Roja esfera ardiente

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Prólogo

El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y el enemigo no ha cesado de vencer.

Walter Benjamin, Tesis de filosofía de la historia

Cualquiera que haya leído La hidra de la revolución, el magnífico libro de 2000 escrito en colaboración por Peter Linebaugh y Marcus Rediker, estará algo familiarizado con el relato principal contado en Roja esfera ardiente, el de Edward «Ned» Despard y su compañera Catherine, o «Kate». Como se contaba muy brevemente en el último capítulo de ese libro, la historia es la del hijo de una familia menor de terratenientes anglo-irlandeses, que a finales del siglo XVIII sirvió como ingeniero en el ejército británico, principalmente en el Caribe y Centroamérica, y acabó siendo administrador en Honduras y Belice. Allí conoció a Catherine, una criolla con la que se casó y regresó a Londres, después de que los intereses de plantación y madereros lo expulsaran por defender los derechos de lo común. En Londres, fue encarcelado, primero por deudas y finalmente por sus actividades revolucionarias, y lo ejecutaron en 1803 por conspirar para asesinar al rey. Durante este tiempo, Ca­therine se convirtió en una incansable reformadora del sistema carcelario, aunque se ha documentado mucho menos sobre su vida anterior y posterior a su asociación con Despard.

Como sugiere el subtítulo, el presente libro es aún menos una biografía en el sentido habitual del término de lo que lo era el capítulo anterior. El relato de Despard se mantiene, por el contrario, como un solo nudo, aunque organizador, en una extraordinaria red de relatos que, unidos, no solo cuentan la historia de una vida sino también la historia de un episodio crucial en la larga lucha entre los supresores y los defensores de lo común. Esta historia de lo común y su lucha por sobrevivir a las depredaciones del capital y el imperio es, desde hace unas décadas, la principal preocupación de Linebaugh, que la ha contado en varios libros y artículos que no solo incluyen La hidra de la revolución sino también The London Hanged (1991), Magna Carta Manifesto (2008) y una serie de artículos y panfletos más breves. Roja esfera ardiente es la culminación de lo que ahora constituye un corpus de trabajo considerable y respetado, tanto por el contenido como, especialmente, por su forma realmente innovadora. Como trabajo es sui generis y solo Peter Linebaugh podría haberlo escrito.

Los lectores de sus trabajos anteriores reconocerán aquí la notable capacidad de Linebaugh como historiador, que continuamente descifra en los archivos oficiales de la policía, o del Almirantazgo, o en los registros de compraventa de propiedades e inmuebles, los relatos de aquellos a quienes dichos archivos pretendían silenciar. Linebaugh es también conocido por su gran capacidad para hilar relatos a partir de esos archivos reticentes y con lagunas. El hilado exige recoger numerosas fibras, en ocasiones de procedencias o tintes muy distintos, para reunir en un hilo complejo los materiales que compondrán su peculiar textura y le darán el tacto que ofrece entre índice y pulgar. De igual modo, el buen narrador –como el seanchaí irlandés invocado en los capítulos sobre la niñez de Despard, en el entonces conocido como condado de Queen’s– se mueve mediante la digresión y la aparente falta de dirección, a menudo desafiando al oyente a descifrar cómo encaja todo hasta que, tal vez después de horas, las múltiples hebras se unen en un tejido fantástico. Este no es, por supuesto, el método usado por la historiografía habitual, que prefiere la claridad en apariencia mayor de la narrativa lineal, la concatenación de causa y efecto, la distinción de acontecimientos y personajes principales y menores, o el progreso triunfal de las formas del Estado y de la sociedad civil.

