Delitos Esotéricos

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Volvemos hacia la explanada donde estaba aparcado nuestro coche, un cartel de color negro, que señalaba la Fonte della Noce, llamó mi atención.

―¿Vamos a echar un vistazo? ―dije volviéndome a Mauro y, sin esperar su respuesta, me metí por el sendero que se adentraba en la zona de espeso bosque.

Avanzamos durante un pequeño trecho y llegamos a una llanura dominada por un gran nogal, cerca del cual, de una fuente, manaba un apetecible surtidor de agua. Debido al calor y las fatigas de la jornada, tanto yo como Mauro, bebimos unos sorbos de agua muy fresca, luego comenzamos a mirar a nuestro alrededor para percibir algo de particular, cualquier señal, cualquier indicio. A primera vista parecía que no había nada interesante. Mientras me lamentaba por no tener conmigo a mi fiel Furia, inigualable seguidor de pistas, mi ojo cayó cerca del gran árbol donde noté que la tierra estaba removida.

―Ha sido hecho un dibujo en el suelo con un objeto puntiagudo, un cuchillo o un bastón con punta. Habitualmente los seguidores de las sectas efectúan unos ritos en determinados lugares, dibujando unos símbolos, pentáculos y otras cosas, que al final se eliminan. Parece que el dibujo fue borrado a todo correr dado que todavía se pueden ver algunas partes. Se vislumbran incluso algunas letras. Quizás la ceremonia fue interrumpida y los adeptos se han debido escabullir, de otro modo habrían tenido más cuidado en borrar el rastro.

―¿Piensas en una Misa Negra, quizás con sacrificios, qué sé yo, de una animal, de una virgen, de uno de los mismos adeptos ?

―Por ahora no pienso nada, me limito a observar y a recopilar lo que veo y siento. Hay muchos elementos pero todavía no sé cuáles pueden ser útiles y cuáles no. El sendero va hacia aquella parte. ¿Proseguimos?

Después de unos pasos la vegetación se volvió tan intrincada que parecía que el sendero se acababa. Estaba a punto de volver sobre mis pasos, cuando entreví, a unos treinta metros, una silueta oxidada.

―Debe ser la carcasa en medio de la leñera que se quemó hace unos años. Nadie se ha ocupado de llevársela, imagino que porque el propietario está muerto desde hace años. Dada la espesa vegetación, diría que no conseguiremos jamás llegar ―fue el comentario de Mauro.

―Ya, deberemos traer un aparato adecuado para podarla y echar un vistazo ―respondí ―¡Ahora, volvamos al coche!

Nos acercamos a paso moderado descendiendo por las curvas cerradas que conducían hacia el fondo del valle, recorriendo el encantador Valle Argentina. Superado el poblado de Molini di Triora, la carretera seguía bajando. Un cartel publicitario indicaba que a unos cien metros encontraríamos el restaurante Da Luigi.

―¿Vamos a comprobar la coartada de la bruja? ―propuse a Mauro.

―Sí, encantado ―fue su respuesta ―Y dado que estamos a últimas horas de la tarde y no hemos metido nada entre los dientes, propondría aprovechar el restaurante también para su función concreta.

El local a esa hora estaba desierto. Nos sentamos en una de las mesas y esperamos a que apareciese alguien. El propietario del local, un hombre de unos cuarenta y cinco años, con sobrepeso, la cara rubicunda y sudada, no tardó en aparecer.

―¿Puedo serviles en algo, señores? Por desgracia a esta hora en la cocina tenemos pocas cosas.

―Policía ―le dijo Mauro ―¿Estaría dispuesto a respondernos a unas preguntas?

―Imagino que se refiere al delito de la última noche. El lugar está bastante lejos de aquí. ¿Cómo os puedo ayudar?

―¿Usted conoce a Aurora Della Rosa, verdad? ―intervine

―Claro, es una cliente muy apreciada, de vez en cuando viene aquí y yo aprovecho para pedirle algún consejo. Sufro de ciática y ella tiene unos remedios fantásticos a base de hierbas, mucho mejor que la medicina convencional.

