Es emocionante saber emocionarse

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El pesimista no engatilla frecuentemente dopamina, serotonina o acetilcolina, se encuentra en un estado adrenergio-noradrenérgico, ya que su cerebro interpreta que no puede enfrentarse a los acontecimientos que vive, y desde ahí, que no es capaz de cambiar las cosas que le afectan. Esta sensación puede calificarse de autoestima baja, pero realmente lo que tenemos es a una persona que no tiene la base química en su cerebro para poder sentir que es capaz.

La dimensión de la enfermedad puede ser menor estando en niveles más bajos de trastorno o incluso en situaciones donde solo se aprecian rasgos de personalidad fuera de lo patológico, en estos casos menores, el sujeto puede activar todas las químicas y todas las estructuras neurológicas y, por ello, todas las emociones, pero una más que otras. Por lo tanto, podemos concluir que cuanta más rigidez emocional, mayor grado de enfermedad, y cuanta más flexibilidad emocional, menos grado de enfermedad. El problema es que quitando el matiz de la intensidad, nos encontramos en un continuo que si no se mejora la tendencia a la rigidez, la persona a lo largo de su vida sigue enfermando.

Si te das cuenta, la gestión emocional y entre otros el optimismo como una de sus competencias y/o habilidades, no son cosas baladíes, ya que en realidad estamos hablando de calidad de vida, esperanza de vida y, sobre todo, de salud. La salud mental depende de la capacidad que tengamos para poder pasar de un estado emotivo a otro, siendo muy importante que el estado emotivo en el que nos encontramos sea el adecuado para adaptarnos a la situación de la mejor manera posible. Hablar de ser optimista o no es hablar de tener menos o más sufrimiento en la vida, es conseguir tener que pasar menos veces por el médico y si pasamos es para reconocimientos preventivos, es conseguir que el disfrute tenga más tiempo que el malestar. El optimista cuando tiene una dolencia, va en cuanto puede a su médico, lo consulta, se hace las pruebas oportunas, pero mientras le dan el diagnóstico sigue haciendo lo que tiene que hacer o puede hacer en su vida, pone su dolencia en las manos de un profesional, pero no para su vida, sigue haciendo lo que su problema le permite y sigue disfrutando con ello. El pesimista, con la misma dolencia, no va al médico porque tiene miedo del diagnóstico, no repara, no mejora, ya que no hace lo que tiene que hacer y además bloquea todo lo que tiene que realizar y que puede efectuar en ese día, porque sus pensamientos obsesivos y su preocupación se lo impiden. El optimista encara y resuelve, el pesimista huye, evita y, por ello, no solventa su dolencia.

Educar a los niños en el optimismo es hacerles más sabios, más capaces, y, sobre todo, menos dependientes. La dependencia emocional es uno de los grandes trastornos del momento, tal como indica Jorge Castelló o el propio Walter Riso con su concepto de “apego dependiente”, crea una verdadera adicción sin sustancia con la persona “que se ama”, aunque más que amor, como digo, es solo dependencia. Hay un relato clásico que refleja muy bien lo que es la dependencia emocional, te lo trascribo de forma literal, no conozco al autor:

LA PARÁBOLA DEL MATRIMONIO

Cuenta una vieja leyenda de los indios Sioux que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.

– Nos amamos –empezó el joven.

– Y nos vamos a casar –dijo ella.

– Y nos queremos tanto que tenemos miedo. Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán. Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos. Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.

– Por favor –repitieron– ¿hay algo que podamos hacer?

El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.

– Hay algo –dijo el viejo después de una larga pausa. Pero no sé... es una tarea muy difícil y sacrificada.

– No importa –dijeron los dos. Lo que sea –ratificó Toro Bravo.

– Bien –dijo el brujo–. Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos y deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendiste?

La joven asintió en silencio.

– Y tú, Toro Bravo, –siguió el brujo– deberás escalar la Montaña del Trueno; cuando llegues a la cima, encontrarás la más brava de todas las águilas y, solamente con tus manos y una red, deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta...¡salgan ahora!

Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur... El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.

El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo las aves cazadas. Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.

– ¿Volaban alto? –preguntó el brujo.

– Sí, sin duda. Como lo pediste... ¿y ahora? –preguntó el joven– ¿los mataremos y beberemos el honor de su sangre?

– No –dijo el viejo–.

– Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne –propuso la joven–.

– No –repitió el viejo–. Harán lo que les digo: tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero... Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.

El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros. El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero solo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.

Este es el conjuro...

– Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, VUELEN JUNTOS, PERO JAMÁS ATADOS.

Al igual que el optimismo no es estar siempre contento, la relación de pareja o cualquier relación de amor nunca es estar atado al otro. Cuando llamamos optimista a una persona que pase lo que pase en su vida, está encantado y contento, lo que tenemos delante no es un optimista, es un inconsciente, cuando no una persona que tiene una euforia patológica. El optimista, como he repetido varias veces, sufre y pasa por todas las emociones, cuando una persona solo se encuentra en la alegría, sigue siendo un rígido emocional y, por lo tanto, tiene una enfermedad mental, al igual que si la emoción única o su rigidez fuera por miedo o por rabia.

Cualquier incapacidad para poder activar todas las emociones según sea la situación que se vive es un signo de enfermedad mental. El/la optimista es tan sabio/a que sabe salir de las situaciones de malestar, pero eso no indica que no las sienta, ni las sufra o las disfrute cuando las vive. Lo mismo ocurre con la dependencia, no es un amor sano el amor de no poder vivir sin el otro, y no me estoy refiriendo a la pérdida o al fallecimiento del ser amado, en esa situación es normal sentir una gran añoranza y durante mucho tiempo tener dificultades para seguir adelante. Me estoy refiriendo a las situaciones donde nadie está enfermo, ni le ocurre nada, los dos viven sin que tengan ningún signo de que van a fallecer o enfermar, y alguno de ellos no puede vivir sin estar con el otro, es como si lo necesitara para sentirse alguien. Esta atadura y esta dependencia casi siempre va unida a pocos momentos de diversión y de autocomplacencia y es habitual que no puedan vivir sin el otro, aunque en la realidad parezca que no puede vivir con él/ella, ya que en estas condiciones son habituales los enfados, los gritos, cuando no la violencia, tanto psicológica como física.

La violencia de género y la dependencia emocional están muy unidas, es normal que el agresor consiga aislar a su víctima. La forma como lo consigue es con la estrategia de ser a veces lobo y en otras ocasiones cordero, tanto en un estado como en otro, la manipula, ya que no le importa lo que ella siente, lo importante es que él consiga tenerla en su espacio de control. La mujer que sufre violencia llega a habituarse, de tal forma que normaliza lo anormal, perdiendo la capacidad de reconocer sus derechos, es lo que se llama en la psicología científica pérdida de autoestima. Ocurre como en la fábula del elefante que está atado a un hierro en la tierra al lado de la carpa del circo. Nos preguntamos, ¿por qué no se escapa? Si quisiera, con la fuerza que tiene, se podría escapar. La respuesta es que no se escapa porque no lo intenta, simplemente porque no se lo plantea, no existe esa posibilidad. La mujer que sufre violencia de género está en un estado psicológico que ni siquiera se plantea que puede salir de ese enredo emocional y si en algún momento es capaz, el violento sabe que debe dar el último paso, y entonces la mata, a veces de pena y, por desgracia, otras veces con un cuchillo porque para él, en su mente obtusa y depravada, ella es suya, porque ella le pertenece, porque ella no existe, es de su propiedad. En muchas ocasiones cuando se les pregunta, ¿por qué no le dejas? Te dicen, PORQUE LE QUIERO.

Acuérdate:

Si no puedes vivir sin alguien, posiblemente es que no puedes vivir con él/ella.

