Es emocionante saber emocionarse

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La luna también descubrió a Giraluna y, en una noche especial, salió de su órbita, comenzó a girar con movimientos oscilatorios y, en un alarde de agradecimiento, cuando estaba enfrente de Giraluna, rotó y le enseñó su cara oculta, como cuando se enseña la intimidad en un momento de amor y pasión sexual. Giraluna cerró los ojos y se llevó en su recuerdo lo que nunca antes nadie había contemplado.

Aute terminó la historia comentando que locos como Giraluna merecían su respeto, ya que eran un ejemplo de tener criterio propio, mantener la fe en sí mismos y, sobre todo, dar un paso más allá de lo establecido, que es lo que hace cualquier explorador o inventor de ilusiones.

Para ser como Giraluna hay que saber establecer contacto con todo el territorio de los contrarios y, por ello, permitir que exista la enfermedad para que podamos sentir la salud, respetar lo negro para instalarnos en lo blanco, poder permitirnos estar arriba y abajo, solo de esta manera, aceptando los dos extremos de los contrarios, podemos ser capaces de comprendernos y aceptar a todos aquellos que nos rodean, teniendo una visión de la vida muy distinta a la nuestra. Giraluna desarrolla un perfil de hereje, dentro de la acepción de no estar conforme con lo establecido y, a la vez, con la capacidad de poder aceptar todo el universo de los contrarios. La relación con el contrario, con el opuesto, con aquel o aquello que se encuentra en la otra extremidad de lo que conocemos, nos gusta o nos mantiene ilusionados, debe tener nuestro respeto. Si aceptamos, respetamos y, sobre todo, admitimos al opuesto de lo que somos, nos certificamos como auténticos, nos confirmamos en nuestra existencia.

Es sano luchar para no estar enfermo, pero hay que aceptar la enfermedad, hay que saber que existe, para después no querer que nos atrape. Esto mismo debe conseguirse en algún momento con la muerte, con la pérdida de aquellos que nos rodean, ya que la aceptación de la muerte nos empuja a la vida, sin embargo, quien no acepta su muerte, su final, se morirá cada día de su vida.

Pregunté a un paciente que tenía mucho miedo a morir: ¿Dónde estabas antes de nacer? Y me dijo “no lo sé”. Le reiteré, pero tu esencia, no tu cuerpo, pero sí tu esencia, ¿dónde se encontraba? Y me volvió a repetir “no lo sé”. Es en ese momento cuando le indiqué que allí donde estuvo antes de nacer, aunque no sepa donde era, es donde irá cuando muera. “Cómo vas a tener miedo al lugar donde ya has estado antes”. Quizás no tengas tanto miedo a la muerte, sino a vivir sin vida, es posible que los miedos en vida tengan más que ver con tu miedo, que con la muerte. Y a partir de aquí comenzamos a hablar de la vida que llevaba y de lo que podría significar estar muerto en vida.

Esta constante es necesaria trabajarla en todas las personas que están obsesionadas con la muerte, con su muerte, es necesario que se investigue lo que tienen muerto de su vida y pronto salen del miedo a la muerte y pueden enfrentarse a la vida que tienen muerta.

En esta misma vertiente recuerdo que a mi padre le dije antes de morir, ese día estaba el hombre con mucho miedo, estaba en fase terminal de un cáncer, “Papá, la muerte está tan segura, que te da toda una vida de ventaja” y es ahí donde tenemos que poner toda nuestra energía, en la vida que nos queda, sea un día, un mes o muchos años. Te aseguro que el mejor antídoto para la muerte es tener una vida llena de vida, sin embargo, lo más parecido a la muerte, es vivir en un aburrimiento existencial.

La aceptación de la muerte y de la propia muerte, te ayuda a disfrutar este momento como si fuera el último, a colocar las cosas en su justo lugar, a no sufrir por cosas nimias y estar atento a cada uno de los guiños que te da la vida para poder sentir lo que sintió Giraluna en el momento en el que la luna le hizo único y le enseñó su cara oculta. Intenta ser como Giraluna, colócate delante de tus sueños, permite que la vida te sorprenda y ten criterio propio, no seas una oveja en el rebaño.

