Ladrón de cerezas

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Luego de una corta siesta Ulises continuó con su repertorio escatológico.

—Además, nos encontramos en vísperas del lanzamiento de la campaña publicitaria masiva que nos permitirá recuperar esos puntitos perdidos. No tengo dudas de que nuestro mensaje sobrio y recatado actuará como contrapunto del mensaje estrafalario que seguramente estarán impulsando para apuntalar una imagen obscena de Salvaje. Me permito conjeturar que, en caso de replicar en la campaña publicitaria al grotesco Indiana Jones que intentan mostrarnos en esta devaluada saga de Steven Spielberg, se estarán azotando en la espalda con su propio látigo, ya que jamás podrán valerse del arca perdida para obtener los votos necesarios para convertirse en gobernador. Imaginen a Salvaje enfundado en su chaqueta de piel, camisa safari color caqui suave, sombrero cazador y una pipa en su boca intentando concientizar a la ciudadanía sobre las implicancias de la justicia social, la previsibilidad económica y el funcionamiento de las instituciones. Es indudable que se va a convertir en el hazmerreír de todos los argentinos.

Tras meditarlo unos minutos, Micaela se convenció de que debían arriar las velas y permitir que Rufino Croda y su extraña teoría arquetípica hundieran en su propia incapacidad a Salvaje.

—Vamos a mantenernos como hasta ahora, pero nos veremos las caras en un mes para corroborar los nuevos datos de las encuestas.

Jalid no le puso atención al comentario de Micaela.

Sus verdaderas intenciones se escondían detrás de una sonrisa falsa.

El expedicionario

Al mismo tiempo en que Micaela, Jalid y Ulises discernían sobre mitología arquetípica y las relacionaban con sirenas, unicornios y centauros, Rufino se disponía a correr los velos de la campaña a gobernador de la provincia de Buenos Aires y descubrir su contenido a Salvaje y a dos de sus asesores en comunicación que lo acompañaban. Se dieron cita en las oficinas de Innocence donde los gemelos Salvador, quienes desempeñaban el papel de directores generales creativos, desplegaban bocetos y guiones en un tablero especialmente acondicionado para la ocasión. Los gemelos Salvador eran tan idénticos que solo se diferenciaban porque uno mascaba chicle y el otro no. El que mascaba chicle era el más creativo y el otro el más estratégico. Aunque a veces intercambiaban el chicle y se armaba un matute de la madona. Como en un acto de ilusionismo, las luces de la sala se disiparon tenuemente y comenzaron a oscurecer el ambiente mientras focos refulgentes se prendían y reproducían héroes, villanos, bufones, rebeldes y reyes que se proyectaban y se esparcían por las ochavas del recinto.

—Antes de correrle el tul a la novia —alardeó Rufino con el pecho inflado por los cinco puntos descontados a Micaela Dorado—, debés recordar que es indispensable mantenernos firmes en nuestra estrategia de comunicación expedicionaria. Por ningún motivo debemos desviarnos del camino trazado que tan buenos resultados nos ha dado hasta el momento.

—No abras el paraguas antes de tiempo —respondió distendidamente Salvaje, mientras observaba detenidamente a los gemelos Salvador y se esforzaba por descubrir los cristales recubiertos de una capa metalizada de mercurio que evidentemente se superponía entre ambas figuras. Para colmo de males, eran de una perversión tan sádica que hasta vestían exactamente igual: remera negra con un estampado en el centro del emoji amarillo de la carita apretando los dientes y una falda negra al estilo escocés.

Los gemelos Salvador se pusieron de pie y se dispusieron a contar la primera idea con el aplomo de quien conoce su oficio de sobra. Una pantalla de amplias dimensiones reproducía una imagen cenital de Salvaje en su travesía en kayak por el mar de las Antillas. Era una secuencia tomada por un dron a más de cien metros de altura. Envuelto íntegramente en un traje de neoprene verde fosforescente con franjas naranjas, Salvaje remaba incesantemente entre las furiosas olas del mar.

