Ensayos de Michel de Montaigne

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"Nam vera; voces turn demum pectore ab imo

Ejiciuntur; et eripitur persona, manet res".

["Entonces, por fin, la verdad sale del corazón; la visera se ha ido,

el hombre permanece" -Lucrecio, iii. 57.]

Por lo tanto, en este último momento, todas las demás acciones de nuestra vida deben ser juzgadas y tamizadas: es el día maestro, es el día que es juez de todos los demás, "es el día", dice uno de los antiguos, [Séneca, Ep., 102] "que debe ser juez de todos mis años anteriores". A la muerte remito el ensayo del fruto de todos mis estudios: entonces veremos si mis discursos salieron sólo de mi boca o de mi corazón. He visto a muchos que con su muerte dan buena o mala fama a toda su vida. Escipión, el suegro de Pompeyo, al morir, quitó bien la mala opinión que hasta entonces todos habían concebido de él. Preguntando a Epaminondas cuál de los tres tenía en mayor estima, Chabrias, Iphicrates, o él mismo. "Primero debes vernos morir", dijo, "antes de que se pueda resolver esa cuestión" -[Plutarco, Apoth.]- Y, en verdad, agraviaría infinitamente a aquel hombre que lo sopesara sin el honor y la grandeza de su fin.

Dios ha ordenado todas las cosas como mejor le ha parecido; pero yo he visto en mi tiempo a tres de las personas más execrables que jamás conocí en toda clase de vida abominable, y las más infames por añadidura, que murieron todas ellas de una manera muy regular, y en todas las circunstancias compuestas, hasta la perfección. Hay muertes valientes y afortunadas: He visto a la muerte cortar el hilo del progreso de un avance prodigioso, y en la altura y la flor de su aumento, de cierta persona,-[Montaigne se refiere sin duda a su amigo Etienne de la Boetie, a cuya muerte en 1563 estuvo presente.]-con un fin tan glorioso que, en mi opinión, sus ambiciosos y generosos designios no tenían nada de alto y grande como su interrupción. Llegó, sin completar su curso, al lugar al que apuntaba su ambición, con mayor gloria de la que podía esperar o desear, anticipando con su caída el nombre y el poder al que aspiraba al perfeccionar su carrera. En el juicio que hago de la vida de otro hombre, siempre observo cómo se comportó al morir; y la principal preocupación que tengo por la mía es que pueda morir bien, es decir, con paciencia y tranquilidad.

CAPÍTULO XIX: QUE ESTUDIAR FILOSOFÍA ES APRENDER A MORIR

Dice Cicerón -[Tusc., i. 31.]- "que estudiar filosofía no es otra cosa que prepararse para morir". La razón de ello es, porque el estudio y la contemplación nos retiran en cierto modo nuestra alma, y la emplean separadamente del cuerpo, lo cual es una especie de aprendizaje y una semejanza de la muerte; o bien, porque toda la sabiduría y el razonamiento del mundo concluyen al final en este punto, para enseñarnos a no temer morir. Y a decir verdad, o bien nuestra razón se burla de nosotros, o bien no debe tener otro objetivo que nuestro contento, ni esforzarse más que, en suma, en hacernos vivir bien, y, como dice la Sagrada Escritura, a gusto. Todas las opiniones del mundo están de acuerdo en que el placer es nuestro fin, aunque nos sirvamos de diversos medios para alcanzarlo; de lo contrario, serían rechazadas a la primera; pues ¿quién escucharía a quien propusiera la aflicción y la miseria como su fin? Las controversias y disputas de las sectas filosóficas sobre este punto son meramente verbales:

"Transcurramus solertissimas nugas"

["Pasemos por alto esas sutiles nimiedades" -Séneca, Ep., 117.]

-hay en ellos más de oposición y obstinación de lo que es coherente con una profesión tan sagrada; pero cualquiera que sea el personaje que un hombre se encargue de realizar, siempre mezcla su propia parte con él.

