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La Senda De Los Héroes

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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
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Loeb Fabio Arciniegas
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La enorme montaña de hombre cayó al suelo, hacia atrás.  Era como si cayera una roca.

La multitud de los MacGil ovacionó a Erec cuando pasó por delante, se volvió y dio la vuelta en círculo.  Se levantó la visera de la cara y puso la punta de su lanza en la garganta del hombre.

“¡Ríndete!”, gritó Erec.

El caballero escupió.

“¡Nunca!”.

Después, el caballero metió la mano en una bolsa oculta en su cintura, sacó un puñado de tierra y antes de que Erec pudiera reaccionar, la arrojó en su cara.

Erec, aturdido, puso la mano en sus ojos, tirando su lanza y cayó de su caballo.

La multitud de MacGil abucheó y silbó y gritó de indignación, cuando Erec cayó, agarrando sus ojos.  El caballero, sin perder el tiempo, se apresuró y le dio un rodillazo en las costillas.

Erec se dio la vuelta y el caballero agarró una gran piedra, la levantó a lo alto, y se preparó para arrojarla en el cráneo de Erec.

“¡NO!”, gritó Thor, avanzando, incapaz de controlarse a sí mismo.

Thor vio con horror cómo el caballero bajaba la piedra. En el último segundo, Erec pudo rodar y alejarse del camino de alguna manera. La piedra se alojó en lo más profundo del suelo, justo donde había estado su cráneo.

Thor estaba sorprendido por la destreza de Erec. Ya estaba otra vez de pie, frente a ese luchador sucio.

“¡Espadas cortas!”, gritaron los reyes.

Feithgold de repente giró y miró a Thor, con los ojos abiertos de par en par.

“¡Dámela!”, gritó.

El corazón de Thor latió lleno de pánico. Se dio la vuelta, buscando en el estante de las armas de Erec, buscando desesperadamente la espada. Había una increíble variedad de armas delante de él. Extendió la mano, la agarró y la puso en la mano de Feithgold.

“¡Muchacho estúpido! ¡Esa es una espada mediana!”, gritó Feithgold.

La garganta de Thor se secó; sintió que todo el reino lo miraba.  Tenía la visión borrosa con la ansiedad, cuando entró en pánico, sin saber qué espada elegir. Apenas podía concentrarse.

Feithgold dio un paso adelante, quitó a Thor del camino y agarró la espada corta él mismo.   Después, corrió hacia el carril de las justas.

Thor lo vio irse, sintiéndose inútil, horrible. También trató de imaginarse si era él mismo quien salía corriendo de ahí frente a toda esa gente y sus rodillas se debilitaron.

El escudero del otro caballero lo alcanzó primero y Erec tuvo que quitarse del camino cuando el caballero se volvió hacia él, fallando por escasos milímetros. Finalmente, Feithgold alcanzó a Erec y le puso la espada corta en la mano. Al hacerlo, el caballero fue a atacar a Erec.  Pero Erec era demasiado listo. Él espero hasta el último momento, después se quitó del camino.

Sin embargo, el caballero siguió yendo al ataque, y corrió justo hacia Feithgold, que estaba ahí parado, para su mala suerte, en el lugar donde Erec acababa de estar.  El caballero, lleno de ira al fallar el ataque a Erec, siguió insistiendo y agarró a Feithgold con ambas manos por el cabello, y le propinó un cabezazo con fuerza en la cara.

Hubo un crujido de hueso, y la sangre brotó a chorros de la nariz de Feithgold y cayó al suelo, inerte.

Thor se quedó ahí, con la boca abierta, escandalizado. No podía creerlo. Tampoco la multitud, que abucheaba y silbaba.

Erec se dio la vuelta con su espada, fallando el tiro al caballero, y los dos se enfrentaron de nuevo.

Thor se dio cuenta de repente: él era el único escudero de Erec ahora. Tragó saliva. ¿Qué se suponía que debía hacer? No estaba preparado para esto. Y todo el reino estaba mirando.

Los dos caballeros se atacaron mutuamente con saña, golpe por golpe. Evidentemente, el caballero de McCloud era más fuerte que Erec—pero Erec era mejor combatiente, más rápido y más ágil. Ellos se balancearon y dieron espadazos, y fallaron, y ninguno fue capaz de obtener una ventaja.