Sobre el azul del cielo se leía en letras blancas un titular de gran tamaño:

“El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

Los gemelos Salvador quedaron expectantes a la reacción de Salvaje que se mantenía abstraído en sus pensamientos, como solidificado en un molde de hielo impenetrable. Imposibilitados de picar con un cincel esa concentración de astronauta alunizando continuaron con su exposición y se sumergieron en el comercial de televisión. La película reflejaba una escena desesperante de un padre a la deriva junto a sus dos pequeños hijos que se debatían en una pequeña embarcación en medio de un mar embravecido que azotaba con olas de más de dos metros de altura y vientos huracanados capaces de estremecer al navegante más avezado. La pequeña embarcación se zarandeaba de un lado al otro como un barquito de papel que choca con el desagüe de una alcantarilla y comienza a tambalearse en círculos de agua que engordan las células de celulosa y comienzan a desprender fragmentos húmedos de papel. Era evidente que la pequeña embarcación no podría resistir por mucho más tiempo los embates del mar enfurecido. El padre se persigna, mira al cielo y se encomienda a Dios esperando por un milagro. En ese preciso instante, entre las vísceras del mar hambriento de embarcación y de carne y de huesos, emerge un buque de rescate que se dispone a socorrerlos. El padre y sus dos pequeños hijos se aprietan en un abrazo de tres gotas de agua que se funden en una sola gota más grande. Dios les acaba de tender una mano. Están salvados. El buque se encuentra a pocos centímetros de la embarcación, casi pueden tocarse las manos. En ese momento surge la figura del capitán que, en lugar de lanzarles un cabo para sujetarlos al buque, les suelta una urna y se pierde a toda velocidad por el embravecido mar. El hombre en la pequeña embarcación extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Al instante, vemos que la tormenta se disipa, el mar se aquieta, el viento cede y el cielo dibuja un arcoíris hialino y luminoso. Por corte, vemos que de la nada surge una pequeña isla paradisíaca que se abre paso arremetiendo hacia la pequeña embarcación. Escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

El segundo comercial mostraba a una alpinista colgada de un arnés y sostenida por un cabo a más de mil metros de altura en un empinado peñasco rocoso en medio de una cadena montañosa. De repente, sin previo aviso, cientos de rocas se desprenden del risco y comienzan a caer ladera abajo a gran velocidad. La intrépida alpinista logra eludir los primeros desprendimientos de rocas, pero una nueva andanada más furiosa que la anterior la golpea con dureza en el casco, en los hombros, en los brazos y le arrebatan de su cintura las cuerdas, las cintas y los alicates. Su vida pende de un hilo, literalmente. El desplazamiento también arrastra árboles, ramas, lodo y todo lo que encuentra en su camino que multiplican el golpeteo incesante de las rocas. La situación se torna dramática. Parece no haber escapatoria. Al límite de sus fuerzas y a punto de desvanecerse vemos que inesperadamente un avezado rescatista desciende de la cumbre para socorrerla. Al llegar a su lado, en lugar de encordarla a sus propios anillos para sujetarla e iniciar el ascenso, le suelta una urna y asciende con extrema destreza eludiendo el alud de rocas que sigue cayendo. Con las pocas fuerzas que no le sobran extrae de su bolsillo una boleta de Salvaje Arregui y la inserta en la urna. Inesperadamente el alud comienza a ceder, las rocas se disipan, el lodo caudaloso se solidifica y la calma vuelve a renacer. La alpinista recobra fuerzas y comienza a ascender con suma agilidad haciendo cumbre rápidamente en la montaña. En ese momento escuchamos la voz del locutor: “El 30 de octubre declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador.

La campaña de gráfica apuntalaba aún más al concepto: ¡abolamos la pobreza! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. ¡Abolamos el analfabetismo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”.

¡Abolamos el desempleo! “El 30 de octubre, declará tu independencia”. Salvaje Arregui gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Las luces de la sala se encendieron tenuemente mientras un silencio intranquilo y entrecortado por bruscos suspiros de resignación se apoderó de la sala. Rufino y los gemelos Salvador quedaron expectantes aguardando las primeras impresiones de Salvaje y sus dos colaboradores en comunicación. Era evidente que habían quedado aletargados, como el peatón que distraídamente arremete a cruzar las vías del tren y queda en estado vegetativo al oír a pocos metros de distancia el bocinazo de una locomotora. Una mezcla rara de desorden y fascinación se daba de bruces en su interior adoleciendo de un ganador aparente.

