Es emocionante saber emocionarse

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Los ejemplares del Diálogo fueron quemados y la sentencia fue leída públicamente en todas las Universidades.

Johannes Kepler en 1589 comenzó su educación universitaria en Teología en la Universidad Protestante de Tübingen. Allí le influenció un profesor de matemáticas, Michael Maestlin, partidario de la teoría Heliocéntrica del movimiento planetario. Kepler aceptó inmediatamente la teoría copernicana al creer que la simplicidad de su ordenamiento planetario tenía que haber sido el plan de Dios y este reconocimiento dulcificó mucho su relación con la Iglesia, no teniendo la misma suerte de persecución de Copérnico y Galileo.

La aceptación de lo que es la realidad, es decir, que la Tierra es un planeta pequeño instalado en un sistema solar, que es muy pequeño respecto a la galaxia en la que se encuentra, chocaba con lo que tendría que ser, lo que debería ser o nos gustaría que fuera y por pensar o sentir diferente de lo establecido en esa época, se han quemado a personas como herejes. Antes, ser estudioso podía tener un mal final, si lo que decías no concordaba con la posición cognitiva-racional (las creencias) del poder existente. Kepler supo adaptarse pero, para ello, sabiendo que Copérnico y Galileo solo decían una verdad demostrable, tuvo que macerar todo en el condimento racional y de creencias establecidas para que fuese admitido.

2ª rotura narcisista. El ser humano es un eslabón en la evolución de las especies

En el Origen de las Especies, publicado en 1859, Charles Darwin afirmó que esencialmente debido al problema de la escasez de comida descrito por Malthus, las crías nacidas de cualquier especie compiten por la supervivencia. Las que sobreviven, que darán origen a la próxima generación, tienden a incorporar variaciones naturales favorables y estas variaciones se pasan de una generación a otra por herencia. Por lo tanto, cada generación mejorará su adaptabilidad con respecto a las generaciones precedentes y este proceso gradual y continuo sería la causa de la evolución de las especies. Darwin no estaba de acuerdo con la definición de evolución que existía en ese entonces, asociada más a la providencia divina. Su teoría evolutiva estaba basada en el azar y en la selección natural impuesta por un medio ambiente externo. Era una versión materialista y antiteológica de la historia de la vida. El científico inglés creía que los organismos vivos eran evolucionados, no por sus transformaciones en complejidad, sino por su adaptación al medio en que se desenvolvían.

Darwin también recibió críticas, pero éstas no le condenaban a muerte, ya que tuvo la suerte de vivir en un momento histórico donde la creencia sobre la ciencia ya no era de quemar a quien era un hereje, en ese momento, la creencia se quedaba en el desprecio dentro del mundo científico.

La reacción frente al Origen de las Especies fue inmediata. Algunos biólogos argumentaron que Darwin no pudo probar su hipótesis. Otros criticaron el concepto de variación de Darwin, argumentando que no pudo explicar ni el origen de las variaciones, ni cómo se pasaban a las generaciones siguientes. Años después un monje austriaco, Mendel, le dio la razón a Darwin demostrado cómo habían sucedido estas variaciones a través de la comunicación genética en la herencia.

Que el ser humano no es un ser a imagen y semejanza de Dios ya había sido admitido por mucha parte de la comunidad científica, pero que el ser humano no era una especie única, totalmente desvinculada de las otras especies, no se podía permitir, no podía ser, simplemente porque no es lo que tendría, debería o nos gustaría que fuera. De nuevo se iba en contra de las creencias y pensamientos racionalizados de algunos científicos como Kepler, que, de alguna manera, tenían que seguir aún las creencias religiosas y políticas, es decir, estaban secuestrados por el debeísmo y la creencia de la época.

3ª rotura narcisista. La mente enferma e influye en la salud corporal

Verdadero gigante del intelecto y hombre de suprema integridad moral y científica, Freud (1856-1939) pertenece al exiguo número de aquellos que han transformado toda una cultura y cambiado el curso de la historia del pensamiento.