Cuando meditamos sobre la muerte, tenemos que darnos cuenta que discurrimos sobre ella no como muertos, solo podemos hacerlo como vivos. Esto es así ya que las dimensiones de los muertos y de los vivos no son las mismas. Es más, parece ser que fuera de nuestro planeta los conceptos físicos de tiempo y espacio también difieren dependiendo del lugar que ocupemos en el universo. Por lo tanto, si el tiempo y espacio cambia dependiendo de donde nos ubiquemos en el universo, me imagino que el tiempo y el espacio en el mundo de los muertos es y será completamente diferente al que podamos imaginar.

Desde esta reflexión, y quiero dejar claro que como puedes comprender hablo en este momento filosofando y, por lo tanto, es simplemente un discernimiento mío, eso sí que me hizo sentir una tremenda calma, y aunque no puedo estar seguro de ello, tampoco lo podré estar de cualquier otra cosa que me diga sobre lo que hay después de la muerte, aunque ésta me ponga de los nervios. Lo que digo tiene que ver con la idea de que, si en el mundo de los muertos no existe el tiempo y el espacio y si además hay conciencia de estarlo (si no es así, no temas, no te vas a enterar), cuando tengamos conciencia de estar muertos, en ese mismo momento, será cuando todos los muertos tendrán a la vez esa misma conciencia de ello.

Por lo tanto, nos morimos en los parámetros de tiempo y espacio de los vivos, unos antes que otros, pero en el mundo de los muertos la conciencia de estar muerto será en el mismo momento para todos. Y esto me indica que, sea donde sea que vayamos cuando estemos muertos, el día que te des cuenta será el mismo momento en el que se darán cuenta todos los seres queridos que ya no están contigo.

Por lo tanto, coloquemos todos nuestros esfuerzos para conseguir la mejor vida mientras estemos vivos y, para ello, es fundamental que la vida psíquica pueda ser gestionada para esta meta y que nunca sea promotor de sufrimiento, ya que un porcentaje muy alto del sufrimiento humano, no ocurre tanto por lo que le sucede a la gente en el presente, como por lo que viven dentro de su mente sobre cosas que en ese instante no están ocurriendo.

Acepta tu contrario, permite que exista lo que no es de tu gusto y te notarás con más valor, con más valores y será fácil que valides mucho más lo que eliges.

La ciencia y las roturas narcisistas. El imperio de la razón sobre la emoción

Aritz Anasagasti me dijo, en una conversación privada, una de las sentencias más geniales que he escuchado:

“Gracias a la razón el ser humano ha dejado de tener un comportamiento animal, pero gracias a la emoción seremos capaces de no funcionar como las máquinas”

Este equilibrio entre razón y emoción es lo que convierte al ser humano en un ser tremendamente ejemplar, ya que es capaz de enormes proezas y grandezas, dando la vida por un ideal o defendiendo a otros seres humanos, pero a la vez puede ser el animal más destructivo y mezquino que existe en el planeta Tierra.

Cuando la emoción es la que gobierna sin tener la parte racional capacitada para interceder, el ser humano se convierte en un verdadero energúmeno, cuando no en una persona aterrorizada o que se quiere quitar la vida. A la par, si lo que gobierna es únicamente la razón y la emoción es reprimida, negada o castrada, en ese momento, nos convertimos en una especie de robots sin escrúpulos, siendo más importante el fin que la manera de conseguir el propósito, valiendo cualquier atajo para llegar a la meta, o en un personaje que no puede tomar decisiones. En el equilibrio está la virtud, la competencia, la capacidad y la maestría.

Todos sabemos que lo ideal es que hagamos un uso de las emociones regulándolas desde la racionalidad, cuando esto es así tenemos al mejor ser humano posible y para que seamos capaces de mantener este equilibrio, tenemos que conocer y comprender el funcionamiento de nuestro cerebro y también de nuestra mente. La mente es una Gestalt, mientras que el cerebro son las partes, aquello que ocurre en nuestro cerebro es después matizado, integrado y desarrollado por nuestro entramado mental. Esta comprensión y entendimiento de nuestra mente está en sus principios, aunque ya podemos decir que sabemos suficiente para no caer en ciertos errores sobre su funcionamiento.

