Anatomía heterodoxa del populismo

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Ahora bien, en la historia de América Latina el populismo, como práctica, ha puesto bajo la lupa aspectos desatendidos de la democratización. Dicho de otro modo, el populismo ha desnudado debilidades, contradicciones y paradojas en el complejo proceso de la consolidación democrática. ¿Es posible siquiera considerar que el populismo es un elemento constitutivo de la democracia en algunos contextos? ¿Es legítimo apelar a su uso para consolidar la democracia dentro de los llamados regímenes jóvenes? ¿En qué circunstancias el populismo afecta o beneficia a la democracia? Estas preguntas implican volver al debate que se pensaba superado, entre la democracia formal y real, dimensiones que en la práctica deberían ser indisociables.

La consolidación democrática: una asignatura pendiente

A estas dificultades para entender el populismo se suma aquella de comprender la evolución de la democracia en América Latina, concretamente en la región andina, en los últimos años. Uno de los retos de la ciencia política contemporánea ha consistido en escribir sobre la democracia hoy en día preservando la originalidad, una tarea que parece complejizarse al compás de la aparición de una abundante literatura al respecto. A este propósito, Philippe Braud considera que debe existir “cierto grado de inconsciencia para escribir sobre la democracia […] habida cuenta de la extraordinaria profusión de textos que le han sido consagrados” (2003, 7). Los estudios sobre la democracia en América Latina son numerosos y vale la pena citar como ejemplos representativos los informes que apoya el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En 2004, se lanzó el reporte La democracia en América Latina: hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas, documento que contuvo un diagnóstico bastante equilibrado sobre el estado de la democracia en la zona, con un catálogo de estadísticas y análisis bastante completo (PNUD 2004). En años posteriores, la Universidad de Vanderbilt ha asumido la gestión y redacción del informe, al que se conoce como Latinobarómetro, en el marco del Proyecto de Opinión Pública de América Latina.

A esto es necesario añadir los análisis desde la ciencia política que exploraron la transición hacia la democracia y su posterior consolidación, sobre todo en el Cono Sur y en Brasil.2 Así, se formó un cuerpo de transitólogos y consolidólogos, como Guillermo O’Donnell, Juan Linz, Andreas Schedler, Alfred Stepan, Guy Hermet, Gerardo Munck, Larry Diamond, Lawrence Whitehead, Philippe Schmitter, entre otros.

A partir de estos aportes empíricos y teórico-analíticos, es posible enriquecer, profundizar y resaltar nuevos aspectos sobre el funcionamiento de la democracia, sobre todo en aquellas regiones donde es posible percibir mecanismos alternativos para su consolidación. Esto ocurre en la zona andina y particularmente en Ecuador, un caso llamativo por las atipicidades del proceso, muchas de ellas, aunque profundamente estudiadas, en constante evolución en los últimos años.

A la hora de sopesar esta literatura consagrada a las transiciones, se nota una concentración en países como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (y, en menor medida, Paraguay). Buena parte de la academia se interesó por este conjunto, convirtiéndolo en paradigma de la democratización latinoamericana; en contraste, la región andina ha sido menos considerada para el estudio de la democratización. De los cinco países que conforman el espacio andino (Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela),3 tres, en el caso de Bolivia, Ecuador y Perú, se clasifican como democracias jóvenes por haber instalado tales regímenes con posterioridad a la tercera ola. Colombia y Venezuela, por su parte, fueron excepciones a esta tendencia, ya que su proceso democratizador se cataloga dentro de la segunda ola, según la clasificación de Samuel Huntington, es decir, tras la Segunda Guerra Mundial (Huntington 1996).

En términos de democratización, la región andina es poco analizada y, por ende, se conoce de forma muy precaria la manera en que se estancó la consolidación en las décadas de 1980 y 1990. En buena parte de América Latina, como en algunos círculos latinoamericanistas de Estados Unidos y Europa, el mundo andino ha sido atractivo por el componente indígena, que ha despertado numerosos estudios enmarcados en la sociología o la antropología política. En la década de 1980, a buena parte de estos países se le asoció con el narcotráfico, una consecuencia que parecía natural por haberse convertido en la zona con mayores niveles de producción de cocaína en el plano global. Posteriormente, siguieron décadas de estigmatización que dejaron de lado aspectos tan relevantes como la democracia. En medio de este contexto, Ecuador sigue siendo un país desconocido en el contexto colombiano, latinoamericano y en los centros de pensamiento o en universidades en Estados Unidos y Europa.