―¿Ayer por la noche estaba aquí?

―Sí, llegó hacia las nueve y media y se fue cuando ya había pasado la medianoche. Estaba extraña, más taciturna que de costumbre. Pidió de comer pero creo que no probó la comida. Incluso le tuve que reñir porque, sentada a la mesa, se había encendido un cigarrillo y fumaba en la sala. No había muchos clientes y nadie se hubiera quejado, pero al estar prohibido por ley, sabe, ¡debo intervenir!

―¿Estaba sola?

―Sí, sola.

―¿Y habitualmente viene sola o acompañada?

―Depende. A veces sí, viene sola, pero a menudo en compañía de una amiga morena, una hermosa mujer de acento extranjero. Parece que las dos son pareja, aquí en la zona se dice que son lesbianas.

Para pronunciar estas últimas palabras se acercó a nosotros, bajando el tono de la voz.

―Homosexuales ―le corregí.

―Sí, claro. Hoy, en las grandes ciudades, no se les hace ni caso pero en nuestra zona no estamos tan habituados a ciertos comportamientos.

―Bien, mi querido Luigi, ¡ya basta! Diría que yo y el inspector Giampieri agradeceríamos poder comer algo. ¿Qué nos propone?

―Bueno, como decía antes, no hay mucho donde escoger por ahora. Os puedo aconsejar un buen plato de trofie liguri al pesto alla genovese con fagiolini e patate6, un plato único que realmente os dejará satisfechos.

―¡Traenos dos raciones abundantes!

Ya era casi de noche cuando llegamos a Imperia y aparcamos delante de la comisaría de policía.

―Aquí estamos ―dijo Mauro ―Has llegado a tu nuevo lugar de trabajo. Aquí estamos en una zona descentralizada de la ciudad mientras que la jefatura está en el centro, en Piazza del Duomo. Creo que mañana por la mañana, antes de comenzar cualquier actividad, deberemos pasar por allí. El comisario jefe es uno de esos a los que le gustan mucho los formalismos y te deberás presentar ante él.

Mauro me guió por un laberinto de pasillos y oficinas hasta llegar a la que sería mi oficina.

―Vale, pero antes de ir a la Jefatura, agradecería conocer al personal que está en servicio. ¿Crees que será posible conocer a los hombres a primera hora de la mañana?

―Haré lo posible para que todos estén aquí, salvo excepciones justificables, a las ocho. Por ahora, creo que deberías reposar. Allí al fondo hay una habitación con una cama y el baño está en el pasillo. Encontrarás todo tu equipaje y, si necesitas algo, debes saber que pasaré la noche en la sala de guardia.

―Bueno, hasta que no encuentre un alojamiento mejor, me adaptaré, luego ya veremos. Ahora estoy demasiado cansada para buscar otro alojamiento. Y además, de todos modos, estoy habituada a vivir en el lugar en que trabajo.

Di una ojeada a mi escritorio, donde ya destacaba una gran caja, que contenía todas las carpetas de las investigaciones sobre personas desaparecidas en Triora. Realmente no tenía ganas de ponerme manos a la obra de momento, también porque temía que cualquier cosa encontrada allí dentro podría modificar las ideas que me había hecho en el transcurso de la jornada. ¡Mejor razonar en el momento adecuado y no dejarse influenciar por el trabajo de otros! En cualquier caso, mi ojo se posó en una copia de una revista mensual. La cogí, la hojeé y me paré en el artículo que hablaba de los misterios de Triora, salido con ocasión de la desaparición de los tres periodistas que formaban parte de la redacción de la revista: Stefano Carrega, Giovanna Borelli y Dario Vuoli. En un recuadro estaba reproducido un extracto de los apuntes del cuaderno de Vuoli, encontrado en el interior de la tienda abandonada por los tres.

