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Nada Sobra, Carlos Ingham

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Yo vengo de una familia bien sufrida. Mi papá trabajaba en la minería, se vino de Lota. Vivíamos en un campamento, en una toma, eran los años ochenta. Para servirnos un yogurt teníamos que –literalmente– rascar la tierra para juntar cobre para comprarlo. Éramos tan felices con eso, hacíamos una fiesta, era el momento en que todo nuestro sacrificio nos engrandecía, porque era nuestro esfuerzo, nuestro trabajo –cuenta Rosita con orgullo.

Una vez instalados en Calle Larga, Sergio consiguió un buen trabajo, mientras ella permanecía en casa cuidando de su niño. Pero a medida que fueron conociendo más el sector también fueron dándose cuenta de que alrededor suyo había mucha carencia y, para su sorpresa, descubrieron que la fundación Manos Que Salvan repartía alimentos en su comuna.

Rosita, siempre apoyada por Sergio, decidió hacer algo al respecto. Comenzaron por visitar a la gente en los cerros y, cual si les abrieran las cortinas de un teatro, se les develó la pobreza que permanecía oculta, a veces en la forma de una casa linda –pero donde el salario que la familia había recibido el día 31 se acababa el día 3 del mes siguiente– o tras los muros de adobe de las antiguas casas de campesinos, donde hoy viven ancianos en estado de abandono, casi a la intemperie por la mala condición de los techos y con piso de tierra.

Rosita y Sergio vieron a los niños a pie pelado, quemándose en el cerro, con la guatita al aire, descuidados y sucios. Entonces decidieron visitar Manos Que Salvan para preguntarles cómo funcionaban y pedirles ayuda para formar una fundación similar a la de ellos. Lo que no se imaginaron nunca fue que los recibiría un conocido de toda la vida.

–¡Hola, Eduardo! ¿Qué haces tú aquí? ¿No me digas que trabajas en esta fundación? –preguntó Rosita sorprendida.

–Rosita, querida. ¡Qué gusto más grande! Han pasado tantos años… Efectivamente, no solo trabajo para Manos Que Salvan; yo fui su fundador –respondió Eduardo Sepúlveda, al tiempo que iba hacia ella para darle un abrazo cariñoso.

–No lo puedo creer. Hemos estado tan lejos y tan cerca todo este tiempo. Qué alegría más grande. El destino nos une nuevamente, Eduardo. Te presento a mi marido, Sergio Flores.

–Mucho gusto en conocerte –dijo Sergio, y le extendió la mano a Eduardo, quien a su vez les ofreció asiento en su pequeña oficina llena de papeles.

–Bueno, cuéntenme cómo puedo ayudarlos. ¿Qué los trae por aquí, Rosita?

–Con Sergio nos mudamos hace ya unos seis años a Calle Larga y he visto que allí, al igual que en Renca, ustedes reparten alimentos, y veo lo felices que hacen a los niños y a los abuelitos. También hemos visitado a los vecinos de Calle Larga y de los alrededores, incluso en San Esteban, y hemos comprobado que hay mucha necesidad, que la ayuda no alcanza para todos. Por eso quiero armar una fundación como la de ustedes. Yo sé de administración, porque trabajé como secretaria ejecutiva para varias empresas, y además soy técnica en alimentos, así que sé cómo se deben manejar para que no se echen a perder. Pero lo más importante, es que Sergio es transportista y sabe de logística. Creo que, con la ayuda de Dios y nuestras capacidades, podremos hacer la vida un poco más llevadera a muchos vecinos. Por eso estamos aquí, para pedirles ayuda, para que nos digas cómo partir.

–Qué bien, Rosita. Ya lo creo que necesitamos más organizaciones sociales y, conociendo tu fuerza y perseverancia, no dudo que lo van a lograr. Cuenta desde ya no solo con mi guía, sino que te acompañaré en todos los trámites que tendrás que hacer. Cuando ya has pasado por el proceso es más fácil –les dijo Eduardo con una gran sonrisa.

