Una esquirla en la cabeza

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Cuando Zakolov y Evtushenko se alejaron de la muchedumbre bulliciosa, hasta ellos se acercó alguien que esperaba ansiosamente este momento, Anatoli Kolesnikov.

Antes de su boda, Anatoli compartió, varios meses, con ellos, una habitación en la residencia. En ese tiempo, A Boris lo habían corrido de la residencia por “comportamiento indebido” con una muchacha. Estaba muy tomado y se puso a molestar muy impertinentemente a una atractiva estudiante, eso llegó a los gritos y ropa arrancada. La muchacha, entonces, se quejó al director de la residencia.

Boris entonces se mudó a donde Igor Lisitsin, un conocido de Moscú, quien estudiaba en un curso superior. Igor vivía en el edificio vecino, la residencia de los oficiales, en una habitación individual. Su padre había servido en esta ciudad, pero hacía un año se había ido a Moscú. Antes de su partida había podido acomodar a su hijo en esa residencia. Igor se había instalado ahí y aun cuando aparecieron puestos libres en la residencia estudiantil, no quiso mudarse.

El asunto fue, que él se apasionó con el juego de Preferans3, estudió todas las sutilezas del juego y se convirtió en un maestro. El juego siempre se hacía por dinero y entre los oficiales, que no tenían un sueldo bajo, Igor Lisitsin encontraba oponentes adecuados. Aunque, frecuentemente, las apuestas eran en kopeks, Igor, con regularidad, todos los meses se ganaba su buena suma. Él le pagaba al director de la residencia de oficiales por el derecho a seguir viviendo ahí y en buenas condiciones. Las habitaciones de la residencia estudiantil siempre estaban muy llenas y los demasiado inquietos estudiantes llevaban un estilo de vida muy desordenado, lo que no convenía al calculador Igor.

Anatoli Kolesnikov le tenía mucho respeto a Tikhon Zakolov, no por su gran talento para el cálculo rápido (los números abstractos no le interesaban a Anatoli), sino después de un asunto útil muy especial.

En la residencia, Kolesnikov mercadeaba cigarrillos búlgaros, que eran difíciles de encontrar. El jefe de mesoneros del principal restaurant de la ciudad le entregaba tres cartones de cigarrillos “BT” y tres de “Opal”, 10 cajetillas en cada cartón. Para no enredarse con sencillo, Anatoli vendía 2 cajetillas de “BT” por 1 rublo y 3 cajetillas de “Opal” por 1 rublo. El negocio iba bien. Por 30 cajetillas de “BT” él obtenía 15 rublos y por 30 de “Opal”, 10 rublos. Total, 25 rublos.

Un día, Anatoli decidió optimizar la venta. Razonó: ¿si vendo 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 2 y 30 cajetillas de a 1 rublo por cada 3, no sería mejor vender de una vez 5 cajetillas por 2 rublos?

Dicho y hecho. Habiendo vendido la mercancía por el nuevo esquema, Anatoli contó su ganancia y en vez de 25 rublos, ¡tenía 24!

– Me robaron – fue lo primero que pensó. Y miró, con sospecha, a Zakolov y Evtushenko. Media hora estuvo dudando hasta que expresó su descontento.

Zakolov se carcajeó.

– Anatoli, divide 60 cajetillas entre 5 y multiplica por 2 rublos. ¿Cuánto obtienes? – 24. —

– Y entonces, ¿que quieres? —

– Que se hizo el otro rublo? – todavía desconcertado Kolesnikov.

Zakolov, quien no era fumador, se rió todavía más y le recomendó:

– La próxima vez vende 30 cajetillas de “BT” y 60 cajetillas de “Opal”, ¡tendrás tu rublo de nuevo! —

– Como así? —

– Con el sistema original de venta, por 30 cajetillas de “BT” tu obtenías 15 rublos y por 60 de “Opal”, 20 rublos. Total: 35 rublos. Ahora calcula vender todo por 2 rublos 5 cajetillas.