¿Qué sentido tiene buscar brujas? Sobre todo, ¿quiénes son y cómo se reconocen hoy las brujas? Ya no hay una Inquisición que las señale. Quizás todavía existen, quizás sólo tienen un aspecto distinto. En el año 1587 era más fácil reconocerlas: “Las veréis poner imágenes de cera y sustancias aromáticas bajo el retablo del altar. Reciben la Comunión del Señor no encima sino debajo de la lengua, porque así pueden, fácilmente, sacarse de la boca el cuerpo de Cristo para servirse de él en sus prácticas odiosas. Además de esto, lo que distingue a una bruja de una pecadora, o de una mujerzuela, es la capacidad de volar por la noche”…

Ya, a lo mejor a finales del siglo XVI todavía la gente común no sabía reconocer los trucos y las ilusiones de estas charlatanas y las tomaba por magia o brujería. ¡Pero en el siglo XXI, por Dios! ¡Estos tres periodistas habían ido a buscar las brujas en su pueblo, y quizás las habían encontrado! ¿Y se habían dejado raptar por ellas? ¡Venga ya! Esto es todo un montaje, pero ¿con qué fin? ¿Esconder un delito, querer hacer desaparecer el propio rastro o por cuál otro motivo? ¿Y qué tiene que ver la secta, cómo demonios se llamaba? Nomolas ed sovreis. ¿Qué podía significar?

Con la mente llena de estos interrogantes, me fui a lavar y me retiré a la habitación indicada por Mauro. Las jornadas eran largas y aunque eran casi las nueve de la noche, afuera todavía había luz. Me extendí en el lecho sin ni siquiera bajar las colchas. Me estaba quedando sopa cuando sentí llamar a la puerta. Era Mauro que traía un vaso de papel con una bebida humeante.

―No es de los mejores, es té de la máquina distribuidora automática, pero he pensado que podía ser agradable antes de dormirte. ¿Te apetecería comer algo?

―No, gracias, todavía debo digerir los trofie.

―Bueno, de todos modos tengo una información que darte. Tu perro, Furia, estará aquí, como muy tarde, antes de mañana por la tarde. He hecho limpiar el cubículo del patio, donde tu predecesor tenía su pastor alemán. Pienso que, por el momento, pueda ser un buen sitio.

―¡Gracias por todo, Mauro! Pero ahora déjame reposar. Estoy muy cansada y mañana deberemos enfrentarnos a otro día realmente intenso. Buenas noches.

Busqué en la maleta un ligero camisón, me desvestí y me metí en la cama. Me dormí y soñé con brujas que volaban encaramadas en sus escobas, que se reunían para invocar a Satanás, que participaban en Aquelarres bajo grandes nogales. Y luego, inquisidores que las capturaban, las torturaban, las procesaban y las hacían quemar en la hoguera. Pero el fuego no conseguía consumir sus cuerpos y reían y bromeaban, a pesar de los vestidos y los cabellos en llamas. Y, al final, las brujas se alejaban del lugar del suplicio, lanzándose entre ellas niños en pañales.

 

1 Capítulo 5

Al día siguiente me levanté temprano y comencé a poner en orden mi oficina. Hacia las siete y media observé que la comisaría comenzaba a animarse. Las estancias se llenaban, alguien tomaba un café en la máquina, otros bromeaban y se intercambiaban chanzas a la espera de comenzar la actividad laboral. Era un clima que me recordaba los años de servicio transcurridos en la jefatura de Ancona. Comencé a recorrer los pasillos y a saludar a quien me encontraba, eran todos amables e intercambiaban mi saludo con una sonrisa o un cordial apretón de manos. Bien, ¡mi nuevo puesto de trabajo no estaba nada mal! Reconocía al inspector al que había apostrofado la mañana anterior en Triora.

―Buenos días, ¿subinspector...?

―D’Aloia, Comisaria, me llamo Walter D’Aloia, ¡a sus órdenes!

―Perfecto, D’Aloia, ¿me conseguirías una de esas pizarras con hojas blancas y unos gruesos rotuladores de varios colores? Necesito hacer el balance de la investigación y escribir unos esquemas me ayuda a no perder de vista nada.