—Necesito un tiempo para reincorporarme —suplicó Salvaje arqueando las cejas, mientras se abalanzaba a un vaso de agua que actuaba más de salvavidas que de agua, mientras se rascaba la cabeza como buscando remover sus ideas—. Qué se yo, Rufino, me imaginaba algo más formal y prudente. Me parece una idea muy arriesgada. No me siento del todo cómodo. Nos estamos embarcando en un territorio absolutamente inexplorado en campañas de comunicación política.

—Muy arriesgada… —repitió uno de los asesores en comunicación de Salvaje que respondía al apodo de Pelícano y se distinguía por una barriga prominente y una incipiente pelusa que cubría su barbilla y ocultaba una incipiente papada.

—¡Me tranquiliza tu intranquilidad! —dobló la apuesta Rufino—. Si fuera al revés estaría realmente preocupado porque significaría que estamos transitando lugares comunes de los que inexorablemente nos debemos alejar.

 

—Deberíamos buscar una idea en la que todos estemos de acuerdo —insistió Salvaje.

—Una idea en la que todos estemos de acuerdo —repitió el Pelícano.

—Cuando todos estamos de acuerdo, hay algo que estamos haciendo mal —insistió Rufino.

—Una campaña sin creatividad y sin estrategia es como un avión sin alas y sin ruedas. La idea no vuela y el concepto no aterriza —observó el gemelo Salvador que no mascaba chicle.

—Veo que en Innocence las alegorías están al orden del día —se quejó Salvaje.

—Es fácil opinar con el diario del lunes —dijo Rufino—, pero estamos convencidos de que esta campaña es lo que necesitás para convertirte en gobernador de la provincia de Buenos Aires.

—No sé, Rufino. Me gusta cómo pensás pero…

—Si te gusta cómo pienso déjame pensar —lo interrumpió Rufino.

—Es fácil decirlo cuando no es uno quien mete la cabeza debajo de la guillotina. La gente quiere un candidato predecible.

—La gente no sabe lo que quiere, Salvaje —opinó Rufino. Y tampoco es su trabajo saberlo. Es justamente el nuestro.

—¿Cómo que no?

—Si Henry Ford hubiera escuchado la opinión de la gente, en lugar de inventar el automóvil, hubiera inventado alguna fórmula alimenticia nutricional que apresurara la velocidad de los caballos.

—¿Qué tiene que ver Henry Ford con la campaña? Ese ejemplo es cualquier cosa —se exasperó Salvaje.

—Cualquier cosa —repitió el Pelícano.

—Si Edison hubiera escuchado la opinión de la gente encenderíamos velas más resistentes en lugar de bombillas de luz.

—Esa comparación es un disparate, te estás refiriendo a los inventos más brillantes de la humanidad, y acá estamos hablando sobre un simple candidato a gobernador. La gente está esperando nuestra campaña y debemos mostrarnos a la altura de los acontecimientos.

—Un disparate —repitió el Pelícano.

—La gente no está esperando ninguna campaña —opinó el gemelo Salvador que no mascaba chicle—. A lo sumo puede estar esperando encamarse con Angelina Jolie, o que su equipo de fútbol se meta en la zona de grupos de la copa Libertadores, o la última temporada de Breaking Bad, o acertar un pleno en la ruleta, pero una campaña de un candidato a gobernador te aseguro que no está esperando. Así como tampoco está esperando la campaña de ningún producto que les cambie la vida.

—¡Pero un gobernador sí les puede cambiar la vida! —lo amonestó Salvaje.

—Siempre y cuando te conviertas en gobernador —mencionó Rufino. Y para que eso suceda necesitamos una campaña que salga de lo común y acaricie las fibras íntimas que apuntalen tu posicionamiento expedicionario.

—Sabés lo que pasa, Rufino, si esta campaña no me convierte en gobernador, ustedes estarán habilitados a trabajar con muchos otros candidatos, pero yo quedaré despedido del ámbito político y sin indemnización alguna. ¿Además qué significa el concepto “declará tu independencia”? La gente es libre de votar por el candidato que mejor le parezca. Nadie los apunta con un revólver a la hora de emitir su voto.

—Partiendo de la base de que el Partido Popular es liderado por Jalid Donig, me permito poner en duda esa afirmación —respondió Rufino.

—¿Qué significa el concepto “declará tu independencia”? —repitió el Pelícano.

—¿Y vos, qué onda, che? ¿Sos un loro o un pelícano? —ironizó el gemelo Salvador que mascaba chicle.