Una frase que explica muy bien lo dicho sobre las fracturas narcisistas es “Sería muy simpático que existiera Dios, que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el universo y una vida futura, pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista”. Desde Platón y siguiendo a San Agustín, la mente no se estudiaba ya que era incorruptible, indivisible, no podía enfermar, el motivo es que la mente humana es una imagen, una proyección, lo más cercano a la substancia divina, por lo que algo que tiene esencia de lo único, lo perfecto, no puede enfermar.

Esta creencia hizo que la medicina desde antes de Hipócrates evolucionara, ya que el cuerpo sí que enferma, pero la mente, al no poder enfermar, no fue estudiada, y fue Freud el que se atrevió a señalar que no solo la mente enferma sino que influye en las enfermedades funcionales y físicas, a través de sus estudios sobre la histeria y posteriormente sobre los llamados trastornos de conversión, hoy denominados trastornos psicosomáticos.

Analizar y descubrir estancias como el inconsciente, la lógica de las emociones o los verdaderos laberintos de la decisión mental, lleva al pensamiento científico de la época a poder cuestionarse que lo importante no es solo lo consciente, lo racional, lo cognitivo, sino que hay otros escenarios tan importantes o más que éste, como es el universo inconsciente, que hoy simplemente denominamos cerebro vincular o cerebro subcortical, la sede de nuestras emociones.

4ª rotura narcisista. El primer homo sapiens era XX

Tal como nos indica Emilio García (2008 en Revista de psicología y educación), el cerebro humano es resultado de un largo pasado evolutivo de 500 millones de años. Más próximamente, hace unos 6 millones de años, en el continente africano tuvo lugar un acontecimiento evolutivo de gran trascendencia, una población de monos antropomorfos evolucionó y surgieron varias especies de Australopithecus o monos bípedos. Estas nuevas especies se extinguieron, salvo una que sobrevivió hasta hace unos 2 millones de años. Para entonces había cambiado tanto que no se considera especie de australopiteco y fue preciso encasillarla en un nuevo género que se denominó Homo. Este Homo tenía un cerebro más grande, fabricaba herramientas de piedra y empezó a explorar la Tierra. Hace solo unos 200.000 años y también en África, un grupo del género Homo emprendió un camino evolutivo diferente, compitió exitosamente con otras poblaciones de Homo y dejó descendientes hoy conocidos como homo sapiens, nosotros. La nueva especie presentaba características físicas particulares, pero lo más importante eran sus nuevas competencias y capacidades mentales, cognitivas y lingüísticas, así como los productos culturales que crearon. Comenzaron a fabricar gran cantidad y variedad de herramientas de piedra adaptadas a fines específicos. Este proceso de generación de artefactos llega, por ejemplo, hasta los computadores actuales. Comenzaron a utilizar símbolos para comunicarse y a organizar su vida social; símbolos lingüísticos, pero también artísticos, y con el tiempo han llegado a conquistas tales como la escritura, matemáticas, música, dinero, etc.

En todo el artículo de Emilio, sin embargo, no se hace mención a las publicaciones en Nature, que desde la publicación de “Evolution of Human Walking” (C. Owen Lovejoyse, Scientife American, Nov 1988) hasta “Las siete hijas de Eva” de Bryan Sykes (2001, Debate) se indica que, gracias a los modernos avances en la genética, se ha podido esclarecer que el primer homo sapiens era una hembra (XX) y que el primer macho homo sapiens aparece unos 50.000 años después y, todo ello, lo sabemos gracias al ADN mitocondrial.

Pero, ¿qué es el ADN mitocondrial? Nuestras células sexuales (gametos) tienen 23 cromosomas en sus núcleos (la mitad que el resto de las células del cuerpo). Al producirse la unión de óvulo y espermatozoide, se produce la meiosis, en la cual la información de los 23 pares de cromosomas (padre y madre) se recombinan a nivel nuclear solamente. Pero existe, además del ADN nuclear, un ADN mitocondrial (un bolsa dentro del citoplasma de las 72 células), del cual, durante la concepción, desaparece el ADN del padre pero persiste el ADN mitocondrial de la madre.

El ADN mitocondrial es útil para el estudio evolutivo en primer lugar, porque su variabilidad depende exclusivamente de las mutaciones, ya que no sufre el ya mencionado proceso de recombinación durante la concepción. El número de genes en el ADN mitocondrial es de 37, frente a los 20.000 - 25.000 genes del ADN cromosómico nuclear humano.