La dependencia emocional se encuentra tanto en el hombre como en la mujer, mientras que la violencia de género es un estigma social que solo ocurre del hombre hacia la mujer. ¿Ninguna mujer es violenta con un hombre? Posiblemente sí, y es fácil que esta ley que coloca al hombre como único agresor pueda estar siendo injusta para algunos hombres que sufren una verdadera violencia de una mujer, tan cruel como la que sufre la mujer cuando el violento es el hombre, y además sin posibilidad de defensa en el caso del varón agredido. Pero una vez dicho esto, y señalado que podemos estar siendo injustos con algún hombre, la realidad es que el número de mujeres que han muerto en manos de hombres es un universo, mientras que el número de hombres que han muerto por mujeres no lo es.

 

No obstante para aquellos hombres que sufren la violencia de una mujer, decirles que ante las violencias, ante la ley, todos somos iguales, que denuncien y que no sigan más al lado de esa mujer. Lo primero que tenemos que conseguir es salir de la dependencia emocional y para que esto sea así no podemos aceptar ningún tipo de violencia, la tolerancia debe ser CERO, y cuando un ser humano golpea a otro o le amenaza, sea cual sea la ley que lo castiga, tiene un castigo.

El/la optimista no cae en la dependencia emocional, tiene una capacidad de darse cuenta de qué es lo que le hace bien y qué es lo que le hace mal, tiene la sabiduría de elegirse cuando alguien le impide o le bloquea la esencia de su ser: la dignidad. Cualquier optimista es capaz de encarar esa situación alejándose, sin miedo a la soledad, ya que es mejor estar solo/a que tener destrozada la dignidad.

El optimista del siglo XXI no es una persona que sonríe y dice bromas por las esquinas, es una persona que sabe ser resiliente a los avatares de la vida, ya que tiene una imagen de sí mismo basada en el respecto y el saber decirse que “SÍ”, sin ser egoísta en el sentido de no tener en cuenta al otro, pero sabe ser egoísta cuando alguien intenta vampirizarle su vida o su personalidad.

La ley de regulación contra la dependencia emocional es la de mantener relaciones ganar-ganar y no aceptar las relaciones perder-ganar, sobre todo, cuando se convierten en una constante en la relación.

Un dato más en el análisis del optimista es que en pocas ocasiones busca encontrar la miseria de los demás. Hay que reconocer que todos tenemos miserias, es imposible que ninguno de nosotros no tenga un apartado en el pasado o un rasgo en la actualidad que, si sale a la luz, pueda ser teñido de miserable. El ser humano tiene mucho que mejorar en su capacidad de relación, se encuentra permanentemente en una encrucijada entre el “sentido común” y el “amor propio”, entre ceder para poder vivir con los otros y a la vez saber protegerse para no salir fulminado de esa misma relación.

Te puedo asegurar que conozcas a quien conozcas (y te lo digo yo, que he tenido más de 8000 pacientes que me han contado su vida de principio a fin) si quieres encontrar algo miserable lo vas a encontrar, no se salva nadie. Siempre hay niveles de miserias, pero haberlas haylas. Lo que sabemos es que el optimista no busca las miserias de los demás, no lo tiene como plan. Las personas que analizan al interlocutor hasta conocer en qué falla o dónde puede encontrar algún signo miserable, viven rodeados de miseria y no se dan cuenta que es como si cuando entran en una ciudad quisieran descubrir dónde están las aguas fecales, es posible que si solo vives alrededor de las aguas fecales, además de parecerte la vida una porquería, muy pronto estarás contaminado de tanta suciedad.

El deporte de criticar al otro y para poder hacerlo lo primero será encontrar dónde tiene sus miserias. Es un deporte sucio, no hay juego limpio (Fair Play), este tipo de personas seguro que obtienen muchos beneficios con estos conocimientos, ya que incluso pueden emplearlo para humillar o para chantajear, pero están llenos de suciedad. Puede que tengan esa cosa que llaman éxito, pero no tienen algo importante, optimismo, ya que tienen la mirada sucia, la mente sucia y la vida sucia. Y te aseguro que todos los cerdos (pobres animales) tienen su San Martín.