A pesar de todo, a finales de los años noventa y comienzos de siglo XXI, esta zona volvió a llamar la atención por estar en el centro del ciclo progresista, bajo el paraguas ideológico de la nueva izquierda. Así, se produjo un intenso debate sobre las causas y los efectos del resurgimiento de la izquierda, cuando se pensaba que tras el colapso de la Unión Soviética desaparecería cualquier rastro de comunismo, socialismo o algunas de las ideologías emparentadas con el modelo soviético. En ese contexto, la región andina vivió una trasformación dramática con la aparición de la Revolución Bolivariana, que acabó definitivamente con el sistema político surgido tras el Pacto de Puntofijo, en 1958, en Venezuela, y por la llegada por primera vez de un indígena a la presidencia de Bolivia, y también de forma inédita en primera vuelta (desde la Constitución de 1964). Este panorama se completó con el arribo de un economista heterodoxo a la presidencia ecuatoriana.

Con esta perspectiva, la región andina parecía una zona volátil, por lo que buena parte de los estudios se centró en la inestabilidad como unidad de análisis (Shifter 2004; Solimano 2003; Jaramillo Jassir 2007; Pérez-Liñán 2007). No obstante, semejantes niveles de efervescencia o inestabilidad institucional solo eran la consecuencia de una problemática estructural: la ausencia de consolidación democrática. Dicho de otro modo, la inestabilidad no debía ser necesariamente el objetivo de estudio, ya que era simplemente un síntoma de un proceso de democratización incompleto. Más allá de las causas de esa inestabilidad, la tarea más pertinente consistía en determinar los factores que explicaban la imposibilidad de profundizar la democracia.

Las trasformaciones que tuvieron lugar, así como la inestabilidad que las precedió, evidenciaron una serie de contradicciones presentes desde el establecimiento democrático, las cuales los regímenes fueron incapaces de gestionar. Con esto se fue ahondando una especie de brecha entre la instalación de la democracia y su posterior consolidación. Según la teoría democrática de las transiciones, luego del establecimiento formal de esta tras la tercera ola y el abandono de las prácticas autoritarias que marcaron a las dictaduras civiles o militares, el proceso debía conducir a una consolidación democrática. Tal fue el caso, por ejemplo, de los países que formaron parte de la denominada Cortina de Hierro en la Guerra Fría. Luego de las transiciones de los años ochenta, en Bulgaria, la antigua Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania, entre otros, la democracia entró en un ciclo que asomaba como irreversible. Aun con las dificultades que enfrentan gobiernos como el húngaro, rumano y polaco, por las duras críticas que han recibido por amenazas contra el Estado de derecho, se puede decir que dichos regímenes han sobrevivido y que la democracia como ideal se ha impuesto.4

En esta dinámica, la membresía a la Unión Europea ha desempeñado un papel fundamental, pues, con la candidatura anunciada desde el fin de la Unión Soviética, esas naciones se dedicaron a profundizar la democracia liberal, haciendo compatibles sus sistemas político-económicos con el del bloque europeo. Las instituciones europeas fueron un apoyo esencial para conducir la democratización, como lo plantea Leonardo Morlino (2001), de acuerdo con su “teoría del anclaje” (254).

En un marcado contraste, los países andinos, incluidos Colombia y Venezuela, países post segunda ola, a pesar de instalar su democracia décadas antes, fueron incapaces de consolidar dicho proceso. Desde el establecimiento formal de la democracia, en todos se produjeron intentos por lograr tal profundización y, a pesar de que la región abandonó las épocas de los golpes de Estado militares, muchas veces justificados (de forma ilegítima, valga decir) en la necesidad de mantener el orden o incluso en la salvación de la democracia, esta nunca finiquitó el proceso desde la instalación formal hasta la consolidación.

En la actualidad, la democratización se lee desde una óptica muy distinta a como ocurría en el pasado, sobre todo antes de la tercera ola. En ese entonces, se tendía a clasificar los sistemas políticos entre democráticos y no democráticos (incluyendo allí autoritarismos, dictaduras militares y democracias populares). No obstante, con las transiciones en el sur de Europa, América Latina y algunas zonas del África subsahariana, el estudio de la democracia adquirió otros matices. La discusión dejó de versar exclusivamente sobre la naturaleza democrática o autoritaria de los regímenes, para empezar a determinar hasta qué punto las democracias se habían consolidado. Esto no quiere decir que todos los sistemas hubiesen virado hacia la democratización, pues dictaduras, autoritarismos y totalitarismos subsistieron. Se pretende acotar que la consolidación democrática se convirtió en el objeto de estudio más apetecido, a propósito de la envergadura que alcanzó la tercera ola.