Recapitulando un poco este complicado tema, la herencia mitocondrial es matrilineal, es decir, el ADN mitocondrial se hereda solo por vía materna. Tradicionalmente se ha considerado que cuando un espermatozoide (célula reproductora masculina) fecunda un óvulo (célula reproductora femenina) se desprende de su cola y de todo su material celular, excepto del núcleo que contiene el ADN nuclear, con lo cual en el desarrollo del cigoto sólo intervendrán las mitocondrias contenidas en el óvulo. Sin embargo, actualmente se ha demostrado que las mitocondrias del espermatozoide pueden penetrar en el óvulo, pero no llegan a heredarse al ser marcadas por ubiquitinación y degradación.

En el estudio realizado en los ADN mitocondriales por Bryan Sykes, nos asegura que todos los europeos provienen de siete mujeres, las siete hijas de Eva. La más antigua habría vivido hace 45.000 años y la más moderna hace unos 15.000 años. La Eva mitocondrial, la antepasada común más moderna de todos los seres humanos que hay en el mundo, se remontaría de este modo a unos 150.000 entre 200.000 años.

 

Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias de diferentes regiones, sugiere que todas las secuencias de este ADN tienen envoltura molecular en una secuencia ancestral común. Asumiendo que éste se obtiene solo de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los humanos vivos descienden en última instancia de una mujer, sin descartar absolutamente la posibilidad de que ella haya podido ser una hembra prehumana.

La Eva mitocondrial recibe su nombre de la Eva que se relata en el libro del génesis de la Biblia. Esto ha llevado a algunos malentendidos entre el público general. Un error común es creer que Eva fue el único ancestro femenino viviendo en su tiempo. Es muy probable que muchas mujeres anteriores a Eva y también muchas pertenecientes a aquella época, hayan tenido descendencia hasta cierto momento en el pasado. Sin embargo, solo la Eva mitocondrial produjo una línea completa de hijas mujeres hasta nuestros tiempos, por lo cual es el ancestro femenino del cual proviene toda la población actual.

Así como las mitocondrias se heredan por vía materna, los cromosomas Y, se heredan por vía paterna. Por lo tanto, es válido aplicar los mismos principios con estos. El ancestro común más cercano por vía paterna ha sido apodado Adán cromosomal-Y. Sin embargo, es muy importante aclarar que no vivió en la misma época que la Eva mitocondrial. Por el contrario, su existencia fue por lo menos 50 mil años más reciente.

Por lo tanto, la creencia de que la mujer nace del hombre queda fuera de lugar, siendo, como no podía ser de otra manera (en todas las especies pasa lo mismo), que el primer individuo de una especie siempre es una hembra. Esta publicación estoy seguro que no es conocida por muchos de los lectores de este libro y es que prácticamente no se le ha dado publicidad saber que durante 50.000 años existieron hembras homo sapiens que se apareaban con otros simios y que, posteriormente, aparece el macho homo sapiens, debería haberse comunicado en muchos telediarios, pero no ha sido así, de nuevo lo que debería, tendría o nos gustaría que fuera prevalece sobre lo que es.

En fechas cercanas a la edición de este libro, Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en colaboración con el Instituto Max Planck alemán y la Universidad de Oviedo, han recuperado el genoma completo del ADN mitocondrial de cinco neandertales, según publica la revista Science. Entre otras conclusiones, los científicos estiman que el pasado común materno de todos los genomas mitocondriales neandertales, la llamada ‘Eva mitocondrial’ neandertal, vivió hace sólo 110.000 años, por lo que sería más reciente que la de los humanos modernos, que los investigadores sitúan en África hace 150.000.

De igual forma según un trabajo de la Universidad de Standford, publicado de nuevo en Science en el mes de agosto de 2013, Carlos Bustamente, profesor de Genética de esta Universidad y autor de una de las investigaciones, nos comenta que no podemos estar seguros de la procedencia anterior de la Eva mitocondrial sobre el Adán, dejando en interrogante esta rotura narcisista. “Eva no fue la primera”, es más, según el trabajo de la Universidad de Standford, Adán llegó un poco antes. Las últimas estimaciones indican que el hombre llegó hace entre 120.000 y 156.000 años y entre 99.000 y 148.000 años la mujer. Los cálculos anteriores hablaban de entre 50.000 y 115.000 años atrás para el ancestro masculino. «Habría una diferencia de 8.000 años, pero ese tiempo no es significativo en la evolución humana, por eso nuestra conclusión es que tanto la Eva como el Adán mitocondrial surgieron casi al mismo tiempo» (N. Martínez de Castro, en ABC.es).

