El libro negro del comunismo chileno

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II. La dictadura soviética y el pecado original del comunismo chileno

Rusia revolucionaria, librando al mundo de la guerra, es el más poderoso baluarte de la verdadera democracia.

Luis Emilio Recabarren (1917)

El poder soviético surgió como un poder democrático, como una dictadura de la mayoría sobre la minoría, como una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente.

Luis Corvalán (1993)

La transformación del Partido Obrero Socialista (POS) en Partido Comunista de Chile, propuesta por Recabarren en su III Congreso y consumada durante su IV Congreso celebrado en Rancagua en enero de 1922, está directamente relacionada con el impacto que entre sus adherentes tuvo la toma del poder por los bolcheviques en Rusia el año 1917. Luis Emilio Recabarren, fundador del POS en 1912 y figura icónica de los comunistas actuales, inició desde muy temprano lo que sería una constante del comunismo chileno hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991: por una parte, presentar a una dictadura de corte totalitario como si fuese una “democracia verdadera”, cualitativamente superior a la “democracia burguesa”, y, por otra, justificar u ocultar sistemáticamente los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen comunista implantado por Lenin, perfeccionado por Stalin y mantenido hasta el fin del país de los soviets.

Recabarren y la democracia verdadera

En febrero y marzo de 1918 el periódico Adelante de Talcahuano publicó cuatro columnas escritas por Recabarren a fines de 1917 en Buenos Aires que dan la tónica de la recepción de los hechos de Rusia que formará al comunismo chileno. Según esos textos, los “maximalistas” rusos (vocablo con el que Recabarren denomina a los bolcheviques de acuerdo a la usanza del momento) estarían convirtiendo a Rusia “en el más formidable baluarte de la verdadera democracia, de la democracia del pueblo honrado y trabajador” (Recabarren 2015: 551). También se afirma en estos textos que para lograr algo tan extraordinario y “cimentar su verdadera y auténtica revolución, el pueblo ruso no ha necesitado hacer funcionar ninguna clase de patíbulos” (Ibid.: 549). Además, mediante la revolución bolchevique Rusia habría dicho:

“Adiós para siempre a la propiedad privada, herencia maldita del pasado, que fue la causa de tantos y tantos horrores humanos. El pueblo ha decretado su abolición y las cosas marchan a los hechos consumados. La soberanía verdadera del pueblo por medio del Soviet, reemplaza todos los gobiernos para realizar la administración forzosamente pública.” (Ibid.: 552)

Por esas razones, Recabarren exclama:

“¡Rusia maximalista es hoy la antorcha del mundo! Salud a esa Rusia. Rusia revolucionaria, librando al mundo de la guerra, es el más poderoso baluarte de la verdadera democracia (...) Doy, sin vacilar, mi voto de adhesión a los maximalistas rusos, que inician el camino de la paz y de la abolición del régimen burgués, capitalista y bárbaro. Quien no apoye esta causa, sostendrá el régimen capitalista con todos sus horrores.” (Ibid.: 551 y 553)

Se trata de una serie de afirmaciones clave para entender la entusiasta adhesión a la causa comunista de parte de los compañeros de Recabarren, pero también notables por su absoluta falta de veracidad. Como hemos visto, cuando estos textos fueron publicados, en el país en el que según Recabarren imperaba la “democracia verdadera” y no funcionaba “ninguna clase de patíbulos” ya se había reimplantado la censura, se había creado una temible policía política con poderes prácticamente ilimitados, se había clausurado por la fuerza la Asamblea Constituyente y se había iniciado una política terrorista de requisas. El régimen que supuestamente debía “traer la paz perpetua” se preparaba en esos momentos para iniciar la guerra contra su propio pueblo apenas se lograse un armisticio con los alemanes y pronto se instauraría oficialmente el “terror rojo , dando inicio a una represión sin paralelos en la historia de Rusia17.

