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Marino: No, no, no, la tendencia que se vive acá es diferente. Acá tenemos otros problemas.

Eduardo Ábalos, Marino. La cosa es que un grupo de punks del 25 de Gran Avenida se enojaron con la entrevista, porque para ellos si un punki salía en Sábados Gigantes era un punki al peo. Y el Larach fue semanas después a un concierto y se encontró con ellos.

Claudio Larach, asistente habitual. Fue en Serrano 444. Yo andaba con un piño, que justo salió a comprar copete. Entonces la parte de delante de la tocata se abrió, así como un abanico, y se me vinieron encima todos los hueones. Yo alcancé a sacarme el cinturón, que tenía una cadena en la punta, pero me masacraron. Un cabro, al que le decían Juanca, me apuñaló en el pulmón. Me llevaron muriendo al hospital.

Carlos Toledo, DJ. Fue heavy. Pasó un poco el tiempo y Larach se hizo electrónico, bailaba con plataformas y pantalones plateados arriba de los cubos, ¿cachái? De repente, pum, desapareció. Y no apareció más. Eso pasa en la Blondie: veís gente por años todos los fines de semana y después se los traga la tierra.

Claudio Larach, asistente habitual. Agarré toda la movida de la electrónica en Chile, los comienzos. Me fui a España, a Barcelona, viví en la calle, fui okupa, me tomé un edificio. Volví, gané mucha plata, me metí demasiadas drogas, me fui al chancho, casi me morí y ahora vivo en la cordillera, de Linares hacia adentro, sin internet, sin tele, al borde de un río, cultivando mi lado espiritual.

Arturo Fuenzalida, DJ. Puta, yo en cambio, después del servicio pasaba encerrado en la casa porque salí medio desconectado. Si es rara la situación igual: muchos quedan cagados, como que perdís un poco la inocencia rica de niño después de haber disparado un arma. Bueno, Marino, que estaba trabajando en la Melody –puta la disco punchi punchi, flaite, para qué andamos con huevadas–, me dice “tenís la media pinta, quédate acá en la entrada”. Yo andaba con pantalones de cuero, era delgadito, alto. La hueá es que me ponía en la puerta y parecía un militar culiao... Quiero un cenicero. ¿Es un cenicero esa hueá? Un día, año 93, no sé qué hueá pasó con los equipos de la Melody y el dueño me dice “oye, ponte algo”. Te estoy hablando de una época que se ponía música con dos equipos, con casetera. Entonces estaba sonando Michael Jackson y yo justo meto Ace of Base y la discoteque: “Ohhhhhh”. Quedó la cagada. Fue mi primera vez. Nunca pensé que iba a ser diyéi, no como la mayoría, que quieren serlo por la fama. La palabra diyéi es súper fuerte, es súper linda, súper egocéntrica. Están en el negocio de la imagen esos hueones, no de la música. Venden cómo se ven. Arturo no, po.

Eduardo Ábalos, Marino. El Arturo me recuerda a Emilio Antilef, el niño poeta. Es buena persona, no es arrogante.

Arturo Fuenzalida, DJ. A los matrimonios a mí nadie me invita, ni a la comida, porque los hueones saben que soy un elemento distractor, ¿cómo te explico? Un punto de atracción. Yo trato de pasar piola, bajar la cabeza. Pero después se dan cuenta de que uno es diyéi y termina pinchando con la más rica. Tenía atados. La novia me termina mirando más a mí que al hueón con que se va a casar. Mira cómo como, cómo fumo, ¿cachái? Por esto trato de no lucirme mucho.

Eduardo Ábalos, Marino. Es una persona muy noble. No te miente nunca.

Arturo Fuenzalida, DJ. Marino es un demente. ¿Te contó que fue go-go dancer? Es muy rara esa hueá. ¿Te contó?

Eduardo Ábalos, Marino. Una vez estaba en el Teatro Esmeralda y conocí a un diyéi que me llevó a audicionar para go-go dancer en la Loft, que era como se llamaba la Búnker en ese tiempo, en Bombero Núñez.

Juan Luis Salinas, periodista. Le da vergüenza. Hay un trauma ahí. Yo sé qué puede ser.