Efectivamente, el proceso fue más sencillo con la ayuda de Eduardo, quien los acompañó a la municipalidad y a impuestos internos a buscar todos los papeles requeridos. Así y todo, les tomó más de un año armar la agrupación vecinal.

No lo voy a olvidar nunca. Fue un día de lluvia torrentosa, en octubre de 2016, cuando por fin pudimos firmar ante la jueza y el secretario municipal. Teníamos que ir con los beneficiarios y, como llovía tanto, fuimos a buscar a muchos. Toda la comuna era un barrial porque las calles no están pavimentadas y quedamos empantanados varias veces. Pero lo importante es que resultó, y con los primeros 55 inscritos logramos tener personalidad jurídica –relata Rosita.

Lo más complejo de superar, en todo caso, no fue el clima ni los trámites exigidos, sino la desconfianza inicial de los vecinos.

Al principio nadie nos creía. Cómo íbamos a darles algo a cambio de nada. Pensaban que había engaño, que era una burla, el cuento del tío. Hasta que se fueron dando cuenta de que era de verdad, que solo los queremos ayudar –explica Sergio Flores.

Así conocieron la Red de Alimentos, quienes los ayudaron también a preparar todos los documentos necesarios para ser socios. La agrupación vecinal Entregando Alegría en Calle Larga partió con 55 socios, pero a los pocos meses, cuando fueron a su primera reunión en la Red, en San Bernardo, eran 75 y ahora, tres años después, ya entregan 386 canastas a la semana, con las que se alimentan entre 1.300 y 1.500 personas de la comuna.

–Buenos días, somos de la agrupación vecinal de Calle Larga y tenemos reunión con la Srta. Marianne –saludó Sergio a la recepcionista de las oficinas de la Red en la bodega de San Bernardo.

A los minutos apareció una joven en jeans y polera blanca. Era Marianne Heyl, ingeniera con magíster en ciencias de la ingeniería de la PUC que se había unido a la Red en 2015 para hacerse cargo de la gerencia de gestión social. Definitivamente no era la señora seria y mayor que Sergio y Rosita esperaban encontrar.

–Hola, pasen, pasen. Soy Marianne Heyl. Vamos por este pasillo hasta el fondo, a conversar “a mi oficina”. Bienvenidos, síganme por aquí.

Después de pasar por la primera puerta, Sergio y Rosita cruzaron una sala luminosa con más de diez escritorios donde solo había jóvenes muy concentrados en sus pantallas y en los teléfonos. Una puerta más se abrió y Marianne les indicó que se sentaran en la mesa redonda en una esquina de la oficina.

–Asiento, asiento, por favor. Les ofrezco agua, ¿un café? –les ofreció alegre Marianne.

–Estamos bien así, muchas gracias, señorita –respondió una tímida Rosita.

–Bueno, estamos muy felices de tenerlos aquí. Para nosotros es motivo de celebración tener la posibilidad de llegar a más lugares. Hemos revisado la documentación y está todo en orden, solo les quiero contar un poco más sobre cómo funcionamos y que nos organicemos para partir.

–Muchas gracias –acotó Sergio–. Nosotros estamos muy entusiasmados y cuanto antes podamos partir, mejor.

–Perfecto. Entonces lo primero será organizar la fecha para que los visite. Como saben, llevamos un control estricto sobre las condiciones en que se reparten los alimentos y, en especial, verificamos que se entreguen a quienes deben recibirlos de manera absolutamente gratuita y que no haya reventa por ningún motivo.

–Cuando usted, diga, señorita –respondió alegre Rosita–. Puede usted acompañarnos ahora mismo. Nosotros la llevamos y traemos.

–Creo que podemos dejarlo para… –Marianne miró su calendario sobre la mesa– pasado mañana, ¿les parece bien?

