La Emoción decide y la Razón justifica

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– ¿Qué secretos? ¿Por qué tanta preocupación por mi profesión, o por qué no me visita nadie? ¡¡¡Curadme esta pierna!!! Lo demás qué importa.

– No es imprescindible sufrir en un proceso como el tuyo –respondió con voz mucho más adulta y serena Escarabajo.

– Vaya, ahora eres un payaso psicólogo. La verdad es que vas a conseguir que me ría, pero no porque me haga gracia lo que dices.

– ¿Cómo era tu vida hasta el accidente? –reiteró Escarabajo, con rotundidad.

– Trabajaba mucho, viajaba mucho, sentía que hacía lo que me gustaba, quiero volver a tener esa vida, pero ahora estoy aquí hablando con un payaso –era evidente la desesperación de Félix.

– Si quieres podemos trabajar y viajar si tanto te gusta. Eso se me da bien, pero dime, ¿en qué consiste tu trabajo?

– ¿En qué consiste el tuyo cuando no te vistes de payaso? –preguntó Félix retando a Escarabajo.

Escarabajo permaneció mirándolo en silencio y, en ese momento, se dio cuenta de que si quería ayudar a Félix tenía que responder a esa pregunta. Era la primera vez que iba a hacer una cosa así, pero decidió que el momento lo requería. Comenzó quitándose la bola roja que hacía de nariz, después se quitó la peluca amarilla, las dejó encima de la mesilla que había al lado de la cama de Félix y le contestó:

– Has acertado, cuando no soy payaso en este hospital, trabajo como psicólogo con mis pacientes. Te aseguro que nunca he dejado de ser Escarabajo delante de nadie en el hospital, nunca he hablado con nadie como Pedro, mi nombre, pero creo que, si quiero que me hables de ti, tengo que actuar como yo mismo. Tú también mereces que conteste a tu pregunta. Soy Pedro y mi profesión es psicólogo.

Félix quedó un poco aturdido, no es muy habitual que un payaso se desnude y te presente a la persona. El gesto de Pedro le llegó dentro, se dio cuenta de que para un payaso desprenderse de su nariz o su peluca, es tan difícil como contar su vida a un desconocido. Cuando salió del asombro, sonrió por primera vez; la situación era algo esperpéntica. Delante de él estaba Pedro con la cara pintada, un pantalón hecho con retales de telas y zapatones. Tenía delante a un híbrido entre Escarabajo y Pedro, ya que seguía pintado con sus pómulos rojos y tenía perfilados los labios y las cejas; era una situación muy singular, poco común. Después de unos minutos de silencio Félix miró a Pedro y le dijo:

– Soy maquinista-conductor de ferrocarril desde los veinticinco años, ahora tengo cincuenta y tres. Estoy separado, tengo un hijo de veinte años al que no veo y con el que no hablo desde que me separé, cuando tenía cuatro años. Nací en Oviedo, mis padres murieron cuando tenía catorce años en un accidente de tráfico, iban solos a trabajar, eran funcionarios de correos y trabajan en la ciudad, nosotros vivíamos en un pueblo a veinte kilómetros, un camión cisterna no hizo un stop y allí murieron los dos. Desde entonces viví con la familia de mi tío, hermano de mi padre, han sido como mis segundos padres, hasta que murieron siguieron en ese pueblo. Con mis primos tengo buena relación, son como mis hermanos, aunque no nos vemos mucho porque viven en Galicia.

Actualmente resido en Madrid y, aunque tengo muchos conocidos, nadie me espera en su casa, por lo que es normal que no hayan venido a visitarme, seguro que nadie sabe nada y, aunque lo supieran, tampoco tengo con ellos una relación como para que se preocupen tanto por mí –Félix estaba enfadado y Pedro sabía que le había hecho un gran regalo; este tipo de confidencias no eran habituales para Félix.

– Muchas gracias por contarme –respondió Pedro–. Según me ibas hablando tenía la impresión de estar delante de un llanero solitario.