―En unos minutos tendrá todo lo que ha pedido.

―Gracias. Os espero a todos a las ocho en punto para las debidas presentaciones.

A la hora establecida, una veintena de personas, de las que cuatro eran mujeres, estaban desplegadas delante de mí, mientras que Mauro estaba a mi lado y me las presentaba, detallando los nombres, grados y habilidades de cada una.

―¡Un equipo fantástico! ―comenté ―Yo y el inspector Giampieri estaremos muy ocupados en la investigación del homicidio de Triora, por lo tanto, por lo que respecta a las actividades normales, serán coordinadas por el inspector Gramaglia, que es el más veterano de vosotros. La subinspectora Laura Gigli, que es una experta informática, en cambio nos ayudará a nosotros dos. No creo que el inspector Giampieri y yo seamos capaces de llevar a término solos una investigación que parece tan compleja. En los límites de lo posible y cuando llegue el momento, me valdré de vuestra colaboración, así que estad preparados. Ahora volved a vuestras obligaciones. ¡Mauro, Laura! Vosotros, no, quedaos conmigo.

Cuando estuve a solas con los dos, cogí en la mano un rotulador y comencé a convertir mis razonamientos en esquemas que poco a poco escribía sobre un folio en blanco.

―Desde ayer tenemos una víctima, pero creo que deberemos partir de hace veinte años e intentar comprender cómo y porqué algunas personas desaparecieron de Triora mientras que otras han aparecido. Tenemos a la sesentona Aurora, que si ahora estuviese viva debería tener ochenta años. Partió para Nepal con una muchacha rumana, Larìs Dracu, a finales de los años 80, y de las dos mujeres se perdió el rastro. Partidas del aeropuerto internacional de Fiumicino en junio de 1989, no hay señales de su vuelta a Italia. Después de algunos meses, sin embargo, aparece una homónima veinteañera, que es la Aurora Della Rosa que hemos conocido ayer, la cual se hizo pasar por la presunta nieta de la bruja y se apoderó de su casa. La diferencia de edad entre las dos podría hacernos creer que sea la hija y no la nieta de la vieja Aurora, pero alguien en el pueblo asegura incluso que la vieja y la joven son la misma persona, ya que, en el viaje a Nepal, la bruja encontró la manera de rejuvenecer. La primera tarea para ti, Laura, es la de verificar los archivos del registro civil de Triora. Y vamos con Larìs Dracu. ¿Desaparecida en la nada en Nepal? ¿Retornó a Rumanía o está aquí en Triora? ¿Quién es la morena de acento extranjero que a veces acompaña a Aurora al restaurante Da Luigi? Quiero una búsqueda en la base de datos de las personas desaparecidas, Laura, quiero saber todo lo que hay que saber sobre Larìs.

En un ángulo del gran folio blanco escribí con letras mayúsculas AURORA y LARIS y encerré los dos nombres en un círculo.

―La segunda persona desaparecida es Mariella La Rossa. En el año 1997 partió de Abruzzo y llegó a Triora, visitó algunos sitios estimados por nuestras brujas, la Fontana della Noce, la Fontana di Campomavùe, la Via Dietro la Chiesa y el Lagu Degnu, se metió en el bosque, en una noche de luna llena, y desapareció en la nada. Excluyendo a priori que la haya raptado Satanás, ¿cómo ha acabado? ¿Ha permanecido escondida durante años en los bosques de Triora? ¿O ha sido asesinada y su cadáver está oculto en algún sitio? ¿Y qué relación hay con la furgoneta que ardió, la misma noche, debido a unos presuntos delincuentes? Si tenemos una muerta que ha sido quemada hoy, el mismo fin podría estar reservado, en su momento, a Mariella La Rossa. ¡El asesino, entonces, tal vez tuvo el tiempo y la ocasión para hacer desaparecer el cadáver! Por lo tanto, otra investigación se centrará en esta Mariella y en la furgoneta quemada hace doce años.

