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El Reino de los Dragones

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CAPÍTULO TREINTA

—¡Traigan a mis hijos! —Gritó el rey Godwin en medio del caos controlado en el salón del banquete.

Podía sentir la ira en su voz, aunque no era hacia ninguno de ellos, era hacia los hombres enfrente de él, un grupo de nobles que estaban allí parados, con toda la solemnidad de un hombre en un funeral. Él quería echarlos, decirles a todos que se fueran y se llevaran sus historias con ellos, pero no podía. En duque Viris estaba entre ellos, y el resto… estos hombres proveían la mitad del ejército del reino. Los Caballeros de la Espuela podían ser sus hombres, pero el resto eran convocados en todo el reino.

–¿En dónde están? —Volvió a preguntar, lo suficientemente fuerte para silenciar a todo el banquete.

Sus hijos se acercaron; al menos aquellos que estaban allí. Erin aún estaba ausente y sus hombres aún tenían que avisarle si la habían encontrado. Rodry estaba allí, como si esperase que lo enviaran en alguna misión, y Var estaba borracho, como si deseara no estarlo. Greave estaba enamoradísimo del brazo de una muchacha, que era algo raro en él, pero probablemente era mejor que su habitual desánimo en la biblioteca. Lenore estaba allí, elegante y perfecta como siempre…

…y por último, estaba Nerra. No se suponía que Godwin tuviese favoritos, pero siempre se había preocupado mucho por Nerra. La había cuidado y había ocultado su secreto al mundo, y eso había hecho que se acercara cada vez más a su hija, él quería que ella estuviese a salvo…

…ahora no sabía cómo podría lograrlo.

–Han habido algunas afirmaciones —dijo él.

La palabra casi le quedó trancada en la garganta. Miro hacia Aethe, sabiendo que esto haría sufrir a su esposa, porque a él le dolía tanto como a ella.

–Afirmaciones sobre ti, Nerra.

Entonces, lo inundó el miedo, y por más que temiera por Nerra, solo parte de ese miedo era por su hija del medio. La mayor parte era por los otros que estaban allí, por el resto de su familia. Si la gente se enteraba de que había mantenido esto en secreto y que no había expulsado a su hija apenas lo supo… Nunca se lo perdonarían. Su familia entera podía ser derrocada y morir.

Ese era el terror que le hacía decir esto como si no lo supiera, como si no hubiese escuchado antes las palabras de los nobles, en lugar de haberlas escuchado casi al instante en que su hija nació.

–¿Qué afirmaciones? —preguntó Nerra, que parecía realmente confundida, como si esto se pudiera tratar de más de una cosa.

El rey Godwin hizo un gesto a uno de los nobles que había allí, un conde de poca importancia, el conde Fontaine que estaba a pocos pasos delante del duque Viris. El duque mismo no lo iba a decir, porque eso hubiese sido demasiado, pero estaba allí y era parte de todo esto.

–Hemos recibido información de que la princesa Nerra tiene la enfermedad de la escama —dijo el conde Fontaine.

–¿Qué? —Exclamó Rodry desde un costado— ¡Cómo se atreve a hacer tal afirmación!

Avanzó como si fuese a pelear con el hombre, y en otra oportunidad el rey Godwin se lo hubiese permitido. En cambio, tuvo que levantar la mano para detener a su hijo, porque hacer cualquier otra causa hubiese sido ir en contra de los hombres más poderosos del reino.

–Eso es suficiente, Rodry —dijo Godwin, y miró al conde Fontaine—. ¿Tienes pruebas de esta afirmación?

–Un niño la vio en el bosque —dijo el conde—. Su brazo lleva la marca de la enfermedad.

–¿La palabra de un niño? —Dijo Greave desde otro lado— ¿En dónde está este niño? Las leyes no permiten que alguien sea condenado en base a un rumor. Le mostraré la fuente en los tomos legales, si eso ayuda.

Por un momento, Godwin estuvo agradecido por el tiempo que pasaba su hijo en la biblioteca, pero él sabía que no sería suficiente.

Como era de esperar, el conde Fontaine volvió hablar.

–La verdad es bastante fácil de establecer, mi rey. Permítanos ver los brazos de su hija. Si ellos no llevan la marca me inclinaré y suplicaré por su perdón, pero si está allí… Entonces es un asunto serio, que se le ha ocultado a sus nobles.

