Actuel Marx N° 26: Sexo-Género/Raza/Clase. Latinoamérica desde una óptica interseccional

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

Un diagnóstico de vacío: los problemas de un análisis diferenciado de los sujetos en lucha

Aun cuando la tradición marxista nunca ha dejado de estar presente en el pensamiento latinoamericano, la atracción que operaron los enfoques de la «acción colectiva» y de «los nuevos movimientos sociales» para los análisis de procesos empíricos de resistencia7, por un lado, y la inercia a naturalizar la alternancia u oposición entre estas formas conceptuales y un enfoque de clase, por el otro, abrió una tendencia a prescindir de la noción de clase para el análisis de los procesos de movilización de sujetos en lucha que no entraban en las consagradas formas de organización de los «trabajadores»: partidos o sindicatos8. En breve, lo que se produjo fue una tendencia a normalizar ciertos enfoques analíticos y metodológicos para cierto «tipo» de experiencias de lucha, que quedarían invalidadas para otras.

Los motivos de esta suspensión selectiva pueden ser variados y la extensión de este artículo no nos permite explayarnos al respecto. No obstante, para una variante de motivos, que podríamos llamar teórico-político, es necesario considerar que, en el marco de las crisis políticas del mundo socialista post ’89 y del consenso sobre el fin de cualquier proyecto anticapitalista, se produjo el entierro de la noción de clase y, con ella, la centralidad ontológica de conflicto de clase como pivote de la comprensión del orden social. En este sentido, por ejemplo, y a pesar de esfuerzos teórico-analíticos importantes, las luchas que se alzan alrededor de la denominada «cuestión ambiental o ecológica» o de las «cuestiones de género» constituyen experiencias sobre las cuales más comúnmente se ha aceptado una supuesta «diversidad» o, al menos, cierto «desplazamiento» respecto de un formato aparentemente canónico de lucha «de clases»9.

El problema que se nos presenta aquí no se debate ante la necesidad de atender y comprender las especiales condiciones históricas de emergencia y desarrollo de este tipo de luchas frente a otras; sino que se constituye por el desplazamiento o, en otros casos, la suspensión de la noción de conflicto de clases como categoría explicativa de la dinámica de la producción/reproducción/transformación del orden social y de los sujetos en él. Ello repercute, a nuestro criterio, en la opción y la disputa por un pensamiento dispuesto a abordar la relación entre, por un lado, la emergencia y desarrollo de un determinado proceso de lucha; y, por otro lado, las condiciones de existencia y vida que ese proceso de lucha viene a denunciar, interrumpir o reorganizar. Entonces, no se trata de negar ni homogeneizar la heterogeneidad histórica de los sectores subalternos en América Latina, sino señalar los callejones sin salida a los que nos lleva una gestión teórica-metodológica diferenciada de esa heterogeneidad, que suspende selectivamente el conflicto y el antagonismo de clases para ciertas «zonas» o «campos» de movilización y contestación política.

En esta tarea creemos oportuno señalar que un uso selectivo del enfoque de clase según «los tipos de sujetos» en lucha se traduce en una posición que admite que sólo las «clases populares», o «los pobres», o «los trabajadores» son acreedores de un enfoque de estudio que los relacione con instrumentos que registren y analicen sus contradicciones a la hora de producir y reproducir sus condiciones de vida. Este planteo, lógicamente, concluye que un enfoque de clase no debería usarse para analizar sujetos contestatarios que son «inconsistentes» desde el punto de vista posicional o discursivo, es decir, que no pueden ser asignados transparentemente a ciertos estratos ocupacionales o sociales, o no producen discursos políticos que expresen un autoreconocimiento como «clase». La confusión es obvia entre, por una parte, la acción política que se define por los propios sujetos como «clase» –en tanto modo de nombrar la propia subjetividad política, que podría reconocerse en una expresión del tipo «somos una clase en lucha» o «no somos una clase en lucha»–, y, por otra, la posibilidad de un análisis de la acción política, los movimientos, las organizaciones y los sujetos, desde un enfoque sobre la clase y su (no) constitución10.

