La Emoción decide y la Razón justifica

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Capítulo 2

Saber habitar tu vida y así adueñarte de tu destino

Cuando no sepas qué hacer con tu vida,

puede que tengas que concluir con lo vivido

y, desde ahí, comenzar a vivir todo lo que te queda de vida.

R. Aguado

Estamos determinados por el tiempo y el espacio, todo lo que sucede se encuentra envuelto entre los ejes que separan el pasado del presente y este a su vez del futuro, además de las coordenadas donde residimos en el universo. Lo más difícil para ser líder es saber liderarse a sí mismo, por ello es importante mirar hacia dentro, descubrirse y reconocerse. Estamos condenados a convivirnos durante toda nuestra vida, ya que no podemos convertirnos en extraños de nosotros mismos y, por ello, saber habitar la vida que vivimos requiere de mucha capacidad de comprensión y aceptación personal.

La noche, como el invierno, congela las vivencias de tal manera que, si no entramos en ese periodo de reseteo que ocurre con el dormir, nuestro cerebro queda aferrado a lo vivido el día anterior y no podemos pasar página. Cuando hemos podido entrar en el sueño, cada estadio REM significa una oportunidad para poder metabolizar nuestras memorias traumáticas, así como todos los acontecimientos anclados como esquemas emocionales a nuestra biografía. Al soñar, en el primer plano de la escena mental, aparece el cerebro del reptil. Si reflexionamos sobre los reptiles y todos los animales de sangre fría, descubriremos que estos duermen pero no sueñan, sin embargo, los animales mamíferos, animales de sangre caliente, sí soñamos. ¿Por qué soñamos? simplemente porque la mente reptiliana sigue operando en nosotros. Los reptiles no tienen estado de sueño ya que para ellos esta mentalidad es su estado de vigilia, es decir, cuando nosotros dormimos las ensoñaciones son como el momento de vigilia del reptil. Esto quiere decir que nuestro cerebro de reptil está taponado por nuestro cerebro racional mientras estamos en vigilia, pero sigue funcionando cuando inhibimos con el sueño la parte racional y, por ello, entramos en secuencia onírica. Nuestro cerebro del reptil, que nunca duerme, coge las riendas de nuestra mente y es cuando emergen las ensoñaciones. El lenguaje del cerebro reptiliano es, por lo tanto, imaginería visual, todas sus comunicaciones están hechas por representaciones simbólicas visuales, todas con un significado concreto.

Siempre que realizamos un ritual o una ceremonia estamos comunicando con nuestro cerebro ancestral y reptiliano; también es propio de este cerebro la territorialidad y el deseo de poder, que se extiende mucho más allá de un trozo de tierra y que tiene muchas máscaras, como el racismo, la misoginia y cualquier conducta que tenga detrás la emoción asco. El asco es reptiliano. El asco es necesario en la naturaleza para no acabar contagiados con algo venenoso o peligroso para la salud; sin embargo, en el ser humano ha sufrido la mutación de tener asco a las personas por su color, raza, identidad sexual, físico, cultura o clase social.

Los reptiles no se emocionan, pero sí que tienen plataformas de acción, que son la antesala de las emociones. Las tres plataformas de acción de los reptiles son el ataque, la huida y la aversión, que son los escenarios que dan lugar en los mamíferos a las emociones básicas de rabia, miedo y asco. Por todo ello, cada vez que ritualizamos o hacemos una ceremonia estamos comunicándonos con nuestro cerebro del reptil, es como si el rito permitiera no solo metabolizar el hecho a nivel racional, de alguna manera también tiene que metabolizarlo a nivel reptiliano, de no ser así, en los sueños, nos vendrá la información aún no amortizada. Un ejemplo lo tenemos en los rituales de pérdida por muerte. Cuando un ser querido muere, sabemos que somos capaces de reconocer esta muerte y vivirla como tal en el plano racional desde los primeros momentos. Así, cuando nos preguntan qué ha pasado, podemos decir que ha muerto, pero también sabemos que, aunque seamos conscientes de su muerte, a otros niveles más profundos, al difunto lo sentimos vivo, siendo común tener lapsus verbales hablando en presente de la persona fallecida o manteniendo las cosas impolutas en su habitación durante meses, como si estuviéramos momificando sus pertenencias y con ellas su marcha definitiva. De esta manera, es muy frecuente que en sueños aparezca hablando con nosotros y siga estando vivo. Por esto necesitamos de los rituales y las ceremonias, para trasmitir a esta parte tan profunda de nuestro ser lo acontecido y poder metabolizarlo a este nivel. Este momento es fundamental para que la persona sienta que con ese sueño es cuando realmente ha asimilado el fallecimiento en todos los planos de su mente.

