Nacido para morir

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—¿Lorelei y Kyle discutieron? —repetí—. ¿Por qué?

—Empezaron a flirtear y todo iba bien, pero al parecer Kyle fue demasiado rápido y eso no le gustó nada a ella —explicó Hunter.

—¿A qué te refieres con «demasiado rápido»? —quise saber, marcando las comillas en el aire.

—Creo que cuando la besó le puso la mano en el muslo —explicó Hunter—. No lo vi, porque la mesa estaba en medio, pero por su reacción diría que fue eso.

—Entiendo.

—Kyle le pidió que fuera al baile de Halloween con él, y dijo que sí, pero creo que eso lo cancela —rio Hunter.

—Seguro —me reí también.

—Creo que le gustas a Stella —comentó él—. Pero de verdad, ¿sabes?

—No tengo tiempo para citas.

—¿Tenías una novia en Nueva York? —quiso saber Hunter.

—No recientemente, pero sí, la tuve —expliqué.

—Ya… Deberías darle una oportunidad a Stella, es bastante maja.

—Quizá le pida que sea mi pareja para el baile —dije al fin—. ¿Tú con quien vas a ir?

—En grupo con los chicos —replicó Hunter encogiéndose de hombros—. Charlie probablemente lleve a su hermana, como siempre, y Jim no suele pedírselo a nadie, así que les haré compañía.

—¿Charlie suele llevar a su hermana a los bailes? ¿Por qué?

—Es cosa de la señora Glass —dijo él—. Supongo que ser la hija del jefe de policía espanta a los chicos; así que, para que no se quede sin pareja, Charlie la lleva a todos los bailes.

—Pero Charlie también es hijo del jefe de policía —indiqué.

—Sí, pero no es una chica —me recordó Hunter—; es muy diferente. A mí tampoco me cuadraba el porqué, pero mi padre me dijo que las chicas no se sienten intimidadas por que tu padre sea el jefe de policía, al contrario, les da seguridad.

—Tiene lógica —admití.

Ojalá mi padre fuera el jefe de policía para que eso me diera seguridad a mí.

CAPÍTULO 7

La casa encantada

El lunes, Kyle le pidió perdón a Lorelei en el recreo y, sorprendentemente, se reconciliaron besándose de modo ostensible delante de todos. Me alegré por ellos, desde luego, pero parece ser que a alguien no le hizo demasiada gracia, porque, al salir de la segunda clase tras el recreo, me encontré con Hunter y Charlie en el pasillo, en medio de un corrillo de gente que parloteaba y reía. Alguien había colgado en el tablón de anuncios una caricatura bastante mala de Kyle y Lorelei teniendo sexo. La única razón por la que supe que se trataba de ellos es porque el autor había escrito sus nombres junto a las cabezas de ambos monigotes y la frase «A Lorelei Parks le gusta por el culo» en la parte de abajo.

Kyle se acercó a ver qué pasaba, con Lorelei de la mano, y la gente se apartó para dejarles pasar, quedándose en silencio. De repente, a nadie le parecía gracioso el dibujo. Kyle arrancó el papel y lo observó de cerca durante un momento.

—¿Quién ha sido? —preguntó. Nadie respondió—. ¿Nadie? Vaya, qué sorpresa. Bueno, como estoy seguro de que el autor está aquí, que sepa que esto es lo que opino de su «obra».

Y alzándola en el aire para que todos la vieran, la hizo pedacitos y luego los pisoteó cuando cayeron al suelo.

—¿Qué pasa? ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer? —añadió Lorelei dramáticamente, y la multitud se disolvió.

Justo entonces, aparecieron Jim y Jeremy.

—¿Qué ocurre? —inquirió Jim—. ¿Qué nos hemos perdido?

—¿Quién creéis que lo ha hecho? —pregunté a Hunter mientras Charlie ponía al día a los otros dos. Kyle y Lorelei iban delante, cuchicheando airadamente.

—Parece el estilo de dibujo de Victor Allen —dijo Hunter.