Finalmente, el rey MacGil se levantó.

“¡Arpones largos!”, gritó.

El corazón de Thor latió con fuerza. Sabía que se estaba dirigiendo a él: estaba de servicio.

Se dio la vuelta y miró al estante, tomando el arma que parecía más adecuada. En cuanto agarró su eje de cuerda, rezó para no haberse equivocado.

Irrumpió en el carril y podía sentir miles de ojos sobre él. Corrió y corrió todo lo que pudo, queriendo alcanzar a Erec lo más pronto posible, y finalmente, puso el arpón en su mano. Estaba orgulloso al ver que él llegó primero.

Erec tomó el arpón y se volvió, dispuesto a enfrentar al otro caballero. Siendo el honorable guerrero que era, Erec esperó hasta que el otro caballero estuviera armado antes de atacar.  Thor corrió a un lado, fuera del camino de los hombres, no queriendo repetir el error de Feithgold. Al hacerlo, arrastró el cuerpo inerte de Feithgold fuera del camino.

Mientras Thor observaba, sintió que algo andaba mal. El adversario de Erec tomó su lanza, la levantó hacia arriba y empezó a bajarla con un movimiento extraño. Al hacerlo, de repente, Thor sintió que su mundo se centraba de una manera, como nunca había pasado.  Él intuyó que algo andaba mal.  Sus ojos se clavaron en la punta de la lanza del caballero de McCloud, y al mirar de cerca, se dio cuenta que estaba floja.  El caballero estaba a punto de usar la punta de su lanza como cuchillo de lanzar.

Cuando el caballero bajó la lanza, la punta se separó y voló por el aire, de punta a punta, en dirección al corazón de Erec. En segundos, Erec estaría muerto—no había manera de reaccionar a tiempo.  Por como se veía la navaja dentada, parecía ser perforante.

En ese momento, Thor sintió que todo su cuerpo se calentaba. Tuvo una sensación de hormigueo—que fue la misma que experimentó en Darkwood, cuando luchó contra el Sybold. Todo su mundo se desaceleró. Fue capaz de ver la punta girando en cámara lenta, fue capaz de sentir una energía, un calor, que crecía en su interior—que él ignoraba que tenía.

Dio un paso adelante y se sintió más grande que la punta de lanza. En su mente, él quería que se detuviera. Exigió que se detuviera. No quería ver a Erec lastimado. Sobre todo, no de esta manera.

“¡NO!”, gritó Thor.

Dio otro paso y extendió la palma de su mano, dirigida hacia la punta de lanza.

Se detuvo y se quedó ahí, en medio del aire, justo antes de alcanzar el corazón de Erec.

Después, cayó sin dañar a nadie, en el suelo.

Los dos caballeros voltearon a ver a Thor—igual que los dos reyes, así como los miles de espectadores.  Sintió que todo el mundo lo observaba fijamente, y se dio cuenta de que todos presenciaron lo que hizo.  Todos sabían que no era normal, que tenía algún tipo de poder, que había influido en los juegos, que había salvado a Erec—y cambió el destino del reino.

Thor se quedó parado en el mismo lugar, preguntándose qué había sucedido.

Ahora estaba seguro de que no era igual a toda esa gente. Que era diferente.

¿Pero quién era él?

CAPÍTULO NUEVE

Thor se encontró dejándose llevar por Reece, a través de la multitud, el hijo menor del rey, y su nuevo compañero de entrenamiento recién descubierto. Desde el combate de la justa, todo había sido borroso.  Sea lo que fuera que había hecho allá, sin importar el poder que había usado para detener esa punta de lanza y que no matara a Erec, atrapó la atención de todo el reino.  El combate se detuvo después de eso, fue cancelado por los dos reyes, y hubo una tregua. Cada caballero se retiró a su lugar, las masas se separaron en un revuelo agitado y Thor había sido tomado del brazo y llevado por Reece.

Él había sido llevado por un séquito real, cortando camino a través de las masas. Reece tiraba de su brazo todo el camino.  Thor seguía temblando por los acontecimientos del día. Apenas entendía lo que acababa de hacer allá, cómo había influido en las cosas. Él quería ser anónimo, uno más de la Legión del Rey. Él no había querido ser el centro de atención.

