Del campo yugoslavo al campo colombiano

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Fundamentos teóricos

Teniendo en cuenta lo anterior, el marco teórico de esta investigación se estructura alrededor de tres ejes conceptuales que abordaremos sucesivamente: el análisis de la migración y los refugiados, las aproximaciones al Estado y las clases sociales en América Latina durante la Guerra Fría, y los problemas de experiencia, identidad y memoria en la autobiografía.

Migración y refugiados

La migración se define como el movimiento de personas a través de un espacio geográfico,72 se trata de “llegar a un territorio para establecerse en él”, mientras que emigrar se utiliza desde el punto de vista del lugar de procedencia del migrante; es decir, mientras emigrar refiere al “irse del lugar de procedencia”, inmigrar refiere al “llegar a un lugar para quedarse”. La acción de migrar implica una nueva residencia, una nueva sociedad con costumbres distintas. Los criterios generales para clasificar los tipos de migración son: (a) los factores espaciales como migraciones internas o nacionales y migraciones externas o internacionales, y (b) las causas voluntarias o forzadas para migrar. Emigrar consiste en que “una persona se marche de su pueblo, región o país, para establecerse en otro”.73

La migración internacional como una práctica cotidiana se ha desarrollado en diferentes periodos en el marco tanto de formas particulares de las relaciones internacionales entre los Estados, como de iniciativas individuales o colectivas marcadas por tendencias sociopolíticas y económicas nacionales y mundiales. Dado que ha contribuido a las transformaciones en las estructuras económicas y sociales del mundo, es una respuesta —muchas veces— a las tensiones, las desigualdades y los conflictos globales, y articula diversos territorios y culturas.74 La migración logra transformar las sociedades tanto de origen como de destino a nivel macro y micro social. A nivel macro, se investigan las características de los movimientos migratorios, como su orientación geográfica, la respuesta a la economía mundial o las contradicciones sociales y políticas del desarrollo económico global, mientras que a nivel micro se revelan las prácticas cotidianas, los escenarios locales y las políticas de los Estados.75

Para analizar este fenómeno primero partiremos de una perspectiva contextual de la teoría de la migración como modernización formulada a mediados del siglo xx (con exponentes teóricos como Robert Redfield), siendo esta la misma época en la que el actor principal de esta investigación se desplazó del campo en Yugoslavia a Bogotá, capital de Colombia. Para la teoría de la modernización “Los migrantes eran vistos como tipos progresivos que tendrían un impacto positivo en el desarrollo”.76 La unidad de análisis era el migrante individual que por factores como el género, el estado económico o la edad decidía emigrar. Además, esta teoría se enfocó en la migración del campo a la ciudad como una forma de progreso y abandono del subdesarrollo. La migración europea a América del Sur alcanzó en este periodo una cifra cercana a los dos millones de personas en el contexto de la Guerra Fría. Incluyó países como Venezuela, Brasil, Colombia y otros que se encontraban en vía de desarrollo y recibían migrantes bajo la premisa del progreso. Desde finales de los años cincuenta esta corriente migratoria disminuyó.77

En este periodo, los ministros de asuntos exteriores de los países occidentales consideraban “que el excedente de población de que padecen varios países, es uno de los elementos importantes de las dificultades y del desequilibrio que aquejan al mundo. También creen que la investigación sistemática de las posibilidades de incrementar la movilidad de la población puede contribuir considerablemente a resolver este problema”.78 Por esto, Imre Ferenczi79 postuló el establecimiento de una organización financiera apoyada por las Naciones Unidas para “proporcionar capital a largo plazo y un control económico de las inversiones destinadas al establecimiento de grupos de emigrantes organizados”.80

