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La Senda De Los Héroes

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La Senda De Los Héroes
La Senda De Los Héroes
Tasuta audioraamat
Loeb Fabio Arciniegas
Lisateave
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“No me digas lo que tengo que hacer, madre”, dijo ella, finalmente.

Gwen hizo todo lo posible por hablar con una voz valiente, pero por dentro estaba temblando.  Ella había venido aquí para saber todo: ahora, se sentía aterrada.  No entendía lo que estaba pasando.

“Haz lo que quieras”, le dijo su madre. “Pero el destino de él está en tus manos. No lo olvides”.

Tras decir eso, su madre dio media vuelta, salió pavoneándose de la habitación y cerró la puerta de un portazo, dejando a Gwen sola, en el silencio reverberante, con su buen humor hecho añicos.  ¿Qué podría provocar una reacción tan fuerte de su madre y de su padre?

¿Quién era ese muchacho?

CAPÍTULO DIEZ

MacGil se sentó en el salón de banquetes, observando a sus súbditos; él en un extremo de la mesa y el rey McCloud en el otro, con cientos de hombres de ambos clanes entre ellos.  Las festividades de la boda habían estado ocurriendo durante horas hasta que, finalmente, la tensión entre los clanes se había estabilizado desde el día de las justas.  Como sospechaba MacGil, todo lo que los nombres necesitaban era vino y carne—y mujeres—para hacerlos olvidar sus diferencias. Ahora todos se mezclaban en la misma mesa, como hermanos de armas.  De hecho, al verlos, MacGil ya no sabía distinguir si eran de dos clanes distintos.

MacGil se sintió realizado; su plan maestro estaba funcionando, después de todo. Ya los dos clanes parecían convivir bien. Había logrado hacer lo que una larga lista de reyes MacGil antecesores, no habían podido hacer: unificar ambos lados del Anillo, hacerlos, si no amigos, al menos vecinos pacíficos. Su hija, Luanda, estaba del brazo con su nuevo marido, el príncipe McCloud, y ella parecía contenta.  Su culpabilidad disminuía. Él podría haberla entregado—pero al menos, le estaba dando un reinado.

MacGil pensó en toda la planificación que precedió a este evento; recordó los largos días discutiendo con sus asesores.  Había ido en contra de los consejos de sus asesores al arreglar esta unión. No era una paz fácil, y con el tiempo los McCloud se asentarían en su lado del altiplano; esta boda sería olvidada y algún día habría disturbios.  No era ingenuo.  Pero al menos ahora, había un lazo de sangre entre los clanes—y sobre todo, una vez que naciera el primer niño, no podría ser ignorado con tanta facilidad. Si ese niño creciera y gobernara un día, un niño nacido de los dos lados del Anillo, tal vez, un día todo el Anillo se unificaría. El altiplano ya no sería la frontera de la discordia y la tierra podría prosperar bajo un gobierno.  Ese era su sueño.  No por él, sino para sus descendientes. Después de todo, el Anillo tenía que mantenerse fuerte, necesitaba estar unificado con el fin de proteger el Barranco, para luchar contra las hordas del mundo. Mientras los dos clanes permanecieran divididos, presentaban un frente débil al resto del mundo.

“Un brindis”, gritó MacGil, y se puso de pie.

La mesa quedó en silencio, mientras cientos de hombres se pusieron también de pie, levantando sus copas.

“¡Por la boda de mi hija mayor! ¡Por la unión de los MacGil y los McCloud! ¡Por la paz en todo el Anillo!”.

“¡SALUD! ¡SALUD!”, se oyó un coro de gritos. Todos bebieron y la habitación se llenó una vez más con risas y festividades.

MacGil se sentó y examinó la habitación, en busca de sus otros hijos.  Ahí estaba, por supuesto, Godfrey, bebiendo con los dos puños, una chica a cada lado, rodeado de sus amigos malhechores. Este era tal vez el evento real al que realmente había querido asistir.  Estaba Gareth, sentado muy cerca de su amante, Firth, susurrando en su oído; MacGil podía ver con la mirada inquieta, que él estaba tramando algo. El pensar en ello hizo que su estómago se revolviera, y él desvió la mirada. Ahí, en el otro extremo de la habitación, estaba su hijo menor, Reece, festejando en la mesa con los escuderos y con el muchacho recién llegado, Thor. Thor ya lo sentía como hijo, y estaba contento de ver que su hijo menor y él eran buenos amigos.