Escribió los nombres MARIELLA y FURGONETA en otro ángulo del folio e hizo un círculo alrededor.

―En el año 2000 desaparecieron tres periodistas, dos hombres y una mujer: Stefano Carrega, Dario Vuoli y Giovanna Borelli. Sobre ellos y su historia tenemos muchos datos, a juzgar por el contenido de esta gran caja...

―Un momento ―me interrumpió Laura ―yo soy originaria de este sitio, vivo en Molini di Triora y conozco bien la historia de las brujas procesadas en el año 1587. Dos de los apellidos que acabas de nombrar se repiten en la historia de las brujas de Triora. Es más, Stefano Carrega es el homónimo del Podestà de Triora en la época del proceso mientras que Teresa Borelli era una de las cinco brujas de Ca Botina, las principales procesadas. Borelli era la bruja señalada por los habitantes del lugar como Teresa il Maschiaccio.

―¡Otra homonimia! Perfecto, llegados a este punto creo que deberé documentarme bien sobre este proceso a las brujas. ¡Quién sabe si el hipotético asesino no coja ideas de la historia!

Escribí en un tercer ángulo del folio CARREGA, BORELLI y VUOLI en el interior de otro círculo.

―Sobre el proceso hay una versión oficial y una versión transmitida por vía oral por los ancianos de Triora, que es muy distinta, pero es muy difícil de interpretar porque se cuenta sólo en lengua occitana ―intervino Laura ―Intentaré conseguir ambas versiones.

―¡Perfecto, Laura! Pero ocupémonos de ayer, día en el que ha sido descubierto un cadáver carbonizado de una mujer, de la que no conocemos la identidad. Deberemos esperar para comenzar a argumentar. Todavía tenemos pocos elementos.

En el último ángulo del folio escribí VÍCTIMA, rodeé también esta última palabra, luego, en el centro del folio, en letras grandes, puse el nombre de la secta, NOMOLAS ED SOVREIS. Conecté, finalmente, con unas flechas cada uno de los cuatro círculos dibujados anteriormente al nombre escrito en el centro.

―Todo parece girar alrededor de esta secta. Debemos comprender el significado de este extraño nombre, a qué actividades se dedican los adeptos y quién tira de los hilos. En otras palabras, debemos conocer quién es el santón, o gurú, de esta secta. Tal como yo lo veo, Aurora Della Rosa está involucrada y no poco. Y no cuenta todo lo que sabe, es muy hábil para desviar las conversaciones y crearse coartadas creíbles. Mauro, ¿crees que el Barbagianni pueda autorizar un registro de la casa de la bruja?

―¡Ah!, ¿quieres decir el juez de instrucción Leone? ¿Pero, cómo lo has llamado? ¿El Barbagianni? ¡Fantástico! Es un juez muy quisquilloso y sin elementos suficientes no autorizará nunca un registro. Es uno de esos a los que no les gusta tener problemas

―Vale, así que debemos ser astutos y ya tengo pensado algo. Y ahora, a trabajar. Tú, Laura, dedícate a las investigaciones que te he pedido y tú, Mauro, prepara el coche, ¡volvemos a Triora!

―¡Por encima de mi disciplina militar! ―exclamó Mauro ―Te recuerdo que no iremos a ningún sitio antes de pasar por Jefatura. Nos va en ello la cabeza.

―Bueno, está bien, esperemos que el comisario jefe no nos haga pasar horas de antecámara. Espérame en el coche, voy enseguida.

Seguramente Mauro pensó que me debía retocar el maquillaje, en el estándar de coquetear reservado a las mujeres, pero no era así. Me cambié, poniéndome un cómodo traje deportivo y zapatillas de deporte. De hecho, no era el caso de volver en medio del bosque y caminar por senderos de montaña y de tierra en traje de chaqueta y zapatos relucientes. Después de cinco minutos estaba en el coche al lado de Mauro que me observó alucinado.

―¡Eres increíble, Caterina! ¿Te quieres presentar ante el comisario jefe vestida así?