Si nos damos cuenta, al final solo se entera de estas investigaciones quien lee Nature y Science, dos revistas de alto prestigio, pero que no lee la mayoría de la población. Como dice el gran filósofo contemporáneo Homer Simpson “Quería una bicicleta, se la pedí a Dios, pero no me la concedió, me di cuenta que para esto Dios no sirve, entonces la robé y después pedí perdón a Dios”. Esta disertación de Homer está más cercana a su creencia sobre lo que Dios es para él, que a la verdadera esencia de Dios, así es el ser humano.

5ª rotura narcisista. El imperio de la razón sobre la emoción

Poder razonar es quizás el invento más sofisticado de la naturaleza. Hoy sabemos que nuestro genoma es casi igual que el de ciertas moscas, el cerdo o los simios, pero ninguna de estas especies puede mantener el recuerdo tanto tiempo, puede hacer uso del lenguaje como nosotros o puede realizar y crear elementos, tanto en la realidad como en el espacio virtual de la imaginación.

La identificación de conceptos abstractos, poder cuestionar la intención de los comportamientos, conseguir encontrar la coherencia en argumentos contrarios, saber inducir o deducir son connotaciones propias de la capacidad de razonar de nuestra especie. Así, la razón humana, es quizás la magnitud por la que no solo nos diferenciamos del resto de animales, sino también entre nosotros mismos. La diferencia en la capacidad individual de reflexionar, imaginar, hablar, pensar, simbolizar, meditar o fantasear es sin duda lo que más nos une como especie y, a la vez, más nos diferencia como individuos, mucho más que lo hace nuestro color de pelo, altura, dimensión de nuestros brazos u otros elementos incluidos en la diferenciación genética.

Somos animales racionales y tenemos en esta capacidad de razonamiento la separación fundamental con el resto de animales. Hoy sabemos que todas las especies que poseen cerebro también razonan, solo que su nivel de razonamiento está muy lejos del razonamiento humano, precisamente por la morfología y la complejidad de nuestro cerebro en comparación a estas especies. Nuestra capacidad de razonar está mediatizada por nuestra singularidad neurológica, siendo imposible razonar si no hay plataforma neural que lo soporte. Y es aquí donde comienza la quinta rotura narcisista que quiero señalar en este libro, la idea o creencia de que la razón, por ser la capacidad más evolucionada de procesamiento neurológico, es la que debe gobernar nuestra forma de percibir, sentir, comportarse e incluso decidir.

La psicología cognitivista, como ya he apuntado al principio de este apartado, ha decidido que es la única científica, aunque hay evidencia que en la realidad con pacientes, las técnicas cognitivas no resuelven las afecciones que he denominado de cerebro tipo II, sobre todo con pacientes reales, muy distintos a los pacientes de laboratorio con los que se realiza la mayoría de la investigación. Esta creencia de que “la creencia es la que domina la magnitud de nuestro intelecto” no tiene sentido, ya que sigue siendo una creencia, y las creencias están basadas en lo que debería ser, tendría que ser o nos gustaría que fuera, pero en muchas ocasiones, como hemos visto anteriormente, no se sostienen desde la realidad empírica.

