Ensayos de Michel de Montaigne

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"Non vulnus instants Tyranni

Mentha cadi solida, neque Auster

Dux inquieti turbidus Adriae,

Nec fulminantis magna Jovis manus".

["Ni la mirada amenazante de un tirano sacude su alma bien asentada

ni el turbulento Auster, el príncipe del tormentoso Adriático, ni la

fuerte mano del estruendoso Jove, tal temperamento conmueve".

-Hor., Od., iii. 3, 3.]

Se convierte entonces en soberana de todas sus lujurias y pasiones, dueña de la necesidad, de la vergüenza, de la pobreza y de todas las demás injurias de la fortuna. Por lo tanto, todos los que podamos, obtengamos esta ventaja; es la verdadera y soberana libertad aquí en la tierra, que nos fortalece para desafiar la violencia y la injusticia, y para despreciar las prisiones y las cadenas:

"In manicis et

Compedibus saevo te sub custode tenebo.

Ipse Deus, simul atque volam, me solvet. Opinor,

Hoc sentit; moriar; mors ultima linea rerum est".

["Te mantendré con grilletes y cadenas, bajo la custodia de un guardián salvaje.

guardián salvaje. Un dios, cuando se lo pida, me liberará.

Este dios creo que es la muerte. La muerte es el término de todas las cosas".

-Hor., Ep., i. 16, 76.]

Nuestra misma religión no tiene un fundamento humano más seguro que el desprecio de la muerte. No sólo el argumento de la razón nos invita a ello -¿por qué habríamos de temer perder una cosa que, estando perdida, no puede ser lamentada? -sino que, además, viendo que nos amenazan tantas clases de muerte, ¿no es infinitamente peor temerlas todas eternamente, que sufrir una sola vez una de ellas? ¿Y qué importa cuándo sucederá, ya que es inevitable? Al que le dijo a Sócrates: "Los treinta tiranos te han condenado a muerte"; "Y la naturaleza a ellos", dijo él -[Sócrates no fue condenado a muerte por los treinta tiranos, sino por los atenienses.-Diógenes Laercio, ii.35.]- ¡Qué cosa tan ridícula es preocuparnos por dar el único paso que nos va a librar de todos los problemas! Así como nuestro nacimiento nos trajo el nacimiento de todas las cosas, así en nuestra muerte está incluida la muerte de todas las cosas. Y, por lo tanto, lamentar que no vayamos a estar vivos dentro de cien años, es la misma locura que lamentar no haber estado vivos hace cien años. La muerte es el comienzo de otra vida. Así lloramos, y tanto nos costó entrar en ésta, y así nos despojamos de nuestro anterior velo al entrar en ella. Nada puede ser un agravio que no sea más que una vez. ¿Es razonable temer tanto tiempo una cosa que tan pronto será despachada? La vida larga y la corta se convierten en una sola por la muerte; porque no hay larga ni corta para las cosas que ya no son. Aristóteles nos dice que hay ciertas bestias pequeñas en las orillas del río Hypanis, que nunca viven más de un día: las que mueren a las ocho de la mañana, mueren en su juventud, y las que mueren a las cinco de la tarde, en su decrepitud: ¿quién de nosotros no se reiría al ver este momento de continuidad puesto en la consideración del bien o del mal? Lo más y lo menos, de lo nuestro, en comparación con la eternidad, o aún con la duración de las montañas, de los ríos, de las estrellas, de los árboles, e incluso de algunos animales, no es menos ridículo -[ Séneca, Consol. ad Marciam, c. 20.]

Pero la naturaleza nos obliga a ello. "Salid de este mundo", dice ella, "como entrasteis en él; el mismo paso que hicisteis de la muerte a la vida, sin pasión ni temor, lo mismo, de la misma manera, repetís de la vida a la muerte. Tu muerte es una parte del orden del universo, es una parte de la vida del mundo.

"Inter se mortales mutua vivunt

................................

Et, quasi cursores, vitai lampada tradunt".

["Los mortales, entre ellos, viven por turnos, y, como los corredores

en los juegos, ceden la lámpara, cuando han ganado la carrera, al siguiente.

Lucrecio, ii. 75, 78.]