Eduardo Ábalos, Marino. Había ocho go-gos en la audición, en plena fiesta, pero se cansaban a la segunda canción, yo en cambio bailaba toda la noche, porque venía del mundo de la construcción, practicaba kung fu: me podía colgar del empeine bailando al revés. Y me quedé ahí, ganaba mis pocas lucas, pero el dueño de la disco me terminó echando, porque juraba que todos los que bailábamos ahí éramos parte de su harén: les tomaba la mano, lo besaban, lo acariciaban, pero yo no lo hacía, porque no me interesaban los gays. No era mi onda.

María Elena Ábalos. Yo a los quince ya era punk y lesbiana. A la antigua, de pelo corto, porque en esos años uno pensaba que para ser lesbiana había que ser como un hombrecito. Me juntaba en Bellavista, en Pío Nono. Ahí conocí a los Pinochet Boys: cuicos, rubios. Íbamos a La Portada de Vitacura a una disco, pero no nos dejaban entrar porque andábamos de mohicanos, abrigos largos y bototos. Veíamos y veíamos salir gente y nadie se veía como nosotros. Mi hermano debe haber tenido catorce, pero sintió eso. Nunca lo va a reconocer, pero le debe haber llamado la atención. No nos llevábamos muy bien con mi hermano; él es más rígido, yo soy géminis. Él era más controlado, yo era muy loquilla, callejera. Le llené la casa a mi mamá de travestis, de putas que conocía. Metí el mariconeo a la casa. Mi mamá y mi hermano quedaban traumados. Por eso me extrañó cuando supe que bailaba de go-go. Me sorprendió mucho, era como ¿de adónde?

Eduardo Ábalos, Marino. Bailé de febrero a abril del 94. Me echaron porque una noche dejé la fiesta a la mitad; un diyéi de ahí, de la Loft, me dijo que lo acompañara a bailar a otra fiesta, me dijo que era en el cine Alessandri.

René Sánchez padre. Yo era muy feliz en el Carrera. Siempre me preguntan: “Don René, ¿no le molesta trabajar de noche, con los ruidos, la música, el trasnoche, los carabineros, los inspectores?”. ¿Y sabe lo que les digo? Para mí eso no es un trabajo, es un placer. En el Carrera abríamos a las cinco de la tarde y cerrábamos a las seis de la mañana. Podían entrar hasta tres mil personas en rotación. No me cabían más billetes en los bolsillos, las vacas estaban más gordas que nunca. Ahí apareció el gran Lucho Catalán. ¿Lo conoce, supongo?

Los Psicópatas de la Risa, 1983

Luis Catalán: A veces me dan ganas de salir a entregar los ovarios al primer hombre que pille (risas).

Jorge Franco: ¿Pero cómo?

Luis Catalán: Me voy a operar para ser vedette.

Jorge Franco: ¿Te vas a operar, María Celeste?

Luis Catalán: Tengo un convenio con SERMENA.

Jorge Franco: ¿Cómo es eso?

Luis Catalán: A medida que voy pagando, me van a ir cortando (risas).

René Sánchez padre. Él trabajaba con el Náufrago, con Jorge Franco, con Guillermo Bruce, toda la vieja escuela de los cómicos, la época dorada del humor.

Los Psicópatas de la Risa, 1983

Jorge Franco: Te agradezco y te aplaudo que seas tan patriota, María Celeste.

Luis Catalán: Yo soy gurka criolla.

Jorge Franco: Ah, tú eres gurka.

Luis Catalán: Les hago un meneo de poto y les corto las patas.

Jorge Franco: No puede ser.

Luis Catalán: Con los hombres que intentan atacarme en la noche, debajo de cualquier farol, me pongo más violenta que la cresta. Me les entrego altiro.

Jorge Franco: Esa hueá no es chiste por si acaso. Está cada día más maricón este hueón.

(risas).

René Sánchez padre. Entonces Catalán, que tenía muchas amistades por la zona de la Alameda, me dice: “¿Ha visto el cine Alessandri? Hablé con el dueño y me dijo oye, no está oficialmente en venta, pero si tu amigo del Carrera hace una oferta puede que lo venda”. Así que partí donde Fortunato.