La creencia de que el ser humano gobierna su quehacer desde la razón, de nuevo nos lleva a una especulación que nada tiene que ver con la realidad. La razón no es quien determina de quién te enamoras, ni cuál es la música que te mueve o el color que te gusta, la ropa que te vas a poner mañana, el equipo de fútbol que sigues o la ONG que sientes más cercana a ti. La mayoría de las decisiones humanas se hacen desde la emoción que sentimos, siendo la razón un gran evaluador que nos pauta si lo que sentimos es de sentido común o no, pero fuera de ese papel evaluador, la razón, cuando las cosas se ponen difíciles, no es el mejor gestor. Desde esta creencia hemos indicado a la sociedad que cualquiera de nosotros podemos gobernar nuestra conducta, esto es discutible, pero fuera de ello, sin embargo y paradójicamente, cuando nos encontramos frente al pensamiento es difícil poder controlar y gestionar el pensamiento, por lo que el control de pensamiento no es voluntario y si no lo es, ¿quién controla al pensamiento? Si te digo: “No pienses en el color azul”, “No imagines que una manzana cae de un árbol”… son ejemplos que nos señalan la incapacidad que tenemos para poder controlar aquello que no queremos pensar y, desde ahí, la dificultad que tenemos de controlar muchas de nuestras decisiones, aunque nos digamos “no fumes”, “deja de gritar”, “estudia”, “deja de pensar” es posible que, si actuamos solo desde la razón, sigamos fumando, gritando, no estudiemos y sigamos pensando en eso que nos hace daño, pero que no podamos dejar de hacerlo.

Todos estamos de acuerdo en saber que el pensamiento racional y, por lo tanto la capacidad cognitiva, debería ser quien gobernara nuestra conducta, pero la mayoría de las ocasiones no es así y, sobre todo, no lo es, cuando tenemos un sufrimiento agudo que nos incomoda. En esas ocasiones en las que hay que gestionar el sufrimiento, la gestión de la emoción es mucho más efectiva y necesaria que la gestión del pensamiento al que estamos sometidos. La verdadera ciencia para pasar del sufrimiento a la satisfacción la encontramos en la gestión emocional y no tanto en la gestión desde lo cognitivo. La creencia de que la emoción es una estructura de animales irracionales y que la razón es lo único que nos puede colocar en el ámbito de lo humano, no es nada más que otra parte del narcisismo imperioso para diferenciarnos y no darnos cuenta que no somos el ombligo del mundo.

Esta quinta rotura narcisista es la que motiva que la ciencia actual siga, en su mayoría, empeñada en creer que es la razón la que domina la emoción, al igual que antes se creía que la Tierra era el centro del Universo, que el ser humano es una especie única, que la mente no enferma, que el primer homo sapiens era un varón (no he visto nunca dibujado en la evolución de las especies a mujeres) y cómo no, que la razón es la única manera que tenemos para poder sacar a las personas de sus dolencias o enfermedades.

Es el momento de poner las cosas en su sitio, soy cansino al indicar que todos sabemos que lo ideal es que el cerebro funcione como tipo I, en el que la razón puede gestionar la emoción, pero cuando vivimos dentro de un marco de inseguridad vital, cuando nos encontramos en un cerebro tipo II, que es cuando más necesitamos un buen gestor, la razón no es capaz, se queda como un observador pasivo esperando que el cambio emocional se consiga desde la propia emoción, dejando bloqueado el sistema y sin capitán el barco.

No sabes la cantidad de pacientes que me han dicho: “Me doy cuenta de lo absurdo que es mi miedo a salir solo/a a la calle, pero cuando tengo que hacerlo, aunque sé que no me pasará nada, no puedo, es horrible, es como si me inundara con una sensación de pánico que me hace huir y no puedo enfrentarme”. Este/a paciente sabe desde la razón que no salir a la calle, por pensar que se va a morir, es una idiotez, incluso se odia por ello, pero a pesar de que esto es así, cuando tiene que hacerlo no puede, ya que la razón, la comprensión, no es suficiente para sacarle del pánico, y con ello conseguir que pase del miedo o el pánico a la seguridad. Cuando estos pacientes viven salir solos a la calle desde la seguridad, pueden hacerlo y lo hacen, por lo tanto, ellos mismos nos dicen que comprenden lo que les ocurre y que son conscientes de lo absurdo de la situación, pero comprender y tener consciencia no es suficiente para poder realizar lo que tanto temen, por mucho que razonen.

Cuando a las personas se les cambia alguna creencia ganan en muchos momentos salud, si esa creencia era disonante, pero si lo que cambiamos es la relación vincular donde se forjó esa creencia, no solo no le dejamos huérfano, sino que puede sentir un nuevo renacer en su desarrollo de potencial humano, tal como refiere Albert Ellis (1994 en Razón y emoción en Psicoterapia): “La construcción de nuestra realidad tiene múltiples detalles, no obstante, encontraremos la piedra angular en la relación afectiva donde se anidó dicha construcción y es que el vínculo, entre aquel que enseñó lo que era real y el que lo representa, tiene mucho más valor que la propia realidad posteriormente representada”.