"¿Debo cambiar por ti este hermoso contexto de las cosas? Es la condición de vuestra creación; la muerte es una parte de vosotros, y mientras os esforzáis por evadirla, os evadís a vosotros mismos. Este mismo ser tuyo que ahora disfrutas está igualmente dividido entre la vida y la muerte. El día de vuestro nacimiento es un día de avance hacia la tumba:

"Prima, qux vitam dedit, hora carpsit".

["La primera hora que nos dio la vida nos quitó también una hora".

-Séneca, Her. Fur., 3 Chor. 874.]

"Nascentes morimur, finisque ab origine pendet".

["Tal como nacemos, morimos, y el fin comienza con el principio".

-Manilius, Ast., iv. 16.]

"Durante todo el tiempo que vives, le arrebatas a la vida y vives a costa de la vida misma. El trabajo perpetuo de tu vida no es sino poner los cimientos de la muerte. Estás en la muerte mientras estás en la vida, porque lo sigues estando después de la muerte, cuando ya no estás vivo; o, si lo prefieres, estás muerto después de la vida, pero muriendo mientras vives; y la muerte trata a los moribundos mucho más rudamente que a los muertos, y más sensible y esencialmente. Si has sacado provecho de la vida, ya has tenido suficiente; vete satisfecho.

"Cur non ut plenus vita; conviva recedis?"

["¿Por qué no partir de la vida como un invitado saciado de un festín?

" Lucrecio, iii. 951.]

"Si no has sabido hacer el mejor uso de ella, si no te resultaba rentable, ¿qué necesidad tienes de perderla, con qué fin desearías conservarla por más tiempo?

"'Cur amplius addere quaeris,

Rursum quod pereat male, et ingratum occidat omne?

["¿Por qué buscar añadir una vida más larga, simplemente para renovar el tiempo mal empleado, y

ser de nuevo atormentado?"-Lucrecio, iii. 914.]

"La vida en sí misma no es ni buena ni mala; es el escenario del bien o del mal según la hagas". Y, si has vivido un día, lo has visto todo: un día es igual y parecido a todos los demás días. No hay otra luz, ni otra sombra; este mismo sol, esta luna, estas mismas estrellas, este mismo orden y disposición de las cosas, es el mismo que disfrutaron tus antepasados, y que también entretendrá a tu posteridad:

"'Non alium videre patres, aliumve nepotes

Aspicient".

["Tus abuelos no vieron otra cosa; tampoco lo hará tu posteridad".

-Manilius, i. 529.]

"Y, venga lo peor que venga, la distribución y variedad de todos los actos de mi comedia se realizan en un año. Si has observado la revolución de mis cuatro estaciones, éstas comprenden la infancia, la juventud, la virilidad y la vejez del mundo: el año ha representado su papel, y no conoce otro arte que el de volver a empezar; siempre será lo mismo:

"'Versamur ibidem, atque insumus usque'.

["Estamos girando en el mismo círculo, siempre confinados en él".

-Lucrecio, iii. 1093.]

"'Atque in se sua per vestigia volvitur annus'.

["El año gira siempre sobre los mismos pasos".

-Virgilio, Georg., ii. 402.]

"No estoy dispuesto a crear para ti ninguna nueva recreación:

"'Nam tibi prxterea quod machiner, inveniamque

Quod placeat, nihil est; eadem sunt omnia semper".

["No puedo idear, ni encontrar otra cosa que te complazca: es lo mismo

una y otra vez."-Lucrecio iii. 957]

"Da lugar a otros, como otros te han dado lugar a ti. La igualdad es el alma de la equidad. ¿Quién puede quejarse de estar comprendido en el mismo destino, en el que todos están involucrados? Además, vive todo lo que puedas, pues no acortarás el tiempo de tu muerte; todo es inútil; estarás tanto tiempo en la condición que tanto temes, como si hubieras muerto en la enfermería:

"'Licet quot vis vivendo vincere secla,

Mors aeterna tamen nihilominus illa manebit.'

["Vive triunfando durante todas las edades que quieras, la muerte seguirá siendo eterna.

permanecerá eterna" -Lucrecio, iii. 1103].

"Y, sin embargo, te pondré en una condición tal que no tendrás razón para estar disgustado.

"'In vera nescis nullum fore morte alium te,

Qui possit vivus tibi to lugere peremptum,

Stansque jacentem".