Peor aún, no sabía dónde estaba siendo llevado, si iba a ser castigado de alguna manera por haber interferido.  Desde luego, había salvado la vida de Erec—pero también había interferido en la batalla de un caballero, lo cual estaba prohibido para un escudero.  No sabía si iba a ser recompensado o reprendido.

“¿Cómo hiciste eso?”, preguntó Reece, mientras lo jalaba. Thor siguió a ciegas, tratando de procesar todo él mismo. A su paso, las masas miraban boquiabiertos, como si fuera una especie de monstruo.

“No lo sé”, contestó Thor con sinceridad. “Solo quise ayudarlo y…ocurrió”.

Reece negó con la cabeza.

“Salvaste la vida de Erec. ¿Te das cuenta de eso? Es nuestro caballero más famoso. Y tú lo salvaste”.

Thor se sintió bien cuando pensó en las palabras de Reece, sintió una oleada de alivio.  A él le había agradado Reece desde el momento en que lo conoció; tenía un efecto tranquilizador, siempre sabía qué decir. Al meditarlo, se dio cuenta de que tal vez no sería castigado, después de todo. Tal vez, de alguna manera, lo verían como una especie de héroe.

“No traté de hacer nada”, dijo Thor. “Solo quería que viviera. Fue algo…natural. No fue la gran cosa”.

“¿Qué no fue la gran cosa?”, repitió Reece. “Yo no podría haberlo hecho. Ninguno de nosotros lo habría hecho”.

Doblaron la esquina y Thor vio ante ellos, el castillo del rey, en toda su extensión, elevado hacia el cielo.  Se veía monumental.  El ejército del rey se puso de pie, en posición de firmes, alineados en el camino empedrado sobre el puente levadizo en la cresta de la montaña, manteniendo a las masas a raya.  Se hicieron a un lado para permitir que Reece y Thor pasaran.

Los dos siguieron el camino, había soldados en ambos lados, hasta las enormes puertas de arco, cubiertas de pernos de hierro.  Cuatro soldados la abrieron y se hicieron a un lado, en posición de firmes.  Thor no podía creer el tratamiento que estaba recibiendo: se sintió como si fuera un miembro de la familia real.

 

Al entrar al castillo, las puertas se cerraron detrás de ellos. Thor estaba sorprendido al ver lo que tenía enfrente: el interior era inmenso, con muros de piedra enormes, paredes de treinta centímetros de espesor y habitaciones grandes y abiertas. Ante él había cientos de miembros de la Corte Real, paseando en un revuelo de emoción. Podía sentir el bullicio y la emoción en el aire, y todos los ojos se volvieron a mirarlo cuando entró.  Estaba abrumado por la atención.

Todos se apiñaban cerca, parecían mirar boquiabiertos cómo Thor iba con Reece por los pasillos del castillo. Nunca había visto tanta gente vestida con tales galas. Vio docenas de chicas de todas las edades, vestidas con trajes muy elaborados, tomadas de los brazos, y susurrándose a los oídos, con una risita de nervios mientras él pasaba.  Se sentía cohibido.  No sabía si les agradaba o si se estaban burlando de él. No estaba acostumbrado a ser el centro de atención—mucho menos en una Corte Real—y no sabía cómo comportarse.

“¿Por qué se ríen de mí?”, le preguntó a Reece.

Reece dio media vuelta y rió. “No se están riendo de ti”, dijo él. “Le agradas. Eres famoso”.

“¿Famoso?”, preguntó él, estupefacto. “¿Qué quieres decir? Acabo de llegar”.

Reece se rió y puso una mano en su hombro. Obviamente, le divertía Thor.

“Los chismes corren más rápido en la Corte Real de lo que imaginas. Y un recién llegado como tú—bueno, es algo que no ocurre todos los días”.

“¿Adónde vamos?”, preguntó él, dándose cuenta de que quería llegar a algún lado.

“Mi padre quiere conocerte”, dijo él, mientras doblaban hacia un nuevo pasillo.

Thor tragó saliva.

“¿Tu padre? ¿Te refieres…al rey?”. De pronto, se sintió nervioso. “¿Por qué querría conocerme? ¿Estás seguro?”.

