Roja esfera ardiente

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Primera parte

La búsqueda



Figuras 1 y 2. «Antes de la revolución» y «Después de la revolución». Dos fichas monetiformes acuñadas por Thomas Spence.

A

LA BÚSQUEDA

1. La tumba de una mujer

Un ventoso día otoñal del año 2000 fui a dar un paseo con mi familia y unos amigos por el camino de sirga del Gran Canal, a las afueras de Dublín. Nos estábamos tomando un fin de semana de descanso en el trabajo de documentación de archivo sobre la Rebelión irlandesa de 1798. El 98 fue el momento crucial de esa época revolucionaria. La idea era combinar una excursión agradable con un reconocimiento preliminar. En el camino me paré ante un rosal silvestre. Tenía una sola rosa roja, con los pétalos relucientes en la luz del atardecer por las gotas de un chaparrón reciente. Además de formar parte de una época revolucionaria, el 98 se produjo durante el Romanticismo, y esa rosa, en ese lugar, en ese momento, me pareció una señal de ánimo.

Estaba buscando los restos de Catherine Despard. Después de que el coronel Edward Marcus Despard fuese ahorcado y decapitado en Londres, el 21 de febrero de 1803, por traición a la Corona, su viuda Catherine, la intrépida revolucionaria afroamericana, después de hacer lo posible por asegurarle un entierro decente, desapareció, parece, del registro archivístico para sumergirse en el silencio histórico[1].

¿Debía pensar en ella como una esclava o una mujer afroamericana –perdida ahora y lejos de su cultura étnica– que había sido emancipada de la plantación de esclavos atlántica, cuyos terrores formaban la base de las riquezas europeas? ¿O había otras formas de contemplarla? Como reformista del sistema carcelario; como ayudante y compañera; como figura del West End londinense, moviéndose con afán bajo los plátanos de sombra recientemente plantados (1789) en Berkeley Square, donde tuvo por vecino a Charles James Fox, el gran político reformador. Ella había dirigido sus esfuerzos para limitar los instintos de cercamiento de la elite, los señores del imperio. ¿Debemos entonces agradecerle que se asegurara de que el panóptico de Jeremy Bentham se convirtiese solo en una idea distópica del imaginario totalitario? ¿Debía yo verla como conocida de lord Horatio Nelson, ya por entonces héroe del país? ¿Como aquella que logró alterar tanto al magistrado jefe de la nueva policía londinense como para hacerlo quejarse lastimosamente ante el secretario de Interior, deseando que esa mujer se esfumara sin más?

Frente a frente, una mujer ante un hombre, una descendiente de esclavos ante un señor del reino, Catherine Despard le expresó la verdad al poder. Experimentada en dos o tres continentes, fue una revolucionaria de su tiempo. Su historia es la de la clase obrera en un tiempo en el que las mujeres, como los esclavos afroamericanos, generaban la riqueza de Europa y, así se pretendía, también reproducían esa mercancía imposible, los futuros trabajadores. En el contexto de la historia irlandesa, debería compararse con Anne Devlin, la fiel camarada de Robert Emmet, también ahorcado y decapitado en septiembre de 1803, seis meses después que Despard. Devlin, que llevó una vida revolucionaria en la clandestinidad, vivió hasta 1851, pero fue olvidada. Las mujeres eran mensajeras de los ideales revolucionarios. En la lejana Saint-Domingue, la que pronto sería república independiente de Haití, Rochambeau, el comandante de Napoleón contra los antiguos esclavos, ordenó en Cap-Français (Haití), en febrero de 1803, «obligar a todas las mujeres a volver a sus casas, en especial a las négresses»[2]. A Catherine no lograron «obligarla a volver».

