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Arena Uno. Tratantes De Esclavos

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"Lo sé", contesto abruptamente. No necesito que me lo recuerden. De hecho, yo no quiero pensar en ello en absoluto.

"Entonces, ¿qué vas a hacer?", me pregunta.

Vuelvo a mirarlo.

"¿Qué quieres decir? No es que tenga ninguna opción".

"Pareces tener siempre una salida a todo", dice. "Alguna manera de esquivar las cosas a último minuto. ¿Cuál es tu manera de salir de esto?".

Niego con la cabeza. Me he estado preguntando lo mismo, pero ha sido en vano.

"Ya no tengo ideas", le digo. "No tengo nada".

"¿Así que eso es todo?", contesta molesto. "¿Sólo vas a rendirte? ¿Vas a dejar que te lleven a la Arena? ¿Qué te maten?"

"¿Qué otra opción hay?", espeto, molesta también.

Se retuerce. "No lo sé", dice. "Tienes que tener un plan. No podemos quedarnos sentados. No podemos dejar que nos envíen hacia la muerte. Algo".

Niego con la cabeza. Estoy cansada. Estoy agotada. Estoy lastimada. Muero de hambre. Esta habitación es de metal sólido. Hay cientos de guardias armados afuera. Estamos en alguna parte, bajo tierra. Ni siquiera sé dónde estamos. No tenemos armas. No hay nada que podamos hacer. Nada.

Excepto por una cosa, de la que me doy cuenta. Puedo morir luchando.

"No voy a dejar que me lleven a mi muerte", digo de repente, en la oscuridad.

Él me mira. "¿Qué quieres decir?".

"Yo voy a pelear", le digo. "En la arena".

Ben se ríe, más como un resoplido burlón.

"Es una broma. La Arena Uno está llena de asesinos profesionales. E incluso a esos asesinos los matan. Nadie sobrevive. Nunca. Es sólo una sentencia de muerte prolongada. Para su diversión".

"Eso no quiere decir que no puedo intentarlo", le contesto, alzando la voz, furiosa por su pesimismo.

Pero Ben sólo mira hacia abajo, con la cabeza entre sus manos, y sacude su cabeza.

"Bueno, yo no voy a tener una oportunidad", dice.

"Si piensas de esa manera, entonces no la tendrás", le contesto. Es una frase que mi papá utilizaba a menudo conmigo, y me sorprende escuchar esas mismas palabras ahora, saliendo de mi boca. Me molesta, ya que me pregunto cuánto de él, exactamente, he absorbido. Puedo oír la dureza en mi propia voz, una dureza de la que no me había dado cuenta hasta el día de hoy, y casi siento como si estuviera hablando a través de mí. Es una sensación extraña.

"Ben", le digo. "Si crees que puedes sobrevivir, si puedes verte a ti mismo sobreviviendo, entonces lo harás. Depende de lo que te obligues a imaginar en tu cabeza. De lo que te dices a ti mismo".

"Eso es sólo mentirte a ti mismo", dice Ben.

"No, no lo es", le respondo. "Es entrenarse uno mismo. Hay una diferencia. Es ver tu propio futuro, la forma en que tú quieres que sea, y crearla en tu cabeza, y luego hacer que suceda. Si no puedes verlo, entonces no puedes crearlo".

"Lo dices como si realmente creyeras que puedes sobrevivir", dice Ben, pareciendo sorprendido.

"No lo creo", le digo. "Lo sé. Yo voy a sobrevivir. Yo sobreviviré", me escucho diciéndole, con una confianza creciente. Siempre he tenido una habilidad para mentalizarme a mí misma, creerlo tanto dentro de mi cabeza, que no hay vuelta atrás. A pesar de todo, me encuentro llena de una confianza renovada, de un nuevo optimismo.

Y de repente, en ese momento, tomo una decisión: voy a sobrevivir. No es por mí. Sino por Bree. Después de todo, todavía no sé si está muerta. Ella podría estar viva. Y la única oportunidad que tengo de salvarla es si puedo seguir con vida. Si sobrevivo a esta arena. Y si eso es lo que se necesita, entonces eso es lo que haré.