– Bueno, solitario soy y estoy. En mi profesión llevarse bien con la soledad es prioritario, en una máquina de ferrocarril se pasan muchas horas solo, tienes que estar en turnos de 24 horas al día y puedes trabajar los 365 días del año. Me parece bien tu definición de mi persona. Soy un “llanero solitario”, porque casi siempre voy solo y, la mayoría de las veces, el tren anda por la llanura.

– Y si tiene tanta responsabilidad un maquinista, ¿cómo os dejan tan solos?

– Antes estaba la figura del ayudante de maquinista y antes de esta figura se encontraba el fogonero, en la época en que los trenes eran de vapor. Pero desde 2001, con la ley del agente único, los maquinistas hacemos nuestro trabajo en solitario, al haber desaparecido la figura del ayudante. En realidad, nosotros no somos los que conducimos, quien conduce es la máquina. Nuestro trabajo consiste en controlar la velocidad, frenar cuando es necesario y abrir y cerrar las puertas, lo demás lo realizan los sistemas tecnológicos.

– ¿Y al maquinista quién lo controla? –dijo Pedro.

– El Reglamento General de Circulación –afirmó Félix.

– ¿Es una relación hombre-máquina?

– Nunca mejor dicho, en España solo hay un 1,5 % de mujeres maquinistas y Noruega, que es el país del mundo con mayor número de ellas, no llega al 5 %. Pero, contestando a lo que me preguntas, lo peor no es la relación con la máquina, lo difícil es la relación contigo mismo. Hay que saber llevarse muy bien con uno mismo para poder estar tantas horas haciendo un trabajo que requiere en todo momento de atención, aunque, si todo va bien es la máquina la que sabe lo que tiene que hacer.

– ¿Es como si tuvieras que estar en alerta permanente? Ya que si todo va bien, es como si tuvieras que estar en alerta permanente. Y si hay un problema, éste te reactiva hasta que lo resuelves.

– No te entiendo –le replicó Félix con cara de desconcierto.

– Me refiero –inclinando Pedro su cuerpo hacia Félix– a que el estado de alerta es necesario en tu profesión cuando todo va bien; es decir, si todo funciona perfecto, tienes que estar en alerta para no distraerte, dormirte o estar empanado. Y si en ese momento surge un problema, tienes que estar activado para resolverlo. Por eso, esta profesión es una de esas en las que cuando todo va bien hay que estar muy atento y, cuando algo falla, debes tener el estrés que se tiene cuando hay que resolver un problema, sabiendo que detrás de ti hay muchas vidas o muchas mercancías. Si te das cuenta, es un trabajo que te hace sentir tensión de una u otra manera.

– No me había dado cuenta de lo que dices pero, en realidad, yo no me siento estresado en mi trabajo, voy tranquilo, me siento seguro.

– Y ahora después del accidente, ¿cómo te sientes?

– Fatal, es como si hubiese perdido mi vida. Siento que no la controlo mi vida.

– A esa sensación que tienes, un psicólogo llamado Seligman la denominó “indefensión aprendida” y, cuando estamos en este estado, percibimos que no tenemos ningún control sobre nuestro entorno, estamos a merced del destino y es habitual tener miedo y tristeza –comentó Pedro–. ¿Cuándo has vivido esa sensación antes?

– Nunca, siempre he tenido control sobre mi vida.

– No, así no –dijo Pedro–. Siente lo que sientes, si para sentir necesitas cerrar los ojos, ¡hazlo! y, aunque dejar de pensar es imposible, no estés tan pendiente de lo que piensas como de lo que tu cuerpo siente. Localiza el lugar de tu cuerpo que está más presente en este momento. ¿Lo tienes?

– Sí, mi pierna derecha me duele mucho –exclamó Félix con los ojos cerrados.

– Lo que sientes en tu pierna, ¿en qué otro momento de tu vida lo has sentido? Permite que el dolor actual en tu pierna te trasporte a un dolor similar que hayas tenido antes. ¿Dónde te lleva?