Una tentadora alusión a Catherine en las Recollections de Valentine Lawless, segundo lord Cloncurry, observa que había salido de Londres tras la terrible muerte de su esposo Edward, para ser cuidada en Lyons, no en referencia a la segunda ciudad de Francia sino a una de esas magníficas mansiones, como el Monticello de Jefferson o las fincas campestres inglesas de la clase gobernante whig, esta construida y habitada por Cloncurry en el límite entre Dublín y Kildare. «Nos convertimos en una especie de centro de refugio para las huestes de pobres expulsados de sus casas por los atroces actos de un ejército», escribió. Medio siglo después, relataba que «Vivió con mi familia en Lyons unos años»[3]. Allí él pudo ofrecerle «un refugio frente a la indigencia». Lyons es adyacente al Gran Canal, en el condado de Kildare. El Gran Canal se completó en 1803, el mismo año que Catherine huyó a Lyons. Si allí es donde terminó su vida, ¿quizá pudiéramos hallar los restos?

Los siguientes temas no se desvanecieron tras la muerte de Edward o la desaparición de Catherine. La abolición de la esclavitud, la independencia de Irlanda, la mejora del sistema carcelario y la emancipación de las mujeres habían sido las causas de su tiempo, y estuvieron a punto de ser extinguidas por los instrumentos de la contrarrevolución: la soga y la hoja del verdugo. ¿Lograría yo encontrar pruebas de sus restos en el polvo acumulado en los ataúdes del sarcófago de Valentine Lawless, lord Cloncurry? (¿Y de qué me serviría encontrar esos restos?).

Lyons es una mansión con un lago privado, cuya construcción comenzó en 1785. A la muerte del padre, en 1799, Cloncurry se convirtió en el dueño. «Creé un lugar hermoso, y empleé a un ejército de hombres» para mejorar la propiedad[4]. Sus arcos rebajados, a ambos lados del edificio central, están hechos de sillares rústicos de granito. La grandiosa puerta de entrada con frontón culmina en una escultura de granito de Aries y Tauro, y un escudo de armas con insignia y corona. Las columnatas dóricas a ambos lados del edificio principal unen las dos alas, cada una de ellas tan amplia como cualquier palacio. Contrató artesanos experimentados como Gaspare Gabrielli para pintar los frescos y los medallones. El papa Pío VII le obsequió con una pila bautismal de mármol para la entrada. Era 1801, el año en el que entró en vigor el Acta de Unión que abolía el Parlamento irlandés, y en el que el papa firmó el concordato con Napoleón. Por lo general, en la entrada de un templo había una pila de agua bendita. El papa, Napoleón, Cloncurry: todos hostiles a la Corona inglesa.

Nacido en 1773, Valentine Lawless era más joven que Despard, pero Portarlington, en el condado de Laois, fue su lugar de nacimiento, de modo que al menos debía de conocerlo de nombre. La amistad, sin embargo, no se basó en su proximidad como paisanos; ambos fueron miembros de la Sociedad de los Irlandeses Unidos, es decir, revolucionarios. Lawless se unió a ella en 1793. Como Robert Emmet, que se unió tras él, vestía de verde y se mantuvo cerca de los líderes del movimiento. Fue detenido, junto con Despard, en la redada de radicales que tuvo lugar en Londres en 1798, y confinado en la Torre de Londres durante seis semanas. Lo volvieron a detener en abril de 1799, y permaneció en la Torre hasta 1801. En septiembre de 1802, al Consejo Privado le llegó el rumor de que Cloncurry le había prestado 700 libras a Despard[5].

A su liberación, Cloncurry se fue a vivir a Roma. Era la época en la que Gran Bretaña y Francia luchaban por controlar Egipto y el Mediterráneo oriental, rapiñando todo lo posible. Lord Elgin comenzó el saqueo sistemático de las esculturas de mármol del Partenón y del Erecteón en la Acrópolis griega[6]. Cloncurry también «coleccionaba» esculturas y muebles antiguos: columnas de tres metros y medio de granito egipcio, una estatua de Venus procedente de Ostia (el puerto de Roma), tres pilares de granito rojo de la Domus Aurea de Nerón, otro pilar de los baños de Tito, esculturas del templo de Portuno, tres cargamentos de saqueo que serían transportados por el Gran Canal hasta Lyons, y otro que se hundió en una tempestad en la bahía de Wicklow. La burguesía revolucionaria veneraba Grecia y Roma y se rodeaba del estilo clásico en la arquitectura majestuosa de Whitehall, Monticello, Washington DC, Dublín o Lyons.