El Pelícano se refugió bajo las alas de Salvaje y lo miró con desesperación.

—Es un hombre reservado —dijo Salvaje.

—A mí más bien me parece un lameculos metafísico —sentenció el gemelo Salvador que no masticaba chicle.

—Sos lo más parecido a Smithers que conozco —dijo el gemelo Salvador que masticaba chicle.

—¿Smithers? —preguntó el Pelícano.

—El secretario del señor Burns en la saga de Los Simpson —respondió el gemelo Salvador que masticaba chicle—. En cualquier momento le vas a probar la comida a Salvaje para asegurarte de que no esté envenenada.

El Pelícano antepuso a sus palabras un gesto de desprecio.

—Aguardo una disculpa por semejante aberración —se ofuscó el Pelícano masticando bronca.

El gemelo Salvador no quiso retractarse. Alegaba el precepto del humor como excusa de su observación. El Pelícano se descubrió poseído por un odio visceral y apagó su furia haciendo gárgaras de agua en su profusa papada.

—Rufino, he de reconocer que hemos llegado hasta acá respetando el arquetipo del expedicionario y no pretendo desviarme del territorio de comunicación definido. Pero no logro comprender por qué no seguimos construyendo en esa misma dirección.

—¿A qué te referís, Salvaje? —preguntó Rufino mirándolo fijamente a los ojos—. Justamente es eso lo que estamos haciendo.

—Me refiero a replicar la palabra “expedicionario” en la campaña. No voy a hacerme el creativo, pero me imagino algo como: “El horizonte de la Argentina cuenta con un expedicionario que lo llevará a buen puerto”, no sé, qué sé yo… algo así.

—Menos mal que le picó el bichito de la política y no el de la creatividad —murmuró el gemelo Salvador que no mascaba chicle a su hermano, con la frialdad de una piñata sin caramelos.

—Hay dos palabras prohibidas en nuestra campaña arquetípica —continuó Rufino—, y son justamente: “aventurero” y “expedicionario”. Por todos los medios debemos evitar llevar al terreno consciente lo que debe mantenerse en el inconsciente. En años de comunicación, oíme bien, en años de comunicación, no encontrarás una sola adjetivación “inocente” en una campaña de Coca-Cola, ni una sola adjetivación “villana” en una campaña de Harley-Davidson. La clave pasa por decir sin decir, por adjetivar sin adjetivar. Una cosa es el brief y otra muy distinta es la comunicación. Y ahí golpeamos la puerta los creativos para transmitir mensajes que conmuevan, resuenen y de cuando en cuando se conviertan en íconos populares. Vayamos a los hechos. Le hemos recortado cinco puntos a Micaela Dorado y no tiene sentido girar el timón ahora. La gente no tiene una explicación racional que dar, pero se identifican inconscientemente con tu figura. Y no debemos olvidar que todo pasa por mantenernos consistentes con el tono de comunicación cosmopolita, independiente, bon vivant, trotamundos, inquieto. El concepto “declará tu independencia” apuntala todo lo que la gente pretende ser, pero no se anima a ser. La libertad no se refiere únicamente a la libertad física, sino también a la emocional, psíquica y espiritual.

Era tal la vehemencia de Rufino al hablar que una especie de apichonamiento invadió las convicciones de Salvaje, al igual que aquella vez que vio aparecer su atlética figura por la rendija de la puerta de su oficina. Se encontraba entre la espada y la pared. O cedía ante los cimientos de lo inédito, o cubría las ruinas de lo establecido con la lava fundida de sus convicciones. Fuera como fuere, la variedad de pensamientos se explicaba por el hecho de aceptar miradas diferentes sobre una determinada cosa. Justamente ahí estaba lo bueno y para eso lo había contratado. Y estaba claro que los números avalaban a Rufino. Accionando una válvula de escape, abrió el conducto de salida de agua de la represa y cedió la palabra a sus asesores en comunicación, quienes no hablaban gran cosa. Principalmente un muchacho rubio peinado a la gomina, con chupines que acentuaban una figura descuidada y mocasines marrones con medias amarillas que recalcaban un gusto al menos discutible. Y el Pelícano solo repetía. De haber podido hubieran obstruido la represa con hormigón armado para embalsar el agua y huir por el desfiladero de paredes escarpadas, pero el cauce fluvial había elevado su nivel y ya no quedaba otra escapatoria que la del propio razonamiento. Tras unos segundos de zozobra, y al confirmar que ninguno de los dos se atrevería a hacer uso de la palabra, Salvaje inyectó algo de energía cinética al estado de reposo y les formuló una especie de ping-pong de preguntas y respuestas donde cada uno debía levantar la mano en caso de estar de acuerdo y retenerla en caso de no estarlo.