Anatoli calculó. Y en lugar de 35 le daba ¡36 rublos!

– Cual es el truco? – Le insistió a Zakolov.

– Anatoli, por que no recuerdas el álgebra? No se puede promediar de esa manera como lo estás haciendo. Mira, – Tikhon le escribió, en un papel, su error. – Si quieres seguir vendiendo de la nueva manera, entonces toma 30 cajetillas de “BT” y 45 de “Opal”. De ambas maneras obtienes 30 rublos. —

Kolesnikov se convenció de que la matemática en el comercio no está demás, y desde ese momento vio a Zakolov con respeto.

Aunque el coronel Timofeev le pidió a Anatoli que no le contara a nadie acerca del extraño suceso, éste no aguantó y, sin mencionar nombres y lo del tesoro, le dijo a Tikhon lo que le había sucedido a uno de los pilotos. El esperaba que el inteligente estudiante lo ayudara a sacar provecho de esa información.

– Claro! ¡Es lógico! Ya lo había pensado. – saltó Tikhon, cuando terminó de escuchar a Anatoli.

CAPITULO 8

Hassim y el “dragoncito”

El comerciante Hassim abandonó los dominios del todopoderoso Tokhtamysh altamente preocupado. Desde Sarai dirigió la caravana hacia el sur, pero al llegar al principal camino caravanero, el cual muchos llamaban la ruta de la seda, no dobló hacia el oeste, hacia Europa. Él sabía que en los puertos árabes y turcos no se encontraba el diabólico polvo que se encendía y que le había encomendado el kan y atravesar el mar para ir a la desconocida Europa, nunca se hubiera atrevido.

El mar y los barcos, eso no era para Hassim. Hombre de estepa, Hassim estaba acostumbrado a confiar en el suelo duro bajo los pies y los resistentes camellos.

Dirigiendo una última mirada hacia el norte, donde en la ciudad de Sarai se quedó detenido “como invitado” su joven hijo, Hassim dobló la caravana hacia el este. Él había decidido seguir el camino hacia la lejana China. Allá, él había tenido la oportunidad de ver muchos fuegos artificiales. Para su producción los chinos utilizaban un polvo que se quemaba. Por sus propiedades ese polvo se parecía mucho a la pólvora que Tokhtamysh le había ordenado conseguir.

El camino a través de tierras intranquilas, fue largo y Hassim llegó al imperio celeste enseguida después del año nuevo chino. En cada ciudad él preguntaba a los comerciantes por la pólvora. Pero esta mercancía ningún vendedor serio la guardaba.

La pólvora la producían en pequeñas tiendas, pero era para divertirse y para los fuegos artificiales del año nuevo. Cuando la fiesta terminaba, ya nadie necesitaba el extraño polvo y los artesanos volvían a la producción de las cosas útiles de todos los días.

En su búsqueda de la pólvora, Hassim ya había recorrido cientos de kilómetros en territorio chino, cuando llegó a la grande y activa ciudad de Dunhuang. Y ahí, por fin, tuvo suerte. Por eso estaba tan contento esa tarde y rezaba arrodillado, dándole las gracias a Alá y recordando a su hijo Rustam quien se había quedado como rehén.

En Dunhuang vino en su ayuda el viejo y experimentado comerciante Zhun. El mismo chino Zhun nunca había salido a países lejanos. Dedicándose al comercio, toda su vida había vivido en su ciudad natal, pero sabía perfectamente donde, qué y por cuanto se podía comprar en un radio de decenas de kilómetros. Zhun vendía mercancía local a los caravaneros y a cambio recibía la mercancía extranjera.