 

¿Qué se entiende entonces por consolidación democrática? Este campo de estudio surgió en la década de 1990 para determinar el grado de profundidad de una democracia. Juan Linz (1990b) lanzó la definición pionera, consistente en la situación en la que la democracia es el único juego o esquema posible: “the only game in town” (156), la cual dio origen a la consolidología, que se centró en analizar cómo determinar su carácter irreversible. Cuando se produjeron algunas de las trasformaciones en las democracias jóvenes, quedaron al descubierto caminos alternativos para dicha profundización, en particular el populismo como una manera heterodoxa y no liberal de consolidar la democracia, aunque al mismo tiempo se le tachó como un fenómeno que la transgredía.

Populismo y democracia en Ecuador: un estudio con larga tradición

Para abordar la democratización en Ecuador, resultó indispensable elaborar una suerte de genealogía del populismo ecuatoriano a partir de tres momentos: algunos de los gobiernos de José María Velasco Ibarra (especialmente el de su retorno del exilio, en 1945), la inestabilidad a mediados de los años noventa y la llegada de Rafael Correa a la presidencia.

Así como se debe desglosar y entender la consolidación democrática como concepto, es necesario ahondar en el populismo y entender su relevancia en la política ecuatoriana. Se trata de una tarea difícil, debido a la existencia de varios populismos, de izquierda, de derecha, nacionalistas, étnicos o de clase y, lo más importante en el presente libro, con efectos dispares sobre los sistemas políticos.

Habida cuenta del enorme volumen de definiciones inspiradas por el populismo, en el texto se trabaja con lo que se ha denominado su versión radical, surgida en la región andina a finales de los noventa, con rasgos muy particulares y un proceso político que lo diferencian de otros surgidos en Europa, Estados Unidos o en algunos países asiáticos, como Indonesia, Filipinas o incluso Japón. En este último se pensaba que era improbable el ascenso del populismo; no obstante, con el resurgimiento del nacionalismo en las últimas décadas, se ha convertido en un caso ilustrativo del fenómeno populista (Minami 2019).

El populismo radical al que se alude a lo largo del libro consiste en una práctica política presente en la región andina, que consiste en un contacto directo entre un líder antiestablecimiento y el pueblo, con el fin de lograr una movilización. Este se moviliza porque llega a convencerse de que se encuentra en una fase liberadora y, por ende, está en disposición de aceptar cambios estructurales en el sistema político. El carácter antiestablecimiento del dirigente le permite rebasar el Estado de derecho y las instituciones. Este populismo radical tiene una característica muy propia del mundo político andino: en el caso de Bolivia, Ecuador y Venezuela, fue utilizado como un instrumento para consolidar la democracia, es decir, este populismo se inscribe en el proceso incompleto de democratización que empezó con la tercera ola. He allí una diferencia fundamental con el populismo tradicional de la primera mitad del siglo XX.

En el caso concreto de Ecuador, el estudio del populismo es aún más revelador. Surgido en la modernización en la Revolución Liberal, como ya fue acotado, posteriormente marcó la historia del siglo XX en algunos de los mandatos de José María Velasco Ibarra. Cuando se pensaba que era un fenómeno superado, reemergió en pleno siglo XXI, por la convergencia de cuatro factores:

1. El desgaste de los partidos políticos tradicionales, los cuales fracasaron en el intento de vehiculizar las reivindicaciones populares.

2. La pérdida de legitimidad del Congreso,5 responsable directo de la caída de los presidentes Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez.

3. El fracaso de alternativas políticas como Pachakutik (partido indigenista), el Partido Sociedad Patriótica y la izquierda ecuatoriana (Izquierda Unida, Partido Socialista, Movimiento Unidad Popular, Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador) para llevar a cabo reformas al sistema político-económico.

4. El aumento sostenido de los precios del petróleo entre 2004 y 2014, que le otorgó un margen de maniobra amplio al proyecto populista de Rafael Correa para la inversión social y proyectos de infraestructura emblemáticos.

A lo largo de la investigación que da sustento a este libro, se observó la democratización progresiva en Ecuador desde 1979. El proceso comenzó con el fin de los gobiernos militares y su reemplazo por civiles, y varias veces se intentó profundizar evocando el populismo, una práctica constante en la historia nacional.

Aunque populismo y consolidación democrática aparezcan en contextos distintos, con el viraje de Ecuador a la izquierda, a comienzos de siglo, sus caminos se entrecruzan. Este libro busca completar el trabajo de autores como Margaret Canovan (1999); Carlos de la Torre (2009); Koen Abts y Stefan Rummens (2007, 405); Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1987), Yves Mény e Yves Surel (2000); Roger Bartra (2009); Ximena Sosa Buchholz (2010) y Flavia Freidenberg (2008), quienes han visto la posibilidad de que el populismo sea compatible con la democratización. En el caso de Canovan, se considera que incluso las democracias requieren ciertas dosis de populismo.