Fortunato Morales, exfutbolista. Me llamo Fortunato, porque mi padre se llamaba Fortunato y porque mi abuelo se llamaba Fortunato. Es una tradición familiar, pero también era un nombre muy común en esos años, como Jonathan ahora. Tenía un cuñado que me invitaba a los estrenos del cine Alessandri. Yo era fanático del cine, soñaba con esas películas. Sucedió que en una de esas idas para allá, en la boletería decía Necesito joven junior, de 1:30 en adelante. Me calzaba con el colegio, así que hablé con la señora Edulia, que era la administradora, y me puse a trabajar. Era una sala hermosa, de 480 butacas, solo estrenos. Competía mano a mano con el cine Lama, el Rex, el Huérfanos. Fui acomodador, hacía los depósitos, llevaba encargos. El asunto es que un día un señor de la Fuerza Aérea me dijo que tenía buen porte, que por qué no entraba a la Escuela, así que entré y estudié la carrera de mecánico tripulante. En ese momento empezaron a pasar algunos factores muy relevantes en mi vida, que marcaron lo que vino después. Por ejemplo, en esos años la Fuerza Aérea creó un equipo de fútbol profesional: Aviación.

Luis Reyes, estadístico. No me suena, voy a revisar.

Fortunato Morales, exfutbolista. Entonces me liberaron de todas mis funciones como mecánico para dedicarme completamente al equipo de fútbol. Era defensa central. Me tocó, por ejemplo, estar en la inauguración del Estadio Monumental.

Luis Reyes, estadístico. Lo encontré. Lo tengo en un partido en 1974 y dos en 1976. Dos autogoles en ese último torneo.

Fortunato Morales, exfutbolista. Después me mandaron a Audax Italiano a foguearme, el 75. Llegué a estar en la selección juvenil y en la preolímpica. Una semana antes de viajar, en Santa Laura, me pegaron un planchazo en la rodilla y me abrieron los ligamentos. Una distensión, dijeron. Estuve dos meses con yeso, imagínese. Después me peleé con unos comandantes en Aviación y me mandaron a jugar a segunda, a Colchagua.

Himno de Colchagua Club de Deportes

En las alas ruidosas del viento,

bulle un canto armonioso y triunfal;

Deportivo Colchagua es baluarte

de entereza, de acción y amistad.

Huaso equipo, plantel colchagüino

de alma grande y de gran corazón.

 

Hoy aflora tu nombre en mis labios

como emerge del tallo una flor.

Fortunato Morales, exfutbolista. La cosa es que un día nos llama el presidente del club y nos llevó a su fundo. Fuimos todo el plantel, incluido mi amigo Lizardo Garrido; él jugaba de 3 y yo de 5. Para el almuerzo sirven chancho, un asado de camaradería. Al día siguiente empezamos a tener fiebre. Los médicos del equipo nos llevan al hospital de allá y nos dicen que estamos con gripe, nada grave. Nos fuimos a jugar a Arica, pero no podíamos correr, no nos funcionaban las piernas. Nos llevaron de emergencia al Barros Luco y ahí detectaron que dieciocho jugadores teníamos triquinosis.

Diario La Región de San Fernando, 10 de julio de 1979

8 jugadores de Colchagua afectados de triquinosis

Medio equipo del Colchagua está “lona” por haber comido cerdo afectado de triquinosis.

Fortunato Morales, exfutbolista. Era una enfermedad muy complicada, te come la musculatura, después andái a puros tirones.

Diario La Región de San Fernando, 17 de julio de 1979

Jugadores enfermos del Colchagua se recuperan

En forma extraoficial, por ahí por el correo de las brujas, tuvimos conocimiento que poco a poco se van recuperando de su enfermedad de triquinosis los jugadores del Colchagua.