Cuando Hassim dijo la cantidad del extraño pedido: veinte sacos, el astuto Zhun, en lugar de bajar el precio por la compra al mayor, dijo que no era posible, ese pedido no se podía cumplir ni siquiera en un mes y por lo tanto el precio por saco subiría. Hassim, con una sonrisa y bromeando, como era lo acostumbrado, trató de regatear, pero Zhun, con un gesto amable, lo detuvo:

– Hassim, yo no te pregunto para que necesitas tanta pólvora. Créeme, hay un gentío en mi país y allá, en el tuyo, que les gustaría muchísimo saber la respuesta a esa pregunta. Como decían nuestros antepasados: la palabra es plata, pero el silencio es oro. – El viejo Zhun cerró los ojos y se puso la palma de la mano en la barriga, como si estuviera cansado de la conversación.

– Bueno, yo vine fue por té. – pensativo, dijo Hassim. – Por el mejor té chino. —

– Se lo diré a todos. – Asintió Zhun.

Al fin y al cabo, se pusieron de acuerdo en diez sacos, los cuales estarían listos en dos semanas. En ese momento Hassim le preguntó a Zhun si sería posible obtener también la receta de preparación de la pólvora.

– Estoy listo para pagar lo mismo. – y dijo la suma.

Zhun miró con atención a Hassim y movió la cabeza.

– Los maestros chinos enseñan sus secretos solo a sus hijos. Si el maestro no tiene hijos, se lleva su secreto a la tumba. Afortunadamente, las mujeres chinas paren mucho. —

Hassim no discutió, pero su gran experiencia le decía que si no te venden algo es porque no propusiste un precio adecuado o no te dirigiste a la persona correcta.

El viejo y astuto chino se despidió, y Hassim ordenó a su sirviente más avispado que lo siguiera. El plan funcionó.

Al día siguiente Hassim se enteró de que, a una hora de camino, en las colinas cercanas, hay una pequeña aldea, donde los chinos sacan el carbón. Y que Zhun visitó una de las casas que está al borde de la cantera. El sirviente regresó inmediatamente a la ciudad.

Hassim, para las apariencias, estuvo comprando té en los alrededores de Dunhuang durante tres días, y después se fue a la pequeña aldea. El dueño de la casa en cuestión era el pequeño y cara redonda Shao. Los ojos avispados bajo el sombrero cónico lo convencieron de que con Shao podía ponerse de acuerdo. La larga, y sin apuros, conversación, produjo sus frutos. Shao sacudió su coleta grasienta, la sonrisa se le extendió de oreja a oreja y sus dos pequeñas manos estrecharon, agradecidas, la de Hassim.

Aunque el chino no aceptó vender la receta del polvo maravilloso, prometió que, en el transcurso de una semana más, prepararía diez sacos más, y por el precio que le había dicho Zhun. Era indudable que este había sido, también, un gran éxito comercial. Después de esta transacción podría regresar rápido a Sarai y liberar a su hijo. El gran kan Tokhtamysh estará satisfecho con esa cantidad de la mercancía secreta.

 

Cumplido el plazo prometido, bajo un crepúsculo azul, en un lugar desértico, fuera de la ciudad, Zhun le entregó a Hassim la mercancía acordada.

Cuando Zhun recibió el dinero, le aconsejó: – Ahora regresa a tu casa rápido. – Yo te voy a guardar el secreto, pero en China hay demasiados ojos y oídos. Estos tiempos son difíciles y a alguien puede interesar tu compra no habitual. Apenas nos logramos desembarazar de los mongoles y aquí no confiamos de los extranjeros del este. —

– Voy a comprar un poco más de buena seda china para no llevar camellos ociosos y partiré. – prometió Hassim.

Hassim esperó una semana más fuera de la ciudad y como había sido acordado fue adonde Shao.

– La mercancía está lista. – alegró a Hassim el inteligente artesano chino.