Los acuerdos de emigración distinguen entre la emigración libre y la asistida, que cuenta con facilitadores especiales como el adelanto de los gastos del viaje y del primer asentamiento, empleo en industria o agricultura, o formación profesional.81 Esta visión dirigista de la migración es característica de las políticas de la posguerra. Después de la Primera Guerra Mundial, y especialmente después de la Segunda, ha habido un abandono de la política inmigratoria desorganizada, la cual se sustituyó por un criterio selectivo y planificado. Se le empezaron a exigir al inmigrante requisitos de capacidad técnica o aptitud profesional; se excluyen individuos por tendencias políticas o incapacidad física, psíquica o moral.82 En un principio se dio preferencia a los agricultores, obreros especializados, científicos, profesores y artistas, y se exigía una capacidad productiva. Así, de 1920 a 1939 la inmigración obedecía a un plan que correspondía con las necesidades étnicas, económicas, sociales y espirituales del país inmigratorio. Para fines del siglo xix y principalmente en el siglo xx “se observa cierto racismo que motivó decisiones políticas migratorias puesto que buscaba quitar la tierra a los indígenas mientras se estimulaba a los inmigrantes europeos a que se asentaran en el país”.83

En la década de los setenta, el discurso político sobre las migraciones internacionales en Latinoamérica manifestó algunos cambios. Surgió un importante movimiento revisionista del cual emergió un amplio grupo de enfoques teóricos sobre las migraciones, como la teoría de la dependencia (1960-1970), incorporada al proyecto de sistema mundo de Immanuel Wallerstein, y la larga duración de Fernand Braudel, que analizan mecanismos para la apropiación del excedente producido en la periferia y la transferencia de este al núcleo.84

Bajo esta perspectiva, la migración no es considerada un conjunto de individuos que se trasladan por elecciones racionales, sino el resultante de las desigualdades socioespaciales. Es decir, las migraciones se enmarcan en la lógica de la dependencia en la que se establecen las relaciones entre los países desarrollados y subdesarrollados, según cual América Latina se encuentra en una posición subordinada como parte de la lógica de expansión del capitalismo.85

Según la teoría de la dependencia, la economía de mercado “mercantiliza” los medios de producción, establece flujos de capital y mercancías, y crea las condiciones ideológicas necesarias que dejan como resultado la existencia de migrantes potenciales.86 El sistema capitalista desplaza a las personas forzándolas a la búsqueda de oportunidades laborales en otros lugares.

Desde la teoría de la migración y la articulación (1970-1980),87 se añade que la fuerza de trabajo es una mercancía que puede ser producida y reproducida fuera del sistema capitalista, pero es incorporada a través de la migración, la cual logra articular modos de producción capitalistas y no capitalistas.88 Además, para esta teoría es central el análisis de la cultura y la ideología desde las percepciones y reacciones de los migrantes y los nativos del lugar de llegada, y cómo estas se transforman con las condiciones económicas cambiantes que afectan los flujos de migración.89 La preocupación por enriquecer, completar y en algunos casos corregir las perspectivas macroscópicas en clave política y económica sobre la migración ha llevado en las últimas décadas a analizar aspectos centrales para entender la migración desde la perspectiva del propio migrante y más allá del corsé metodológico del Estado-nación y las relaciones internacionales entre Estados.90

Para entender la migración se vuelve imprescindible el uso de la historia transnacional en cuanto a que las acciones, perspectivas e identidades de los migrantes a menudo desbordan lo nacional. El transnacionalismo91 se define como “el proceso mediante el cual los transmigrantes, a diferencia de los migrantes tradicionales, construyen y mantienen relaciones sociales, económicas y políticas entre las sociedades de origen y los lugares de asentamiento, creando campos de interacción social”.92 Esta teoría complementa las dos anteriores debido a que no concibe al migrante como un ente pasivo, sino que destaca la importancia del sujeto y su capacidad de respuesta a las condiciones. Además, plantea una relación entre naciones y su existencia transnacional, entre intereses nacionales y agendas transnacionales.93