Examinó la cara de su hija menor, Gwendolyn, y finalmente la encontró sentada a un lado, rodeada de sus siervas, riendo.  Él siguió la mirada de ella y se dio cuenta de que estaba mirando a Thor.  Él la observó durante mucho tiempo y se dio cuenta de que estaba embelesada. Él no había previsto eso y no estaba muy seguro de qué pensar.  Presintió que habría problemas.  Especialmente con su esposa.

“Las cosas no son como parecen”, dijo una voz.

MacGil volteó a ver a Argon, que estaba sentado a su lado, observando a los dos clanes, que cenaban juntos.

“¿Qué piensas de todo esto?”, preguntó MacGil. “¿Habrá paz en los reinos?”.

“La paz nunca es estática”, dijo Argon. “Va y viene, como la marea. Lo que ve ante usted es una paz aparente. Ve una parte de su cara.  Está tratando de imponer la paz en una antigua rivalidad.  Pero hay cientos de años de sangre derramada.  Las almas claman venganza.  Y eso no puede apaciguarlo un matrimonio”.

“¿Qué estás diciendo?”, preguntó MacGil, tomando otro sorbo de vino, sintiéndose nervioso, como solía hacerlo cuando estaba cerca de Argon.

Argon volteó y lo vio con una intensidad tan fuerte, que causó pánico en el corazón de MacGil.

“Habrá guerra. Los McCloud atacarán. Prepárese. Todos los invitados que ve frente a usted, pronto harán lo posible para matar a su familia”.

MacGil tragó saliva.

“¿Tomé una mala decisión al casarla con ellos?”.

Argon se quedó callado durante un rato, hasta que finalmente dijo: “No necesariamente”.

Argon miró hacia otro lado y MacGil pudo ver que había terminado de hablar del tema. Había millones de preguntas que quería que le contestara, pero sabía que su hechicero no las respondería hasta que estuviera listo. Así que mejor miró a Argon a los ojos y siguió su mirada hacia Gwendolyn, y después a Thor.

“¿Los ves como pareja?”, preguntó MacGil, sintiendo de repente la curiosidad de saber.

Tal vez”, contestó Argon. “Todavía hay muchas cosas qué decidir”.

“Hablas con acertijos”.

Argon se encogió de hombros y miró hacia otro lado y MacGil se dio cuenta de que no iba a sacar nada más de él.

“¿Viste lo que sucedió hoy en el campo?”, dijo MacGil instando. “¿Con el muchacho?”.

“Lo vi antes de que sucediera”, contestó Argon.

“¿Y qué opinas de eso? ¿Cuál es la fuente de los poderes del muchacho? ¿Él es como tú?”.

Argon se volvió y miró a MacGil a los ojos, nuevamente con una intensidad que casi le hizo mirar hacia otro lado.

“Él es más poderoso que yo”.

MacGil lo miró, asombrado. Nunca había oído a Argon hablar así.

“¿Más poderoso? ¿Qué tú? ¿Cómo es posible? Eres el hechicero del rey—no hay nadie más poderoso que tú en la tierra”.

Argon se encogió de hombros.

“El poder no viene en una sola forma”, dijo él. “El muchacho tiene poderes más allá de lo que usted puede imaginar.  Poderes más allá de lo que él sabe.  Él no tiene idea de quién es.  Ni sabe de dónde es oriundo”.

Argon se dio media vuelta y miró a MacGil.

“Pero usted sí”, añadió.

MacGil lo miró, con curiosidad.

“¿Lo sé?”, preguntó MacGil. “Dime. Necesito saberlo”.

Argon negó con la cabeza.

“Revise sus sentimientos. Son verdaderos”.

“¿Qué va a ser de él?”, preguntó MacGil.

“Será un gran líder. Y un buen guerrero.  Gobernará reinos por su propio derecho.  Reinos mucho mejores que el de usted. Y será un rey mucho mejor que usted.  Ése es su destino”.

Por un breve momento, MacGil ardió de envidia. Volteó y examinó al muchacho, quien reía inocentemente con Reece, en la mesa de los escuderos; el plebeyo, el forastero débil, el más joven del grupo.  No imaginaba cómo era eso posible. Viéndolo ahora, casi no parecía elegible para unirse a la Legión. Se preguntó por un momento si Argon estaba equivocado.

Pero Argon nunca se había equivocado y nunca hacía declaraciones sin una razón.

“¿Por qué me dices esto?”, preguntó MacGil.

Argon volteó y lo miró.

“Porque es momento de que se prepare. El muchacho necesita ser entrenado. Necesita recibir lo mejor de todo.  Es responsabilidad suya”.

