Delitos Esotéricos

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―No es necesario que os postréis ante mí ―dijo, despidiendo al anciano e invitando a las dos mujeres a entrar en su habitación. ―Sois bienvenidas. Hace tiempo que os esperaba, la percepción de vuestra llegada era fuerte en mi interior. Me presento ante vos, fieles adeptas, que aspiráis a la sabiduría universal. Desde que estoy en este lugar me hago llamar Roboamo, aunque éste no es mi verdadero nombre, en honor del hijo del rey Salomón que se llamaba así. Dice la tradición que este templo fue hecho edificar justo por el sabio Rey en este sitio inaccesible, entre éstas que son las montañas más altas de la Tierra, para hacer las veces de caja del tesoro y para la protección del libro de magia más antiguo y más preciso, escrito de su puño y letra, La chiave di Salomone. Las leyendas dicen que ese libro fue encontrado, unos siglos después de la muerte del famoso Rey, en el interior de su tumba, conservado en un contenedor de marfil junto a un anillo que llevaba su sello. Muchos intentaron traducir ese escrito primero al latín, luego al francés, pero nadie lo consiguió totalmente, ya que era sólo una falsificación y el rey Salomón había conseguido convertirlo en incomprensible. El original de La chiave di Salomone, en cambio, está conservado en el Santa Sanctorum de este templo y sólo unas pocas personas sabias, en el transcurso de los milenios, han podido tener acceso a él. Quizás tú, Aurora, podría formar parte de estos pocos elegidos, pero no anticipemos acontecimientos. Vosotras estáis aquí para acceder al saber conservado en este lugar de la misma manera que, antes que vosotras, han llegado personas deseosas de consultar textos importantes, que han sido custodiados aquí desde tiempos inmemoriales. Han llegado sacerdotes de todo tipo de religiones pero también prominentes científicos, gracias a los cuales esta construcción ha sido dotada de comodidades modernas. Vosotras mismas habéis visto la instalación para la producción de electricidad. No es sencillo hacer llegar hasta aquí materias primas para la construcción de tales instalaciones. El único científico que llegó hasta aquí fue un italiano, cuya idea era transformar la energía de los rayos del sol, pero también aquella inherente a la misma luz, en energía eléctrica, por medio de micro celdas, que él llamaba celdas fotovoltaicas, en honor de su conciudadano Alessandro Volta. Pero, mientras que en vosotras veo auras positivas, alrededor de él aleteaba un aura oscura, que tendía al negro, índice de maldad y perfidia de ánimo.

―¿Cómo se hacía llamar? ―preguntó Aurora, con curiosidad y un poco de temor ―¿Ha podido acceder al saber, aunque tuvierais dudas de él?

―Querida Aurora, tú tienes un aura de color azul intenso, como el límpido cielo, y por lo tanto un corazón puro, pero eres muy sensible a los influjos externos, porque te fías de todos. Y es por esto que estás acompañada por Larìs, que tiene un aura roja como el fuego y que revela su carácter impulsivo, determinado, listo para sacrificar su propia vida para ayudar a quien está a su lado. No puedo revelarte el nombre de esa persona. Cualquiera que llega hasta aquí tiene acceso a los textos y a los manuscritos que aquí se conservan. Luego, concierne a él decidir cómo usar el saber adquirido, si para el bien o para el mal. Mira, cada religión tiende a identificar el bien con Dios y el mal con otra divinidad opuesta. Que luego Dios se llame Jahvé, Vishnu, Odino o Allah y el diablo Satana, Lucifero, Seth o Sehuet, es indiferente. El bien y el mal están dentro de cada uno de nosotros y la eterna lucha entre ellos se consuma en nuestra alma. En algunos prevalece el bien, en otros el mal.

―Gran Patriarca, revélanos el camino para acceder a la Sabiduría Universal ―volvió a decir Aurora ―y te estaremos agradecidas y te honraremos durante el resto de nuestra vida mortal.