["No sabes que, cuando estás muerto, no puede haber otro ser vivo para

lamentar tu muerte, de pie sobre tu tumba" -Idem., ibid., 898.]

"Ni siquiera desearás la vida que tanto te preocupa:

"'Nec sibi enim quisquam tum se vitamque requirit.

..................................................

"'Nec desiderium nostri nos afficit ullum'.

"La muerte es menos temible que la nada, si es que puede haber algo menos que la nada.

"'Multo . . . mortem minus ad nos esse putandium,

Si minus esse potest, quam quod nihil esse videmus.'

"Tampoco puede preocuparos en modo alguno si estáis vivos o muertos: vivos, por razón de que aún estáis en el ser; muertos, porque ya no lo estáis. Además, nadie muere antes de su hora: el tiempo que dejas atrás no era más tuyo que el que transcurrió y se fue antes de que vinieras al mundo; ni te concierne ya.

"'Respice enim, quam nil ad nos anteacta vetustas

Temporis aeterni fuerit".

["Considera como nada para nosotros la vejez de los tiempos pasados".

-Lucrecio iii. 985]

Dondequiera que termine tu vida, allí está todo. La utilidad de la vida no consiste en la duración de los días, sino en el uso del tiempo; un hombre puede haber vivido mucho y, sin embargo, haber vivido poco. Aprovecha el tiempo mientras está presente en ti. Depende de tu voluntad, y no del número de días, tener una duración de vida suficiente. ¿Es posible que imagines no llegar nunca al lugar hacia el que te diriges continuamente? y, sin embargo, no hay viaje que no tenga su fin. Y, si la compañía te lo hace más agradable o más fácil, ¿no va todo el mundo por el mismo camino?

 

"'Omnia te, vita perfuncta, sequentur'.

["Todas las cosas, pues, la vida acabada, deben seguirte a ti".

-Lucrecio, iii. 981.]

"¿Acaso no baila todo el mundo la misma bronca que tú? ¿Hay algo que no envejezca, así como tú? Mil hombres, mil animales, mil otras criaturas, mueren en el mismo momento que tú:

"'Nam nox nulla diem, neque noctem aurora sequuta est,

Quae non audierit mistos vagitibus aegris

Ploratus, mortis comites et funeris atri.'

["Ninguna noche ha seguido al día, ningún día ha seguido a la noche, en los que

en el que no se hayan oído sollozos y gritos de dolor, compañeros de

de la muerte y de los funerales" -Lucrecio, v. 579.]

"Has visto suficientes ejemplos de personas que se han alegrado de morir, pues así se han librado de pesadas miserias; pero ¿has encontrado alguna vez a alguien que se haya sentido insatisfecho con la muerte? Por lo tanto, debe ser muy insensato condenar una cosa que no has experimentado en tu propia persona, ni en la de ningún otro. ¿Por qué te quejas de mí y del destino? ¿Acaso te hacemos algún mal? ¿Te corresponde a ti gobernarnos, o a nosotros gobernarte a ti? Aunque, tal vez, tu edad no se cumpla, pero tu vida sí: un hombre de baja estatura es tan hombre como un gigante; ni los hombres ni sus vidas se miden por el ol. Quirón se negó a ser inmortal, cuando conoció las condiciones en las que iba a disfrutarlo, por el dios del tiempo mismo y su duración, su padre Saturno. Considera seriamente cuánto más insoportable y dolorosa sería para el hombre una vida inmortal que la que ya le he dado. Si no tuvieras la muerte, me maldecirías eternamente por haberte privado de ella; he mezclado un poco de amargura con ella, con el fin de que, viendo la conveniencia que tiene, no la busques y la abraces con demasiada avidez e indiscreción: y para que te establezcas en esta moderación de tal manera que no nausees la vida, ni tengas ninguna antipatía por morir, cosa que he decretado que hagas una vez, he templado la una y la otra entre el placer y el dolor. Fui yo quien enseñó a Tales, el más eminente de tus sabios, que vivir y morir eran indiferentes; lo que hizo que, muy sabiamente, le respondiera: "¿Por qué entonces no murió?" "Porque", dijo, "es indiferente" -[Diógenes Laercio, i. 35.]- El agua, la tierra, el aire y el fuego, y las demás partes de esta creación mía, no son más instrumentos de tu vida que de tu muerte. ¿Por qué temes tu último día? No contribuye más a tu disolución que todos los demás: el último paso no es la causa de la lasitud: no lo confiesa. Cada día viaja hacia la muerte; el último sólo llega a ella". Estas son las buenas lecciones que enseña nuestra madre Naturaleza.