Como consecuencia de este uso selectivo del enfoque marxista, advertimos el riesgo que transporta el reconocer e interpretar las «diferencias» de experiencias de lucha a partir de dicotomías que, más que instrumentos analíticos, se vuelven dispositivos que edifican divisiones ontológicas al interior de las prácticas de los sectores subalternos. Por ejemplo, cuando se leen desde una mirada clasificatoria y estática aquellas modulaciones entre demandas o luchas «culturales o identitarias» y demandas «materiales o económicas»11; o cuando se utiliza del mismo modo la distinción entre luchas que se despliegan en el ámbito de «la producción de mercancías» y luchas en el ámbito de la «reproducción de la fuerza de trabajo»12.

Estas distinciones y categorías nos pueden ayudar a comprender ciertas especificidades y lenguajes de un momento histórico de las luchas subalternas13. No obstante, pueden resultar verdaderas obstrucciones si colaboran a la instalación –a priori– de nuevas fronteras o miradas esencialistas y estigmatizadoras entre las distintas modulaciones de lucha y sus expresiones identitarias y organizativas. En este caso es alto el sesgo relativista que tiende a desdibujar las posibles articulaciones entre las luchas, en parte por causa de la exaltación permanente de los particularismos que las definen, antes que por los problemas y sentidos comunes que las atraviesan y organizan.

Por ejemplo, en algunos de nuestros resultados de investigación previos para Argentina, constatamos la ausencia o fragilidad de las descripciones de los vínculos entre las organizaciones ambientales en defensa de bienes comunes y los partidos políticos o sindicatos. Aquí ha sido más bien concentrado el esfuerzo por mostrar el contenido «verde» de las luchas «obreras o campesinas», por ejemplo, mientras que poco sistemáticos son los ejercicios que realizan el camino inverso, esto es, analizar los contenidos «clasistas» en las resistencias ambientales. Incluso en el caso de ofrecerlas desde lecturas conceptuales más expresamente reivindicadoras de la perspectiva marxista, los vínculos o alianzas entre luchas ambientales y «otras experiencias de lucha» (campesinos e indígenas organizados por el acceso o recuperación de sus tierras, organizaciones representantes de la lucha sindical, o sectores organizados de trabajadores informales o de desocupados, por caso) son presentados por diversos análisis desde la centralidad del concepto de «red»14, dejando de lado, por ejemplo, una noción sobre «solidaridad» vinculada a la constitución de clase15.

En resumen, ante el enorme volumen de reflexiones respecto de las distancias y particularidades de las experiencias de resistencia activa en la región, será necesario ponderar cuánto de la manera en la que hemos construido las herramientas teóricas y analíticas para hablar sobre la inherente heterogeneidad de las luchas ha sido edificada desde un prisma de la «diversidad» o la «diferencia» que no refleja, por sí misma, la escala de los problemas alrededor de los cuales surgen los conflictos. En otras palabras, si bien la condición de fragmentación de la conflictividad y su localización en específicos contextos es parte de la manera en la que las luchas contemporáneas se estructuran y desarrollan, los problemas que organizan las disputas son globales o regionales. El orden capitalista –más aun en su forma neoliberal actual– se produce y reproduce en un complejo y articulado movimiento donde toda la vida social deviene fuerza productiva y todas las relaciones (familiares, sexuales, culturales, de raza, etc.) se convierten en un engranaje de relaciones de producción, ya que la sociedad entera se vuelve, como dice Federici, «fábrica de relaciones capitalistas»16. Si no es posible afirmar que existan zonas o campos de la conflictividad de nuestras sociedades que nada tengan que ver con esta lógica de estructuración de las relaciones capitalistas a escala global y transversal, un enfoque clasista sobre la conformación de sujetos políticos tiene mucho que aportar.

Un salto a la clase: claves para una recuperación
no reduccionista de la clase como forma
de subjetividad política

Recuperar un enfoque clasista para el análisis de la conflictividad social no resulta un capricho dogmático. Nuestro planteamiento parte por reconocer, como planteamos más arriba, el peso de la producción teórica que denuncia y confirma que la característica fundamental de nuestro tiempo es una constitución global de la sustracción capitalista que tiende a ocupar la totalidad del espacio social. Las diversas y enriquecedoras lecturas actuales nos ofrecen nuevas formas para conceptualizar y distinguir los múltiples sectores y regímenes de extracción, acumulación y reproducción capitalista; ello, a su vez, sin descuidar ni la imbricación funcional, ni la distribución geográfica o los pesos y proporciones relativas que en un único sistema-mundo tienen la industria, las finanzas, la «economía del enriquecimiento» o las tecnologías de la información; ni el cada vez más desvanecido sentido de cualquier frontera entre la explotación dentro del «tiempo del trabajo» –en un sentido restrictivo– y el «tiempo de la vida» 17.