—¿Les gusta la campaña? —preguntó Salvaje.

Ninguno de los dos levantó la mano.

—¿Y el concepto “declará tu independencia”?

Al principio tampoco la levantaron, pero luego de unos breves segundos el muchacho rubio la levantó. Al verse interpelado el Pelícano también la levantó.

Sin dar crédito al movimiento de masa y velocidad que tomaban las cosas, y anticipando la explosión de Chernóbil, Rufino cerró la tapa del reactor y arremetió contra semejante despropósito.

—La aprobación de una campaña no es un acto democrático —dijo Rufino levantando la voz por encima de su propia altura que no era poca, ya que arañaba el metro noventa. Si estuvieras volando en un avión en medio de una severa turbulencia y el aparato comenzara a zamarrearse de un lado al otro y las mascarillas de oxígeno cayeran y un descenso brutal se apoderada de tu aliento, ¿te tranquilizaría escuchar al piloto proponiendo a los pasajeros un ping-pong de preguntas y respuestas por los altoparlantes? Por sí o por no: ¿disminuyo la altitud o incremento la velocidad? ¿Reduzco el nivel de sustentación o despliego los flaps traseros? ¿Nivelo la nariz del avión o elimino combustible? O qué pasaría si tu hijo estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte en plena cirugía a corazón abierto, y el cirujano se dirigiera a la sala de espera a consultar la opinión de los familiares. ¿Intento una incisión en la aorta o destapo una arteria? ¿Hago una transfusión en las válvulas cardíacas o presiono el miocardio?

Salvaje volvió a eludir un frenético impulso de cagarlo a trompadas, pero ya nada de lo que saliera de la boca de Rufino lo sorprendía. Hablaba crudamente, sacándole las capas de formalidad a la cebolla.

El muchacho rubio por fin se animó a opinar y se despachó con un atendible cuestionamiento improcedente por relacionar una campaña publicitaria con una operación de miocardio, a lo que el Pelícano, desencajado por no haber sido él quien generara la controversia, le soltó un puntinazo en medio de los huevos que de alguna manera burlaron la presión y el aplastamiento que ejercía el chupín y se reacomodaron en sus respectivos escrotos.

—¿Qué tiene que ver una campaña a gobernador con una operación de miocardio? —repitió el Pelícano.

—Hay un dicho popular que dice que de publicidad, fútbol y política todo el mundo puede opinar —observó el gemelo Salvador que no mascaba chicle.

—Hay que creer en los dichos populares —dijo el muchacho rubio, aun alborotado por el dolor en los escrotos.

—Yo no estaría tan seguro —dijo el gemelo Salvador que no mascaba chicle. Hay dichos populares que repetimos como loros de manera inconsciente sin percatarnos que cuentan con connotaciones absolutamente contradictorias entre sí: “no por mucho madrugar se amanece más temprano”, pero “al que madruga Dios lo ayuda”. ¿En qué quedamos? ¿Madrugamos o no? “Más vale pájaro en mano que cien volando”, pero “Quién no arriesga no gana”. ¿Qué hacemos? ¿Arriesgamos o no?

—Este tipo de expresiones también pertenecen a las conductas inconscientes del ser humano —continuó Rufino—, así como la decoración de árboles de Navidad, o el ocultamiento de huevos en Pascua, tal como le comenté a Salvaje en alguna oportunidad. Te garantizo que la comunicación es mucho menos subjetiva y mucho más objetiva de lo que todo el mundo cree. Nuestra campaña no puede depender de un ping-pong de preguntas y respuestas a tus asesores en comunicación. Pero de mantenerte en esta postura inflexible estás absolutamente liberado de contratar una nueva agencia de comunicación.

—Ah, bueno. ¿Ahora tampoco podemos opinar? ¿Debemos aprobar la idea tal cual como nos la contaron estas dos láminas de papel carbónico? —Alzó la voz el muchacho rubio.

—¡No podemos opinar! —repitió el Pelícano.