– A la primera Navidad que pasé sin mis padres, después de que murieran. Recuerdo un dolor similar cuando me acosté, era como que no me podía mover, sentía un vacío en el pecho y mis piernas parecían que eran de hormigón.

– Lo que acabas de hacer es ser consciente del permanente diálogo que mantienes con tu biografía, lo hacemos todos permanentemente, cuando estamos en vigilia y cuando estamos durmiendo, lo único es que no somos habitualmente conscientes. Es más, tener esta consciencia suele suceder cuando trabajamos en psicoterapia y, por ello, cuando tenemos un problema o nos sentimos mal. Lo ideal sería que no tuviéramos que estar mal y pudiéramos tener esta conexión y, así, saber de nuestro estado emocional, ya que este suele ser un eco de aquello que ya vivimos. Deberíamos aprender a mantener esta consciencia en momentos de bienestar, es fundamental perder el miedo a conectar con aquello que hemos vivido. Nuestra vida es un continuo y mucho de lo que hoy sentimos ya está grabado en el ayer.

Félix se quedó en silencio durante cuatro o cinco minutos, con los ojos cerrados, es como si estuviera mirando hacia dentro. Pedro ni se movió, se mantuvo en espera hasta que Félix decidiera hablar.

– A mí nadie me ha controlado nunca desde la muerte de mis padres. Yo me he controlado, pero nadie ha podido controlarme –expresó Félix.

– Me estás respondiendo a la pregunta que te he hecho antes, ¿verdad? –sugirió Pedro.

– Sí. Me has preguntado: ¿quién controla al maquinista? Y te respondo que a mí no me controla nadie, me controlo yo –dijo Félix.

– Lo que quieres decir es que nadie ha conseguido que cambiaras algo que querías hacer, es decir, nadie ha controlado tus conductas. Pero lo que te preguntaba al decirte, ¿quién controla al maquinista?, es si tú tienes control de tu propia maquinaria. Si sabes de ti tanto como para saber quién eres, si controlas el universo que tienes dentro y que te hace sentir de una u otra manera.

– Pero, ¿eso es posible? –preguntó Félix con evidente ofuscación–. Nunca me paro a pensar en cómo me siento. Quiero decir, cómo me siento de verdad. No he prestado demasiada atención a mis sensaciones sobre mí mismo.

 

– ¿Cómo te sientes ahora mismo? –dijo Pedro.

– Raro, incluso un poco mareado, pero tengo la sensación de que sentir lo que estoy sintiendo me hace bien, me saca del infierno en el que me encontraba desde que desperté en el hospital.

– No es necesario que sientas tanto sufrimiento en un proceso como el que tienes que vivir –reiteró Pedro, acercándose aún más a Félix–. El dolor a veces es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

– Claro, claro. Te agradezco mucho lo que has hecho por mí, Pedro. Me gustaría dormir, estoy cansado, tengo la sensación de que toda esta semana he estado luchando para no dormir, es como si permanecer despierto fuera necesario, ahora estoy agotado, quiero dormir.

– Por supuesto, amigo –expresó con una sonrisa Pedro–. Ha sido un placer, te visitaré dentro de un par de días. Y no olvides que en estos momentos tienes que hacer lo mismo que cuando conduces tu máquina, tienes que estar tranquilo y seguro, pero involúcrate con el equipo, en esta travesía no estás solo, nadie te va a molestar, nadie querrá que tú cambies; solo que estamos todos en el mismo tren y cada uno conduce su propia máquina. Descansa.

Y salió de la habitación, andando con sus zapatones de la manera más natural que pudo.

Según salía Pedro de la habitación, Félix le miro y sonrió, verle andar con esos zapatones, la peluca y la nariz en la mano era una situación un tanto grotesca y esperpéntica. Pedro sintió vergüenza, estar vestido de payaso nunca le había dado vergüenza, pero estar medio vestido es como si estuviera desnudo, abrió la puerta y mirando a Félix también sonrió. Fue como un sello que garantizaba un vínculo entre ambos.