–¿Se atreve a exigir eso? —Preguntó Rodry— ¿Mis otras hermanas también deberían desnudarse para su entretenimiento? ¿Debería hacerlo yo?

El rey Godwin deseó poder detener esto. Se levantó para hacerlo, pero podía escuchar las voces alrededor del salón…

–…intentando ocultar…

–…todos ayudándola…

–…¿por qué no la revisan? ¿Él ya lo sabe?

Él sabía que no podía desestimar esto. Hacerlo sería confirmar, en la mente de sus nobles, que él y sus otros hijos estaban todos ocultando el secreto de la enfermedad de Nerra.

Aún así, lo intentó.

–Si no hay pruebas de esta afirmación, entonces debemos desestimarlo como el rumor ridículo que es. No voy a permitir que traten así a mi hija.

–Con respeto, su majestad —dijo el conde Fontaine—, debemos insistir.

–¿Insistir? —Replicó Godwin, aunque sabía que no debía— ¿Desean insistir?

Él sabía que no debería estar haciendo esto, que ponía al resto de sus hijos en peligro. Discutirlo hacía que se viera como si él hubiese sido parte del ocultamiento de la enfermedad de su hija, que por supuesto lo había sido, pero demostrándoselo a sus nobles se arriesgaba a hundir a toda su familia. Podrían rebelarse. Podrían matarlos a todos ellos. Aún así, estaba dispuesto a pararse allí y desmentirlo, por el bien de Nerra.

–Está bien, padre —dijo Nerra dando un paso adelante.

Aparentemente, ella también entendía lo que estaba en riesgo. Se levantó la manga antes de que Godwin pudiera detenerla.

–Aquí tienen, ¿es esto lo que quieren ver?

Se arremangó y reveló la marca de la cama en todo el brazo. Hubo un murmullo de asombro alrededor del salón ante esa imagen. El rey Godwin supo que ya era demasiado tarde. Algunas cosas no podían deshacerse, o dejar de verse, o desdecirse. Miró alrededor y supo que tenía que actuar, o su familia moriría. Sabía lo que tenía que hacer, aunque le dolía más que cualquier otra cosa.

–¡Lleva la marca de la escama! —Dijo el conde Fontaine— ¡Tiene la enfermedad!.

Se alejó de ella, señalándola con obvio terror.

–¡Tiene que morir! —Dijo otro noble.

–¡Llévensela y decapítenla!

Rodry está allí, con la mano en su espada, listo para pelear con quien se acercara. Godwin quería arremeter junto a él, pero sabía que así era como comenzaría la destrucción de toda su familia. Bajaría a pelear y en instantes, su reino estaría destruido. Dependiendo de quién peleara y quién no, podían asesinar a su familia allí, en ese momento.

Tenía que encontrar una manera mejor.

–No habrá muertes aquí —dijo él.

Lo dijo con voz severa, porque era la única forma de ocultar el sufrimiento que sentía.

–La ley lo exige —dijo el conde Fontaine.

Quienes estaban alrededor asintieron.

–Padre —comenzó Nerra.

Lo que vino después le rompió el corazón.

–No puedo ser tu padre, Nerra.

–¿Qué?

–Aquellos con la enfermedad de la escama no tienen familia ni amigos. Son marginados.

Godwin escuchó la inspiración alrededor del salón.

–La ley exige la muerte —dijo el conde Fontaine.

–Las leyes dicen que ya no deben ser parte del mundo, que podrán ser asesinados si se los encuentra —replicó Godwin—. ¿Deseas discutir conmigo al respecto, Fontaine? ¿Aquí y ahora? No exigirás la muerte de mi hija.

Lo que él había tenido que hacer era suficiente para lastimarlo, como si se le saltara el corazón del pecho.

Aethe se volvió hacia él, sujetándole el brazo.

–Esposo, no puedes….

–Puedo —dijo él, levantando la voz para detenerla también a ella—. Debo. Un rey debe proteger a su pueblo de este flagelo. Nerra, yo… desearía que hubiese otra manera. Debes irte de este lugar. Debes irte y no volver.

–Padre —dijo Rodry, avanzando furioso—. Nerra es mi hermana y tu hija. ¿La vas a expulsar así, sin más? Debería quedarse aquí. No es un peligro para nadie.

