No eres tú (siempre) soy yo

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¿Cómo alguien al que no conocía me podía hacer sentir dichas sensaciones? ¿Cómo alguien podía haber entrado dentro de mí de forma tan profunda, sin ni siquiera él saberlo y sin ni si quiera haber hecho nada? Pero claro, como supongo estás pensando, no todo es tan bonito como parece y por supuesto también tuvo su parte negativa.

Álvaro se paseaba por el instituto moviendo su melena y todas las niñas suspirábamos por él, y como era de esperar, jamás me hizo el más mínimo caso. Lo veía con otras chicas mayores y me ponía muy triste, recuerdo que escuchaba canciones tristes y lloraba por él, me sentía tan desolada…

Estaba deseando cruzármelo y que al menos me dijera adiós o viniera al patio a pedirme un cigarro (¡en aquel entonces fumaba porque, claro, era muy guay hacerlo!).

Imagínate, estaba deseando que viniera a “aprovecharse de mí”, darle un cigarro aunque no me hiciera caso, con tal de poder escuchar su voz unos segundos. Esto, por supuesto, él lo sabía.

¿Cómo podía darse cuenta? ¿Sería por mi cara de boba? El caso es que tanto lo pedía al universo, que él así hacía.

Teníamos una amiga en común y recuerdo que me escribía cartas en clases y me decía: ayer le hablé a Álvaro de ti y me dijo que eres muy maja… Guauuuu aquel era el día más feliz de mi vida. ¡Él había dicho que era maja!

Estuve enamorada de él un par de años y la verdad es que a veces se me hacía cuesta arriba, ya que no tenía ni la más mínima posibilidad con él. Es más, cuando lo veía me daba tanta vergüenza que a veces hasta bajaba la cara y no podía ni mantenerle la mirada. Estaba tan segura de que él podía tener chicas más guapas y mayores que yo, que evidentemente no tenía ninguna esperanza, pero tan solo me conformaba con verlo y seguir imaginando que me decía cosas. ¡El amor era tan bonito, pero se sufría tanto por amor!

Cabe decir que Álvaro era uno de los chicos más populares de la escuela, por lo que como podrás suponer, también era uno de los más gamberros. No estudiaba y siempre estaba metido en problemas, pero a mí eso todavía me gustaba más. Ese rollito malote era perfecto, hacía que me pareciera mucho más atractivo.

Escribía en mi diario cada día explicando lo que me decían de él, si me miraba, si pasaba por mi lado y me saludaba, cualquier cosa. Prácticamente se había convertido en una obsesión y mi vida giraba en torno a él, pero claro era normal, era “¡el Hombre de mi vida!”.

Poco a poco fui creciendo y, por supuesto, cada vez era más “apetecible” para los chicos. Dejé de ser una “niñita”, para ser una “mujercita”. Tenía 16 años cuando en clase de plástica nos agrupaban con otros alumnos y también con los repetidores. Y fue en ese instante, cuando estaba realizando mis circunferencias con el compás cuando de repente… conocí, ahora sí, a ¡” el Gran Amor de mi vida”!

Raúl era tan guapo. Tenía unos ojos azules preciosos que cada dos por tres se cruzaban con los míos verde esperanza. Era un encuentro de miradas constante en que las chispas saltaban.

Él era repetidor por lo puedes imaginar que era del estilo de Álvaro, con la diferencia que éste sí parecía hacerme caso. Era “gamberrete” y le gustaba poco estudiar, pero eso daba igual, porque era uno de los chicos más populares del colegio. Por aquella época yo tenía algún amigo, concretamente había un chico algo más mayor con el que había tenido alguna cita, nos veíamos en la discoteca y a ese chico yo le gustaba bastante, pero claro… no podía resistirme a los ojos de Raúl. El caso es que el otro chico estaba por mí, le encantaba, me decía lo guapa que era y quería tener algo más serio conmigo, pero por extraño que parezca había algo que hacía que yo no lo viera claro, por lo que al final decidí apostar por Raúl.

