Es emocionante saber emocionarse

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Leslie (1994) denomina representaciones primarias a todas aquellas que tienen un carácter innato y que sirven al ser humano para procesar la información relevante del medio. Estas representaciones están ceñidas en el concepto de verdad y objetividad, no son discutibles, “el árbol está ahí”. Las representaciones secundarias no tienen, a diferencia de las primarias, la misma exactitud ante la realidad, ya que éstas son metarrepresentaciones en las que el concepto de verdad se cambia por el de “su verdad” y ya no es objetiva, como la primaria, sino subjetiva y más ligada a la interpretación de la intención que unida a la acción misma, “el árbol que está ahí es bello”.

Las neuronas espejo del bebé, en un primer momento, solo activan representaciones primarias, encontrándonos en el mundo de la SIMPATÍA, de tal manera que el bebé no diferencia lo que es de él y lo que es del otro, imita, aprende, repite, pero dentro de una lógica con-fusión, en el sentido que se funde con el otro. Las personas que mantienen su estadio de activación de las neuronas espejo en este primer nivel, serán personas con elementos muy infantiloides, aunque con conductas adultas, ya que el resto del sistema no tiene por qué estar bloqueado, su capacidad para empatizar es pobre y lo único que hacen es simpatizar, es decir, no advertirse fuera de la comunicación, se fusionan y terminan mimetizándose e imitando al otro.

Cuando la madurez de estas neuronas pasa a la capacidad para tener representaciones secundarias y ya por lo tanto saben diferenciar al otro de ellos, su empatía es sentir, conocer, representarse todo el universo que envuelve a la conducta del otro, pero sabiéndose distinto y sabiendo lo que es suyo y lo que no.

Por último, cuando la activación de las neuronas espejo no se da, es decir, hay un problema en la activación de estas neuronas, la persona no puede interactuar con el otro ya que su sistema de representación no tiene en cuenta al otro, en este momento nos encontramos en el universo del esquizoide, el autista o la esquizofrenia.

Mucho tendremos que investigar en esta área, lo importante es que puedas tener en cuenta que en tu cerebro no solo es posible inventar sobre lo que vives, sino que es necesario que te inventes a tu interlocutor para poder interaccionar con él/ella.

Lo importante no es saber lo que hay que hacer, sino ser capaz de hacerlo

Es habitual que la medicina y parte de la psicología expliquen muy bien lo que deberíamos hacer para tener más salud, mejorar nuestro rendimiento, crecer como persona, etc. Por ello, escuchamos frecuentemente “deje de fumar, fumar mata”, “no corra tanto con el coche o moto, la velocidad mata”, “no coma tanto, la obesidad mata”, “no se estrese, el estrés crónico si no mata físicamente lo hace psíquicamente”, “estudia, de ello depende tu futuro”, “no estés con el WhatsApp andando por la calle, te puede atropellar un vehículo” y así podríamos seguir con infinitas indicaciones.

Es indudable que todas estas afirmaciones son totalmente veraces y están comprobadas científicamente. Es verdad que el tabaco mata, y la obesidad, y la velocidad y si no estudias tienes menos posibilidades en esta vida de tener un futuro digno, desde el punto de vista laboral y social. Todo lo que se dice desde la medicina y la psicología es verdad, no hay ninguna duda. El problema es que cada vez hay más gente que fuma, está obeso, conduce a gran velocidad (bueno esto parece que ahora comienza a cambiar, desde el carnet de puntos y el coste del combustible), se siguen estresando, y hay más fracaso escolar. Por lo tanto, o algo se está haciendo mal o parece que entramos en una paradoja, cuanto más se le indica a la población que algo mata o es peligroso para él/ella, más prevalencia tenemos en realidad.

¿Qué errores se comenten desde estas disciplinas para que ocurra esta trágica incongruencia? En mi último estudio realizado en 2012, la respuesta es que la comunicación se hace al sistema cerebral inadecuado, es decir, estas informaciones no llegan al lugar en el que se toman las decisiones de fumar, comer en abuso, ir deprisa con el auto o la moto o estudiar. La medicina de siempre y la psicología del siglo XX han dicho muy bien lo que hay que hacer para tener salud, al igual que los psicopedagogos han trasmitido perfectamente qué hay que hacer para mejorar los resultados académicos, también la DGT ha hecho un gran esfuerzo en hacernos comprender las tragedias que se producen cuando no se respetan las normas de tráfico, pero a la par no han sabido incidir en el lugar adecuado del cerebro, para instruir a las personas para que sean capaces de poder llevar a cabo los cambios necesarios.