―La vestimenta no depende del comisario jefe sino de la investigación. ¿Tienes la intención de volverme a mirar otra vez o quieres poner en marcha este maldito vehículo?

Partió quemando goma y, gracias al slalom en medio del tráfico, increíbles cambios de sentido, invasión de carriles preferentes reservados a autobuses y taxis, sin nunca descender por debajo de los noventa kilómetros por hora, en unos cuatro minutos y veinticinco segundos llegó a la Piazza del Duomo. Con un increíble derrape, conseguido con la ayuda del freno de mano, se enfiló milimétricamente entre otros dos coches de la Polizia di Stato, en uno de los aparcamientos reservados para la Jefatura.

―¡Si no es necesario te rogaría que evitases todas estas escenas! ―le dije, bajando del coche e intentando recuperarme.

La cabeza me daba vueltas, sentía casi que me desmayaba pero mantenía mi aplomo, a pesar de sentir las fuerzas que estaban a punto de abandonarme.

Siempre con Mauro como guía, nos dirigimos a la entrada del edificio y subimos en un ascensor para llegar al tercer piso. Después de recorrer un largo pasillo de pavimento muy brillante, llegamos finalmente a la oficina del comisario jefe. El comisario jefe Perugini nos recibió enseguida y por esto me quedé muy sorprendida. Era un hombre bajo, un poco graso, con el rostro redondo y los cabellos desordenados, muy semejante al actor americano Danny De Vito. Se levantó del escritorio y me estrechó la mano con fuerza. En pie, delante de mí, aún noté más baja su estatura. Más o menos, su cabeza llegaba a la altura de mi hombro, mientra que Mauro, en comparación con él, parecía un gigante. Y sin embargo inspiraba simpatía y enseguida descubriría en él una notable inteligencia y una óptima habilidad en las gestión de sus subordinados.

Acabados los habituales preámbulos, volvió a sentarse detrás del escritorio.

―Tengo mucha confianza en usted, comisaria Ruggeri, y sé que no me desilusionará. Pondré a su disposición todos los medios que quiera para llegar a la conclusión de esta investigación. Le ruego, prioridad absoluta. Y si tiene problemas con el juez de instrucción, no tenga miedo en dirigirse a mí. Ahora, váyase y manténgame al día.

Volví al coche, le rogué a Mauro que condujese a velocidad moderada y que se parase en cuanto viese una ferretería. Localizado el objetivo, entré para comprar unas gruesas tijeras de podar. Era mi intención, de hecho, llegar a toda costa hasta la furgoneta quemada y verla de cerca.

―Hoy quiero examinar a la perfección la escena del delito, sin gente alrededor, y luego llegar hasta la carcasa de la furgoneta de la leñera. Será útil dar un vistazo por dentro, aunque, después de tanto tiempo, dudo que encontremos algo interesante. Querría también visitar los otros lugares, la otra fuente y el lago, y también volver a casa de Aurora. Cuando estemos con la bruja, yo intentaré distraerla lo más posible, de modo que tu puedas echar un vistazo por ahí y, si es posible, recoger algunas pistas, qué sé yo, algunas huellas digitales, algunos elementos que puedan ayudar a incriminarla o a exonerarla.

―¿Quieres que ponga algunos micrófonos?

―No, por el momento, no. ¡Para las escuchas deberemos obtener la autorización del juez!

En cuanto llegamos al sitio, aparcamos en el lugar habitual y seguimos a pie. Quería observar a la perfección la verja a la que había estado atada la víctima. Las barras estaban oxidadas debido a las llamas pero era evidente que desde allí no se podía acceder a la cueva, que debía hacer la función de leñera. La verja metálica estaba fijada en el terreno y en las paredes de roca y, en el interior de esa especie de gruta, se veían sólo detritos incinerados y humedecidos por el agua usada por los bomberos.

 

―¡Ninguno de los nuestros ha intentado entrar aquí! ―reflexioné en voz alta haciendo a Mauro partícipe de mis pensamientos.