Reece se rió.

“Estoy completamente seguro. Deja de estar tan nervioso.  Es simplemente mi papá”.

“¿Simplemente tu papá?”, dijo Thor, incrédulo. “¡Él es el rey!”.

“No es tan malo. Presiento que será un buen encuentro. Le salvaste la vida a Erec, después de todo”.

Thor tragó saliva, tenía las palmas de las manos sudorosas, mientras se abría otra gran puerta y entraron en una gran sala. Miró con asombro el techo arqueado, cubierto de diseño elaborado y de altos vuelos.  Las paredes estaban cubiertas con vitrales en forma de arco, y si era posible, había todavía más personas hacinadas en esa habitación. Debe haber habido mil personas ahí, pululando en la habitación, era una muchedumbre, eso era seguro. Había mesas de los banquetes hasta donde alcanzaba la vista; la gente estaba sentada en bancas larguísimas, cenando. Entre ellos había un pasillo estrecho, con una alfombra clara y roja, que iba hacia una plataforma en la que estaba el trono real.  La multitud se separó cuando Reece y Thor caminaron por la alfombra hacia el rey.

“¿Adónde crees que lo llevas?”, dijo una voz hostil, como hablando por la nariz.

Thor levantó la vista para ver a un hombre de pie, junto a él, no mucho mayor, vestido con un atuendo real, quien obviamente era un príncipe, bloqueando su camino y con el ceño fruncido.

“Son órdenes de papá”, espetó Reece. “Mejor quítate de nuestro camino, a menos que quieras desafiarlas”.

El príncipe se mantuvo firme, con el ceño fruncido, mirando como si hubiera mordido algo podrido, mientras examinaba a Thor. A Thor no le simpatizó en absoluto. Había algo que hacía que desconfiara de él, con sus rasgos magros y desagradables y con su mirada penetrante.

“Esta no es una sala para plebeyos”, respondió el príncipe. “Debes dejar afuera a la chusma, de donde vino”.

Thor sintió un nudo en el pecho. Era evidente que este hombre le odiaba y no tenía ni idea de por qué.

“¿Le digo a papá que dijiste eso?”. Reece lo defendió, manteniendo su posición.

A regañadientes, el príncipe se volvió y se alejó.

“¿Quién era ése?”, preguntó Thor a Reece, mientras seguían caminando.

“No le hagas caso”, respondió Reece. “Es mi hermano mayor—o uno de ellos. Gareth. El mayor. Bueno, no es realmente el mayor—es el hijo legítimo mayor. Kendrick, al que conociste en el campo de batalla—él es realmente el mayor”.

“¿Por qué me odia Gareth? Ni siquiera lo conozco”.

“Descuida—no solo siente odio hacia ti. Él odia a todo el mundo. Y quien se acerque a la familia, lo ve como una amenaza.  No le hagas caso. Es uno de tantos”.

Mientras continuaban caminando, Thor se sentía más agradecido con Reece, pues se daba cuenta de que se estaba convirtiendo en un verdadero amigo.

“¿Por qué me defendió?”, preguntó Thor, curioso.

Reece se encogió de hombros.

“Me ordenaron llevarte con mi padre. Además, tú eres mi compañero de entrenamiento. Y hace mucho tiempo que no venía alguien de mi edad, así que pensé que podría valer la pena”.

“¿Qué es lo que me hace digno?”, preguntó Thor.

“Es el espíritu de combatiente. No se puede fingir”.

Mientras continuaban caminando por el pasillo hacia el Rey, Thor sintió como si ya lo hubiera conocido—era extraño, pero en cierta forma sentía como si Reece fuese su verdadero hermano.  Él nunca había tenido un hermano—no un hermano de verdad—y se sentía bien.

“Mis otros hermanos no son como él, no te preocupes”, dijo Reece, mientras la gente se acercaba a ellos, tratando de echar un vistazo a Thor. “Mi hermano Kendrick, el que ya conociste—es el mejor de todos. Es mi medio hermano, pero lo considero como verdadero hermano—incluso más que Gareth. Kendrick es como un segundo padre para mí. También lo será para ti, estoy seguro de eso. No hay nada que no haría por mí—o por alguien. Es el más querido de nuestra familia real entre la gente. Es una gran pérdida que no se le permita llegar a ser rey”.