Que los filósofos digan lo que quieran, lo que todos pretendemos, incluso en la virtud, es el placer. Me divierte hacer sonar en los oídos esta palabra, a la que tanto nausean, y si significa algún placer y contento supremo, se debe más a la ayuda de la virtud que a cualquier otra ayuda. Este placer, por ser más alegre, más nervudo, más robusto y más varonil, no es más que el más gravemente voluptuoso, y debemos darle el nombre de placer, como el que es más favorable, suave y natural, y no el que le hemos denominado. El otro y más mezquino placer, si pudiera merecer este justo nombre, debería ser por vía de competencia, y no de privilegio. Me parece que está menos exento de travesuras e inconvenientes que la virtud misma; y, además de que el goce es más momentáneo, fluido y frágil, tiene sus vigilias, ayunos y trabajos, su sudor y su sangre; y, además, tiene particulares tantas y diversas clases de pasiones agudas e hirientes, y una saciedad tan sorda que le acompaña, que lo iguala a la más severa penitencia. Y nos equivocamos si pensamos que estas incomodidades le sirven de acicate y aderezo a su dulzura (como en la naturaleza un contrario es avivado por otro), o decimos, cuando llegamos a la virtud, que semejantes consecuencias y dificultades la abruman y la hacen austera e inaccesible; mientras que, mucho más acertadamente que en la voluptuosidad, ennoblecen, agudizan y aumentan el perfecto y divino placer que nos procuran. Se hace indigno de ella quien contrapesa su costo con su fruto, y no entiende la bendición ni cómo usarla. Los que nos predican que su búsqueda es escarpada, difícil y dolorosa, pero que su fruto es agradable, ¿qué quieren decir con eso sino que siempre es desagradable? Porque, ¿qué medio humano podrá alcanzar su disfrute? Los más perfectos se han contentado con aspirar a ella y con acercarse a ella, sin llegar a poseerla. Pero se engañan, viendo que de todos los placeres que conocemos, la propia búsqueda es agradable. El intento siempre se saborea de la calidad de la cosa a la que se dirige, pues es una buena parte y consustancial al efecto. La felicidad y la beatitud que brilla en la Virtud, resplandece en todas sus dependencias y avenidas, incluso hasta la primera entrada y los límites máximos.

Ahora bien, de todos los beneficios que la virtud nos confiere, el desprecio de la muerte es uno de los más grandes, como el medio que acomoda la vida humana con una suave y fácil tranquilidad, y nos da un puro y agradable gusto de vivir, sin el cual todo otro placer se extinguiría. Por lo cual todas las reglas se centran y concurren en este único artículo. Y aunque todas ellas, de igual manera, de común acuerdo, nos enseñan también a despreciar el dolor, la pobreza y los demás accidentes a los que está sujeta la vida humana, no es, sin embargo, con la misma solicitud, tanto por la razón de que estos accidentes no son de tan gran necesidad, ya que la mayor parte de la humanidad pasa toda su vida sin saber nunca lo que es la pobreza, y algunos sin pena ni enfermedad, como Jenofilo el músico, que vivió ciento seis años con una salud perfecta y continua; como también porque, en el peor de los casos, la muerte puede, cuando nos plazca, acortar y poner fin a todos los demás inconvenientes. Pero en cuanto a la muerte, es inevitable:-

"Omnes eodem cogimur; omnium

Versatur urna serius ocius

Sors exitura, et nos in aeternum

Exilium impositura cymbae".

["Todos estamos destinados a un viaje; la suerte de todos, tarde o temprano, es

salir de la urna. Todos deben partir hacia el exilio eterno".

-Hor., Od., ii. 3, 25.]

y, en consecuencia, si nos asusta, es un tormento perpetuo, para el que no hay ningún tipo de consuelo. No hay manera de que no nos alcance. Podemos girar continuamente la cabeza hacia un lado y otro, como en un país sospechoso:

"Quae, quasi saxum Tantalo, semper impendet".