La Psicología Científica ha sabido nutrirse de los descubrimientos de otras especialidades como la neurobiología moderna y, desde la ignorancia de estos conocimientos, las teorías sobre la gestión emocional, hasta la fecha, han padecido de un simplismo y sobre todo de un cognitivismo en el que se ha adjudicado de forma determinista que el cerebro racional domina, inhibe o gestiona el cerebro emotivo.

Esta situación desde el punto de vista del lector que no se dedica a la investigación parece baladí, es decir, saber si el cerebro racional es lo primero o lo segundo no es lo que le puede interesar a la población en un primer momento, al ciudadano lo que le interesa es saber sentir la rabia, el miedo, la tristeza, la alegría… de manera congruente con la situación que se vive.

Pero si observamos un ejemplo de la vida cotidiana, nos damos cuenta que las soluciones dadas hasta el momento pueden llegar a ser un problema, sobre todo si la solución que se da es estéril para conseguir resolver. Por ejemplo, si aunque te des cuenta que te invade un miedo atroz, en una situación en la que desde el punto de vista racional, es decir, desde el sentido común, no tienes que tener miedo, por ejemplo salir a la calle un día totalmente normal, y lo que te dicen los conocimientos de la inteligencia emocional es que debes gestionar esta disonancia cognitiva, identificando la emoción que sientes y después cambiando tu pensamiento sobre esa situación, es muy probable que en un 40% de los casos sigas teniendo el mismo miedo o, lo que es peor, te creas que tu miedo se debe a una enfermedad mental. Hoy sabemos que un porcentaje que llega a ese 40% son las personas que no pueden gestionar sus emociones desde la razón por lo que si, desde la ciencia que estudia la inteligencia emocional, la solución termina siendo un problema, ya que primero no lo resuelve y segundo te hace sentir peor, creo que es interesante que sepamos cómo funciona nuestra mente y desde ahí ofrecer a la población recursos de gestión de sus emociones totalmente ceñidos a la realidad del comportamiento mental, basándonos en los conocimientos científicos actuales, y por ello alcanzar que la persona desarrolle los conocimientos que la permitan gestionar sus emociones de forma eficaz y desde ahí dar posibilidades para que se pase del sufrimiento a la satisfacción.

 

En este apartado y a partir de este momento, con este libro, pretendo abanderar la inteligencia emocional científica desde los siguientes supuestos básicos:

1.- Conseguir que sea el procesamiento racional el que lleva el control de la respuesta emocional.

2.- Saber que nuestra mente no siempre funciona con las mismas leyes.

3.- Reconocer cuándo la reestructuración desde la razón es posible y cuándo la gestión solo se puede realizar gestionando de emoción a emoción, sin pasar por la parte racional.

4.- Para ello tenemos que tener siempre presente que la primera decisión es emotiva, nunca racional. Cuando la información sobre la situación que vivimos llega a nuestro cerebro racional, ya nuestro sistema emocional ha tomado decisiones que nos colocan bajo una plataforma de acción que solo tiene dos posibilidades: realizar desde esa plataforma de acción o cambiarla por otra.

Cuando nuestro cerebro racional es capaz, desde su gestión, de cambiar la plataforma de acción engatillada y con ello la emoción que en ese momento vivimos, nos encontramos ante un cerebro instalado en un estado global de seguridad vital y, en ese momento, no es que la razón fulmine a la emoción, sino que activa otra plataforma de acción más adaptada y con ello otra emoción que es capaz de inhibir la anterior. A este cerebro gestionado desde la razón, le llamamos cerebro tipo I (Estado de seguridad global. Aguado, R., 2007). En él la emoción sigue siendo la que decide, pero es posible que sea cambiada por la gestión racional.

Pero en muchas ocasiones nos encontramos en una relación emoción-razón en la que el sistema cognitivo o racional no sabe qué hacer, qué decisión tomar o está apartado del escenario de decisión por bloqueo o descorticación funcional y, en ese momento, el cerebro en su totalidad se encuentra en un estado de inseguridad vital, cerebro tipo II (Estado de inseguridad global. Aguado, R., 2009), por lo que el cerebro racional es incapaz de cambiar la plataforma emocional que determina la emoción que en ese momento está activada, quedando secuestrada la mente en una emoción que no puede ser gestionada desde la razón (rigidez emocional). Es aquí donde los pacientes, alumnos, conductores, etc., te dicen que saben lo que tienen que hacer, pero no pueden hacerlo, “algo dentro de mí me impulsa a no estudiar, a seguir comiendo, a seguir fumando o a ir rápido por la carretera, es como que no puedo tener el control, sé lo que tengo que hacer, pero no soy capaz de hacerlo”.

