La Tercera Parca

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–Esperemos que nos puedan resultar también útiles –añadió el agente.

–Ya –asintió Luzzi –ahora idos.

Zamagni y Finocchi se despidieron del capitán y salieron de la oficina cerrando la puerta.

El hombre abrió el sobre que había encontrado en la librería y sacó de él un folio de pequeñas dimensiones doblado por la mitad.

Leyó las pocas palabras que había escritas en el papel.

El mensaje era claro: había anotada una dirección en la que encontraría a Stefano Zamagni.

Aunque en el folio no había sido especificado, conectando aquellas informaciones con la llamada que había recibido cuando se encontraba en Sevilla, el hombre comprendió que Stefano Zamagni tendría las horas contadas gracias a él.

Esta vez, sin embargo, a diferencia de las anteriores, su cliente pretendía algo más: en el papel estaba anotada la hora de la muerte.

El hombre volvió a doblar el folio, lo volvió a poner en el sobre y puso todo en un bolsillo de los pantalones.

Un nombre, una dirección y un hora... ¡es realmente inteligente!, pensó el hombre. A primera vista parece un mensaje sencillo, casi banal, y sobre todo inocuo. Nadie lo sabría descifrar por lo que es en realidad.

En el interior del sobre había también una nota adhesiva: era el aviso de llegada de un repartidor con una segunda fecha para una nueva entrega.

El resto de la jornada transcurrió sin problemas de ningún tipo. Una tarde tranquila seguida de una velada también tranquila.

Se fue a dormir cuando faltaban poco menos de veinte minutos para medianoche.

Todavía tendría algunos días de descanso antes de ese trabajo, así que hizo las cosas con calma, consciente de que podría permitirse trasnochar si hubiese querido.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron al edificio en el que había vivido Daniele Santopietro cuando ya habían pasado las cinco de la tarde.

Su intención era la de conseguir hablar con la familia que ocupaba en este momento el apartamento que había sido habitado anteriormente por el criminal y, si fuese posible, recolectar el mayor número de información entre los otros vecinos, en particular modo de los que habitaban en ese edificio en el mismo período en que había estado Santopietro.

Como habían sabido con antelación por otro vecino, la familia que habitualmente ocupaba el apartamento donde había habitado Santopietro estaba allí desde hacía pocos años. Zamagni y Finocchi tuvieron la oportunidad de hablar directamente con el marido y la esposa mientras que, en ese momento, los dos hijos se encontraban fuera de casa, y los dos cónyuges pudieron sólo confirmar de no ser de gran ayuda. Esto también porque, en aquella época, compraron el apartamento a través del anuncio de una agencia inmobiliaria y, por lo que sabían del ex propietario, se había perdido la pista. Se rumoreaba que se había transferido al extranjero, probablemente a Australia con unos parientes, pero, aunque la policía hubiese removido Roma con Santiago, no estaba garantizado poder encontrarlo porque se trataba, de todas formas, de un hombre muy anciano que podría ya haber muerto a causa de su edad avanzada.

Como era habitual, el inspector preguntó a los dos cónyuges que le informasen si por casualidad se acordaban de algún detalle que podría ser útil para la investigación en curso, así que interrogaron de nuevo a otros vecinos, consiguiendo hablar, de esta manera, también con Mariano Bonfigioli y la mujer y con una pareja de ancianos que no estaban presentes durante su anterior visita al edificio.

De esta forma se enteraron de que, posiblemente, en el período en el que Santopietro habitaba en aquel edificio, se hicieron algunos trabajos en el hueco de la escalera, que habían creado no poco disgusto entre los vecinos mismos. Por lo que recordaban los vecinos interpelados, durante esas labores se instalaron algunas videocámaras que a continuación fueron desactivadas pocos meses más tarde.

El motivo de la desactivación, por lo que había dicho el administrador, era el excesivo coste del mantenimiento del servicio.

–¿Podemos conocer el nombre del administrador? –preguntó Zamagni.

–Se llamaba Dante Tarterini –respondió el marido –pero creo que ya no ejerce la profesión. Creo que se ha jubilado. De todas formas, no es ya el administrador de este edificio. Ahora lo lleva Pierpaolo Maurizzi.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias a los vecinos por el tiempo que les habían dedicado y se despidieron, recordando que cualquier noticia aparentemente digna de ser recordada sería bienvenida para la investigación que estaban llevando a cabo.