No podemos confundir el optimismo con la felicidad que dicen sentir algunos gracias a poseer un imperio de bienes. Tener poder para ser poderoso y con ello dominar a los demás, está anclado en la avaricia y el egoísmo patológico, y aunque sea cierto que con “estas artes” haya personas que han llegado muy lejos en la empresa, la ciencia, la política o cualquier otra actividad, lo que sí que sabemos es que pocas personas que rodean a estos personajes viven dentro de la seguridad. Les hacen caso desde el miedo, la culpa o la dependencia emocional.

Ser optimista es:

1. Ser realista.

2. Ser solidario.

3. Comprender que el ser humano tiene errores y por ello el tesoro no es descubrir la miseria que posee, sino sus valores y virtudes.

4. Es saber estar en el aquí y en el ahora, es saber dejar el pasado atrás, aprender de lo que sucedió pero no mantenerlo en el presente como si siguiera ocurriendo.

5. Es tener una capacidad infinita de resiliencia y empatía.

6. Es saber decirse que “SÍ” y utilizar el “NO” para momentos muy puntuales de peligro.

7. Es saber reírse pero a la vez saber llorar.

8. Es ser autónomo/a, no vivir en la dependencia. Sus lazos son vínculos ganar-ganar y su relación con el amor tiene que ver con la libertad y no tanto con esposas, cadenas o ataduras que hacen heridas a la identidad y a la dignidad.

Lo fundamental que define el optimismo es la capacidad para poder progresar, saber relacionarse en el permanente diálogo que todos tenemos con nuestra biografía, en el presente, diferenciando que el pasado ya pasó y que el futuro puede esperar. Ser optimista es tener poca contaminación mental, no dejarse intoxicar por los contaminantes ambientales, tener criterio, tener esperanza, tener la sensación de que gestiona su destino. Para conseguir todo esto, como puedes imaginar, es necesario mucha sabiduría, conocerse mucho, conocer la naturaleza humana y, sobre todo, conocer las reglas de la vida y de la convivencia.

Simpatía, empatía y tus neuronas espejo

Fue en 1996 cuando en la Universidad de Parma (Italia) el equipo dirigido por Giacomo Rizzolatti se dio cuenta, en un estudio que se realizaba con monos, que unas células concretas del cerebro del simio se activaban cuando éste observaba realizar un ejercicio a otro simio. Los científicos italianos habían identificado un tipo de neuronas desconocidas hasta ese momento, las denominaron neuronas especulares. Estas neuronas no reaccionan ni al asir sin objetivo, ni al solo observar el objeto que se ha de agarrar. Sólo se activaban cuando se dan juntas ambas cosas, la acción y su objetivo. En determinada ocasión sucedió algo desconcertante al activarse de pronto el aparato de registro sin que el mono realizase ninguna actividad. El efecto se pudo repetir a voluntad, comprobándose en numerosas neuronas vecinas el mismo comportamiento inesperado: se activaban sin que el mono moviera un solo dedo. Bastaba con que viera que otro simio realizara tal acción. Sucedía como si las células representaran el propósito ligado al movimiento (Emilio García García, 2008).

Estas mismas neuronas también se activan, junto con otras colaterales, cuando el mono ejecuta la acción que antes había observado. A estas células especializadas en repetir dentro del cerebro del observador patrones motores de aquellos que están ejecutando una acción, se las denominó neuronas espejo. Las neuronas espejo son un tipo particular de neuronas que se activan cuando un individuo realiza una acción, pero también cuando él observa una acción similar realizada por otro individuo. Las neuronas espejo forman parte de un sistema de redes neuronales que posibilita la percepción-ejecución-intención. La simple observación de movimientos de la mano, pie o boca activa las mismas regiones específicas de la corteza motora, como si el observador estuviera realizando esos mismos movimientos. Pero el proceso va más allá de que el movimiento, al ser observado, genere un movimiento similar latente en el observador. En un principio se pensó que simplemente se trataba de un sistema de imitación. Sin embargo, los múltiples trabajos que se han hecho desde su descubrimiento, el último de los cuales se publicó en Science (Oct 2005, Representación de acción múltiple en el lóbulo frontal, Koen Nelissen, Giuseppe Luppino y otros), muestran que las implicaciones trascienden, y mucho, al campo de la neurofisiología pura. El sistema de espejo permite hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás.