Sobreviviré.

No veo por qué no tendría alguna oportunidad. Si hay una cosa que puedo hacer, es luchar. Me criaron para ser buena en eso. Ya he estado en un cuadrilátero antes. Me han pateado el trasero. Y me he hecho más fuerte gracias a eso. No tengo miedo.

"Entonces, ¿cómo vas a ganar?", me pregunta Ben. Esta vez su pregunta parece genuina, parece como si realmente creyera que podría. Tal vez algo en mi voz lo ha convencido.

"Yo no necesito ganar", le digo, con calma. "Esa es la cosa. Sólo tengo que sobrevivir".

Apenas puedo terminar de pronunciar las palabras cuando oigo el sonido de las botas de combate que marchan por el pasillo. Un momento más tarde, se oye el sonido de nuestra puerta que se abre.

Han venido por mí.

Q U I N C E

Nuestra puerta de la celda se abre con un gemido y la luz del pasillo la ilumina. Levanto mis manos hacia mis ojos, protegiéndolos, y veo la silueta de un tratante de esclavos. Espero que se acerque y me lleve, pero se agacha, deja caer algo duro y plástico en el suelo, y lo patea. Se raspa por el suelo y se detiene abruptamente, al pegar contra mi pie.

"Tu última comida", anuncia con una voz sombría.

Luego se marcha y cierra la puerta, cerrándola con llave.

Ya puedo oler la comida desde aquí, y mi estómago reacciona con una punzada aguda de hambre. Me inclino y levanto el recipiente de plástico con cuidado, apenas capaz de sacarlo con la luz tenue: es largo y plano, sellado con una tapa de aluminio. Jalo hacia atrás el aluminio y de inmediato siento el olor de los alimentos – reales, comida cocinada, que no he tenido en años – llega hacia mí, de manera aún más potente. Huele a carne. Y a pollo. Y papas. Me inclino y la examino: hay un grande y jugoso bistec, dos patas de pollo, puré de papas y verduras. Es el mejor olor de mi vida. Me siento culpable de que Bree no esté aquí para compartirlo.

Me pregunto por qué me han dado una comida tan extravagante, y luego me doy cuenta de que no es un acto de bondad, sino un acto de autoservicio: quieren que esté fuerte para la Arena. Quizás también me están tentando por última vez, me ofrecen un adelanto de lo que sería la vida si acepto su oferta. Comidas reales. Comida caliente. Una vida de lujo.

Como el olor se infiltra en todos los poros de mi cuerpo, su oferta se hace más tentadora No he olido comida real en años. De repente me doy cuenta de lo hambrienta que estoy, de lo desnutrida, y me pregunto seriamente si es que, sin esta comida, tendría fuerzas para luchar.

Ben se sienta y se inclina hacia adelante, echando un vistazo. Por supuesto. De repente me siento egoísta por no pensar en él. Él debe estar tan muerto de hambre como yo, y estoy segura de que el olor, que llena la habitación, le está volviendo loco.

"Come conmigo", le digo en la oscuridad. Se necesita toda mi fuerza de voluntad para hacer esta oferta -- pero es lo que hay que hacer.

Niega con la cabeza.

"No", dice. "Dijeron que era para ti. Cómelo. Cuando vengan por mí, me darán una comida, también. Tú necesitas esto ahora. Tú eres la que está a punto de luchar".

Él tiene razón. Yo la necesito ahora. Sobre todo porque no solo planeo combatir -- mi plan es ganar.

No necesito mucho convencimiento. El olor de la comida me abruma, y extiendo la mano y agarro la pierna de pollo y la devoro en segundos. Como bocado tras bocado, apenas desacelerando para tragar. Es la cosa más deliciosa que he probado jamás. Pero me obligo a dejar una de las patas de pollo a un lado, guardándola para Ben. Ben podría conseguir su propia comida -- o quizá no. De cualquier manera, después de todo lo que hemos pasado, siento que es justo compartir.