VI

Al día siguiente, después de hacer el balance de la situación con el capitán Luzzi con respecto a la investigación sobre el pasado de Daniele Santopietro, Stefano Zamagni y el agente Marco Finocchi se fueron a ver al administrador del edificio en el que el criminal había vivido durante un cierto tiempo, antes de desaparecer en la nada.

Después de una llamada telefónica para saber si podrían pasar para tener una pequeña charla, los dos policías se presentaron en las oficinas del estudio del administración Maurizzi y fueron recibidos por una empleada que les hizo sentar a la espera de que el administrador estuviese libre.

–Serán sólo unos pocos minutos –explicó la mujer y la previsión fue correcta.

–Encantados de conocerles –les saludó el administrador –¿A qué debemos vuestra visita? A parte de los controles rutinarios de la Guardia di Finanza1 nunca me había ocurrido que en nuestras oficinas llegasen las fuerzas del orden por otros motivos.

El inspector Zamagni explicó que su visita tenía que ver con el edificio que ellos administraban desde hacía años, luego, cuando él y el agente Finocchi se encontraron en la oficina del administrador, pasó también a contarle los detalles.

–Me deben perdonar, pero han pasado más de diez años desde los hechos que me estáis contando –dijo el hombre –y, realmente, no me acuerdo exactamente de este detalle con respecto a la instalación de tele cámaras. Imagino, de todos modos, que se haya tratado de una instalación a raíz de una asamblea y debido a motivos de seguridad.

–¿Tiene una forma de comprobarlo? –preguntó Zamagni.

–Claro, pero necesito unos días –respondió el administrador –Debo recuperar la información del archivo y remontarme a diez años atrás.

–De acuerdo –le complació el inspector –Podemos darle dos días. ¿Cree que serán suficientes?

–Quizás es poco tiempo pero veremos qué puedo hacer.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, a continuación abandonaron el estudio de administración y volvieron a la calle.

Esa tarde, el administrador comprobó la documentación del edificio en cuestión y, cuando se dio cuenta de lo que le habían pedido los policías, se acordó de un detalle y llamó por teléfono con la esperanza de que aquel número de teléfono móvil estuviese todavía activo.

El regreso del inspector Zamagni y del agente Finocchi hacia la comisaría se vio frenado por un accidente.

Cuando transitaban por el inicio de la vía Saffi, los dos policías vieron un atasco y se pusieron a la cola.

Un poco más adelante se veían las luces intermitentes de una ambulancia y de un coche de la policía municipal.

A la espera de que el tráfico se desplazase en aquel punto, aunque fuese lentamente, una persona fue metida en la ambulancia y esta partió con las sirenas a todo meter justo después.

Por lo que se podía entender, un automovilista había embestido a un peatón en el paso de cebra y, en cuanto llegaron al lugar exacto del accidente, Zamagni se identificó con un agente de la policía municipal y le preguntó si todo estaba resuelto.

–El hombre que ha sido atropellado probablemente esté llegando a Urgencias del Hospital Maggiore en estos momentos –explicó el policía municipal –mientras que al automovilista le ha caído una multa, sólo para empezar, luego ya se verá cómo se desarrollarán las condiciones de la persona atropellada.

Zamagni le dio las gracias por la información esperando que todo concluyese de la mejor manera.

Dejando a la espalda el lugar del accidente, los dos policías llegaron a la comisaría y, después de explicar al capitán Luzzi el motivo de su retraso, comenzaron a ponerlo al día con respecto a su coloquio con el administrador Maurizzi.

–Sinceramente espero que estas búsquedas nos puedan llevar a la identificación de la Voz –admitió el capitán, asintiendo. –A veces se me ocurre pensar que pueden resultar inútiles e infructuosas pero, por otra parte, me doy cuenta de que no es fácil rastrear a una persona cuando las únicas referencias que tenemos son un criminal muerto y alguien que ha escuchado la Voz sólo por teléfono.

–Seguramente es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.

–Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

–De acuerdo. Gracias.

Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán dándole las buenas noches.

El hombre tenía consigo la dirección del inspector Zamagni y así, poseyendo todavía un día antes de deber cumplir la petición de su cliente, fue a investigar in situ.

Avenida della Reppublica en San Lazzaro di Savena era una calle bastante frecuentada, por lo menos en las horas diurnas, con coches que iban y venían en las dos direcciones y peatones que la recorrían por las aceras y bajo los tramos de los porches.

 

Gracias a una rápida búsqueda en Internet había visto que la dirección que le interesaba se encontraba en la extremidad opuesta, cerca de vía Jussi, pero él, para hacerse una idea más precisa de la zona, entró en la calle por la parte opuesta.

Al principio vio un parque público a la derecha y varios negocios a la izquierda, luego los negocios se alternaban con edificios a ambos lados.

Vio también un bar, a primera vista bastante frecuentado, así que continuó por la carretera para llegar a su destino, más o menos enfrente de un supermercado de medianas dimensiones.

Atravesada la calle, que en aquel punto en el centro tenía también una placita peatonal alrededor de la cual discurría el tráfico rodado, el hombre llegó delante del número 96 y, poniendo cuidado en que nadie lo viese o de llamar la atención de posibles peatones, cogió el aviso de llegada del repartidor y lo pegó al panel de los timbres de aquel edificio.

En ese momento, volvió a la parte opuesta de la avenida della Reppublica y se apostó en un sitio desde donde podría tener una buena visibilidad del otro lado de la calle.

Al volver a su apartamento cogió el ordenador portátil, se conectó al sitio web de Youtube e hizo una búsqueda rápida. Entre los primeros resultados encontró aquel que le interesaba, así que cogió la pequeña grabadora de bolsillo, volvió a poner el vídeo y encendió la grabadora.

Después de unas cuantas tentativas, el hombre decidió que la grabación hecha era adecuada para el uso que debería hacer con ella.

Aquella noche, cuando volvió a casa, el inspector Zamagni encontró en el panel de los timbres un aviso de llegada por parte de un repartidor. Dándose cuenta de que no esperaba nada, se preguntó qué le habrían enviado y quién lo habría hecho.

En el aviso estaba señalada también una nueva fecha de entrega, dos días después a las seis de la tarde.

Tomando nota de la información y teniendo todavía en la cabeza la cuestión con respecto al remitente y el objeto que recibiría, el inspector subió las escaleras y entró en su apartamento sin saber que alguien lo estaba observando.

Durante la cena, el inspector miró el telediario y, entre todas las noticias, le llamó la atención especialmente la que tenía que ver con un accidente de tráfico ocurrido al comienzo de la vía Saffi en las que un hombre había sido atropellado por un coche.

Enseguida se percató de que era aquel con el que se habían encontrado al volver a comisaría.

–El hombre atropellado –había añadido el periodista –el día anterior había salido de prisión, donde se encontraba porque hacía exactamente un mes había atracado una joyería en vía san Felice.

VII

A la mañana siguiente, Zamagni y Finocchi, junto con el capitán Luzzi, intentaron hacer de nuevo un análisis de la situación de la investigación que estaban llevando a cabo, para comprender cuál podría ser el paso siguiente.

No tenían realmente gran cosa pero era seguramente algo más con respecto a cuando habían comenzado a asumir el control de los efectos personales de Daniele Santopietro.

–Entretanto creo entender que de esos objetos no conseguiremos sacar alguna información útil para nuestra investigación –comenzó a decir el capitán –¿no es verdad?

–Por lo que parece, así es. –asintió el inspector –el único objeto particular es aquel libro rojo con el botón en el interior de la cubierta. Luego está ese artilugio del que no sabemos todavía el uso.

–Comprendo –dijo el capitán –en cambio, los objetos que están dentro de las cajas que se encuentran todavía en tu escritorio parecen totalmente inútiles.

–Exacto –estuvo de acuerdo Zamagni.

–De acuerdo. Luego tenemos las tele cámaras montadas en el edificio donde Santopietro ha vivido durante un tiempo.

–Sí –confirmó el agente Finocchi.

–¿Sabemos algo más con respecto a estas? –preguntó Luzzi –me refiero por parte del administrador.