De regreso en Chile, en abril de 1918, Recabarren se lanzará a una febril campaña de agitación en favor de la revolución bolchevique, marcando de manera decisiva la recepción que los acontecimientos de Rusia tendrán en su entorno. Así recuerda Salvador Ocampo, cercano colaborador del gran líder del POS y del PCCh, la intensa actividad de Recabarren en Antofagasta:

“Yo recuerdo perfectamente que Recabarren salió a la calle con nosotros en 1918 a celebrar los triunfos de los bolcheviques y a proclamar que ese era el camino que tenía que seguir el proletariado (...) Hicimos mítines en diferentes lugares de la ciudad. Uno de esos lugares estaba cerca de mi casa. Era la plazuela Vicuña Mackenna, en la avenida Argentina con la calle Bolívar. Y en ese triángulo, digamos –14 de febrero era la otra calle–, Recabarren salía con los compañeros. Yo participaba también en esos actos a proclamar la necesidad de apoyar la Revolución bolchevique (...) Nosotros, los jóvenes, creamos una tribuna portátil y a veces salíamos con Recabarren a la calle. Yo andaba con la tribuna al hombro: era chiquillo, muchacho todavía. Y entonces, en cualquier lugar donde nos permitían las autoridades, plantábamos la tribuna y Recabarren empezaba a hablar”. (Citado en Ljubetic 2014: 4)

En la patria de los soviets

Alguien podrá decir que la temprana apología y la agitación de Recabarren en favor de uno de los regímenes más criminales de la historia de la humanidad se justifica por lo reciente de los hechos y porque Recabarren no podía conocer aún la realidad de la barbarie que se estaba imponiendo. Sin embargo, después de una permanencia de 43 días en Rusia a fines de 1922, Recabarren vuelve a reiterar, con aún más fuerza, su visión apologética de la dictadura comunista en un folleto ilustrado con fotografías titulado La Rusia obrera y campesina que se publica en marzo de 1923:

“Y pude ver con alegría, que los trabajadores de Rusia, tenían efectivamente en sus manos toda la fuerza del poder político y económico, y que parece imposible que haya en el mundo una fuerza capaz de despojar al proletariado de Rusia de aquel poder ya conquistado. Pude constatar además que la expropiación de los explotadores es completa, de tal manera que jamás volverá a Rusia un régimen de explotación y tiranía, como el que todavía soportamos en Chile. Pude convencerme, que no me había engañado anteriormente, cuando he predicado en este país, que el proletariado de Rusia tiene en sus manos todo el poder para realizar su felicidad futura y va reuniendo los elementos para construir la sociedad comunista, como verdadero reinado de justicia social. También pude saber cómo la clase trabajadora tomó en sus manos todo el poder y las responsabilidades del caso, y cómo por medio de la dictadura proletaria, lo conservará en su poder impidiendo que la burguesía derrumbada pretenda reconquistarlo.” (Recabarren 1923: 4-5)

Se trata de una tergiversación completa de la penosa realidad soviética de ese tiempo. Nada quedaba por ese entonces ni de los soviets ni del control obrero como fuerzas independientes, todos los partidos fuera del comunista habían sido aplastados y nada escapaba al poder omnímodo del Partido Comunista. La verdad es que el proletariado nunca llegó al poder ni menos ejerció su tan mentada dictadura en Rusia. Desde los primeros días que siguieron al golpe de Estado de octubre de 1917, el partido bolchevique puso en claro quién ejercía el poder. Las huelgas, así como todo tipo de protesta obrera o popular, fueron declaradas contrarrevolucionarias y reprimidas sin piedad. Las fábricas y otros centros de trabajo fueron puestos bajo el control férreo del nuevo Estado y los soviets que pretendían mantener algo de su autonomía original fueron aplastados violentamente. La masacre, en marzo de 1921, de los defensores del soviet de la célebre base naval de Kronstadt, a las afueras de San Petersburgo, fue el trágico final del aquel movimiento de soviets o consejos que jugó un rol tan importante en los hechos acontecidos en el año 1718.

En suma, Recabarren fue uno de tantos viajeros que vieron en la Rusia soviética lo que ansiaban ver: sus propias fantasías sobre una verdadera revolución proletaria triunfante. Sus camaradas seguirían, hasta el final de la dictadura comunista en 1991, negando la abrumadora evidencia acumulada y considerando la patria de Lenin como el glorioso escenario de una gesta sublime en pos de la emancipación humana.