―Veréis, hay dos vías para alcanzar el objetivo, una más rápida y otra más lenta. Larìs, que es más joven, seguirá esta segunda vía, tendrá todo el tiempo para consultar los textos, asimilar cuanto contienen y aprender a usar, con la ayuda de los Maestros, su Tercer Ojo, el de la sabiduría, con el que conseguirá percibir el aura de las personas que están a su alrededor y penetrar en sus pensamientos, entrando en contacto con sus mentes. Es un recorrido largo que yo mismo hace tiempo escogí, y que requiere constancia, concentración y aplicación. Para ti, Aurora, que en cambio tienes prisa por asimilar todo con rapidez y volver a tu patria para combatir las fuerzas del maligno, te tengo reservada una vía más corta.

Batiendo las manos, llamó a Hiamalè, que condujo a Larìs fuera de la habitación, mientras que por la otra puerta entraron dos jóvenes sirvientas con una tisana humeante para el anciano patriarca. Roboamo bebió con cuidado, luego, de una bandeja que le traía una de las sirvientas, cogió un estuche y de él extrajo una jeringa.

―Papaverina. Inoculada en el pene, permite una erección duradera para una relación satisfactoria incluso en una persona anciana como yo. Te transmitiré todo mi saber y mi ciencia por medio de un vínculo carnal, después de lo cual tendrás acceso al Santa Sanctorum.

Las sirvientas ayudaron a Aurora a desvestirse y a tumbarse sobre los cojines dispuestos a tal fin sobre el pavimento, luego se ocuparon del anciano, lo liberaron de los vestidos, le pusieron la inyección, lo masajearon bien, y cuando entendieron que estaba preparado para consumar la relación con la recién llegada, se retiraron a un ángulo de la habitación. La relación con el anciano procuró a Aurora un inmenso placer. Cerró los ojos y se abandonó a los movimientos de Roboamo. En la cima de la excitación, alcanzado un intenso placer, comprendió que con el flujo líquido estaba penetrando en ella un calor que la invadía desde la punta de los pies hasta el último cabello. Estaba asimilando de un solo golpe toda la sabiduría que el anciano había acumulado en decenios de permanencia en aquel lugar inaccesible. En un momento dado, Aurora se dio cuenta de que Roboamo yacía inmóvil encima de ella. Todavía tenía el miembro turgente, debido al efecto de la papaverina, pero ya no respiraba, había muerto. Con un delicado movimiento, apartó a un lado el cuerpo de Roboamo y con bastante dificultad se desacopló de él. Mientras las sirvientas se hacían cargo del difunto, Aurora se volvió a vestir y fue asaltada por el miedo: ¿cómo llegar al Santa Sanctorum sin la ayuda de Roboamo? Pero luego, concentrándose, comprendió que, además de la sabiduría, había asimilado todo lo que había conservado en su memoria y, por lo tanto, ya conocía el camino que debía seguir para alcanzar la meta. Pero había más, la relación acabada de consumar la había transformado, tenía la piel más lisa, los senos más duros, las piernas más esbeltas, los cabellos menos sutiles, en definitiva, se sentía rejuvenecida. Buscó un espejo, que le devolvió la imagen de una veinteañera, la imagen de ella misma pero con cuarenta años menos. Con las manos se tocó el rostro, como para cerciorarse de que lo que veía fuese real y no una visión. Las arrugas habían desaparecido, sus ojos verdes brillaban, no había ni sombra de la opacidad del cristalino, los cabellos habían vuelto a su color castaño natural. Pero no tenía tiempo para pararse en elementos fútiles. Debía llegar hasta La Chiave di Salomone.