El equipo de Rizzolatti nos indica que el sentido de la visión es el más determinante en proporcionar el vínculo para comprender a los demás, de tal forma que cuando se observa una acción hecha por otra persona, la codificación a nivel visual prepara y promueve que esa acción tenga su meta en el aparato motor del observador, de alguna manera cuando vemos meter un gol a nuestro futbolista favorito es como si nosotros también lo marcáramos. Esta relación visión-motricidad, no solo tiene aquí su territorio, sino que también capacita el entendimiento de la otra persona pudiéndose comprender hasta lo que piensa. El sistema de espejo hace precisamente eso, te pone en el lugar del otro. La base de nuestro comportamiento social es que exista la capacidad de tener empatía e imaginar lo que el otro está pensando, sintiendo y haciendo.

Una propiedad de las neuronas espejo es que son unas células especializadas en sentir lo que el otro siente, no solo en imitarle. Estas neuronas tienen un componente un tanto paranoico, ya que cuando sentimos que alguien está enfadado, lo que realmente ocurre no es que conectamos con el enfado de esa persona, sino que sentimos el enfado en nosotros, es decir, las químicas y las estructuras neurológicas que se activan son las del enfado en nosotros, solo que estas neuronas nos hacen sentir que no somos nosotros los enfadados, sino que es el otro. Por lo tanto sentimos en nosotros, sintiendo que es el otro el que siente lo que sentimos. Asímismo, Rizzolatti comenta: “El mensaje más importante de las neuronas espejo es que demuestran que verdaderamente somos seres sociales. La sociedad, la familia y la comunidad son valores realmente innatos. Ahora, nuestra sociedad intenta negarlo y por eso los jóvenes están tan descontentos, porque no crean lazos. Ocurre algo similar con la imitación, en Occidente está muy mal vista, y sin embargo es la base de la cultura. Se dice: ‘No imites, tienes que ser original’, pero es un error. Primero tienes que imitar y después puedes ser original. Para comprenderlo no hay más que fijarse en los grandes pintores”.

La intención del otro también está capturada por estas neuronas, ya que se activan incluso cuando no vemos la acción del otro, es suficiente con la representación mental, son como unas células conectadas por un wifi neurológico, como si hubiese una resonancia en la que se capta no solo la acción, también la intención y la representación mental de ésta.

Nuestro aprendizaje motor, que es la base de las neuronas espejos, tiene ya relevancia en el útero materno, desde este aprendizaje todo lo que imitamos, observamos o captamos de los demás lo representamos de forma interna en nuestro cerebro obteniendo estos resultados de conexión intuitiva. Enfermedades como el autismo puede que tengan la base en la incapacidad para organizar su sistema motor, posiblemente por no haberlo aprendido en la fase de gestación uterina, al no tener adquirido este vocabulario social, no entienden a los otros, ya que no pueden relacionar sus movimientos con los que ven en los demás, por lo que lo que para cualquier humano es un gesto, para ellos puede ser una amenaza.

El concepto de simpatía y el de empatía tienen una misma raíz, ambos son elementos secundarios a las neuronas espejo y ambos nos ayudan a colocarnos en el lugar del otro y, por ello, nos capacita en reconocernos y diferenciarnos de los demás. No obstante, hay una divergencia en el concepto de simpatía y empatía que me gustaría representar con el siguiente ejemplo: ser simpático es que alguien se está ahogando y te tiras al agua, ahogándote con él, ser empático es intentar salvarle sin que tu vida corra peligro. Es decir, en la simpatía hay una auténtica mimetización, es como una fusión, incluso una con-fusión en la que es difícil separar lo de uno y lo del otro. Cuando somos simpáticos hay una total e íntegra interacción, como dos clones. Mientras que en la empatía en todo momento sabemos dónde está el otro y dónde estamos nosotros, aunque sintamos al otro, entendamos y sepamos lo que le ocurre, colocándonos en su sitio, sabemos que realmente no estamos allí.