El transnacionalismo se enfoca en el estudio de los migrantes en tránsito, sus vidas cotidianas y las fuerzas a las que se enfrentan.94 Para esto presenta tres formas de análisis: la transformación de percepción del ­significado de migrante, la transformación institucional y económica que se da por las asociaciones entre países,95 y la “bifocalidad”, que se mide según las narrativas individuales, el sentido de pertenencia individual, los patrones de consumo, las prácticas socioculturales colectivas y la construcción de memorias colectivas. Además, hay dos conceptos claves de la bifocalidad: el “Desh” y el “Bidesh”; el primero quiere decir ‘casa’, lo que hace parte del inmigrante, como su relación con su cultura, y su identidad personal, social y religiosa; el segundo hace referencia al país de acogida, las motivaciones económicas, los derechos humanos o la conveniencia material.96 La transnacionalidad reta la idea de Estado-nación y, por lo tanto, de identidad de los dos países asociados al migrante, el de nacimiento y el de acogida.97

Adicionalmente, desde esta teoría se tienen en cuenta las posiciones de clase que se reconfiguran con la migración. Un emigrante puede en su país natal ser campesino o proletario y en el país de llegada entrar a circuitos de producción distintos como mesero o empleado en líneas de ensamblaje. Estos cambios introducen ritmos y formas de trabajo que contrastan con las condiciones laborales vividas y se ven manifestadas en ingresos y formas de consumo.98

 

Desde el enfoque transnacional no solo se le da importancia a las personas, sino también a los lugares, los bordes, las fronteras, la territorialidad y el ordenamiento del espacio,99 empezando por las empresas multinacionales o las organizaciones no gubernamentales que en cierto grado son producto de esta transnacionalidad, al igual que los acercamientos al estudio de la migración geográficamente, como la historia circunatlántica.100 Bajo este marco de análisis es pertinente incluir el concepto de “frontera internacional”, que es un área donde los intereses, las actividades y las fuerzas de las potencias (grandes y pequeñas) se encuentran, se superponen y entran en conflicto. Así mismo, se observan los “espacios sociales transnacionales”, marcos plurilocales que estructuran las prácticas cotidianas, posiciones sociales, trayectorias, historias de vida e identidades, y existen más allá de las sociedades nacionales.101 Como veremos, para ambos conceptos, Trieste (Italia) —uno de los puntos clave del itinerario experiencial de Imre Mikli— es un ejemplo perfecto.

Al igual que para el enfoque transnacional, la teoría de redes sociales reconoce la importancia de las relaciones sociales que logran tejer los inmigrantes en el lugar de recepción. Las redes de inmigrantes se definen como “conjuntos de lazos interpersonales que conectan migrantes, gente con experiencia migratoria previa, y no migrantes en áreas de origen y de destino a través de lazos familiares, de amistad, o de comunidades de origen común”.102 Las relaciones sociales como la amistad o el paisanaje son un mecanismo que facilita la migración pues proporciona ayudas que abarcan desde la parte económica hasta la psicológica de un individuo.

El concepto de redes sociales está relacionado con el de capital social, “un capital de obligaciones y ‘relaciones’ sociales”.103 Se trata del conjunto de recursos sociales que un individuo o grupo puede aprovechar para verse beneficiado; “La construcción de capital social no parte del establecimiento de vínculos estrechos, sino de la capacidad de los actores para establecer diferentes relaciones fuera de su grupo de pertenencia”;104 este es activado en el marco de las redes sociales.

Ahora bien, según las Naciones Unidas, los inmigrantes se definen como “personas que se quedan fuera de su país de residencia habitual durante al menos un año”.105 Sin embargo, el concepto “migrante” abarca una amplia gama de personas en múltiples situaciones. Una distinción común son los migrantes refugiados que se mudan por razones políticas, económicas o sociales y el carácter forzado de la migración,106 como Imre Mikli y su familia.