Estos estudios evidencian la necesidad de dotar de una dimensión empírica las reflexiones que desde lo ideológico se elaboran sobre el populismo. Las lecturas excesivamente teóricas pueden estar alejadas de una realidad cambiante que tiempo atrás sobrepasó las estrechas márgenes conceptuales. En esto radica en buena medida la justificable crítica a la que aluden Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser (2012):

Se puede notar un uso banal del término populismo, así como de los problemas que se le asocian […]. Buena parte de los estudios que analizan la tensión entre el populismo y la democracia tienden al desarrollo de argumentos teóricos y normativos, pero muy pocos abordan el fenómeno desde un punto de vista empírico. (2)

Tomando en consideración lo anterior, esta investigación trató de ahondar en una evidencia empírica abundante, lo cual permitió llegar a conclusiones matizadas y delimitadas sobre los efectos del populismo en la democracia ecuatoriana y que, eventualmente, son extrapolables a otros escenarios.

El estudio del caso ecuatoriano arroja conclusiones que de ninguna manera pueden considerarse unívocas. Aunque el populismo como mecanismo de consolidación democrática permitió avances sustanciales —como la superación de un bloqueo político para reformas estructurales—, la amenaza de una deriva autoritaria fue real, lo que se evidencia en la introducción de la polémica reelección indefinida del presidente, una alteración del equilibrio sobre el cual reposa la democracia moderna.

Para abordar el tema desde dimensiones complementarias, el libro se divide en dos partes. En primer lugar, se analizan los principales referentes conceptuales y teóricos relativos a la democratización y al populismo; así, se trata de entender el vínculo que existe entre el proceso que conduce a la democracia y la evocación constante del pueblo. En ese orden de ideas, además de explorar la forma como surge la consolidación democrática, se presenta el origen y la evolución del populismo hasta que se constata como un patrón en la historia política del Ecuador. Para ello, se apela a las definiciones fundacionales de Gino Germani, Torcuato Di Tella, Francisco Weffort, Ernesto Laclau, Diana Quatrocchi-Woisson y Guy Hermet. El objetivo central de esta genealogía consiste en entender la lógica del populismo tradicional de los años cuarenta, que coincide con un proceso incompleto de modernización del Estado. Esto permite entender hasta qué punto es diferenciable de aquel populismo que surgió en la región andina con el ciclo de gobiernos progresistas a comienzos de siglo.

La segunda parte del libro se centra en el vínculo entre el populismo y la consolidación democrática, con énfasis en la Revolución Ciudadana del caso ecuatoriano. Para entender dicha relación, se apelará a autores que han abordado el populismo y su efecto en la democratización como Margaret Canovan, Carlos de la Torre, César Montúfar, Pablo Andrade, Amparo Menéndez Carrión, Enrique Peruzzoti, Catherine Conaghan, Flavia Freidenberg, Chantal Mouffe, entre otros. La idea central consiste en poner en evidencia las siguientes hipótesis de trabajo:

• Bajo determinadas circunstancias, el populismo favorece la consolidación democrática, ya que estimula la participación ciudadana. Con ello coadyuva en la corrección de la “patología” de la política representativa, en términos de Paul Taggart (2002, 62) y Boaventura de Soussa Santos (2004), o de la electoral-representativa de Pierre Rosanvallon (2006, 270), robusteciendo así la vocación participativa de la democracia.

• El populismo suele tener mayores efectos sobre democracias no consolidadas (Mudde y Rovira Kaltwasser 2012, 23), pues en aquellos sistemas desarrollados parece limitarse a una estrategia meramente electoral.

• Desde una lectura legalista, normativa e ideológica, el populismo es constantemente interpretado como una amenaza contra la democracia; no obstante, desde una perspectiva empírica, el fenómeno en cuestión evidencia aspectos fundamentales sobre la actualidad de la democracia que, de otro modo, pasarían inadvertidos.

¿Por qué Ecuador es un caso de estudio pertinente para el análisis de la relación entre populismo y consolidación democrática? El análisis del fenómeno se hace necesario debido a su resurgimiento en varias latitudes, tanto en Europa como en América Latina. La exploración del caso ecuatoriano, al ser un Estado con una amplia tradición populista, permite llegar a conclusiones que no solo ayudan a entender su realidad como Estado nación, sino que se pueden aplicar a otros países que parecen haber sucumbido a la tentación populista. Esto supone la tarea pertinente de entender por qué se dan efectos tan dispares de un sistema político a otro. La pregunta más obvia en ese sentido, pero para nada simple, consiste en entender por qué el populismo tuvo los efectos devastadores en la democracia venezolana que no tuvo en otros países.