En este tipo de cerebro, que es el que realmente necesita aprender inteligencia emocional, hay que gestionar la emoción desde la emoción, no importando lo que debería ser o tendría que ser o nos gustaría que fuese, sino lo que en este momento realmente está ocurriendo. No darse cuenta de esto en la ciencia actual provoca que sigamos teniendo incapacidad de cambio.

La mayoría de las ocasiones en las que el ser humano ha cometido y comete errores para determinar de forma eficaz la realidad de las cosas, es por un exceso de narcisismo y un gran terror a perder el control. Al igual que el bebé se siente el centro del universo, existiendo solo él, el ser humano sigue en muchos aspectos no queriendo aceptar que no es el centro de la creación y que solo es un eslabón de una evolución natural que aún no ha acabado.

La ciencia tiene más que ver con la personalidad del científico que con los resultados de sus experimentos.

Es cierto que en ciencia la realidad debería ser explicada según se va descubriendo su funcionamiento, pero el problema comienza en el concepto de realidad. Y es que no es más real lo que ocurre fuera de nuestro cerebro, para nuestra mente, que aquello que está sucediendo dentro de él en cualquier momento.

Te has preguntado alguna vez ¿por qué a este planeta se le llama Tierra?

Simplemente porque nosotros somos animales terrestres, ya que este planeta tiene 3/4 partes de agua y lo normal es que se llamara Agua. Esta forma de proceder tiene que ver con ese narcisismo en el que aquello que yo soy, hago o conozco es lo que existe y lo demás no importa. A priori, los científicos deben estar curados de este narcisismo, sin embargo, cuando hacemos un estudio de la persona y no tanto de la obra de un científico, nos damos cuenta que aquello que ha descubierto tiene mucho que ver con lo que ocurrió en su biografía, al menos en psicología.

Sin querer aburrir al lector con un viaje por la historia de la psicología muy riguroso, es necesario para comprender el por qué de las cosas, saber en qué contexto histórico sucedieron y cómo podían ser los elementos motivadores de los autores que elaboraron en aquel momento dicho conocimiento.

La psicología cognitiva se basa en dos supuestos o propósitos fundamentales:

1.- Las personas construimos expectativas de la consecuencia que tendrá un acontecimiento en cada uno de los momentos de la vida. A partir de éstas, el comportamiento se ajusta a las cogniciones, es decir, a los pensamientos y creencias que indican la probabilidad de conseguir consecuencias positivas y disminuir las consecuencias negativas en una acción.

2.- La cognición, por lo tanto, es una especie de palanca que lleva a la acción, es decir, cada cosa que hacemos está fundamentada en los pensamientos y no en los instintos, necesidades, pulsiones o estados de activación.

Este imperio de la razón sobre la emoción tiene su fundamento en las mentes de los teóricos que lo crearon y en el contexto histórico donde surgió. Voy a desarrollar solo dos ejemplos, aunque en mi curiosidad por estudiar la biografía de los personajes que escriben la historia puedo decir que lo que voy a referir de estos dos autores se puede exportar a otros muchos, pero creo que eso sería otro libro que tendría por título “Comprensión de los hallazgos científicos desde la biografía de quien los descubre”.

Voy a desarrollar el motivo de las leyes del cognitivismo desde un somero, pero no por ello no veraz, estudio biográfico de dos personalidades: Aaron T. Beck y Albert Ellis.