Lo importante es enseñarle a la población cómo se consigue dejar de fumar o de comer en exceso, con tecnología que apunte al lugar donde realmente se deciden estos comportamientos, si solo le enseñamos pedagógicamente lo que le conviene, paradójicamente una parte muy extensa de la población de riesgo conduce más deprisa, estudia menos o consume más alcohol, ya que como decimos en el título de este apartado, “lo importante no es saber lo que hay que hacer, sino ser capaz de hacerlo”, y esto introduce una variable sin la cual fracasamos: la persona y su diálogo con sus recuerdos y su biografía, es decir, el individuo y su memoria. No hay dos fracasos escolares, sobreingestas compulsivas, conducción temeraria o fumadores que tengan el mismo proceso de solución. La conducta es semejante, pero la solución es única y singular para cada uno de ellos.

Sin embargo, cuando la medicina y la psicología, además de hacer comprender a la población lo trágico de estas conductas bizarras, inciden en la parte de la mente que decide realmente fumar, conducir, comer, estudiar, etc. y se emplea tecnología diseñada para cada individuo, se consiguen muy buenos resultados, ya que además de enseñar a comprender hay que tener instrumentos de control que le hagan sentirse al sujeto capaz de poder hacer estos giros nada sencillos. Las memorias que activan estas conductas nocivas están localizadas sobre todo en el sistema emocional del cerebro y no tanto en el sistema cognitivo.

Te pongo varios ejemplos:

1.- Unos padres me llevan a su hijo a mi consulta y me indican como motivo de consulta que su hijo tiene, según los estudios realizados en el colegio, una inteligencia normal o incluso alta, pero está suspendiendo sistemáticamente. Cuando les pregunto a estos padres qué objetivos tienen al venir a mi consulta me indican que creen que debo enseñarle a estudiar, que cuando se ponga con el libro lleve un ritual adecuado, que le gusten las asignaturas, que atienda en clase, etc. Más o menos lo que me están diciendo es que ellos creen, y muchos profesionales también, que cambiando la conducta del estudiante el problema estará resuelto. Sin embargo, lo que habitualmente tiene que cambiar es la emoción que el estudiante tiene ante el estudio. Si siente asco, rabia, miedo, tristeza o culpa, nunca podrá estudiar, su cerebro no se lo permite. Curiosamente, en estos casos, cuando hablo con el/la chico/a en cuestión, a solas, y le pregunto su objetivo, la mayoría me dicen con mucho criterio que no atienden en clase, que deberían concentrarse más cuando se ponen a estudiar, que lo dejan todo para el final, que no hacen lo que tienen que hacer. Me indican que saben lo que les pasa, incluso algunos me dicen que no les gusta estudiar y ya está, la mayoría me dicen palabras como las de los padres, como si esas palabras se las supieran de memoria, es como si se lo hubiesen estudiado y se lo hubiesen aprendido estupendamente. No saben cómo hacerlo, pero saben lo que tienen que hacer. Esta incapacidad para poder hacerlo, aunque todos saben qué deberían hacer, nos confirma que el cambio no es voluntario, ya que depende poco de la parte racional y sí de la parte emocional. La razón sabe lo que hay que hacer, pero la emoción no lo permite. Es en el cambio emocional donde tenemos que poner el esfuerzo, si ante el proceso de estudio el estudiante se encuentra en curiosidad, seguridad o admiración, en ese momento conseguirá su objetivo.

2.- Un paciente llega a la consulta indicándome que su médico le ha dado un ultimátum, “si no dejas de fumar, tu pulmón va a enfermar gravemente”. Cuando le pido su objetivo de tratamiento, me responde que le dé algo, que le haga algo, que le enseñe algo, que le ayude con algún método para que pueda dejar de fumar. De nuevo el paciente sabe lo que tiene que hacer, pero no es capaz de hacerlo.