Después de que los sacos fueron cargados sobre los camellos y la cuenta saldada, Shao llevó a Hassim a un lado y le susurró:

– No es mi problema para que quiere usted tanta pólvora, señor, pero yo le tengo otra proposición interesante. Usted habrá escuchado que la gente del norte de nuestro país hace grandes “dragones calientes”. Así llaman a una gran bola de hierro, llena con este polvo maravilloso, y provista de una mecha no tan larga. Esta mecha se enciende y la bola se lanza con una catapulta al enemigo. Yo, señor, aprendí a hacer el “dragoncito”, para el cual no se necesita catapulta. —

El chino sacó de su bolsillo una esfera negra de hierro del tamaño de un puño y de la cual salía una cuerda aceitada.

– Este “dragoncito” es bueno por el hecho de que se puede lanzar con una mano. Antes de eso lo único que se necesita es encender la cuerdita. ¿No quiere probar? —

El chino le alcanzó la bola a Hassim. Esta resultó fría y pesada. Hassim sopesó el objeto en su mano. El chino encendió la mecha y sonriendo con alegría le gritó:

– Ahora, señor, ¡láncelo! —

Hassim observaba, con interés, como se consumía la mecha y la chispa rojiza, siseando, se acercaba a la bola de hierro.

– Láncela lejos! – gritó Shao. La sonrisa del chino desapareció de su rostro plano.

Hassim miraba el curioso juguete y no entendía por que tirarlo. ¿Y si se rompe? Cuando el fuego se acercó a la superficie de la esfera, Shao, desesperadamente, golpeó la mano del comprador y lo empujó al suelo. La bola cayó y se dirigió hacia donde estaban los camellos.

El puntico de fuego en la mecha desapareció rápidamente bajo la superficie negra de la bola, como un ratón en su ratonera. Casi instantáneamente hubo un gran estallido. Y todo alrededor se cubrió de una nube de humo amarilla.

CAPITULO 9

¡No existen los extraterrestres!

– Que habías pensado? – Se sorprendió Anatoli con la repentina reacción de Zakolov.

– Ya lo había pensado. – repitió Tikhon y era claro que estaba pensando con excitación. – No hay extraterrestres! – gritó, batiendo la mano en el aire.

Anatoli, como atontado, lo miró.

– Está muy bueno eso de batir las manos; pero explícame, ¿que tienen que ver los extraterrestres en esto? – impaciente preguntó.

– No hay extraterrestres en la Tierra. Si ellos vinieran con regularidad, con la técnica moderna ya los hubiéramos controlado. —

– Yo no te dije nada de extraterrestres. – Anatoli le dijo dudoso.

– Claro, eso es cierto. Somos nosotros mismos, la humanidad la que viaja al pasado. —

– Que? Explícame eso. – Anatoli comenzó a disgustarse.

– Esos platillos voladores que se ven por todos lados, no son extraterrestres, son aparatos voladores terráqueos comunes y corrientes del futuro, los cuales por alguna razón pueden venir al pasado. Eso fue lo que sucedió con ese piloto. En ese moderno avión caza él atravesó el tiempo y apareció varios siglos atrás. Imagínate un libro, donde cada página es nuestro mundo año tras año. Y el avión, haciendo un viraje extraño, como un punzón atravesó varias hojas y apareció, en el mismo sitio, pero muchos años antes. —

– Y eso es posible? —

– Es lógico! Mira, nosotros vivimos, no en un mundo tridimensional, sino en uno de cuatro dimensiones. La cuarta dimensión es el tiempo. Si en coordenadas espaciales, comunes y corrientes, nosotros podemos movernos hacia adelante y hacia atrás, ¿por qué en el eje del tiempo solo nos movemos hacia adelante? Es evidente que existen condiciones por las cuales, en la escala del tiempo, el movimiento puede ser hacia atrás. Además, eso sucede instantáneamente. —

– Eso es una tontería! – exclamó Sasha Evtushenko, quien, hasta ese momento estuvo callado, pero que oía atentamente lo que decía su amigo.