Al lector que busque dicha narrativa lineal tal vez le asombre (aunque nunca le decepcionará) el enfoque tan distinto de los acontecimientos, y de los personajes históricos que los vivieron, adoptado por Linebaugh en Roja esfera ardiente. El libro es una obra complejamente articulada que reúne los hallazgos de muchas décadas de investigación y los une en un tejido móvil y constantemente cambiante. Desde su primera obra, The London Hanged, Linebaugh se ha mostrado crítico con un enfoque de los estudios históricos basado en la nación, con su propensión a aislar la narrativa y la aparición de países concretos, y ha practicado, por el contrario, la «historia desde abajo», siguiendo la tradición del historiador radical inglés de la clase obrera y su «economía moral», E. P. Thompson. Su obra, en este sentido, ha crecido gracias a su aguda comprensión para captar la circulación de las ideas radicales tanto entre un proletariado internacional como a través de los contactos de este con las sociedades indígenas, que todavía no estaban plenamente incorporadas a un capitalismo colonial en rápido crecimiento. A este respecto, Linebaugh ha sido precursor de los Estudios Atlánticos, y este libro amplía de manera brillante no solo la historiografía en ese campo sino también sus posibilidades imaginativas. Documenta la circulación de personas, de cosas y de ideas por el mundo atlántico mientras el capitalismo se dedicaba a cercar lo común, a expropiar a los pueblos nativos, a comerciar con la esclavitud, y a explotar y apresar a los pobres.

A Linebaugh le corresponde el logro de encontrar una forma de presentar de qué maneras las personas que se han dedicado a luchas dispersas contra su desposesión y desplazamiento, contra la aniquilación de sus modos de vida y sus medios de supervivencia, han forjado conexiones entre sí, momentáneas o duraderas, en su simple circulación que ha seguido el capitalismo por las rutas constantemente cambiantes y divergentes. El capitalismo no fue solo la forja feroz, la «roja esfera ardiente», en la que los trabajadores eran coaccionados y explotados, las minas y los bosques eran saqueados para obtener combustible y materiales, o los pueblos indígenas eran asesinados y desposeídos. Creó de manera simultánea las condiciones y la necesidad de contraculturas de resistencia, cuyas ideologías podrían ser tan dispares como dispersos estaban sus activistas, pero que se unieron en torno a la exigencia obstinada y perenne de modelar las condiciones para la vida en común, en lugar del impulso violento del capitalismo al cercamiento y el monopolio. Como muestra Linebaugh, las formas de dicha vida en común, culturales y materiales, eran tan variadas como las múltiples historias y ecologías que una vida humana y natural variada pudiera sostener. Incluso mientras el capitalismo y el imperio pretendían atraer los recursos del mundo a sus furiosas órbitas que todo lo consumen, la resistencia a ellos seguía siendo –y en esto radicaba su peligro y su ventaja– descentralizada y múltiple, una «hidra de múltiples cabezas». Diverso en sus formas y en ocasiones efímero en sus manifestaciones insurgentes, lo que Linebaugh resume como lo «común» [the commons] tenía y sigue teniendo una existencia material real que, aun amenazada, apuntala un repertorio vital de posibilidades e imaginaciones alternativas, cuyos potenciales todavía no se han agotado.

La notable amplitud y variedad de la erudición histórica de Linebaugh es equiparable a la rica diversidad de las formas de vida que él reúne en Roja esfera ardiente. La abundancia de dichas formas solo puede esbozarse mediante una lista selectiva de las cuestiones que aborda en la brillante red de su relato: las luchas agrarias irlandesas y el levantamiento de 1798; el ciclo vital de la anguila; la revolución haitiana; la historia del gorro frigio de la libertad y su relación con las monedas y medallas revolucionarias; la cultura y los valores sociales de los nativos americanos; las técnicas de ingeniería militar; la cultura de las mercancías, desde el azúcar a la caoba, en el mundo atlántico; la historia de las cárceles y las ejecuciones en Reino Unido y en Estados Unidos; la niebla tóxica; William Blake y el romanticismo británico… la lista podrá extenderse indefinidamente. Pero no es una reunión arbitraria de hechos fascinantes, al igual que tampoco se limita a aportar una hermosa biografía de una sola mercancía. Por el contrario, tanto la diversa gama de temas como su organización formal representan una solución impresionante a la dificultad planteada al intentar contar la historia de un capitalismo en el que cosas, personas e ideas se arremolinan y separan, y en la que la historia vital de cualquier individuo o comunidad se ve necesariamente impactada por el intrincado tejido de encuentros y vectores de cambio que –acelerando en las rápidas fuerzas de cambio que notoriamente engendra el capitalismo– determinan sus movimientos, asociaciones e ideas. Linebaugh los llama «vectores de transmisión», y lleva ya varias décadas documentándolos. Podrían incluir el servicio colonial de los administradores más conocidos por sus innovaciones internas, como Patrick Colquhoun, fundador de la policía de Londres, o el trasfondo de radicales como el gran Thomas Spence, cuya madre procedía de Orkneys. Pero encajarían también la circulación de ideas radicales en conversaciones bajo cubierta en los barcos, o dentro de los terrenos tan multiculturales del patio de una prisión, que ya poblaban algunos de los «ovillos» que Linebaugh y Rediker reunieron en La hidra de la revolución.