• Aaron T. Beck fue hijo de inmigrantes judíos, su nacimiento se vio precedido del fallecimiento de su hermana por una gripe aguda, acontecimiento que ahogó a su madre en una depresión severa. Además, de niño se rompió un brazo sufriendo una infección que le tuvo enfermo mucho tiempo, en sus expresiones sobre su pasado es fácil escucharle que aprendió a afrontar estas situaciones, sus miedos, sus dificultades, a través de su cambio cognitivo, y esto le inspiró posteriormente para realizar su teoría y la forma de encarar sus terapias. Beck tuvo un grandioso expediente académico, siendo reconocido desde sus primeros años de graduado, haciéndose psicoanalista en 1946. En 1960, investigando la depresión (no es casualidad) y queriendo validar los preceptos en los que se fundamenta el psicoanálisis, desarrolló una teoría cognitiva que representó con criterios totalmente opuestos a los psicoanalíticos, es como si para vencer a la depresión, se diera cuenta que tenía que apartarse de su madre “científica”, el psicoanálisis.

En su investigación, pronto se da cuenta que los pacientes depresivos realmente lo que sufrían era de una invasión de pulsiones no conscientes de forma espontánea, a las que curiosamente en vez de colocarles la etiqueta de “drive emocional” o “dinámica inconsciente”, como hacía el psicoanálisis que había estudiado, lo acuñó con el término de pensamientos negativos, diferenciando tres tipos: a) cogniciones referidas sobre uno mismo, b) cogniciones referidas al mundo que nos rodea y c) cogniciones referidas al futuro. Su estrategia terapeuta es ayudar al paciente a identificarlos y luego a cambiarlos para poder no seguir con esta dinámica, que hoy podríamos llamar contaminante o tóxica.

• Albert Ellis es el paradigma del investigador que si quiere dar solución a los problemas psicológicos, tiene que ir incorporando cada vez más en su teoría, elementos existenciales y emocionales, ya que la razón por sí misma no se lo puede explicar. Es sabido que su padre fue un padre poco cariñoso, que no tuvo éxito en sus negocios aunque dedicaba todo el tiempo a ello. Su madre, según el propio Ellis, sufría un trastorno bipolar y, refiriéndome a algunos de sus escritos, hablaba de ella diciendo que “era una cotorra bulliciosa que no escuchaba”. Estuvo enfermo casi durante toda su vida, con infecciones en el riñón, amigdalitis y posteriormente una diabetes que debutó a los 40 años. Sufría de fobia social y tenía muchísimo temor a tener contacto con las mujeres. Con toda esta historia es normal que negara el papel de la emoción en el ser humano.

En enero de 1953 rompe con el psicoanálisis autodenominándose terapeuta racional. De nuevo nos damos cuenta que Ellis, desde ese momento, tiene que hacerse cognitivista si no quiere seguir la estela psicoanalista y desde ese momento, aunque la evolución de su saber le demuestre que la emoción es el lugar de la decisión, tiene que seguir insistiendo en la razón para no dejarse vencer por los malhechores psicoanalistas que le hicieron sufrir tanto y que indicaban que el esquema inconsciente (la emoción) era donde se tenía que trabajar si queríamos mejorar al paciente.

Tanto Beck como Ellis han tenido una vida de carencias afectivas con sus personajes referenciales y ambos han dejado el psicoanálisis una vez que creyeron y se formaron como tales y admitieron sus principios y fundamentos. Uno, el primero, por descubrir formas más rápidas y eficaces de vencer la depresión; el segundo, por su malestar personal con los representantes de la internacional psicoanalítica. Ambos motivos loables en el entendimiento de la conducta humana, pero a la vez muy importantes para saber por qué llaman a lo que es emoción, razón, dejando el impulso emocional postergado al imperio de la mente cognitiva.

Es fundamental encontrar en la biografía de cada autor el motivo de este empecinamiento, ya que toda esta ingeniería intelectual para seguir denominando razón donde tendría que decir emoción, viene determinada por cómo ha sido la vivencia de cada uno de ellos en esos años donde la parte cognitiva es imposible, entre otras cosas porque no hay mielinización en las zonas del cerebro que ejercen como tales, me refiero a la infancia.

Ellis en cuatro momentos tiene que cambiar la nomenclatura de su teoría terapéutica. En cada uno de estos momentos lo que produce ese cambio es la importancia de la emoción en el cambio mental, sin embargo lo barnizó con una teoría hecha a medida de su posibilidad de gestionar sus propias emociones, sin tener que profundizar en su herida emocional, de esta manera:

• En la década de los cincuenta Ellis desarrolla su “Terapia Racional” y la expresa en la conferencia de la APA en 1955, publicando posteriormente en Journal of General Psychology su énfasis en la idea de que la enfermedad psicológica neurótica es consecuencia de la evaluación distorsionada que realiza el paciente de los acontecimientos.