Fortunato Morales, exfutbolista. Tuve que retirarme. Éramos medios tontorrones, porque pudimos haber demandado al club. En fin, todos terminaron sus carreras, pero ¿sabe quién se salvó? Lizardo Garrido. Justo antes de que empezaran a servir el chancho lo fue a buscar un auto, porque su señora estaba dando a luz. Siempre les he dicho a mis amigos “la suerte de los campeones”, pero yo llegué hasta ahí no más. Lo bueno es que fue siempre con doble sueldo: me pagaba la Fuerza Aérea regularmente y además recibía los del fútbol. Reuní dinero, hice plata, fue una bonanza. Decidí darme de baja y comprar micros, ocho en total. Me fue bien, pero seguía yendo al cine, porque era mi sueño. Además que conocía al dueño. Un día, almorzando con él, que ya tenía una edad considerable, me dice: “Fortunato, yo quiero retirarme y pido esta cantidad por el cine. Tú lo conoces bien, la gente te tiene estima, te respeta. Si tienes el dinero, te recibo el pie y el resto en cuotas mensuales”. Esas fueron las palabras de él. Me pareció muy bien: yo adoraba el cine y pensé que podía tener ahí la suerte que no había tenido en el fútbol.

Alberto Fuguet, escritor. De los cines que estaban lejos, el Alessandri era el mejor. Pero igual era un cine de cuarta. Daba películas que tenían dos o tres años ya. Podían ser de época, de la Roma fascista, ponte tú, pero siempre tenía algo de sexo, alguna pechuga iba a salir. O no. Me acuerdo de haber visto una de Diane Keaton, que era una mujer separada que se acostaba con un par de hueones, y salía de noche, y esto me hace recordar a la Blondie, como que me la adelantó ahora que lo pienso, porque Diane Keaton iba a un bar gay, tocaban Donna Summer y ella bailaba, rodeada de gays.

Fortunato Morales, exfutbolista. En infraestructura era un lujo sin igual. Tenía calefacciones de aire cien por ciento vivas, sacaban el olor a la fumadera. Mi mujer quedó como administradora. Éramos bastante católicos.

Carmen Ávila, esposa de Fortunato Morales. Era una cosa muy hermosa, como entrar a un palacio. No había nada de ese nivel en Santiago. Fortunato lo pensó como un negocio familiar, de ambiente sano.

Alberto Fuguet, escritor. Te dejaban entrar aunque no tuvieras dieciocho, eso era bueno. Y pese a estar en la calle más grande de Chile podías meterte sin que te vieran, porque la galería tenía una segunda entrada.

Fortunato Morales, exfutbolista. Yo negocié el 84 y el 85 ya era mío. Pero tuve la mala suerte que el 86 empezaron a llegar adelantos tecnológicos que le empezaron a hacer daño al cine, como los VHS. Inmediatamente empezó a ir menos gente y ya no pudimos conseguir los estrenos. Nos llegaban las películas de segunda pasada y con eso fue todavía menos público. Un círculo vicioso. La tele comenzó a dar películas también. Además, el dueño anterior omitió una deuda previa de gastos comunes que tenía con el edificio por quince años, una cosa millonaria, y nos demandaron. Entonces tuve que empezar a vender las micros para solventarlo.

Carmen Ávila, esposa de Fortunato Morales. El barrio cambió drásticamente. En la galería comenzaron a instalarse los primeros cafés toples, mucho comercio sexual. Primero uno, luego otro, luego otro. Y como estábamos tan apremiados en generar ingresos, tuvimos que dejar ingresar a todo tipo de público. Comenzaron más problemas: empezamos a tener que lidiar todos los días con la policía, porque comenzaron a suceder delitos sexuales en el cine. ¿Qué familia va a querer ir al cine así? Se transformó en algo totalmente distinto a lo que Fortunato compró. No podía llevar ni a mis hijos.

Alberto Fuguet, escritor. La gracia es que por estar en Estación Central no te encontrabas con nadie, cosa que yo sentía como un valor. En los cines del barrio alto te podían “pillar”. Y “pillar” no era nada, no es que estuvieses haciendo nada malo, pero estar solo en la sala te hacía ser raro; al menos necesitábai una amiga fea al lado, para no ser sospechoso. El público del Alessandri era variado. Me acuerdo de compañeros zorrones, héteros, que iban a ver minas en pelota. Iban los sábados, como de previa, para calentarse y después ir a carretear a fiestas que eran mucho más inocentes que el propio cine.