A menudo he considerado conmigo mismo de dónde procede que en la guerra la imagen de la muerte, ya sea que la veamos en nosotros mismos o en otros, parezca, sin comparación, menos terrible que en nuestras casas (porque si no fuera así, sería un ejército de médicos y lecheras quejumbrosas), y que siendo todavía en todos los lugares la misma, debería haber, no obstante, mucha más seguridad en los campesinos y en la clase de gente más mezquina, que en otros de mejor calidad. Creo, en verdad, que son esas terribles ceremonias y preparativos con los que lo preparamos, los que nos aterran más que la cosa en sí; una nueva y muy contraria forma de vivir; los gritos de madres, esposas e hijos; las visitas de amigos asombrados y afligidos; la asistencia de sirvientes pálidos y llorosos; una habitación oscura, rodeada de velas encendidas; nuestras camas rodeadas de médicos y adivinos; en resumen, nada más que fantasmas y horror a nuestro alrededor; ya parecemos muertos y enterrados. Los niños se asustan incluso de los que mejor conocen, cuando se disfrazan con una visera; y lo mismo nos ocurre a nosotros; hay que quitar la visera tanto a las cosas como a las personas, para que al quitarla no encontremos debajo más que la misma muerte que hace un día o dos murió un criado mezquino o una pobre camarera, sin ningún tipo de aprensión. Feliz es la muerte que nos priva del ocio para preparar tales ceremoniales.

CAPÍTULO XX—DE LA FUERZA DE LA IMAGINACIÓN

"Fortis imaginatio generat casum", dicen los escolares.

["Una imaginación fuerte engendra el acontecimiento mismo" -Axioma. Escolástico].

Yo soy uno de los más sensibles a la fuerza de la imaginación: todos son empujados por ella, pero algunos son derribados por ella. Tiene una impresión muy penetrante en mí; y me propongo evitarla, queriendo la fuerza para resistirla. Podría vivir con la sola ayuda de una compañía sana y alegre: la sola visión del dolor de otro me duele materialmente, y a menudo usurpo las sensaciones de otra persona. Una tos perpetua en otro me hace cosquillas en los pulmones y en la garganta. Visito con más desgana a los enfermos en los que por amor y deber me intereso, que a los que no me importan, a los que menos miro. Me apropio de la enfermedad que me preocupa, y la tomo para mí. No me sorprende en absoluto que la fantasía dé fiebres y a veces mate a aquellos que le dan demasiado margen y están demasiado dispuestos a entretenerla. Simon Thomas fue un gran médico de su tiempo: Recuerdo que un día, en Toulouse, me encontré con él en la casa de un anciano rico, que tenía los pulmones débiles, y discutiendo con el paciente sobre el método de su curación, le dijo que una cosa que sería muy propicia para ello, era darme la ocasión de complacerme con su compañía, que viniera a menudo a verle, con lo cual, fijando sus ojos en la frescura de mi cutis, y su imaginación en la vivacidad y el vigor que brillaban en mi juventud, y poseyendo todos sus sentidos con la floreciente edad en que yo me encontraba entonces, su hábito corporal podría, tal vez, enmendarse; pero se olvidó de decir que el mío, al mismo tiempo, podría empeorar. Gallus Vibius se empeñó tanto en averiguar la esencia y los movimientos de la locura, que al final él mismo perdió el juicio, y hasta tal punto, que nunca pudo recuperar su juicio, y pudo jactarse de haberse convertido en un tonto por exceso de sabiduría. Hay quien, por miedo, se anticipa al verdugo; y ahí está el hombre al que, desatados los ojos para que se le leyera el perdón, se le encontró muerto en el cadalso, por el golpe de la imaginación. Nos sobresaltamos, temblamos, nos ponemos pálidos y nos sonrojamos cuando nos mueve la imaginación, y, estando en la cama, sentimos que nuestro cuerpo se agita con su poder hasta el punto de expirar. Y la juventud que hierve, cuando está profundamente dormida, se calienta tanto con la fantasía, como en un sueño para satisfacer los deseos amorosos:-

"Ut, quasi transactis saepe omnibu rebu, profundant

Fluminis ingentes, fluctus, vestemque cruentent".