 

Empatizar debe ayudarnos a establecer claramente una relación con el interlocutor, pero no nos olvidamos de nuestra posición, incluso la protegemos, nos ponemos en los zapatos del otro pero sabemos que esos zapatos no son nuestros. Simpatizar es olvidarse de uno y vivir como hace el otro, es cambiar nuestro yo por su yo, siendo elemento básico de muchos trastornos.

En la dependencia emocional y en los trastornos que orbitan alrededor del concepto de histrionismo, encontramos una gran simpatización, por lo tanto, conocer este concepto y profundizar nos ayudaría a poder ayudar a las personas que lo padecen, ya que es posible que tenga su base neurológica en una inmadurez de las neuronas espejo. Todo ello es una hipótesis de trabajo, que en este momento anuncio, pero no tengo base de investigación que lo avale, pero, como siempre, así comienza el proceso científico, partimos desde hipótesis, después ya derivaremos en refutarlas o confirmarlas.

La hipótesis mencionada parte de la idea de que desde el punto de vista de la evolución o maduración de las neuronas espejo, la simpatía y la empatía ocupan dos momentos distintos, es decir, la simpatía y la empatía son dos momentos distintos dentro de la maduración de las neuronas espejo. De hecho podíamos hacer un continuo entre un exceso de intercomunicación y en el otro extremo un déficit de intercomunicación:



Cuando el ser humano interpreta y predice la conducta de los demás nos muestra una capacidad mental prodigiosa para realizar su comunicación interpersonal y, de esta forma, tener una interacción social adecuada. A esta especialización se la ha denominado Teoría de la Mente ya que, de alguna manera, lo que hace el ser humano es teorizar (no lo observa directamente) desde la intuición y su capacidad de predecir desde señales visuales-motoras, no solo lo que el otro hace, sino también lo que piensa, siente e incluso de las intenciones que puede tener.

En las relaciones interpersonales continuamente interpretamos el comportamiento del otro, suponiendo las opiniones, creencias, deseos, intenciones, intereses, sentimientos y emociones. Cuando alguien hace algo pensamos que tal conducta se debe a determinados pensamientos, sentimientos o deseos que tiene en su cabeza. Los seres humanos tenemos una teoría de las mentes ajenas que nos permite, naturalmente, atribuir estados mentales a los demás y a nosotros mismos. Somos animales mentalistas (Riviere, 1991, 1997; Whiten, 1991; Gómez, 2007; García García, 2001, 2007). De alguna manera, al igual que en el método científico, el ser humano con sus predicciones desarrolla toda una teoría del otro y de todo aquello que está viviendo.

El cerebro dispone de redes neurales especializadas, que nos permiten crear ingeniosas hipótesis sobre cómo opera la mente de otras personas. A partir de estas hipótesis, anticipamos y predecimos con acierto las conductas de los demás. Esta capacidad de mentalización con una base neuronal determinada, se considera de carácter modular, similar a la capacidad lingüística, numérica o espacial. Carey y Gelman (1991), Dehaene (1998), Pinker (2002), Chomsky (2003) y Spelke (2005), han caracterizado estas capacidades básicas como conocimientos nucleares, que subyacen a todo cuanto aprendemos a lo largo de la vida y nos identifican como miembros de una especie. Estudios con tecnologías de neuroimagen están mostrando las áreas cerebrales comprometidas con la Teoría de la Mente, especialmente en tres regiones claves de lo que podemos caracterizar como cerebro social: la corteza prefrontal medial, la circunvolución temporal superior y la amígdala.