―Quizás pensaban que no había nada interesante. Y además, no hay posibilidad de acceso si no cortando estas gruesas barras ―fue la respuesta del inspector.

―Si es una gruta dedicada a leñera, para uso de la casa, ¿qué sentido tiene no poder entrar a sacar leña? Una primera hipótesis podría hacer pensar que la gruta no tenga un final, sino que de algún modo se comunica con la casa por medio de un túnel, por ejemplo, una especie de pasaje secreto. O podría haber otra entrada, a lo mejor escondida entre la vegetación. ¿Tienes una linterna, Mauro? ¡Intentemos iluminar un poco el interior!

―Una linterna, no, pero podemos utilizar la pantalla de la PDA. No, no se consigue ver el fondo, hay demasiados detritos.

―¡Maldita sea! Pero volveré con mi perro y estoy segura de que descubriré algo interesante. Vayamos ahora a la furgoneta.

Pasada la Fonte della Noce, nos metimos en el sendero que llevaba a la carcasa del vehículo y comenzamos a abrirnos camino entre la vegetación a golpe de podadera. Algunas plantas espinosas como zarzas, rosas salvajes y espino blanco, incluso consiguieron infligirme rasguños superficiales en brazos y manos. De vez en cuando Mauro y yo nos intercambiábamos el pesado atrezo y al final, después de una buena media hora, llegamos a las proximidades del vehículo. Era uno de aquellos pequeños camiones con cajón que estaban en uso en los años 60. Sobre el morro se conseguía leer todavía la marca OM y el modelo, Lupetto, que estaba identificado por un frase metálica en cursiva, pegada en oblicuo sobre la parte anterior de la carrocería. De la furgoneta sólo quedaban las partes metálicas oxidadas, la mayoría recubiertas por vegetación trepadora que se originaba en el terreno subyacente. Intenté abrir la portezuela del lado del conductor pero estaba bloqueada. Al no tener el cristal decidí trepar para dar una ojeada al interior. Sobre el núcleo de metal del volante conseguí observar unos trozos de hilo de hierro.

―Empújame un poco, Mauro, quiero entrar en el habitáculo.

Me sentí levantar como una pluma y me encontré dentro de las ruinas. En efecto, los trozos de alambre pegados al volante podían haber sido utilizados en su momento para inmovilizar a una hipotética víctima en el interior del habitáculo. Observé en el fondo, cerca de los pedales, como una especie de plástico fundido, que intenté despegar ayudándome de una navaja. Salí de la ruina con la ropa asquerosa pero con un trofeo en la mano.

―¿Qué es? ―preguntó Mauro.

―Todavía no lo sé. Material fundido, creo, pero está claro que no pertenece a una alfombrilla de goma. Ponlo en una bolsa, pediremos a la científica que localicen el material. La idea de que aquí se ha consumado un delito cada vez está más clara. La víctima, quizás aturdida, fue atada al volante con el alambre, luego el vehículo fue quemado. Después el asesino, o los asesinos, consiguen transportar el cadáver y ocultarlo en algún sitio, dejando detrás de sí sólo la carcasa de un viejo camión devorado por las llamas.

―¡Así que otra ejecución por fuego!

―Ya, probablemente dentro de la furgoneta encontró una muerte horrible Mariella La Rossa, pero quien llevó a cabo la investigación en su momento fue superficial y no conectó, o no quiso conectar, el incendio del camión con la desaparición de la mujer. Volvamos a la Fontana della Noce. Quiero entender algo de los dibujos que todavía son visibles sobre el terreno.