A la mañana siguiente Natalia, Pedro y Félix despertaron con la resaca que produce dialogar tan de cerca y de una manera tan consciente con su biografía. Cuando esta comunicación se establece a nivel del cerebro del reptil, mamífero y humano, se siente una especial luminosidad en la mente, es como si millones de neuronas que han estado desconectadas comenzaran a comunicarse entre sí, fluyendo “el darse cuenta” y con ello lo fantástico y atroz de la información. Félix había conseguido dormir siete horas seguidas después de bucear sobre su vida y su forma de vivir. De los tres, curiosamente, era el que menos tenía que perder, ya que en este momento no poseía nada estimulante en su vida. Puede parecer extraño, pero aquellas personas que tienen menos necesidades son habitualmente las más felices. La felicidad no está tan ligada a la meta como creemos, ni sucede cuando conseguimos lo que deseamos; precisamente, al conseguir algo somos menos felices que cuando planificamos o deseamos lo que queremos. En este momento Félix sentía la tranquilidad de aquel que no tiene incertidumbre, ya que nada peor puede pasar. Estaba solo, no tenía a nadie esperándole, ni que sufriera por su desgracia. Sus viajes, que eran lo único que le motivaba en los últimos años de su vida, tendrían que esperar durante una temporada. Por ello, por primera vez hizo lo que tantas veces le habían indicado y no había hecho, pidió utensilios para afeitarse y asearse él mismo, tenía todo el tiempo del mundo para realizarlo.

Natalia se despertó con la sensación de que algo no estaba totalmente cerrado en su mente. El análisis realizado la había dejado con la sensación de que en este momento no podía tener algunas respuestas, ya que aún había preguntas que no se había hecho. Se levantó y desayunó tranquilamente, tenía tiempo de sobra para poder mirar el despertar de Madrid desde el balcón de su estudio y luego se fue para el hospital con la intuición de que hoy sería un día muy especial.

Pedro se despertó después de apagar dos veces el despertador, estaba aturdido, es como si las horas de sueño hubieran pasado muy deprisa. Ese día tenía durante la mañana tres pacientes en su consulta y después, al mediodía, dos horas de hospital. Se levantó, decidió desayunar en una cafetería cercana a su consulta y marchó con paso firme, en su mano izquierda tenía el maletín, en la derecha su mochila con la ropa de Escarabajo dentro.

Cuando Natalia llegó al hospital se dirigió a la planta segunda donde se encuentra su despacho, cuando llegó a la recepción a recoger sus historias le estaba esperando una señora de unos setenta años que, al verla llegar, se levantó con una sonrisa y se dirigió hacia ella.

– Eres Natalia, la psicóloga, ¿verdad?

– Sí, dígame –le contestó Natalia con asombro.

– ¿No se acuerda de mí?

– Lo siento, ahora no caigo, ¿la conozco?

– No, no tiene que conocerme. Yo a ti sí que te conozco, y tanto, te vi nacer. Pero es normal que tú no te acuerdes de mí, además, ahora soy muy mayor, por no decir muy vieja.

– ¿Quién eres? –exclamó con ciertos nervios Natalia–. ¿Me vio nacer?

– Soy Mª Luisa y estuve cuidando de ti durante más de dos años, hasta que fuiste a la guardería. Tu madre tenía que irse al instituto y tu padre a las pocas semanas de que nacieras tuvo que embarcar.

– Pero bueno, Mª Luisa, dame un abrazo.

Lo que era un abrazo de cortesía al principio terminó siendo una fusión de dos cuerpos que se conocían, de dos pieles que se recordaban, es como si al oler a Mª Luisa, le llegara a Natalia un vendaval de sensaciones. Ella no podía acordarse de Mª Luisa, pero su piel sí y su olfato mucho más.

– ¿Y qué haces en el hospital? ¿Cómo sabes que trabajo aquí?

– Bueno, ya lo sabía desde hace tiempo, me lo dijo tu madre un día que pase por Sanxenxo. Nos vimos y estuvimos hablando mucho tiempo y ella me lo contó.