Nada más salir de la habitación, con la sensación de haber conseguido abrir el hermetismo de Félix y, a la vez, de haberse desnudado por primera vez en muchos años, se dirigió al vestuario, se cambió lo que le quedaba de payaso y se vistió de Pedro, dirigiéndose al control de la planta. En él se encontraba Elvira, una enfermera con mucha experiencia en traumatología.

– Hola, Elvira –saludó Pedro–. ¿Me puedes localizar a Natalia o a Marta?

– Ahora mismo las llamo por el busca, ¿las esperas en el OCS?

– Bien, muchas gracias, Elvira. Allí las espero.

Pedro se dirigió hacia el OCS (Office of Clinician Support), que es la Oficina de Apoyo Médico, un lugar seguro, diseñado para hablar, para proporcionar un canal de comunicación entre los facultativos. En este lugar es habitual realizar reuniones clínicas y, también, compartir confidencias personales, se diseñó para estos menesteres.

Pedro conocía desde hacía muchos años a Natalia, que es psicóloga clínica y lleva en el hospital seis años, es una profesional que sabe trabajar en equipo y está muy especializada en el tratamiento del dolor. Marta es la psiquiatra que realiza las interconsultas del hospital y trabaja con aquellos pacientes que necesitan de una intervención con psicofármacos. Ambas habían visitado a Félix en un par de ocasiones, pero no habían conseguido un vínculo terapéutico. Pedro sabía que tenía que transmitirles su conversación con Félix y que, además, tenía que referirles que no había intervenido como payaso y sí como psicólogo.

Pedro tomaba un café, se encontraba muy nervioso, amaba desde hacía mucho tiempo a Natalia, pero en los últimos cuatro años era la primera vez que estaría delante de ella sin estar vestido de Escarabajo. Se abrió la puerta del OCS y entraron Natalia y Marta.

– ¡Oh, qué sorpresa, hoy no tenemos a Escarabajo! –dijo Marta mirando a Natalia–. ¿Qué nos cuentas, Pedro?

– Hola, Natalia y Marta –saludó Pedro con una sonrisa–. He estado visitando a Félix como payaso pero, en mitad de la conversación, me he dado cuenta de que el simbolismo de la felicidad no siempre es la mejor manera de llegar a un paciente y menos si éste tiene 53 años y un perfil de personalidad como el de Félix.

– Bien, cuéntanos –murmuró Natalia impaciente.

– Félix es una persona con una pérdida temprana muy importante, sus padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando él tenía 14 años. A partir de ahí, ha tenido tanto miedo de volver a unirse a alguien que no ha permitido que nadie le diga lo que tiene que hacer. Es maquinista de trenes y, en este momento, vive solo, tiene un hijo de 20 años al que no ve desde que se separó y, aunque tiene amigos, nadie que le eche en falta porque no aparezca unas semanas. Es aventurero, habitualmente viaja en su moto cuando no va en su tren; es como si, mientras se mueve, fuese libre. La sensación de permanecer en un lugar le devuelve al dolor que sintió ante la pérdida de sus padres.

– Buen trabajo, Pedro –señaló Marta–. ¿Crees que tenemos que medicarle?

– Me gustaría intentar seguir hablando con él, en muy poco tiempo me ha dicho cosas muy íntimas, se ha abierto, creo que podemos ayudarle con psicoterapia mientras esté en el hospital. Quería pediros permiso, yo sé que en este hospital mi ocupación no es quitarle los pacientes a Natalia.

– Por mí no hay ningún problema, Pedro –dijo Natalia–. La suerte es que nuestro payaso es psicólogo y, como dices, hay personas a las que la alegría, el absurdo y el pensamiento mágico les ayuda mucho, para eso está el payaso; sin embargo, hay otros pacientes que necesitan hablar de persona a persona y creo que tú has conseguido, quitándote la máscara, que él se pueda quitar parte de la suya. La pregunta que me surge es si otros payasos, no siendo psicólogos como lo eres tú, se involucrarían en algún momento con los pacientes de la misma manera que lo has hecho tú.