Aunque no es ninguna novedad ver crecer en una noche los cuernos en la frente de quien no los tenía al acostarse, sin embargo, es memorable lo que le ocurrió a Cippus, rey de Italia, que habiendo sido un día espectador muy complacido de una corrida de toros, y habiendo soñado toda la noche que tenía cuernos en la cabeza, los hizo crecer realmente, por la fuerza de la imaginación. La pasión dio al hijo de Creso la voz que la naturaleza le había negado. Y Antíoco cayó en una fiebre, inflamado por la belleza de Estratónice, demasiado profundamente impresa en su alma. Plinio pretende haber visto a Lucio Cossicio, que de mujer se convirtió en hombre el mismo día de su boda. Pontanus y otros informan que la misma metamorfosis ocurrió en estos últimos días en Italia. Y, por el vehemente deseo de él y de su madre:

"Volta puer solvit, quae foemina voverat, Iphis".

Pasando yo por Vitry le Francois, vi a un hombre que el obispo de Soissons había llamado, en la confirmación, Germain, a quien todos los habitantes del lugar habían conocido como una muchacha hasta los dos y veinte años, llamada María. Era, en el momento en que yo estaba allí, muy lleno de barba, viejo y no casado. Nos contó que al esforzarse en un salto se le salieron los órganos masculinos; y las muchachas de aquel lugar tienen, hasta hoy, una canción en la que se aconsejan unas a otras no dar demasiadas zancadas, por temor a convertirse en hombres, como le ocurrió a Mary Germain. No es de extrañar que este tipo de accidentes se produzcan con frecuencia; porque si la imaginación tiene algún poder en estas cosas, se inclina tan continua y vigorosamente sobre este tema, que para que no recaiga tan a menudo en el mismo pensamiento y la misma violencia del deseo, sería mejor, de una vez por todas, dar a estas jóvenes mozas las cosas que anhelan.

Algunos atribuyen las cicatrices del rey Dagoberto y de San Francisco a la fuerza de la imaginación. Se dice que, gracias a ella, los cuerpos se desplazan a veces de su lugar; y Celso nos habla de un sacerdote cuya alma se extasiaba de tal manera que el cuerpo permanecía durante mucho tiempo sin sentido ni respiración. San San Agustín menciona a otro que, al oír cualquier grito lamentable o triste, caía en seguida en un desmayo, y estaba tan fuera de sí, que era inútil llamarle, gritarle al oído, pellizcarle o quemarle, hasta que volvía voluntariamente en sí; y entonces decía que había oído voces como de lejos, y que sentía cuando le pellizcaban y quemaban; y, para probar que no era una obstinada disimulación en desafío a su sentido de la sensibilidad, era manifiesto que todo el tiempo no tenía pulso ni respiración.

Es muy probable que las visiones, los encantamientos y todos los efectos extraordinarios de esa naturaleza, deriven su crédito principalmente del poder de la imaginación, trabajando y haciendo su principal impresión en las almas vulgares y más fáciles, cuya creencia es tan extrañamente impuesta, como para pensar que ven lo que no ven.