La figura de refugiado se definió según la Convención de Refugiados de la onu de 1951107 como “una persona o un grupo de personas que puede demostrar en su caso que tiene un miedo bien fundado de persecución debido a raza, religión, nacionalidad, o pertenecer a cierto grupo social, opinión política, está fuera del país de su nacionalidad y este miedo le impide solicitar protección de ese país”.108 En el mismo periodo Patrick Anthony McCarran agregó que es una persona que “no ha sido reasentado firmemente y quien necesita asistencia urgente para lo esencial de la vida o para el transporte”.109

La perspectiva de Hannah Arendt también es útil para complementar la definición de refugiado, mencionando que una vez los refugiados logran cruzar las fronteras (tengan o no el estatus jurídico) quedan excluidos de la comunidad política receptora.110 Además ocupan un lugar marginal, son seres humanos superfluos ante la sociedad y el Estado. Puede haber distintos tipos de refugiados: se encuentran los refugiados en órbita que van de un lugar a otro sin encontrar nunca un lugar de acogida; los refugiados de facto que no pudieron obtener un estatus según el Convenio de Ginebra de 1951 pero se han quedado en el país receptor; o los refugiados en masa, es decir, un grupo de personas y los desplazados. Arendt señaló que tras la guerra los refugiados europeos, al cambiar constantemente de país, se convirtieron sentimentalmente en apátridas.111 Los refugiados y los apátridas representan una nueva manera de ser/estar en el mundo, ambos son productos de estragos causados por un periodo belicista que sacudió a Europa, ambos se encontraban segregados de la comunidad política.

La figura de refugiado tuvo mayor surgimiento durante el desarrollo de los conflictos bélicos en los Estados-naciones modernos.112 La definición legal de refugiado supone la existencia de una comunidad nacional territorialmente limitada113 en un Estado-nación como modelo identitario que reserva su pertenencia a quienes cumplen determinadas condiciones. Desde esta perspectiva, el refugiado queda fuera del orden social y es precisamente este el que empieza a poner en evidencia las contradicciones de la construcción del Estado-nación moderno. Además, los refugiados fueron vistos por los Aliados como sujetos peligrosos y a su vez como “oportunidades” de ejemplo de vida anticomunista desde el punto de vista político.

Después de la Segunda Guerra Mundial las potencias negociaron filiaciones con países de influencia soviética, y también crearon temporal o permanentemente algunos Estados híbridos donde confinaron muchos pueblos cultural, política y socialmente diferentes, como es el caso de Trieste y sus campos de refugiados, en los que estuvo Imre Mikli. De esta manera, el Estatuto de los Refugiados no solo surgió de un contexto bélico, sino que también obedeció a una respuesta político-instrumental de reorganización geopolítica.114 No obstante, “el refugiado” es concebido durante la Guerra Fría como un problema (sintomático y continuo) que requiere protección y asistencia.115

La Guerra Fría, el Estado y las clases sociales en América Latina

El análisis estructural se ha centrado en procesos históricos como los que marcaron la segunda mitad del siglo xx y la historia global a través de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) tuvo como uno de sus motores la necesidad de los Estados capitalistas de dominar la economía mundial a favor de la acumulación de capital en una potencia hegemónica por medio de inversiones de capital, acuerdos comerciales, reglamentaciones monetarias y hegemonía política.116 Por tanto, la Segunda Guerra Mundial es la historia de una contradicción fundamental entre los intereses regionales (nacionales) de la burguesía, y la internacionalización y socialización del proceso productivo.117