Voy por el puré de papas, usando mis dedos para meterlo en mi boca. Mi estómago gruñe de dolor, y me doy cuenta de que necesito esta comida, más que cualquier comida que he tenido. Mi cuerpo grita para que tome otro bocado, y otro. Como demasiado rápido, y en pocos momentos, he devorado más de la mitad de la comida. Me obligo a guardar el resto para Ben.

Levanto el bistec con los dedos y doy grandes bocados, masticando lentamente, tratando de saborear cada uno. Es la mejor cosa que he tenido en mi vida. Si ésta resulta ser mi última comida, estaría contenta con ella. Guardo la mitad de la carne y paso a las verduras, como sólo la mitad de ellas. En unos momentos, he terminado, y todavía no me siento satisfecha. Miro lo que hice de lado para Ben y quiero devorar hasta el último bocado. Pero convoco a mi fuerza de voluntad, me levanto lentamente, cruzo la habitación, y sujeto la bandeja delante de él.

Él está ahí sentado, con la cabeza apoyada en las rodillas, sin levantar la vista. Él es la persona que luce más derrotada que nadie, que he visto nunca. Si yo me hubiera sentado allí, lo habría visto comer cada bocado, habría imaginado a qué sabía. Pero parece que a él no le queda voluntad para vivir.

Debe estar oliendo la comida, ya que está tan cerca, porque por fin levanta la cabeza. Él me mira, con los ojos abiertos por la sorpresa. Sonrío.

"Realmente no creíste que me comería todo, ¿verdad?", le pregunto.

Él sonríe, pero niega con la cabeza y la agacha. "No puedo", dice. "Es tuya".

"Ahora es tuya", le digo, y la pongo en sus manos. Él no tiene más remedio que aceptarlo.

"Pero no es justo", comienza a decir.

"Ya he tenido suficiente", le miento. "Además, tengo que permanecer ligera para la lucha. No puedo maniobrar con el estómago lleno, ¿o sí?".

Mi mentira no es muy convincente, y puedo notar que no me la creyó. Pero también puedo ver el efecto que el olor de la comida tiene en él, puedo ver que su necesidad primaria toma el control. Es el mismo impulso que sentí hace unos cuantos minutos.

Él toma la comida y la devora. Cierra los ojos y se inclina hacia atrás y respira profundamente mientras mastica, saboreando cada bocado. Lo miro terminar de comer, y puedo ver lo mucho que la necesitaba.

En lugar de ir de nuevo a mi lado de la habitación, me siento en la pared junto a él. No sé cuánto tiempo más tengo hasta que vengan por mí, y por alguna razón siento ganas de estar más cerca de él en los últimos minutos que tenemos juntos.

 

Nos sentamos allí, en silencio, uno al lado del otro, por no sé cuánto tiempo. Tengo los nervios de punta, escucho cualquier sonido, constantemente me pregunto si ya se acercan. Cuando pienso en lo que viene, mi corazón comienza a latir más rápido, y trato de sacarlo de mi mente.

Yo supuse que nos llevarían juntos a la Arena y estoy sorprendida de que nos estén separando. Me hace preguntarme qué otras sorpresas nos tienen guardadas. Trato de no pensar en ellas.

No puedo dejar de preguntarme si esta es la última vez que voy a ver a Ben. No lo conozco por mucho tiempo, y realmente no debería importarme, de todos modos. Sé que debo mantener la mente despejada, mis emociones en calma, y centrarme sólo en la lucha que estoy por enfrentar.

Pero por alguna razón, no puedo dejar de pensar en él. No estoy segura del motivo, pero de alguna manera me estoy empezando a sentir apegada a él. Lo voy a extrañar. No tiene ningún sentido, y estoy enojada conmigo misma por pensar de esta manera. Apenas lo conozco. Me disgusta que voy a estar molesta, más molesta de lo que debería estar - de decir adiós.

Nos sentamos en un silencio relajante, un silencio entre amigos. Ya no es extraño. No hablamos, pero siento que en el silencio me está escuchando, me está escuchando cómo me despido. Y que él me está diciendo adiós, también.

