., 1993, pp. 27-38). La Madre Teresa de Calcuta aconsejaba: “Sonreíos los unos a los otros; sonríe a tu mujer, sonríe a tu marido; sonreíd a vuestros hijos, sonreíos sin que os importe a quién, y eso os ayudará a que crezca vuestro amor por el otro”.¿Cómo se podría enseñar y ejercitar el principio de reciprocidad en el aula? ¿De qué manera se puede inculcar a los niños la idea que si le sonreímos a un compañero este nos va tratar mejor que si le tiramos tizas, le hacemos una zancadilla, nos burlamos o le sacamos un útil escolar? ¿Qué estrategias podrían instrumentarse para el aprendizaje de la reciprocidad? Algunas posibles serían.Cambio de roles. En un grupo los alumnos sentados adelante se quejaban de los del fondo, porque estos últimos le arrojaban tizas o pelotitas de papel. El cambio de roles sería trasladar los del frente a la parte de atrás y los del fondo adelante. Así no molestarían más los de atrás. Otro ejemplo: una alumna se quejaba porque el compañero que se sentaba detrás de ella le tiraba del pelo, al sentarse ella detrás de él se solucionó el problema.¡Aplica el principio de reciprocidad! Frecuentemente los chicos se quejan del maltrato de algún compañero. El consejo es que aplique la reciprocidad. Por ejemplo: “¿Cómo te gustaría que ese chico que te puso un apodo y se abusa de ti, te tratara? ¿Te gustaría que te diera caramelos, en lugar de golpes? Si es así, regálale caramelos todas las veces que puedas”.“Vence el mal con el bien”. El apóstol Pablo dio un consejo increíble, extremadamente difícil para los grandes, pero quizá más fácil de aplicar por parte de los niños (¿Será posible?) Dice así: “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré’, dice el Señor. Antes bien, ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta’. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien” (Rom. 12:17-21).Ora por tu enemigo. La Biblia da también el consejo de orar por aquellos que nos maltratan, acosan o agreden, en consonancia con los textos anteriores. Dice así: “Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan” (Rom. 12:14). “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mat. 5:44). Orando por ellos, Dios puede cambiarlos y también cambiar a uno mismo para que ese enemigo se transforme en amigo.

 