Intentando seguir los recuerdos impresos en la mente por Roboamo, volvió a descender las escaleras hasta la planta baja. En un salón con las paredes decoradas buscó una estatua dorada que representaba un gato. Colgando del cuello de éste último observó un medallón con forma de pentáculo. Lo giró y vio abrirse un pasaje en la pared de fondo, la única en la que no había ventanas. Entró en un largo pasillo semi oscuro, iluminado de vez en cuando por la débil luz de antiguas lámpara de aceite. Al final del pasillo, una escalera de caracol descendía hacia los subterráneos hasta otro salón ricamente decorado. Fue derecha hacia una maciza puerta dorada, enriquecida con bajorrelieves de oro puro, que representaban episodios de la vida del Rey Salomón. No había una cerradura para abrir la puerta ni otros artilugios. Para acceder al Santa Sanctorum se necesitaba una orden vocal, distinto según los días de la semana y de las horas del día. Aurora, calculando que en aquel momento debería invocar a la luna, pronunció en voz alta:

―¡Levanah!

La maciza puerta dorada comenzó a desplazarse en el interior del muro, de doble hoja, dejando libre acceso a la más secreta de las estancias del templo. En el centro de la misma, sobre una columna de un metro y medio aproximadamente, una caja de marfil se suponía que guardaba el libro y el anillo con el sello de Salomón, el talismán más potente de todos los tiempos. Muy emocionada, abrió la caja. El libro estaba en su sitio pero el anillo, no. Quien había llegado antes que ella había conseguido robarlo, asegurándose un poder nada desdeñable y difícil de combatir, en caso de que fuese utilizado para fines maléficos. Pero ahora la maga no tenía tiempo para pensar, tenía toda la noche para asimilar todo cuanto Salomón había escrito muchos siglos atrás, algo que no había recibido de la memoria de Roboamo, ya que él, aunque tenía acceso al Santa Sanctorum, nunca había tenido el valor de enfrentarse al texto sagrado. Cuando estuvo segura de haber aprendido de memoria todas las fórmulas e invocaciones, volvió a poner el libro en la caja y salió, recorriendo al revés el mismo camino que había seguido para llegar hasta allí. Cuando salió del salón, observó que desde las ventanas empezaban a entrar las primeras luces del alba. Giró el medallón sobre la estatua del gato, devolviéndolo a la posición inicial, y el pasaje del que acababa de salir se cerró.

Era el momento de volver a casa, en Liguria, y esta vez el viaje sería breve. Utilizaría el tele-transporte, que era una nueva magia que acababa de aprender. Pero primero debía despedirse de Larìs. Volvió al claustro, donde se encontraban las habitaciones de los huéspedes, observando que Ero y Dusai, ya levantados, conversaban en el borde de la piscina. A ambos se le escapó una apreciación sobre el nuevo aspecto de Aurora.

 

―¡Cáspita! Ojalá hubiese sido así el otro día ―comentó Dusai.

La maga evitó contestarle y llamó a la puerta de Larìs, que todavía estaba inmersa en el mundo de los sueños. Vio a ésta última que abría la puerta, medio dormida, observarla con aire interrogativo. Cuando Larìs se dio cuenta de que quien estaba delante era su compañera de viaje, se frotó los ojos pensando que quizás todavía estaba soñando.

―¡Sí, soy yo! ―afirmó Aurora ―Me voy pero permaneceremos en comunicación telepática. Cuando te necesite, lo sabrás, y serás capaz de llegar hasta mí en el menor tiempo posible.

Luego acercó sus labios a los de Larìs y la besó.

―¡Hasta pronto!

Aurora salió del templo y llegó a una llanura solitaria, donde se sentó en el suelo, teniendo cuidado de no cruzar las piernas, se concentró en el lugar al que debía ir y pronunció la fórmula mágica. Como su fuese capturada por un torbellino, por una especie de tromba de aire, su cuerpo se desvaneció para reaparecer en Triora, en el interior de su vivienda.

―¡Ya estoy en casa!