Un día estaba en el patio del colegio y vino corriendo mi amiga María.

 ¡Noa, Noa! Vas a alucinar, tengo que contarte una cosa.

La vi súper excitada y nerviosa y le dije “cuéntame que me tienes en ascuas”. Entonces me dijo que estaba en el patio y de repente vino Raúl y le dijo:

 Oye a esa amiga tuya, Noa, ¿qué le pasa? ¿Por qué me mira tanto?

No podía creer lo que estaba oyendo, me temblaban las piernas, el estómago, no sabía ni dónde meterme y le dije a mi amiga que qué le había dicho. Si una cosa no caracterizaba a María era su discreción, a lo que me respondió:

 Pues qué le voy a decir, que te gusta y que quieres estar con él.

Madre mía, en ese momento no sabía qué hacer. No sabía si reír, si llorar, si estar contenta o matar a la bocazas de mi amiga. A lo que yo pregunté que cuál había sido su reacción. Y entonces fue cuando vi el cielo.

Mi amiga me dijo que él le había dicho que también le gustaba y que si quería “enrollarme” con él en fin de curso. Para los que sois menores de 34, enrollarse era la palabra que utilizábamos para decir que nos besaríamos con alguien, como veis un vocabulario muy enriquecedor.

No podía creerme lo que estaba pasando…. Raúl, el chico más guapo del instituto se había fijado en mí y quería estar conmigo en fin de curso. La verdad es que no me lo creía y tuve que preguntar a mi amiga si era cierto, no daba crédito, qué suerte estaba teniendo, y me preguntaba una y otra vez qué había visto en mi este chico para gustarle.

Las siguientes semanas nos veíamos por el instituto, nos saludábamos, pero poco más, porque el trato era que estaríamos juntos en fin de curso. Definitivamente hablé con el otro chico y le dije que no nos veríamos más porque había conocido a otra persona. La verdad que no se lo tomó muy bien, pero yo quise ser sincera porque no quería engañarlo, para mí el respeto hacia el otro era muy importante.

Estaba pletórica y deseando que llegara fin de curso. Era la envidia de muchas chicas y la verdad es que tuve que soportar bastantes críticas en el colegio. Tuve que escuchar cosas como que no era tan guapa como para que él estuviera conmigo y cosas así. No te voy a decir que no me molestara, pero por otro lado yo estaba feliz, así que intentaba no hacer mucho caso.

Hago un inciso para pensar en qué tipo de personas nos convertimos cuando nos gusta alguien. En los años de mi instituto he tenido como tres o cuatro enemigas, chicas que me miraban mal, que me insultaban, que se metían conmigo, simplemente porque nos gustaba la misma persona. Me parece tan horrible a día de hoy… actuábamos como animales, donde “linchábamos” a cualquiera que se acercaba a nuestra presa… ¡es horrible! ¿No se supone que somos animales racionales?

En fin, llegó el momento de irnos de fin de curso y comenzaba mi gran aventura de conquistar al “chulazo” del instituto.

Los primeros días estuve con mis amigas. Nos llevaron a esquiar y a hacer actividades. Cada vez que me lo cruzaba por las habitaciones o por el comedor me temblaba todo, sentía tal nerviosismo que muchas veces agachaba la cabeza y no sabía cómo actuar.

Recuerdo que un día, no sé cómo lo hicieron, mis amigas nos dejaron a solas en una habitación. Cuando me di cuenta, ellas ya no estaban y estábamos los dos solos. Estaba nerviosísima, insegura. Tuvimos una conversación de besugos y me fui para otra habitación.

Cuando llegué todas mis amigas esperaban que nos hubiéramos dado un beso y les dije que solo uno, porque me moría de vergüenza. Seguían pasando los días y aquello no cuajaba hasta que un día en la discoteca vino una amiga mía y me dijo que o tenía algo con Raúl o que él se estaba cansando y al final no pasaría nada.