En el córtex promotor es sabido que se planean e inician los movimientos. Cuando una persona realiza acciones en contextos significativos, tales acciones van acompañadas de la captación de las propias intenciones que motivan a hacerlas. Se conforman sistemas neuronales que articulan la propia acción asociada a la intención o propósito que la activa. La intención queda vinculada a acciones específicas que le dan expresión y cada acción evoca las intenciones asociadas. Formadas estas asambleas neuronales de acción-ejecución-intención en un sujeto, cuando ve a otro realizar una acción, se provoca en el cerebro del observador la acción equivalente, evocando a su vez la intención. Cuando veo a alguien realizando una acción automáticamente simulo la acción en mi cerebro.

Las neuronas espejo se han localizado en el córtex premotor, en concreto en la región F5, denominada área de Broca, área parietal inferior, zona superior de la primera circunvolución temporal, el lóbulo de la ínsula y zona anterior de la corteza del cuerpo calloso. Por lo tanto, la relación neurológica entre las zonas activadas en la Teoría de la Mente y el cerebro social y las neuronas espejos se diferencia, pero es totalmente compatible con la idea de que las neuronas espejos dan el soporte y las zonas de la teoría de la mente colocan el contenido de ese soporte.

También sabemos que el nivel de aprendizaje de una tarea ayuda a que las neuronas espejo se activen con una u otra intensidad, es decir, si estamos muy familiarizados con una tarea nuestras neuronas espejo pueden colocar mapas motores, hipótesis de intenciones y demás elementos más refinados y con menos tiempo de acción, que si no estamos familiarizados. Un ejemplo es que si sabemos mucho de esgrima, solo con ver los primeros movimientos del deportista ya podemos intuir toda la acción, sus intenciones y la interpretación de las creencias, etc. Ojalá los jueces de natación sincronizada o de gimnasia rítmica tengan muy bien activadas sus neuronas espejos sobre esta tarea, para que realmente puedan ser eficaces en las notas que dan.

Otro gran descubrimiento sobre la capacidad de estas neuronas espejo, y que es fundamental para nuestra hipótesis de trabajo, es que estas neuronas son especialmente capaces para detectar las plataformas de acción que, como veremos en el capítulo 2, son el preámbulo de nuestra expresión emocional.

De tal manera que los gestos, la actividad motora y los signos premotores de cualquier emoción son detectados por estas neuronas, lo que implica que inmediatamente sintonizamos con el estado emocional del otro e, incluso, es posible que nos podamos contagiar con la emoción que siente, de hecho, una buena puesta en escena de estas neuronas nos hará sentir a nosotros algo similar o muy parecido de lo que siente el interlocutor, ya que los patrones motores de las emociones son iguales para todos.

Literalmente sentimos los estados emocionales de los demás como si fueran propios. Estudios con EEG, MEG y EMT han comprobado que las personas activan las mismas estructuras neuronales cuando realizan acciones o cuando las observan realizar a otros. Las emociones básicas: alegría, tristeza, miedo, rabia, asco, curiosidad, admiración, seguridad, culpa y sorpresa, son patrones universales y por lo tanto compartidos también por quien las observa, no olvidemos que ese es uno de los motivos fundamentales de las emociones, poder comunicar la información a los otros mamíferos.

Esta resonancia emotiva ya aparece en los recién nacidos, capaces de distinguir entre rostros alegres y tristes, y a los tres meses ya sincronizan expresiones faciales o vocalizaciones con sus progenitores. Esta reacción de empatía tiene una base neuronal distinta de los procesos cognitivos más semánticos. Los niños, pocas horas después del nacimiento, imitan la mímica de los adultos. Si la madre le saca la lengua el recién nacido lo imita con notable éxito. De acuerdo con la teoría de la copia compartida, gracias a la imitación motora, los niños ejercitan no solo sus propias posibilidades de expresión, sino que empiezan a captarse como sujetos agentes. Podríamos decir que el lactante vivencia la coincidencia de lo percibido con su conducta propia, comenzando a apuntar la autoconciencia (completamente emocional en los primeros meses) que se enraizará profundamente en las reacciones motoras, que serán la antesala del recuerdo cognitivo, organizando la memoria emocional.