1 Capítulo 4

Nos dirigimos a pie hacia la escena del delito que ya había sido delimitada por las tiras de plástico blancas y rojas con las palabras Polizia di Stato. El lugar estaba ennegrecido por el incendio y empapado por el agua usada para apagarlo, pero lo que asombraba era el olor nauseabundo que se veían obligados a respirar. El olor de la carne humana quemada que todavía aleteaba en el aire era realmente insoportable. Cuando vio el cuerpo consiguió a duras penas contener la náusea. A primera vista parecía un maniquí, doblado sobre sí mismo, pegado a una cancela metálica que cerraba una especie de gruta, la forma humana ennegrecida por las llamas. No había rastros de cabellos y por todas partes se entreveían los huesos en medio de algunos jirones de piel apergaminada. Se intuía que era el cuerpo de una mujer por la silueta de los senos. A la altura de las muñecas y tobillos se notaban como una especie de filamentos de plástico fundido, índice de algo que debió servir para atar a la víctima a la cancela. El médico forense estaba llevando a cabo las primeras observaciones en el cuerpo mientras que los hombres de la científica estaban esperando pacientemente a que éste terminase para iniciar su trabajo. Diciendo a Mauro que me esperase, me acerqué traspasando la barrera de tiras de plástico. Cuando advirtió mi presencia, el forense, levantó la cabeza y se sacó los guantes de látex, moviendo la cabeza. La persona que estaba tendiéndome la mano era una mujer de unos treinta años, menuda, cabellos cortos oscuros, ojos oscuros y un pequeño piercing dorado en la nariz.

―La comisaria Ruggeri, imagino. Mucho gusto, doctora Illaria Banzi, médico forense.

―¿Qué me puede decir de esta pobre mujer?

―Realmente escalofriante, ni siquiera en mi breve carrera he visto nada parecido. No sé decir si estaba viva o muerta cuando la echaron a las llamas pero, desde el momento en que parece que estaba atada de manos y pies a esa cancela con trozos de cinta adhesiva, pienso que ha sido quemada viva. Este detalle nos lo dirá la autopsia. Por el momento puedo decir que estamos en presencia de un sujeto de sexo femenino, alrededor de los treinta y cinco, cuarenta años como máximo, a juzgar por la dentadura, pero no puedo ser precisa tampoco en esto, ya que el fuego lo ha alterado todo. En cuanto la científica haya terminado con sus observaciones, dispondré el traslado del cuerpo a la morgue y en el menor tiempo posible le enviaré el informe de la autopsia. Dentro de poco estará aquí el juez de instrucción. ¡Le deseo suerte, no será una investigación sencilla!

Me despedí de ella y fui hacia los hombres de uniforme.

―¿Se sabe algo sobre la identidad de la víctima? ―pregunté.

―¡Seguramente no tenía documentos encima! ―fue la respuesta sarcástica de un subinspector al que fulminé con la mirada ―Entiendo, no ha sido una broma apropiada. Lo que sabemos es que la víctima fue atada con una gruesa cinta adhesiva, esa para los paquetes para entendernos, a la reja metálica y le prendieron fuego. Esa especie de gruta es en realidad una vieja leñera, en el interior de la cual había leña seca y otros materiales inflamables. Desde el momento en que en esta zona se habla tanto de brujas, hemos pensado que alguien haya querido simular la ejecución de una bruja en la hoguera. Quizás un juego sádico entre dos amantes, ¿por qué no? Ella se deja atar, voluntariamente, él enciende una pequeña hoguera para dar más verosimilitud al juego pero luego la situación se le va de las manos, se levanta el viento, se desata el incendio y para la mujer, atada de esa manera, no hay salida. Nos hemos hecho esta idea.

―Muy fantástica, diría, y mal respaldada por las pruebas. ¿A usted le gusta hacer jueguecitos de este tipo con su compañera?

Quizás afectado en su intimidad, enrojeció, se aclaró la voz y buscó la manera de escapar.