– ¿Qué te contó? –preguntó Natalia.

– Bueno, muchas cosas, ya sabes cómo somos las gallegas, nos contamos sin decirnos casi nada, pero entendí que estaba preocupada por ti. Y puesto que eres como una hija para mí, aunque no me recuerdes, me dije, un día voy temprano y a ver si podemos hablar.

Natalia en ese momento, sonrió. Cuando despertó sabía que hoy iba a ser un día especial, pero nunca hubiese adivinando que de pronto iba a visitarla la mujer que la cuidó durante sus tres primeros años de vida. En casa se había hablado de Mª Luisa, pero ahora que la tenía delante sentía algo especial por esa mujer, tenía una mirada limpia y sobre todo tenía tremendamente limpia la expresión. Era como si descubriera que era adoptada y tuviera a su madre delante, en este caso al revés, ya que siempre había tenido presente a su madre de sangre y ahora se presentaba su madre adoptiva. Tal como hablaba, en el tiempo que estuvo con ella, no fue simplemente una mujer que la cuidaba, había sido como una madre. De hecho, conociendo a su madre, no hubiese dejado que nadie sin ese perfil estuviera con su hija.

– Ahora tengo que visitar a unos pacientes en las habitaciones, pero si quieres comemos juntas.

 

– Claro, qué ilusión me hace oírte decir que quieres que comamos juntas. ¿Dónde quedamos?

– En la puerta principal del hospital a las 15.00 horas, después no tengo que volver hasta las 18.00 horas.

– Pues así quedamos, Natalia.

– Así quedamos, Mª Luisa.

Y se dieron dos besos y un abrazo, esta vez apretándose con las manos y los codos, la una sobre la otra. Se miraron una vez más y se dijeron hasta luego.

Una vez afeitado y aseado, a Félix parecía que le habían quitado diez años de encima. Entró López, uno de los enfermeros que estaba de mañana en la planta de trauma.

– Por Dios, qué te ha pasado Félix, si tienes cara y labios, antes todo eran pelos sobre pelos. Qué bien te veo. ¿Cómo estás esta mañana?

– Bueno, no me puedo quejar, el dolor de la pierna me acompaña fielmente, qué más puedo desear.

– Puedo darte un calmante, lo tienes pautado si lo pides.

– No, por el momento el único calmante que quiero es a Escarabajo, ¿sabes si vendrá hoy por el hospital?

– Sí, he visto en el cuadrante que viene este mediodía, ¿quieres que le diga que te visite?

– Sí, por favor, necesito hablar con él, si no tiene ya el día ocupado.

– Escarabajo está aquí al mediodía hablando con el Sr. Félix, faltaría más. Me pone muy contento verle este cambio que ha tenido, Félix. Todo el equipo se va a alegrar cuando se lo diga, nos tenías preocupados. Bueno, la tensión está mejor, estos días de atrás la tenías muy baja, y la temperatura, fenomenal. Lo dicho, nos vamos viendo. No te vayas.

– Cachondo, decirle que no se vaya a un tío que tiene una escayola hasta el sobaco... Muchas gracias a ti, López, muy amable.

Es curioso, al cerrar López la habitación, Félix sintió un golpe de soledad, ayer le molestaba quién pasaba por la puerta y hoy el hecho de que López se marchara, después de hacer su trabajo, le hizo sentir cierta angustia por encontrarse solo. Fue entonces cuando pensó que, cuanto mejor se encuentra uno, más sufre, de tal manera que hay un momento en la depresión en que el sufrimiento no existe. Cerró los ojos, siguió pensando en su pasado y se dijo que iba a seguir dialogando con su biografía. Y en ese momento entró de nuevo López. Se asustó, ya que cuando conectaba con su biografía es como si entrara en una especie de trance.

– Félix –dijo López– tenemos un pequeño problema que queremos decirte antes de nada.

– ¿Qué ha pasado? –exclamó Félix.

– No tenemos habitaciones, hasta ahora te hemos dejado solo porque te veíamos muy mal, pero ha ingresado un señor encantador que se ha roto la cadera y tenemos que darle esta habitación, te lo quería indicar, porque en diez minutos lo traemos.

– Gracias, López, qué voy a decirte, pues que venga el buen señor, intentaré ser su mejor compañero de fatigas.

– Gracias, Félix. Ahora lo traemos.