["Siempre, como la piedra de Tántalo, pende sobre nosotros".

-Cicerón, De Finib., i. 18.]

Nuestros tribunales de justicia a menudo devuelven a los criminales condenados para que sean ejecutados en el lugar donde se cometió el crimen; pero, llévalos a buenas casas por el camino, prepárales el mejor entretenimiento que puedas-.

"Non Siculae dapes

Dulcem elaborabunt saporem:

Non avium cyatheaceae cantus

Somnum reducent".

["Las delicadezas sicilianas no les harán cosquillas en el paladar, ni la melodía de

de los pájaros y las arpas les devolverá el sueño" -Hor., Od., iii. 1, 18.]

¿Crees que pueden saborearlo? y que el final fatal de su viaje, estando continuamente ante sus ojos, no alteraría y depravaría su paladar de probar estos regalios?

"Audit iter, numeratque dies, spatioque viarum

Metitur vitam; torquetur peste futura".

["Considera la ruta, calcula el tiempo de viaje, midiendo

su vida por la duración del viaje; y se atormenta pensando en el

en la duración del viaje, y se atormenta pensando en el golpe que se avecina" -Claudiano, en Ruf. ii. 137.]

El fin de nuestra raza es la muerte; es el objeto necesario de nuestra meta, que, si nos asusta, ¿cómo es posible avanzar un paso sin un ataque de agudeza? El remedio que usa el vulgo es no pensar en ello; pero ¿de qué bruta estupidez pueden derivar tan grosera ceguera? Deben atar al asno por la cola:

"Qui capite ipse suo instituit vestigia retro,"

["Quien en su locura busca avanzar hacia atrás"-Lucrecio, iv. 474]

No es de extrañar que a menudo se vea atrapado en la trampa. Atemorizan a la gente con la sola mención de la muerte, y muchos se persignan, como si fuera el nombre del diablo. Y como el hacer la voluntad de un hombre se refiere a la muerte, no se persuadirá a ningún hombre a tomar una pluma en la mano para ese propósito, hasta que el médico haya dictado sentencia y lo haya entregado totalmente, y entonces, entre el terror y el miedo, Dios sabe en qué condición de entendimiento está para hacerlo.

 

Los romanos, por razón de que esta pobre sílaba muerte sonaba tan duramente a sus oídos y parecía tan ominosa, encontraron la manera de suavizarla e hilarla por medio de una perífrasis, y en lugar de pronunciar que tal persona está muerta, decían: "Tal persona ha vivido", o "Tal persona ha dejado de vivir" -[Plutarco, Vida de Cicerón, c. 22:]-, pues, siempre que hubiera alguna mención de vida en el caso, aunque pasada, conllevaba algún sonido de consuelo. Y de ellos hemos tomado prestada nuestra expresión: "El difunto señor tal o cual" -["feu Monsieur un tel"] Quizá, como dice el refrán, el tiempo que hemos vivido vale nuestro dinero. Nací entre las once y las doce de la mañana del último día de febrero de 1533, según nuestro cómputo, comenzando el año el 1 de enero, [Esto fue en virtud de una ordenanza de Carlos IX en 1563. Anteriormente, el año comenzaba en Pascua, de modo que el 1 de enero de 1563 se convirtió en el primer día del año 1563], y hace apenas quince días que cumplí los nueve y treinta años de edad; cuento con vivir, al menos, otros tantos. Mientras tanto, molestar a un hombre con el pensamiento de una cosa tan lejana era una locura. ¿Pero qué? Los jóvenes y los viejos mueren en los mismos términos; nadie se va de la vida de otra manera que si acabara de entrar en ella; tampoco hay hombre tan viejo y decrépito que, habiendo oído hablar de Matusalén, no piense que le quedan todavía veinte buenos años. Necio que eres, ¿quién te ha asegurado el término de la vida? Dependes de los cuentos de los médicos; más bien consulta los efectos y la experiencia. Según el curso común de las cosas, hace mucho tiempo que vives por un favor extraordinario; ya has superado el término ordinario de la vida. Y si esto es así, cuenta con tus conocidos, cuántos más han muerto antes de llegar a tu edad que los que la han alcanzado; y de los que han ennoblecido sus vidas por su renombre, haz una cuenta, y me atrevo a apostar que encontrarás más que han muerto antes que después de los cinco y treinta años de edad. Está lleno de razón y de piedad, también, tomar ejemplo por la humanidad de Jesucristo mismo; ahora, Él terminó su vida a los tres y treinta años. El hombre más grande, que no era más que un hombre, Alejandro, murió también a la misma edad. ¿Cuántas maneras tiene la muerte de sorprendernos?