—¿Quién? —pregunté confundido.

—Es un curso menor que nosotros. Está en el periódico del instituto —me explicó Charlie—, y no es exactamente bueno dibujando, pero al parecer a la señora Mason le gusta tener un irreverente en la plantilla.

—¿Sí? Nunca lo habría dicho —dije yo.

—Es bastante maja, cuando no está obsesionada con la gramática —dijo Hunter—. El caso es que ofreció a Victor un puesto en el periódico, haciendo las tiras cómicas, y todos pensábamos que era gracioso, pero…

—Nunca se había atrevido a meterse con Kyle —susurró Charlie.

—¿Estaba Victor entre la gente? —pregunté.

—Sí. Kyle sabe perfectamente quién dibujó eso, pero probablemente quería que Victor lo admitiera —dijo Hunter.

—Pues va listo —dijo Jim.

Dejamos el tema por el bien de Kyle, pero el resto del instituto no fue tan considerado. Allá donde fuera Kyle o Lorelei, la gente cuchicheaba y se reía. El incidente terminó de forma oficial cuando el director llamó a Victor a su despacho y lo obligó a disculparse con Lorelei y Kyle como parte de su castigo.

—¿Ya le has pedido a alguna chica que sea tu pareja para el baile? —me preguntó Charlie en la comida.

—No, pero aún queda tiempo, ¿no?

—Sí, si quieres ir con Carol Jenkins —apuntó Kyle. Hunter le miró arqueando una ceja, claramente molesto. Como siempre, Kyle no se dio cuenta.

—¿Quién? —Me sonaba el nombre, pero no logré relacionarlo con ninguna cara en ese momento.

—Esa —señaló Jeremy.

Oh, la hija del profesor de Historia Americana, la chica de los aparatos y las pecas; con razón no lograba recordarla, era un año menor, por lo que no compartíamos ninguna clase. Carol no era fea, pero tampoco era especialmente guapa; simplemente era del montón, lo cual no estaba nada mal, en realidad. No había hablado nunca con ella, pero parecía simpática.

—No veo qué tiene de malo —dije.

—Vamos, seguro que un tío como tú puede conseguir a alguien mejor —insistió Kyle.

Sabía que, si no se lo pedía a alguien pronto, no dejarían el tema (sobre todo Kyle, que estaba deseoso de encontrar a otra persona que fuera el centro de atención y no él), así que al final decidí pedírselo a Stella, como le había dicho a Hunter que haría. Dijo que sí, por supuesto, lo cual me hizo sentir bastante mal. Stella era una opción segura y así evitaba las burlas de los otros, pero no me gustaba realmente.

—¿De qué vas a disfrazarte? —me preguntó.

—De vampiro —contesté—. Seré Lestat.

Fue lo primero que se me vino a la cabeza. No podía dejar de pensar en ellos; cada vez que no estaba pensando en nada en concreto, me volvían a la cabeza Evelyn y Reed. Quería volver a verla a ella, pero al mismo tiempo me aterraba verlo a él.

—Vale, pues yo seré tu víctima —replicó zalamera.

Definitivamente, estaba cometiendo un error, pero ya era demasiado tarde como para retirar la invitación. Tras los entrenamientos volví a verla, cuando ella y Lorelei se iban en el coche de la primera, y me saludó con la mano. Le devolví el saludo y me fui a casa sintiéndome un poco culpable, pero intenté no pensar en ello mientras hacía los deberes.

Al poco de empezar, Hunter me mandó un mensaje pidiéndome ayuda con los ejercicios de Inglés; como yo tampoco tenía mucha idea, decidimos recurrir a Charlie y a Jim. No cabíamos todos en una sola habitación, así que le dije a mi madre que iba a hacer los deberes a casa de Hunter y nos reunimos en el sótano.

—El C++ es más fácil que esto —suspiró Jim después de un rato, llevándose las manos a la cabeza teatralmente.