“Dijiste: ‘hermanos.’ ¿Tienes otro hermano también?”, preguntó Thor.

Reece respiró profundamente.

“Sí, tengo otro más. No somos muy unidos. Godfrey. Desafortunadamente, desperdicia sus días en la taberna, con los plebeyos.  Él no es un luchador, como nosotros.  Él no está interesado en eso—no está interesado en nada, en realidad. Excepto en beber—y en las mujeres”.

De repente, se detuvo en seco cuando una chica les cerró el paso. Thor se detuvo ahí, paralizado. Era tal vez un par de años mayor que él, ella le devolvió la mirada con sus ojos azules, almendrados, piel perfecta y el cabello largo, rojizo. Llevaba puesto un vestido de satén blanco, bordado de encaje y sus ojos brillaban, bailando con alegría y picardía.  Fijó sus ojos en él y lo cautivó completamente. Él no podía moverse aunque quisiera. Ella era la persona más hermosa que había visto en su vida.

Ella sonrió, mostrando sus dientes perfectos—como si no estuvieran paralizados ya, su sonrisa lo mantuvo ahí, con su corazón encendido en un solo gesto.  Nunca se sintió más vivo.

Thor se quedó ahí parado ante ella, incapaz de hablar. Incapaz de respirar. Fue la primera vez en su vida que había sentido algo así.

“¿No vas a presentarme?”, le preguntó la chica a Reece. La voz de ella fue directamente hacia Thor—era aún más dulce que su apariencia.

Reece suspiró.

“Y ella es mi hermana”, dijo él con una sonrisa. “Gwen, éste es Thor. Thor, te presento a Gwen”.

Gwen hizo una reverencia.

“¿Cómo está usted?”, dijo él, con una sonrisa.

Thor se quedó ahí, paralizado. Finalmente, Gwen soltó una risita.

“No digas tantas cosas a la vez, por favor”, dijo ella riendo.

Thor sintió que enrojecía; se aclaró la garganta.

“Yo…yo… lo…lamento”, dijo él. “Me llamo Thor”.

Gwen soltó una risita.

“Eso ya lo sé”, dijo ella. Se dirigió a su hermano. “Caramba, Reece, tu amigo tiene mucha facilidad de palabra”.

“Papá quiere conocerlo”, dijo él impaciente. “Vamos a llegar tarde”.

Thor quería hablar con ella, decirle lo hermosa que era, lo feliz que estaba de conocerla, lo agradecido que estaba con ella por haberlo detenido.  Pero se le trabó la lengua por completo.  Nunca había estado tan nervioso en toda su vida. Así que lo único que dijo fue:

“Gracias”.

Gwen soltó una risita, más fuerte.

“¿Gracias por qué?”, preguntó. Los ojos de ella se iluminaron. Estaba disfrutando esto.

Thor sintió que enrojecía nuevamente.

“Pues…no sé”, murmuró.

Gwen rió con más ganas, y Thor se sintió humillado. Reece le dio un codazo, empujándolo, y los dos siguieron caminando. Después de algunos pasos, Thor miró por atrás de su hombro. Gwen se quedó ahí parada, mirándolo.

Thor sintió que su corazón latía aceleradamente. Él quería hablar con ella, saber todo acerca de ella. Se sentía tan avergonzado por no haber podido hablar. Pero nunca había tratado con chicas, en realidad, en su pequeña aldea—y por supuesto que nunca con alguien tan hermosa. Nunca le habían enseñado qué decir, cómo actuar.

“Ella habla mucho”, dijo Reece, mientras seguían avanzando hacia el rey. “No le hagas caso”.

“¿Cómo se llama?”, preguntó Thor.

Reece lo miró de manera graciosa. “¡Ella te lo dijo!”, contestó él, riéndose.

“Lo siento…yo…lo olvidé”, dijo Thor, avergonzado.

“Gwendolyn. Pero todos la llaman Gwen”.

Gwendolyn. Thor repitió mentalmente su nombre, una y otra vez. Gwendolyn. Gwen. No quería olvidarlo. Quería que permaneciera en su mente. Se preguntaba si tendría la oportunidad de volver a verla.  Pensó que posiblemente no, ya que era un plebeyo. Pensar en eso lo lastimaba.