Félix se alegró, ya no iba a estar solo, es como que las cosas pueden suceder cuando realmente las deseas, él siempre había deseado estar solo, la gente le agobiaba y eso es lo que había ocurrido. El primer día que siente la sensación de soledad, aparece un vecino de habitación. Posiblemente sea todo casualidad y es eso precisamente lo que tenemos que intentar, que la casualidad se parezca a nuestros deseos. Cerró los ojos y quiso volver a dialogar con su biografía, esta vez más deprisa por si luego no podía. Lo primero que le vino fue su hijo Abel, le veía cuando tenía dos años y llegaba a casa, entraba en su habitación y el niño estaba dormido. Sintió mucha rabia y tristeza ya que no se acordaba de su cara ni, por supuesto, sabía la fisionomía que tendría en este momento. Comenzó a llorar, hacía años que no lloraba, quizás nunca había llorado y, en ese momento, descubrió la importancia de la tristeza como emoción básica y lo pertinente que es estar triste cuando la situación lo requiere. Estaba descubriendo que no existen emociones negativas, solo existen emociones positivas, algunas desagradables cuando se sienten pero, si están adaptadas a la situación que se vive, son todas adecuadas.

– Buenos días –replicó el celador que traía a Ismael, un señor de 74 años al que le habían operado esa noche de una cadera después de una caída tonta en la cocina de su casa.

– Ya no estás solo –dijo López, que acompañaba a Ismael para dejarle conectado el suero y demás apósitos–. Te traemos una joyita de hombre para que podáis soldar esos huesecillos que tenéis averiados –siguió con su gracejo cordobés.

Cuando López terminó de realizar todos los trabajos y le explicó a Ismael lo que tendría que hacer si se encontraba mal o necesitaba alguna cosa, se despidió, como si dejara a dos tortolitos solos en una cita a ciegas. Ismael es padre de dos hijas, su mujer murió hace dos años. Desde entonces se niega a estar con sus hijas, ellas viven en Argentina y “yo aún me valgo bien”, les dice. No quiere ser un estorbo, además, desde que se jubiló es un hombre muy estudioso, su entretenimiento es rodearse de libros científicos y escribir. Hasta el momento ha escrito doce libros, sobre todo de temas que tienen que ver con lo que era su profesión, biología y neurología. Estuvo trabajando casi toda su vida de biólogo para la Universidad de Maimónides (Argentina). Al enviudar llegó a España y no ha parado de interesarse por todos los descubrimientos neurológicos de la actualidad. Su hobby es leer todos los artículos que caen en sus manos, es socio de revistas como Behavioral and Brain Sciences, Nature Neuroscience y Nature Medicine, Journal of Neuroscience, Neuron, The Lancet o Science.

Desde la muerte de su mujer es la segunda vez que se cae o, como él dice, se resbala. En esta ocasión tuvo la mala suerte de no poder agarrarse y cayó de costado rompiéndose la cadera.

– Buenos días, compañero, me llamo Ismael.

– Buenos días, yo Félix. Por lo que veo se ha fastidiado usted la cadera.

– Sí, esta vez he copado bien. Hasta que no me he visto encamado no he parado, me caí hace unos meses, pero esta vez ha sido la de verdad.

– Bueno, pues aquí estaremos para pasar juntos nuestras caídas –exclamó Félix.

– No quiero ser un meterete para ti. Mis hijas dicen que platico por los codos, por lo tanto, sé sincero conmigo, cuando no tengas ganas de platicar me lo dices.

– No te preocupes tu acento argentino me divierte. ¿Eres argentino?

– Bueno nací en España, aquí en Madrid, pero después de mi licenciatura me fui a yugar a la Argentina y allí estuve hasta que me dieron la carta. Mis hijas quedaron allí pero, después de esta caída, vendrán en unos días.

– Pues nos hemos juntado dos solitarios. ¿Tienes familia en España? –insistió Félix.

– Después de la muerte de mi esposa, murió va a hacer dos años, vivo solo, pero tengo una mujer que me asiste divino y luego tengo ñeris de la universidad que seguimos viéndonos muy a menudo.

– Hay cosas que no te entiendo Ismael. ¿Qué es un ñeri?

– ¡Ah! perdona, se me van las palabras al argentino. Ñeri es un amigo íntimo, yugar es trabajar y copado es resbalar. Ya no me pasa, hablo perfectamente español, pero es que cuando estoy a gusto me salen las palabras de allí. Perdóname.