3.- a) Un/a conductor/a va por una autovía a 160 Km/h, su coche a esa velocidad no tiene ruidos, sentado/a en ese asiento no hay ninguna señal que indique de que está haciendo algo malo o que está en peligro. Lee uno de los paneles luminosos que indica “La velocidad mata”, pero esta persona no tiene sensación de velocidad, eso que lee no lo entiende como que se lo dicen a él/ella.

b) Imaginemos que ese/a mismo conductor/a se encuentra muy enfadado/a, está en un momento difícil de su vida y se siente muy cabreado/a en ese momento, cuando lee ese panel luminoso, es posible que se diga “pues mejor, esta vida es una mierda” y la respuesta sea ir a 180 Km/h.

c) Ese conductor/a es una persona muy preocupadiza, tremendamente comedida, muy cuidadosa con la reglas morales y las leyes, perfeccionista y muy responsable, cuando ve este panel yendo a 120 Km/h, reduce la velocidad y circula a 105 Km/h.

En estos tres ejemplos y dentro del ejemplo del conductor con las tres posibilidades, nos damos cuenta que hasta la persona fuera de control y llena de rabia que decide ir aún más deprisa, sabe lo que tiene que hacer, todos ellos saben que tienen que estudiar, que tienen que dejar de fumar o que tienen que ir a una velocidad que no sea un peligro para aquellos que les rodean y para ellos mismos. Por lo tanto, saber lo que hay que hacer es común en la mayoría de las personas, donde encontramos la dificultad es en ser capaces de hacerlo.

 

Para comprender que el ser humano no es capaz de hacer las cosas solo por saber qué es lo que tiene que hacer, hay que estudiar el funcionamiento de nuestro cerebro. En el capítulo “¿Qué sabes de las emociones? El poder de la información” te voy a explicar este funcionamiento de manera rigurosa y con todos los detalles que sabemos hoy en ciencia, por ahora solo te anunciaré los motivos por los que esta paradoja, en la que saber lo que nos hace daño, no es suficientemente para dejar de hacer aquello que nos hace daño.

Cuando le decimos a alguien que no fume, no vaya rápido, no coma demasiado o estudie, esta comunicación va directamente a su cerebro que lo interpreta por separado y, a la vez, dentro de dos escenarios muy distintos:

1. El escenario de la razón, del análisis formal, del sentido común, de la lógica cognitiva se da cuenta de esta información y lo graba con toda seguridad en la aceptación y se hace propósito de cambiarlo, incluso puede que lo coloque dentro de un convencimiento real y que se afirme que dejará de comer tanto, dejará de conducir tan rápido, dejará de fumar o estudiará más. Este cerebro que hemos llamado cerebro dominante y que es la máxima expresión de la tecnología cerebral en la evolución de las especies, tiene capacidad para imaginar, para pensar, para fantasear y para condensar en simbolismos, metáforas y analogías toda la información, de tal manera que puede instalarse en el pasado, el presente y el futuro y, desde ahí, puede hacerse propósitos de futuro o vivir el pasado como si estuviera sucediendo ahora, puede anticipar qué es lo que va a hacer, lo puede expresar, siendo habitual que encontremos a nuestros personajes de los ejemplos hablando con otros de cómo puede dejar de fumar, comer, correr o estudiar más. A este cerebro es al que llega la información cuando le decimos al paciente, conductor o alumno lo que tiene que hacer.

La mayoría de médicos, no todos, piensan que con anunciar al paciente lo que tiene que hacer, éste lo va a comprender (y de hecho, como vemos, lo comprende) y por consiguiente va a realizar lo que le dice y todos tan felices. Cuando a estos médicos se les pregunta, ¿y qué haces cuando el paciente no realiza lo que le prescribes o aconsejas? La mayoría te dicen cosas como que intentan convencerles y si el paciente no hace caso, que poco pueden hacer, les dejan que reflexionen, pero más no pueden hacer.

Es una idea basada en la creencia de que aquello que decimos y se comprende es suficiente para que se pueda realizar, de esta manera se ha creído que el alumno que comprende que tiene que estudiar lo va a hacer, o según la DGT anunciando al conductor los peligros, éste va a dejar de someterse a ellos. Por lo tanto, el problema es que aquel que tiene que poner herramientas de solución tal como es el médico, el profesor o la DGT inciden en el cerebro racional, cognitivo y lleno de sentido común.