"Quid quisque, vitet, nunquam homini satis

Cautum est in horas".

["Por muy precavido que sea, el hombre nunca puede prever el peligro que

que puede acontecerle en cualquier momento" -Hor. O. ii. 13, 13.]

Para omitir las fiebres y las pleuresías, ¿quién habría imaginado que un duque de Bretaña, -[Juan II. murió en 1305.]-, fuera apresado hasta la muerte en una multitud como lo fue ese duque a la entrada del Papa Clemente, mi vecino, en Lyon?-[Montaigne habla de él como si hubiera sido un vecino contemporáneo, tal vez porque era el Arzobispo de Burdeos. Bertrand le Got fue Papa con el título de Clemente V., 1305-14.]-¿No has visto a uno de nuestros reyes -[Enrique II, asesinado en un torneo, el 10 de julio de 1559]-muerto en un basculamiento, ¿y no murió uno de sus antepasados por el empujón de un cerdo?-[Felipe, hijo mayor de Luis le Gros.]-Esquilo, amenazado con la caída de una casa, fue muy circunspecto para evitar ese peligro, ya que fue golpeado en la cabeza por una tortuga que cayó de las garras de un águila en el aire. Otro fue ahogado con una piedra de uva; -[Val. Max., ix. 12, ext. 2.]- un emperador murió con el rasguño de un peine al peinarse la cabeza. AEmilius Lepidus con un tropiezo en su propio umbral, -[Plinio, Nat. Hist., vii. 33.]- y Aufidio con un empujón contra la puerta al entrar en la cámara del consejo. Y entre los mismos muslos de las mujeres, Cornelio Galo, el procurador; Tigillinus, capitán de la guardia de Roma; Ludovico, hijo de Guido di Gonzaga, marqués de Mantua; y (de peor ejemplo) Speusippus, filósofo platónico, y uno de nuestros Papas. El pobre juez Bebio dio un aplazamiento en un caso por ocho días; pero él mismo, mientras tanto, fue condenado a muerte, y su propia suspensión de la vida expiró. Mientras Cayo Julio, el médico, ungía los ojos de un paciente, la muerte cerró los suyos; y, si me permiten traer un ejemplo de mi propia sangre, un hermano mío, el capitán St. Martin, un joven de veintitrés años, que ya había dado suficiente testimonio de su valor, jugando un partido de tenis, recibió un golpe de pelota un poco por encima de su oreja derecha, que, como no daba ninguna señal de herida o contusión, no le hizo caso, ni siquiera se sentó a descansar, pero, sin embargo, murió dentro de cinco o seis horas después de una apoplejía ocasionada por ese golpe.

Con estos ejemplos tan frecuentes y comunes que pasan cada día ante nuestros ojos, ¿cómo es posible que un hombre se desprenda del pensamiento de la muerte, o que no piense que nos tiene a cada momento cogidos por el cuello? ¿Qué importa, diréis, lo que suceda, con tal de que el hombre no se aterrorice con la expectativa? Por mi parte, soy de esta opinión, y si un hombre pudiera evitarlo de algún modo, aunque fuera arrastrándose bajo la piel de un ternero, soy de los que no se avergüenzan del cambio; lo único que pretendo es pasar mi tiempo a gusto, y las recreaciones que más contribuyen a ello, las tomo, por poco gloriosas y ejemplares que sean:

"Praetulerim... delirus inersque videri,

Dum mea delectent mala me, vel denique fallant,

Quam sapere, et ringi".