– Nada Ismael, suenan muy bien, pero solo que no me enteraba, habla como quieras –dijo Félix disculpándose–. ¿Y qué hacía usted en la Universidad?

– He investigado todo lo relacionado con los neurotransmisores que dan soporte a las emociones básicas. He trabajado durante 20 años lo que ocurre en nuestro cerebro cada vez que nos emocionamos desde el punto de vista bioquímico y cómo eso repercute en la salud.

– Vaya, somos al final bioquímica –sugirió Félix.

– Bueno, somos todo lo que somos y, entre otras cosas, somos reacciones químicas. La química está en todos los lugares y en las cosas más cercanas a nosotros. Por ejemplo, Jesucristo fue un gran químico cuando convirtió el agua en vino. Los grandes cocineros actuales son bioquímicos de primera. El amor y la naturaleza son dos grandes fábricas de química. Según la química que en este momento se está movilizando en tu cerebro, así te estas emocionando y esto incide en que me consideres un amigo, un sabio o un coñazo de viejo. Si me consideras tu amigo te encuentras en acetilcolina, si me consideras un sabio tienes una mezcla de dopamina con serotonina y si me consideras un viejo que no para de hablar estarías en noradrenalina con dopamina.

– No me lo puedo creer –se incorporó Félix–, es interesantísimo. Por lo tanto, lo que sentimos necesita de una química en nuestro cerebro.

– Sí, más o menos. Si quieres yo te explico sin ningún problema lo que hoy se sabe en ciencia. Ni tú ni yo nos vamos a ir de esta habitación en unos días, solo que no querría aburrirte.

– Se lo ruego –insistió Félix incorporándose aún más.

– Hay pocas cosas que son ciertas 100%, bueno, pues una de ella es que vas a tener que convivir contigo el resto de tu vida. ¿Estás de acuerdo, Félix?

– Claro, así es, no hay duda –asintió Félix.

– Pues quizás es a lo que dedicamos menos tiempo en aprender. Saber habitar tu vida y, así, adueñarte de tu destino debería ser la enseñanza fundamental en cualquier escuela desde que somos pequeños, incluso en la familia deberíamos realizar esta enseñanza.

– ¿Y no lo hacemos? –preguntó Félix.

– No con conocimientos científicos. Es habitual que muchos de nosotros sepamos lo que tenemos que hacer para llevarnos bien con nosotros mismos. De hecho, se han escrito muchos libros sobre la importancia que hay en llevarse bien con uno mismo. Pero una cosa es saber lo que hay que hacer y otra ser capaz de hacerlo.

– Guau, esa es buena. Lo importante no es saber lo que hay que hacer sino ser capaz de hacerlo. ¿No somos capaces de hacerlo? –insistió Félix.

– Creo que la evidencia nos dice que no. En la mayoría de los problemas, lo que nos hace sufrir no es en sí la naturaleza del problema. Sufrimos porque nos enojamos con nosotros, nos hacemos trampas, sentimos miedo e inseguridad de nuestras posibilidades, dependemos de lo que nos rodea e, incluso, dejaríamos todo lo que hoy colocamos como bienes supremos, como la familia, los hijos, el trabajo, la comida, la bebida, incluso el sexo, si tuviéramos un artilugio que nos diera placer en nuestro cerebro.

– No me lo puedo creer, tan tontos somos –aseveró Félix.

– No es cuestión de ser tonto o listo, es simplemente que tenemos distintos motores que nos mueven, algunos muy alejados de nuestra voluntad. Por lo tanto, si no sabemos que existen, podemos caer en una inercia en la que no seamos capaces de llevar un mínimo las riendas de nuestro destino –sentenció Ismael.

– Es alucinante, ponme un ejemplo, por favor.

– James Olds y Peter Milner, en 1953, colocaron un electrodo en una zona del cerebro de una rata que, posteriormente a este trabajo, se denominó circuito de gratificación de recompensa. Descubrieron que si se la daba la oportunidad de estimular este circuito pulsando una palanca, la rata pulsaba una y otra vez la palanca a pesar de hacerse heridas en las patas. Prefería seguir estimulándose a comer estando hambrienta, beber estando sedienta o tener relaciones sexuales en fase de celo. Esta misma respuesta se ha podido observar en humanos en experimentos muy poco éticos y desde el punto de vista científico repugnantes, como los realizados por Robert Galbraith Heath desde el departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad Tulane de Nueva Orleans, donde demostró, entre 1948 y 1980, que personas que tenían implantados electrodos en zonas del circuito de gratificación de recompensa como el septum, si podían autoestimularse con un dispositivo, dejaban de lado labores como estar con sus hijos, asearse, comer, beber o tener relaciones sexuales.