–La enfermedad de la escama es un peligro para todos —gritó un noble desde el fondo del salón.

–¡Sí, se dice que aquellos que la tienen anuncian tiempos de muerte! —Gritó otro.

Godwin hizo una nota mental de qué personas eran. No podía actuar ahora, pero encontraría la forma de vengarse por su papel en todo esto. Cómo él comenzaría a pagar su propia parte en todo esto, no lo sabía. Aún así, esas voces confirmaban la verdad: Nerra no podía quedarse.

–No puedes contradecirme en esto —le dijo a Rodry, y miró alrededor a los otros—. Tampoco ninguno de ustedes. Yo asumo esta carga.

¿Cómo podía entender Rodry que él ya estaba haciendo todo lo que podía por Nerra? ¿Que la había protegido durante años? ¿Que cualquier otra persona hubiese procurado que mataran a su hija sin pensarlo dos veces?

–Nerra —repitió él—. Te marcharas de este lugar. Dejarás la ciudad cuando comience el mes próximo, y si alguna vez alguien te vuelve a ver en el reino… —se detuvo para empujar las palabras siguientes y reprimir la ola de emoción que amenazaba con agobiarlo—. Perderás la vida.

–Yo…—Nerra bajó la cabeza.

Había tantas cosas que Godwin deseaba poder decirle, tantas formas en las que deseaba haber podido prevenir esto.

–Te amo, padre.

Ella se dio la vuelta, con más dignidad de la que era posible, y empezó a caminar hacia la puerta. La gente se hacía a un lado para que pasara, en parte por el miedo a lo que era ella, pero también porque Rodry estaba allí, asegurándose de que nadie se acercara demasiado. Vio que Lenore iba con ellos; obviamente no quería dejar a su hermana.

–Pídele que regrese —dijo Aethe, que estaba a su lado—. Por favor, pídele que regrese.

–No puedo —dijo el rey Godwin, y vio que su esposa apartaba el rostro.

 

Eso le dolía aún más que el resto, porque ella más que nadie debería saber que él estaba intentando proteger a su familia.

Entonces, un idiota intentó empezar el baile otra vez con la música alta, alegre y desafinada.

–¡Silencio! —Grito el rey Godwin— ¿Creen que este es un momento para la alegría y el festejo?

No podía expresar realmente todas las cosas que sentía por la pérdida de su hija, pero tampoco tenía que quedarse allí y fingir que todo estaba bien.

–¡Los festejos han concluido! ¡Comenzará la cosecha nupcial y terminaremos con esto!

***

Nerra estaba… quebrada. En ese momento, todo su ser se sentía fragmentado y astillado. Observó su manga. Ni siquiera recordaba cómo se le había desatado. Pensó que alguien la había enganchado durante el baile, pero eso ya no importaba. Todo lo que importaba era que la gente la había visto, y había visto lo que le ocurría.

–No debí haber estado allí —dijo ella.

A su lado Rodry, se estiró abrazarla, vaciló, y eso fue suficiente para hacer que Nerra comenzara a llorar. La abrazó entonces, pero era demasiado tarde.

–Lo siento —dijo él.

–No eres tú quien debe disculparse, soy yo —dijo Lenore—. No debí haberte insistido para que vinieras al banquete. Si no estabas allí, no hubieran podido hacer esto.

–Yo quería ir —logró decir Nerra—. Pero esto… No sé qué hacer.

–Haremos que padre cambie de opinión —dijo Lenore—. Haré….

–No hay nada que puedas hacer —insistió Nerra.

–Tiene que haber algo —Lenore la sostuvo con los brazos extendidos—. Encontraremos una forma. Estarás en mi boda, ¿lo entiendes?

Nerra logró sonreír.

–Cualquier cosa para que yo esté allí.

–Cualquier cosa —dijo Lenore—. Pero también, cualquier cosa para asegurarme de no perder a mi hermana.

–Encontraremos una forma de ayudarte —coincidió Rodry—. Cueste lo que cueste.

***

Godwin estaba sentado en su habitación, esperando a que vinieran sus hijos. Para su sorpresa, Greave fue el primero de ellos, entrando apresuradamente con más furia y energía de la que nunca había visto en el muchacho.

–¿Vas a expulsar a Nerra? —Le reclamó, apoyando las manos sobre el escritorio en el que Godwin estaba sentado.