Espero a que él diga algo, que me diga cualquier cosa. Después de unos minutos, una parte de mí empieza a preguntarse si tal vez él no está hablando por una razón, si tal vez él no siente lo mismo por mí. Tal vez ni siquiera le importo en absoluto, tal vez hasta tiene resentimiento por haberlo metido en este lío. De pronto, tengo la duda. Necesito saberlo.

"¿Ben?", susurro, en el silencio.

Yo espero, pero todo lo que oigo es el sonido de su respiración trabajosa, a través de su nariz rota. Echo un vistazo y noto que él está profundamente dormido. Eso explica el silencio.

Examino su rostro, e incluso tan magullado como está, es hermoso. Odio la idea de que nos separen. Y de su muerte. Es demasiado joven para morir. Supongo que yo también lo soy.

La comida me da sueño, y en la oscuridad, a pesar de mí misma, me encuentro cerrando mis ojos. Antes de darme cuenta, me dejo caer contra la pared, deslizando mi cabeza otra vez hasta que se apoya en el hombro de Ben. Sé que debería despertar, estar al pendiente, prepararme para la Arena.

Pero en unos momentos, a pesar de mis esfuerzos, estoy profundamente dormida.

*

Me despierta el eco de las botas que marchan por el pasillo. Al principio creo que es sólo una pesadilla, pero luego me doy cuenta de que no lo es. No sé cuántas horas han pasado. Sin embargo, mi cuerpo se siente descansado, y eso me dice que debo haber estado dormida durante mucho tiempo.

El ruido de las botas es cada vez más fuerte y pronto se detienen en la puerta. Hay un traqueteo de llaves, y me siento más erguida, siento que mi corazón palpita como si fuera a salirse de mi pecho. Han venido por mí.

No sé cómo decirle adiós a Ben, y no sé si quiere que lo haga. Así que solamente me levanto; todos los músculos de mi cuerpo me duelen y me preparo para salir.

De repente, siento una mano en mi muñeca. Es sorprendentemente fuerte, y la intensidad con la que me sujeta, se propaga en mí.

Tengo miedo de mirar hacia abajo para verlo, para mirar a esos ojos -- pero no tengo otra opción. Él me está mirando directamente a mí. Sus ojos irradian inquietud, y en ese momento, puedo ver cuánto se preocupa por mí. Esa intensidad me asusta.

"Lo hiciste bien", dice, "haber llegado hasta aquí. Nunca debimos haber vivido tanto tiempo".

Lo miro también, sin saber qué responder. Quiero decirle que lamento todo esto. También quiero decirle que me preocupo por él. Que espero que él sobreviva. Que yo sobreviva. Que lo veré de nuevo. Que encontremos a nuestros hermanos. Que volvamos a casa.

Pero creo que él ya lo sabe. Y entonces termino sin decir una palabra.

La puerta se abre, y entran los tratantes de esclavos. Giro para irme, pero Ben tira de mi muñeca, forzándole a voltear a verlo.

"Sobrevive", me dice, con la intensidad de un moribundo.

Lo miro también.

"Sobrevive. Por mí. Por tu hermana. Por mi hermano. Sobrevive".

Las palabras resuenan en el aire, como un mandato, y no puedo evitar sentir como si procedieran de papá, canalizadas a través de Ben. Un escalofrío me recorre la espalda. Antes, yo estaba decidida a sobrevivir. Ahora, siento que ya no tengo elección.

Los tratantes de esclavos marchan y se detienen detrás de mí.

Ben me suelta y giro y me quedo parada con orgullo, frente a ellos. Siento una oleada de fuerza por la comida y haber dormido, y los miro desafiante.

Uno de ellos tiene una llave. Al principio no entiendo por qué -- pero luego lo recuerdo: las esposas. Las llevo puestas tanto tiempo, que había olvidado que estaban ahí.