A ese respecto, Roja esfera ardiente representa una culminación del trabajo de Linebaugh hasta la fecha, precisamente al ofrecer la solución formal que él da a los problemas planteados por esta «historia desde abajo». Necesariamente no dedicada a los grandes acontecimientos y a los «grandes hombres», sino a los rastros borrosos de los silenciados, y dedicada a interpretarlos de manera contraria a la establecida, dicha obra no puede contar el tipo de relatos continuos que la historia y la biografía narrativas intentan relacionar. La aportación de Linebaugh a la historiografía radical es ejemplar, al insistir en ciertas estrategias contradisciplinarias, como la importancia de la especulación, en ausencia de archivos, para el historiador desde debajo; o la necesidad de proyectar una «luz satánica» sobre las fuentes, de modo que «a través de ellas brille un destello de lo común» El libro se divide, en consecuencia, en una serie de episodios que dispersan las vidas de sus dos protagonistas entre la red de conocidos y asociados. Pero no es solo un disyuntivo y episódico capítulo a capítulo. Dentro de cada episodio, Linebaugh establece un principio de digresión que vincula de maneras a menudo muy sorprendentes, y a menudo a través de la coincidencia histórica y una buena pizca de la especulación necesaria para establecer puentes sobre los archivos fragmentarios o perdidos, un elenco de personajes radicales e indígenas, que o bien se conocieron entre sí o podría imaginarse que se hubieran cruzado en el mundo atlántico. A veces, esto es cuestión de reunir la densidad histórica de una localización, ya sea el vecindario rural de Despard en el condado de Queen’s (que resulta haber sido un inesperado fermento de ideas y conexiones, desde el folclore al radicalismo de los Irlandeses Unidos) o la costa de los indios miskitos en Centroamérica. Pero es también cuestión de seguir las dislocaciones que personas, cosas e ideas experimentan por igual en las esferas circulantes de una economía capitalista. Esta última desplaza y reúne gente, a menudo en lo que Angela Davies llamó en una ocasión «coaliciones inesperadas», y proporciona los medios para distribuir ideas. Dichas ideas no solo circulan en forma de escritos sino también por medio de recursos simbólicos, ya sean folclóricos o mercantilizados. Estos a su vez son objeto de un cambio de funciones por parte de las diferentes comunidades que preservan a través de ellos la memoria y los valores de lo común.

 

A este respecto, Linebaugh parece emular tanto el modo digresivo de las obras literarias del periodo de las que es más devoto, desde Laurence Stern hasta Thomas De Quincey, como la manera de los cuentistas irlandeses, a los que invoca en la región natal de Despard. Sin duda a él esta analogía le parecería un cumplido. Las cualidades formales de la obra plantean, sin embargo, una dificultad potencial al lector: es fácil perder de vista el relato de los Despard, ensimismándose en el intrincado patrón de otros cuentos. Pero, como el oyente ansioso del seanchaí o del cuentista nativo americano, son los lectores los que deben suspender su impaciencia, encontrar una forma de avanzar por el hilo, y demorarse en las perspectivas cambiantes y los relatos entrelazados –animales, vegetales y minerales, además de humanos– que Linebaugh orquesta. Como él nos recuerda, «estos relatos, de naciones de cuentistas, eran un modo de sacarle sentido a las derrotas históricas». Pero la forma en la que Linebaugh, aprendiendo de ellos, cuenta dichos relatos es también el medio de volver a narrar las posibilidades que sobreviven a la derrota histórica: esta, descubrimos en Roja esfera ardiente, nunca es absoluta, nunca es el fin de la historia. Por el contrario, el relato continuo de la destrucción, en un lugar u otro, de alguna alternativa indígena real al capitalismo, o de alguna iniciativa revolucionaria que intentó derrocarlo, está contrapuesto siempre por la emergencia en otra parte, a partir de reuniones fugitivas de pobres y desplazados, de nuevos imaginarios en los que la promesa de lo común saqueado se renueva.