El rey levantó la vista y vio demasiado de su madre en él, lo que le producía un dolor que hacía imposible que hablara con su hijo.

–No te atrevas a aleccionarme —dijo Godwin—. No en esto.

–Si no es en esto, ¿en qué entonces? —Exigió Greave—. Los libros legales tienen todo tipo de lagunas, podría encontrar una….

–¿Y luego qué? —Preguntó Godwin— ¿Cómo crees que se verá eso si lo hacemos?

–¿Estás preocupado por cómo se ven las cosas? —Reclamó Greave— ¿Te importa un poco tu familia?

Godwin se levantó, sobrepasando a su hijo.

–¡Me importa más de lo que puedas entender, encerrado en tu biblioteca, no aprendiendo nada acerca del mundo!

–¿Crees que no aprendí nada? Bueno, ¿debo citar a Liviricus? “Un hombre que pierde el amor de su familia, pierde todo”.

–No tanto como un hombre que realmente pierde su familia —replicó Godwin.

–“La autoridad del rey es absoluta en asuntos relativos a la seguridad inmediata del reino” —respondió Greave—. Eso es una carta de más de trescientos años de antigüedad.

–No importa lo que diga la ley o lo que digan tus libros —respondió Godwin.

Había levantado la voz. Había algo de Greave que siempre lo exasperaba cuando Nerra lo había tranquilizado. Era aún peor que él estuviese ahí mientras Nerra estaba el borde de ser expulsada.

–Importa lo que hagan los nobles. ¿No entiendes lo que está ocurriendo aquí? Alguien está intentando fermentar una rebelión. Estos hombres tienen la mitad de los soldados del reino, hombres que pueden derrocar a nuestra familia sino hago lo que ellos piden.

–¿Así que simplemente vas a expulsar a Nerra a la vida salvaje? —reclamó Greave.

–¿Realmente crees eso? —Replicó Godwin—. Tenemos familia en otros lugares. Tu madre tenía hermanos. Enviaré a Nerra con uno de ellos, lejos de la vista de los demás. Estará segura allí.

–Será una prisionera, en todo excepto el nombre —insistió Greave.

–Es mejor que estar muerta —dijo Godwin.

En ese momento se sintió tan viejo, tan cansado.

–Si quieres que las cosas sean diferentes, quizás deberías buscar una cura para la enfermedad de la escama en esos libros tuyos.

Greave permaneció allí por unos minutos más.

–Quizás lo haga —dijo él—. Quizás lo haga.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

A la mañana siguiente, Lenore aún intentaba encontrar la forma de ayudar a su hermana, mientras sus criadas la ayudaban a prepararse. Le habían traído ropa de viaje, y Lenore frunció el entrecejo al verla.

–¿Para qué es eso? —Preguntó ella.

–Su padre ha declarado que la cosecha nupcial comenzará antes —dijo una de sus criadas.

–¿Antes? —Dijo Lenore.

Ella sabía por qué. Él había finalizado los festejos a raíz del destierro de su hermana. Solo la palabra era suficiente para que otra vez Lenore quisiera encontrar a su hermana, y decirle que acudirían a su padre ahora que él se había tranquilizado, y lo obligarían a reconsiderarlo.

–¿En dónde está mi hermana ahora? —Preguntó Lenore.

–Ella… ya se ha marchado, su alteza —dijo la criada.

–No —dijo Lenore.

No podía haberlo hecho. No se marcharía. Tenía hasta fin de mes. Sin esperar por sus criadas, tomó su ropa de viaje y salió por el castillo, decidida a encontrar a Nerra, y segura de que había un error. Lenore se dirigió a sus habitaciones, tan apartadas y privadas. Ahora que Lenore sabía acerca de su enfermedad, esto tenía sentido: la habían dejado aquí, fuera del camino.

Lo que significaba que su padre ya lo sabía.

Lenore se detuvo en seco ante ese pensamiento, porque le traía un montón de preguntas: quién más lo había sabido y por qué lo habían mantenido en secreto. ¿Cómo podía su padre desterrar a su hermana así por algo en lo que él había sido cómplice? Su furia creció al pensar en lo que él había hecho. Por supuesto que él tendría sus razones, pero estaba jugando a la política cuando Nerra estaba en riesgo. Lo encontraría y….