– Por qué? – Tikhon no se arredró. – Acuérdate de tantos cuentos fantásticos y populares, los cuales, a primera vista, parecían imposibles, pero tarde o temprano se convirtieron en realidad. Así fue con el avión, con el submarino, con el televisor y con el teléfono. Es posible que la máquina del tiempo, alguna vez, se convierta en realidad. Einstein demostró que el tiempo no es absoluto. El tiempo cambia sus propiedades dependiendo de la velocidad. —

– Y por qué esos platillos voladores del futuro no aterrizan y entran en contacto con nosotros? – Sasha preguntó escéptico.

– Eso no lo sé. Probablemente llegan por casualidad y no pueden controlar ese proceso. Puede ser que la velocidad de sus aparatos voladores sea más alta y esto sucede más frecuentemente. – Tikhon meditó un poco más. – Y puede ser que en la naturaleza haya una ley objetiva desconocida la cual no permite interactuar, materialmente, objetos de diferentes siglos. Es claro que algún objeto provendría de otros y, por lo tanto, no podrían entrar en contacto. ¡Eso quebrantaría la sucesión de acontecimientos! Puede ser que un cuerpo, viniendo del futuro adquiera propiedades de antimateria. En el mejor de los casos es repelido y se devuelve. En el peor de los casos, en el contacto sucede una explosión y la antimateria se desintegra hasta los átomos. Por eso, chispas y explosiones inexplicables suceden de vez en cuando. Por ejemplo, el meteorito de Tunguska y cosas similares. Por cierto, huellas del meteorito de Tunguska no se han hallado hasta ahora. —

– Todo eso es una tontería! – categórico dijo Sasha. – Estamos llenos de gente anormal, y se la pasan soñando. Antes, en los tiempos del dominio de la iglesia la gente veía diablos y ángeles, y ahora, en el siglo del progreso técnico, ven platillos y cohetes. Demasiado sencillo. En los países católicos, donde hay muchos creyentes, hasta hoy, la virgen María se le aparece a uno y a otro. ¡Eso es producto de la imaginación enferma de la gente! Es un asunto de psiquiatras.

– Mi suegro no está enfermo! – Se disgustó Anatoli. Se ofendió por su suegro, quien era un tipo fuerte y normal. – Es un piloto militar. Y ni te imaginas como le examinan la salud a ellos! Si lo dijera otro yo no lo creería. Pero mi suegro no miente. —

– Ah, ¿eso le sucedió a tu suegro? – Se sorprendió Tikhon. – Es un comandante de escuadrilla. —

– Claro! ¡Él es un señor! Ese no miente, ¡ese no sueña! —

– En los grandes cambios de gravedad a cualquiera se le nublan los ojos. – afirmó Sasha. – Y a una gran velocidad acaso puedes discernir? Ok, él vio unos caminantes y camellos. Pero hay muchos en Kazajstan, hasta ahora hay gente que se transporta en camellos y los viejos kazajos ¡se visten a la antigua! —

– No, él vio un ejército enorme, con armas antiguas – explicó Anatoli. – Decenas de miles. Ahora eso no existe. —

– Yo le creo. – dijo Zakolov. – Eso comprueba mi hipótesis. —

Evtushenko decidió no discutir más, pero mantuvo su opinión.

– No sería interesante poder conseguir ese lugar donde él vio esos antiguos soldados? – Con mucho cuidado, Anatoli escogió sus palabras para preguntar lo más importante. – Miren. Este es el dibujo que hizo el suegro, de memoria del lugar. Y esta es una copia de un mapa actual y detallado. —

Anatoli mostró un papel donde aparecía el río y un camello. Ese dibujo lo copió del esquema del suegro, pero en lugar del cofre dibujó una X y al lado un camello. Después, en un papel transparente, calcó un mapa contemporáneo.

Tikhon tomó los dos papeles de la mano de Anatoli y colocó un papel sobre el otro.