—Si tú lo dices… —dijo Charlie—. Creo que tienes el apartado B mal, Hunter ―añadió—. Es «cada barco tienen sus velas».

—Es «tiene», si dices «tienen» no hay concordancia entre el verbo y el sujeto.

Mientras Charlie y Hunter discutían, Jim dejó el bolígrafo a un lado y se masajeó el cuello. Parecía cansado, más que cualquiera de nosotros. Aparte de los estudios, Jim estaba en el periódico del instituto, en el club de audiovisuales y en el comité del anuario. Estaba claro que estaba abarcando más de lo que debía.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí, es solo que…, con todo el lío de Victor y las ilustraciones…, se ha abierto un debate en la redacción sobre la censura y la señorita Mason me presiona para que escriba sobre ello —explicó—. Sinceramente, no tengo tiempo para ponerme a filosofar.

—¿No crees que lo que Victor hizo esté mal? —pregunté.

—Sí, claro que sí. Pero el instituto está más lleno de morbosos de lo que crees ―dijo— y estas cosas van a seguir pasando.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—Porque yo soy uno de los supervisores del tablón de anónimos.

El tablón de anónimos era una sección de la web del periódico del instituto donde cualquiera podía dejar su mensaje, bien de forma completamente anónima, bien usando un apodo. Lo más habitual era que estuviera lleno de chismes, declaraciones de amor y algún que otro mensaje bienintencionado como «os deseo un buen día a todos», aunque sospechaba que esos últimos los mandaban los profesores.

—No sabía que hubiera alguna clase de filtro —comenté.

—Pues lo hay. Cada vez que alguien postea algo, nos llega una notificación, a mí y a los otros dos moderadores —explicó Jim—. Solo con que uno de nosotros rechace la publicación, esta no aparece en la página.

—¿Y puedes saber quién lo envió? —preguntó Hunter entonces. Charlie y él habían dejado de discutir para prestar atención a nuestra conversación.

—Podría, supongo, si me pusiese a rastrear las IP —respondió Jim encogiéndose de hombros—, pero por lo general no. Lo que quiero decir es que hay mucha mierda que filtrar.

—¿Cómo qué? —inquirió Hunter.

—Como «Me he colado en los vestuarios de las animadoras y le he robado unas bragas usadas a Stella Martins. Llevo oliéndolas todo el fin de semana». Ese apareció el lunes.

—¡Qué asco! —dije.

—Exacto. Y eso no es lo peor —apuntó Jim.

 

—¿Qué puede ser peor que ser un pervertido? —quiso saber Charlie.

—Bueno, en este caso en concreto, es que uno de los moderadores aprobó ese mensaje —dijo Jim. Charlie hizo una mueca de asco.

—Voy a potar, en serio —declaró Hunter.

—¿Hay más mensajes inquietantes? —quise saber—. Que no hayan salido a la luz, me refiero.

¿Habría algo sobre una chica misteriosa rondando el pueblo? Lo dudaba, pero por probar…

—Algunos…, si os los enseño, ¿me prometéis que no saldrá de aquí? ―preguntó Jim, inseguro. Charlie, Hunter y yo asentimos al unísono—. No podéis contarlo a nadie, ni siquiera a Kyle ni a Jeremy, ¿de acuerdo?

—No lo contaremos —prometí. Los otros dos asintieron de nuevo.

Jim sacó su portátil de la mochila y accedió a la página con su contraseña de administrador.

—Normalmente se guardan los mensajes sin aprobar durante dos semanas, por si acaso los revisamos de nuevo —explicó—, pero yo he creado un fichero aparte donde está lo más fuerte que he visto desde que soy moderador, cada mensaje con la IP de quien lo envió. La mayoría son de ordenadores del instituto, pero algunos han sido tan idiotas de mandarlo desde sus portátiles o móviles.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Charlie.

—Quiero decir que sé todos los sucios secretos de todo el instituto y que, si quisiera, podría averiguar quién ha escrito cada cosa —explicó mientras tecleaba un comando de búsqueda con las palabras «violar», «acoso» y «apuñalar»—. Mirad.