La negación de la democracia chilena y la dictadura preferible

Un aspecto interesante del folleto de Recabarren del año 1923 que estamos comentando es que, hacia el final del texto, niega rotundamente la existencia de la democracia en Chile y alaba sin ambigüedades la vía dictatorial soviética como camino emancipador (las mayúsculas son de Recabarren):

“Cuando se dice que Chile es un país donde la DEMOCRACIA es una costumbre establecida, se dice una mentira exacta. En Chile no hay democracia (...) La DEMOCRACIA es algo así como un juguete con que el explotador capitalismo ilusiona y entretiene al pueblo para calmar sus furores y para desviar su atención (...) En Rusia los trabajadores no creyeron JAMÁS en las mentiras de la democracia y fueron derechamente por el camino de la REVOLUCIÓN que es más corto y MÁS SEGURO, y eso les ha dado la victoria que nosotros los comunistas celebramos.” (Ibid.: 92-93)

Es pertinente hacer notar que en el país donde según Recabarren no había democracia él mismo había sido elegido diputado, junto a otro camarada del POS, en 1921 e incluso había sido candidato a la Presidencia de la República en 1920, obteniendo eso sí apenas el 0,41% de los sufragios (681 votos). Tal vez por eso mismo afirma que el camino de la revolución “es más corto y más seguro” que el de la voluntad popular expresada en las urnas.

 

En una entrevista dada al periódico La Internacional de Buenos Aires inmediatamente después de su regreso de Rusia, se había pronunciado con toda claridad sobre la necesidad de la violencia y la dictadura revolucionaria de una manera que, aunque Recabarren trate de negarlo, alteraba de una manera sustancial sus puntos de vista anteriores:

“Mi breve estadía en Rusia de los Soviets me ha confirmado en todas mis ideas respecto de la necesidad de la violencia revolucionaria y de la dictadura proletaria. He comprendido perfectamente que sin esa dictadura de la clase obrera la revolución social no puede ser conducida a buen término.” (Citado en Lillo 2008: 82; ver también Grez 2011)

Estos planteamientos se verán expresados aún más claramente en un breve texto publicado en La federación obrera en noviembre de 1923 bajo el significativo título de “La dictadura preferible”. Ya no se trata para Recabarren de instaurar una “democracia verdadera” ni nada que se le parezca, sino, lisa y llanamente, una dictadura, la propia:

“La prensa burguesa y anarquista protesta siempre contra toda clase de dictadura, ya sea obrera o burguesa. Consideran igual las dictaduras de Mussolini, Primo de Rivera y Lenin. La realidad marcha hacia las dictaduras. Es el caso de escoger entre la dictadura obrera y burguesa. La dictadura burguesa ya la conocemos es el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. La dictadura obrera, es la fuerza que destruye el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. Es decir, hablando más claro, la dictadura obrera es la que destruye la dictadura burguesa que tantos siglos hemos sufrido (...) La dictadura burguesa favorece toda clase de explotación y de vicios que envilecen. La dictadura obrera destruye la explotación y la fuente de todos los vicios. Prefiero, pues, la dictadura obrera.” (Recabarren 2015: 743-744)

El mito de la democracia superior después de la caída de la Unión Soviética

El PCCh mantendrá una admiración y fidelidad inquebrantables con la Unión Soviética durante toda su existencia. Se trata de una relación con un fuerte componente emocional de carácter prácticamente religioso, aunque ello se niegue por quienes se declaran ateos convencidos, a partir de la cual cualquier duda o crítica es vista como una herejía imperdonable o como una maniobra artera de los enemigos de la revolución.