¿Qué pensó Catherine, al ver este botín de África y Roma? Tal vez compartiera el lamento de los revolucionarios irlandeses ante el hecho de que en 1798 Napoleón decidiera invadir Egipto en lugar de Irlanda. Años después (ca. 1850), el antiguo esclavo estadounidense Well Borwn experimentó una revelación en París al observar el obelisco del Nilo: la grandeza de los constructores de Egipto sugería la prioridad de la civilización africana sobre la europea. Este era un conocimiento común en tiempos de Catherine, porque era el tema del libro radical más popular de su época, Las ruinas de Palmira, de Constantine Volney, que aportaba pruebas de que el origen de la civilización estaba en África. Refutaba, en consecuencia, la emergente doctrina de la supremacía blanca y su corolario, la inferioridad innata de los africanos.

En la Galería Nacional de Irlanda se expone una escultura de mármol. Una figura de mujer, «Lady Liberty», descansa el brazo izquierdo sobre el hombro de un busto de Cloncurry. El mármol de la estatua expresa la naturaleza contradictoria de Cloncurry, su casa y su causa: la revolución burguesa proclama la libertad universal en términos que solo los ricos podrían permitirse.

 

Antes de construir ferrocarriles, barcos de vapor, automóviles o aviones de reacción, la burguesía construyó canales[7]. Los dos grandes canales que avanzaban desde Dublín hacia el oeste –el Canal Real, al norte del río Liffey, construido entre 1790 y 1817, y el Gran Canal, al sur del río, construido entre 1756 y 1803– proporcionaron un medio clandestino para el transporte de ideas revolucionarias, además de comercio. El Gran Canal recorría ochenta y ocho millas, hasta el río Shannon. Estos eran los cursos de agua que drenaban la riqueza de Irlanda central, su trigo y patatas, por ejemplo, hacia el «sistema mundial» de comercio. Ayudaron a poner fin a la producción de subsistencia local. Si bien los historiadores posteriores se inclinan a ver en ellos la base del progreso, no todos los contemporáneos podían permitirse dicha opinión. Por una parte, del comercio del grano surgió una gran riqueza; por otra, a los productores del grano les esperaba el hambre.

La construcción de canales era un trabajo de cuadrillas, cavando con palas y arrastrando con carretas. Miles de personas trabajaron en condiciones sórdidas y peligrosas. A los peones de obra se les conocía como navvies, diminutivo de navigators. Rebeldes y fugitivos pelearon entre ellos. Richard Griffith se unió al consejo del Gran Canal en 1784, trayendo consigo una fortuna caribeña acumulada a costa del trabajo de las cuadrillas de esclavos. En el verano de 1798, el ejército usó el canal para transportar tropas fuera de Dublín y presos a la ciudad. Los peones del canal se unieron para exigir una subida de salarios el invierno que Despard fue ahorcado. Una noticia hacía referencia al «desenfrenado espíritu de asociación entre los artesanos y los obreros de todas las categorías». En 1803, aparecieron anuncios en los periódicos irlandeses ofreciendo a los obreros seis chelines al día por abrir canales en Inglaterra, el doble de lo que se les pagaba en Irlanda[8].