A los gemelos Salvador les gustó más bien poco la parábola carbónica e intercambiaron el chicle en señal de rebeldía.

—Estamos abiertos a intercambiar opiniones sobre la belleza de la flor, pero no sobre su raíz; sobre lo periférico, pero no sobre lo profundo —reflexionó Rufino.

Finalmente, luego de un silencio ensordecedor, Salvaje les agradeció la colaboración a sus asesores y se inclinó por darle un voto de confianza a Rufino. Sabía que a esa altura no era prudente abrir un nuevo cauce en el río, aunque significara sucumbir en la elección.

—Muy bien, Rufino, declaro tu independencia. Te libero de todo tipo de ataduras. Avancemos con la campaña —manifestó Salvaje agitando la bandera de la rendición—. Al final no los contraté para decirles lo que ustedes tienen que hacer, sino para que ustedes me digan lo que yo tengo que hacer.

 

Rufino apreciaba la confianza y le estiró la mano en señal de agradecimiento.

—Te declaro la independencia —repitió el Pelícano.

Un mes y medio previo a la elección la campaña comenzó a emitirse en medios masivos y a amplificarse en medios digitales. Las primeras repercusiones fueron despiadadamente crueles hacia la figura de Salvaje. En redes sociales se lo caricaturizaba como al nuevo Libertador General San Martín y se lo parodiaba con el padre de la patria. Sin embargo, a los pocos días, la tendencia comenzó a revertirse y a inclinarse a su favor. La campaña fue vista por más de quince millones de espectadores en YouTube, se compartió más de veinte millones de veces en Instagram y Facebook y arañó los diez millones de likes en LinkedIn. De un día para el otro, Salvaje había pasado de ser la figurita repetida a la figurita difícil. Se había convertido en un personaje admirado, un hombre glamoroso y atractivo cuya imagen se había ensanchado como la panza de la provincia que se disponía a gobernar. A pocos días de la elección, las encuestas mostraban prácticamente un empate técnico, tal como había anticipado Micaela Dorado. A contramano de esta tendencia alcista, Septiembre Del Mar, candidata a presidenta por el Partido Republicano, retrocedía estrepitosamente en las encuestas y se alejaba de la posibilidad de arrebatarle la presidencia a Jalid Donig.

En un intento desesperado por evitar lo inevitable, Septiembre convocó de urgencia a Salvaje a su despacho.

—Necesito reunirme de manera urgente con tu asesor en comunicación —le imploró Septiembre en estado de shock por la tremenda paliza que Jalid Donig le estaba propinando en las encuestas—. ¿Cuál era su nombre?

—Rufino Croda —respondió escuetamente Salvaje—. ¿Por qué motivo te interesa conocerlo?

—Los motivos son los mismos de siempre. En unos pocos meses, la brecha de siete puntos entre vos y Micaela Dorado se ha esfumado. No logro descifrar lo que está sucediendo, pero, de repente, todo el mundo comienza a adorarte, a aclamarte como si te hubieras transformado en la última Coca-Cola en el desierto. En contraposición, yo me alejo cada vez más de la posibilidad de convertirme en presidenta de la nación. La tendencia es prácticamente irreversible, pero tal vez podamos jugar nuestras últimas cartas con Rufino.

—Las cartas ya están echadas, Septiembre —se lamentó Salvaje—. Conozco a Rufino y es una persona que no cree en los manotazos de ahogado, mucho menos a tan pocos días de los comicios.

—Tal vez tengas razón, pero insisto en conocerlo.

—Deberías haberlo hecho en aquella oportunidad cuando te comenté acerca de la teoría arquetípica.

—Tal vez cometí un error.

—Además, me da toda la sensación de que ustedes dos se llevarían a las patadas. Rufino es un ser impredecible, un hombre sin filtro, con la capacidad de sacar de sus casillas al mismísimo papa Francisco. No, definitivamente no es buena idea que se conozcan.

—Como jefa del Partido Republicano te ordeno que lo convoques de urgencia a mi despacho. No hay tiempo que perder. Lo espero mañana a las dos de la tarde.

—Se lo haré saber.

Había algo del encuentro entre Rufino y Septiembre que le daba mala espina a Salvaje. Su lado conciliador decía una cosa, pero su lado contendiente decía otra. Aunque era preciso reconocer que, a esa altura, el encuentro era inevitable.