Tras conversar un rato sobre los objetivos que tiene la Agrupación Entregando Alegría en Calle Larga, el matrimonio se despidió de Marianne y quedaron a la espera de su visita. Dos días más tarde, una vez en terreno, Marianne comprobó que el lugar que Rosita y Sergio habían destinado en su hogar para acomodar las donaciones contaba con las condiciones necesarias y luego salió a recorrer con ellos por toda la comuna para conversar con los beneficiarios y así comprobar su situación. La visita resultó un éxito y, por fin, 2017 se convirtió en el año del inicio definitivo.

Es muy gratificante trabajar en una institución que ayuda a otras instituciones a entregar un mejor servicio a sus beneficiarios. Es genial poder ayudar a quienes ayudan a las personas que más lo necesitan en Chile. –Marianne Heyl.

La labor que realizan Rosita, Sergio, su suegro y unos pocos voluntarios tiene varias aristas, pero quizás la mayor de todas radica en que la gente necesitada está dispersa por toda la comuna. De ahí la importancia de contar desde un principio con una camioneta y la experiencia en logística de Sergio y su padre.

Hoy por hoy, para hacer el trabajo, Sergio –quien maneja el camión– va con Rosita o con su padre a la bodega los días martes y miércoles, y, en Calle Larga, Rosita y tres voluntarias arman las canastas que empiezan a repartir desde el mismo martes. “Tenemos que repartir el mismo día que recibimos los alimentos”, a eso de las 19.00 horas, porque el calor es muy fuerte en Los Andes en verano. Fue justamente el asunto de la temperatura y la necesidad de tener más espacio para trasladar más alimentos, lo que los llevó a vender su vieja camioneta Ford y a juntar sus pesos para comprar un camión refrigerado.

La camioneta la manejaba Sergio o el Tata, mi suegro. Nosotros aún hacemos la carga y descarga. En la camioneta nos veníamos tapados de comida, pero necesitábamos más espacio y mejores condiciones para poder traer también yogurts. Así que hicimos el esfuerzo y ahora tenemos el camión que usamos tanto para ir a buscar alimentos como para repartir en las zonas más alejadas. –Rosa Avendaño.

A diferencia de fundaciones con internos como la Villa Padre Hurtado, los beneficiarios de esta agrupación no están dentro de un recinto, sino que se encuentran repartidos a lo largo y ancho de toda la comuna. No pocas veces tienen que ir a zonas que se podrían considerar como caseríos.

No sé qué haríamos sin la Red. Ellos han sido fundamentales para nuestra agrupación. Siempre nos han ayudado. Nos hemos reunido con la señorita María José, con la señora Quena y hasta con don Carlos. Una vez, en una asamblea, él dijo que le gustaría ver que los alimentos llegan a los pueblos más pequeñitos. Ojalá venga acá y vea hasta dónde estamos llevando la ayuda de la Red. Estamos muy orgullosos del trabajo que hacemos. Uno lo hace con alegría –cuenta Rosita.

 

Y su trabajo hoy no solo es valorado por ellos. Los más agradecidos son los mismos vecinos que han podido comer alimentos que a veces ni saben cómo se preparan. Pero entre las vecinas buscan por internet y comparten recetas por WhatsApp. Así lo hicieron, por ejemplo, con la primera entrega de ricota o una vez que les dieron mozzarella de leche de búfala. Pero lo más importante es que también han recibido alimentos que jamás se imaginaron disfrutar.

Una vecina una vez me agradecía con lágrimas en los ojos cuando pudo comer por primera vez un yogurt Gold. Cuándo iba a pensar ella en comer uno de esos. También recuerdo una vecina que me contó que cuando repartimos unos chocolates finos, en un envase verde, con licor, se preparó especialmente para disfrutarlo. Fue un momento muy especial para ella. Como es dueña de casa y no sale, nunca había comido un chocolate tan fino. Se duchó y se vistió especialmente para comerlo tranquila –cuenta orgullosa Rosita.