Lyons debe su nombre a la colina que tiene tras él, con un castro en la cumbre, Cnoch Liamhna en irlandés, y por Liamhain, el nombre del territorio, incluida la casa, su heredad y la mayor parte del distrito de Newcastle, perteneciente al condado de Dublín. La colina fue un espacio de investidura y asamblea en la Edad Media. Allí habían residido los reyes celtas. Aquí obtuvo una victoria Brian Boru. La historia del nombre del lugar está registrada en veintiocho versos del Libro de Leinster, escrito en irlandés en el siglo XII[9]. Los peones del canal hablaban irlandés. Los relatos heroicos de la historia gaélica, surgidos en los periodos pastoriles de lo que James Connolly llamó el «comunismo celta», fueron conservados por eruditos y bardos entre los hablantes de irlandés[10]. En tiempos de Connolly, las zonas rurales todavía rabiaban del dolor, la derrota y la pérdida, y tampoco por primera vez. «Muchos eran los relatos de valentía e indómita osadía, de repulsa y derrota que oyó en su niñez de los jornaleros de su padre mientras araban y gradaban la antigua finca que rodeaba las viejas ruinas del señorial O’Byrne»[11]. Los relatos pertenecían a la tierra; eran de ella y estaban en ella. ¿Era Catherine consciente de que Liamuin había desobedecido a un rey? ¿La conocían a ella criados, artesanos, peones y campesinos y sabían su historia? La sabiduría popular de la localización contribuyó a la conspiración revolucionaria desarrollada en Irlanda en la primavera y el verano de 1803.

El cuento narrado en el Libro de Leinster trata de la desobediencia de las cuatro hijas de un rey. Una, Liamuin, era una guerrera, y está enterrada en la colina de la heredad de Lyons, «a la mujer con atavío nupcial la matan, y su nombre se adhiere a la montaña». La colina toma su nombre del entierro de esta mujer legendaria que desobedeció a su padre, el rey. «Liamuin es asesinada, perfecta de temperamento, de espesa cabellera, diestra en la defensa; halló la muerte por su peculiar proeza, por la que Liamuin es tan célebre.» A diferencia de Catherine, Liamuin fue enterrada con su esposo, «la pareja de soldados de manos blancas, juntos están los dos enamorados». Catherine Despard también cuestionó la autoridad del rey, Jorge III. Los versos comienzan como sigue: «El notable lugar de Leinster, enormidad de valor atribuyen los historiadores a los lugares notables, y después los raths, muchas son las causas que les dan nombre»[12].

Nos referimos a lo que se ha llamado «la Irlanda oculta»[13]. Sin embargo, podemos fácilmente mencionar las causas de Catherine: abolición, independencia, emancipación, mejora. Juntos podrían resumirse, como sostendrá este libro, como lo común. Hay una belleza romántica en esta idea, razón por la cual me llamó tanto la atención la rosa hallada en el camino de sirga de Lyons mientras buscaba la tumba de Catherine.

[1] El Jackson’s Oxford Journal, 16 de septiembre de 1815, informó de que la señora Despard había fallecido en Somers Town, Londres, una noticia también publicada cinco meses más tarde al otro lado del Atlántico en el New England Palladium. Estas referencias las halló Bernadette M. Gillis, «A Caribbean Coupling beyond Black and White», tesis de grado, Duke University, 2014, p. 54.

[2] P. R. Girard, The Slaves Who Defeated Napoleon: Toussaint Louverture and the Haitian War of Independence, 1801-1804, Tuscaloosa, 2011, p. 288.

[3] J. M. Lawless, Personal Recollections, Dublín, 1849, p. 48; M. Jay, The Unfortunate Colonel Despard: Hero and Traitor in Britain’s First War on Terror, Londres, 2004, p. 310.

[4] Lyons Demesne: A Georgian Treasure Restored to the Nation, Belfast, 1999.

[5] NA, PC I/3117

[6] Elgin las había transportado a Gran Bretaña para decorar su mansión en Escocia antes de venderlas al Museo Británico.

[7] P. Way, Common Labour: Workers and the Digging of North American Canals, 1780-1860, Nueva York, 1993.

[8] R. Delany, The Grand Canal of Ireland, Dublín, 1995, p. 44.

[9] E. J. Gwynn, The Metrical Dindshenchas, Dublín, 1903-1935.