Cientos de mensajes aparecieron al instante.

—«Sé que está mal, pero fantaseo constantemente con violar a Lorelei Parks» ―leyó Hunter—. «Algún día encontraré el valor para hacerlo». ¡¿Qué coño?!

—«Sé que fuiste tú quien se chivó de mí al director, Casey» —leyó Charlie—. «Si lo de antes te parecía acoso, espera a ver lo de ahora». ¿Se refiere a Casey Jones?

—Eso creo —dijo Jim.

—Va conmigo a Economía Doméstica —dijo Charlie—. Es muy simpático, no sé por qué alguien querría hacerle nada.

—¿No sabes quién ha podido enviarlo? —pregunté.

—Nadie le ha acosado que yo haya visto —replicó Charlie—. A lo mejor es algo psicológico, o por internet.

—Ya… Oh, Dios mío, mirad este: «Cada vez que veo a Danny Hawkins me dan ganas de apuñalarle» —leí—. «Llamadme racista y homófobo todo lo que queráis, pero sería un servicio a la comunidad si lo hiciera». ¡Qué asco de gente!

—Y esperad, hay más —dijo Jim.

Tecleó otro comando y apareció un solo mensaje: «Voy a volar este puto instituto por los aires y a todos los que están en él. ¿No me creéis? Sé cómo fabricar una bomba. Os veo en el infierno, hijos de puta».

—¡¿Qué demonios?! —exclamé.

—Ese es del curso pasado —dijo Jim.

—Hubo una investigación policial, se lo oí a mi padre —dijo Charlie—. Espera, ¿fuiste tú? —preguntó a Jim.

—No entiendo nada —dije.

—Tuve que entregar el mensaje a la policía —confesó Jim—. De forma anónima, claro. Parece una broma, pero no sé, era demasiado fuerte como para guardármelo.

—¿Y qué pasó? —quise saber.

—Investigaron, pero no encontraron nada —dijo Charlie—. Mi padre estuvo dos semanas despotricando de los bromistas y la gente que tiene demasiado tiempo libre.

—Menos mal que no fue nada —dije.

—Ya… de todos modos, si esa es la idea de alguien de una broma, vaya mierda de sentido del humor —replicó Hunter.

—¿Y qué haces con los mensajes como esos, ya sabes, sobre violaciones y agresiones? —pregunté.

—Cada mes se envían automáticamente a la policía —dijo Jim—. Pero de momento, nadie ha cumplido ninguna de sus amenazas, así que poco pueden hacer.

Durante la cena, mamá anunció que la habían contratado y que la empresa iba a hacerse cargo de más de la mitad de los gastos del curso.

—Solo tendré que pagar quinientos dólares —dijo muy contenta.

—¡Eso es genial, mamá!

—¿Cuándo es el curso? —quiso saber mi padre.

—La primera quincena de noviembre. Os dejaré tuppers suficientes —bromeó.

—¡Eh, que yo sé cocinar! —fingió ofenderse mi padre.

—Sí, claro… Sabes cocinar todo tipo de pasta —replicó mi madre.

Estaba bien verlos felices, al menos alguien estaba contento de estar en Elmer’s Grove.

Tras hacer mis tareas de ese día, me fui a la cama directamente. Como había prometido, no conté a mis padres nada de lo que había visto en los rincones oscuros del tablón de anónimos, pero tuve pesadillas. Puede que Nueva York tuviera sus defectos, pero la gente era mucho más progresista allí. Definitivamente, Elmer’s Grove no era un pueblo tan pintoresco y apacible como parecía.

El sábado por la tarde, a eso de las cuatro y tras hacer los deberes y mis tareas de casa, preparé mi saco de dormir y una mochila con comida, agua, la linterna y algo de ropa. Ir de acampada no solo parecía el tipo de actividad que un chico de pueblo normal haría con sus amigos, sino que me brindaba una oportunidad de acercarme al bosque de forma segura.