Fortunato Morales, exfutbolista. Comenzó a caer el imperio de los cines del centro: el Alameda, el Maipú, el Lama. Comenzamos a desesperarnos. En ese tiempo el cine tenía un intermedio en que se prendían las luces, la gente salía a tomarse unas bebidas, a fumar, y los dueños de los toples llegaron a decirme: “Oiga, don Fortunato, ¿por qué no colocamos chiquillas bailando en el escenario en ese intermedio?”. Para mi formación militar, que me ofrecieran eso era tirado de las mechas. No pude aceptarlo.

Carmen Ávila, esposa de Fortunato Morales. Iban hombres como escondidos, gente que tenía su vida paralela, alguna gente importante, ministros de la Corte. Hombres solos, no sé si me entiende.

Guido Gutiérrez, asistente habitual. La Blondie terminó igual años después.

Carmen Ávila, esposa de Fortunato Morales. En el cine fuimos siempre respetuosos con esa información, era estrictamente privado. Cada uno lleva su vida como le parezca, pero el lugar no se parecía al proyecto que habíamos iniciado.

Fortunato Morales, exfutbolista. Vino la debacle y lo pusimos a la venta. Un día me abordó este señor Catalán, amigo del Náufrago, que solía venir al cine.

Los Psicópatas de la Risa, 1983

Luis Catalán: Estoy mal, muy mal de plata: hice una sopa de letras y salieron todas protestadas.

Fortunato Morales, exfutbolista. Me dijo: “Fortunato, mi patrón, don René, tiene un dinero para comprar algo grande”. Se me encendió la ampolleta. Le dije: “Me gustaría conversar con don René, saber cuáles son sus pretensiones”.

Daniel Sánchez, dueño. Yo la primera vez que entré aún era cine soft porn, pero películas que hoy serían un chiste por lo inocentes, porno tipo de clase de ciencias naturales. Entramos de noche con mi papá, vimos un poco la película. Después mi papá hizo rápido el negocio.

Fortunato Morales, exfutbolista. Estuvimos conversando de buena forma, me dijo: “¿Cuál es su número, don Fortunato?”. Le dije: “Este”. Era un número bien acorde para la época. Fuimos al conservador.

Inscripción en el Conservador de Bienes Raíces

Don René Sánchez Pérez, casado, lo adquirió por compra a don Fortunato del Carmen Morales Herrera, según escrituras de fecha once de abril de mil novecientos noventa y cuatro por el precio de cuarenta y seis millones quinientos mil pesos (46.500.000), que se dé por pagado.

René Sánchez padre. Di diez cheques y un pie. No le pedí un peso a nadie, ningún banco entre medio, ninguna hueá, es lo que me dio más alegría.

Fortunato Morales, exfutbolista. Ahora vale un montón de millones de dólares. Tiene mil doscientos metros cuadrados más el subterráneo. Como aparcamiento, da para un dineral. Don René era muy buen negociante, un hombre que sabe manejarse muy bien.

René Sánchez padre. ¡46 millones! Un chiste. Al año y medio el avalúo ya era de 75. Si hubiese sabido, Fortunato no me lo vende nica, hombre.

Fortunato Morales, exfutbolista. Tuve que ver cómo se desarmó el cine, lo que había sido mi sueño; sacar las butacas, el proyector. Es lo que te puedo decir: entré en depresión, me entristecí en todo sentido, perdí todo el esfuerzo de joven, de mi vida deportiva. Entré en una racha en que todo lo que hacía salía mal. Pasaba por afuera del cine y me daba una puntada.

René Sánchez padre. ¿Le cuento algo? Le vi potencial, con esas dos escaleras grandes. Me recordaba al teatro Astor. Empezamos a trabajarlo. El primer problema es que, como era cine, estaba inclinado hacia adelante, hacia la pantalla. Así que teníamos dos opciones: nivelarlo con pomacita o con madera. Hablamos con una empresa, vino el señor y me dijo “mire, el lío de rellenarlo con pomacita es que el camión tiene que estar en la Alameda muchas horas y atravesar todo el pasaje hasta el final”. Era mucho tandeo. Me dijo “mejor hágalo en madera”. Trajimos a un maestro de San Carlos, agarró una sierra circular y ¡a trabajar, mierda! Lo enderezó con una viga de roble. Faltaba decidir una cosa no más. Quién se quedaba con qué cosa en la repartija, porque mi otro hijo llevaba años conmigo acá.