[10] J. Connolly, Labour in Irish History, Dublín, 1983. Véase también D. Lloyd, «Rethinking National Marxism: James Connolly and “Celtic Communism”», en Irish Times: Temporalities of Modernity, Dublín, 2008.

[11] J. Connolly, cit.

[12] «Book of Leinster», MS H 2.18, cat. 1339, Trinity College Dublin. Véase también P. O’Sullivan (ed.), Newcastle Lyons. A Parish of the Pale, Dublín, 1986.

[13] D. Corkery, The Hidden Ireland: A Study of Gaelic Munster in the Eighteenth Century, Dublín, 1924.

2. La búsqueda de lo común

En 1807, quien fuera amigo de Robert Emmet en la universidad, el poeta romántico Thomas Moore, expresó también nostalgia y soledad con la metáfora de la rosa, tras el fracaso del proyecto revolucionario de Emmet:

Es la última rosa del verano

florecida en soledad;

todas sus hermosas compañeras

están marchitas e idas;

ninguna flor pariente suya,

ningún capullo cercano

que refleje sus sonrojos,

o suspire con sus suspiros[1].

El sentimiento es fuerte, y el dolor, palpable. Emmet es una flor. La expresión estética de la historia puede ser un problema. El símbolo, la rosa, no nos conduce a los principios por los que él murió. El efecto poético está alimentado por el silencio o el aislamiento. Contemplando el poema, la muerte de Despard y Emmet en 1803, y la aparición de la rosa en el camino de sirga en 2000, no pude sino sonrojarme, suspirar, y volver a mi búsqueda, que había dejado ya de estar fusionada con la rosa del sendero.

Aunque no pertenecía a la Sociedad de los Irlandeses Unidos, Moore se convirtió en un poeta romántico nacional que tradujo al inglés las canciones irlandesas del Festival de Arpa de Belfast celebrado de 1793, en el proceso de convertir lo que era de espíritu indígena y salvaje en elegancia literaria urbana. En referencia a Emmet, escribió directamente lo siguiente:

¡Oh! No susurréis su nombre, dejadlo dormir a la sombra,

donde frías y sin honores yacen sus reliquias:

tristes, silentes y oscuras serán las lágrimas que derramemos,

como el rocío nocturno caído en la hierba que cubre su cabeza[2].

El silencio persiste. En palabras memorizadas por el joven Abraham Lincoln, comprensivas con las cuitas de los irlandeses, y conmemoradas por W. B. Yeats y en los corazones de los irlandeses, Robert Emmet habló a la conclusión de su juicio, por encima de las interrupciones intimidatorias del juez:

Me dirijo ahora a mi tumba fría y silenciosa, la lámpara de mi vida está casi extinta, mi carrera ha terminado, la tumba se abre para recibirme y yo me hundo en su seno. En mi partida, solo tengo una cosa que pedirle al mundo. Es la caridad de su silencio, que ningún hombre escriba mi epitafio, porque ningún hombre que conozca mis motivos se atreverá a reivindicarlos, no sea que el prejuicio o la ignorancia los pongan en entredicho, dejadnos a ellos y a mí reposar en la oscuridad y en paz y que mi tumba permanezca sin inscripciones, hasta que otros tiempos y otros hombres puedan hacerle justicia a mi carácter; cuando mi país ocupe su lugar entre las naciones de la Tierra, entonces, solo entonces, podrá escribirse mi epitafio[3].

Hay dos tipos de silencio. El silencio real que cayó sobre Catherine y los cientos de personas que perecieron con Emmet en Dublín, y los siete que perecieron con Despard en Londres. Es el silencio, la tumba sin inscripciones, los restos desconocidos que Catherine comparte con Robert Emmet. Y existe otro tipo de silencio, el silencio astuto de Emmet, que canta con elocuencia a través del abismo del tiempo.

Cloncurry se estableció en Lyons. Se convirtió en terrateniente reformador, magistrado y consejero del Gran Canal, cuyo consejo directivo presidió tres veces. Era un terrateniente paternalista que desplegaba hospitalidad. Nunca dejó de drenar, construir, plantar y cultivar la heredad.