Se notaba que a Natalia no la hacía mucha gracia que se metieran en su territorio y, sobre todo, le dolía que algunas personas crean que pueden hacer psicoterapia desde cualquier territorio o profesión. Nadie, si no es médico, manda medicinas, pero, ¿cuántas personas sin ser psicólogos hacen psicoterapia? Aunque ellos lo llamen de otra forma.

Pedro sonrió a Natalia, sabía que se había pasado de sus funciones, pero estaba seguro de que si se volviera a producir la misma situación haría lo mismo. En realidad, Félix no se abrió con ellas dos y él lo había conseguido, no respetó del todo sus labores pero, en estos casos, los límites están para superarlos, siempre que el fin y los medios que se utilicen sean honestos.

– Bueno –dijo Marta–, pues a trabajar, que todavía me quedan unos cuantos pacientes que ver. Gracias por la ayuda, Pedro, nos vas diciendo. Natalia, te veo luego.

Natalia y Pedro se quedaron en el OCS solos. Entre ellos había algo más que amistad y la pequeña reprimenda estaba más condimentada por sus sentimientos hacia Pedro, que por la importancia de que en este caso ella no hubiese podido llegar a un paciente y Pedro sí.

Ambos estudiaron en la misma facultad. Natalia siempre fue un curso por delante; Pedro, en los primeros dos años de carrera no se dedicó mucho al estudio, estaba más encandilado por el teatro y el circo, de hecho, su proyecto como payaso surgió en segundo de carrera, curiosamente, a partir de ese momento no suspendió ninguna asignatura. Pedro tiene un año más que Natalia, en unos meses cumplirá treinta y cuatro, vive solo en un estudio de Madrid y no ha vuelto a tener ninguna relación seria desde que Natalia abandonó el piso en el que vivían juntos. A partir de ese momento solo se han visto en los pasillos del hospital, reuniones, pero no habían estado solos frente a frente en los últimos cuatro años. Natalia se fue sin decir los motivos, es como esa canción de Félix Crespo que canta María Aguado y que tiene por título “No por nada”, algunos de sus versos dicen:

Me escondí en mi pasión, como en una prisión,

condenada por quererte así,

sin tener que pensar, sin buscarme un disfraz

que me aparte de ti…

Un regalo tu voz, en tu boca un adiós

y en mi ser tu mirada…

No era noche de amor, me dijiste que no por nada,

si calla mi guitarra, solo se me escucha llorar,

no era noche de nada, no, por nada…

Siempre que se han visto, Pedro se ha preguntado por qué Natalia se fue, es todo un misterio, lo que sí sabe es que, a partir de ese momento, ninguno de los dos han vuelto a tener una relación que dure más de un par de semanas. Tras irse Natalia, Pedro se quedó en esa casa sin salir varios días y el día que salió, lo hizo vestido de payaso, ahí nació Escarabajo. Lo primero que hizo Escarabajo fue ir al hospital donde trabajaba Natalia. No fue difícil que lo admitieran, él no cobra por ese trabajo, es un voluntario más, que dedica dos horas tres veces a la semana. Cuando Natalia le vio aparecer se alegró mucho, aunque nunca se lo dijo, y ahora estaban solos, como si Félix hubiese sido la excusa para que estuvieran allí. Marta, que sabía la historia los había dejado solos, todo cuadraba.

– ¿Qué tal estas? –preguntó Pedro.

– Bueno, ahora mismo siento que la emoción es como un globo que se va hinchando dentro de mí.

Natalia estaba a punto de llorar y no quería, entonces dijo:

– ¿Qué hago con todo mi resentimiento, Pedro?