Joselyn Sánchez, hermana de Daniel y René. René chico y Daniel son hijos de la mujer legítima de mi papá, pero son completamente distintos.

René Sánchez hijo. ¡Qué va a ser fome San Carlos! Allá todos me conocían por mis fiestas. Mi papá me regaló un equipo con dos parlantes el año 80, entonces él se iba al campo y yo reventaba la casa. Invitaba a mujeres de los cursos de más abajo, e igual que en las discoteques, llegando mujeres llegan todos. Había gente que llegaba a caballo; lo amarraban al poste y entraban. Todo esto a dos cuadras y media de la plaza central. Ponía Donna Summer, la onda disco. Daniel tenía cuatro años menos que yo; cuando yo iba en cuarto, él iba en primero medio. Se colaba en las fiestas. Nos sacaba el ponche. ¿Dónde cresta está el ponche?

Daniel Sánchez, dueño. Pero el lunes los vecinos y las monjas de colegio me reclamaban a mí por la fiesta. Tenía que poner la cara yo. Para el René chico vivir en San Carlos era una tortura. Le decía “el villorrio indígena”.

René Sánchez hijo. Aldea indígena le decía, no villorrio.

Daniel Sánchez, dueño. René terminó el cuarto medio y se fue a Santiago con mi papá; era lo único que quería. Yo me los imaginaba en Santiago a los dos pasándolo la raja: en mi cabeza era pura diversión, alegría.

René Sánchez hijo. Me puse a estudiar Administración, pero mi papá andaba corto de personal y me fui a trabajar con él. Hay que entender que estaba la fiebre de los toples en ese tiempo y mi papá estaba en ese negocio, le fue súper bien.

René Sánchez padre. Tenía un toples, no más. No me acuerdo ni cómo se llamaba.

René Sánchez hijo. Dumbo se llamaba. Estuve en la inauguración: humoristas, orquesta, vedettes, a todo cachete.

Joselyn Sánchez, hermana de Daniel y René. Había otro que se llamaba Cucha. Y otro era el Champagne.

Daniel Sánchez, dueño. A veces llevaba amigos de San Carlos a los toples: quedaban locos. Nos escondíamos cuando llegaban los pacos. Yo miraba un rato y piola. Nunca me metía con minas. Mi hermano, al revés: se deslumbró al tiro con ese mundo.

René Sánchez padre. Los toples son un buen negocio cuando se administran directamente y yo no estaba para esos trotes; lidiar con las chiquillas, con los curaítos, con los pacos. Puse a un administrador, pero se anduvo encandilando con la noche, las niñas, la droga. Me dejó de pagar. Tuvimos que ir con René y Daniel para apretarlo, a ver si funcionaba. No tengo buenos recuerdos de ese negocio.

René Sánchez hijo. Mi papá estuvo con una cantidad de mujeres impresionante.

Naysa Navarro, trabajadora. Las cabras se le ofrecían y don René se dejaba querer. Anduvo con una cabra joven, la Tres R, porque andaba con don René, con un cartero que se llamaba Ramón y con otro gallo que tenía un nombre que empezaba con erre.

Iván Mella, guardia. ¡Oye, andái sapeando!

Naysa Navarro, trabajadora. Me da lo mismo. El viejo era bien maraco y a todas les ponía departamentos.

Iván Mella, guardia. Digamos que era un don Juan mejor.

 

Edison González, sonidista. Ni lo ocultaba don René; era muy a la antigua.