2. Pero todo lo que escuchamos, hacemos, vivimos, pensamos o imaginamos crea un ambiente emocional y este ambiente tiene que ver con otro cerebro, que denominamos cerebro vincular, más primitivo en la filogénesis, pero fundamental para la cuestión que estamos analizando. Este cerebro vincular interactúa con la relación que vivimos en cada segundo de nuestra vida, con aquello que nos está ocurriendo. Las emociones son como la música para las películas, es como la banda sonora de nuestra vida. Cualquier acontecimiento que vivimos tiene un fondo emocional, de tal manera que cualquier vivencia es completamente distinta si se vive desde la seguridad, la rabia, el miedo, la tristeza o la curiosidad. Este cerebro solo vive en el presente, no tiene la capacidad de analizar lo que nos ocurre desde la razón, solo lo hace desde la constante de si lo que ocurre es peligroso o no y si estamos en un momento de seguridad vital o no. La adaptación y ser capaces de crear reacciones que nos ayuden a enfrentarnos a las situaciones es su propósito, sean racionales o irracionales, eso para este cerebro no importa.

El motivo por el que activamos una u otra emoción en cada situación lo encontramos en nuestro aprendizaje psicosocial y en las memorias grabadas en este cerebro vincular a lo largo de nuestra biografía.

Si analizamos los ejemplos que hemos propuesto, en el caso de los padres del estudiante encontrábamos que se enfrentaban al fracaso escolar de su hijo desde la más absoluta indefensión, no sabían lo que se podía hacer, la indefensión está dentro del universo emocional de la tristeza. El chico, en este caso, vivía su fracaso en una mezcla de rabia y asco, es decir, estaba muy enfadado con sus profesores, decía que estos le tenían manía y, por otro lado, sentía simplemente asco por las matemáticas, la lengua y la geografía. Nuestro paciente fumador, vivía su situación de dejar de fumar desde el pánico, elemento superior del universo del miedo, sabía que tenía que dejar de fumar pero el tabaco había sido desde niño su compañero de vida, cuando estaba enfadado, fumaba, y cuando estaba aburrido, triste, alegre o entusiasmado, fumaba, iba de fiesta y fumaba, iba de entierro y fumaba, terminaba de hacer el amor y fumaba, salía de la oficina y fumaba, hablaba por teléfono fumando, incluso iba al servicio y también fumaba. Dejar de fumar era como tirarse por un abismo, como que le quitaban su asidero que le acompañó en lo bueno y lo malo, el miedo le atenazaba. Por último, nuestros conductores respondieron ante el panel informativo de distinta manera, simplemente desde la emoción que vivían, no por la información que recibieron, que era la misma. La primera conductora siguió con la misma velocidad, estaba cómoda, tranquila, su coche iba de lujo, la velocidad que llevaba era como una balsa de aceite en su coche (160 Km/h). El segundo conductor estaba enfadadísimo, rabioso, fuera de lugar, enajenado, podríamos puntualizar, y ese panel lo único que le provocó fue más cabreo, cuando no una idea sobre cómo quitarse la vida, ya que se encontraba desesperado. El último de los conductores, desde su personalidad conservadora y realista, siendo un ejemplar ciudadano que tiene poco afán de aventura y de excitación y desde su miedo y prudencia, yendo a una velocidad adecuada, reduce aún más tras ver el cartel, siendo quizás imprudente, ya que velocidades menores no son seguras para los demás conductores.

Todos nuestros ejemplos y todos los ejemplos que podríamos poner tienen como denominador común que lo que hacemos está condicionado por la emoción que se activa con la situación vivida y no tanto por la información que entendemos o comprendemos desde la razón.

Imagínate que te doy un plato sopero con una sustancia viscosa y gelatinosa y del fondo comienzan a salir unas burbujas y al final sale flotando una rana abierta por la tripa con todas sus vísceras visibles y te digo con cara de entusiasmo “cómetelo, que está muy rico y va muy bien para el colesterol”, ¿qué sientes? ¿qué harías?, si no estás muerto/a de hambre querido/a lector/a, me dirías que me lo coma yo, que a ti te da asco. De la misma manera imagínate que estás estudiando un examen, te coloco a un toro de 900 kg a tu lado y te digo, ¡no te preocupes, no hace nada! Posiblemente no podrías estudiar, ya que estarías aterrado/a.