–Todavía no –respondió Zamagni –Le hemos dado dos días para obtener la información de la documentación que debe estar en el archivo de la oficina.

–Bien –asintió el capitán –Esto significa que mañana por la mañana volveréis a ver al administrador del edificio y, si todo va como debe, deberéis saber todos los detalles concernientes a esto.

–Exacto –dijo Zamagni.

Marco Finocchi hizo sencillamente un gesto con la cabeza, sin decir nada, para confirmarlo.

–Perfecto –continuó diciendo Giorgio Luzzi – Y mientras tanto, ¿qué pensáis hacer? ¿Tenéis alguna idea?

El inspector intercambió una mirada con el agente Finocchi y, por su lenguaje corporal, el capitán entendió que no tenían ninguna, por lo menos de momento, sobre cómo continuar con la investigación.

El hombre estaba reposando cuando sonó el teléfono móvil.

–Ha surgido un imprevisto –escuchó que decían desde la otra parte de la línea –Los detalles se encuentran al lado del rey, siempre en el mismo lugar –a continuación se interrumpió la llamada.

¿Qué había ocurrido de manera tan repentina?, se preguntó, luego, considerando que no estaba haciendo nada importante, salió corriendo para ir a dónde le habían dicho.

En cuanto llegó a la librería enfrente de las Due Torri, el hombre entró y se dirigió a la sección dedicada a la narrativa y buscó las novelas de Stephen King.

Pasó revista a todas las que había en la estantería hasta que vio algo que le llamó su atención.

Esperó el momento oportuno, unos minutos después, sin hacerse ver por ojos indiscretos, lo sacó con decisión y se encontró en la mano un sobre blanco como el que había hallado algunos días antes en la misma librería, pero en la estantería dedicada a las guías turísticas.

Por suerte tengo la mente abierta, de lo contrario ni siquiera yo habría comprendido las pistas.

Se metió rápidamente el sobre en el bolsillo de los pantalones, luego dio una vuelta rápida por el interior de la librería, de manera que pareciese un cliente normal, y salió de nuevo a la calle pasando delante de las cajas registradoras.

En cuanto llegó a casa, abrió el sobre y leyó el mensaje que había en su interior, escrito sobre un papel blanco.

Todos los mensajes escritos que recibía habían sido escritos con el uso de un programa de escritura, nunca a mano.

El mensaje era sencillo y perentorio: eran las indicaciones para llegar a una habitación del Hospital Maggiore de Bologna, junto con una fecha y una hora. La fecha era al día siguiente mientras que la hora era las doce del mediodía en punto.

El hombre volvió a doblar el folio y lo volvió a meter dentro del sobre, luego dejó todo encima de la mesa.

La segunda visita al administrador del edificio en el que había vivido Daniele Santopietro no produjo grandes resultados para el avance de la investigación.

A Zamagni y Finocchi se les dijo que la instalación de las tele cámaras a lo largo de las escaleras fue hecha como consecuencia de algunos robos en los apartamentos y que eso resultaba ser un normal medio de prevención para mantener la seguridad de los vecinos.

En cuanto entraron en la comisaría, le pasaron la información al capitán Luzzi que, después de haber asentido, quedó unos minutos en silencio pensando.

–¿Ideas? –dijo, finalmente –¿Habéis pensado cómo debemos actuar ahora?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron la mirada, luego negaron con la cabeza.

–Efectivamente, esta información no me parece útil para el desarrollo de la investigación... –concluyó el capitán –por lo que se nos debe ocurrir alguna otra cosa.

Zamagni asintió.

–¿Podríamos conseguir hacer un análisis vocal? –propuso el agente Finocchi.

–¿Análisis vocal? –repitió Zamagni.

–Sí –confirmó Marco Finocchi –Esta persona que estamos buscando la hemos podido escuchar por lo menos en una ocasión, por lo que podría ocurrir de nuevo. Si la próxima vez que suceda nosotros estuviésemos preparados para registrar la llamada y la pasásemos a un experto en la materia, quizás nos sabría describir el perfil vocálico y quizás podría ser útil para obtener mayor información con respecto a esta Voz, sino incluso identificarla.