El imperialismo de la razón sobre la emoción tiene uno de sus puntales en la creencia de que la naturaleza ha escogido, para mejorar la capacidad de adaptación del mamífero, más emociones básicas desagradables que agradables. Siempre que he leído una teorización sobre las emociones básicas o primarias, todos los autores, incluido Antonio Damasio, hablan de cinco o seis emociones básicas, de las cuales, quitando la alegría, el resto son de-sagradables. Esta creencia de que la naturaleza había escogido emociones básicas desagradables para ampararnos en la supervivencia, alimenta la idea de que la emoción es de por sí devastadora y fulminante, de tal forma que como expresa Goleman en “Inteligencia emocional” (2001), la pasión desborda a la razón, siendo una especie de tragedia expresar la emoción, tal como refiere en el análisis que hace de la catarsis (pocos pacientes ha visto Goleman, si no encuentra en la catarsis emocional un antídoto para el sufrimiento). La emoción, por tanto, es peligrosa desde sus orígenes, ya que por naturaleza nos coloca en el 85 % de los casos, en una sensación sentida muy displacentera, cuando no fuera de control.

 

No creo, es mi creencia, que puedan haber pasado desapercibidas emociones tan primarias o básicas como la admiración, la seguridad o la curiosidad ante tan eminentes teóricos por casualidad, sin embargo creo que esta creencia sobre la existencia de muy pocas emociones agradables reforzaba la teoría cognitivista. Te demostraré más adelante que no es cierto que haya más emociones desagradables que agradables y, con ello, te daré las pautas para que puedas salir de la quinta rotura narcisista, en la que la razón parece que es lo bueno y humano y que la emoción representa lo animal y lo malo.

Por el momento te anuncio que existen tantas emociones básicas o primarias agradables (alegría, curiosidad, admiración y seguridad) como desagradables (tristeza, miedo, rabia, asco, culpa) y una mixta (sorpresa) y, además, lo que realmente nos humaniza es tener flexibilidad emocional y por ello poder vivir en cada situación desde la emoción apropiada. Imagina si puede ser humano nunca sentir tristeza, miedo o culpa, precisamente si esto es así, estaríamos hablando de un psicópata, que es lo más parecido a un ser inhumano.

La base de la representación de un ideal, la creencia que nos mueve, el pensamiento que nos hace poner los pelos de punta, la reflexión sobre la que se sustenta una decisión o los conceptos de amistad, orden, propiedad, igualdad, solidaridad, caridad, honestidad… están más cercanos al hecho emocional que a un constructo abstracto cognitivo.

Estamos gobernados por la ciencia cognitivista, que encuentra en la emoción un peligro que hay que gobernar para no procesar como los animales. Una sociedad que tiene miedo a la pasión y que, como Ellis, desarrolla un mecanismo de defensa para explicar (comprender) lo imposible. Saber que la emoción la compartimos con el resto de mamíferos. Todos los mamíferos pueden estar rabiosos, con miedo, tristes, alegres… en esto no nos diferenciamos de ellos, es para algunos un horror, parecerse a los animales en algo es un verdadero golpe al narcisismo humano.

En la actualidad, aquellos que se rigen por lo que creen o piensan, hay que reconocer que son los que lideran las empresas, la dirección de los colegios, las cátedras o los gobiernos, así va el mundo. Apelo por un mundo regulado desde la emoción que sentimos en cada momento, en el que es mucho más importante lo que percibes que lo que dices, donde se hace más caso a lo que realmente sucede y no tanto a todo eso que debería, nos gustaría o tendría que estar pasando. En esta quinta rotura encontramos la explicación de los motivos por el que la víctima, en muchas ocasiones, ha tenido que esconderse, ya que molesta al verdugo y a los amigos de éste, en el que se mantiene la relación con un vecino o con un gobernante a sabiendas que es un delincuente, es el universo del egoísmo inteligente, es el reinado de la razón sobre la emoción. En este imperio la emoción sigue siendo la que decide, pero enmascarada en un derecho razonable del poderoso, de aquellos que saben hablar sin importarles su cinismo o saben especular con sus emociones, ya que no sienten la culpa, el miedo o la tristeza.