["Prefiero parecer loco y perezoso, para que mis defectos sean

agradables para mí, o que no sea dolorosamente consciente de ellos,

que ser sabio y chapucero" -Hor., Ep., ii. 2, 126.]

Pero es una locura pensar en hacer algo así. Van, vienen, galopan y bailan, y ni una palabra de muerte. Todo esto está muy bien, pero cuando les llega a ellos mismos, a sus esposas, a sus hijos o a sus amigos, sorprendiéndolos desprevenidos y sin preparación, entonces, ¡qué tormento, qué gritos, qué locura y desesperación! ¿Habéis visto alguna vez algo tan sometido, tan cambiado y tan confundido? Un hombre debe, por lo tanto, hacer una provisión más temprana para ello; y esta negligencia bruta, si es posible que se aloje en el cerebro de cualquier hombre de sentido común (lo que creo totalmente imposible), nos vende su mercancía demasiado cara. Si fuera un enemigo que pudiera evitarse, aconsejaría entonces tomar las armas incluso de la propia cobardía; pero viendo que no lo es, y que te pillará lo mismo volando y haciendo de poltrón, que manteniéndote como un hombre honesto

"Nempe et fugacem persequitur virum,

Nec parcit imbellis juventae

Poplitibus timidoque tergo".

["Persigue al poltrón volador, ni perdona los tendones del

que le da la espalda" -Hor., Ep., iii. 2, 14.]

Y viendo que ningún temple de armas es de prueba para asegurarnos:-

"Ille licet ferro cautus, se condat et aere,

Mors tamen inclusum protrahet inde caput"

["Que se esconda bajo el hierro o el bronce en su miedo, la muerte sacará

la muerte sacará su cabeza de su armadura" -Properio iii. 18].

-aprendamos a mantenernos firmes con valentía y a luchar contra él. Y para empezar a privarle de la mayor ventaja que tiene sobre nosotros, tomemos un camino muy contrario al común. Desarmémosle de su novedad y extrañeza, conversemos y familiaricémonos con él, y no tengamos nada tan frecuente en nuestros pensamientos como la muerte. En todas las ocasiones representémosle a nuestra imaginación en todas sus formas; al tropezar un caballo, al caer una teja, al menor pinchazo con un alfiler, consideremos en seguida, y digámonos: "Bueno, ¿y si hubiera sido la misma muerte?", y, a partir de ahí, animémonos y fortalezcámonos. Siempre, en medio de nuestra alegría y fiesta, pongamos ante nuestros ojos el recuerdo de nuestra frágil condición, sin dejarnos transportar tanto por nuestros deleites, sino que tengamos algunos intervalos para reflexionar y considerar de cuántas maneras diferentes esta alegría nuestra tiende a la muerte, y con cuántos peligros la amenaza. Los egipcios acostumbraban a hacer lo mismo, que en el apogeo de su fiesta y alegría, hacían entrar en la habitación un esqueleto seco de un hombre para que sirviera de recuerdo a sus invitados:

"Omnem crede diem tibi diluxisse supremum

Grata superveniet, quae non sperabitur, hora".

["Piensa que cada día pasado es el último; el siguiente, como inesperado

será el más bienvenido" -Hor., Ep., i. 4, 13.]

El lugar donde nos espera la muerte es incierto; busquémoslo en todas partes. La premeditación de la muerte es la premeditación de la libertad; quien ha aprendido a morir ha desaprendido a servir. No hay nada malo en la vida para quien comprende correctamente que la privación de la vida no es un mal: saber morir nos libra de toda sujeción y coacción. Pablo Emilio respondió a quien el miserable rey de Macedonia, su prisionero, envió a rogarle que no lo condujera en su triunfo: "Que se haga esa petición a sí mismo" -[ Plutarco, Vida de Pablo Emilio, c. 17; Cicerón, Tusc., v. 40].