–Mi amor, ¿todo está bien?

Lenore se dio vuelta y se encontró con Finnal, quien estaba increíblemente apuesto, como siempre. Instantáneamente, se dio cuenta de que solo estaba medio vestida enfrente del hombre con el que se iba a casar, y revisó el corsé de su ropa de viaje con los dedos para asegurarse de que todo estuviese en su lugar.

–Estoy intentando encontrar a Nerra —dijo ella—. Lo que padre hizo, desterrarla por tener la enfermedad de la escama….

–Es algo difícil —dijo Finnal, con una nota de comprensión—. Pero adivinaría que tu hermana ya se ha marchado.

–No —dijo Lenore, sacudiendo la cabeza—. No lo permitiré. La encontraré y la traeré de regreso. Haré….

–¿No se supone que tienes que estar en la cosecha nupcial? —Dijo Finnal.

Parecía sorprendido de que a ella se le ocurriera pensar en estar en cualquier otro lugar.

–¿Cómo puedo hacer eso y también encontrar a Nerra? —Preguntó ella.

Finnal la contuvo en sus brazos.

–Lenore, no estás pensando —dijo él, abrazándola—. Y yo lo entiendo; perder a tu hermana debe ser la cosa más difícil del mundo. Pero si no te marchas ahora, la gente pensará que eres desleal, que intentas desobedecer a tu padre y apoyar a tu hermana. Si realmente quieres ayudar a Nerra, lo mejor que puedes hacer es ir.

–¿Realmente piensas eso? —Preguntó Lenore.

Tenía algo de sentido. Su fortaleza era que su padre creía que ella era perfecta y obediente. Ir en su contra en este asunto solo destruiría esa creencia, ¿cierto?

–Ahora está enojado —dijo Finnal—. Créeme, yo sé lo que es que es un padre te obligue a hacer cosas. Sin embargo, si lo dejas hasta después de la cosecha nupcial… Hasta que estés casa…

–Él ya se habrá tranquilizado un poco para entonces —dijo Lenore.

Eso tenía sentido. Quizás el tiempo le permitiría persuadir a su padre. Solo había un problema con eso.

–Entretanto, ¿qué ocurrirá con Nerra?

–Ella estará a salvo —dijo Finnal—. Tenemos que tener esperanza.

–¿Me ayudarás a encontrarla, Finnal? —preguntó Lenore.

Sentía como si Finnal fuese una de las pocas personas en las que realmente podía confiar. Después de todo, era su futuro esposo.

Hizo solo una breve pausa antes de responder.

–Si eso es lo que deseas, entonces por supuesto que lo haré. Haría cualquier cosa por ti, mi amor…

Lenore estaba más agradecida por eso de lo que podía decir. En ese momento, no había nada que quisiera más que besarlo, pero él ya la había tomado de la mano y la llevaba hacia el patio.

–No debes retrasarte —dijo Finnal.

En el patio, la esperaba un carruaje de madera dorada y tirada por cuatro caballos blancos. Un par de criadas cargaban sus cosas antes de subirse a acompañarla. Media docena de guardias iba con ellas, lo que parecía muy poco para ese viaje, aunque Lenore estaba complacida de ver que Rodry estaba allí. Sin embargo, Finnal no parecía tan complacido, y se detuvo mientras Lenore iba a acercarse.

–Me despido de ti aquí, mi amor —dijo él.

–Desearía que tú y Rodry no estuvieran en conflicto —dijo Lenore.

–No estamos en conflicto —respondió Finnal—. Es solo que… es obvio que no le agrado y no voy a pelearme con la familia de mi amada.

Le tomó la mano y la posó sobre sus labios.

–Esperaré tu regreso, Lenore. Cada latido que no estés será una agonía.

Siempre parecía tener algo perfecto para decir.

–Te amo —dijo Lenore mientras se alejaba de él.

–Yo también te amo.

Hizo un esfuerzo para ir hacia Rodry y el carruaje.

–¿Vienes conmigo? —Preguntó Lenore mientras se acercaba.

Eso sería algo para resaltar, tener al mejor guerrero del reino a su lado.

Pero Rodry sacudió la cabeza.

–Padre dijo que Vars debe hacerlo. Él tiene que juntar hombres y encontrarse contigo en el cruce de caminos de Averton, hacia el sur. Desde allí, cabalgarán juntos por un circuito del reino.