—¿De verdad vais a ir de acampada con este tiempo? —preguntó mi madre con tono preocupado.

No llovía, pero hacía mucho viento y el cielo estaba lleno de nubes oscuras que amenazaban tormenta, y de las gordas.

—Tranquila, no nos va a pasar nada. Charlie conoce una cueva en la que podemos refugiarnos si empieza a llover —dije.

Bueno, no era del todo mentira. Si bien era una casa y no una cueva.

—Muy bien, pero si la cosa se pone muy fea, quiero que vuelvas a casa pitando, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá.

—Sé que estoy siendo una histérica, pero si te pasara algo… No puedo perderte a ti también —añadió, frunciendo el ceño por la preocupación.

—No voy a morir, mamá, solo tengo diecisiete años —le aseguré.

Ella frunció el ceño más aún, pero no dijo nada. Conmovido, la abracé.

—Estaré de vuelta mañana al mediodía, ya lo verás.

Tras despedirme de mi padre también, me reuní con los otros frente a la casa de Hunter y fuimos en mi coche hasta la antigua casa de la abuela de Charlie, a las afueras del pueblo. La zona, antaño una urbanización, estaba invadida de maleza y los árboles habían crecido sin control.

Aquella no era la única casa abandonada de la zona (de hecho, todas lo estaban), y tampoco la que estaba en peor estado, pero tampoco estaba intacta: tenía grietas por toda la fachada, un lado del tejado se había desplomado y la maleza invadía el interior. La habitación en la que suponía que se aparecía el fantasma, sin embargo, estaba intacta.

Con cuidado de no tropezar, entramos en la casa. Hacía frío, había corrientes de aire, y un par de ratas salieron corriendo cuando iluminamos los rincones con nuestras linternas, desesperadas por volver a esconderse en la oscuridad. Había leído en alguna parte que los vampiros podían controlar a las ratas y a los murciélagos. ¿Significaría su presencia que había vampiros cerca? O quizá solo fueran unas ratas cualquiera…

—En Nueva York no tenéis de eso, ¿eh, Ben? —dijo Charlie.

—¿Ratas? Al contrario, amigo mío, las hay por todas partes. Una vez, Chris y yo filmamos un par peleándose por un trozo de pizza…

Hacía mucho que no hablaba con Chris. Tras el castigo, aunque habíamos retomado el contacto, nuestras conversaciones habían empezado a decaer, a hacerse más esporádicas, cortas y monótonas. Cuando me dijo que habían puesto a Luke Collins en mi puesto en el equipo de baloncesto, me enfadé tanto que no respondí nada.

La verdad es que no me enfadé porque ahora él estuviera en mi posición, sino porque Luke había sido mi némesis, y ahora, por cómo me lo había contado Chris, parecía que era su nuevo mejor amigo. Cuando se lo mencioné a mi padre solo dijo que la gente se distancia y que yo también tenía nuevos amigos. Eso era lógico, pero no hizo que me sintiera menos traicionado.

Suspirando, volví al presente. Hunter y Charlie habían juntado algo de leña y estaban tratando de encender una hoguera en un lado de la habitación, mientras Jim observaba, un tanto incómodo, a un lado. Jim era el «chico tecnológico» del grupo y a veces, algunas cosas que se suponía que todos los demás sabían, a él se le escapaban.

—Si te sirve de consuelo, yo tampoco sé hacer una hoguera —le dije.

Cuando estuvo encendida, mucho más tarde de lo que habría esperado, Hunter sacó la lona que íbamos a poner sobre el suelo y las colchonetas para los cuatro. Cada uno tenía su saco y comida y, después de instalarnos y empezar a comer, aquel lugar nos pareció más acogedor. Yo me sentía aliviado y decepcionado a partes iguales de que pareciéramos estar completamente solos.

Hacía frío, a pesar de la ropa de abrigo con la que todos nos habíamos vestido, y ninguno habló mientras masticábamos la cena. La madre de Charlie había hecho empanadillas de jamón y, dado que las había guardado en una bolsa térmica, aún conservaban parte del calor.