Extiendo la mano, y él las libera. Siento un gran alivio de la tensión, cuando separa el metal y lo retira. Froto mis muñecas donde están las marcas circulares.

Me marcho de la habitación antes de que me puedan empujar, queriendo la ventaja. Sé que Ben me está mirando, pero no puedo soportar la idea de girar y mirarlo. Tengo que ser fuerte.

Tengo que sobrevivir.

D I E C I S É I S

Los tratantes de esclavos me llevan por el corredor, y al caminar por los interminables pasillos estrechos, empiezo a escuchar un murmullo débil. Al principio, es difícil de distinguir. Pero a medida que me acerco, empieza a sonar como el estruendo de una multitud. Una multitud de espectadores, con gritos que llegan de manera intermitente.

Nosotros pasamos por otro pasillo, y el ruido se hace más claro. Hay un enorme rugido, seguido de un estruendo, como un terremoto. El corredor realmente tiembla. Se siente como la vibración de cien mil personas zapateando.

Me empujan hacia la derecha, bajando otro pasillo. Resiento ser empujada y pinchada por estos tratantes de esclavos, sobre todo porque estoy siendo llevada hacia mi muerte, y no hay nada que me gustaría más que girar y derribar a uno de ellos. Pero estoy desarmada, y son más grandes y fuertes, y sería una situación sin salida. Además, tengo que conservar mi fuerza.

Me pinchan una última vez, y el pasillo se abre. A lo lejos aparece una luz fuerte, como un reflector, y el ruido de la multitud crece inconcebiblemente, como si estuviera vivo. El vestíbulo lleva hacia un túnel ancho y alto. La luz se hace más y más brillante, y por un momento me pregunto si estoy caminando hacia la luz del día.

Sin embargo, la temperatura no ha cambiado. Todavía estoy bajo tierra y me llevan por la entrada de un túnel. Hacia la Arena. Pienso en la época en que papá me llevó a un partido de béisbol, cuando nos dirigíamos a nuestros asientos, caminando dentro del estadio -- cuando entramos en un túnel y de repente el estadio se abrió ante nosotros. Mientras camino hacia fuera, por la rampa, se siente igual. Excepto que esta vez, yo soy la estrella del espectáculo. Me detengo y miro, asombrada.

Ante mí se extiende un enorme estadio, lleno de miles y miles de personas. En su centro se encuentra una pista con forma de un octágono, parecida a un ring de boxeo, pero en lugar de cuerdas alrededor de su perímetro, hay una jaula de metal. La jaula se eleva alto en el aire, a unos cinco metros, encerrando por completo el ring, a excepción de su techo abierto. Me recuerda a la estructura de jaula que una vez fue utilizada por el Ultimate Fighting Championship, pero más grande. Y esta jaula, cubierta de manchas de sangre, con barrotes en el interior, sobresalen de ella cada diez pies más o menos, claramente no está hecho para el deporte – sino para la muerte.

Hay un ruido del estruendo del metal. Dos personas están luchando en el interior del ring y uno de ellos acaba de ser tirado contra la jaula. Su cuerpo azota en el metal, pasando muy cerca de un pico, y la multitud estalla en un grito de júbilo.

El oponente más pequeño, cubierto de sangre, rebota en la jaula, desorientado. El más grande, enorme, parece un luchador de sumo. Él es asiático, y debe pesar por lo menos 227 kilos. Después de lanzar al hombre enjuto y pequeño, el luchador de sumo ataca, lo agarra con las dos manos y lo levanta fácilmente sobre su cabeza, como si fuera un muñeco. Lo pasea en círculos lentos, y el público aplaude frenéticamente.

Lanza al hombre completamente a través del ring, que se estrella de lado en la jaula, de nuevo pasando muy cerca de un pico. Aterriza en el duro piso, sin moverse.

Toda la multitud estalla en un rugido y saltan, gritando.

"¡ACABA CON ÉL!", grita un miembro de la multitud, por encima del estruendo.

"¡MÁTALO!", grita otro.

"¡APLÁSTALO!".