Me sentí muy amenazada… por primera vez había conseguido que el “chulazo” del cole me hiciera caso y por “tonta” lo iba a perder. Total, que me armé de valor y por fin se dio el gran momento. Creo que faltaron serpentinas y globos porqué estaba toda la discoteca deseando que nos diéramos un beso. Me sentía tan observada… pero a la vez sabía que había hecho lo que tenía que hacer.

Cuando volvimos de final de curso, Raúl quiso hablar conmigo y me dijo que quería que fuésemos novios y comenzáramos a salir. Esta relación duró un mes y en ese mes Raúl ¡me puso los cuernos no sé cuántas veces!

Yo estuve muy ilusionada con esa relación, estaba enamorada, emocionada, y es que hay que ver lo que da de sí un mes cuando estás enamorada. A las tres semanas de salir juntos, de repente noté un comportamiento extraño en él. Dejó de venir a clase, dejó de contestarme a los mensajes y yo no entendía nada. Hasta que un día, una amiga que teníamos en común me dijo que tenía algo que decirme… Raúl había vuelto con su ex-novia.

No te puedes imaginar cómo me sentí en ese momento. No me lo podía creer, pero lo peor de todo no es que no me pudiera creer que él tuviera la poca vergüenza de faltarme al respeto de ese modo, sin decirme nada, dejando que me lo dijera mi amiga, con esa poca valentía, sino que lo que más dolor me producía era que lo había perdido.

Recuerdo que estuve con mi amiga llorando toda la tarde sin poder entender nada de lo que estaba sucediendo. Y a partir de ese momento comenzó mi adicción a Raúl, una adicción que duró aproximadamente un par de años.

Recuerdo que estuvimos como un par de meses sin vernos, hasta que un día comenzó a venir con los amigos que yo iba. Venía con nosotros, me miraba, me sonreía y por supuesto y como seguro estarás pensando… ¡sí! yo me derretía.

Comenzó a venir cada vez más y cada vez más fui volviendo a caer en sus garras. Cuando hacíamos fiestas en casa de alguien o íbamos a la discoteca, se acercaba, se ponía muy cariñoso y yo volvía a picar, y así una vez tras otra. Pero él seguía y seguía con su novia. Esta situación duró mucho tiempo.

 

Él, por lo que decía, no estaba bien con su novia, pero no podía dejar la relación y me buscaba continuamente. Yo me enfadaba porque era consciente de que estaba jugando conmigo, pero volvía a caer… ¿y qué podía hacer? Estaba enamorada.

Estuvo jugando con mis sentimientos durante dos años, pero lo peor de todo es que yo lo permitía una y otra vez. Estaba “tan enamorada” que los pequeños ratos que podía pasar con él compensaban los momentos de dolor y sufrimiento que tenía después.

Tenía grandes amigas y grandes amigos que me aconsejaban, me decían que yo valía muchísimo, que no merecía aquello, que merecía algo mejor… incluso hablaban con él y le “regañaban”, pero aun así seguíamos con la misma dinámica.

Durante esa época, yo no tuve ojos para nadie más, estaba obsesionada con él, y sufría y sufría, y además me regodeaba en mi propio sufrimiento, esperando que llegara el día en que me dijera que por fin había apostado por mí, y esperando seguí. Pero entonces sí llegó el gran día en que por fin pude dar carpetazo a esa relación y en aquel momento sí ¡Conocí al “Gran Amor de mi vida”!

¡Por fin, la vida me estaba sonriendo!

CAPÍTULO 2

“Cuando el amor se convierte en sufrimiento”.

La relación estable, larga y duradera.

Seguía inmersa en el sufrimiento, deseando que algún día Raúl se diese cuenta de la gran mujer que yo era, como si eso fuese posible. ¿Cómo podía ver Raúl la gran mujer que yo era, lo que se estaba perdiendo si jamás me puse en valor delante de él? ¿Acaso yo sabía la gran mujer que era?