La multitud guardó silencio cuando Thor miró hacia arriba y se dio cuenta de que estaban cerca del rey. El Rey MacGil estaba sentado en su trono, vestido con su manto real color púrpura, llevando su corona y pareciendo imponente.

Reece se arrodilló delante de él y la multitud se calmó.  Thor siguió su ejemplo.  El silencio cubrió la habitación.

El rey aclaró su garganta, con un gran ruido. Mientras hablaba, su voz resonó en toda la habitación.

“Thorgrin de las tierras bajas de la Provincia del Sur, del Reino Occidental”, empezó a decir él. “¿Te das cuenta de que hoy interferiste en la justa real del rey?”.

Thor sintió que se le secaba la garganta.  No sabía cómo responder; no era una buena manera de comenzar.  Se preguntaba si sería castigado.

“Lo lamento, mi señor”, dijo finalmente. “No fue mi intención”.

MacGil se inclinó hacia adelante y levantó una ceja.

“¿No fue tu intención? ¿Estás diciendo que no tenías la intención de salvar la vida de Erec?”.

Thor estaba nervioso. Se dio cuenta de que solamente estaba empeorando las cosas.

“No, mi señor. Sí quise—”

“¿Entonces reconoces que sí tuviste la intención de interferir?”.

Thor sintió latir su corazón aceleradamente. ¿Qué podía decir él?

“Lo siento, mi señor. Supongo que yo solamente…quería ayudar”.

“¿Querías ayudar?”. MacGil retumbó, se inclinó hacia atrás y soltó una carcajada.

“¡Querías ayudar! ¡A Erec! ¡A nuestro mejor caballero y al más afamado!”.

La sala estalló en carcajadas y Thor sintió su cara enrojecida, ya eran demasiadas veces en un día. ¿No podía hacer nada aquí?

“Levántate y acércate más, muchacho”, ordenó MacGil.

Thor miró hacia arriba sorprendido, al ver al rey sonriendo, estudiándolo, mientras se levantaba y se acercaba.

“Detecto nobleza en tu rostro. Tú no eres un muchacho común. No, nada común…”.

MacGil se aclaró la garganta.

“Erec es nuestro caballero más querido. Lo que hiciste hoy, es una gran cosa. Una gran cosa para todos nosotros.  Como recompensa, desde hoy serás parte de mi familia, con los mismos respetos y honores debidos como cualquiera de mis hijos”.

El rey se reclinó y dijo: “¡Que todos lo sepan!”.

Hubo una enorme alegría y zapateado en todo el salón.

Thor miró alrededor, nervioso, incapaz de procesar todo lo que le estaba ocurriendo. Ser parte de la familia del rey. Iba más allá de sus sueños más salvajes. Todo lo que quería era ser aceptado, tener un lugar en la Legión. Ahora, esto. Estaba tan lleno de gratitud, de alegría, que no sabía qué hacer.

Antes de que pudiera responder, de repente, la habitación se llenó de cantos y bailes y fiesta, la gente celebraba alrededor de él. Era un caos.  Levantó la vista hacia el Rey y vio el amor en sus ojos, la adoración y la aceptación.  Nunca había sentido el amor de la figura paterna en su vida. Y ahora, estaba aquí, siendo amado no solo por un hombre, sino por el Rey, ni más ni menos.  En un día, su mundo había cambiado.  Solo rezaba para que todo esto fuera real.

*

Gwendolyn se abrió paso a empujones entre la multitud, con ganas de ver al muchacho antes de que lo sacaran de la Corte Real. Thor. Su corazón latió más rápido al pensar en él, y no podía dejar de repetir su nombre en su mente.  Ella no había podido dejar de pensar en él desde el momento en que lo había conocido.  Era más joven que ella, pero no más allá de uno o dos años—y además, había algo en el que lo hacía parecer mayor, más maduro que los demás, más grande.  Desde el momento en que lo había visto, ella sentía como que lo conocía. Sonrió cuando recordó cómo lo conoció, lo nervioso que estaba. Ella podía ver en los ojos de él que sentía lo mismo por ella.