Estas son lecciones de las que no podemos y nunca deberíamos prescindir. En las primeras décadas de otro siglo, los nuevos modos de cercamiento y robo que reciben el nombre de neoliberalismo tienen como objetivo privarnos nuevamente de todo aquello que las múltiples luchas sociales han conseguido conservar de lo común, en forma de bienes públicos. Ante esta nueva oleada de expropiación, se nos presenta, con una urgencia peculiar, la cuestión de cómo podemos imaginar y modelar, en consonancia con las tradiciones de los oprimidos, nuevas prácticas de vida en común. En el relato de Peter Linebaugh sobre los defensores de lo común de antaño y la imaginación por parte de dichos defensores de alternativas a la pesadilla todavía emergente y desnudamente brutal del capitalismo global, podemos encontrar los recordatorios indispensables de que, a pesar del «aura de inevitabilidad» que acompañó al desarrollo del neoliberalismo, las posibilidades conocidas o imaginadas en el pasado no se pierden para la historia. A nosotros nos corresponde avivar la chispa que con tanto cariño ha encendido Linebaugh.

David Lloyd

Los Angeles, 2018

Introducción

Los fenómenos mundiales de resistencia a los cercamientos han sido liderados por los zapatistas en México (1994); los movimientos contra la globalización de la propiedad intelectual en la «batalla de Seattle» (1999); las mujeres de Vía Campesina contra la incautación corporativa del germoplasma planetario; los chabolistas, desde Durban a Ciudad del Cabo; las mujeres del delta del Níger que protestan desnudas contra los vertidos de petróleo; los pueblos indígenas de los Andes contra quienes se hacen con el agua; los conservadores de semillas de Bangladesh; los ecologistas del Himalaya; el movimiento de «círculos y cuadrados» en los cientos de Occupys municipales (2011); y los miles de protectores del agua de Standing Rock (2017). Inspiradas por estos fenómenos, las revisiones del significado de «lo común» y su relación con el comunismo, el socialismo, el anarquismo y el utopismo han pasado a formar parte del discurso mundial contra el esfuerzo por eliminarlo o cercarlo. En general, esta historia tiene doscientos años.

En 1793, William Blake, el artista, poeta y profeta londinense, llegó a la conclusión de que cercamiento = muerte. Dos de sus contemporáneos decidieron hacer algo al respecto. Este libro cuenta una historia de amor entre un irlandés y una afroamericana, Ned y Kate, dos revolucionarios que ansiaban otro mundo e intentaron hacerlo realidad. El amor mutuo que sentían y su nostalgia por lo común nos señalan un mundo y un corazón nuevos.

He aquí lo que escribió Blake:

Me dijeron que tenía cinco sentidos para encerrarme,

y encerraron mi cerebro infinito en un estrecho círculo,

y hundieron mi corazón en el abismo, una roja esfera ardiente,

hasta que de toda vida fui anulada y borrada[1].

Blake tenía el poder profético de imaginar un mundo y un corazón distintos. Esa única expresión, «una roja esfera ardiente», podría hacer referencia a la guerra entre Inglaterra y Francia, o a la lucha de los esclavos africanos por la libertad, o a los fuegos que permitían obtener vapor para los nuevos motores de su tiempo –guerra, revolución y trabajo– pero es incluso más profunda que eso. Hace referencia al planeta en sí. La geología de Blake anticipa el Antropoceno planetario, la «roja esfera ardiente». En cuanto a los cinco sentidos que encierran su corazón y su cerebro, hacen referencia a la filosofía dominante en aquel momento –laica, empírica, utilitaria– y a la economía política resultante. ¿De qué otro modo podría obtenerse el conocimiento?

Edward Marcus Despard y Catherine Despard eran camaradas que pretendían cambiar el mundo de los cercamientos y la explotación. Por sus esfuerzos, a él lo ahorcaron y decapitaron en febrero de 1803 en Inglaterra, mientras que ella huyó a Irlanda. De niño, al coronel Edward Marcus Despard, el imperialista anglo-irlandés que se convirtió en combatiente por la libertad irlandesa, lo llamaban Ned[2]. Puesto que estoy escribiendo una especie de historia de familia, lo llamaré Ned para hacerlo más familiar. A su esposa, Catherine, la «pobre negra que se llamaba su esposa», la trataré con la misma familiaridad. En consecuencia, será Kate.