Pedro, con el rostro lleno de ternura y con toda su compasión pero, a la vez, con mil preguntas en la cabeza, le dijo:

– No lo sé.

Natalia, esta vez con lágrimas en los ojos, le preguntó:

– ¿Cómo me deshago del rencor acumulado que tengo en mi vida?

Pedro respondió:

– Cárgame a mí con tu resentimiento, colócamelo a mí. Te juro que no sé qué es lo que te he hecho, pero debe haber sido muy fuerte para que tengas tanta rabia dentro, deshazte de esa rabia colocándomela a mí. La rabia, como los kilos, son una constante en la tierra, cuando alguien adelgaza, inmediatamente, otra persona que está cerca, engorda; pues bien, cuando alguien se descarga de su rabia, de su rencor, de su odio o de su resentimiento, alguien que está cerca comienza a sentir lo mismo. En este planeta el peso y la rabia son una constante, es como la energía, no desaparece, se trasforma.

– Por eso he engordado diez kilos desde que te dejé, ¿verdad? Porque me estoy comiendo mi rabia –replicó Natalia en un tono de broma.

– Bueno, los kilos a veces los cogemos para que nadie se enamore de nosotros y, así, no hay peligro de sufrir por desamor –expresó Pedro, esta vez con un tono de ironía, atreviéndose a quitar una lágrima del pómulo de Natalia–. En este momento no me preocupa por qué te fuiste, pero sí me tiene asustado lo que te he hecho para que me tengas ese rencor después de tantos años.

– Representas todo lo que deseo de un hombre y, a la vez, eres todo lo que no quiero para mí como mujer.

– Pues, explícate –exclamó Pedro en tono de “no entiendo nada”.

– Cuando estoy contigo me siento feliz, me haces reír, tienes chispa, eres genial, tienes conversación, sabes escuchar, eres el mejor amante, pero pensar que tengo que vivir toda la vida contigo me ahoga, tú me haces feliz, pero no tengo la felicidad dentro de mí cuando estoy contigo. Quizás sea yo, no lo sé. La verdad es que, después de ti, con ninguno de los chicos con los que he estado he sido capaz de sentir lo que sentía contigo.

– Pero, ¿tú eres feliz en algún momento? –preguntó Pedro.

– Sí, claro que sí. Me siento muy feliz en mi trabajo, con mis viajes, mis congresos, saliendo al campo, nadando, hablando con mis amigos; quizás, lo que me hace más feliz es cuando algo sale bien en el hospital con un paciente; me siento feliz cuando me fumo un cigarro, me tomo una copa de vino, veo una película. Estoy feliz en muchos momentos de mi vida, pero no lo consigo con un hombre. No lo conseguí contigo, terminaste siendo quien me hacía feliz, pero no era feliz cuando no estabas a mi lado, me sentía mal, te convertiste en la fuente de mi felicidad, me sentía dependiente de ti y, por todo esto, sin saber qué decir, me marché. No tenía nada que decirte. Me fui para encontrar dentro de mí, para poder localizar de nuevo en mis adentros la fuente de mi felicidad. Cuanto más feliz me hacías, menos feliz me sentía si no estabas conmigo.

– ¿Y lo has conseguido?

– Ahora no me ahogo, no sufro. Me ahogaría si te viese solo como Pedro, si veo a Escarabajo no sufro, ya que representa esa parte de ti que me gusta tener cerca, aunque puedo vivir sin ella. Escarabajo es quien me hace gracia, quien me hace sentir bien porque es ocurrente, genial, distinto, incansable; es quien me da lo que sentía contigo cuando vivíamos juntos, pero no me roba nada.. Ahora, cuando estoy delante de Pedro, sufro. Porque, para mí, como un día escuché a Aritz Anasagasti: “lo importante no es con quién quiero acostarme, lo importante es con quién quiero estar después de acostarme”. Con Pedro me apetece acostarme y disfrutar pero, todo eso que es maravilloso, se convierte en un tormento al pensar que estaré dependiendo de él toda la vida; es como si me quedara sin vida porque se la entregara.