No estoy seguro de si esas agradables ligaduras -[Les nouements d'aiguillettes, como se llamaban, nudos atados por alguien, en una boda, en una tira de cuero, algodón o seda, y que, especialmente cuando se pasaban por el anillo de bodas, se suponía que tenían el efecto mágico de impedir la consumación del matrimonio hasta que se desataban. Véase Louandre, La Sorcellerie, 1853, p. 73. La misma superstición y aparato existía en Inglaterra. ]-con las que esta época nuestra está tan ocupada, que casi no se habla de otra cosa, no son meras impresiones voluntarias de aprensión y temor; pues sé, por experiencia, en el caso de un amigo mío en particular, de quien puedo ser tan responsable como de mí mismo, y un hombre que no puede caer bajo ninguna forma de sospecha de insuficiencia, y tan poco de estar encantado, que habiendo oído a un compañero suyo hacer una relación de una frigidez inusual que le sorprendió en un momento muy inoportuno; Estando después él mismo comprometido con el mismo relato, el horror de la historia anterior se apoderó de repente de manera tan extraña de su imaginación, que corrió la misma suerte que el otro; y desde entonces, el recuerdo escabroso de su desastre corriendo en su mente y tiranizando sobre él, estuvo sujeto a recaer en la misma desgracia. Sin embargo, encontró algún remedio para esta fantasía en otra fantasía, confesando francamente y declarando de antemano a la parte con la que iba a tener que hacer, esta sujeción suya, por lo que la agitación de su alma fue, en cierto modo, apaciguada; y sabiendo que, ahora, se esperaba de él alguna mala conducta, la restricción de sus facultades se hizo menor. Y más tarde, cuando no tenía tal aprensión, cuando se disponía a realizar el acto (estando entonces sus pensamientos desligados y libres, y su cuerpo en su verdadero y natural estado) estaba en libertad de hacer que la parte fuera manejada y comunicada al conocimiento de la otra parte, estaba totalmente liberado de esa molesta enfermedad. Una vez que un hombre ha hecho bien a una mujer, nunca corre el peligro de portarse mal con esa persona, a menos que sea por alguna debilidad excusable. Tampoco hay que temer este desastre, sino en las aventuras en las que el alma se excede en el deseo o el respeto, y, sobre todo, cuando la oportunidad es de naturaleza imprevista y apremiante; en esos casos, no hay medios para que un hombre se defienda de una sorpresa tal, que lo ponga totalmente fuera de sí. He conocido a algunos que se han salvado de esta desgracia, viniendo medio saciados a otra parte, a propósito para disminuir el ardor de la furia, y a otros que, habiendo envejecido, se encuentran menos impotentes por ser menos capaces; y a uno, que encontró una ventaja al ser asegurado por un amigo suyo, que tenía un contra encanto de encantamientos que lo salvaría de esta desgracia. La historia en sí misma no tiene mucho de malo, y por eso la tendréis.

 

Un conde de una gran familia, con el que yo era muy íntimo, se casó con una bella dama, que antes había sido cortejada por uno de los que estaban en la boda, y todos sus amigos estaban muy asustados; pero especialmente una anciana, su pariente, que tenía la ordenación de la solemnidad, y en cuya casa se celebraba, sospechando que su rival ofrecería un juego sucio con estos hechizos. Este temor me lo comunicó a mí. Le pedí que confiara en mí: Tenía por casualidad un plato plano de oro en el que estaban grabadas algunas figuras celestiales, supuestamente buenas contra la insolación o los dolores de cabeza, que se aplicaban a la sutura: donde, para que se mantuviera más firme, se cosía a una cinta que se ataba bajo la barbilla; una argucia prima-germana de la que estoy hablando. Jaques Pelletier, que vivía en mi casa, me había regalado esto por una singular rareza. Tuve el deseo de hacer algún uso de esta habilidad, y por ello le dije en privado al Conde que posiblemente podría correr la misma suerte que otros novios habían hecho a veces, especialmente estando alguien en la casa, que, sin duda, estaría encantado de hacerle tal cortesía: pero que se fuera a la cama con valentía. Porque yo le haría el oficio de amigo, y, si fuera necesario, no escatimaría un milagro que estuviera en mi mano hacer, con tal de que él se comprometiera conmigo, por su honor, a guardárselo para sí; y sólo, cuando vinieran a traerle su caudillo, [costumbre en Francia de traerle al novio un caudillo en plena noche de bodas], si las cosas no le habían ido bien, que me hiciera tal señal, y me dejara el resto a mí. Ahora bien, tenía los oídos tan maltratados y la mente tan preñada de la eterna cháchara de este asunto, que cuando volvió en sí, se encontró realmente atado con el problema de su imaginación, y, en consecuencia, a la hora señalada, me dio la señal. Entonces le susurré al oído que se levantara, con el pretexto de sacarnos de la habitación, y que, en broma, me quitara el camisón de los hombros (éramos más o menos de la misma estatura), lo pusiera sobre los suyos y lo mantuviera allí hasta que cumpliera lo que le había ordenado, que era que, cuando todos hubiéramos salido de la habitación, se retirara a hacer agua, repitiera tres veces tales y tales palabras y realizara tantas veces tales y tales acciones; que en cada una de las tres veces, atara la cinta que le puse en la mano alrededor de su medio, y se asegurara de colocar la medalla que estaba atada a ella, las figuras en tal postura, exactamente sobre sus riendas, lo cual hecho, y habiendo la última de las tres veces atado tan bien la cinta que no pudiera desatarse ni resbalar de su lugar, que volviera confiadamente a su negocio, y que no se olvidara de extender mi vestido sobre la cama, de modo que estuviera seguro de cubrirlos a ambos. Estos trucos de simio son los principales del efecto, ya que nuestra fantasía está tan seducida como para creer que tales medios extraños deben, necesariamente, proceder de alguna ciencia abstrusa: su misma inanidad les da peso y reverencia. Y, ciertamente, mis figuras se aprobaron más venéreas que solares, más activas que prohibitivas. Fue un capricho repentino, mezclado con un poco de curiosidad, lo que me llevó a hacer una cosa tan contraria a mi naturaleza; pues soy enemigo de todas las acciones sutiles y falsas, y abomino de toda clase de engaños, aunque sean por deporte y con ventaja; pues aunque la acción no sea viciosa en sí misma, su modo es vicioso.