Nosotros no le vamos a arreglar la vida a nadie, pero es un granito de arena. Ellos no son nuestros beneficiarios, son nuestros amigos. Nosotros conocemos sus vidas y les damos cariño. La gente nos da las gracias, pero nosotros les decimos que las gracias hay que dárselas a Dios –agrega Sergio.

El reconocimiento ha venido de terceros también porque su labor ha sido destacada por las autoridades locales, como el gobernador de la provincia, que les dio un premio, y por Anglo American, que les regaló un contenedor modular de 12 metros27 donde hoy preparan las canastas.

Para el futuro cercano ya tienen nuevos objetivos. Y por eso están en contacto con la Fundación Pro Bono para pasar de ser agrupación a fundación, y así poder recibir donaciones. Hasta ahora solo cuentan con la ayuda de la Red de Alimentos y, esporádicamente, de empresas y personas que les aportan con alimentos o servicios gratis, o casi gratis, como transporte para llevar a los beneficiarios con sus familias a paseos, como los que organizan en verano a centros turísticos con piscina y colaciones.

Cuando sean fundación estarán en condiciones de darles a las empresas el certificado de donación que estas requieren para descontar impuestos. Con ello, pretenden lograr la meta que tienen entre ceja y ceja: hacer un comedor para ancianos y niños. “Ellos son los más vulnerables”, repite Rosita. “Y yo soy testaruda. No acepto un no por respuesta, así que sé que lo vamos a lograr”.

En sus gestos y en cada una de sus palabras, Rosita y Sergio evidencian la enorme pasión que los guía. Con su persistencia y voluntad no es aventurado pensar que pronto Calle Larga contará con más servicios para los ancianos y los niños más necesitados.

Nos gusta lo que hacemos. Uno lo lleva en el corazón. Para que los niños no pasen lo que yo pasé, ni hambre ni cosas feas. Tienen que ser felices. Por eso lo que la Red hace es tan importante. Ojalá hubiese habido una Red cuando yo era pequeña –dice emocionada Rosa Avendaño.

***

Al igual que a la Fundación Villa Padre Hurtado y a la Agrupación Alegría en Calle Larga, la Red de Alimentos atendió en el año 2020 a un total de 438 organizaciones sociales, las que reunieron a 258.771 beneficiarios y recibieron 8.573.825 kilos de alimentos y artículos de primera necesidad. A ello, se sumaron 2,8 millones de kilos comprados y donados debido a la pandemia.

Leones por corderos

Mientras más crecía la Red, más tiempo y energías le demandaba a Calú. Hasta que por fin se dio cuenta de que no podía fabricar el tiro de esquina, lanzarlo y cabecearlo. Necesitaba a alguien que lo ayudara en las decisiones del día a día.

En una reunión en Linzor, a fines del segundo semestre de 2011, hizo el comentario. Más tarde, Sharon Matthews, socia de Calú en Linzor, le sugirió que hablara con Cristián Steffens, un joven profesional que trabajaba con él en la oficina. Y en esa ocasión este le comentó:

–Yo creo que sé de alguien que se puede interesar por trabajar contigo en la Red –le dijo.

–Ah, sí, ¿quién? –le preguntó Calú.

–Mi papá –le respondió.

El señor en cuestión era Cristián Steffens padre, quien había sido gerente general de Cruz Verde y Salcobrand, y que en ese momento manejaba su propia empresa (lo hace hasta el día de hoy) y, además, participaba en la comisión de financiamiento de la Iglesia católica.

Allá por 2006, Cristián Steffens padre dejó su trabajo para formar su propia compañía (AdCapital), pero a la vez sentía que tenía que hacer algo por la sociedad. Llamó entonces al sacerdote Fernando Chomalí para ver en qué podía ayudar, y este lo instaló en la comisión de finanzas de la Iglesia.