―Está llegando el juez de instrucción. Ahora será él quien formule las hipótesis justas. Perdóneme, lo mío eran sólo conjeturas.

El juez era un hombre de unos cincuenta años, cabellos rizados, tan alto como Mauro, delgado. Viéndolo se parecía a un ave rapaz, con la nariz aguileña, los labios delgados y las gafas de lectura levantadas en la frente. Se acercó a Mauro, que le estrechó la mano y se presentó.

―Juez Leone, la comisaria Ruggeri. Mi colega acaba de llegar de Ancona y ya se encuentra de lleno en el ajo.

―¡Ya veo! Bien, creo que aquí, por el momento, hay poco que hacer. Mantenedme informado sobre la investigación e intentad cerrar este caso en el menor tiempo posible. No estamos habituados a estos horrendos crímenes en esta zona y no quiero problemas con los periodistas.

Intenté intervenir, preguntándole si quería interrogar junto con nosotros a la propietaria de la casa de al lado, la famosa Aurora, pero él se despidió con un suave apretón de manos y un ¡Buen trabajo!

Quién sabe porqué siempre he odiado a las personas que cuando te dan la mano no la aprietan, de todos modos intente una media sonrisa y respondí:

―Gracias.

Cuando se alejó me volví hacia Mauro.

―Si ahora llegase el comisario jefe de Imperia y fuese igual de simpático, me estaría jugando el puesto que acabo de conseguir. ¿Me entiendes, verdad? Bien, mientras la científica hace su trabajo vamos a conocer a esta bruja.

Mauro me sonrió con aire cómplice y me siguió encantado. Después de todo, comenzaba a caerme simpático y pronto descubriría que, detrás del aire de Rambo todo músculos, se escondía una inteligencia agua y un gran observador, todos ellos elementos que hacían de él un gran policía y un valioso colaborador.

Un sendero atravesaba la vegetación, salía al camino de tierra por el que habíamos llegado y conducía a un edificio aislado, una especie de casa de labranza, de aspecto antiguo, pero en óptimas condiciones.

En la explanada delantera se exhibía el coche de la dueña de la casa, un Porsche Carrera de color gris metalizado. Nos acogió una hermosa cuarentona, rubia, con los ojos de un verde azulado poco comunes, más alta que yo, la tez clara, lisa, sin evidentes arrugas. Vestía un quimono oscuro con unos extraños dibujos, en los que reconocí algunos símbolos esotéricos, cerrado delante con un cinturón. Con cada paso que daba asomaba desde debajo del hábito un largo muslo rosado. El escote hacía que fuese bien visible el abundante seno y no dejaba mucho espacio a la imaginación. Vi la mirada de Mauro posarse con interés sobre el sujeto, quizás con la esperanza de que antes o después la insulsa bata cayese al suelo, revelando a su ojo todas las gracias de su propietaria.

―Sentaos, soy Aurora Della Rosa, y vivo en esta humilde morada. Excusadme, ¡todavía debo recuperarme del susto! Temía que todo acabase quemado esta noche. Dentro de esta casa tengo un patrimonio de libros y manuscritos, incluso muy antiguos, algunos únicos en el mundo y, aparte de mi integridad, he temido perder todo entre las llamas.

Nos sentamos en un salón cuadrado, donde observé estanterías llenas de libros y pergaminos. Toda una pared estaba ocupada por un espejo y el pavimento era de mármol brillante de varios colores que, como un mosaico, representaba la figura de un pentáculo. No podía dar crédito a mis ojos. Allí se encontraba reunido todo lo que, en su momento, había estudiado sobre el esoterismo y las sectas.

―Della Rosa ―dije, repitiendo su apellido ―De La Rose era el nombre de un linaje francés de famosos templarios, los caballeros guardianes del templo y del Santo Grial.