Ecuador también es un caso de estudio que permite entender mejor la evolución de la política en el último tiempo en la región andina, que, como ya se acotó, ha sido poco estudiada en términos de transición y consolidación democrática. Este análisis debe contribuir a la comprensión cabal del mundo andino como un sujeto activo de la política al que se deben dedicar más reflexiones desde Colombia.

Y, finalmente, Ecuador tiene una serie de singularidades que lo convierten en un caso excepcional tanto entre los países de la región andina como del conjunto de la tercera ola de democratización. Su dictadura fue distinta y no corresponde al perfil típico que se impuso en el Cono Sur. Los militares ecuatorianos hicieron prueba de un discurso que, como se verá, convirtió al país es uno de los pocos casos en que asomó el término dictadura militar progresista o desarrollista, así como ocurrió en Perú bajo la tutela de Juan Velasco Alvarado. Estas características del periodo militar ecuatoriano permiten rastrear con mayor detalle la génesis y apogeo del populismo ecuatoriano, a la vez que demuestran los rasgos propios de cada transición, para ir más allá de generalizaciones que, aunque sea necesarias, precisan de un trabajo complementario por cada país.

Este trabajo invita a una exploración cada vez más rigurosa de los mecanismos alternativos para la profundización de la democracia en regímenes jóvenes y donde la brecha entre instalación y consolidación se va ensanchando, lo que obliga a desarrollar un estudio cada vez más empírico y pormenorizado sobre la democratización.

El método al que se apeló fue el estudio de caso, con el fin de observar dentro de una evidencia empírica definida y delimitada los contrastes y relaciones entre dos conceptos como populismo y democratización. Así, se trata del “estudio de la particularidad y de la complejidad en un caso singular, para llegar a comprender su actividad en circunstancias importantes” (Stake 2007, 11).

El diseño metodológico partió de la identificación de dos variables: una independiente, en el caso del populismo, y una dependiente, para la consolidación democrática ecuatoriana. La idea fue establecer un vínculo correlacional al tratar de observar de qué forma el populismo podía condicionar junto con variables intervinientes el proceso de democratización ecuatoriano. Esto llevó a una delimitación temporal, entre 2008 y 2011, periodo de intensas reformas, el cual comenzó con la aprobación de la nueva Constitución de Montecristi hasta 2011, cuando a través de una consulta popular se robusteció la Revolución Ciudadana. Ahora bien, esa delimitación no implicó alejarse del análisis del periodo de todo el contexto anterior al proceso revolucionario correísta. En ese orden de ideas, la instalación de la democracia, a partir de 1979, se identificó como punto de inflexión histórico y, de allí en adelante, se entendió la inestabilidad de la década de 1990 como una variable interviniente.

 

Se trató, por ende, de una investigación cualitativa descriptiva y exploratoria, la cual se llevó a cabo en cuatro fases. En primer lugar, se construyó el estado del arte al identificar ocho subcategorías analíticas en torno de las cuales se examinó la información: la construcción del Estado nación, la democracia, el régimen democrático, la democratización, la consolidación democrática, el populismo tradicional, el populismo radical y el populismo en el contexto de democracias consolidadas. En segundo lugar, se procedió al análisis de las teorías y conceptos de la ciencia política, la sociología política e incluso del derecho, que contribuyeron a poner en evidencia la relación entre las dos variables. En tercer lugar, se elaboró una genealogía del populismo ecuatoriano, partiendo de autores que no solo fundaron los estudios sobre la materia, sino que pueden considerarse como precursores de la ciencia política ecuatoriana, como Agustín Cueva, Rafael Quintero y Enrique Ayala Mora. Por último, la investigación culminó con una estadía en territorio ecuatoriano de un año, en la que se pudieron organizar entrevistas a académicos, políticos, periodistas e independientes, con lo cual se accedió a fuentes primarias y fue posible contrastar las reflexiones, muchas veces abstractas o teóricas, con un conocimiento sobre el terreno. En ese orden de ideas, se agradece la disposición de Enrique Ayala Mora, Pablo Andrade, Felipe Burbano de Lara, César Montúfar, Tania Arias, Andrés Páez, Marco Torres, Diana Woisson Quatrocchi, Rubén Sánchez David, Bernard Labatut y el expresidente colombiano Ernesto Samper Pizano.