Un día cuando estábamos en el sitio donde nos reuníamos todos, de repente apareció “él”. No puedo explicar con palabras lo que sentí en ese momento. Marcos era mayor que yo unos cinco años, yo tenía unos 17 años y él estaba a punto de cumplir 22. Venía de trabajar, con su coche… ¡era de otro nivel, claro! Yo simplemente era una niña que estaba estudiando en Bachillerato, que salía de mi colegio con la mochila a la espalda y él “jugaba en otra liga”.

Era un chico muy guapo y, sobretodo, un chico con nombre. Le conocían en todo el barrio y eso hacía que fuese mucho más interesante ya que era muy popular. Pasaba todos los días por donde estábamos nosotros y nos saludaba, pero no teníamos mucha más comunicación, hasta que un día vino donde estaba con mis amigos.

Teníamos que ir al campo ya que nos gustaba más estar allí que en nuestro barrio y teníamos que montarnos en el coche de los chicos, que eran los que tenían el carnet de conducir y un día me tocó montarme en su coche. Yo me sentía bien porque parecía un chico mucho más maduro que el resto de mis amigos, él era mayor, trabajaba y se veía bastante formal. Recuerdo que mis amigas y yo siempre comentábamos que él era muy diferente.

Un día estaba lloviendo por lo que tuvimos que quedarnos dentro del coche con un amigo y dos amigas más. Estuvimos riendo, pasándolo muy bien y comenzó a llamarme un poquito más la atención.

Mis amigas empezaron a darse cuenta de que Marcos hacía más esfuerzos de la cuenta para verme o estar donde yo estaba y por lo tanto empezamos a ver que quizá le podía gustar.

Un día decidimos ir a la discoteca porqué sabíamos que él iba y allí fue cuando comenzó esta historia. Una historia de 10 años con momentos bonitos y felices, pero con muchos momentos de dolor y sufrimiento.

Yo siempre había visto una relación de pareja como algo para toda la vida, la idea que tenía era la de mis abuelos, familiares, mis padres… De hecho, siempre dije que a los 22 sería madre, ese era el concepto que yo tenía: conocer a alguien con 17, estudiar, ponerte a trabajar y ser madre.

Cuando Marcos me dijo que le gustaba y que quería estar conmigo fue como algo increíble ¡Por fin, pude encontrar el amor! En ese momento pensé que la vida me estaba compensando por lo de Raúl… años más tarde pude ver que no fue así.

Yo era muy feliz, por primera vez me sentí amada de verdad. El día que nos dimos el primer beso en la discoteca llegamos donde estaban mis amigos y vi como todos, uno a uno, incluso Raúl felicitaban a Marcos por haber dado el paso de conquistarme. Yo no sabía por qué lo hacían, pero entendí que mis amigos se alegraban de ver comenzar lo nuestro. Años más tarde, he comprendido que me valoraban muchísimo y ellos sabían que Marcos había encontrado a una gran mujer.

Esa misma noche, salimos y mi mejor amiga me dijo que Raúl le había pedido estar con ella. Me pareció increíble que lo hiciera puesto que sabía que ella era mi mejor amiga, pero entendí que estaba tan enfadado y celoso por haber perdido a la “tonta del bote”, que quiso hacerme daño con aquello.

La verdad es que en ese momento todo me daba igual, yo estaba feliz y empezando algo muy bonito. Comenzamos a salir y nos veíamos cada día. Marcos estaba mucho por mí, él me enseñó prácticamente a todo en el amor. Yo jamás había tenido una pareja y no sabía cómo actuar, pero aquello me gustaba. Me gustaba como me trataba, me gustaba que quisiera verme cada día, me gustaba que me respetara como mujer, así que comenzamos nuestra relación y se fue haciendo cada vez más seria.