 

Por supuesto que ella ni siquiera conocía al muchacho.  Pero había sido testigo de lo que había hecho en el carril de justas, había visto el agrado de su hermano menor hacia él.  Desde entonces lo había observado, sintiendo que había algo especial en él, algo diferente a los demás.  Conocerlo solo lo había confirmado. Él era distinto a toda esa realeza, de toda la gente nacida y criado ahí.  Había algo refrescante y auténtico en él.  Él era un extraño, un plebeyo. Pero curiosamente, tenía un porte real.  Era como si estuviese orgulloso de lo que era.

Gwen se dirigió a la orilla del balcón superior y miró hacia abajo. En la parte inferior estaba la Corte Real y dio un último vistazo a Thor, mientras era llevado hacia afuera. Reece iba a su lado.  Seguramente se dirigían a las barracas, a entrenar con los otros muchachos. Sintió una punzada de pesar, y ya se preguntaba, maquinaba, cómo le haría para verlo de nuevo.

Gwen tenía que saber más de él. Ella tenía que averiguarlo. Para eso, tendría que hablar con la mujer que sabía todo acerca de todos y de lo que sucedía en el reino: su madre.

Gwen dio media vuelta y cortó el camino de regreso a través de la multitud, girando a través de los pasillos traseros del castillo que conocía de memoria. Su cabeza daba vueltas. Había sido un día vertiginoso. En primer lugar, la reunión de la mañana con su padre, su impactante noticia de que él quería que ella gobernara el reino. Le tomó con la guardia baja, ya que nunca lo habría esperado ni en un millón de años. Apenas podía procesarlo.  ¿Cómo podría gobernar un reino? Alejó esa idea de su mente, esperando que ese día nunca llegara. Después de todo, su padre era saludable y fuerte, y más que nada, ella quería que él viviera. Estar aquí, con ella. Ser feliz.

Pero ella no podía borrar la reunión de su mente. En algún lugar, al acecho, estaba plantada la semilla en que algún día, cuando ese día llegara, ella sería la siguiente. Ella le sucedería.  No alguno de sus hermanos. Sino ella. Le aterrorizaba; también le daba un sentido de importancia, de confianza, a diferencia de cualquiera que ella hubiera tenido antes. La había encontrado apta para gobernar—a ella—ser la más sabia de todos ellos. Se preguntaba por qué.

También, en cierto modo, le preocupaba. Suponía que provocaría una gran cantidad de resentimiento y envidia—ella, siendo mujer, fue la elegida para gobernar. Ya sentía la envidia de Gareth. Y eso la asustaba. Ella sabía que su hermano mayor era terriblemente manipulador y totalmente implacable.  Él no se detendría por nada para obtener lo que quería, y ella odiaba la idea de estar en su mira.  Había intentado hablar con él después de la reunión, pero él ni siquiera la miraba.

Gwen bajó corriendo la escalera de caracol, sus zapatos resonaban en la piedra. Ella dio vuelta por otro corredor, pasó por la capilla trasera, a través de otra puerta, más allá de varios guardias y entró en los aposentos privados del castillo. Tenía que hablar con su madre, quien ella sabía que iba a estar descansando ahí.  Su madre tenía poca tolerancia para los asuntos sociales largos—a ella le gustaba alejarse hacia sus aposentos privados y descansar ahí el mayor tiempo posible.

Gwen pasó otro guardia, se fue por otro pasillo, y finalmente se detuvo frente a la puerta del vestidor de su madre. Estaba a punto de abrirlo, pero se detuvo.  Detrás de la puerta, oyó voces apagadas, su tono de voz era ascendente y parecía que algo andaba mal.  Era su madre, discutiendo.  Ella escuchó de cerca y era la voz de su padre.  Estaban peleando. ¿Pero, por qué?

Gwen sabía que no debería estar escuchando—pero no pudo evitarlo. Estiró la mano y abrió suavemente la pesada puerta de roble, sujetándola de la aldaba de hierro.  La abrió solo un poco y escuchó.

“Él no se quedará en mi casa”, espetó su madre.

“Tú adelantas conclusiones cuando no sabes toda la historia”.

“Conozco la historia”, espetó ella. “Lo suficiente”.

Gwen escuchó veneno en la voz de su madre y se sorprendió.  Ella rara vez escuchaba pelear a sus padres—solo algunas veces en su vida—y nunca había oído a su madre tan enojada.  No podía entender el motivo.