Uno de los más grandes líderes del comunismo chileno, Elías Lafertte, nos ha dejado un testimonio muy revelador respecto de la carga emocional-religiosa asociada a la Unión Soviética a propósito de su primera visita a ese país el año 1931:

“Es difícil para mi expresar lo que sentí entonces, hacer comprender lo que para un comunista significa visitar la Unión Soviética. Yo no sé si tiene igual alegría un católico a quien se invita a Roma o un árabe que marcha hacia la Ciudad Santa donde se guardan los restos de Mahoma. En el caso nuestro no hay espejismos religiosos, pero indudablemente existen fe, confianza y cariño que se fundan en la razón, hacia el primer país donde se ha construido el socialismo (...) Creo que el de esa invitación fue uno de los momentos más felices de mi vida.” (Lafertte 1961: 236-237)

Nada, ni siquiera el célebre informe sobre los crímenes de Stalin que Nikita Jruschov presentó ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, hizo que flaqueara la admiración sin límites por ese país o que se dejase de considerarlo como la expresión de una democracia superior y digna de ser imitada. Sin embargo, el estrepitoso derrumbe desde adentro de la Unión Soviética a fines de 1991 hizo insostenible ese relato. El socialismo, con sus virtudes y su superioridad supuestamente incuestionable frente a un mundo capitalista decadente, no podía colapsar de una manera tan ignominiosa.

Esto motivó una operación de repliegue en el relato histórico que es en todo similar a aquella que Trotski y sus seguidores, los archienemigos de los comunistas prosoviéticos, venían realizando desde el ascenso de Stalin al poder: la revolución genuinamente socialista y la instauración de una verdadera democracia llevada a cabo por Lenin fue deformada y corrompida por Stalin y sus secuaces. Lo que se derrumbó en 1991 no fue, por tanto, la patria socialista ni la herencia de Lenin, sino su trágica adulteración posterior.

Un ejemplo paradigmático de esta operación de salvataje de la “gloriosa Revolución de Octubre” y de su ideología, el marxismo-leninismo, nos lo da el relato sobre la caída de la Unión Soviética articulado por quien fuese el principal líder de los comunistas chilenos desde 1958 hasta 1989, Luis Corvalán. En su libro de 1993 El derrumbe del poder soviético, Corvalán defiende sin concesiones la concepción fundacional de su partido sobre el régimen bolchevique implantado por Lenin. A su juicio, en la Rusia soviética se instauró “una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente”, es decir, “una dictadura de la mayoría sobre la minoría”, que el líder comunista chileno llega incluso a considerar como la realización del ideal democrático de Abraham Lincoln:

“El poder soviético surgió como un poder democrático, como una dictadura de la mayoría sobre la minoría, como una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente, donde la minoría domina sobre la mayoría, generalmente con métodos sutiles que le permiten mantener a mucha gente en el engaño. Soviet significa consejo y los primeros soviets estuvieron formados por representantes de los obreros, de los campesinos, de los soldados y de los marineros, que pronto abarcaron también a otras categorías de ciudadanos. Por primera vez en la historia se trataba de crear una democracia como la concebía Lincoln, como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” (Corvalán 1993: 40)

A continuación, Corvalán se solidariza explícitamente con la caracterización hecha por Recabarren en 1917 de la Rusia soviética como expresión de la “verdadera democracia”, “la democracia del pueblo honrado y trabajador”:

“Por eso, al saludar la Revolución Rusa de 1917, nuestro Luis Emilio Recabarren expresaba que el nuevo Estado que de ella surgía es el más poderoso baluarte de la verdadera democracia, de la democracia del pueblo honrado y trabajador.” (Ibid.)

De esta manera, es decir, como ejemplo de una verdadera democracia cualitativamente superior a la “democracia burguesa”, se presentará a la Unión Soviética en los escritos de los comunistas chilenos durante toda su existencia y la tristemente célebre “Constitución de Stalin” del año 1936 sería aplaudida por ser “la más democrática del mundo” y la obra, como escribió Pravda en su momento, de “un genio del mundo, el hombre más sabio de la época, el líder más grande del comunismo”. Como veremos, esta es la misma forma en que hasta nuestros días se califica a la dictadura comunista cubana, sintetizando lo que el PCCh siempre ha entendido y sigue entendiendo cuando habla de “democracia superior”, “democracia popular”, “democracia avanzada” o “democracia real”.