En eso estaba cuando, en agosto de 2011, la familia Steffens partió de viaje a Machu Picchu. Y fue durante esa estadía en el Cuzco, a propósito de nada, cuando Cristián hijo le dijo a su padre:

–Te mandaron un recado: Calú pregunta si estarías disponible para ayudarle en la Red de Alimentos.

De regreso en Santiago hablaron por teléfono y Calú quedó de ir a verlo a su oficina. Calú no conocía a Cristián, pero Cristián sabía de Calú porque era el jefe de su hijo, aunque no lo conocía en persona. Ese día Calú fue temprano a jugar tenis, después fue a la oficina y a eso de las 13:00 horas partió a la reunión con Steffens.

–Hola, Calú, ¿qué tal? –lo saludó Cristián.

–¿Cristián?... pero ¿que no jugás tenis en la cancha al lado de la mía? –le preguntó Calú.

–Sí, de vez en cuando… –le contestó Cristián.

–¡Qué increíble! –remató Calú.

Cristián ubicaba a Calú del club de tenis, pero no le iba a decir nada. Para qué. Era el jefe de su hijo y eso podía complicarlo. No tenía sentido. Pero ahora que estaban frente a frente era otra cosa. Y para aquellos que saben leer los signos y que no creen mucho en las coincidencias, la reunión entre ambos quizás fue cosa del destino, porque a poco andar, mientras Calú le contaba a Cristián qué hacía la Red de Alimentos y qué era lo que necesitaba de él, este quedaba cada vez más convencido de que el proyecto era algo a lo que se debía sumar.

Las experiencias de ambos eran complementarias. Calú tiene fortalezas en emprendimiento y finanzas; Cristián, en el retail, logística y finanzas. Y si bien sus personalidades son distintas, se avienen bien.

Y así en octubre de 2011 Cristián se incorporó a la Red de Alimentos, mientras renunciaba a su papel en la Iglesia católica para, efectivamente, tener el tiempo y la energía para dedicarse por completo a la fundación.

Me metí en esto y dejé lo otro. Esto era aportar con lo que yo creía que podía entregar más de verdad. Uno se siente cómodo en lo que realmente puede hacer un aporte. –Cristián Steffens.

Cristián se unió a la Red como director ejecutivo. Es decir, como miembro del directorio, pero con una misión de apoyo a la administración.

Cambio de hábito

Una de las acciones fundamentales que hizo Pierina Bocic para la Red de Alimentos fue gestionar su incorporación a la Global Foodbanking Network (GFN)28. Y no fue nada fácil.

Pierina partió por contactarlos e hizo formalmente la solicitud de ser parte de la agrupación mundial de bancos de alimentos. Ellos, por su parte, quedaron de visitar la Red. No se trataba de cualquier visita protocolar, sino de las del tipo due diligence29, es decir, muy exhaustiva. Los visitaron dos veces, los vieron crecer y observaron que cumplían con todos los estándares requeridos. Es más, quedaron muy sorprendidos con el sistema contable de la Red, con el sistema de trazabilidad y con el cuidado y la dedicación puesta en la cadena de frío de los alimentos. Respecto a esto último Pedro Álamos, gerente de operaciones de la Red en 2011, tuvo la idea de pedir a las fundaciones que no contaban con un camión refrigerado coolers de plumavit gruesa, que caben justo en el maletero de un auto. Así, en estas cajas –con mucho hielo– podían llevarse productos que requerían mantener el frío.

Después de revisar todo al detalle, la GFN reconoció a la Red como miembro a fines del 2012.

–Listo, Calú. Misión cumplida –le dijo Pierina. Ahora el nene está caminando. Aquí los dejo.

–Querida Pierina, no sabes cuánto te vamos a echar de menos –replicó Calú.

–Yo también, pero los dos sabemos que es mejor así –replicó Pierina.

–Sí, lo sé.