 

Pedro ya no podía más, tenía un dolor en el pecho muy fuerte; entre la conversación con Félix y ahora lo que había ocurrido con Natalia estaba en el límite, sentía que podía desmoronarse y no quería hacerlo en presencia de Natalia. Pedro amaba a Natalia desde la universidad, la amó mientras vivían juntos y cada vez que la veía seguía más colado por ella; de hecho, había inventado a Escarabajo para poder estar en el mismo hospital. Escarabajo, después de estos cuatro años de vida, ha hecho muchas cosas honorables y ha ayudado a muchos pacientes y, aunque ahora Escarabajo tenga una vida independiente de Natalia, los principios fueron los que fueron. Nació por ella, aunque ahora viva por sus niños.

Pedro se levantó, se acercó a Natalia y se dieron un abrazo que duró mucho tiempo, como si Pedro absorbiera la rabia de Natalia, como si hubiese un vaso comunicante entre ambos, de tal manera que, cuanto más triste se encontraba Pedro, menos rabiosa se sentía Natalia. Salieron del OCS, Natalia se fue hacia el pasillo que comunica con planta y Pedro, en sentido opuesto, dirección a la salida del hospital. Cuando iban a girar ambos miraron hacia atrás, Natalia levantó la mano izquierda, Pedro la derecha y dejaron de verse.

El día había sido duro para Pedro, tuvo que desnudar a Escarabajo para poder conectar con Félix y, en ese mismo día, después de cuatro años, se entera de que hacer feliz a la persona que ama es lo que hace que ella se vaya sin decir adiós, sin pensar en cómo se queda él o cómo podrá recomponerse. Todas estas ideas se agolpaban en su cabeza, se sentía como si le hubiesen apaleado, había sido infiel por primera vez a Escarabajo, que fue quien le sacó de casa cuando Natalia se fue. Sabía que había hecho bien con Félix, ya que era un asunto profesional. Pero con Natalia no; había escuchado mucha racionalización, todo un discurso que podría ser una teoría delirante de alguien que se siente bien cuando la fuente de su felicidad es un cigarrillo, una copa de vino, una película o su trabajo, es decir, es feliz por lo que hace, lo que consigue o posee, pero no cuando la fuente es el chico con el que está viviendo. Se preguntaba una y otra vez si Natalia tenía el concepto de felicidad mal enfocado, pero esta misma concepción de la felicidad que Natalia predica la tienen muchas personas, para más escarnio, muchas de esas personas son profesionales de la psicología, como Natalia, o son personas con una ocupación en la vida que tienen entre sus manos la salud y gestión de otras personas. Este tipo de felicidad es la felicidad objetiva, que aparece como consecuencia de los hechos, no es la felicidad subjetiva, que tiene más que ver con ser quien eres que por lo que haces, tienes o posees. Quizás nos han dicho que tenemos que ser felices sí o sí y que, si no te sientes feliz, es que algo va mal y, posiblemente, la felicidad sea un sentimiento más, solo uno más y no el más importante. Se repetía las palabras “te dejó porque la hacías muy feliz” y se prometió que estudiaría con rigor el concepto de felicidad. Cuando a Pedro algo le hacía sufrir, su forma de defenderse era estudiar la naturaleza del hecho que sufría y enseguida recordó que había leído en un trabajo de investigación que, curiosamente, en los países donde más índice de felicidad existe, por ejemplo, Noruega, es donde más suicidios se consuman.