–No puedo imaginar que a Vars le vaya a gustar eso —dijo Lenore, pensando en que su hermano odiaría estar lejos de las posadas de Royalsport.

Luego de un momento, su expresión se tornó seria.

—¿Sabes que Nerra se ha marchado?

Rodry asintió.

–Es la única razón por la que no voy a presionar para acompañarte. Me quedaré aquí e intentaré encontrarla, luego me uniré cuando pueda.

Era una buena idea de su parte y a Lenore le alegraba no ser la única que quería que su hermana estuviera a salvo. Abrazó a su hermano.

–Necesito una cosa más.

–¿Qué? —preguntó Rodry, y luego se encogió al ver que Lenore miraba en dirección a su prometido— Ay, no, cualquier cosa menos eso.

–Por favor, Rodry. Finnal va a ser mi esposo, y tú eres mi hermano. Es importante que se lleven bien.

–¿Cómo podría, con las cosas que dicen acerca…?

–Mentiras —dijo Lenore— Son mentiras, Rodry.

–No es mentira que su padre estaba junto a los nobles que querían desterrar a Nerra —señaló Rodry.

–Entonces, con más razón debes hacerte amigo de Finnal —respondió Lenore—. Quizás él pueda convencer a su padre de que hable con los otros. Él no es responsable por lo que hace su padre, Rodry.

–Él es responsable por lo que él hace —dijo Rodry.

–Y hasta ahora, no ha hecho nada para que sea tu enemigo —dijo Lenore—. Él es el hombre con el que me voy a casar, Rodry. Hazte amigo de él.

–¿Cómo? —Preguntó Rodry, como si no fuera el mejor de todos en hacerse amigos.

–No lo sé. Llévalo a cazar o algo. Por favor.

Lo dijo insistentemente, lo suficiente para que Rodry tuviera que asentir, y Lenore redobló su abrazo.

–Gracias. Buena suerte en la búsqueda de Nerra.

–Y buena suerte en el camino —dijo Rodry—. No es que la necesites. La gente se apiñará para verte. Esta cosecha les recordará todas las cosas que nuestra familia ha hecho por ellos, y te adorarán por eso.

–Eso espero —dijo Lenore—. Realmente, eso espero.

***

Lenore, sus criadas y los pocos guardias que iban con ellas cabalgaron atravesando la ciudad, y a cada lado la gente se había juntado para despedirla. Lenore no podía evitar sonreír ante la alegría que ellos demostraban y los saludaba con la mano, aunque gran parte de ella aún pensaba en cosas más serias.

–Encontrarán a Nerra —se dijo a sí misma, con la precaución de no decirlo lo suficientemente alto como para que sus criadas la escucharan.

Por ahora, Finnal y Rodry tenían razón: tenía que enfocarse en esta tarea. Era una tarea, aún si era placentera. Ella y sus acompañantes tendrían que visitar cada rincón del reino, y eso significaba viajar todos los días para llegar a lugares que apenas conocía. No hacia el extremo norte, obviamente, en donde yacían las tierras muertas alrededor de los volcanes, sino el resto del reino, todas las ciudades y probablemente muchos de los pueblos.

 

Observando a la gente que la saludaba y le arrojaba flores, Lenore no pensaba que esto fuese tanto una tarea.

También le obsequiaban otras cosas. En varios lugares de la ciudad, su carruaje se detuvo y representantes de las Casas le entregaron cofres que cuando los abría brillaban con oro o piedras.

–En señal de nuestra lealtad —dijo una joven de la Casa de los Suspiros mientras hacía una reverencia y sostenía el obsequio: un collar de las más finas perlas.

Con razón lo llamaban cosecha nupcial.

Mientras el carruaje continuaba, lentamente saliendo de Royalsport, Lenore se encontró preguntándose si no debería haber más hombres con ella. Después de todo, ya contenía cuánta riqueza había visto en un solo lugar, además de a ella y sus criadas, que eran ambas de familias nobles.

–Por eso es que nos encontraremos con Vars —se recordó a sí misma.

Su hermano estaría allí para mantenerla a salvo. Además, ver a más pobladores alentándola al costado del camino le decía que sus miedos eran ridículos. La gente la adoraba, así que ¿qué podría salir mal?