De vital importancia para Corvalán y sus camaradas ha sido limpiar la figura de Lenin de toda mancha. El principal culpable del desastre sería Stalin, pero la culpa también la comparten quienes posteriormente lo reemplazarían en la dirección comunista soviética, incluido por supuesto quien, de facto, sería el gran enterrador de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov. El relato de Corvalán nos dice que a partir de la muerte de Lenin en enero de 1924:

“la democracia soviética no siguió desarrollándose. Y si bien hubo períodos en que se advirtieron progresos en este campo, se puede afirmar que en el mediano plazo sufrió una involución, un retroceso funesto, y la dictadura pasajera se fue transformando en permanente, con la particularidad de que dejó de ser la dictadura del proletariado propiamente tal, de la mayoría sobre la minoría, para convertirse en la dictadura de la minoría, de la burocracia del poder.” (Ibid.)

Así fue, efectivamente, pero ya desde los tiempos de Lenin. El PCCh fue uno de los cómplices más constantes y entusiastas de esta dictadura de una burocracia en el poder que cometería incontables fechorías tanto contra su propio pueblo como contra otros pueblos que cayeron bajo su ámbito de poder. Por ello mismo, resulta patético que el mismo Corvalán intente justificar esta larga complicidad con la dictadura soviética describiéndola como la expresión correcta de lo que él llama una “posición clasista”:

“Desde aquellos ya lejanos días de octubre de 1917, por espacio de casi tres cuartos de siglo, el Partido Comunista de Chile apoyó resueltamente a la Unión Soviética en las grandes encrucijadas de la historia. La defendió de todos los ataques de que fuera blanco. Marchó siempre, codo a codo, con su Partido Comunista. Hoy se puede discutir y reconocer que en una u otra situación ello fue o pudo ser equivocado. Pero como línea general esa conducta fue correcta. Fue la expresión de una posición clasista.” (Ibid.: 132-133)

III. Contra el partido de Recabarren: Bolchevización y estalinización del Partido Comunista de Chile

La ideología de Recabarren es la herencia que el partido debe superar rápidamente. Recabarren es nuestro; pero sus concepciones sobre el patriotismo, sobre la revolución, sobre la edificación del partido, etc. son, al presente, una seria traba para cumplir nuestra misión.

Resoluciones de la Conferencia Nacional del Partido Comunista (1933)

Nosotros, comunistas chilenos, fuimos admiradores de Stalin. Lo vimos como un gigante en la lucha por el socialismo y como un gran capitán en la guerra contra el fascismo. No tuvimos ninguna duda en hablar de marxismo-leninismo-stalinismo.

Luis Corvalán (1993)

En el mismo congreso en el que el Partido Obrero Socialista pasa, en enero de 1922, a llamarse Partido Comunista de Chile, se adopta la resolución de convertirse en sección chilena de la Internacional Comunista (IC) o Komintern (también conocida como Tercera Internacional), fundada en marzo del año 1919 en Moscú. Con ello el PCCh se transformaba, explícitamente, en un brazo o sección de lo que era el partido mundial de la revolución comunista y sellaba así el comienzo de lo que serían 70 años de fidelidad absoluta para con la Unión Soviética. De esa manera se iniciaba, además, un proceso de transformación del partido que desde su fundación en 1912 había sido liderado por Luis Emilio Recabarren en un partido muy diferente, tanto respecto de su ideología como, sobre todo, de sus formas orgánicas y en cuanto a la autonomía para formular su propia línea política. El partido de Recabarren se convertiría así en aquel partido bolchevizado y estalinizado que alcanzaría ya en los años 30 sus formas características en lo referente a su disciplina autoritaria, su dogmatismo ideológico y su seguidismo respecto de las directrices soviéticas. En este capítulo estudiaremos los aspectos orgánico-ideológicos de esta transformación para detenernos en el siguiente en su impacto sobre la línea y el accionar del partido.