“Él se quedará en las barracas con los otros muchachos. No lo quiero en mi casa. ¿Entiendes?”, dijo ella, presionando.

“Es un castillo muy grande”, espetó su padre. “No notarás su presencia”.

“No me importa si se nota o no.  Yo no lo quiero aquí.  Ese es tu problema.  Fuiste tú quien eligió traerlo aquí”.

“Tú tampoco eres tan ingenua”, respondió su padre.

Ella escuchó pasos, vio a su padre alejarse de la habitación y salir por el otro lado, cerrándola tan fuerte de un portazo, que la habitación se estremeció.  Su madre se quedó sola en el centro de la habitación y empezó a llorar.

Gwen se sintió muy mal. No sabía qué hacer. Por un lado, pensaba que era mejor retirarse, pero por otro lado, no soportaba ver llorando a su madre, no soportaba dejarla ahí, así. Tampoco, por su vida, podía entender por qué estaban discutiendo. Ella suponía que estaban discutiendo por Thor. ¿Pero por qué? ¿Por qué le importaba a su madre? Docenas de personas vivían en el castillo.

Gwen no podía irse simplemente, no estando su madre en ese estado. Ella tenía que consolarla.  Levantó la mano y suavemente abrió la puerta.

Crujió y su madre se dio media vuelta, atrapándola desprevenida.  Ella frunció el ceño a su hija.

“¿No sabes que debes tocar la puerta?”, espetó ella. Gwen vio lo molesta que estaba ella y se sintió terrible.

“¿Qué pasa, madre?”, preguntó Gwen, caminando con suavidad hacia ella. “No quiero entrometerme, pero te escuché discutiendo con papá”.

“Tienes razón, no debes entrometerte”, dijo su madre.

Gwen estaba sorprendida. Su madre siempre era problemática, pero rara vez estaba así. La fuerza de su ira hizo que Gwen se detuviera en seco a unos cuantos centímetros de distancia, insegura.

“¿Se trata del muchacho nuevo? ¿De Thor?”, preguntó él.

Su madre se volteó y miró hacia otro lado, secándose una lágrima.

“No entiendo”, dijo Gwen presionando. “¿Por qué te importa dónde se quede?”.

“Mis asuntos no son de tu incumbencia”, dijo ella fríamente, claramente queriendo terminar con el asunto. “¿Qué quieres? ¿A qué has venido?”.

Ahora Gwen estaba nerviosa. Ella quería que su madre le dijera todo acerca de Thor, pero no pudo haber elegido un peor momento.  Se aclaró la garganta, vacilante.

“Yo…en realidad, quería preguntarte acerca de él. ¿Qué sabes de él?”.

Su madre volteó y entrecerró los ojos hacia ella, suspicaz.

“¿Por qué?”, preguntó ella, con gran seriedad. Gwen podía sentir que ella la estaba evaluando, mirando a través de ella, y viendo con su rara percepción, que a Gwen le gustaba él.  Ella trató de ocultar sus sentimientos, pero sabía que era inútil.

“Solamente tengo curiosidad”, dijo ella, de manera poco convincente.

De repente, la reina dio tres pasos hacia ella, la tomó fuertemente de los brazos y se le quedó mirando a la cara.

“Escúchame”, dijo ella entre dientes. “Solo te voy a decir esto una vez.  Mantente alejada de ese muchacho.  ¿Me escuchas? No quiero que te acerques a él, bajo ninguna circunstancia”.

Gwen estaba aterrada.

“¿Pero por qué? Él es un héroe”.

“Él no es de los nuestros”, contestó su madre. “Pese a lo que tu padre piense.  Quiero que te mantengas alejada de él.  ¿Me escuchas? Prométemelo. Prométemelo ahora mismo”.

“No voy a prometerlo”, dijo Gwen, tirando de su brazo de la fuerte sujeción de su madre.

“Él es un plebeyo y tú eres una princesa”, gritó su madre. “Tú eres una princesa. ¿Entiendes? Si te acercas a él, lo exiliaré de aquí. ¿Entendido?”.

Gwen casi no sabía cómo responder.  Ella nunca había visto así a su madre.