―Se dice que existieron desde antes de la venida del Cristianismo. Los templarios eran los guardianes del tempo de Salomón en Jerusalén, el templo de cuyas ruinas ha quedado sólo el Muro de las Lamentaciones, sagrado para los hebreos. Luego se pasó a identificarlos como guardianes del Santo Sepulcro. En el Medioevo, en Francia, fueron declarados herejes, quizás porque se pensaba que tenían escondido el Santo Grial y no permitieron ni siquiera al Papa acceder a su escondite o quizás porque conocían importantes secretos que la Iglesia no quería que se hiciesen públicos. Fueron torturados, muchos quemados vivos, pero nunca fueron del todo eliminados. Sí, tienes razón, mi familia es originaria de Francia, de la zona de Avignone. Los De La Rose, que tenían unas posesiones en aquel lugar, combatieron contra los ingleses en la Guerra de los Cien Años, sufriendo muchas pérdidas. A finales de mil trescientos algunos miembros de la familia se establecieron en esta zona limítrofe entre Italia y Francia, un lugar tranquilo en medio del monte. Pero luego parece ser que la Inquisición, también aquí, no haya dado tregua a una antepasada mía, que hacia finales del siglo XVI fue procesada acusada de brujería.

Mientras hablaba extrajo del bolsillo del quimono una pitillera plateada, en el interior de la cual había unos cigarrillos que, aparentemente, parecían hechos a mano. Escogió uno, lo llevó a la boca y nos tendió la pitillera.

―Gracias, yo no fumo ―dije ―Y le agradecería que se abstuviese también usted de hacerlo. El humo me fastidia.

Sin ni siquiera considerar lo que había dicho, encendió el cigarrillo, dirigiendo hacia mía, casi a modo de desafío, la primera densa calada que exhaló. No sé cómo contuve mi ira pero lo conseguí.

―¡Dejémonos de charlas, Aurora Della Rosa! ¿Dónde estaba esta noche cuando ha estallado el incendio?

Aspiró de nuevo y respondió emitiendo humo junto con las palabras.

―Ayer por la noche he estado cenando en un restaurante del valle, Da Luigi. No me apetecía cocinar y he salido. Estaba volviendo cuando vi el resplandor del incendio y llamé yo misma a los servicios de emergencia con el teléfono móvil.

―Verificaremos lo que está afirmando. Y, dígame, imagino que usted recibe a sus clientes en casa. Me han dicho que usted es una maga, que llegan aquí personas de cualquier procedencia y extracción social, para pedirle consejos, comprar pociones y demás. A juzgar por su coche, es un trabajo que rinde. No quiero explicar mi opinión sobre su trabajo, quiero sólo preguntarle si ha recibido a una cliente especial, una mujer, en los últimos días, que podría ser la víctima de la que hemos descubierto el cadáver.

―¡Dios mío! ―respondió Aurora mostrándose sorprendida ―¿En el incendio ha habido una víctima? ¿Quién podía estar en el bosque a esas horas de la noche?

―¡Esperábamos que ésto nos lo dijese usted! Venga, haga un esfuerzo, no creo que le sea difícil.

Con aire pensativo aspiró un poco más de humo.

―Sea lo que sea que piense de mi trabajo, Comisaria…?

―Ruggeri, Caterina Ruggeri.

Lanzó otra nube de humo en mi dirección.

―Mire, el trabajo que desenvolvemos nosotros los magos es muy respetable. Yo pago mis impuestos y estoy incluso apuntada al sindicato de magos, y no vendo humo, como el de este cigarrillo. La gente viene porque se fía de mí y yo debo respetar también un código deontológico y proteger el derecho a la intimidad de mis clientes.

―¿Quiere invocar el secreto profesional, por casualidad?

Con indiferencia, apagó la colilla en un cenicero y prosiguió.