Se dieron un abrazo y Pierina salió de la oficina de Calú con la frente en alto y el orgullo de haber aportado con un grano de arena a darles una mejor calidad de vida a muchas/os chilenas/os que lo necesitaban.

***

Unos pocos meses antes, Ignacio había ido a la oficina de Calú y le había dicho:

–Calú, me da “ene” lata decirte esto, pero me acaba de surgir una oportunidad para ir a hacer un máster en el MIT. Y es una oportunidad que no puedo dejar pasar.

–Pero, pibe, ¡qué bien! Hiciste un trabajo tremendo acá, no te preocupés por nosotros. Andáte a Boston con tu mujer, sacá el máster y echá a volar tu carrera.

–Ya, pero aún no me voy. Quería avisarte con tiempo. Uno no se va de un día para otro. Menos con todo el cariño que les tengo.

–Dale, che, no esperaba menos de vos. ¿Y cuándo tenés que estar en Boston? –preguntó Calú.

–En enero –replicó Ignacio.

–¡Perfecto! Y que tengas la mejor de las suertes. Y ya sabés que podés contar con nosotros para cualquier cosa.

–Lo sé. Gracias, Calú –dijo Ignacio y salió de la oficina de quien fuera un gran maestro en administración de recursos.

Ignacio sabía que estaba cerrando una puerta para abrir otra. Y con las palabras de Calú, sabía que se podía ir tranquilo.

En ese mismo momento, Calú supo que ese era el fin del comienzo. Ahora había que pasar a una nueva etapa, una de crecimiento y consolidación.



La nouvelle vague30

Durante los dos primeros años de vida de la Red de Alimentos, las comunicaciones externas las llevó Azerta, empresa que hizo un gran trabajo para visibilizar la fundación. Pero para comienzos de 2012, la labor ya era demasiado demandante como para depender exclusivamente de la acción pro bono que Azerta podía realizar, así que le recomendaron a Calú contratar a una persona dedicada a esta función. Como además Pierina estaba por retirarse, la necesidad de un reemplazo era evidente.

La secretaria general de Azerta, Daniela Lipari, sugirió para el puesto a la sicóloga Valeria Peña, quien se desempeñaba como subgerenta de extensión en Celfin Capital, uno de los principales bancos de inversión en Chile. La propuesta coincidió con el interés de Valeria de cambiar su foco laboral hacia un trabajo más orientado a las personas.

Se entrevistó con Calú y rápidamente se incorporó al equipo de la Red. Asumió como gerenta de asuntos corporativos y quedó a cargo de la fidelización de los primeros socios, de buscar nuevos y del marketing y las comunicaciones. No obstante, Azerta siguió colaborando pro bono con la Red de Alimentos hasta 2014.

Al comienzo, Calú le propuso a Valeria instalarse en la oficina de Vitacura, pero Valeria sentía que no podía “vender” algo cuyo olor no conocía verdaderamente, así que comenzó a ir a la bodega de San Bernardo cada vez con mayor frecuencia hasta que se instaló allá, donde experimentó de primera mano el calor de relacionarse con las fundaciones, con las monjas que le llevaban cruces, con el personal del Ejército de Salvación, de las Aldeas SOS y con todas las personas que los visitaban a diario.

Lo primero que notó en cuanto al tema comunicacional fue que Azerta había hecho un buen trabajo en la labor de apuntalar la primera etapa de formación de la Red de Alimentos y de la lucha de este “argentino loco” en favor de la donación de alimentos que se iban a destruir. Pero ese recurso comunicacional ya se había agotado. Era necesario pasar a una nueva etapa, con requerimientos distintos.

 

Lo primero que hizo fue desarrollar una serie de herramientas comunicacionales, como un folleto y un video institucional que explicaran qué es la Red de Alimentos. Lo segundo fue actualizar el sitio web. En ese entonces había una campaña publicitaria hecha por Armstrong & Asociados que había tenido bastante exposición, pero se echaban de menos algunas herramientas de presentación.