Esto es lo que tenemos que tener en cuenta: “la emoción que sentimos en cada momento”. Lo que siente el cerebro de un ser humano cuando siente asco, miedo, rabia, tristeza, seguridad, curiosidad, alegría, culpa, sorpresa o admiración es idéntico, aunque el estímulo sea distinto, es decir, el asco a la rana o el miedo al toro hace que el cerebro de quien está viviendo este miedo sienta lo mismo que el miedo a dejar de fumar, a que te pase algo en la carretera o el asco a las matemáticas y la lengua. El estímulo es distinto y nuestro cerebro dominante lo diferencia, pero el cerebro vincular no. El miedo al toro lo llamamos miedo y el miedo a un ratón lo podemos llamar fobia, pero esto solo es para nuestra parte racional, para esa parte que entiende muy bien lo que hay que hacer, pero la parte que tiene que ver con el cerebro vincular, la parte emotiva de nuestro ser, independientemente de que la respuesta al estímulo sea lógica o no, y el miedo o el asco tenga o no razón de ser, cuando se siente lo que siente, es lo único que realmente importa.

Por lo tanto, la pregunta que me hice hace varios años fue, ¿por qué si el alumno siente asco, se le dice que se coma dos ranas como tratamiento? Me explico, si el alumno siente asco a las matemáticas, uno de los tratamientos ha sido darle clases particulares, es decir, darle como solución más asco. Aquí es donde falla la medicina y donde, por desgracia, siguen fallando algunos psicólogos, siguen creyendo que con comprender es suficiente y lo que tenemos que conseguir es que el alumno se enfrente a las matemáticas desde la seguridad, la curiosidad o la admiración, que el fumador pueda enfrentarse a dejar de fumar desde la seguridad o la alegría, incluso desde el asco al tabaco. Y por supuesto, que los automovilistas puedan estar en su coche dentro de una emoción de seguridad y de admiración para que su estado de ánimo inadecuado no sea el que conduce, o mejor dicho, que su estado de ánimo sea el adecuado para conducir.

La emoción decide y la razón justifica, es una frase que leerás en este libro varias veces y que es nuestro lema desde el año 2004, cuando comencé a trabajar en gestión emocional. El error es no darse cuenta de que solo sirve lo que comprendemos, ya que la comprensión está regulada por el escenario cerebral que es fantástico para eso, para comprender y para justificar, pero quien decide es el escenario cerebral de la emoción que se vive en ese momento, y cuando una persona está en el miedo, rabia, tristeza o asco, es imposible que se pueda poner a estudiar, igual que cuando se tiene delante un toro, ya que el cerebro está preparado para escapar, atacar, desaparecer o evitar, y esto impide neurológicamente asimilar conceptos, es imposible poder estudiar (se podrá estar delante de un libro, pero no estudiar) cuando estas emociones están vigentes. Para que nuestro alumno comience a estudiar tenemos que conseguir que delante de las matemáticas, la lengua o la geografía pueda sentir seguridad, curiosidad o admiración, estas emociones sí que procuran un cerebro adecuado para la asimilación de conceptos. Si nuestro fumador no tiene alegría cuando ya no consume cigarros o no se encuentra seguro cuando en vez de fumar, realiza una acción incompatible con fumar, por ejemplo hacer deporte, ir al cine, pasear por un centro comercial, hablar en un recinto cerrado (ley 42/2010, de 30 de diciembre de 2010, más conocida como ley antitabaco), etc., no dejará de fumar.

Nuestro mundo emocional debe ser el objetivo del tratamiento y no tanto el mundo cognitivo que comprende lo que hay que hacer. Somos capaces de hacer lo que hay que hacer cuando estamos instalados en la emoción propicia o sabemos cambiar una emoción por otra más compatible con el objetivo propuesto, por lo tanto, poder hacer lo que sabemos que tenemos que hacer se consigue si somos capaces de activar la emoción adecuada para cada situación y esto, que te diré cómo hacerlo a lo largo de este libro, es lo opuesto a que comprendas lo que tienes que hacer, pero a la vez sigas instalado en una emoción que te impide poder realizarlo. La verdadera revolución del siglo XXI es enseñarte a que puedas ser capaz de conseguir este cambio emocional que te proporcionará el cambio de conducta, de motivación y sobre todo de identidad ante el problema a trabajar y, por ello, va a ser uno de los objetivos principales a partir de ahora en este libro.