– La escala es diferente, por eso no coinciden. Pero si reducimos, mentalmente, el dibujo… ¿Podría ser aquí? – Mostró un punto en el mapa, pero enseguida sacudió la cabeza. – No, los meandros del río son completamente diferentes. —

– Eso que hiciste, ya yo lo había pensado y hecho. – Entusiasmado, Anatoli siguió los razonamientos. – No hay ninguna superposición. Pero mi suegro está seguro que él sobrevoló este sitio y lo dibujo exactamente. —

– Zhusaly. – Sasha leyó en el mapa el nombre de la población cercana. – Por ahí cerca nosotros vamos al arroz. —

– ¿Sí? – Se interesó Anatoli. – Entonces, quizás, yo también vaya con ustedes. A mí me pusieron en la construcción con el tercer año. Pero yo voy a pedir ir con vuestro curso. Deben permitírmelo. Con alguien me cambio. Conozco muchos que quieren quedarse en la ciudad. Y yo, sinceramente, no me quiero calar, ni los pañales del bebé, ni las noches de insomnio. Por ahora, que crezca sin mí. Yo voy con ustedes. Corro al instituto para inscribirme para ir al koljoz. —

Tikhon, concentrado, miraba el dibujo y el mapa.

– El camello está bien dibujado, pero donde está tu ejército antiguo? – bromeó.

– Se me había olvidado! El camello no es común, sino de jorobas blancas. El suegro está seguro. Dice que ya no hay de esos. ¿Habría en la antigüedad? – Anatoli se animó de nuevo. – Por eso quiero encontrar ese lugar. ¿De repente se conservan restos de animales desconocidos por la ciencia? ¡Eso sería un gran descubrimiento! Nuestro aporte a la ciencia.

– De jorobas blancas? – dijo, pensativo, Tikhon. – Interesante… —

– Si, de jorobas blancas. – afirmó Anatoli. – Y la mirada del camello era como si pensara. No, el suegro dijo: penetrante. —

Inesperadamente, a espaldas de Anatoli apareció el rostro curioso de Igor Lisitsin. Era de estatura baja y se acercó sin que nadie lo notara.

– Que tienen ahí? – preguntó Igor y enterró su mirada en el mapa.

– Igor? – se sorprendió Anatoli completamente.

– Están buscando un tesoro? – Igor bromeó sin doble intención, pero se asombró cuando observó el rubor en las mejillas de Anatoli. El juego de preferans había enseñado a Igor a captar el más mínimo cambio en el rostro de los oponentes.

– Que te pasa Igor? ¿Qué tontería es esa? – Un poco forzadas le salieron las preguntas a Anatoli y trató de quitarle el dibujo a Zakolov.

Pero la poca convicción es sus palabras no pasó desapercibida a Igor.

Tikhon continuó, pensativo, mirando el mapa, no escuchó la conversación, pero no se lo entregaba.

– Sabes? – le dijo, notando que Anatoli quería quitarle el papel. – Déjame quedarme con el dibujo. Yo creo que puedo encontrar el lugar. Creo recordar que Albert Einstein dijo algo sobre los ríos. —

– Einstein? ¿Sobre ríos? – Se extrañó Anatoli. – Pero si él era físico. —

– Ante todo era una persona inteligente. E intervino en diferentes temas. —

– Anatoli, te espero por aquí cerca. – Igor notó que ponía tenso a su amigo y se apartó un poco. – Me ibas a decir algo sobre los jeans. —

– Ajá. – Asintió Anatoli y se apresuró a decirle a Tikhon. – Quédate con el mapa. Yo puedo dibujarlo otra vez. —

– Entonces, tú con Einstein en todo hoy. – se sonrió Sasha.

– Es en serio! – respondió Tikhon.

– Miren, tipos. – susurró Anatoli, mirando de reojo en dirección de Igor. – Que todo quede entre nosotros. El suegro no quisiera que sus palabras corrieran por ahí. Ustedes entienden. —

Los dos muchachos asintieron.

– Anatoli! – Se oyó una alegre voz femenina. – Somos yo é Ivancito. —

Por la calle venía Liuba, la sonriente esposa de Anatoli Kolesnikov, conduciendo un cochecito azul.