Aunque el momento concreto del inicio de la Guerra Fría es todavía una cuestión a debate,118 para nuestros propósitos es útil una periodización en dos etapas: la primera corresponde al control político y militar que asumió cada potencia sobre la zona que le correspondía según las conferencias de Moscú, Quebec y Yalta; la segunda, y en la que se encuadra este libro, ocurre cuando el imperialismo estadounidense decidió no mantener a Alemania, Japón e Italia en postración económica e inició el denominado Plan Marshall. Este fenómeno histórico siguió un patrón de bipolaridad que dominó hasta la caída de la Unión Soviética: “el enfrentamiento constante de las dos superpotencias surgidas de la segunda guerra mundial”.119 Este enfrentamiento fue ideológico y geopolítico, pero nunca fue directo. La singularidad de la Guerra Fría es que objetivamente no había ningún peligro inminente, pero era constante la retórica apocalíptica de ambos bandos (sobre todo de Estados Unidos) y de las mismas generaciones que crecieron bajo la amenaza de un conflicto nuclear que podía estallar en cualquier momento, lo cual hizo que se aceptaran los repartimientos del mundo —que suponía un equilibrio en los poderes, desigual pero mundial—. La Unión Soviética ejercía influencia sobre la zona ocupada por el Ejército Rojo, sin intentar siquiera extender su esfera de influencia más allá. Estados Unidos controlaba el resto del mundo capitalista, asumiendo los retos de la vieja hegemonía imperial de las antiguas potencias coloniales.120

Para comprender las dimensiones geográficas de este conflicto, la zona de Trieste en Italia sirve de epítome del desarrollo de la Guerra Fría debido a que fue un territorio tomado por los Aliados (Gran Bretaña y Estados Unidos) que estuvo en disputa con Yugoslavia y en tensión con la Unión Soviética. No obstante, el impacto de la Guerra Fría no se limita a Europa ya que en el tercer mundo ocurría una “larga guerra”. Este periodo fue una era volátil para los países en vía de desarrollo, “las luchas Este-Oeste se mezclaron con políticas locales inestables para promover la polarización y el derramamiento de sangre”.121 Es por esto que en el sur de América se puede decir que prevaleció la violencia y el conflicto.

En América Latina la intervención extranjera y la lucha diplomática interamericana dominaron las relaciones externas, lo cual estuvo acompañado de la polarización ideológica, los rápidos cambios entre dictaduras y democracias, y la aguda violencia interna. El conflicto en Latinoamérica fue desplegado en múltiples niveles, y en la Guerra Fría al hemisferio le correspondía servir como zona de influencia norteamericana y batallar contra el comunismo internacional.122

América Latina no fue un ente pasivo ante la influencia estadounidense. Durante el periodo entreguerras, muchos países latinoamericanos se volcaron hacia adentro, confiando en la industrialización por sustitución a las importaciones —isi—, manera en la que se pretendía reducir su vulnerabilidad ante el comercio mundial. Esta política tuvo ramificaciones sociales importantes: en 1930 las tres cuartas partes de la fuerza laboral latinoamericana trabajaba en agricultura; dos décadas más tarde, se había desplazado hacia la industria y las ciudades, solo con el 53 % de trabajadores restantes en agricultura.123 Aunque el modelo isi no se completó satisfactoriamente, se logró el traslado parcial de los recursos humanos de América Latina al sector industrial y se promovió el surgimiento de una clase trabajadora más concentrada.

La Guerra Fría trajo consigo a América Latina el aumento de la polarización ideológica, debilitó el frente popular y condujo a una ola de legislación conservadora anticomunista en países que recientemente habían sido gobernados por una coalición socialdemócrata. También provocó oleadas de migración de países que se encontraban bajo el régimen soviético, como Europa del Este. Estas migraciones preocupaban a los Aliados occidentales (sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia) pues debían hacer un plan de acción para reubicar estas personas; así, América Latina fue escogida por Estados Unidos como un lugar propicio para ser habitado por los migrantes. Este plan confluía con los objetivos de los Estados latinoamericanos, especialmente Colombia, que buscaban el progreso y el desarrollo siguiendo el modelo europeo. La Guerra Fría será abordada en esta investigación a partir de los actores (migrantes) provenientes de Europa hacia América Latina y de lugares interculturales y coyunturales como Trieste y Colombia.