Newcastle era un distrito atribulado. Las franjas de cultivo de la agricultura medieval fueron agrupadas y los campos cercados por la Ley de Cercamientos de 1818, comenzando así «el reinado del buey». Todavía hoy, varios terrenos siguen calificados como «comunales» en el mapa del servicio de cartografía. Escribiendo sus memorias en 1848, el año más devastador de enfermedad y hambre en la historia de Irlanda, Cloncurry no podía recordar con triunfalismo los principios revolucionarios de 1798.

Las esclusas de los canales eran puntos conflictivos, en los que las tensiones podían inflamarse con facilidad por, pongamos, unas vacas pastando en el camino de sirga o un árbol talado para la fiesta de los Mayos. Los vigilantes de las esclusas iban armados. La esclusa doble número 13 del canal en Lyons era uno de esos puntos de ignición. El canal era objeto de ataques nocturnos por parte de los campesinos, que temían la exportación de sus alimentos a Dublín[4]. Con él se asociaban los precios elevados, la escasez, y en último término el hambre. En 1812 sufrió fisuras maliciosas. En 1814, un «tipo que se llamaba a sí mismo Capitán Sinmiedo o Instigador» hundió varios barcos de harina[5]. El mapa del servicio de cartografía de 1838 muestra que allí se había construido un molino (del que se conservan vestigios), y en el mapa hay anotada una comisaría de policía.

 

En 1803, año de la muerte de Despard, Lyons House fue invadida y saqueada. Uno de los arrendatarios dirigió una gran fuerza militar para registrar la casa en busca de armas escondidas o para capturar a los heridos en la insurrección de Emmet que había tenido lugar en julio. «La casa estaba, en aquel momento, en manos de los jornaleros, y tenía todas las habitaciones abiertas excepto la biblioteca, que él forzó, y robó una cantidad de documentos, tres o cuatro escopetas de caza, alguna armadura antigua, y una tetera de plata.» Años después, Cloncurry minimizó la violencia, diciendo que había sido «perpetrada por un pequeño propietario que buscaba el favor de Castle…». Felix Rourke, uno de los lugartenientes de Emmet, fue ahorcado en Rathcoole, su lugar de nacimiento, el 12 de septiembre de 1803[6].

Lyons linda con la heredad de Newcastle, que limita con Rathcoole al sur. Desde allí cabalgó el 19 de febrero de 1804, casi en el aniversario de la ejecución de Despard, el capitán Clinch con dos soldados para atacar la casa de Darby Doyle, en Athgoe, la colina adyacente a Lyons, y detener a sus hijos y a un marinero que trabajaba en la casa. Liderando la caballería local con una compañía a pie, Clinch detuvo a todos excepto al propio Doyle, que escapó corriendo desnudo a Lyons, escaló el muro, y pasó la noche en la nieve descalzo y sin medias. La noche siguiente se refugió en casa de un amigo. Son personas como él, fugitivos, quienes más tarde se unirán a los insurgentes en los montes Wicklow a las órdenes de Michael Dwyer, tras la rebelión de 1798[7]. En cuanto a Clinch, años después fue llevado ante Cloncurry, que ejercía de magistrado, en una disputa salarial por no pagar los salarios del segador.