4 Desarrollar el humor positivoAlgunos discuten el uso del humor en la escuela (ver González, 2011), sin embargo, nadie ha dicho que la enseñanza deba ser aburrida y de una seriedad que impida el humor saludable. Al contrario, con buen humor se puede enseñar y aprender mejor. Como aquel maestro que dijo a sus alumnos: “Había un pollito tan, pero tan inteligente que en lugar de decir ‘pi’, decía 3,1416”. Al ver que los chicos quedaron serios sin entender el chiste, les preguntó: “¿Saben que es ‘pi’?” Entonces, aprovechó para dar una clase de Geometría, explicando el significado de la letra griega π (pi) y la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro.Pero, lo más importante de trabajar con humor es ver los hechos desde otra óptica, más interesante y beneficiosa. Por ejemplo, el caso que mencionamos al principio, en el que Juan amenazó a Luis y a otro alumno en el recreo, haciendo que la maestra, indignada, lo tomara del brazo y lo llevara a la Dirección. ¿Cómo se podría tratar ese episodio en forma humorística? Imaginemos el siguiente escenario.Al observar la maestra que Juan estaba golpeando a un chico, fue al centro del patio y llamó a todos los alumnos.–Niños, vengan todos, quiero presentarles a un deportista que quizá llegue a ser un destacado boxeador. Es Juan, un niño de mi grupo, de siete años. Ayer quiso boxear con Luis, pero este se rehusó. Hoy estuvo boxeando con otro alumno. Ah, un asunto interesante, ¿saben que Juan cobra por boxear? Parece un boxeador profesional.–Dime, Juan, ¿tú eres un boxeador profesional? –dirigiéndose al niño.–No, maestra.–Y, ¿entonces por qué cobras?–...–Dime otra cosa, ¿vas a algún gimnasio de boxeo? ¿Cómo boxeas tan bien?–Peleo con mi hermano.–Ah, ahí está el secreto, Juan tiene un entrenador personal en su casa. Además, tiene dones naturales. ¡Miren el físico de Juan! Muéstrales los músculos a tus compañeros.El chico, orgulloso, sacó pecho y levantó sus dos brazos, mostrando los bíceps. La maestra continuaba resaltando las cualidades del niño con humor.–Juan, ¿te gusta mucho boxear?El chico, sonriendo, hizo un gesto afirmativo.–¿Te gustaría en el futuro dedicarte al boxeo?–No lo había pensado, pero puede ser.–¿Saben una cosa? –siguió la maestra, dirigiéndose a todos los alumnos–, el boxeo es un deporte muy sacrificado y peligroso. Hay que tener mucha vocación para dedicarse a este deporte. En primer lugar, cuando comienzan a boxear les rompen la nariz –los chicos se sorprendieron, especialmente Juan–. Sí, este huesito de aquí –mostrando el caballete nasal– se lo quiebran para que pueda soportar los golpes de los contrincantes. Además, hay que hacer mucho ejercicio todos los días, varias horas por día para estar en forma.La maestra hizo una pausa. Todos los niños estaban muy interesados con las explicaciones. Entonces, continuó llamando a otro niño del sexto grado, de gran físico, que le llevaba más de diez centímetros de estatura a Juan.–Ven. ¿Cómo te llamas?–Ricardo, maestra.–¿A ti te gusta boxear, Ricardo?–No mucho, maestra.–¿Te gustaría boxear con Juan?–Si usted quiere, podría boxear con Juan –dijo observando lo pequeño que era el otro muchacho.–Ricardo, ¿tú cobras por boxear? –con cierta ironía.–No, maestra.–Muy bien. Aquí tenemos un verdadero deportista, que lo hace por amor a la profesión.–Ven, Juan. Nos gustaría verte boxear con Ricardo.–No, maestra, con Ricardo no –el niño hizo gestos negativos con temor.–Pero, Juan, a ti te gusta boxear, ¿por qué no lo haces con Ricardo? Nos gustaría ver tus cualidades boxísticas.Juan seguía muy temeroso, haciendo gestos negativos.–Ah, ya sé, ¿quieres cobrar por esta pelea? ¿Cuánto cobras? ¿Cinco pesos? Yo te los pago para verte boxear con Ricardo.–No, maestra, por favor –el niño suplicaba para que no insistiera.–Vamos a ver un asunto. Juan, ¿cuánto pesas?–Cuarenta kilogramos, maestra.–Ricardo, ¿tú cuánto pesas?–Cincuenta kilogramos.–¿Dónde está Luis? El que ayer no quiso boxear con Juan. Ah, aquí esta. Ven, Luis, ¿tú cuánto pesas?–Treinta kilogramos, maestra.Con tono irónico, la maestra respondió:–Bien, Juan tiene razón en algo: no puede boxear con Ricardo porque no pesan lo mismo. En el boxing se diría que son de “otra categoría”. Solo pelean los que tienen el mismo peso. Pero, Juan, tampoco puedes pelear con Luis, porque no es de tu categoría. Los boxeadores solo boxean con contrincantes de su propia categoría.Con humoradas de este tipo u otras parecidas podría haberse tratado el asunto de agresividad de Juan, sin verlo como una cuestión de disciplina, ni calificarlo de extorsionista, ni llegar al lamentable episodio de arrastrar al niño a la Dirección.

5 Convertirse en instrumento de la paz

La plegaria del monje medieval San Francisco de Asís, quien le pedía a Dios que lo convirtiera en un instrumento de la paz, es una excelente y bella oración que se puede repetir.

Oh, Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.

Donde hay odio, que yo lleve el amor.

Donde hay ofensa, que yo lleve el perdón.

Donde hay discordia, que yo lleve la armonía.

Donde hay error, que yo lleve la verdad.

Donde hay duda, que yo lleve la fe.

Donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza.

Donde hay tristeza, que yo lleve la alegría.

Donde hay tinieblas, que yo lleve la luz.