Miles de personas empiezan a gritar, zapateando con las botas en las gradas de metal, y el ruido se vuelve ensordecedor. El Sumo extiende sus brazos, tomando todo, dando vueltas lentamente, saboreando el momento. Los vítores se hacen más fuertes.

El Sumo lenta y ominosamente, cruza el ring, en dirección hacia el hombre inconsciente, cayendo boca abajo en el piso. A medida que se acerca, de repente cae pesadamente sobre una rodilla, aterrizando justo en la parte baja de la espalda del hombre. Hay un crujido repugnante cuando sus 227 kilos hacen impacto en la columna vertebral del pequeño hombre, rompiéndola. El público clama, cuando se pone de manifiesto que ha roto la espalda del pequeño hombre.

Me aparto, no queriendo mirar, sintiéndome muy mal por el pequeño hombre indefenso. Me pregunto por qué no terminan con esto. Claramente, el luchador ha ganado.

Pero, al parecer, ellos no piensan en acabarlo -- y el Sumo no ha terminado. Él agarra el cuerpo inerte del hombre con las dos manos, lo levanta y lo lanza de cara a través del ring. El hombre se estrella contra la jaula metálica y cae al suelo otra vez. La multitud ruge. Su cuerpo cae en una posición poco natural, y no puedo decir si está muerto o no.

El luchador aún no está satisfecho. Levanta los brazos, lentamente dando vueltas, mientras corea la multitud:

"¡SU-MO! ¡SU-MO! ¡SU-MO!".

El rugido alcanza un grado ensordecedor, hasta que el Sumo cruza el ring por última vez, levanta un pie, y lo baja en la garganta del hombre indefenso. Se levanta, con los dos pies en la garganta del hombre, aplastándolo. Los ojos del hombre se agrandan mientras sube ambas manos, tratando de quitar los pies de su cuello. Pero es inútil, y después de unos segundos de lucha, finalmente se detiene. Sus manos caen al costado, débiles. Él está muerto.

La multitud da saltos, clamando.

El Sumo recoge el cadáver, lo iza por encima de su cabeza, y luego lo lanza a través del ring. Esta vez apunta a uno de los picos sobresalientes, y empala el cadáver en él. El cuerpo se adhiere al lado de la jaula, un pico se pega a través del estómago, la sangre chorrea.

La multitud ruge aún más fuerte.

Me empujan duro por detrás, y me tropiezo en la luz brillante, bajando la rampa, hacia el estadio abierto. Al entrar, finalmente me doy cuenta de dónde estoy exactamente: es el antiguo Madison Square Garden. Excepto que ahora el lugar está en ruinas, el techo cediendo, la luz solar y el agua se filtran, las gradas están oxidadas y corroídas.

El público me ha de detectar, porque se vuelven hacia mí, y dejan escapar un grito de júbilo en expectativa. Miro de cerca las caras, gritando y animando, y veo que todos son Biovíctimas. Sus rostros se deformaron, se derritieron. La mayoría son tan delgadas como bastidores, demacrados. Ellos comprenden algunos de los tipos con apariencia más sádica que he visto nunca, y hay un sin fin de ellos.

Me bajan por la rampa hacia el ring, y cuando llego, puedo sentir que miles de ojos se fijan en mí. Hay burlas y abucheos. Al parecer, no les gustan los recién llegados. O tal vez simplemente no les agrado.

Me llevan a la primera fila del ring y me empujan hacia una pequeña escalera de metal en un lado de la jaula. Miro al Sumo, que frunce el ceño hacia mí desde el interior del ring. Miro hacia el cadáver, que está siendo empalado en la jaula. No me atrevo: No estoy ansiosa por entrar en este ring.

Me empujan bruscamente a punta de pistola en la parte baja de la espalda, y no tengo más remedio que dar mi primer paso en la escalera. Luego otro, y otro. El público me aplaude y siento debilidad en mis rodillas.

 

El tratante de esclavos abre la puerta de la jaula, y doy mi primer paso. Él cierra detrás de mí, y no puedo dejar de estremecerme. Nuevamente, recibo los aplausos del público.