• En los años sesenta publica Razón y emoción en Psicoterapia, en concreto en 1962, formulando un modelo en el que resalta la importancia de las emociones, culminando con un nuevo nombre a su terapia: “Terapia Racional-Emotiva”.

• La década de los setenta sirve para impulsar la rigidez intelectual del paciente, sobre todo con sus “debo”, como característica del pensamiento irracional, de esta forma refiere once creencias o pensamientos irracionales fundamentales.

• Culminando en 1985 la importancia que tienen los problemas emocionales sobre los problemas psicológicos. En 1993, de nuevo coloca una letra más en sus siglas al denominar su terapia como TREC “Terapia Racional Emotiva-Conductual”, donde enfatiza el aspecto humanista de su teoría, colocando el potencial humano mucho más allá de la simple concatenación de pensamientos irracionales ante acontecimientos activantes. Es en esta última revisión donde establece, aunque no la llame así, la importancia que tienen los afectos y los acontecimientos vinculares, para posteriormente representar el mundo desde unas perspectivas más o menos absolutistas.

 

En definitiva, el ser humano no es sólo un abanico de ideas y respuestas emocionales a estas ideas, sino que es todo un mundo complejo en el que se crea él mismo sus propias perturbaciones psicológicas, de tal forma que, aunque las condiciones ambientales puedan contribuir a sus problemas, son sus bases existenciales las que promueven el proceso de cambio a mejor o a peor y ésto tiene mucho de epigenética (relación genética y fenotipo) y de experiencia vivida.

Ellis y Beck hablan de la razón como yo hablo de la emoción, decimos lo mismo, solo que estos autores equivocan el escenario, ya que a la hora de enseñar al paciente lo que tiene que cambiar, lo hacen desde el pensamiento o las creencias, sin embargo, dependiendo del cerebro en el que se encuentre la persona, la gestión hay que realizarla desde la razón (cerebro tipo I) o desde la emoción (cerebro tipo II), aunque si se realiza desde la emoción siempre la gestión se produce tanto en uno como en otro cerebro, lo que no ocurre al contrario.

Hoy sabemos que es mucho más fácil para el paciente o para el alumno identificar lo que sentimos y desde ahí gestionar, que identificar lo que pensamos o lo que creemos. Es la emoción la que gestiona nuestro sistema global y es en ella donde tenemos que poner los ojos para el cambio, colocarlo en la razón, precisa de situarnos en un cerebro tipo I y, sobre todo, de tener la capacidad cognitiva de gestionar desde la razón la emoción, y esto no siempre es posible.

El motivo real del investigador para desarrollar su teoría está muy ceñido a su biografía y en los acontecimientos que ha vivido, esta hipótesis de trabajo creo que no será muy bien acogida por los investigadores, ya que hablamos de su vida personal, pero no olviden que yo estoy en este saco, y es positivo cuando te dedicas a la mente y a la salud mental, saber de tu propia realidad. A esto es lo que he denominado factor narcisista del investigador y está en su narcisismo, en su necesidad personal, que antepone a lo que va descubriendo en su evolución como teórico, el nombre que coloca a las cosas que descubre, es un “Iusracionalismo psicológico”, como símil del derecho derivado de la razón que fue promovido por John Locke, pasando por Rousseau, Kant y finalmente John Rawls, aunque el promotor del movimiento tengamos que buscarlo en las ideas de Grocio. En el Iusracionalismo se determina la necesidad de obediencia de los súbditos al rey, aunque a los primeros se les otorga el derecho natural. El modelo cognitivo-conductual establece un Iusracionalismo, ya que coloca a la razón como rey y a la emoción como súbdito, cuando en la realidad de nuestro cerebro (y en esto vale la equivalencia en cuanto a la relación pueblo-rey) es la emoción la que determina la verdadera relación con el mundo exterior y, lo que es más importante, con el mundo interno, pero se le sigue dotando a la razón de esta capacidad, cuando hoy sabemos que no siempre es así.