Te ruego difundas a todos los profesores del mundo que puedan escucharte que nunca más indiquen esa frase un tanto revenida, pero muy poco fundada en la ciencia, que dice: “este/a chico/a puede, pero no quiere”. Te aseguro que cuando ante el estudio un estudiante siente asco, tristeza, miedo o rabia, no puede. Es un error decir que porque tiene un Cociente Intelectual normal o alto, puede, ya que si se disparan ante el estudio las emociones desagradables antes mencionadas no puede, aunque quiera, no puede. Lo mismo para el fumador, para el alcohólico, para el que conduce deprisa, etc., si queremos que las personas hagan lo que tienen que hacer, el poder hacerlo no debemos colocarlo en que lo comprenda, sino que pueda colocarse emocionalmente en la emoción correcta para esa situación, a esto es a lo que llamamos gestión emocional, y es a lo que nos deberíamos dedicar con las generaciones futuras si realmente queremos que el ser humano avance en su control. No olvidemos que inteligencia proviene de Inter-legere, entre-escoger, es decir, la inteligencia permite elegir las mejores opciones para resolver una cuestión y desde ahí podríamos decir que:

 

La inteligencia emocional es saber escoger la mejor opción emocional, entre todas las posibles, para cada momento de nuestra vida.

Poniendo como referencia el problema del fracaso escolar, el denominado efecto Flynn (Richard Herrnstein y Charles Murray en su libro The Bell Curve), subida continua, año por año, de las puntuaciones de cociente intelectual, supone la comprobación de cómo mientras que el CI ha aumentado unos 20 puntos en la población en general en lo que va de siglo, el factor emocional parece estar disminuyendo vertiginosamente (fracaso escolar, violencia, delitos, embarazos no deseados, suicidios, etc.).

En medicina y, sobre todo, en psicología no deberíamos partir de aquello que debería ser, tendría que ser o nos gustaría que fuera, sino que deberíamos actuar e incidir sobre lo que realmente ocurre. Cuando un médico le dice a su paciente, tienes que adelgazar y da por sentado que el paciente cumplirá la dieta que le prescribe, es más una creencia respecto a lo que debería ser, tendría que ser o le gustaría a este profesional que fuera, el propósito no puede terminar en decir lo que es lo mejor, el propósito tendríamos que colocarlo en conseguir que se realice y lo que decide si se realiza o no una dieta es el estado emotivo que tiene la persona ante esa tarea. Aquellos que creen que los seres humanos deben regularse por lo que deberían hacer, tendrían que hacer o nos gustaría que hicieran están muy alineados con la parte cognitiva o racional, pero quizás estén muy lejos de la parte emocional que es la que nos indica lo que lo realmente está ocurriendo o está viviendo la persona. Conseguir dejar de fumar, cuándo no encender un cigarrillo, se hace desde la alegría o la seguridad.

Los médicos, psicólogos, maestros, DGT o cualquier otra autoridad, si siguen esperando que ocurra lo que ellos creen que debería ocurrir o tendría que ocurrir o les gustaría que ocurriera, se tienen que enfrentar a una falacia y es que lo que realmente está sucediendo puede estar muy lejos de su ilusión de cómo tienen que ser las cosas. Por lo tanto, si el médico no incide en la emoción del paciente y la cambia (de tal forma que muchos lo consiguen y a estos médicos siempre el paciente les califica de geniales), si el profesor no es capaz de conseguir que el alumno tenga la emoción adecuada por la asignatura, si el psicólogo no es capaz de producir una desensibilización de la emoción inadecuada por otra más adaptada, si la DGT no es capaz de implicar emocionalmente en la conducción de forma adecuada, todos ellos no tendrán éxito ya que no son capaces de conseguir que el alumno, paciente o conductor tenga capacidad de realizar el cambio.

Desde el modelo de Vinculación Emocional Consciente, hemos demostrado que la toma de conciencia y la expresión de las propias emociones capacita a la hora de reconocer una emoción o sentimiento en el mismo momento en que aparece y constituye la piedra angular de la gestión emocional. Hacernos conscientes de nuestras emociones requiere estar atentos a los estados internos y a nuestras reacciones en sus distintas formas (pensamiento, respuesta fisiológica, conductas manifiestas), relacionándolas con los estímulos que las provocan. En nuestros ejemplos (deseo de fumar, comer, ir muy deprisa, incapacidad para estudiar, etc.) la comprensión se ve facilitada o inhibida por nuestra actitud y valoración de la emoción implicada. Se facilita si mantenemos una actitud neutra, sin juzgar o rechazar lo que sentimos, y se inhibe la percepción consciente de cualquier emoción, si la consideramos vergonzosa o negativa.