No hay nadie más cognitivista que un psicópata, no hay nadie que sepa gobernar sus emociones más cercano a la estructura mental de un personaje que tiene como objetivo su narcisismo, su dinero, su poder o ganancia. Tal como dije al principio de este apartado, saber que las capacidades para la identificación de conceptos abstractos, poder cuestionar la intención de los comportamientos, conseguir encontrar la coherencia en argumentos contrarios, saber inducir o deducir, son connotaciones propias de la capacidad de razonar, pero todo ello lo conseguimos ejecutar más desde el cerebro límbico que desde el cortical, ya que las lesiones a nivel límbico impiden que puedan ejecutarse muchas de estas capacidades.

Es por ello que la vara de medir parte de la razón, de esta manera, alguien que engatilla una respuesta de miedo ante un estímulo, para la mayoría de los humanos neutral, por ejemplo, a un ratón, a este miedo se le llama miedo irracional o fobia. Es decir, un miedo fuera del sentido común, los miedos son razonables cuando realmente el estímulo es peligroso, pero cuando no lo es se le pone el apellido de irracional. Y claro que es irracional para el cerebro que razona, pero para el cerebro emocional ese miedo no es distinto al que se tiene delante de un estímulo que sí que es razonable que provoque miedo. Es importante que tengas en cuenta este punto, si la gestión emocional quieres realizarla desde la razón solo podrás hacerlo cuando te encuentres en un ambiente de seguridad vital. En cuanto tengas un momento de miedo cercano al pánico o una rabia explosiva, un asco repugnante o una tristeza que te invade, en ese momento, razonar te aseguro que no ayuda demasiado, es más, en ocasiones lo que hace es empeorar las cosas.

¿Por qué te gusta tanto la filosofía? o ¿por qué odias el latín? Si haces memoria te darás cuenta de que, si he acertado en tus gustos y odios ante estas materias, tuviste un buen o una buena profesora de filosofía, que fue capaz de vincularte con esta asignatura, y tuviste un mal o una mala profesora de latín. Nos gustan u odiamos las asignaturas por el profesor o la profesora que tuvimos y esto es más emocional que cognitivo.

Nuestras creencias son ecos de las emociones que hemos sentido con las personas referenciales de nuestra vida, razonamos bajo la presión de aquello que quedó grabado como posible o imposible, positivo o negativo, que se puede alcanzar o no. La razón nos ayuda a vivir en comunidad, pero el universo que consigue que podamos hacerlo es emocional. Todos nuestros pensamientos y, sobre todo, todas nuestras creencias parten de un sustrato emocional totalmente relacionado con la persona, situación y vivencia en la que se adquirió.

No hay manera más propicia de engatillar un patrón emocional incompatible o antídoto de una emoción y por lo tanto de la banda sonora de lo grabado, que establecer una relación vincular con el pasado de seguridad y admiración, y eso ocurre siempre que se consigue una relación con uno mismo de respeto y confianza. El vínculo de los padres e hijos, de los amigos, de la pareja, de maestros y alumnos, en el trabajo y muchos otros contextos, son el mejor acicate para desencadenar en una activación del patrón emocional de seguridad, admiración, alegría y también de rabia o interés, todos ellos incompatibles con el pánico.

Si ponemos como ejemplo emocional el miedo y como el más grave de los miedos, el miedo a tener miedo, nada es más capaz de quitarnos el miedo que el abrazo de aquel que establece con nosotros un vínculo de seguridad. Sé que después de leer esta parte puedes haber pensado: “si esto es así, ¿haremos dependiente a todo aquel que tenga miedo?” Podría ser, pero no ocurre así en la mayoría de las personas, según nuestra experiencia, haber tenido un vínculo de seguridad con una persona referencial es el mejor antídoto para no padecer miedo a tener miedo, y esto es lógico, ya que con un vínculo semejante, aprendemos que el referente no tenía miedo a tener miedo y esto se trasmite.

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