Me vuelvo y contemplo el estadio, en busca de cualquier signo de Bree, de Ben, de su cuñado, de cualquier cara amable. Pero no hay ninguna. Me obligo a mirar al otro lado del ring, a mi oponente. El Sumo se queda allí, mirándome. Él sonríe, y luego estalla en carcajadas al verme. Estoy segura de que él piensa que voy a ser una presa fácil. No lo culpo.

El Sumo me da la espalda y levanta los brazos a lo ancho, frente a la multitud, anhelando la adulación. Claramente, él no está preocupado por mí, y piensa que este partido ya ha terminado. Él ya está disfrutando de su próxima victoria.

Escucho la voz de papá en mi cabeza:

Siempre sé la primera que inicia una pelea. Nunca dudes. La sorpresa es tu mejor arma. Una pelea empieza cuando TÜ la empiezas. Si esperas a que tu oponente la inicie, ya has perdido. Los tres primeros segundos de una pelea siempre determinan el resultado. Anda. ¡ANDA!

La voz de papá resuena en mi cabeza, y le permito que se apodere de mí. No me detengo a pensar en la locura que es esto, ni en la ventaja que me lleva. Todo lo que sé es que, si no hago nada, voy a morir.

Me dejo llevar por la voz de mi papá, y es como si mi cuerpo estuviera controlado por otra persona. Me encuentro atacando a través del ring, centrándome en el Sumo. Me está dando la espalda, sus brazos siguen sin moverse, él está todavía disfrutando del espectáculo. Y ahora, al menos durante este momento, está expuesto.

Corro a través del ring, cada segundo se me hace una eternidad. Me concentro en el hecho de que todavía estoy usando estas botas de combate, con los dedos de los pies con punta de acero. Doy tres grandes pasos, y antes de que el Sumo puede reaccionar, salto en el aire. Vuelo por el aire, dejándome llevar por mi impulso y apuntando con cuidado, a la parte posterior de su rodilla izquierda.

Cuanto más grandes son, más fuerte caen, oigo decir a papá.

Ruego para que tenga razón.

Sólo tengo una oportunidad.

Yo lo pateo en la parte posterior de la rodilla con todo lo que tengo. Siento el impacto de mi dedo del pie de acero con punta en su carne suave, y ruego que funcione.

Para mi sorpresa, su rodilla se tuerce debajo de él, y él aterriza en una rodilla en el suelo del ring, sacudida por su peso.

La multitud ruge repentinamente con deleite y sorpresa, era obvio que no esperaban esto.

El mayor error que puedes cometer en una pelea es golpear a alguien y alejarte. No se puede ganar una pelea con un solo golpe, o una sola patada. Ganas haciendo combinaciones. Después de darle una patada, patéalo de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. No te detengas hasta que no se pueda levantar.

El Sumo comienza a girar hacia mí, con cara de asombro. Yo no espero.

Me balanceo y le planto perfectamente una patada circular en la parte posterior de su cuello. Él cae de bruces, golpeando duro el suelo, sacudiéndolo con su peso. La multitud ruge.

Una vez más, no lo espero. Doy un gran salto con una patada voladora, clavando el tacón de mi bota en la parte baja de su espalda. Luego, sin detenerme, me levanto y lo pateo duro en un costado de la cara, mi punta de acero apunta hacia su sien. El punto débil. Lo pateo una y otra y otra vez. Pronto, él está cubierto de sangre, y sube las manos para proteger su cabeza.

La multitud se vuelve loca. Dan saltos, gritando.

"¡MÁTALO!", gritan. "¡ACABA CON ÉL!".

Pero no me atrevo. Verlo allí tendido, inerte, me hace sentir mal. Sé que no debería -- es un asesino despiadado -- pero aun así, yo no tengo la fuerza para acabar con él.

Y ese es mi gran error.

El Sumo se aprovecha de mi vacilación. Antes de darme cuenta, él estira la mano y agarra mi tobillo. Su mano es enorme, increíblemente enorme, la envuelve alrededor de mi pierna como si fuera una ramita. Con un simple movimiento, me jala de la pierna, me da vueltas, y me envía volando a través del ring.