La evolución general de su historia coincide con las tres partes de este libro. Comienza con mi búsqueda de Ned y Kate, y de lo común («La búsqueda»), que a su vez me llevó a lo que el poeta William Blake llamaba las «Montañas Atlánticas». Las experiencias americanas allende y bajo los mares se describen en la segunda parte de este libro. Cuando volvieron del Caribe a Inglaterra, en el año 1790, la Revolución francesa ya había empezado y los símbolos de lo común –liberté, égalité y fraternité– habían incendiado la época, el segundo significado para la «roja esfera ardiente». La tercera parte de este libro, «Amor y lucha», muestra cómo se expresó el amor mutuo de Ned y Kate, a través de la resistencia al lema de «Rey, Dios y Propiedad» utilizado en Inglaterra para justificar las guerras contra la igualdad y las guerras de conquista imperial.

La guerra entre Francia e Inglaterra comenzó en 1793 y no concluyó hasta 1815. Hay una historia de posibles repúblicas –Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, Haití y Estados Unidos– pero ninguna alcanzó la igualdad o una noción real de república. Francia se convirtió en un imperio gobernado por Napoleón. Inglaterra se convirtió en un imperio denominado Reino Unido. Una isla (Irlanda) dejó de tener un gobierno independiente, mientras empezaba a surgir de hecho la independencia de otra (Haití). Estados Unidos se consolidó, con las elecciones de Jefferson (1800), como un régimen de propietarios colonos blancos, y triplicó con creces su tamaño con la compra de Luisiana (1803).

El continente norteamericano fue dividido, medido en cuadrículas y vendido[3]. En Inglaterra, miles de leyes de cercamiento parlamentarias vallaron el país, parroquia civil a parroquia civil. Estados Unidos (1789) y Reino Unido (1801) eran nuevas entidades políticas dedicadas a cercar lo común. Ambas se entrelazaron profundamente a medida que la producción de plantación pasaba del azúcar caribeño al algodón continental, destruyendo la producción algodonera en India y en el Imperio otomano. Las importaciones de algodón crecieron de 32 millones de libras esterlinas en 1798 a 60,5 millones en 1802, mientras que el valor de las manufacturas inglesas exportadas subió de 2 millones de libras en 1792 a 7,8 millones en 1801[4]. En 1801, se adoptó el telar de vapor de Edmund Cartwright. En 1793, estaba en funcionamiento la desmotadora de Eli Whitney, y en 1800, la producción de algodón se había triplicado. Fue la máquina, en especial el motor de vapor y la desmotadora de algodón, la que conectó económicamente las otras dos estructuras, los cercamientos y la esclavitud. El barco las conectó geográficamente[5].

El cercamiento hace referencia a la tierra, donde trabajaba la mayor parte de la población. El cercamiento de aquella significaba una pérdida para esta. Al no poder subsistir ya de la tierra, las personas quedaron desposeídas, y de una manera dolorosa y literal se volvieron desarraigadas. Arnold Toynbee, creador de la expresión «revolución industrial», mostró en las conferencias pronunciadas en 1888 que estuvo precedida por los cercamientos de lo común. Karl Marx entendió este fenómeno y lo convirtió en el tema del origen del capitalismo.

Además de la tierra, los cercamientos pueden hacer referencia a la mano. Artesanías y manufacturas quedaron cercadas en fábricas, donde la entrada y la salida se vigilaban de manera muy estricta, y mujeres y niños sustituyeron a los hombres adultos. Aliado del cercamiento en la fábrica fue el cercamiento del castigo en la cárcel o penitenciaría.

Además de la tierra, la mano y la cárcel, el cercamiento puede hacer referencia al mar. Quienes hayan leído The Slave Ship de Marcus Rediker o estén familiarizados con el infame «pasaje del medio» por haber leído a algunos de los primeros abolicionistas, como Olaudah Equiano o Thomas Clarkson, o por haber visitado los museos de Detroit, Washington, Liverpool o Elmina dedicados a la experiencia afroamericana, se verán de inmediato abrumados por el hedor, la crueldad, la claustrofobia y el intento de deshumanización dentro de «los muros de madera».