“¿Mía? ¿Y qué hay de su padre?”.

“¿Qué pasa con él?”, preguntó Argon.

CAPÍTULO ONCE

Thor abrió los ojos, desorientado, preguntándose dónde estaba.  Estaba acostado en el piso, en un montículo de paja, con la cara de costado, con los brazos colgando sobre su cabeza. Levantó su cabeza, limpiando la baba de la boca, e inmediatamente sintió una punzada de dolor en la cabeza, detrás de sus ojos. Era el peor dolor de cabeza de su vida. Se acordó de la noche anterior, la fiesta del rey, la bebida, su primer contacto con la cerveza. La habitación daba vueltas. Tenía la garganta seca y en ese momento prometió que jamás volvería a beber.

Thor miró alrededor, tratando de orientarse en las barracas cavernosas. Por todos lados había cuerpos, acostados en montones de paja; la habitación estaba llena de ronquidos; volteó al otro lado y vio a Reece, a pocos metros de distancia, dormido también. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba en las barracas. Las barracas de la Legión. Alrededor había muchachos de su edad, como unos cincuenta de ellos.

Thor recordaba vagamente a Reece mostrándole el camino, en las últimas horas de la mañana, y estrellándose en el montículo de paja. La luz de la mañana entró por las ventanas abiertas y Thor pronto se dio cuenta de que era el único que estaba despierto. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que había dormido con la ropa puesta, y extendió la mano y la pasó por el cabello grasiento. Daría lo que fuera por tener la oportunidad de bañarse—aunque no tenía idea de dónde hacerlo. Y haría lo que fuera por un cuarto de litro de agua. Su estómago rugió—también quería comer.

 

Todo era tan nuevo para él. Apenas sabía dónde estaba, adónde lo llevaría la vida después, cuáles eran las rutinas de la Legión del Rey. Pero estaba contento. Había sido una noche deslumbrante, una de las mejores de su vida.  Había encontrado a un amigo en Reece, y había visto a Gwendolyn mirándolo una o dos veces. Había intentado hablar con ella, pero cada vez que se acercaba, le faltaba valor. Sintió una punzada de remordimiento al pensar en ello.  Había habido demasiada gente alrededor. Si solamente hubieran estado los dos, habría tenido el valor de hacerlo.  ¿Habría una próxima vez?

Antes de que Thor pudiera terminar la idea, hubo un estruendo repentino en las puertas de madera de las barracas, y un instante después, se abrieron de golpe, inundándola de luz.

“¡Levántense, escuderos!”, se escuchó un grito.

Entraron docenas de miembros de los Plateados del Rey, con el traqueteo de la cota de malla, golpeando las paredes con varas de metal.  El ruido era ensordecedor, y alrededor de Thor, los otros muchachos se pusieron de pie.

Liderando al grupo estaba un soldado con un aspecto particularmente feroz.  Thor reconoció, de la arena del día anterior, al fornido, calvo, con la cicatriz en la nariz, quien Reece le había dicho que se llamaba Kolk.

Parecía estar frunciendo el ceño hacia Thor, cuando levantó un dedo y lo señaló.

“¡Tú, muchacho!”, gritó. “¡Dije que se levantaran!”.

Thor estaba confundido. Él ya estaba de pie.

“Pero ya estoy levantado, señor”, contestó Thor.

Kolk dio un paso adelante y abofeteó a Thor. Thor se llenó de indignación, ya que todas las miradas estaban puestas en él.

“¡Nunca vueltas a contestarle a tu superior!”, reprendió Kolk.

Antes de que Thor pudiera responder, los hombres caminaron por la habitación, jalando de los pies a un muchacho tras otro, pateando las costillas de los que se estaban tardando en levantarse.

“No te preocupes”, dijo una voz tranquilizadora.

Volteó y vio a Reece ahí parado.

“No es personal. Es su manera de ser. Su manera de levantarnos”.

“Pero eso no se lo hicieron a usted”, dijo Thor.

“Por supuesto, no me tocarían, debido a mi padre. Pero tampoco son amables. Nos quieren en forma, eso es todo.  Creen que eso nos endurecerá.  No les hagas mucho caso”.

Sacaron a los muchachos de sus barracas y Thor y Reece tras ellos. Al salir, la luz del sol golpeó a Thor y entrecerró los ojos y levantó las manos.  De repente, se sintió abrumado por una oleada de náuseas y se inclinó y vomitó.