En verdad, en todas las cosas, si la naturaleza no ayuda un poco, es muy difícil que el arte y la industria realicen algo a propósito. Por mi propia naturaleza no soy melancólico, sino meditabundo; y no hay nada con lo que me haya entretenido más continuamente que con la imaginación de la muerte, incluso en la época más desenfadada de mi edad:

"Jucundum quum aetas florida ver ageret".

["Cuando mi edad florida se regocijaba en la agradable primavera".

-Catulo, lxviii.]

En compañía de las damas, y en los juegos, algunos han creído tal vez que estaba poseído por algunos celos, o por la incertidumbre de alguna esperanza, mientras me entretenía con el recuerdo de alguien, sorprendido, pocos días antes, con una fiebre ardiente de la que murió, volviendo de un entretenimiento como éste, con la cabeza llena de ociosas fantasías de amor y jolgorio, como lo estaba entonces la mía, y que, por lo que yo sabía, el mismo destino me acompañaba.

"Jam fuerit, nec post unquam revocare licebit".

["Ahora el presente se habrá ido, para nunca ser recordado".

Lucrecio, iii. 928.]

Sin embargo, este pensamiento no arrugó mi frente más que cualquier otro. Es imposible sino sentir un aguijón en imaginaciones como éstas, al principio; pero al darles vueltas y vueltas en la mente, al final se vuelven tan familiares que no son ninguna molestia: de lo contrario, yo, por mi parte, estaría en un perpetuo susto y frenesí; porque nunca el hombre fue tan desconfiado de su vida, nunca el hombre fue tan incierto en cuanto a su duración. Ni la salud, de la que hasta ahora he gozado con mucha fuerza y vigor, y que rara vez se ha interrumpido, prolonga, ni la enfermedad contrae mis esperanzas. Cada minuto, me parece, estoy escapando, y eternamente corre en mi mente, que lo que puede hacerse mañana, puede hacerse hoy. Los riesgos y peligros, en verdad, poco o nada aceleran nuestro fin; y si consideramos cuántos miles más quedan y penden sobre nuestras cabezas, además del accidente que nos amenaza inmediatamente, encontraremos que los sanos y los enfermos, los que están en el mar y los que se sientan junto al fuego, los que están comprometidos en la batalla y los que se sientan ociosos en casa, están tan cerca de él como los otros.

"Nemo altero fragilior est; nemo in crastinum sui certior".

["Ningún hombre es más frágil que otro: ningún hombre más seguro que

otro de mañana" -Séneca, Ep., 91.]

Para cualquier cosa que tenga que hacer antes de morir, el más largo ocio me parecería demasiado corto, si no fuera más que un asunto de una hora que tuviera que hacer.

El otro día, un amigo mío revisó mis tablas y encontró en ellas un memorándum de algo que quería hacer después de mi muerte, por lo que le dije, como era realmente cierto, que aunque estaba a sólo una legua de distancia de mi propia casa, y feliz y bien, sin embargo, cuando esa cosa me vino a la cabeza, me apresuré a escribirla allí, porque no estaba seguro de vivir hasta llegar a casa. Como hombre que está eternamente rumiando mis propios pensamientos, y los confino a mis propias preocupaciones particulares, estoy a todas horas tan bien preparado como puedo estarlo siempre, y la muerte, cuando sea que venga, no puede traer nada con él que no esperara mucho antes. Deberíamos siempre, en la medida de lo posible, estar con botas y espuelas, y listos para partir, y, sobre todo, tener cuidado, en ese momento, de no tener ningún asunto con nadie más que con uno mismo:-

 

"Quid brevi fortes jaculamur avo

Multa?"

["¿Por qué en una vida tan corta nos fastidiamos con tantos proyectos?"