La captación de las emociones está además relacionada con la salud; al tratarse de impulsos tendentes a la acción, su persistencia origina problemas fisiológicos, lo que denominamos somatizaciones. Su adiestramiento es fruto de la mediación tecnológica que va dirigida más al entramado mental e intrapsíquico que a la conducta nociva en sí, centrando la atención en las manifestaciones internas y externas, especialmente no verbales, que acompañan a cada estado emocional y la situación que las origina, propiciando un verdadero diálogo personal que determina todo un torrente de capacidad, mucho más efectivo que simplemente intentando eliminar la conducta inadecuada desde la voluntad. La expresión voluntaria de distintas emociones, su dramatización, es un camino eficaz de modelado y aprendizaje de las mismas.

La capacidad de controlar las emociones, de tranquilizarse a uno mismo, de desembarazarse de la ansiedad, la tristeza y el enfado exagerado, es posible si el sujeto sabe cómo instalarse en una emoción antídoto para la conducta nociva. No se trata de reprimir la emoción inadecuada, sino de su equilibrio, pues como hemos dicho cada una tiene su función y utilidad. Podemos controlar el tiempo que dura una emoción, no el momento en que nos veremos arrastrados por ella. El arte de calmarse a uno mismo es una de las habilidades vitales fundamentales, que se adquiere como resultado de la acción mediadora de los demás pero, sobre todo, de un referente, es decir, aprendemos a calmarnos tratándonos como nos han tratado o dejando de tratarnos, como lo hicieron, todo se puede aprender y desaprender y, por ello, es mejorable en todo momento, vengamos de donde vengamos.

El misterio de los contrarios. El giralunas

No hace mucho tiempo, en un concierto maravilloso de Luis Eduardo Aute en Madrid, presentando su trabajo “El niño que miraba el mar”, Eduardo nos dio una disertación hábil, y sobre todo ejemplar, de la importancia de los contrarios, del papel fundamental en el crecimiento social de los herejes, culminando con un cuento sobre un girasol que quiso ser fiel a su criterio y, por lo tanto, a tener criterio propio, no asumiendo el mandato genético de genuflexión cuando el sol no se encuentra en el horizonte.

Giraluna, continúo con la metáfora de Aute, era un girasol que decidió saber qué había en el cielo cuando el sol se ocultaba, todos sus compañeros al sentir los primeros rayos de sol se estiran y como un ejército en un ejercicio de veneración mantienen esta actitud girando sobre su eje, para seguir la luz del rey astro, que les aporta los elementos necesarios para su madurez. Una vez el sol se esconde en el horizonte, todos ellos bajan su cabeza, como si se sintieran avergonzados de algo que les impide seguir erguidos y hacen ese gesto de genuflexión, aunque no tengan rodillas para ponerlas en tierra. Giraluna era un girasol que decidió no seguir a los demás, supo oponerse a lo establecido y decidió averiguar qué ocurría si seguía garboso cuando el sol se ocultaba. Aunque en los primeros momentos la incertidumbre y el saltarse las normas le colocó en una sensación de inseguridad, se dijo a sí mismo que prefería sufrir un descalabro que seguir sin saber qué había más allá de la luz del sol. Como has podido descubrir, Giraluna, además de un hereje, era un loco cotilla.

Una noche, cuando el sol se escondió y todos sus compañeros agacharon su cabeza y mirando al suelo entraban en un sueño que les desconectaba de la realidad, Giraluna siguió erguido y descubrió a la luna, se quedó perplejo de su belleza, de su luz blanca a la que podía mirar y giró hacia ella, dándose cuenta de que ésta se quedaba quieta y no era como el sol que tenía un movimiento de este a oeste. Observó las estrellas, se dio cuenta de todo lo que se había perdido cada vez que entraba en ese sueño, quizás plácido, pero incapacitante para poder descubrir la belleza de la noche y del firmamento.