—Estaba realmente delicioso —dije al terminar mi ración.

—Sí, mis felicitaciones a la cocinera —coincidió Hunter.

—¿Oís eso? —dijo Jim de pronto.

—¿El qué? No oigo nada —dijo Hunter.

Charlie le mandó callar con un gesto y escuchamos. A parte del viento y el crujido de la madera en el fuego, no se oía nada más; al menos, nada que yo pudiera oír. Justo cuando iba a decirlo, una rata salió de entre las sombras con un fuerte chillido y cruzó la habitación, perdiéndose de nuevo en la oscuridad.

—¡Maldito roedor! —gritó Hunter—. ¡Qué susto me ha dado!

Supongo que sentimos tanto alivio de que solo fuera una rata que, mientras nos reíamos de Hunter, no pensamos en qué era lo que había hecho huir a la rata. Los otros no cayeron en la cuenta, pero yo sí. Al mirar al rincón desde donde había venido, casi me pareció ver el reflejo de unos ojos, pero al parpadear ya no había nada. Me entró un escalofrío y decidí dejar de pensar en ello.

Pasada la medianoche, y sin que sucediera nada interesante, nos fuimos a dormir.

Tuve una pesadilla muy extraña, o al menos en ese momento pensé que era solo un sueño. Yo estaba tumbado en la colchoneta y Evelyn colgaba del techo por encima de mí, observándome. Sin embargo, no estaba agarrada a nada, era más bien como si mi techo fuera su suelo. Entonces, ella saltó a donde yo estaba, examinándome más de cerca. Aspirando fuerte por la nariz, abrió la boca ligeramente y un par de afilados colmillos relucieron en la oscuridad.

—¡Oh, qué bocadito más apetitoso! —susurró con voz ronca, apartándome unos mechones de pelo de la cara. Se lamió los labios y luego se acarició con la lengua las puntas de los colmillos.

Sus manos estaban cubiertas de sangre casi hasta el codo y probablemente hubiera más en su ropa, aunque como iba de negro no se veía. Además, sus uñas estaban creciendo a ojos vistas, hasta convertirse en unas garras largas y afiladas. Resultaba terrorífica.

—No quieres hacerlo, hermanita —dijo Reed, saliendo de las sombras.

Evelyn siseó, poniéndose de pie a la velocidad del rayo.

—¡Claro que sí! Huele delicioso, ¿no crees? —añadió, volviendo a acuclillarse a mi lado. Con delicadeza, pasó el filo de una de sus uñas por mi cuello, sin llegar a perforar la piel.

—Vámonos antes de que hagas algo de lo que te arrepientas —dijo Reed, por una vez siendo el sensato de los dos.

—¡No quiero! —dijo ella con voz chillona—. ¡Quiero comérmelo! Voy a beber su sangre hasta que no quede ni una sola gota, y no puedes impedírmelo.

Entonces, Reed la agarró por el pelo y empezó a arrastrarla. Evelyn se debatía y se retorcía, hasta que al final los hermanos desaparecieron en la noche con un grito agudísimo por parte de ella que me puso los pelos de punta.

Desperté sudando. Me palpé la cara donde ella me había tocado en sueños y, a la luz de las brasas de la hoguera, vi que mis dedos estaban manchados de algo rojo y húmedo al retirarlos. Grité.

—¿Qué pasa? —rezongó Hunter encendiendo la linterna.

Gritamos al unísono, despertando por completo a los otros dos. Él porque había visto la sangre de mi cara y yo porque, a la luz de la linterna, había visto una huella de mano ensangrentada justo al lado de donde había estado mi cabeza hasta hacía unos pocos minutos.

—¡Ben! —exclamó Jim—. ¡Estás sangrando!

—Creo que no es mi sangre —dije.