Podía escuchar las risitas de los muchachos a su alrededor.  Un guardia lo empujó y Thor tambaleó hacia adelante, para formarse con los demás, limpiándose la boca. Thor nunca se había sentido tan mal.

Junto a él, Reece sonrió.

“Fue una noche dura, ¿verdad?, le preguntó a Thor, sonriendo ampliamente, dándole un codazo en las costillas. “Te dije que pararas después de la segunda copa”.

Thor se sentía mareado mientras la luz atravesaba sus ojos; nunca se había sentido tan fuerte como hoy.  Era un día caluroso, y sentía las gotas de sudor formándose debajo de su armadura.

Thor trató de recordar la advertencia de Reece de la noche anterior—pero por su vida que no lo recordaba.

“No recuerdo tal consejo”, replicó Thor.

Reece sonrió con más ganas. “Precisamente. Porque no escuchaste”. Reece se rió entre dientes. “Y esos intentos torpes por hablar con mi hermana”, añadió él. “Fue patético. No creo haber visto a un muchacho tan temeroso de una chica en mi vida”.

Thor enrojeció, tratando de recordar. Pero no pudo. Todo era confuso para él.

“No quiero ofenderte”, dijo Thor. “Con tu hermana”.

“No puedes ofenderme. Si ella te eligiera, yo estaría encantado”.

Los dos se marcharon rápidamente, mientras el grupo subía una colina. Parecía que el sol estaba más fuerte a cada paso.

“Pero debo advertirte: todos los chicos del reino andan tras ella.  Las posibilidades de que ella te elija… Bueno, digamos que son remotas”.

Mientras marchaban más rápido por las verdes colinas de la Corte del Rey, Thor se sintió tranquilizado. Se sentía aceptado por Reece. Fue increíble, pero él seguía sintiendo que Reece era más hermano para él, que ningún otro. Al caminar, Thor se dio cuenta de que sus tres verdaderos hermanos caminaban cerca. Uno de ellos volteó y frunció el ceño hacia él, después le dio un codazo a su otro hermano, quien lo miró con una sonrisa burlona. Negaron con la cabeza y se alejaron. No tenían ni una palabra amable para Thor. Pero él no esperaba menos.

“¡Hagan una fila, Legión! ¡Ahora!”.

Thor miró hacia arriba y vio más Plateados alrededor de ellos, empujando a unos cincuenta de ellos en una fila doble, apretada.  Un hombre se acercó por detrás y golpeó al chico frente a Thor con una caña grade de bambú, con fuerza, en la espalda; el muchacho gritó y cayó con más fuerza en la fila.  Pronto estaban en dos hileras, marchando de manera constante en el terreno del rey.

“¡Al marchar hacia una batalla, marchen como si fueran uno solo!”, gritó Kolk, caminando arriba y debajo de los costados. “Este no es el patio de su madre. ¡Están yendo a la guerra!”.

Thor marchó y marchó a un lado de Reece, sudando en el sol, preguntándose hacia dónde se dirigían.  Su estómago seguía mal por la cerveza y se preguntó cuándo iba a tomar el desayuno, cuándo iba a buscar algo para beber.  Una vez más, se maldijo a sí mismo por haber bebido la noche anterior.

Mientras subían y bajaban por las colinas, a través de una puerta de piedra en arco, finalmente llegaron a los campos circundantes. Pasaron otro arco de piedra y entraron en un coliseo. El campo de entrenamiento de la Legión.

Ante ellos había todo tipo de objetivos para arrojar lanzas, disparando flechas y lanzando piedras, así como montones de paja para cortar con las espadas. El corazón de Thor se aceleró al verlo.  Él quería entrar ahí, usar las armas, entrenar.

Pero cuando Thor se dirigió a la zona de entrenamiento, de repente recibió un codazo en las costillas por detrás, y un grupo de seis muchachos, la mayoría más jóvenes que Thor, fueron sacados del carril principal. Se encontró separado de Reece, siendo llevado al otro lado del campo.

“¿Crees que vas a entrenar?”, preguntó Kolk burlonamente, mientras se desviaba de los demás, lejos de los objetivos.  Hoy te dedicarás a los caballos”.

Thor levantó la vista y vio a dónde se dirigían: al otro lado del campo, varios caballos hacían cabriolas alrededor. Kolk lo miró con una sonrisa malévola.

“Mientras los demás lanzan arpones y empuñan espadas, hoy cuidarás a los caballos y limpiarás su excremento.  Todos tenemos que empezar por alguna parte. Bienvenido a la Legión”.