Si algo tengo que decir de Marcos es que él siempre vio que yo era una mujer 10 y que era muy afortunado por tenerme, aunque no siempre supo valorarlo y no supo mantenerlo.

Siempre valoró mi inteligencia y recuerdo que me decía, si algún día lo dejamos será porqué tú tomes la decisión.

Ya al comienzo hubo algún episodio de celos que yo no entendía. Recuerdo un día que yo ya estaba en la universidad y decidimos salir los compañeros de clase. Aquel día Marcos vino a recogerme ya que yo no tenía coche y lo vi muy serio. Le pregunté el motivo y me dijo que no le parecía bien que saliera con los chicos de la universidad.

Yo no entendía nada, porque él salía cada fin de semana con sus amigos y yo nunca le decía nada, yo me quedaba en casa porque mis padres aún no me dejaban salir siempre y sin embargo nunca me enfadaba, pero él aquel día no veía bien que yo saliese.

Yo le dije que no entendía su reacción y explicaba constantemente que lo que le enfadaba era que yo no tuviese dinero para hacer algunas cosas con él, pero sí tuviese para salir. Yo me intentaba justificar diciendo que el dinero me lo daban mis padres y no entendía por qué me recriminaba eso, cuando sabía perfectamente que yo no trabajaba.

Estuvimos discutiendo bastante rato, es cierto que siempre he tenido bastante carácter y que discutía las cosas con él cuando no me parecían bien, pero incluso así me justificaba y defendía constantemente ante él.

Recuerdo que por un momento pensé en no ir a la cena porque ya no tenía ganas, pero había quedado con una amiga y no quería dejarla sola. Aquel día Marcos me “aguó la fiesta” como otros tantos días. Tenía la capacidad de enfadarme y discutir conmigo cada vez que yo iba a hacer algo con mis amigos y esto hacía que ya no me lo pasara bien.

Cuando me iba a bajar del coche recuerdo que yo le había dicho a Marcos que era un egoísta y que no entendía nada de lo que estaba haciendo y recuerdo que me dijo: “porque sea un egoísta ahora no te vayas a liar con otro”.

En ese momento me quedé de piedra, no entendía por qué me decía eso cuando yo era una chica muy fiel, jamás le había dado motivos para tener celos y vi en él una preocupación importante. Entendí que todo su enfado era porque se sentía inseguro y celoso y tenía miedo a perderme.

A partir de ese momento fuimos viviendo más episodios de celos. Recuerdo un día que llegamos a casa después de la discoteca y me dijo ¿Quién era ese al que has estado mirando toda la tarde en la discoteca? Yo no entendía nada, yo iba a la discoteca a bailar y él pensaba que miraba a otros chicos. Me dejó en la puerta de mi casa y salió haciendo tal ruido con el coche que pensé se habrían enterado todos los vecinos.

En ese instante sentía un miedo atroz a perderlo, pasaba dos o tres días sin llamarme, sin contestarme al teléfono… era su manera de castigarme. Se ponía agresivo con el coche, daba golpes, veía sus ojos inyectados en cólera mientras lloraba… era un infierno.

Cuando lo veía de esa forma sentía pánico y realmente yo sabía que jamás me hubiera puesto una mano encima, de hecho jamás lo hizo, pero sentía tanto miedo de verlo así que yo no sabía ni responder. Me asustaba su reacción, pero lo que más miedo me daba era que se marchara y no quisiera volver a estar más conmigo.

La dinámica de nuestra relación era esta: él se enfadaba, montaba en cólera y protagonizaba aquellas escenas de celos, estábamos una semana sin comunicarnos, después hablábamos y se solucionaba.

Yo tenía mi orgullo y no lo llamaba, cuando estábamos hablando le decía todo lo que pensaba y le “regañaba”, él siempre asentía y me decía que sí tenía razón y así se iban sucediendo los episodios. Siempre tuve la sensación de hacer de madre con él, siempre dándole el sermón, él dándome la razón, hasta la siguiente bronca.