Si extrapolamos la parte personal del investigador a la parte personal de aquellos que posteriormente bendicen como adecuadas o sentencian como herejías los descubrimientos publicados, entraremos en el universo de una figura un tanto extraña, pero mantenida desde el principio de los tiempos, y son esas personas que por ideales religiosos, políticos, cuando no personales, son capaces de denostar o subir a los altares el devenir de las publicaciones, marcando no un criterio de realidad, sino de creencia sobre lo que debe ser, tiene que ser o les gustaría que fuera.

Hay muchas roturas narcisistas en la historia del ser humano que han sentado muy mal y que alguna incluso le pudo costar la vida a quien se atrevió a ponerla delante de los ojos de los otros. Todas ellas tienen que ver con la naturaleza racional donde se da más importancia a las creencias, pensamientos, razonamientos, costumbres, ritos, hábitos, cuando no leyendas, que a la realidad basada en la ciencia. Veamos las cinco más importantes, a mi parecer, para entender por qué el narcisismo imperante hace que la inteligencia emocional se haya mantenido desde una ideología cognitivista y, desde ahí, comprender que no todo lo que se publica en ciencia tiene la misma propagación o divulgación, ya que como no puede ser de otra forma, aquellos que lo divulgan y lo hacen llegar al pueblo, frecuentemente, tienen que pasar el filtro de su congruencia con su línea editorial.

1ª rotura narcisista. La tierra no es el centro del universo

Nicolás Copérnico (1473-1543), astrónomo polaco, conocido por su teoría Heliocéntrica que había sido descrita ya por Aristarco de Samos, según la cual el Sol se encontraba en el centro del Universo y la Tierra, que giraba una vez al día sobre su eje, completaba cada año una vuelta alrededor de él. Fue gran estudioso de los autores clásicos y además se confesó como gran admirador de Ptolomeo, cuyo Almagesto estudió concienzudamente. Después de muchos años finalizó su gran trabajo sobre la teoría Heliocéntrica en donde explica que no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra sino al contrario. A partir de aquí la teoría Heliocéntrica comenzó a expandirse. Rápidamente surgieron también sus detractores, siendo los primeros los teólogos protestantes aduciendo causas bíblicas. En 1616 la Iglesia Católica colocó el trabajo de Copérnico en su lista de libros prohibidos. La obra de Copérnico sirvió de base para que, más tarde, Galileo, Brahe y Kepler pusieran los cimientos de la astronomía moderna.

A Copérnico no lo quemaron por hereje por sus grandes dotes de empatía social y su capacidad para tener recursos sociales que le sirvió de defensa. Era muy amigo de sus amigos, de hecho, publica “Sobre las revoluciones de las esferas celestes” gracias al estímulo de estos.

Cuando Copérnico indica que la Tierra no es el centro del universo y que es un planeta que gira alrededor de una estrella como es el Sol, da de lleno al narcisismo religioso y antropomorfo de la época, en el que persiste la idea de que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y éste, que es el creador del ser más sublime de todo el universo, no podía haber ubicado al ser humano en una planeta que no está en el centro.

Galileo tampoco lo pasó muy bien. A principios de 1616, los libros de Copérnico fueron censurados por un edicto y el cardenal jesuita Roberto Belarmino dio instrucciones a Galileo para que no defendiera la teoría de Copérnico. Galileo guardó silencio sobre el tema durante algunos años y se dedicó a investigar un método para determinar la latitud y longitud en el mar basándose en sus predicciones sobre las posiciones de los satélites de Júpiter.

En 1624 Galileo empezó a escribir un libro que quiso titular Diálogo sobre las mareas, en el que abordaba las hipótesis de Tolomeo y Copérnico respecto a este fenómeno. En 1630 el libro obtuvo la licencia de los censores de la Iglesia Católica de Roma, pero le cambiaron el título por Diálogo sobre los sistemas máximos, publicándose en Florencia en 1632. A pesar de haber obtenido dos licencias oficiales, Galileo fue llamado a Roma por la Inquisición a fin de procesarle bajo la acusación de “sospecha grave de herejía”. Galileo fue obligado a abjurar en 1633 y se le condenó a prisión perpetua (condena que le fue conmutada por arresto domiciliario).