Las 21 condiciones de la Internacional Comunista

La adhesión del PCCh a la Komintern implicaba serios compromisos y una radicalización notable respecto de la línea política del viejo POS. Los grandes objetivos del la Internacional Comunista fueron definidos de la siguiente manera en sus estatutos, aprobados en julio de 1920 por su II Congreso:

“La Internacional Comunista se fija como objetivo la lucha armada por la liquidación de la burguesía internacional y la creación de la república internacional de los soviets, primera etapa en la vía de la supresión total de todo régimen gubernamental. La Internacional Comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para sustraer a la humanidad de los horrores del capitalismo. Y la Internacional Comunista considera al poder de los soviets como la forma de dictadura del proletariado que impone la historia.” (IC 2017: 57)

No se trataba, sin embargo, de objetivos de largo plazo, sino de una tarea urgente. El II Congreso lo expresa así:

“El proletariado mundial se halla en vísperas de una lucha decisiva. La época en que vivimos es una época de acción directa contra la burguesía. Se aproxima la hora decisiva. En todos los países donde existe un movimiento obrero consciente, la clase obrera tendrá que librar pronto una serie de combates encarnizados, con las armas en la mano. En este momento más que nunca, la clase obrera tiene necesidad de una sólida organización. De ahora en adelante la clase obrera debe prepararse infatigablemente para esta lucha, sin perder ni un solo minuto.” (Ibid.: 71)

 

En ese mismo congreso se fijaron las 21 condiciones que la organización estableció como requisito para aceptar a los partidos que aspirasen a transformarse en secciones de la IC. Entre estas condiciones, que guiarán por largo tiempo el quehacer de los comunistas chilenos, están la aceptación de la dictadura del proletariado como objetivo de la acción revolucionaria, la preparación para dar un golpe insurreccional y el uso de las eventuales formas democráticas para facilitar su realización, la total ruptura con las corrientes reformistas de izquierda, la imposición del modelo de partido leninista, el seguimiento irrestricto de las directivas emanadas de la Komintern y el cambio de nombre del partido.

He aquí el tenor literal de partes de este documento clave para la historia del comunismo tanto internacional como chileno (entre paréntesis el número de la condición de la cual se cita; sigo la traducción de Sociedad Futura 2020):

(1) “Ha de hablarse de la dictadura del proletariado no simplemente como si se tratara de una fórmula corriente y trivial, sino que ha de ser defendida de tal modo que su necesidad se haga patente para todo trabajador y toda trabajadora de la masa, para todo soldado y campesino.”

(3)“La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América está entrando en la fase de la guerra civil. En tales condiciones, los comunistas no pueden confiar en la legalidad burguesa. Ellos deben crear en todas partes una maquinaria ilegal que en los momentos decisivos sirva de ayuda para que el partido cumpla su deber para con la revolución.”

(4) “Una propaganda y una agitación persistentes y sistemáticas han de llevarse a cabo en el ejército; han de formarse grupos comunistas en toda organización militar (...) la negativa a hacerla o a participar en esa tarea ha de ser considerada traición a la causa revolucionaria e incompatible con la afiliación a la Tercera Internacional.”

(7) “Los partidos que deseen unirse a la IC deben reconocer la necesidad de una ruptura absoluta y completa con el reformismo (...) La IC exige incondicional y perentoriamente que esa ruptura se lleve a cabo en el menor plazo posible.”

(12) “Todos los partidos integrantes de la IC deben formarse sobre la base del principio del centralismo democrático. En los tiempos presentes de aguda guerra civil el Partido Comunista solo será capaz de cumplir sus tareas si está organizado de una manera suficientemente centralizada, si posee una disciplina férrea y si la dirección del partido goza de la confianza de sus miembros y está dotada de poder y autoridad y se le dota de los más amplios poderes.”

(16) “Todas las resoluciones de los congresos de la IC, así como las resoluciones del Comité Ejecutivo, son obligatorias para todos los partidos afiliados a la IC.”

(17) “Todos los partidos que deseen unirse a la IC han de cambiar sus nombres. Cada uno de los partidos que desee unirse a la IC ha de llevar el siguiente nombre: Partido Comunista de tal o cual país, Sección de la Tercera Internacional Comunista.”