 

―No estoy aquí para vender amuletos o engañar a mis clientes sobre su posible futuro. Tengo buenos conocimientos de herboristería y sé cuáles son las enfermedades que pueden ser curadas con las hierbas medicinales y las que, en cambio, deben ser resueltas de manera convencional. Muchos vienen aquí a pedir buenos consejos y yo se los doy, basándome en mi ciencia y en mi experiencia. Nadie se ha lamentado nunca de haber sido engañado por mí, yo siempre digo lo que mi interlocutor necesita y todos se van contentos y con el corazón enriquecido.

―Ya pero empobrecidos en la cartera. Vamos, conozco bien vuestra categoría, sois capaz de hacer creer a las personas que vuestros engaños son grandes remedios. Podría estar de acuerdo con la medicina natural, pero por el resto...

―¡Comisaria Ruggeri, no sea prejuiciosa! No todos tendemos a creer que lo que vemos y lo que sentimos y tocamos sea la verdad, que no haya otra cosa que no sea lo perceptible por nuestros cinco sentidos, pero a veces no es así. Dentro de esta habitación se pueden crear efectos ópticos y acústicos que hacen parecer verdad lo que no lo es y falso lo que es. ¡Intente tocarme, poner una mano sobre mi hombro y apoyarse en mí!

Me acerqué e intenté tocarla pero mi mano percibió el vacío donde efectivamente veía su imagen.

―¡Es un juego de espejos! ―dije ―Una especie de truco de prestidigitadores.

―Y ahora vaya al centro del pentáculo, sobre la baldosa central, y hable. Escuchará su voz resonar en sus oídos como si proviniese de una potente instalación estereofónica.

―Es verdad, ¡efecto de la acústica de esta sala! También era así en los anfiteatros romanos. ¡Cuestión de arquitectura! Usted está desviando el discurso, está intentando distraerme de mis objetivos. Me han dicho que entre sus visitantes hay una categoría especial, adeptos de una secta que reconocen en usted a una santona. Ellos vienen aquí para tener acceso a su biblioteca y completar el recorrido que contempla la obtención de varios niveles de conocimiento de las artes esotéricas. ¿Recientemente ha recibido visitas de este tipo?

―La secta de la que habla se llama Nomolas ed sovreis y no es una secta satánica. Sus adeptos, a través de varios niveles, asumen conocimientos ignorados al común de los mortales. Desde hace siglos quien llega aquí, o a otros tres o cuatro lugares desperdigados por el mundo parecidos a éste, aspira a alcanzar uno de los niveles más altos de sabiduría, el séptimo, para conseguir el cual existe un duro recorrido. Desde hace generaciones mi familia es la guardiana de textos a los que sólo puede tener acceso sólo quien ha completado los niveles precedentes. Quien quiere ir más allá, para llegar a la Sabiduría Universal, debe enfrentarse el peregrinaje al Templo de la Sabiduría y de la Regeneración, que se encuentra en un valle perdido entre Nepal y Tibet, muy difícil de alcanzar.

―Imagino que usted ya se ha enfrentado a este peregrinaje pero no es esto lo que quiero saber. Le repito la pregunta, ¿ha recibido la visita de una de estas adeptas en los últimos días?

―Ya se lo he dicho a los otros policías y a los carabinieri que me han interrogado. La última visita de este tipo se remonta a 1997, cuando vino una maga originaria de un pueblecito de Abruzzo, Sant’Egidio alla Val Vibrata. Se hacía llamar Mariella La Rossa. Me dijo, que antes de afrontar las pruebas a las que la sometería, que quería visitar los lugares mágicos en los bosques y en los alrededores de Triora, la Fontana di Campomavùe y la Fontana della Noce, la Via Dietro La Chiesa y el Lagu Dagnu. Era el día del solsticio de verano, una de las fechas típicas en las que las brujas y magos se reúnen, también en estos lugares, para el Aquelarre. Mariella se alejó al atardecer y nunca volvió.