Amasis, rey de Egipto, habiéndose casado con Laodice, una bellísima virgen griega, aunque se distinguía por sus habilidades en otras partes, se encontró con que era otro hombre con su esposa, y no podía disfrutar de ella, por lo que se enfureció tanto, que amenazó con matarla, sospechando que era una bruja. Como es habitual en las cosas que consisten en la fantasía, ella lo puso en devoción, y habiendo hecho sus votos a Venus, se encontró divinamente restaurado la primera noche después de sus oblaciones y sacrificios. Ahora bien, las mujeres tienen la culpa de entretenernos con ese semblante desdeñoso, tímido y enfadado, que apaga nuestro vigor, a la vez que enciende nuestro deseo; lo que hizo que la nuera de Pitágoras -[Theano, la dama en cuestión era la esposa, no la nuera de Pitágoras]- dijera: "Que la mujer que se acuesta con un hombre, debe quitarse el pudor con sus enaguas, y volver a ponérselo con las mismas". El alma del asaltante, al ser perturbada con muchas y diversas alarmas, pierde fácilmente el poder de actuación; y a quien la imaginación ha puesto una vez este truco, y confundido con la vergüenza del mismo (y ella nunca lo hace sino en el primer conocimiento, por razón de que los hombres son entonces más ardientes y ansiosos, y también, en esta primera cuenta que un hombre da de sí mismo, es mucho más tímido de abortar), habiendo hecho un mal comienzo, entra en tal fiebre y despecho en el accidente, que son propensos a permanecer y continuar con él en las siguientes ocasiones.

Los casados, teniendo todo el tiempo por delante, no deben nunca obligar ni ofrecer en la hazaña, si no se encuentran del todo preparados: y es menos indecoroso dejar de entregar las sábanas nupciales, cuando un hombre se percibe lleno de agitación y temblor, y esperar otra oportunidad en un ocio más privado y más tranquilo, que hacerse perpetuamente desgraciado, por haberse portado mal y haber sido frustrado en el primer asalto. Hasta que la posesión sea tomada, un hombre que se sabe sujeto a esta enfermedad, debe hacer pausadamente y por grados varias pequeñas pruebas y ofertas ligeras, sin intentar obstinadamente de una vez, forzar una conquista absoluta sobre sus propias facultades amotinadas e indispuestas. Los que saben que sus miembros son naturalmente obedientes, no necesitan tener otro cuidado que el de contrarrestar sus fantasías.