Una aldea fue quemada aquí un siglo y medio antes, durante las guerras de 1641. La iglesia católica fue destruida y reconstruida con menor tamaño y convertida en iglesia anglicana, St. Finian’s. Jim Tancred me enseñó el banco familiar de Cloncurry: «Aquí debió de sentarse Catherine», dijo. En el libro de la sacristía vimos que en 1800 alguien había robado una sobrepelliz, valorada en 1 libra, dos chelines y nueve peniques, cuyo tejido quizá se utilizara para confeccionarle un uniforme a un miembro de los Irlandeses Unidos. Sentado en su banco familiar y mirando por encima de las velas rojas y el acebo al exterior, a través de la ventana que hay detrás del altar, se pueden observar los arcos que en otro tiempo sostuvieron el tejado de la iglesia católica. El geógrafo E. Estyn Evans describió la cultura de la townland irlandesa como «descuidada». El historiador Robert Scally aplicó el concepto «descuidado» al conflicto entre una geometría de la tierra privatizada, numerada y gráfica, y la economía oral y moral de la gente, a menudo ajena tanto a los zapatos como a los sombreros, y que habitaba viviendas «en las que rezumaba hollín de arriba y cieno de abajo», por citar a Brian Merriman, el poeta de la escuela no anglicana en el condado de Clare. Medían la tierra por los usos humanos, como, por ejemplo, «hierba para una vaca»[8]. Observando fijamente las piedras, prueba de la victoria del protestantismo inglés, y mirando suficiente tiempo por la ventana, se pueden hallar pruebas graníticas de la iglesia católica.

Cuando visité las ruinas de un viejo castillo y la decrépita iglesia parroquial, con la nave y el presbiterio cubiertos de hiedras, parecía que los escombros, este bricolaje de tiempos pasados –barandilla de hierro victoriana; troncos de madera; piedras de castillos de la Reforma, ingleses antiguos y gaélicos– se hubieran convertido en mausoleo funerario familiar (fig. 3). Jim Tancred me guio hasta la bóveda funeraria de los Cloncurry. Necesitó llaves y martillo para abrir la verja cerrada con candado y soltar sus bisagras oxidadas, y se rio por un chiste macabro contado inmediatamente antes de abrirla. Se trataba definitivamente de una experiencia «gótica» y mi guía era perfectamente consciente de la situación. ¿Estaba Ca­the­rine a punto de convertirse en un relato de fantasmas?


Figura 3. Interior del mausoleo de los Cloncurry en Lyons, condado de Kildare. Foto del autor.

El Gótico estaba de moda en tiempos de Catherine, no el medievalismo ensalzado por William Morris sino el arte nacido de fuerzas sumergidas e inconscientes, el reconocimiento de lo desconocido, la sensación de que la muerte no era el fin de la historia. La de Catherine fue una época de terrores. Por mucho que Edmund Burke los encontrara «sublimes», eran sanguinarios –genocidas– y dieron lugar a la imaginación gótica[9]. El modo gótico dominó la dramaturgia londinense durante la década de 1790. Presentimiento y miedo eran los estados de ánimo; lo misterioso y lo inconsciente eran la energía; el espectro y el fantasma eran los recursos estilísticos; y la cárcel o el castillo, los escenarios. Era la forma artística de la represión por excelencia. La risa de Jim Tancred ayudó a descargar nuestros miedos, de modo que quitándome las telarañas de la cara y dejando que mis ojos se ajustaran a la escasa luz, entré en la sepultura. Abundaban los ataúdes, las inscripciones y el polvo, pero no había ninguna prueba física de Catherine Despard. ¿Había sido una búsqueda vana? La memoria histórica puede empezar con vestigios y huesos, pero no es una ciencia mortuoria.

Los Irlandeses Unidos del distrito combatieron y sufrieron la muerte en el patíbulo: John Clinch fue ahorcado en Dublín en 1798; Felix Rourke, zapatero y aliado de Edward Fitzgerald, en septiembre de 1803; y James Harold huyó en 1798, convertido en parte de una diáspora planetaria que en su caso incluyó Australia, Río de Janeiro y Filadelfia. A unas millas de Lyons, en Rathcoffey, Hamilton Rowan tenía una imprenta con la que publicó el primer panfleto de los Irlandeses Unidos, el primero de 1793. Se oponía a la declaración de guerra contra la Revolución francesa. Que los nobles sean los primeros en sufrir, pero «por desgracia mis pobres paisanos, ¿cuánta calamidad os espera antes de que un solo plato o un vaso de vino se retire de las mesas de la opulencia?». Y continúa:

Dejad que otros hablen de gloria. Dejad que otros celebren héroes que inundarán el mundo de sangre: en mis oídos seguirán resonando las palabras de los pobres obreros.