Veía cosas donde no las había. Un día estábamos en la fisioterapeuta porque habíamos tenido un accidente de coche y cuando me estaba haciendo el masaje, entró su compañero a coger una crema. Fue un nuevo episodio de sus celos injustificados, le dijo al chico que no entrara más cuando yo estuviera en el despacho y después, evidentemente, discutimos.

Yo sentía vergüenza a veces, sentía vergüenza de que le hubiera dicho aquello a aquel chico y de lo que podrían pensar aquellas personas de mí. Cuando salimos le dije que no me parecía bien lo que había hecho y finalmente desató su ira conmigo, poniéndose furioso y diciéndome que probablemente a mí me gustaba que ese chico me viese en ropa interior. En ese momento no pude sentirme más humillada, ¿mi pareja me estaba tratando como a una “fulana” o qué? Él no era capaz de entender que su reacción era desmedida y además me culpabilizaba siempre de su enfado.

Estas discusiones fueron constantes los dos primeros años de nuestra relación. Yo tenía claro que él no tenía razón, que yo no tenía culpa de sus celos, pero aun así lo perdonaba una y otra vez.

Puedo reducir a dos las emociones que sentía cuando se daban estas situaciones, normalmente acompañadas de alcohol: vergüenza y miedo… mucho miedo.

Yo intentaba evitar que los chicos me miraran en la discoteca ya que sabía que, si a alguno se le ocurría acercarse, habría problemas por lo que me convertí en una sufridora constante que hacía todo lo posible por evitar situaciones incómodas. Recuerdo toda mi relación con Marcos con un nerviosismo interior constante por no saber nunca qué iba a pasar…

Esa sensación la tuve mucho tiempo, es una sensación de intranquilidad y de nervios en el estómago constante, tanto, que te acostumbras a vivir con ella y casi la normalizas creyendo que es cosa tuya.

Cuando se enteraba de los chicos con los que había estado antes que él se enfadaba, me decía que le decepcionaba. Él no podía soportar mi pasado, cuando mi pasado era un cuento infantil comparado con el suyo. Todo lo que tuviera que ver con chicos era un tema muy delicado y estaba muy orgulloso y así lo decía, de ser la persona con la que perdí la virginidad, ya que de no ser así, no sabría si hubiera podido estar conmigo.

Marcos fue mi primer amor y con la persona que perdí la virginidad. Con relación al sexo no puedo decir que él no quisiera mi placer porque sería injusto, pero yo había aprendido a no sentirme merecedora de nada, por lo que diría que jamás disfruté al máximo de las relaciones sexuales con él. Siempre estaba pendiente de él, de su disfrute y de gustarle a él, yo estaba en un segundo plano.

La relación con Marcos siempre fue una relación de continuos problemas. Él desde bien pequeño había sido una persona problemática. Recuerdo que su madre me decía que siempre había sufrido por él y los diez años que pasé a su lado fueron diez años de sufrimiento constante, al final, mi papel era el de madre también ¿no?

Yo lo quería muchísimo y no puedo decir que no hubo momentos bonitos porque no sería justo, pero creo que esos momentos no compensarán nunca los momentos de sufrimiento vividos.

Cuando pasaron unos años, supongo que al estar más seguro de nuestra relación, los celos desaparecieron y no tuvimos más discusiones por ellos. Sí es cierto que Marcos era una persona que cuando salía con los amigos bebía alcohol y le gustaba probar alguna sustancia y esto hacía que se agravara su agresividad.

Yo lo conocía tanto que cuando veía su cara y cómo hablaba, sabía si ese día tendríamos “fiesta” o no y entonces me ponía muy nerviosa. Si un día había bebido más de la cuenta me hablaba mal, estábamos en la discoteca y desaparecía, me dejaba sola con sus amigos… y así fui sintiendo cada vez más, que para él lo importante eran los amigos y la fiesta, no yo.