-Hor., Od., ii. 16, 17.]

pues allí encontraremos trabajo suficiente para hacer, sin necesidad de añadirlo. Un hombre se queja, más que de la muerte, de que con ello se le impide una gloriosa victoria; otro, de que ha de morir antes de haber casado a su hija, o educado a sus hijos; un tercero parece sólo preocupado de que ha de perder la compañía de su esposa; un cuarto, la conversación de su hijo, como el principal consuelo y preocupación de su ser. Por mi parte, estoy, gracias a Dios, en este instante en tal condición, que estoy dispuesto a desprenderme, cuando a Él le plazca, sin lamentar nada. Me desprendo en todo momento de todas las relaciones mundanas; me despido pronto de todo menos de mí mismo. Nunca nadie se preparó para decir adiós al mundo de forma más absoluta y sin reservas, y para dar la mano a toda clase de intereses en él, que lo que yo espero hacer. Las muertes más mortales son las mejores:

"'Miser, O miser,' aiunt, 'omnia ademit

Una dies infesta mihi tot praemia vitae'".

["'Desgraciado que soy', gritan, 'un día fatal me ha privado de

todas las alegrías de la vida". -Lucrecio, iii. 911.]

Y el constructor,

"Manuet", dice, "opera interrupta, minaeque

Murorum ingentes".

["Las obras permanecen incompletas, los altos pináculos de los muros

AEneid, iv. 88.]

Un hombre no debe diseñar nada que requiera tanto tiempo para su acabado, o, al menos, sin un deseo tan apasionado de verlo llevado a la perfección. Hemos nacido para la acción:

"Quum moriar, medium solvar et inter opus".

["Cuando muera, que sea haciendo lo que había diseñado".

-Ovidio, Amor., ii. 10, 36.]

Yo querría siempre que un hombre estuviera haciendo, y, en la medida en que en él radica, que extendiera e hilara los oficios de la vida; y luego que la muerte me llevara a plantar mis coles, indiferente a él, y menos aún a que mis jardines no se terminaran. He visto morir a uno que, en su último suspiro, no se quejaba de nada más que de que el destino estaba a punto de cortar el hilo de una crónica que entonces estaba compilando, cuando no se había ido más allá del decimoquinto o decimosexto de nuestros reyes:

"Illud in his rebus non addunt: nec tibi earum

jam desiderium rerum super insidet una".

["No añaden, que muriendo, ya no tenemos deseo de poseer

cosas". -Lucrecio, iii. 913.]

Debemos liberarnos de estos humores vulgares e hirientes. Con este fin, los hombres designaron primero los lugares de sepultura junto a las iglesias y en los lugares más frecuentados de la ciudad, para acostumbrar, dice Licurgo, a la gente común, a las mujeres y a los niños, para que no se asusten al ver un cadáver, y para que el continuo espectáculo de huesos, tumbas y exequias nos haga recordar nuestra frágil condición:

"Quin etiam exhilarare viris convivia caede

Mos olim, et miscere epulis spectacula dira

Certantum ferro, saepe et super ipsa cadentum

Pocula, respersis non parco sanguine mensis".

["Antiguamente se acostumbraba a amenizar los banquetes con matanzas, y

de combinar con el banquete el funesto espectáculo de los hombres contendiendo con

de hombres luchando con la espada, los moribundos en muchos casos cayendo sobre las copas, y

Silius Italicus, xi. 51.]

Y así como los egipcios, después de sus fiestas, solían presentar a la compañía una gran imagen de la muerte, por medio de una que les gritaba: "Bebe y alégrate, porque así serás cuando estés muerto"; así es mi costumbre tener la muerte no sólo en mi imaginación, sino continuamente en mi boca. Tampoco hay nada de lo que sea tan inquisitivo, y me complazca informarme, como la manera de morir de los hombres, sus palabras, sus miradas y su porte; ni ningún lugar de la historia en el que esté tan atento; y es bastante evidente, por mi abundancia de ejemplos de este tipo, que tengo una afición particular por ese tema. Si fuera un escritor de libros, compilaría un registro, con un comentario, de las diversas muertes de los hombres: quien debería enseñar a los hombres a morir, les enseñaría al mismo tiempo a vivir. Dicarco hizo uno, al que dio ese título; pero estaba destinado a otro fin menos provechoso.