Azoto en la jaula de metal, cerca de uno de los afilados picos de una pulgada, y caigo al suelo.

El público aplaude. Miro hacia arriba, aturdida, mi cabeza me da vueltas. El Sumo ya se está levantando y atacando. La sangre escurre por su cara. No puedo creer que haya hecho eso. No puedo creer que sea incluso vulnerable. Y ahora, él debe estar realmente molesto.

Estoy sorprendida por su rapidez. En un pestañeo, está casi encima de mí, saltando en el aire, preparándose a aterrizar encima de mí. Si no me quito de su camino de una manera rápida, voy a ser aplastada.

En el último segundo ruedo, y apenas logro evadirlo mientras aterriza con fuerza a mi lado, sacudiendo el suelo con tanta fuerza, que salta y me manda por los aires.

Ruedo y sigo rodando hasta que estoy en el otro lado del ring. Me apresuro a levantarme mientras el Sumo se levanta también. Nos quedamos ahí en lados opuestos del ring, uno frente al otro, cada uno respirando con dificultad. El público se está volviendo loco. No puedo creer que me las he arreglado para vivir tanto tiempo.

Él se está preparando para atacar, y me doy cuenta de que ya no tengo opciones. No hay muchos lugares a donde ir en este ring, especialmente con un hombre de su tamaño. Un movimiento en falso, y estaré acabada. Tuve suerte con el elemento sorpresa. Pero ahora realmente tengo que luchar.

De repente, algo cae a través del aire. Miro hacia arriba y veo que dejaron caer algo por el techo abierto de la jaula. Aterriza con estrépito en el suelo entre nosotros. Es un arma. Un enorme hacha de batalla. Nunca esperé esto. Supongo que esta es su manera de mantener al juego parejo, prolongando su entretenimiento. El hacha cae en el centro, equidistante entre nosotros, a unos tres metros de distancia.

No dudo. Corro por ella, y me siento aliviada de ver que soy más rápida que él. Yo llego primero.

Pero él es más rápido de que lo que había previsto, y justo cuando me agacho a recoger el hacha, siento sus enormes manos alrededor de mi caja torácica, me iza por detrás en un enorme abrazo de oso. Él me levanta más alto, sin esfuerzo, como si yo fuera un insecto. La multitud ruge.

Él aprieta más y más duro, y siento que me saca todo el aire, siento como si una de mis costillas se fuera a romper. Me las arreglo para sostener el hacha, pero eso no sirve de mucho. Ni siquiera puedo maniobrar mis hombros.

Él me da vueltas, divirtiéndose conmigo. La multitud reacciona, gritando de alegría. Si puedo conseguir liberar los brazos, puedo usar el hacha.

Pero no puedo. Siento que me quedo totalmente sin respiración. En un minuto o dos, me asfixiaré. Mi suerte, finalmente se ha agotado.

D I E C I S I E T E

El Sumo no parece querer matarme todavía. En cambio, parece como si estuviera disfrutando de nuestra pelea y quiere jugar conmigo.

Así que en vez de aplastarme hasta morir, me da vueltas rápidamente varias veces, luego me lanza. El hacha sale volando de mis manos y el mundo da vueltas cuando vuelo por el aire. Me estrello de cabeza, en la pared de metal de la jaula.

Reboto en ella y aterrizo con fuerza en el suelo. La multitud ruge. Otra vez me las arreglé para no caer en uno de los picos sobresalientes de la jaula, por un milímetro. Miro hacia arriba y veo el cadáver de su última víctima, todavía ensartada en la pared de la jaula, y me doy cuenta de que soy afortunada. El hacha golpea el suelo con un sonido metálico a varios pies de distancia de mí.

La cabeza me zumba, y estoy desorientada, mientras estoy de cara. Por el rabillo de mi ojo, vi al Sumo que va a la carga, pero estoy demasiado golpeada para moverme.