Sistema-mundo moderno, Estado aparente e identidad de clase

Espacialmente esta investigación tiene un punto de vista relacional, ya que sostiene que la historia de la modernidad debe abarcar otros países y no solo tener en cuenta una visión europea y estática.124 La relación entre Latinoamérica y Europa se enmarca dentro del sistema-mundo moderno, que tiene sus raíces en el “descubrimiento” del nuevo continente, e instauró una jerarquía interestatal que definió lugares desiguales para las sociedades, siendo las europeas las que se ubican en la cúspide de la pirámide.125

Si bien el sistema-mundo se localizó principalmente en Europa y América Latina, luego se expandió mundialmente hasta lograr ser una economía-mundo126 que opera de manera desigual para transferir capital acumulado desde regiones políticamente débiles hacia regiones políticamente fuertes. Los Estados fuertes protegen los cuasimonopolios de los procesos centrales, y los Estados débiles se ven forzados a aceptar su destino como proveedores de materias primas y mano de obra127 —el caso de Colombia—.128

Los Estados son instituciones de la modernidad que operan bajo la fórmula “Estado = sociedad política + sociedad civil, vale decir hegemonía revestida de coerción”.129 El Estado es un instrumento de clase: “las instituciones del estado capitalista están organizadas para los fines de la libre competencia no basta cambiar el personal para orientar en otro sentido su actividad”.130 En América Latina el Estado ha sido catalogado por René Zavaleta como un Estado aparente, es decir que no está cohesionado con la sociedad civil y tiene las mismas instituciones que “Estados no aparentes”, pero en realidad su capacidad de soberanía y de imponer un tiempo social131 es débil. El Estado aparente no ha consolidado la separación entre Estado y sociedad y por esto actúa como una parte de la sociedad civil, y dependiendo de la realidad concreta, se invaden mutuamente.132

 

Así mismo, hay órganos centrales del Estado, como las escuelas, los partidos o la Iglesia, que pueden actuar como unidades organizativas no estáticas del Estado: “La función de la institución de socialización es la de transformar valores en normas y en roles que, a su vez, estructuran la personalidad de los individuos; debe institucionalizar los valores”.133 Imre y su familia experimentaron la vida en el Estado aparente colombiano, carente de soberanía, frente al cual manifestaron en muchas ocasiones que se trataba del pilar de un país desorganizado. A esto se le suma que su experiencia fue traumática al enfrentarse a estas instituciones del Estado colombiano, sobre todo porque pertenecían a una clase social trabajadora y precaria.

Por otro lado, el concepto formación social (Gesell­schaftformation) es útil para “esclarecer los hechos del desarrollo social”134 en los que se integra la estructura y su historicidad dinámica. Según Marx, este término ayuda a comprender la clasificación del proceso de la reproducción material de la sociedad: “En los estudios históricos, el referido concepto, en el sentido de la ‘formación’, posee una relación orientada al sujeto y al proceso”.135

Las clases sociales en un país desigual como Colombia afectan directamente la cotidianidad de los sujetos. Estas pueden ser definidas desde el modo de producción,136 la formación social137 y la coyuntura.138 Además, según Mauricio Archila, la clase obrera “es un resultado histórico al que llegan los trabajadores asalariados cuando las condiciones económicas y políticas y el proceso cultural de identificación lo permite”.139 La sensación de pertenencia a la clase obrera es resultado de la identificación como conglomerado social que dota de sentido a quienes comparten condiciones de explotación similares. Imre se reconocía totalmente como miembro de la clase obrera, y tenía un capital cultural sobresaliente para encontrar varias críticas al modelo económico colombiano comparándolo con el yugoslavo.

A esta definición de la conciencia de clase François Dubet añade la manifestación desde los sentimientos de distancia social y solidaridad.140 Además, menciona que el trabajo no solo es un bien económico en venta, sino que también es un valor y una antropología que apela a la dignidad y la autonomía para construir la definición de los sujetos y las utopías alternativas,141 que responden a la división del trabajo moderno donde se crean clases que dividen la sociedad.