Son las simultáneamente múltiples contradicciones sociales que esta expansión capitalista conlleva y reproduce lo que explica, a su vez, una forma inmanente de conflictividad, una que organiza modos de vida dividiendo y oponiendo a unos sectores sociales con otros, siendo una conflictividad de clase. Lo que caracteriza a este tipo de conflictividad es que el objeto de las disputas se inscribe en la relación capital/trabajo como relación que, en sociedades capitalistas, «prefigura» las maneras en las que los sujetos acceden a sus condiciones de vida y configuran diversas relaciones sociales. Así, es la relación capital/trabajo la que, de manera antagónica, atraviesa, separa y produce vidas, espacios, relaciones sociales y prácticas concretas e históricas, que son unidad y síntesis de múltiples determinaciones.

 

En el párrafo de arriba utilizamos la palabra «prefigurar», siguiendo a Williams18, a fin de resaltar dos cuestiones. Por un lado, que la relación capital/trabajo si bien «determina» las relaciones entre los sujetos, no lo hace como una fuerza externa o preexistente que controla absolutamente sus respuestas, sino como una fuerza que fija los límites de las acciones posibles. Por otro lado, comprender la naturaleza de esta prefiguración supone, asimismo, considerar que la forma de relación entre capital/trabajo no existe por sí misma, sino como forma pervertida o fetichizada en una multiplicidad de relaciones cuya condición previa –y continuamente reproducida– es el divorcio del trabajo de sus medios y condiciones. Esta separación se manifiesta cualitativamente de diversas maneras y, muchas veces, de formas no directamente aprehensibles en la experiencia más inmediata y concreta de las condiciones de vida19. En otras palabras, las relaciones y condiciones en las que viven los sujetos, y sobre las que pelearán y lucharán, se presentan desde una complejidad oblicua, móvil y también paradójica.

Ahora bien, esta centralidad de la relación capital/trabajo en la organización de las relaciones sociales exige, igualmente, rechazar cualquier comprensión restrictiva del mundo del trabajo; en su lugar se propone tratarlo en su sentido más amplio, como un proceso por el cual los hombres y mujeres se configuran o resisten a esa dinámica de producción explotadora de cuerpos, de recursos y de naturaleza. Visto así, pierden horizonte los calurosos debates que intentan dirimir si la relación capital/trabajo es la única que estructura el resto de las relaciones de dominación; o si, por el contrario, este papel lo ocupan otras relaciones y contradicciones –otrora despreciadas como «superestructurales» o «culturales»– como lo son las de género, de raza, las religiosas, entre otras. En la medida en que en una determinada formación social y en un momento histórico dado, todas estas fuerzas se presenten estructurando, produciendo o mediando las condiciones de existencia mediatas e inmediatas para los sujetos en relación a otros sujetos, son, en consecuencia, «básicas» y no meramente «superestructurales»20.

Entender de esta manera la multiplicidad de procesos contestatarios en el mundo capitalista neoliberal actual no puede llevarnos a rehabilitar un concepto reduccionista y estático de clase, sino que exige navegar otros principios y otra arquitectura de su relación. Desde una mirada que rescata la posibilidad y el horizonte de la acción política de los sujetos, nuestra propuesta elige reubicar la noción de clase dentro del proceso y del campo antagonista de la lucha. De la mano de las observaciones de diversos autores contemporáneos21, y reconociendo la influencia tripartita de Marx, Gramsci y Thompson, lo anterior nos lleva a destacar como indispensables dos claves conceptuales e interpretativas: la clase como proceso en constitución y la clase como lucha antagónica.