Uno de los planteamientos de la IC que primero se afianza entre los comunistas chilenos es aquel acerca de la dictadura del proletariado, pero sin siquiera pretender que fuese una dictadura de la mayoría sino, lisa y llanamente, del partido, tal como ocurría en Rusia. A comienzos de julio de 1922 se podía leer lo siguiente en el periódico del partido en Antofagasta:

“Nosotros, los comunistas no ocultamos nada sobre la dictadura porque en ésta está la salvación de la Revolución Proletaria. Sin la dictadura de una minoría capaz, que siempre haya ido a la vanguardia de los movimientos revolucionarios y que la clase trabajadora, en el momento de transición, le otorga su confianza en la elección de los Soviets, no es posible hacer la Revolución proletaria. Y añadimos: esta minoría no puede ser otra que el Partido Comunista, que tiene su programa, su centralización, su disciplina ideológica “no personal”, su organización militar, todos estos materiales que son indispensables para aplastar a la burguesía y sus secuaces, “sean quienes fueren”.” (El Comunista 1922; citado en Grez 2011)

El asalto al partido de Recabarren

El PCCh será aceptado el año 1922 como miembro simpatizante de la Komintern, a la espera de que cumpliese a cabalidad con las 21 condiciones recién citadas. Esto se realizará sucesivamente, permitiendo ya en 1928 pasar a ser una sección de pleno derecho de la IC. Sin embargo, la bolchevización del partido tomará más tiempo, completándose definitivamente hacia 1940. Así concluirá el proceso iniciado a partir del V Congreso de las IC, celebrado a mediados de 1924, en el cual se decidió disciplinar y homogenizar a las organizaciones comunistas que la integraban, transformando así a la Komintern en lo que se define como un gran “Partido Bolchevique universal imbuido de leninismo.” (IC 1975: 60).

Los momentos clave del proceso que aparta completamente al PCCh del partido significativamente más democrático, horizontal y abierto creado por Recabarren para transformarlo en una copia chilena del modelo leninista-estalinista soviético son los siguientes:

(1) El comienzo de lo que uno de los principales expertos en la historia del comunismo chileno, Sergio Grez (2020), ha llamado “la brutal intervención” del Secretariado Sudamericano (SSA, denominado Buró Sudamericano, BSA, desde 1930) de la Komintern en la vida interna del PCCh que se produce hacia fines de 1926, con la llegada a Chile de sus emisarios, el ruso Boris Mijailov (alias “Raimond”) y los argentinos Rodolfo Ghioldi y Miguel Contreras19, así como con la Carta abierta del SSA de la IC. A todos los miembros del PCCh con motivo del próximo Congreso, fechada en noviembre de 1926.

En ese documento se subraya, entre otras cosas, la importancia de que el PCCh adopte una forma leninista de organización y cree, “al lado de su aparato legal, un aparato ilegal” (Sánchez 2008: 35). La crítica kominteriana a los comunistas chilenos era amplia:

“el SSA había recogido las observaciones de la IC acerca de que el PCCh no había en realidad dado ningún paso hacia su bolchevización. Lejos de organizarse en células de fábricas, seguía organizado con base en asambleas; tampoco se habían realizado los esfuerzos necesarios para incorporar en sus filas aquel nutrido grupo de obreros que eran requeridos para que el partido adquiriera una fisonomía proletaria; no habían sido debidamente delimitadas las funciones que debía desarrollar el partido, y aquellas que les cabían a los sindicatos; el Comité Central no ejercía con pericia las prácticas signadas por el centralismo democrático, y el trabajo parlamentario era desempeñado de manera indisciplinada.” (Piemonte 2017: 110)

Esta primera intervención externa cobrará aún más fuerza por medio de la presencia de los enviados de la Internacional Comunista en el VIII Congreso del PCCh, celebrado a comienzos de 1927 (el ítalo-argentino Ghioldi incluso preside varias de las sesiones del congreso). Su propósito principal era disciplinar al partido e imponerle una acelerada agenda de bolchevización, es decir, de eliminación de la herencia organizativa asociada con el POS y, más específicamente, con Recabarren, reemplazándola por un tipo de organización de carácter verticalista basada en células partidarias. En suma, como escribe Ximena Urtubia en Hegemonía y cultura política en el Partido Comunista de Chile, fue el triunfo “de la disciplina férrea y el monolitismo doctrinario20.

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