Thor se descorazonó. Esta no era la forma en que lo había imaginado.

“¿Te crees especial, muchacho?”, preguntó Kolk, caminando junto a él, acercándose a su cara. Thor sintió que estaba tratando de hacerlo explotar. “El hecho de que el rey y su hijo te encuentren simpático, no significa ni una mierda para mí. Ahora estás bajo mi mando. ¿Me entiendes? No me importan los trucos de los que te valiste en el campo de justas.  Para mí eres simplemente un muchacho más. ¿Me entiendes?”.

Thor tragó saliva.  Iba a tener un largo y difícil entrenamiento.

Para empeorar las cosas, mientras Kolk se alejaba para torturar a otra persona, el muchacho frente a Thor, un muchacho bajito, fornido, con la nariz chata, dio media vuelta y lo miró con desagrado.

“Tú no perteneces aquí”, dijo él. “Hiciste trampa para entrar. No fuiste elegido. No eres uno de nosotros. En realidad no lo eres. A ninguno de nosotros nos agradas”.

El muchacho que estaba junto a él también volteó y miró con desagrado a Thor.

“Vamos a hacer todo lo posible para asegurarnos de que te des de baja”, dijo él. “Entrar es fácil, pero no lo es permanecer adentro”.

Thor retrocedió ante su odio.  No podía creer que ya tenía enemigos y no entendía lo que había hecho para merecerlo. Lo único que siempre había querido era unirse a la Legión.

“Tengan cuidado”, dijo una voz.

Thor miró y vio a un chico alto, delgado, pelirrojo, con pecas en la cara, y con pequeños ojos verdes, dando la cara por él. “Ustedes dos están aquí atrapados, usando la pala, como el resto de nosotros”, añadió. “Tampoco son tan especiales. Vayan a molestar a otra persona”.

“No te metas donde no te llaman, lacayo”, contestó uno de los muchachos, “o también iremos tras de ti”.

“Inténtenlo”, espetó el pelirrojo.

“Hablarás cuando yo lo diga”, gritó Kolk a uno de los muchachos, pegándole duro en la cabeza. Los dos chicos delante de Thor, afortunadamente, se dieron la vuelta.

Thor no sabía qué decir; se paró junto al pelirrojo, agradecido con él.

“Gracias”, dijo Thor.

El pelirrojo volteó y le sonrió.

“Me llamo O’Connor. Te daría la mano, pero me golpearían si lo hiciera. Así que haz de cuenta que nos damos la mano de manera invisible”.

Esbozó una amplia sonrisa, y a Thor le simpatizó de inmediato.

“No les hagas caso”, añadió. “Solamente tienen miedo. Como el resto de nosotros. Ninguno de nosotros sabía a lo que venía”.

Pronto, su grupo llegó al final del campo y Thor contó seis caballos, haciendo cabriolas alrededor.

“¡Toma las riendas!”, ordenó Kolk. “Mantenlas firmes y hazlos caminar en la arena hasta que exploten. ¡Hazlo ahora!”.

Thor avanzó para tomar las riendas de uno de los caballos y mientras lo hacía, el caballo retrocedió e hizo cabriolas, estuvo a punto de patearlo.  Thor, aturdido, se tambaleó hacia atrás, y los otros del grupo se rieron de él.  Kolk lo golpeó con fuerza en la parte posterior de la cabeza y él sintió ganas de devolverle el golpe.

“Ahora eres miembro de la Legión. Nunca retrocedas. De nadie. De ningún nombre, de ninguna bestia. ¡Ahora, toma esas riendas!”.

Thor se armó de valor, dio un paso adelante y sujetó las riendas del caballo encabritado.  Él se las arregló para aferrarse, mientras el caballo jalaba y tiraba y comenzó a llevarlo por el amplio campo de tierra, poniéndose en fila con los demás. Su caballo tiró de él, resistiéndose, pero Thor volvió a jalarlo, sin darse por vencido tan fácilmente.

“Dicen que se pone mejor”.

Thor volteó a ver a O’Connor, que se acercaba a su lado, sonriendo. “Quieren hacernos explotar, ¿sabes?”.

De pronto, el caballo de Thor se detuvo.  Sin importar cuánto jalara las riendas, no se movía.  Entonces Thor olió algo horrible; había más excremento procedente del caballo, de lo que nunca imaginó posible.  No parecía tener fin.

Thor sintió que le ponían una pala en la palma de su mano, y vio a Kolk, a un lado de él, sonriendo.

“¡Límpialo!”, espetó.