En cuanto llegamos a la fuente, nos saciamos, luego intenté interpretar los símbolos dibujados en la tierra. Por lo que recordaba de las investigaciones desarrolladas en mi tesis, un pentáculo, dibujado cerca de una fuente sagrada a los adeptos de las sectas, con un cuchillo o una herramienta puntiaguda consagrada, indica un lugar dedicado a un rito. Dependiendo de los dibujos y de las palabras escritas que se usen, los ritos pueden ser de distinta naturaleza. Si en el terreno están grabados los cuatro nombres poderosos con los que era llamado Dios en la antigüedad, el sacerdote invoca a los espíritus, los llama con él para pedirles ayuda. A veces, para apaciguar a los espíritus y asegurarse sus favores, se puede recurrir a los sacrificios, de animales, por ejemplo, u otras veces, pero muy raramente, de humanos. Con la sangre de la víctima se escribe lo que se pide a los espíritus invocados, a menudo en forma de metáfora, incomprensible para quien no forma parte de la secta. En nuestro caso, todavía se conseguía visualizar, en el terreno, una de las cinco puntas del pentáculo y, al lado de la misma, un signo que indicaba el símbolo de la Tierra.

―El pentáculo es la representación del microcosmos y del macrocosmos. Esto se combina, por lo tanto, en un único símbolo, toda la mística de la creación, todo el conjunto de los procesos sobre los que se basa el cosmos. Las cinco puntas del pentáculo simbolizan los cinco elementos metafísicos, agua, aire, fuego, tierra y espíritu. Hay una abertura entre dos mundos, el mundo de los brujos y el de los comunes mortales. Hay un lugar en donde los dos mundos se encuentran. La abertura está allí, se abre y se cierra como una puerta al viento ―declamé, recitando de memoria cuanto había leído en un texto de esoterismo.


Mauro me miró maravillado.

―¿Y tú crees en estas cosas?

―Claro que no. Esto es lo que el chamán, el gurú, el santón de la secta, quiere que sus adeptos crean, para poder tenerlos bajo su poder, para poder convencer a sus adeptos sometidos que incluso si pide un sacrificio, las posibles víctimas del mismo deben estar contentas de ir hacia la muerte.

―Por lo tanto, para ti, ¿aquí se ha llevado a cabo un rito en el que se ha pedido un sacrificio humano? ¿La víctima ha sido capturada, llevada un poco más allá, atada a la verja y sacrificada con el fuego?

―Sí y quizás, bajo el efecto de las drogas que seguramente le han suministrado, incluso era feliz de quemarse viva.

―Según eso, Caterina, ¿podría ser Aurora la santona de la secta, la artífice de todo esto?

―No lo sé, todavía no tenemos suficientes datos. Pero, desde el momento en que la hora de la comida pasó hace tiempo y todavía no nos hemos metido nada en la boca, ¿intentamos que la bruja nos invite a comer? ¿O prefieres volver con Luigi?

―No querría caer víctima de un bocado envenenado por Aurora para la ocasión. ¡Mejor las trofie al pesto!

En el restaurante pregunté a Luigi cuál era el camino para fácil para llegar hasta el Lagu Degnu.

―El Lago Degno es un lugar excepcional pero es necesario ir bien equipados para llegar hasta él. Hay dos caminos. Un sendero parte de Molini y remonta el torrente Argentina hasta el lago. Son necesarias unas botas porque hay que caminar algunos trechos dentro del lecho del torrente, allí donde está encajonado en una estrecha garganta. El lago está formado por el Río Grugnardo, que desemboca en el Torrente Argentina con un salto de 15 metros, por lo que, en cuanto se llega al lugar se puede admirar una espléndida cascada que cae en el lago de abajo. Éste último, a pesar de que es un pequeño espejo de agua, es bastante profundo en algunos puntos. El otro camino es un sendero que baja desde Triora, pero para recorrerlo es necesario estar equipados con cuerdas, arneses y mosquetones. Hay algunos pasajes en los que el sendero se pierde y es necesario descender por las paredes de roca. Hasta la cascada hay un par de paredes equipadas con una via ferrata7 pero es aconsejable no fiarse demasiado y, de todos modos, asegurarse con la cuerda. Luego, si desde la cascada queréis bajar hasta el lago, deberéis, de todos modos, hacerlo con el equipo de escalada, de otro modo el lago sólo lo veréis desde lo alto.