– O sea, en nuestro cerebro hay un circuito que si lo estimulas te sientes tan bien, que pasas de todo lo que te rodea –casi gritó Félix.

– Exactamente, ese circuito está formado por varios núcleos o estructuras cerebrales. Algunas de ellas, cuando se estimulan, nos producen una sensación de placer tan alta que se han denominado centros del placer. De hecho, siempre que cualquiera de nosotros siente placer es porque este circuito y estos núcleos se han activado.

– Es decir, las cosas que vivimos pueden activar este circuito, ¿pero también se podría hacer si pusiéramos un electrodo?

– Exactamente, el placer habitualmente lo producen las cosas que hacemos, pensamos o sentimos, pero esnifando cocaína también podemos sentirlo. El motivo es que la cocaína produce una elevación de un neurotransmisor que activa este circuito, se llama dopamina.

 

– Pero estos científicos se lo callarían, porque para qué queremos saber que podemos ser autómatas si nos operan y nos están dando chutes en ese circuito. Nos convertiríamos en una especie de autómatas dependientes.

– Bueno y qué diferencia hay con un adicto a la coca, heroína o un jugador compulsivo o una persona que tenga una dependencia emocional. Toda Adicción crea un autómata que lo deja todo por seguir estimulando el circuito con su droga, conducta o relación.

– Me dices –prosiguió Félix– que este descubrimiento sirvió de algo para la ciencia.

– Mucho, Félix, dame unos minutos y te lo explico… sirvió para muchísimo…, es más, ha sido uno de los hitos que explican nuestro comportamiento y nuestra forma de vivir en estos momentos.

Ismael cogió el vaso de agua que tenía en la mesilla, bebió y comenzó a darle a Félix toda una clase magistral de la importancia del descubrimiento del circuito de gratificación de recompensa. Así, hoy sabemos cómo podemos convivir mucho mejor con nosotros, habitarnos de forma más sana y, por ello, tener alguna oportunidad para decidir nuestro destino. Ismael dijo:

– En aquellos momentos era difícil asimilar que el cerebro pudiera sentir placer, la teoría dominante indicaba que el cerebro se excitaba solo cuando sentía dolor o peligro, por lo tanto, aprendíamos evitando. Olds señalaba que hasta su investigación “el dolor ofrece el impulso y el aprendizaje basado en la reducción del dolor proporciona la dirección”, la recompensa o el placer no estaban en la cabeza de los investigadores, la zanahoria aún no se había inventado, solo el palo. Los estudios de estos dos investigadores, bajo la dirección de Donald Hebb, demolieron la creencia anterior centrada en el castigo y demostraron que la conducta está tan impulsada por el placer como por el dolor. Este hallazgo del placer como un atributo esencial humano nos puede sorprender en este momento, como si estuviéramos manifestando un conocimiento de Perogrullo pero, en realidad, significó que entendiéramos el comportamiento de los adictos, lo mal que lo estamos haciendo al incidir tanto en colocar como sentimiento esencial la felicidad y, sobre todo, ha servido para que sepamos qué zonas de nuestro cerebro tenemos que activar si queremos salir de una depresión o la importancia que tiene para ser feliz que la estimulación no sea tanto externa como interna.

– ¿Me dices que buscar la felicidad no es del todo bueno? –preguntó Félix.