Otro cambio importante fue redireccionar el discurso de la fundación hacia la experiencia alimentaria a nivel mundial, con información de la FAO y otros organismos especializados que, entre otros temas, sostenían ideas algo catastrofistas, como que se proyectaba que para 2050 no iba a haber suficiente tierra para alimentar a la población mundial. Pero eran los inicios de un nuevo relato, como dar énfasis a que las empresas deben tener una conexión con la sociedad y el medioambiente en que actúan.

***

En 2012 también se cumplía el plazo en que el gerente general que había iniciado la puesta en marcha de la Red de Alimentos, Ignacio Undurraga, partía finalmente a Estados Unidos a realizar su posgrado en el MIT. Para reemplazarlo, Calú llamó a su amigo Alan Mac Donald, de la agencia de reclutamiento Kingsley Gate31. Este se contactó con gente de otras ONG y en una de ellas, una mujer dijo “¡mi marido!”, y este resultó ser Sebastián Labbé.

–¿Por qué te interesaría trabajar en una ONG como la Red de Alimentos? Esto no tiene nada que ver con tu experiencia laboral –le preguntó Alan Mac Donald a Sebastián.

–Es verdad. Pero soy ignaciano, tengo un perfil social y me encanta lo social. Cuando uno se ha propuesto algo en la vida, lo implementa. Y para mí, igual que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, trabajar en una organización social es uno de mis objetivos de vida.

Para Sebastián, sumarse a la Red de Alimentos como gerente general fue un acierto tremendo, porque se encontró con lo que esperaba, aunque desde una vereda que lo sorprendió. La Red era –y sigue siendo– una ONG poco tradicional, ya que en ella todos están muy preocupados no solo de hacerla funcionar, sino de que lo haga como reloj suizo. Y eso es algo que –según Sebastián– es muy atípico en una ONG, ya que quienes trabajan en ellas suelen ser bastante más llevados por el corazón que por la gestión.

En la Red de Alimentos se juntaban las dos variables: mucho corazón y también mucho orden. Y esto es doblemente importante en una institución cuyo núcleo son los alimentos. Ello por dos razones fundamentales: (1) ninguna organización puede tener problemas de inocuidad alimentaria y (2) porque se relacionan con las marcas más importantes del sector. Y esto último es un activo que hay que cuidar.

La misión encomendada a Sebastián al mando de la Red de Alimentos era doble: debía hacerla crecer y elevar el nivel de confianza, tanto de las organizaciones beneficiarias como de las marcas donantes. Y con especial énfasis en las empresas con las cuales necesitaban establecer vínculos potentes, generar certezas, demostrarles que para la Red de Alimentos esto no era un juego, no era una apuesta, sino que aquí había gestión, trazabilidad y profesionalismo, y que todo estaba respaldado por una estructura que cuidaba la marca de las empresas y, por sobre todo, la salud de los beneficiarios.

Por suerte, Cristián Steffens ya estaba trabajando en una planificación estratégica. La había comenzado cuando todavía era gerente general Ignacio Undurraga. Y ahora que llegaba Sebastián –que tenía más experiencia– pudo terminar el plan y entregárselo para que iniciara su función.

Por su parte, Sebastián pensaba que las marcas se la estaban jugando al entregarle alimentos a una ONG que los repartía a otras ONG y, por lo tanto, la Red tenía no solo la obligación de cuidar esta cadena, sino de cuidarla como “hueso de santo”.

El plan apuntaba a optimizar el sistema de control que venían empleando. Tanto así que Sebastián iba sorpresivamente de visita a las fundaciones y en no pocas oportunidades se encontró con que el alimento no estaba lo cuidado que –por protocolo– tenía que estar. Esto, a pesar de que para incorporar a una fundación a la Red se las capacita en el manejo de los alimentos en cuanto a:

• cómo tienen que pedir el alimento,

• cómo tienen que mantener el alimento y

• cómo tienen que consumirlo.