No queremos caridad.

Queremos trabajo.

Tenemos hambre. ¿Para qué? ¿Una guerra?[10].

Un historiador local de hoy escribe: «La encrucijada de Lyons fue una de las guaridas del perro negro que parece haber estado emparentado con el perro de la mitología griega que guardaba el inframundo»[11]. Catherine entró en una especie de inframundo: no completamente criminal, no completamente guerrillero. Pasó a formar parte de una red clandestina de apoyo a los planes de Robert Emmet. En julio de 1803, un zapatero apellidado Lyons, emparentado con Cloncurry, fue acusado de trasladar a diez personas a Dublín para apoyar la rebelión de Emmet. Debía impedir que el coche correo atravesara Kildare[12]. La señal para el país era el coche parado. El plan de Despard en Londres era el mismo que el de Emmet en el verano de 1803.

Mientras paseaba por la finca de Lyons House, en ese momento propiedad del director gerente de Ryanair, no fue fácil encontrar indicios de los terrenos comunales existentes doscientos años antes. En la década de 1790, la privatización de la propiedad se intensificó, convirtiéndose en cuestión de vida y muerte. Los defensores eran campesinos católicos, cuya insurgencia en 1795 pretendía defender la tierra, los bienes comunales y la comunidad contra los intrusos y los escuadrones de la muerte promovidos por la gentry imperialista en alianza con la Orden de Orange. Uno de esos defensores era Lawrence O’Connor, maestro del vecindario de Lyons. Declarado culpable de juramentar a un soldado, fue ahorcado en 1795. Explicó el significado de los tres términos de este juramento –amor, libertad y lealtad– como sigue:

Por amor debía entenderse ese afecto que el rico debería mostrar al pobre en su aflicción y necesidad, pero que le negaba… Libertad significaba esa libertad que todo pobre tiene derecho a usar cuando está oprimido por el rico, de presentarse ante él y quejarse de sus sufrimientos; pero el pobre de este país no tenía ese derecho a la libertad… La lealtad la definía como esa unión que subsistía entre los pobres –él murió por esa lealtad– significaba que los pobres que formaban la fraternidad a la que él pertenecía se apoyarían unos a otros[13].

Las piedras del cementerio no habían logrado ser más duraderas, pensé, que estas palabras. El secretario principal para Irlanda, William Wickham (1802-1804) confirmó esta definición de «lealtad» como solidaridad obrera como cuando escribió, en referencia a la insurrección de Emmet, que sus principales activistas eran «todos operarios mecánicos, u obreros del orden más bajo de la sociedad… que si alguien o varios de los órdenes más elevados de la sociedad hubieran estado relacionados, habrían divulgado la trama para obtener beneficio»[14]. En cuanto a la libertad, su sentido aquí está estrechamente relacionado con el derecho a resistir contra la injusticia de clase. El amor significa esa justicia en acción. Podríamos llamarla justicia restauradora o reparaciones.

No contrapongo una interpretación materialista o arqueológica de la historia a una interpretación idealista y documental. Cada una tiene su estética, así como su verdad. La búsqueda de la sepultura de Catherine me condujo a la continuidad de ideas, no a un callejón sin salida. Aunque no encontré la tumba, sí algunas expresiones de las causas por las que ella vivió. El silencio se había roto. Estos significados de las palabras amor, libertad y lealtad expresan ideales de igualdad en una época revolucionaria, surgidos de prácticas reales. Ayudan a explicar por qué la relación entre Ned y Kate fue una historia de amor. Para desarrollar estas ideas, para entender de hecho las revoluciones y contrarrevoluciones de la década de 1790 con sus orígenes del racismo, su imposición de los cercamientos, y la génesis del comunismo a partir de lo común, debemos volver a la historia del esposo de Catherine, Edward.