La propuesta del agente Finocchi parecía sofisticada pero el capitán comentó positivamente la idea.

–No deberías ser complicado conseguirlo –añadió.

–¿Y en el caso de que esta Voz no se escuchase de nuevo? –objetó el inspector.

–Mientras tanto podremos informarnos con respecto a esta posibilidad –respondió Giorgio Luzzi –por lo demás, nunca se sabe.

–O podríamos encontrar la manera de obligarlo a llamar –propuso el agente Finocchi –Cuando ocurrió en el pasado fue, por ejemplo, en ocasión de la resolución del caso ligado a la Asociación Atropos. ¡Incluso nos ha felicitado!

–Haría falta algo que lo hiciese sentirse... derrotado –admitió el capitán.

–¿Qué podría ser? –preguntó Zamagni.

–No lo sé –respondió el capitán. –Ahora, personalmente, no sabría decirlo.

VIII

El hombre llegó al hospital Maggiore y siguió las indicaciones escritas en el interior del segundo sobre que había encontrado en la librería para llegar a la habitación donde estaba ingresado su objetivo.

Desde lejos vio a un hombre de uniforme delante de la puerta. Policía.

No recordaba haber leído sobre este detalle, de todas formas se adaptó enseguida a la situación: retrocedió y fue a investigar entre los pisos hasta que, en una habitación de pequeñas dimensiones, encontró una bata blanca colgado de un perchero y se la puso encima apoyando alrededor del cuello un fonendoscopio que había en uno de los bolsillos inferiores.

En el bolsillo arriba a la izquierda había colgado un cartelito con el nombre del médico, el titular de la bata misma.

Rápidamente volvió al piso en donde había estado cuando había llegado a la estructura hospitalaria, luego, con maneras desenvueltas, dijo al agente que estaba plantado delante de la habitación que debería comprobar las condiciones del paciente que se encontraba en el interior.

Un minuto después, el hombre se encontraba enfrente de su objetivo del día, que lo miró sin hablar, como si estuviese a la espera de las indicaciones del médico que llevaba habitualmente la bata.

El falso médico miró el reloj: las 9:24 y 45 segundos. En cuanto se puso en el minuto siguiente, como estaba indicado en las pocas líneas que había encontrado en el segundo sobre, cogió una almohada que se encontraba en la silla en el interior de la estancia y, sin dar tiempo al paciente para darse cuenta de lo que estaba sucediendo, con la mano izquierda la comprimió contra el rostro del hombre que se encontraba acostado mientras que con la derecha extrajo desde debajo de la bata una pistola con silenciador y disparó a la almohada haciendo revolotear por la habitación algunas fibras inidentificables.

Después de haber puesto la almohada donde se encontraba poco antes, esperó todavía un par de minutos, luego salió de la habitación, hizo una señal de saludo al agente, ignorante de lo que había ocurrido, colocó la bata donde la había encontrado poco antes y dejó el hospital.

Cuando la tarde de aquel día el auténtico médico se puso la bata no sabía que, de alguna manera, había contribuido a un homicidio.

El cuerpo sin vida de la víctima fue encontrado sólo algunas horas después del servicio de distribución de las comidas y, en esa ocasión, el agente plantado delante de la habitación se quedó sin decir nada durante unos segundos, inconsciente de cómo podía haber ocurrido algo parecido.

Después de todo, la única persona que había visto entrar en aquella habitación había sido un médico.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi continuaban rompiéndose la cabeza para comprender los próximos pasos que harían para localizar a la Voz, pero cada una de las tentativas que hacían los llevaba a un callejón sin salida.

En realidad, parecía que el único camino con sentido fuese aquel del reconocimiento a través del perfil de voz.

Para probar esta solución Zamagni decidió hablar directamente con la sección técnica de la policía con el objeto de decidir qué hacer.

Le propusieron que tuviesen bajo control su teléfono móvil, dado que la Voz le había llamado al número del celular. De esta manera podrían intentar rastrear la posible llamada y, al mismo tiempo, grabarla para intentar descifrar el perfil de voz de la persona que llamaba.

 

–Me parece una buena idea –comentó el capitán Luzzi después de que el inspector le hubiese explicado a él y al agente Finocchi el procedimiento que podrían seguir.