Lo anterior supone suspender las miradas que asumen que la clase es una condición dada ya por alguna posición prefijada de los hombres y mujeres en la estructura social; ya por la simple posesión/desposesión de medios de producción y vida; o, incluso, como una cualidad derivada de la presencia de algún tipo de atributo intrínseco o esencial a determinado conjunto de individuos. Estas posiciones dejan traslucir una visión reificada de la clase que «es definida y a la vez se define a sí misma como un grupo con cierto tipo de atributos estables ligados a una ‘colocación’ dentro del sistema (organización sindical, lucha por el salario, identidad con el Estado de Bienestar, etcétera)»22, dando cuenta no necesariamente de una «realidad objetiva» sino, más bien, de una construcción ideológica subjetiva que opera, se reproduce y constriñe a los mismos sujetos que se nombran como «clase».

Por el contrario, hablar de clase es hablar de un proceso de constitución de sujetos políticos, pero de un proceso que no es «cualquier proceso». Es que la clase remite a una forma de subjetividad política en la cual los sujetos se reconocen y actúan en el marco de un conjunto de enfrentamientos antagónicos que tienen con otros sujetos por establecer, reorganizar o alterar sus condiciones sociales de existencia. Esas condiciones no son otra cosa que la sedimentación de relaciones sociales que regulan y organizan histórica y contradictoriamente dinámicas culturales, sociales, ideológicas, institucionales y políticas en las que esos sujetos viven y, ocasionalmente, luchan. Así, la constitución de clase es un devenir posible (mas no necesario) a partir del momento en que un colectivo social asume una «disposición a la lucha»23 originada en una experiencia común de específicas e históricas condiciones de vida.

Ello es lo que habilita potencial o actualmente antagonismos y contiendas de intereses y grupos. Es decir, las contradicciones inmanentes a las relaciones sociales capitalistas «disponen» o «crean las condiciones» a participar de una lucha política, por lo que son potencialmente «conflictivas». Pero la lucha política y los sujetos que a partir de ella se constituyen no se activan «automáticamente». La comprensión de la clase, en tanto sujeto político, es siempre un estado potencial cuya condensación como tal depende tanto de las tensiones estructurantes de las relaciones sociales, como del proceso de subjetividad política que se despliega y desarrolla a partir de aquellas contradicciones y conflictos.

Entonces, como advierten Gramsci y Thompson, el estudio de la clase no debe abordarse desde una perspectiva de sujetos constituidos, sino más bien como un espacio heterogéneo y disgregado de sujetos en constitución, reconstitución o «desconstitución»24. De esto se trata, de analizar la clase como «proceso» y no como «cosa»; de analizar la clase desde su inherente variabilidad y cambio, y no desde su fijación a un lugar o posición25.

Pero, además de lo anterior, resaltamos que la configuración subjetiva de clase se realiza, siempre, al interior de una relación social y, por lo tanto, no se puede aprehender más que a través de una relación y, de manera específica, en una relación de lucha con otros. La clase sólo aparece como sujeto político activo cuando sostiene una lucha común que atañe a condiciones de vida también comunes: «los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase»26.

Los términos «clase» y «relación de clase» son intercambiables, refieren a un tipo particular de relación, específicamente a una relación de lucha27. Dentro de una misma unidad conceptual, la clase no es un a priori a la lucha ni tampoco se alcanza definitivamente a través de ella, pero es en la lucha donde y cuando las clases se constituyen, reconstituyen y, por supuesto, también es en la lucha donde las clases se destruyen o desaparecen. En esta línea, Marín sugiere que no se trata de encontrar qué es lo primario, si las clases o su lucha, sino de entender que el proceso mismo de formación de una clase o, el proceso mismo de su desarrollo, «presupone no sólo la génesis y la formación de clases sociales, sino que la génesis y el desarrollo mismo de las clases sociales es la forma en que se expresa el enfrentamiento entre ellas»28.