Es muy notable la libertad indócil de este miembro, tan importunamente revoltoso en su tumulto e impaciencia, cuando no lo requerimos, y tan intempestivamente desobediente, cuando más lo necesitamos: tan imperiosamente disputando en autoridad con la voluntad, y con tan altiva obstinación negando toda solicitud, tanto de la mano como de la mente. Y sin embargo, aunque su rebelión es tan universalmente denunciada, y esa prueba se deduce para condenarlo, si él, sin embargo, me hubiera alimentado para defender su causa, tal vez traería al resto de sus compañeros a la sospecha de complotar este mal contra él, por pura envidia de la importancia y el placer especial de su empleo; y de haber, por confederación, armado a todo el mundo contra él, acusándolo malévolamente solo, de su ofensa común. Pues considere cualquiera si hay alguna parte de nuestro cuerpo que no se niegue a menudo a desempeñar su oficio por precepto de la voluntad, y que no ejerza a menudo su función desafiando su mandato. Cada una de ellas tiene sus propias pasiones, que las despiertan y las despiertan, las aturden y las entumecen, sin nuestro permiso o consentimiento. Cuántas veces los movimientos involuntarios del semblante descubren nuestros pensamientos interiores, y traicionan nuestros más íntimos secretos a los espectadores. La misma causa que anima este miembro, anima también, sin que lo sepamos, los pulmones, el pulso y el corazón; la vista de un objeto agradable difunde imperceptiblemente una llama por todas nuestras partes, con un movimiento febril. ¿No hay nada más que estas venas y músculos que se hinchan y flaquean sin el consentimiento, no sólo de la voluntad, sino incluso de nuestro conocimiento también? No ordenamos que nuestros pelos se pongan de punta, ni que nuestra piel tiemble de miedo o de deseo; las manos se dirigen a menudo a partes a las que no las dirigimos; la lengua se interdice, y la voz se congestiona, cuando no sabemos cómo ayudarla. Cuando no tenemos nada que comer, y lo prohibiríamos de buena gana, el apetito no deja de agitar las partes que le están sujetas, ni más ni menos que el otro apetito del que hablábamos, y de la misma manera, como intempestivamente nos deja, cuando le parece. Los vasos que sirven para descargar el vientre tienen sus propias dilataciones y compresiones, sin y más allá de nuestra concurrencia, así como los que están destinados a purgar las riendas; y aquello que, para justificar la prerrogativa de la voluntad, San Agustín insta, de haber visto a un hombre que podía ordenar a su retaguardia que descargara tantas veces juntas como le viniera en gana, Vives, su comentarista, aún fortifica con otro ejemplo en su tiempo,-de uno que podía romper el viento en sintonía; pero estos casos no suponen una obediencia más pura en esa parte; porque ¿hay algo comúnmente más tumultuoso o indiscreto? A lo que permítanme añadir que yo mismo conocí a uno tan grosero e ingobernable, que durante cuarenta años juntos hizo que su amo se desahogara con un arrebato continuado e ininterrumpido, y es como si lo hiciera hasta que muriera de ello. Y desearía de corazón, si sólo supiera por la lectura, cuántas veces el vientre de un hombre, por la negación de un solo soplo, lo lleva a la puerta misma de una muerte sumamente dolorosa; y que el emperador -[El emperador Claudio, quien, sin embargo, según Suetonio (Vita, c. 32), sólo pretendía autorizar este singular privilegio mediante un edicto]- que dio libertad para dejar volar en todos los lugares, nos hubiera dado, al mismo tiempo, poder para hacerlo. Pero para nuestra voluntad, en cuyo favor preferimos esta acusación, ¿con cuánta mayor probabilidad podemos reprocharle a ella misma el motín y la sedición, por su irregularidad y desobediencia? ¿Acaso siempre quiere lo que nosotros queremos que haga? ¿No hace a menudo lo que le prohibimos, y en nuestro perjuicio? ¿Se deja gobernar y dirigir por los resultados de nuestra razón más que los demás? Para concluir, debería proponer, en nombre del caballero, mi cliente, que se considere que en este hecho, estando su causa inseparablemente e indistintamente unida a la de un cómplice, sin embargo sólo se le cuestiona a él, y ello con argumentos y acusaciones, que no pueden ser imputados al otro; cuyo negocio, ciertamente, es a veces inoportuno invitar, pero nunca rechazar, e invitar, además, de manera tácita y tranquila; y por lo tanto es la malicia e injusticia de sus acusadores más manifiestamente aparente. Pero sea como fuere, protestando contra los procedimientos de los defensores y jueces, la naturaleza procederá entretanto a su manera, que no había hecho más que bien, si hubiera dotado de algún privilegio particular a este miembro, autor de la única obra inmortal de los mortales; una obra divina, según Sócrates; y el amor, el deseo de la inmortalidad, y él mismo un demonio inmortal.

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