También Marco Finocchi asintió.

Dado que estaban todos de acuerdo, el capitán procedió con la petición a la sección competente.

–Ahora sólo debemos esperar a que esta persona se haga oír –concluyó el inspector.

–Tengo confianza en que antes o después sucederá –dijo Marco Finocchi, encontrando apoyo en la mirada del capitán.

–¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Zamagni rompiendo el silencio que se había creado.

–Considerando que, aparentemente, por el momento nos encontramos en un punto muerto de la investigación, propondría esperar –respondió Giorgio Luzzi –Mientras tanto, seguramente se nos ocurrirá alguna idea.

–De acuerdo –asintieron al unísono Zamagni y Finocchi que justo después salieron de la oficina del capitán.

El promotor de aquel homicidio se enteró de la muerte de un paciente en el hospital Maggiore de Bologna mientras miraba el telediario.

El cuerpo había sido encontrado podo después del mediodía por los asistentes que se ocupaban de la distribución de las comidas de los pacientes, mientras que el agente de policía que estaba fuera de la puerta vigilando al paciente que había en el interior no se había dado cuenta de nada.

Por lo que estaba diciendo el periodista en la habitación se había visto entrar un médico poco antes de las 9:30.

Perfecto... perfecto..., pensó el cliente que, justo después, apagó el televisor.

La misma noticia llegó a Zamagni y Finocchi durante su pausa para comer y el inspector pensó inmediatamente en cómo había podido ocurrir algo de ese tipo.

En cuanto entraron en la comisaría el capitán Luzzi llamó a los dos policías a su oficina.

–Sentaos –dijo el capitán mientras cerraba la puerta de la oficina –Os necesito.

Zamagni y Finocchi se quedaron callados a la espera de que el capitán explicase el motivo de esta petición de ayuda.

–Sé que vuestro trabajo principal ahora es el de localizar a ese hombre.... la Voz... pero tenemos una emergencia y he pensado que, visto que, por lo que parece, esa investigación está sufriendo un retraso porque estamos esperando, y confiamos que, de alguna manera, se haga oír esta persona... –comenzó a decir Luzzi –A propósito... ahora tu línea telefónica está pinchada.

En ese momento el capitán se estaba dirigiendo a Zamagni que asintió.

–Decía... –continuó su superior –Ha ocurrido un imprevisto debido al cual os necesito. Me explico. ¿Habéis oído lo de ese hombre encontrado muerto en el hospital Maggiore? Me han dicho que el telediario regional ha comenzado ya a dar la noticia.

–Lo hemos escuchado –confirmó el inspector.

–Fantástico –asintió Luzzi –Así que he pensado que podríais ocuparos vosotros, por lo menos hasta que no recibáis más material para continuar con la búsqueda de esta Voz.

Zamagni y Finocchi intercambiaron una mirada.

–Os lo estoy pidiendo sólo porque, de momento, no tenemos más hombres libres para encargarse del caso. En cuanto sea posible, o haya uno disponible, quedaréis dispensados de esta tarea –prometió el capitán.

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron otra mirada, luego consintieron.

–¿Qué sabemos de esta persona? –preguntó Zamagni.

–Por ahora sólo sabemos que se encontraba en el hospital Maggiore porque había sido atropellado en el cruce de la carretera de circunvalación con vía Saffi... –comenzó a explicar Giorgio Luzzi –... ¿qué ocurre?

–Hemos estado en el accidente –respondió el agente Finocchi –O mejor dicho... hemos pasado poco después de que ocurriese y nos explicaron que la persona atropellada había sido transportada en ambulancia al hospital Maggiore.

–Entiendo –dijo el capitán –Hay otra cosa. El hombre estaba siendo vigilado por un agente porque acababa de salir de la cárcel de la Dozza, donde estaba cumpliendo una pena por atraco a una joyería en la vía San Felice.

–Me acuerdo por el servicio que habíamos pasado en el telediario regional el día en el que había ocurrido el accidente de tráfico –dijo Zamagni.

–Perfecto. Por el momento las informaciones que tenemos son estas. Si no tenéis ninguna pregunta o propuesta, os deso que tengáis un buen trabajo –concluyó el capitán.