Con toda esta tormenta en su mente, Pedro llegó a su casa y se metió en la ducha. Lloraba más que el agua que le caía por la espalda. Se fue a la cama, quería dormir, estaba agotado, esperaba que, como tantas veces, el sueño REM le ayudara a tener a la mañana siguiente, otra forma de ver la vida. Si era imposible paliar el dolor, al menos, que sufrir fuera una opción. Pese a acostarse y cerrar los ojos no pudo desconectar. Su pensamiento, en ese momento, fue consciente del permanente diálogo con su biografía, se repetía esta sentencia: “cuando alguien se encuentra bien contigo y le haces sentirse bien, si es en el ámbito profesional, todo funciona, pero si es en el plano personal, terminan abandonándote”. De hecho, le vino a la mente lo que le ocurrió cuando tenía diez años; estudiaba en un colegio público y ese año llegó una nueva compañera que parecía muy asustada, era una niña que vestía ropa distinta a los demás, se podía decir que era una niña “pija” y eso no era lo habitual en un colegio público de barrio. Pedro recordó cómo comenzó a jugar con ella. La chica cuando estaban solos era encantadora, pero cuando había otros chicos se volvía algo repelente, como si se trasformara. A punto de finalizar el año, Pedro se enamoró de ella como se puede estar enamorado a los diez años; la emoción que se siente es bestial, pero dentro de un escenario de miradas, juegos y cuchicheos, todo muy limpio e inocente. Un día se acercó a él una señora muy bien vestida y peinada, que salió de un coche muy bonito, era la madre de la niña y le dijo:

– ¿Eres Pedro, verdad?

– Sí, señora.

– Soy la madre de Verónica –que es como se llamaba esta niña– y quiero darte las gracias por lo mucho que has ayudado a mi hija.

Y fue en ese momento, tumbado en su cama, con los ojos cerrados, cuando fue consciente de lo que significaban esas palabras, hasta ese momento nunca las había recordado de esta manera. Esa mujer le dijo algo parecido a lo que hoy le había dicho Natalia, las dos le habían dicho que las había ayudado mucho, pero después las dos se fueron, una porque sus padres quisieron, la otra porque se sentía demasiado feliz con él. Ninguna había pensado en él, nadie fue capaz de preguntarse por un momento cómo le afectaría que esa niña se fuera del colegio o que su novia saliera un día del piso para no volver. Fue consciente en ese instante de que nadie tuvo en cuenta sus sentimientos; para más inri, Natalia seguía enfada con él y lo único que él había hecho había sido quererla y hacerla feliz, de tal manera que según ella expulsaba su rabia, él la recogía.

Igual que con esa niña, se sintió como un retrete donde las personas desalojan lo que les sobra y les hace daño y él lo recibe y se queda con ello. Y esto en el plano laboral es normal, ya que no es personal lo que está sucediendo entre el paciente y el terapeuta. El paciente expresa lo que le ocurre y el terapeuta es capaz de objetivar la solución; por lo tanto, es de lo que se trata. Pero, en el plano personal, quedarse con la miseria de los demás, para que luego te abandonen, es muy peligroso además de enfermizo. El patrón de las relaciones con los demás era: él escuchaba a la otra persona, la relación hacía mucho bien al otro y luego, sin más, desaparecía, sin tener en cuenta cómo eso pudiera afectarle.

Pedro pensaba que cualquiera debe aceptar que tu pareja te deje porque se le acabó el amor, porque ya no quiere seguir o simplemente porque ha encontrado otra persona. Nadie es dueño de la relación cuando uno de los dos decide romper. Pero es difícil estar preparado para que una relación de amor que produce felicidad en ambos se rompa, hacer muy feliz no puede ser un motivo para romper, es el mundo al revés.

Francisco J. Rubia dice muy bien en su libro “El cerebro nos engaña” que lo peor que puede ocurrirle a nuestro cerebro es no tener información, ya que el vacío de información culmina con llenar ese vacío con información que el cerebro se inventa, por lo que la manera de justificar que te dejen puede terminar en un discurso delirante lleno de incertidumbre, cuando no te dicen el motivo. Cualquier muerte de un ser querido es horrible, pero una de las más horribles es la desaparición del cuerpo de la víctima. No tener información de cómo murió la persona hace que nuestra mente invente formas que pueden ser infinitamente más trágicas de la que ocurrió en realidad.