Para Marx, el «pecado original» del capitalismo estaba escrito «con letras de sangre y fuego». Las viviendas de Armagh, los cuartos de los esclavos en las plantaciones caribeñas, las casas largas de los iroqueses, la cárcel gigantesca de Newgate y el molino de Albion en Londres fueron incendiados. El carbón sustituyó a la madera como combustible para el fuego, el fuego ardía para producir vapor, y las máquinas de vapor provocaron la ruina de todo un modo de vida. Esto ocurrió durante la guerra, cuando el suelo de Europa quedó empapado de sangre, y la sangre de los cuerpos encadenados de los esclavos tiñó de carmesí el Atlántico. Ni la sangre ha dejado de fluir ni el fuego de arder, roja esfera ardiente.

 

Hubo de hecho un año de paz en el que las armas de fuego se silenciaron, durante la Paz de Amiens, entre 1802 y 1803. Fue decisivo para el intento revolucionario de Despard. Napoleón consolidó su dictadura, uniendo Iglesia y Estado. Jacques-Louis David pintó en 1802 al primer cónsul, que pronto se convertiría en emperador, cruzando los Alpes ataviado con una ondeante capa de color escarlata perfilada en oro y montado en un corcel blanco piafante. Era la imagen del imperio expresando su pomposa grandiosidad de dominación. (¡En realidad, cruzó a lomos de una mula!) El mismo año, mientras Despard y sus cuarenta compañeros de la taberna Oakley Arms estaban detenidos, Beethoven publicó la Sonata claro de luna, una fantasía para piano cuyos arpegios, al principio soñadores y después tempestuosos, transmiten a la perfección el espíritu de esperanza y lucha.

El de lo común es un término ómnibus que comporta mucha carga y abarca mucho territorio. Lo común hace referencia a una idea y a una práctica. Como idea general, lo común significa igualdad de condiciones económicas. Como práctica concreta, hace referencia a formas de trabajo colectivo y distribución comunal. El término sugiere alternativas al patriarcado, a la propiedad privada, al capitalismo y a la competencia. Elinor Ostrom, Maria Mies, Veronika Bennholdt-Thomsen, Naomi Klein, Silvia Federici, Silke Helfrich, Leigh Brownhill, Rebecca Solnit, Vandana Shiva y J. M. Neeson son destacadas estudiosas que han escrito sobre lo común[6]. No es que los hombres se hayan olvidado del tema. Gustavo Esteva, George Caffentzis, Michael Hardt, Antonio Negri, David Graeber, Lewis Hyde, David Bollier, Raj Patel, Herbert Reid, Betsy Taylor, Michael Watts, Iain Boal, Janferie Stone y Massimo De Angelis han contribuido al debate planetario[7]. Históricamente, lo común ha sido mejor aliado para las mujeres (y los niños) que la fábrica, la mina o la plantación. Este libro trata de lo común, cuyos significados emergen gradualmente a través de la historia aquí renarrada. Los siguientes resúmenes pueden ayudar a entenderlo. Las tres partes de este libro se dividen en diez secciones.