Joselyn Sánchez. Yo soy hija de un romance que tuvo mi papá en sus locos años ochenta; mi mamá se había venido muy joven del sur, lo conoció y quedó embarazada. Nos llevó a vivir al Carrera, a una pieza que había abajo, en los tiempos en que era toples, el Dumbo. En toda la parte superior del edificio bailaban las niñas, atendían a los caballeros, y abajo funcionaba nuestra casa. Yo a veces ayudaba en la caja, desde los catorce. El René también vivía en el toples, ahí partió todo.

René Sánchez hijo. Detrás del escenario había una cortina, después una escalera y ahí tenía mi pieza. Mucho hueveo, cualquier drama. Los viejos venían a gastarse toda la plata del mes y detrasito venían las señoras a reclamar. Hice de todo ahí, hasta de diyéi: dos rápidos y un lento.

Joselyn Sánchez. Ay… el René. Zafado.

René Sánchez hijo. Justo en los ochenta vino la crisis económica y los toples se vinieron a pique. Yo ya andaba con el bicho de las discos, pero mi papá estaba reacio a dejar los toples; porfiado el caballero. Al final tuvimos una solución intermedia un tiempo. Llegó un gallo que nos ofreció arrendar la mitad para hacer una fiesta y en la otra mitad dejamos el toples. Cómo te dijera, era de otra dimensión: los viejos y la cabrería entraban por la misma puerta; unos se iban a la fiesta y los otros al toples. Y la pared tenía hoyitos; se ponían a mirar. Las monas piluchas se enojaban, porque era la misma música para los dos lados. Tenían que bailar lo que sonara en la fiesta.

René Sánchez padre. René estaba trabajando conmigo acá en la vorágine y Daniel estaba estudiando técnico agrícola en San Carlos. Vivía con la mamá. Nosotros nos habíamos separado, porque yo estaba acá en mi aventura, mi proyecto. Mandé a llamar a Daniel y él se vino a Santiago también. Él era un niño que venía de un entorno rural, era muy inocente. Le digo que no sabía lo que era una casete. A sus veinticuatro años nunca había entrado a una discoteque. Imagínese.

Daniel Sánchez, dueño. Nunca tanto. Había ido a unas discos en Pelluhue, Curanipe, San Carlos. Pregúntale a los hermanos Stambuk, de Glup. Ellos son de San Carlos.

Koko Stambuk, músico. La Atlantic de San Carlos: This is the rythm of my life / the night, oh yeah / The rythm of the night.

René Sánchez padre. Bueno, pesqué a los dos hermanos y les dije: ¿cuál de los dos se va a la discoteque nueva y cuál se queda en el Carrera? René, que no es nada de tonto, se apuró y se aferró al Carrera.

Joselyn Sánchez. Fábrica de billetes: así le decía mi papá al Carrera.

René Sánchez padre. René chico se avivó, dijo: “Pasémosle el cacho de la discoteque nueva a Daniel”.

Daniel Sánchez, dueño. Tal cual. Se quedaron con el Mercedes Benz y yo con el Fito.

René Sánchez hijo. Es que yo ya estaba acostumbrado a mi círculo de amistades. Además, no sé si te han contado, pero ellos tenían el problema de las prostitutas. Se ganaban cinco, seis, en la entrada de la galería y llegaban los darks entre medio. Yo me cagaba de la risa.

Naysa Navarro, trabajadora. Mire, si don Daniel no sabía ni contar billetes. Y para qué estamos con cosas, el René chico tampoco, sabía gastarlos no más. El viejito René es el capo, el que la lleva, él cacha todo.

Joselyn Sánchez. Las dos discos estaban como a cinco cuadras de distancia: la Blondie en la Alameda con Esperanza, y el Carrera, con Concha y Toro. Mi papá decidió ponerlos a competir, pensando en que ambos llegaran a la cima, que lograran establecerse.

Javier Sepúlveda, sonidista. Cuando llegó Daniel a Santiago, la rivalidad entre los hermanos se notó mucho. René pasaba pendiente de lo que hacía la Blondie.

Eduardo Ábalos, Marino. Cada familia tiene un hermano cacho.

Edison González, sonidista. La Blondie al principio era como el basurero del Carrera. Todo lo que sobraba del Carrera lo tiraban para allá.