–Gracias.

–Gracias a vosotros –dijo Giorgio Luzzi mientras los dos policías salían de la oficina.

IX

La víctima que anteriormente había atracado la joyería de vía San Felice en Bologna se llamaba Salvatore Cuomo y era originario de Napoli.

Después del atraco, el hombre fue arrestado y llevado a la cárcel de la Dozza.

La pena establecía un año de cárcel pero, por buena conducta, Salvatore Cuomo volvió a estar libre después de tres meses. Y al día siguiente fue atropellado en el cruce entre vía Aurelio Saffi y la carretera de circunvalación.

Con esta información y con la noticia del asesinato del hombre en el hospital, el inspector Zamagni y el agente Finocchi se presentaron a mitrad de la tarde en la joyería.

Después de haber sonado la campanilla, la puerta se abrió y los dos policías entraron.

–Buenas tardes –los saludó el joyero –¿en qué os puedo ayudar?

–Buenas tardes –dijo Zamagni intercambiando el saludo y mostrando la tarjeta identificativa de la policía. –¿Podemos hablar con usted unos minutos? Le garantizo que sólo le mantendremos ocupado apenas el tiempo de hacerle dos preguntas.

–C... claro –consintió el hombre quedándose desconcertado por la situación –Preguntad, por favor, lo que os interesa saber.... os pido perdón pero esperaba que fuerais dos clientes.

–No se preocupe –lo tranquilizó el agente Finocchi.

–¿A qué debo vuestra visita?

–Hemos pasado porque querríamos hablar con usted con respecto a un cierto Salvatore Cuomo –comenzó a decir Zamagni.

–No conozco a nadie con ese nombre –respondió inmediatamente el joyero.

–Es la persona que atracó este negocio hace unos tres meses. Imagino que se acordará de este hecho.

–Bien... es casi imposible olvidar una cosa parecida –confirmó el comerciante.

–Vale –dijo Zamagni –Por lo que sabemos esta persona fue atropellada por su coche en el cruce de vía Saffi con la carretera de circunvalación.

El inspector hizo una breve pausa para intentar comprender las posibles reacciones del joyero, luego dijo:

–¿Era usted el que conducía el coche en el momento del accidente?

–Sí, conducía yo –admitió el hombre –pero os garantizo que se trata sólo de una coincidencia y de lo sucedido se está ocupando mi aseguradora.

–Comprendo –dijo el inspector –¿Sabe también que Salvatore Cuomo ha muerto?

Esta última pregunta desconcertó al joyero.

–¿Muerto? –preguntó el hombre –¿Debido a las lesiones producidas después el accidente?

–No –respondió Zamagni –Ha sido asesinado mientras se encontraba ingresado en el hospital.

–Oh, Dios mío –fue la primera reacción del hombre que, poco después, preguntó –¿Y quién habría querido matarlo?

–Todavía no lo sabemos –respondió el inspector –Pero entre los posibles sospechosos están, sin duda, las personas a las que Salvatore Cuomo ha causado algún daño y, considerando lo que hacía para vivir, por su causa han sufrido un hurto.

–¡Yo no he matado a nadie! –gritó inmediatamente el joyero. –¡No quiero ser acusado de un delito del que no soy responsable!

–Ahora cálmese –intentó tranquilizarlo el inspector –Estamos investigando y seguramente llegaremos hasta el culpable. Por el momento no acusamos a nadie y lo haremos sólo cuando estemos seguros.

Después de las últimas palabras de Zamagni el comerciante pareció relajarse un poco, después de lo cual dijo:

–Os pido perdón por mi reacción, pero creo que podréis entender mi situación. Dos policías irrumpen en mi negocio de repente diciéndome que quien ha atracado aquí hace tres meses ha muerto asesinado y yo...

–Hemos entendido lo que quiere decir –lo interrumpió el inspector –Ahora debe permanecer tranquilo. Es nuestro deber, de todas formas, informarle de que, hasta que no se aclare todo sobre el desarrollo de los hechos y hasta que no hayamos encontrado al culpable del asesinato del señor Cuomo, usted deberá permanecer disponible como posible investigado.

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