La constitución de los sujetos como clase no se produce de una vez y para siempre, y a «una hora determinada»29, ni tiene exactamente los mismo, «enemigos» contra quienes se cuestionan y disputan, siempre, las mismas condiciones de vida. Al contrario, la constitución como clase produce muchas veces, se pierde y se encuentra de nuevo; tiene que ser afirmada y desarrollada continua y prácticamente en el desarrollo de su acción política. Los sujetos, en su acción política, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden constantemente aterrados ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volver atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! (¡Aquí está la rosa, baila aquí!)30

Ello le da a la clase una inherente condición heterogénea y cambiante en su propia emergencia y desarrollo, así como en el alcance o éxito de su lucha. Ante esto, y cuando no surgen exactamente de la misma forma, cuando «no hay ley» para su emergencia y trayectoria, se vuelve imprescindible el análisis empírico sobre el presente de la acción política concreta de los sujetos y de las relaciones de lucha en las que entran. Con su énfasis en el proceso de formación de la subjetividad clasista, lo anterior nos permite mirar formas contemporáneas de constitución de clase que podrían ser aprehendidas a simple vista como «imperfectas», «impuras», «parciales», «erróneas» o «poco efectivas». Por eso, en última instancia, el mayor potencial de esta analítica es la superación de esquemas dualistas sobre las condiciones subjetivas dentro del capitalismo: conciencia/falsa conciencia; racionalidad/irracionalidad; clase en sí/clase para sí, etc.

Reflexiones finales

Históricamente, en América Latina los sectores subalternos que expresaron formas novedosas de resistencia y lucha se han caracterizado por su heterogeneidad: indígenas, campesinos, trabajadores informales, clase obrera urbana, entre otros. Declarada la «superación de la política de clases», le tocaría al «populismo» dar expresión política –con más o menos críticas– a esta abigarrada realidad de los sectores contestarios o disidentes, a través de la noción unificadora de «pueblo». Cuando este no fue el caso, las políticas de y por la «diversidad» nos ofrecieron un estallido de «identidades». Frente a ambas salidas, atinamos a desconfiar de un despliegue casi teatral de la disidencia que, o es fragmentado y gestionado como un gran «mercado de identidades», o niega cualquier potencial vocación hegemónica que no sea una inacabable sustitución de proyectos políticos que pueden ser discursiva y contingentemente universalizables.

Ante a este laberinto, en este artículo señalamos que una analítica de clase se vuelve urgente para pensar y buscar no la homogeneización de los sectores subalternos, ni tampoco un nuevo sustrato subjetivo de universalización que ocupe el lugar del «pueblo», la «nación» o la «ciudadanía». Al contrario, sostuvimos que sólo la heterogeneidad de los sectores subalternos –sus formas de nombrarse a sí mismos, de identificar enemigos, de luchar contra ellos y de elaborar alternativas y cambio y transformación– confirma la oblicuidad con la que la conflictividad de clases se manifiesta y ratifica su vigencia ordenadora de las relaciones sociales de explotación y dominación. Si los focos de resistencia en nuestra región recuperan cuestiones que no son o no fueron inquietudes incorporadas por las organizaciones de clase más clásicas o tradicionales –la paz, el ambiente, el género, la sexualidad, los derechos humanos, etc.–, o que no se enuncian desde leguajes políticos «esperables» o «asimilables» a reivindicaciones de clase, ello no implica que en los problemas que enfrenten o los conflictos que protagonicen no operen o se anulen las relaciones capitalistas de organización social. Justamente esa condición refractaria o condicionada, en la que aparecen o se expresan estas cuestiones o problemas en las formas de organización política, es una consecuencia misma de la dinámica del orden social y político capitalista.

Con un escenario así planteado, la clave clasista resuena en mayor o menor medida en todos los procesos de colectivización, agrupamiento, desagrupamiento, cohesión o fragmentación en los que haya involucrado alguna forma de antagonismo en relación con las condiciones materiales de vida. Sería un error, luego, buscar la clase sólo en los grupos que se autodenominan «clases» o realizan invocaciones clasistas.

 

Tampoco tiene ya sentido describir clases «en declive», en contraste con clases «en auge», para atribuirles un monopolio de interés o fuerza revolucionaria de una manera fija, predefinida o esencialista. Lo que es o no una clase es el origen de las discusiones interminables acerca de movimientos de clase y de no-clase; de lucha de clases y de «otras formas»; de alianzas entre la clase trabajadora y otros grupos; de pertenencia o no pertenencia a una clase, etc. Esta lectura no permite comprender que, por el contrario, la lucha entre clases permanece inherentemente imprevisible y entonces, en la medida en que aparecen o se manifiestan conflictos entre grupos, resulta pertinente interpretarlos como el resultado de la propia lucha de clases y «no como la emergencia de clases preestablecidas en su no menos preestablecida «‘verdad’ teórica y política»31.