Daniel Sánchez, dueño. La Blondie era un cacho porque había que hacerla desde cero. Estamos hablando de edificios totalmente distintos. El Carrera era un monumento nacional, un edificio hacia arriba, visualmente más imponente y en mucho mejor ubicación. Y estaba andando, funcionando, se llamaba Disco Alameda antes, se arrendaba fácil a productoras. Yo no tenía ninguna experiencia, ninguna.

René Sánchez padre. Yo le puse el nombre a la Blondie.

Daniel Sánchez, dueño. Eso no fue así.

René Sánchez padre. En el Carrera yo tenía una pantalla supergigante y ahí veía a esta niña Deborah Harry cantando “Corazón de cristal”.1 ¡Qué canción más linda! Yo me quedaba obsesionado mirándola a ella, sus movimientos y cómo los cabros la bailaban en la pista. Y decía: “Diyéi, ¡pónganla de nuevo!”. ¡Y de nuevo! Era mi amor platónico esa mujer. Así que le puse Blondie.

Daniel Sánchez, dueño. El nombre es mío. Se lo puse por la banda. Lo que mi papá sí hizo fue el primer letrero, con una s al final. Blondie’s. Según él, era una marca registrada y con la s podía pasar colado.

Iván Mella, guardia. La s fue porque se equivocaron los de la empresa de neón. Se condorearon.

Daniel Sánchez, dueño. Era un letrero muy chillón. Era una pauta musical, con unas notas. La pauta amarilla, las notas fucsias. Y unas flechas grandes.

Sandra González, asistente habitual. Había una imagen de un tigre al lado de la s. Uno pasaba en micro por la Alameda y veía eso, un tigre.

René Sánchez padre. Era encachado. Al tiempo le quitaron la s, no sé por qué.

Javier Sepúlveda, sonidista. Después se dieron cuenta de que Blondie significaba rucio, rucia. Que nadie era dueño de la palabra rucio.

Oficina de representación de Blondie, la banda. Conocemos bien el club sobre el que nos consulta debido a sus infracciones de marca registrada y propiedad intelectual.

Daniel Sánchez, dueño. Nos demoramos harto en los arreglos. Me acuerdo que venían cada cierto tiempo Carlos Márquez y Carlos Fonseca, porque querían hacer acá el lanzamiento del disco de Los Morton, pero llegaban y veían el piso en desnivel y decían “lo hacemos, pero cuando esté listo”. Abrimos el 15 de septiembre del 93 y el 5 de noviembre fue nuestro primer evento como tal: el lanzamiento de Los Morton.

Daniel Sánchez, dueño. Era un público complicado: punkis, gallos vestidos de negro. Era nuevo para todos y más para mí; tenía veinticuatro años recién. Dos días después hicimos la primera fiesta-fiesta. Era como una fiesta de colegio, poníamos los Cadillacs, que era lo que sonaba en ese tiempo en el Carrera, y nosotros calculábamos que si hacíamos lo mismo nos iba a caer el rebalse del Carrera, pero no pasaba. A la Blondie llegaban seis gatos. Teníamos ciento cincuenta personas en los días buenos. Y muchos entraban confundidos, porque miraban por la galería para adentro, veían las luces y pensaban que era un toples más. En el Carrera la gente se achoclonaba adentro, pero nadie quería venir acá.

Arturo Fuenzalida, DJ. El Carrera le volaba la raja a la Blondie. Iban todos los hueones de la contru y se gastaban la plata de la semana, chupando. Don René siempre le tuvo un cariño especial a René chico, era su regalón, su niño, por eso lo dejó ahí.

René Sánchez hijo. Pasábamos llenos, la voz se había corrido por todo el Barrio Brasil.

Joselyn Sánchez. Empezó a tirar para arriba. Fue hasta Amérika’n Sound a tocar.

René Sánchez hijo. Y el Daniel no sabía muy bien qué estilo darle a la Blondie.

Cristián Soto, diseñador. La Blondie era como una quinta de recreo, no era formalmente una discoteque. Tenía sillas de plástico. Era una cantina. No había ni pista 1 ni 2, ¿cachái? En las laterales había mesas plásticas, de esas de playa, algunas incluso tenían toldo.

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