Tal vez alguien pueda objetar que el dolor y el terror de la muerte superan tan infinitamente todo tipo de imaginación, que el mejor esgrimista estará fuera de juego cuando llegue el momento de empujar. Que digan lo que quieran: premeditar es, sin duda, una ventaja muy grande; y además, ¿no es nada ir tan lejos, al menos, sin perturbación ni alteración? Además, la propia naturaleza nos asiste y anima: si la muerte es repentina y violenta, no tenemos tiempo para temer; si es de otro modo, percibo que a medida que me comprometo más en mi enfermedad, entro naturalmente en un cierto aborrecimiento y desprecio de la vida. Encuentro que tengo mucho más dificultad para digerir esta resolución de morir, cuando estoy bien de salud, que cuando languidezco de fiebre; y por lo mucho que tengo menos que ver con los productos de la vida, por razón de que empiezo a perder el uso y el placer de ellos, por lo tanto miro la muerte con menos terror. Lo cual me hace esperar que cuanto más me aleje de la primera y más me acerque a la segunda, más fácilmente cambiaré la una por la otra. Y, como he experimentado en otros sucesos que, como dice César, las cosas suelen parecernos más grandes a la distancia que a la proximidad, he comprobado que, estando bien, he tenido males con mucho más horror que cuando estaba realmente afligido por ellos. El vigor en el que me encuentro ahora, la alegría y el placer en el que vivo, hacen que el estado contrario parezca tan desproporcionado con respecto a mi condición actual, que, con la imaginación, magnifico esas molestias a la mitad, y las aprecio como mucho más molestas de lo que realmente son, cuando más pesan sobre mí; espero encontrar la muerte igual.

Observemos en los cambios y declinaciones ordinarias que sufrimos diariamente, cómo la naturaleza nos priva de la luz y del sentido de nuestra decadencia corporal. ¿Qué le queda a un anciano del vigor de su juventud y de sus mejores días?

"Heu! senibus vitae portio quanta manet".

["¡Ay, a los viejos qué porción de vida les queda!"-Maximio, vel

Pseudo-Gallus, i. 16.]

César, a un viejo soldado curtido de su guardia, que acudió a pedirle permiso para suicidarse, reparando en su cuerpo marchito y en su movimiento decrépito, le contestó agradablemente: "Pues te imaginas que aún estás vivo" -[Séneca, Ep, 77. ]-Si un hombre cayera en esta condición de repente, no creo que la humanidad sea capaz de soportar tal cambio: Pero la naturaleza, llevándonos de la mano, a un paso fácil y, por así decirlo, insensible, nos conduce paso a paso a ese estado miserable, y por ese medio nos lo hace familiar, de modo que somos insensibles al golpe cuando nuestra juventud muere en nosotros, aunque sea realmente una muerte más dura que la disolución final de un cuerpo lánguido, que la muerte de la vejez; ya que la caída no es tan grande de un ser inquieto a ninguno, como lo es de un ser vivaz y floreciente a uno molesto y doloroso. El cuerpo, encorvado e inclinado, tiene menos fuerza para soportar una carga; y lo mismo sucede con el alma, y por eso es que debemos levantarla firme y erguida contra el poder de este adversario. Porque, así como es imposible que ella esté nunca en reposo, mientras se mantiene en el temor de él; así, si una vez puede asegurarse, puede presumir (que es una cosa como superando la condición humana) que es imposible que la inquietud, la ansiedad o el miedo, o cualquier otra perturbación, habite o tenga algún lugar en ella:

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