1. El amor es el comienzo de lo común, y la razón por la que murió este renegado anglo-irlandés fue «la raza humana», en las palabras que Ned y Kate compusieron juntos y Ned pronunció de pie en el patíbulo, el 21 de febrero de 1803. «La búsqueda» de la tumba de Catherine Despard y la búsqueda de lo común van unidas. Un capítulo presenta a una desconocida pero extraordinaria afroamericana y cómo ayudaron los revolucionarios irlandeses a protegerla después de que su esposo fuera ejecutado por traidor a la corona inglesa. Este es un relato sobre una pareja y sobre lo común. Sin duda, el eros formaba parte de su amor –Ned y Kate tuvieron un hijo– pero también la filia, o ese amor igualitario entre camaradas y amigos. El amor de lo común era similar al amor que los griegos denominaban ágape, el amor creativo y redentor a la justicia, con sus connotaciones sagradas. Silvia Federici ha descrito el ágape de esta forma: «Lo común es imposible a no ser que nos neguemos a basar nuestra vida, nuestra reproducción, en el sufrimiento de otros, a no ser que nos neguemos a vernos a nosotros mismos como algo separado de ellos. De hecho, si la “puesta en común” tiene algún significado, debe ser el de la producción de nosotros mismos como sujeto común»[8]. La raza humana como la entendían Ned y Kate era un sujeto colectivo. No estaban en él por las riquezas ni por la fama, sino por la libertad y la igualdad. Lo común era tanto un objetivo como un medio para alcanzarlas. Henry Mayhew, investigador victoriano del proletariado urbano y contemporáneo de Karl Marx, describió dos medios de igualar la riqueza, el comunismo y el agapismo[9]. Si no descuidásemos lo común y sus cercamientos podríamos descubrir que el primero –lo común– es el puente que vincula el romanticismo con el radicalismo, la filia con el ágape. Ese es el proyecto de este libro, es decir, cruzar ese puente, de la mano de Ned y Kate. «La búsqueda de lo común» sitúa la noción de lo común en un ámbito específico –Irlanda– y en un momento específico de la historia irlandesa, en referencia a la revuelta de Robert Emmet en 1803 y al tratamiento gótico y romántico de lo común.

2. Dos obstáculos dificultaron nuestra búsqueda. Uno fue el patíbulo, que mató y de ese modo silenció a quienes sabían, y el otro fue la clandestinidad, con la que cubrieron sus huellas quienes sabían. Tanatocracia significa gobierno mediante la muerte. Tres capítulos exploran los ahorcamientos de Estado. El primero («Despard en la horca») fue el 21 de febrero de 1803, cuando el coronel Edward Marcus Despard fue ejecutado en Londres junto con otros seis reclusos acusados de traición.

A menudo se cuenta la historia de Despard a la manera empírica del relato policiaco, o, más bien, qué hizo o qué dejó de hacer. Después de detenerlo junto a otros cuarenta en la Oakley Arms en noviembre de 1802, lo declararon culpable de traición por conspirar para destruir al rey, subvertir la constitución y capturar la torre, el banco y el palacio. La clase capitalista destila su poder financiero, económico, militar, político y cultural en establecimientos centralizados del Estado, que en tiempos de Despard incluían la Corona, el arsenal, la ceca y la iglesia. Todos ellos se convirtieron en objetivo de la conspiración que lleva su nombre. Varios historiadores experimentados han estudiado la conspiración (E. P. Thompson, David Worrall, Ann Hone, Malcolm Chase, Iain McCalman, Marianne Elliott, Roger Wells) y dos biógrafos (Clifford Conner y Mike Jay) lo han situado en escenarios irlandeses y atlánticos[10]. Mi enfoque sustituye la pregunta de quién lo hizo por la de por qué preocuparse, que se responde mediante las perspectivas cambiantes de lo común, desde lo local a lo nacional, a lo imperial, a lo terráqueo, a lo trasatlántico y a la esfera roja.

Las «últimas palabras» de Ned («Despard en el horca») expresan la visión que Ned y Kate tenían de lo común. «Dones de la civilización» muestra cómo el desarrollo del humor patibulario empezó a debilitar los efectos represivos de la horca. Toma ejemplos significativos de los principales componentes del proletariado, a saber, criados, artesanos, esclavos y marineros. Estos pueden convertirse en divisiones políticas dentro de la clase obrera. «Manzanas del árbol verde de la libertad» finaliza con las «últimas palabras» de otros revolucionarios irlandeses martirizados durante la Rebelión de 1798. Sus discursos demuestran tanto la liberación colonial como lo común. Los combatientes por la libertad irlandesa transformaron el patíbulo, de escenario de terror, a plataforma de resistencia.

3. El primero de los dos capítulos de «Subsuelo y clandestinidad» hace referencia a los estratos geológicos situados bajo tierra («El Antropoceno y los estadios de la historia»). La raza humana estaba cambiando, al igual que el planeta Tierra. Los cercamientos, la esclavitud, la energía de vapor y el carbón, estos últimos con consecuencias ctónicas involuntarias, estaban sobre nosotros. La Comisión Internacional sobre Estratigrafía, perteneciente a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, ha tomado en consideración el término Antropoceno para designar una nueva era que, según se dice, ha comenzado en este tiempo, con sus «perturbaciones humanas del sistema terrestre»[11].