―¡Y usted, claro, no participó en el Aquelarre y no se imagina ni siquiera cómo ha acabado Mariella! Vamos, sabemos perfectamente que estos llamados aquelarres son la oportunidad para llevar a cabo ritos satánicos, a veces violaciones, otras veces sacrificios de animales o de personas. Con vuestro lavado de cerebro convencéis a algunas personas, las más débiles desde el punto de vista psicológico, que se purifican, que renacen a una nueva vida y otras cosas más, con tal de que se sometan a las violencias que proponéis durante los rituales. Por no hablar, además, de todos aquellos que estafáis con ánimo de lucro. No son extraños los casos en que alguien ha perdido toda su fortuna por seguir a un gurú.

―Ya le he dicho que la nuestra no es una secta satánica. Quien entra en nuestra organización lo hace por libre elección y por el deseo de alcanzar niveles elevados de conocimiento. Le repito que no soy una vendedora de humo y todo lo que digo o predigo siempre se cumple.

Déjeme ver su mano izquierda y míreme a los ojos, comisaria Ruggeri. ¿Por casualidad no será una de nosotros, quizás sin que lo sepa? Veo que ha sufrido de joven, veo luto en la familia que la han dejado marcada, veo una vida sentimental complicada pero que se ha resuelto recientemente de manera positiva. Usted tiene unos poderes superiores a lo normal, tiene una percepción considerable, tiene un aura muy fuerte, roja como el fuego, nada se le escapa cuando tiene a alguien delante de usted, ni un detalle. Y ahora marche, comisaria Caterina Ruggeri, de usted he conocido todo lo que había que saber.

Sin ni siquiera darme cuenta me encontré fuera de la casa de Aurora, en el patio, seguida por Mauro que, con una sonrisa irónica, comentó aquello de lo que había sido testigo.

―Esa mujer tiene poderes hipnóticos. Te ha obligado a hacer todo lo que quería. Básicamente nos ha echado fuera a su manera y, como todos los que nos han precedido, también nos estamos yendo nosotros con el rabo entre las piernas.

―Ya, pero la bruja tiene razón, a mí no se me escapa nada. Volveremos con otra estrategia. Debo sólo reflexionar y regresar aquí preparada. Volvamos a comprobar si la científica ha terminado su trabajo y luego damos una ojeada alrededor. ¿Cómo se llaman esos lugares que ha nombrado la maléfica a propósito de Mariella La Rossa?

―Fontana di Campomavùe, Fontana della Noce, Via Dietro la Chiesa y Lagu Dagnu.

―¡Cáspita, felicidades, tienes una buena memoria! ¡Contigo no hacen falta grabadoras o libretas!

―Claro, de todos modos recuerda que la PDA nos puede ser útil para registrar las conversaciones. Es un modelo muy sensible e incluso manteniéndolo en el bolsillo es capaz de grabar.

―Sí, gracias por habérmelo dicho. ¡Imagino que será útil también para hacer fotos!

Los hombres de bata blanca y guantes de látex estaban a punto de acabar su trabajo en la escena del crimen. Mientras uno sacaba fotos, otro recogía tierra alrededor de la víctima metiendo muestras en el interior de bolsas de plástico, otro más esparcía Luminol para la búsqueda de posibles pistas ocultas de sangre.

―¿Han encontrado algo interesante? ―pregunté.

―Parece que el incendio ha sido provocado sirviéndose de un líquido inflamable, no gasolina, pero algo que intentaremos localizar en el laboratorio. También hemos encontrado rastros de cera, quizás proveniente de una antorcha de papel prensado y cera, una de esas que usan en las procesiones, en las vigilias, para entendernos ―me respondió uno de los tres.

―¿Habéis encontrado la antorcha?

―No, comisaria. Sin embargo, estamos cogiendo incluso detritos carbonizados, quizás podamos encontrar algo útil. En cuanto acabemos el trabajo en el laboratorio le enviaremos un informe detallado. Aquí, por ahora, hemos acabado. Los de la morgue han llegado y podemos mandar el cadáver al depósito de cadáveres.