 

Yo no digo que no me quisiera… pero lo hacía a su manera. Si quedaba conmigo para cenar, pero un amigo le proponía salir, prefería irse con él, cosa que ocurría muchas veces. No me sentía importante para él.

Sus amigos se reunían en un local donde iban a jugar a la consola y fumar hachís y me hacía estar allí toda la tarde con ellos sentada en un sofá “viendo pasar las moscas”.

A día de hoy me pregunto cómo pude aguantar aquella situación. Era joven, quería hacer cosas y nuestra relación cada vez se fue convirtiendo más en una rutina. De la universidad iba al local, estábamos allí con sus amigos y luego yo me iba a mi casa. Le reclamaba que quería tener momentos de intimidad como al principio, que quería estar con él a solas, besarlo, ir a tomar algo y me decía que él ya estaba bien, que a él le gustaba estar allí.

En ese momento hubiera tenido la opción de decidir no ir con él y marcharme yo con mis amigas a otro sitio, pero jamás lo hice. Mis amigas también tenían pareja y poco a poco nos fuimos alejando hasta que mi entorno se convirtió en el suyo. Yo siempre iba con él y sus amigos y no tenía más amigos que ellos.

Siempre era la única chica que había en el grupo, y por cierto, tengo que decir que siempre me sentí muy bien tratada por ellos. Me tenían mucho aprecio y creo que siempre se preguntaron qué hacía yo con Marcos. Puedo decir que estoy muy agradecida porque siempre me trataron con mucho cariño y respeto, mucho más que mi novio.

Era muy triste ver como todo nuestro entorno me valoraba, me admiraba (estoy segura de que más de uno hubiera dado lo que fuera para que yo fuese su pareja) y la persona que estaba a mi lado simplemente me veía como un mueble.

Me fui volviendo apática ya que veía pasar los días siempre de la misma forma. A día de hoy pienso en aquella época y me asalta cierta “ansiedad” al pensar lo infeliz que era, lo poco con lo que me conformaba, lo triste y aburrida que era mi vida.

Cuando nos compramos un piso la cosa no mejoró. Estábamos los fines de semanas enteros allí, o con amigos o solos, y nuestra vida era siempre la misma, rutina y más rutina. Supongo que en algún momento nos dejamos los dos, al principio salíamos, íbamos a tomar algo, a cenar, pero al final mi vida se convirtió en un infierno.

Muchos fines de semana estaba deseando que llegase el lunes para ir a trabajar porque de aquella manera podía hablar con gente y divertirme. Comencé a sentirme aburrida con mi pareja, pero en ese momento estaba tan en mi zona de confort, que jamás me hubiera planteado hacer nada diferente de lo que hacíamos.

Todos los años íbamos de vacaciones al mismo lugar y fuera de las vacaciones nuestro ocio se reducía a ir de casa al local y del local a casa. En ningún caso pretendo responsabilizar a Marcos de todo, evidentemente yo tenía la opción de decidir salir de todo eso, pero lo cierto es que jamás me hubiera imaginado una vida sin él. Él era mi hombre, él era la pareja con la que me había comprado una vivienda y el futuro padre de mis hijos. Tenía muchas cosas que no me gustaban, pero bueno… supongo que como todos ¿no?

A modo de resumen esto fueron los diez años de esta relación y supongo que hubiera seguido en ella de no ser por los acontecimientos que se dieron al final.

Un hecho importante y traumático dentro de nuestra relación se dio cuando llevábamos aproximadamente unos 7 años juntos. Como cada año nos marchamos de vacaciones. Nos encantaba ir al sur y ese año alquilamos un apartamento.

Para mí fueron unas vacaciones como otras cualquiera, pero había momentos por la mañana en que Marcos me decía que se marchaba un rato a desayunar solo. Yo no acababa de entender mucho esa situación, pero me decía que estaba algo agobiado y necesitaba su espacio y yo lo aceptaba… Yo siempre aceptaba todo lo que él quisiera, supongo que tenía tanto miedo a perderlo que al final siempre acababa empatizando con él. Fue una relación donde trabajé mucho mi empatía, a veces creo que demasiado.