– Bien, a esta pregunta te contestaré más tarde. Ahora quiero indicarte que todos estos conocimientos han sido necesarios para poder realizar sociedades democráticas y permitir que la sociedad del bienestar sea posible. Con la teoría del dolor y el sufrimiento como única vía de aprendizaje, la población no podía sentir placer, el único placer que existía era la pérdida del dolor y eso impedía que se quisiera tener una vida plena, por lo que la democracia no podía suceder. Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando surgió la posibilidad de que todos teníamos derecho a ser felices, a vivir en los últimos escalones de la pirámide de Maslow. No obstante, aún hay mucho por hacer, han quedado aún muchas secuelas de aquella teoría en la que el dolor y el sufrimiento era lo único posible que podía sentir nuestro cerebro ya que, a día de hoy, aún sigo escuchando en ilustres autores que existen emociones negativas, cuando deberíamos haber cerrado este debate sabiendo que las emociones básicas son todas positivas en el sentido de que nos ayudan a sobrevivir; algunas son desagradables cuando se sienten, pero nunca negativas. Por ejemplo, sentir miedo ante un toro que corre hacia nosotros es muy positivo, ya que nos ayuda a huir y subirnos a un árbol. El miedo siempre es desagradable o displacentero, pero sentirlo es muy positivo porque nos salva la vida. Si seguimos indicando que hay emociones negativas a la comunidad, de alguna forma, mantenemos como presente la teoría añeja del dolor como base de activación del cerebro y colocamos la evitación del sufrimiento como base del aprendizaje. Y es que, en realidad, el descubrimiento de que el ser humano podía sentir placer directo ha sido una de las revoluciones sociales y, por tanto, del ser humano. Algo esencial, aunque muy pocos han hablado de ello.

– Visto así, es curioso –verbalizó Félix, cada vez más impresionado de todo lo que estaba aprendiendo en un hospital– ¿Entonces antes de la Segunda Guerra Mundial no existía la felicidad?

– La felicidad es el sentimiento principal de una emoción básica llamada alegría. La alegría es una emoción que, como todas las emociones básicas, está en el genoma humano, es decir, no se aprende a sentirse alegre. Todos los mamíferos somos mamíferos por poder emocionarnos, la naturaleza las eligió para que pudiéramos sobrevivir. Las emociones básicas no han cambiado en la evolución, son iguales para todas las culturas y en todos los tiempos. Lo que cambia, y eso sí que lo aprendemos, es dónde nos emocionamos cada uno de nosotros. Me explico. Félix, cuando tú tienes miedo, rabia o alegría del 7, en tu cerebro pasa lo mismo que cuando cualquier otro ser humano del siglo V tenía miedo, rabia o alegría del 7. Ahora bien, lo que es distinto y depende del momento histórico es la cultura en la que nos encontramos y el perfil de la persona, para que unos tengamos miedo, rabia o alegría del 7 ante unas situaciones y otros en otras.

– Y qué es eso del 7 –exclamó Félix.

– Bueno, no es solo importante la emoción que tenemos en cada momento, también es importante su intensidad, si colocamos niveles de intensidad del 0 a 10, no es lo mismo un miedo del 3 que del 8.

– Entonces, ¿qué ocurre cuando sentimos felicidad en nuestro cerebro? –insistió Félix.

– Cuando sentimos alegría o felicidad tenemos un chute de dopamina en el circuito de gratificación de recompensa –continuó Ismael–. De hecho, si no existe este torrente de dopamina no nos sentimos alegres o felices. Por ello podemos decir que siempre que este circuito se activa es cuando nos sentimos felices. Ahora bien, si lo que lo activa es una acción adictiva, aunque el sujeto que lo siente tenga bienestar, la alegría ha mutado y se ha convertido en euforia, excitabilidad, exaltación, disociación, locura… No depende tanto del nivel de dopamina, sino de lo que hacemos para que esto se produzca. Por esto es peligroso poner como meta la felicidad en las personas, ya que muchas veces si la felicidad es la meta, es el objetivo, para conseguir este sentimiento podemos coger atajos, como todos los que te he estado mencionando. Imagínate que alguien es feliz porque su equipo de fútbol gana una copa. Para sentir esta sensación de felicidad puede comprar al árbitro o si queremos aprobar un examen, copiamos del compañero. Cuando la meta es lo importante y los medios para alcanzarlo no, se pierde el valor ético, pero la sensación de bienestar sigue estando vigente. Quien toma una raya de coca se siente bien, igual que aquel que aprueba un examen por su esfuerzo, pero lo que ocurra en sus vidas después va a ser muy distinto en uno que en otro.

– Guau, alucinando me tienes, Ismael, comprendo muchas cosas, incluso muchas cosas personales, no sabes lo que me está gustando tu explicación –hablaba Félix como si estuviera viviendo una película en su cabeza mientras decía lo que decía.

Ismael volvió a beber un poco de agua y le indicó a Félix que ahora respondería a su pregunta anterior sobre si la felicidad no era siempre buena.