—No seas idiota, ¿de quién va a ser si no? —dijo Charlie. Se acercó con un pañuelo de papel y me limpió la sangre de la cara; como esperaba, debajo no había herida—. ¿Qué demonios?

 

—No lo entiendo —dijo Hunter.

—Os dije que no era mi sangre.

—Tíos, creo que no estamos solos —dijo entonces Jim.

Sonó un crujido en alguna parte de la casa; lo inesperado del sonido nos hizo gritar de terror.

—Vámonos de aquí —sugirió Hunter.

Recogimos nuestras cosas lo más rápido que pudimos y salimos de allí pitando. Como yo estaba demasiado aterrado y tembloroso para conducir, Charlie lo hizo por mí y acabamos pasando la noche en su garaje, mientras la tormenta estallaba finalmente en el exterior. No podíamos volver a dormir de lo aterrorizados que estábamos, y menos después de que les contara mi pesadilla.

—Hagamos un pacto —dijo Jim—. Jurad que nunca vamos a volver a esa casa, ni siquiera de día.

Y lo juramos, porque estábamos demasiado asustados como para decidir otra cosa. Charlie insistió en que había sido el fantasma quien me había enviado esa pesadilla para obligarnos a salir de allí, con lo que todos estuvimos de acuerdo (aunque yo sabía que eso no era verdad y solo asentí para que no me preguntaran por qué pensaba diferente). Distraídamente me toqué de nuevo la cara; uno de los mellizos había estado allí y había puesto la sangre. Esperaba que al menos fuera sangre de animal y no de alguna persona; eso habría sido demasiado macabro.

Al final, nos dormimos por puro agotamiento cerca del amanecer, unos encima de otros en el sofá viejo y las butacas desgastadas que los padres de Charlie guardaban en el garaje, junto con la tele en blanco y negro y un montón de cachivaches antiguos que ya no usaban, pero que, por algún milagro, seguían funcionando bien.

Al despertar, miré el reloj y vi que ya eran más de las once. La tormenta parecía haber descargado por completo mientras estábamos en el garaje, porque no había ni una nube en el cielo cuando salí de casa de Charlie, acompañado de Hunter. A la luz del día, me sentí algo más calmado y me despedí de mis amigos (Jim se quedaba a comer en casa de Charlie) como si hubiera sido una noche normal, aunque nada más lejos de la realidad.

Puse la radio en la emisora de clásicos de rock y conduje en dirección a casa de Hunter.

—Dios, qué tontos hemos sido, ¿verdad? —dijo tras unos momentos de silencio incómodo. Asentí sin despegar los ojos de la carretera—. Pero sí, mejor no volvamos a ese sitio; está lleno de ratas y seguro que alguna tiene la rabia o algo.

—Podríamos pillar todo tipo de enfermedades ahí dentro —coincidí.

O encontrarnos con vampiros.

Tras dejar a Hunter en casa, aparqué delante de la mía. Llegaba justo a tiempo para comer.

—¿Qué tal ha ido la acampada, cielo? —me preguntó mi madre alegremente.

—Bien. Bueno, empezó a llover y al final acampamos en el garaje de Charlie. Pero todo bien —dije con una sonrisa muy forzada.

Detrás de mamá, una de las pocas fotos de la abuela en la que salía seria me miraba con gesto acusador. «Mentiroso», parecía decir. Aparté la vista avergonzado. Nada había ido bien. Es decir, ¿qué clase de acampada donde uno acaba con sangre en la cara puede calificarse de haber ido bien?

Y esa pesadilla… No podía quitármela de la cabeza. Había sido demasiado vívida, demasiado… coherente. Quizá había sido algo más, es decir, ellos tenían poderes telepáticos, ¿no? ¿Quién dice que no podían hacer esa clase de cosas? Aunque supongo que las preguntas que importaban más eran cuál de los dos lo había hecho y por qué. Esperaba que hubiera sido él y no ella, porque si había sido ella… Tal vez no me había asustado tanto como debería. Mejor no pensar en ello más o la contradicción me desgarraría.

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