Al mismo tiempo, los alimentos que las fundaciones le piden a la Red (en el entendido de que lo que solicitan es congruente con sus necesidades) se mide. Por ejemplo, si una fundación atiende a “x” cantidad de niños, en la Red se estima cuántos kilos de alimento pueden consumir y qué tipo de alimentos necesitan. Por lo tanto, si esa fundación pide “500 litros de yogurt” y esa solicitud no concuerda con las estimaciones de la Red, no se les entrega la cantidad solicitada, sino la estimada, y la fundación queda “condicional”. Esta es otra manera de cuidar la cadena alimentaria, porque si solo necesitan cien litros de yogurt y piden quinientos, entonces las sospechas son que perderán mucho yogurt, que se descompondrá o que están vendiendo los otros cuatrocientos litros en el mercado informal. Y este es un costo de oportunidad altísimo para las demás fundaciones a las cuales se les podría haber entregado esos yogurts.

Otro elemento de control que establecieron fue el catastro informativo de las fundaciones. La Red de Alimentos, al incorporar a una fundación como socia, le pregunta cuál es su capacidad de almacenamiento y le solicita que se le informe sobre cualquier cambio o mejora en esa condición, así siempre están al tanto de cuánto alimento pueden guardar en seco, en frío y en congelado. Esta información es muy útil para la entrega de alimentos, ya que la Red también sabe cuánto es el máximo que pueden guardar.

Finalmente, cruzando todos los datos, si una fundación tiene capacidad para almacenar, por ejemplo, cincuenta litros de yogurt, pero el consumo de sus beneficiarios es menor a eso, entonces se le da una cantidad inferior al máximo de almacenamiento para evitar que algunos productos –como los lácteos, que tienen una vida más corta– se echen a perder y nadie los aproveche.

Así, el plan estratégico diseñado por Cristián iba tomando forma y aterrizando las ideas y el empuje de Calú, en una ruta más robusta de crecimiento orgánico.

Lo bueno de todas estas medidas de control es que permitieron pavimentar el camino para que otras empresas de alimentos se atrevieran a ingresar también a esta red de distribución en que se convirtió el primer banco de alimentos de Chile. Por otra parte, también cimentaron a través del tiempo una relación fraterna entre las organizaciones sociales y la Red de Alimentos, porque entre todos –en un continuo de acciones– cuidan esta virtuosa cadena de valor.

Y como la cadena tiene en su vértice final a personas vulnerables que necesitan los alimentos, la gestión de Sebastián se orientó, en gran medida, a que las fundaciones entendieran muy bien tanto el valor como la fragilidad de esta. Y cuán grande sería la pérdida si no se la cuida.

Este era un tema bien complejo, pero era una pega maravillosa. Aunque, de hecho, yo nunca la consideré una pega. –Sebastián Labbé.

Adicionalmente, la Circular Nº54 del SII establecía un protocolo de acción entre las empresas, la Red de Alimentos y las fundaciones, que exige las siguientes condiciones:

• La Red de Alimentos y las fundaciones receptoras deben estar inscritas en el SII.

• Las organizaciones receptoras deben dar a las empresas un certificado que da cuenta de la recepción de los alimentos (fecha, cantidad, calidad, guía de despacho, etc.).

• La entrega de alimentos debe respaldarse con la guía de despacho, la cual debe indicar que la entrega no constituye venta.

• Y la guía debe decir a qué institución(es) serán enviados los alimentos, incluyendo su número de registro.

La Red de Alimentos necesita preocuparse minuciosamente de verificar todos los documentos ligados a la recuperación y entrega de alimentos, porque al ser una corporación que se comunica tanto con las organizaciones sociales como con las grandes empresas, el proceso completo debe estar totalmente regularizado. Y como entonces la Red no contaba con mucha tecnología, hubo que hacerlo todo manualmente.