Cuando volvimos de vacaciones, un día me dijo que tenía que hablar conmigo. Hecho un mar de lágrimas me dijo que no sabía que le pasaba, que estaba muy agobiado y de repente me soltó que se estaba planteando si quería estar conmigo. En ese momento se me cayó el mundo al suelo, en mi vida había sentido una emoción así, no me podía creer aquello. Tuvimos una conversación muy seria, nosotros jamás habíamos hablado en esos términos y de repente supe que perdía a Marcos.

Yo no entendía nada, habíamos estado de vacaciones y no estábamos mal, no entendía su malestar y me dolía mucho verlo así. Lo veía sufrir, llorar y perdido, él me repetía mil veces que sabía que era la mujer de su vida, una mujer espectacular pero no sabía que le pasaba y necesitaba estar solo.

Yo había adoptado durante la relación con Marcos una dureza brutal, por lo que no solté ni una lagrima, lo abracé como si lo estuviera acunando, le dije que no se preocupara que lo entendía y que le iba a esperar todo lo que necesitara, porque lo amaba y le iba a dar todo el tiempo que precisara.

Se marchó de nuestro piso y de repente me quedé sola. Me derrumbé como nunca antes había hecho, si tuviera que explicar esa sensación creo que nunca podría transmitir todo lo terrible que fue realmente. Sentí como si me arrancaran el corazón, me destrozaran el alma. Es un dolor inexplicable, es muy fuerte, es un creer que te vas a morir; sentí miedo por no saber qué hacer, me sentí sola. Creo que ese día mi corazón tuvo su primera brecha.

Como siempre hacía, me fui para casa y lo oculté a mi familia. Creo que tan sólo se lo explique a mis dos mejores amigas por miedo a que la gente lo juzgara. No quería que nadie pensara mal de él porque realmente vi que estaba muy mal. Siempre lo justifiqué ante la gente, siempre mentí y tapé muchas cosas por él.

Durante los diez años de mi relación jamás expliqué nada a mis padres y creo que además de para cubrir a Marcos, también era para no preocuparlos. He sentido siempre esa gran responsabilidad y ese no querer hacer daño, por lo que he vivido situaciones muy duras que me he tragado, sin pedir ayuda a mis dos pilares en la vida, pero lo último que quería era hacer daño a mis padres.

La noche que se fue Marcos, no pude dormir ni un solo minuto. Recuerdo que al día siguiente tuve que trabajar todo el día con mi padre y no sabía cómo hacer ya que tenía que ir al baño a llorar porque no podía soportar tanto dolor y, porque como he dicho, no quería preocupar a mis padres. Siempre vivía y sufría en silencio, tragándome todas mis emociones, bloqueándolas, suerte que en esta ocasión pude pedir ayuda:

Llamé a una de mis mejores amigas, esa amiga fiel e incondicional con la que a día de hoy aún comparto historias. Esa amiga que te da esa paz al pronunciar sus palabras, y a la que estaré eternamente agradecida.

Comencé a perder peso y cada vez dormía menos hasta el punto de que el médico me recetó ansiolíticos. Recuerdo esa época como una de las peores de mi vida.

Hasta que un día salimos y nos lo encontramos en la discoteca. Me volvió a conquistar y estuvimos juntos. Ese día creía que todo se solucionaría, luego vi que no. Estuvimos un año con la misma dinámica. Venía a casa, pasábamos la noche juntos o cenábamos, pero después se iba con sus amigos. Me lo encontraba de fiesta con sus amigos y otras chicas y cada vez me sentía más insegura y celosa. Yo jamás había sido celosa, pero este episodio hizo que cada vez tuviera más celos y miedo a causa de las demás chicas. Las veía a todas más guapas y mejores que yo y me estaba volviendo loca.

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