En las sociedades industriales, las clases sociales aparecen en todos los registros de la acción como conjuntos colectivos que aseguran la integración. Sin embargo, hacer parte o no de algo no es una elección del sujeto, sino que es el resultado de un recorrido individual y de una mutación colectiva cristalizada en un desafío para la personalidad.142 Es decir, los gustos, las posiciones y los intereses, incluso las experiencias y aspiraciones programadas del individuo (que definen los comportamientos y las identidades), son heredados de una sociedad que tiene una lengua, cultura y esquemas corporales que “se han hecho suyos sin ser, sin embargo, obra suya”.143 Esto quiere decir que el sujeto es independiente pero no autónomo, ya que es a través de relaciones conflictivas negociadas que se define la independencia y no en la individualidad —entendiendo estas relaciones en términos de juego—.

Según Dubet, el actor se relaciona con el sistema y con los demás individuos en situaciones de competencia y juego, con reglas determinadas, obligaciones y situaciones de mantenimiento o transformación de dichas reglas. Además, la forma de concebir la relación con los demás está definida por medio de tres lógicas de acción. La acción es una orientación subjetiva y una relación social, “la acción es la faz subjetiva del sistema”,144 en otras palabras, las experiencias sociales son combinaciones subjetivas de elementos objetivos.

Un actor puede combinar diversas lógicas de acción sirviendo como un “entre dos” o como intermediario. Las lógicas de acción resultan de la yuxtaposición de tres sistemas: primero, el sistema de integración, en el que el individuo en comunidad define sus pertenencias; segundo, el sistema de estrategia, en el que el actor pretende realizar sus intereses en una sociedad concebida como mercado; tercero, el sistema cultural y los procesos de subjetivación, donde surge un sujeto crítico y reflexivo.

La experiencia es la combinación de lógicas de acción, las cuales vinculan al actor a las dimensiones del sistema. La experiencia social refiere a la regulación cotidiana de los actores, donde las conductas sociales no son reductibles a las aplicaciones de códigos interiorizados o elecciones estratégicas, haciendo de las acciones decisiones racionales. Las conductas están organizadas por principios estables y heterogéneos, lo cual permite hablar de la experiencia como una combinación de lógicas de acción.

Experiencia, identidad, memoria y autobiografía

La experiencia es un concepto principal en esta investigación que permite construir significado histórico a partir de las percepciones e imágenes expresadas por el inmigrante en su recorrido vital, al igual que sus formas y contenidos cambiantes a lo largo de su itinerario. En un principio, se puede hablar de la experiencia de la inmigración como un marco general de la vivencia de Imre y su llegada a Colombia, pero también se puede pensar la experiencia de Américo determinada por su oficio como obrero en Bogotá, e incluso se pueden relacionar los últimos dos capítulos de su autobiografía con una experiencia urbana en esta ciudad.

La experiencia es imperfecta, pero es indispensable para pensar la respuesta mental y emocional de una persona, de un grupo social o de acontecimientos relacionados entre sí. Según Thompson, la experiencia está articulada al concepto de formación de clase:

Por clase, entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto por lo que se refiere a la materia prima de la experiencia, como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una “estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino como algo que tiene lugar de hecho en las relaciones humanas.145

La clase cobra existencia cuando algunos sujetos con experiencias comunes sienten y articulan la identidad de sus intereses comunes a ellos mismos con respecto a otros opuestos: “La clase la definen los hombres mientras viven su propia historia y, al fin y al cabo, esta es su única definición”.146

Así, la conciencia de clase es la forma de expresión de las experiencias en términos culturales materializadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Pero mientras la experiencia es algo determinado, la conciencia de clase no lo es. Es decir, los sujetos pueden tener experiencias similares pero no se puede generar con respecto a esto una ley general de conciencia de clase.147 Ahora bien, la experiencia común puede analizarse desde tres niveles: la experiencia de explotación, de lucha y de política. La primera permite abordar el concepto de manera más objetiva; son las experiencias que surgen de los espacios laborales que influyen en los modos de vida de los trabajadores. La experiencia de lucha permite incorporar conflictos en la formación de la clase, donde se identifican tensiones explícitas. La experiencia política incorpora las tradiciones en las que se desarrollan esas experiencias.