– Salimos a pasear y nos llegamos hasta aquí. – la muchacha los alcanzó.

– Caminaron mucho. ¿Para qué? – Parecía que Anatoli no estaba muy contento con el encuentro.

– Queríamos venir donde papito. – Como todas las madres felices, después del nacimiento del bebé, Liuba se refería a “nosotros”, en vez del apropiado “yo”. Para eso, con frecuencia, hablaba como un niño.

Tikhon se quedó mirando el cochecito, a ver si se le ocurría un cumplido para la joven mamá.

Liuba cazó la mirada de Tikhon y bromeando, pero con convicción, dijo: – No, ¡no se los voy a mostrar! ¿A ver si le echan mal de ojo?! —

 

Un velo mosquitero claro cubría el cochecito y se podía ver que el bebé estaba cubierto con algo muy claro y grandes flores rojas.

– Bella cobija, – notó Tikhon, comprendiendo que la madre no quería que se elogiara al bebé.

– No es una cobija, es un conjunto especial, de Checoslovaquia. – Se reanimó Liuba. – Está de moda. Me lo trajo Anatoli. Nadie lo tiene, solamente Ivancito. Y mira los jeans, – dijo jactándose la muchacha y volteándose para mostrar y palmear la etiqueta de “Montana”.

Se acercaron corriendo las muchachas, compañeras de Liuba y rodearon ruidosamente a la feliz mamá. Estaba claro que el entusiasmo de las amigas de Liuba la hizo venir. Claro, era la primera del curso que paría.

Anatoli se acercó a Igor, quién se sonreía con sorna. Sasha se dirigió a la entrada del instituto. Se había hecho el propósito de ir, hoy, a la biblioteca. Tikhon se fue a la residencia, ya que tenía que prepararse para el camino.

CAPITULO 10

Hassim. Una esquirla en la cabeza

A Hassim le pareció que, cerquita, hubo un relámpago y sonó un trueno. El comerciante fue lanzado al suelo con las manos quemadas por ardientes piedritas. “Si muero, ejecutarán a mi hijo”, pensó Hassim con horror. Ensordecido, se levantó y se miró.

Su cabeza zumbaba. Poco a poco la sordera iba desapareciendo, como si alguien le hubiera llenado los oídos de algodón y después, lentamente, le iba sacando las hebras. Pronto, Hassim distinguió los gritos de la gente y el aullido de los camellos. Dos camellos yacían en el piso y los demás se alejaron corriendo de miedo.

Hassim, por fin, volvió en sí.

– Atrapen a los animales y reúnanlos en un solo lugar! – le ordenó al desconcertado comandante de su guardia, Shaken.

El comerciante se acercó a los camellos caídos. Uno de ellos tenía en el vientre una herida, con tripas afuera, y de donde salían chorros de sangre. Hassim vio como ese estallido extraño había provocado, en un instante, esa horrorosa herida. Los quejidos del joven y fuerte camello se iban haciendo más y más silenciosos.

El segundo camello que yacía era una camella. Hassim reconoció en ella a la vieja y fiel Shikha. Con ella ya había recorrido miles de kilómetros durante muchos años.

Shikha yacía callada, con los ojos cerrados. A primera vista su cuerpo no parecía lastimado, pero enseguida notó una esquirla grande del “dragoncito”, incrustada en su cabeza. De repente Shikha abrió sus párpados arrugados y miró a Hassim directamente a los ojos. Su labio superior se movió como si la camella quisiera decir algo, después de eso su mirada se apagó y sus grandes ojos se cerraron. Hassim se agachó hacia la bestia amiga.

Shikha no respiraba.

Entonces se acercó Shao, preocupado, explicándole a Hassim que él no era culpable de nada, que el “dragoncito” había que lanzarlo lejos. El “dragoncito” está diseñado para destruir enemigos. Hassim comprendió que, en lo que sucedió, él tenía parte de culpa.

Poco a poco, los asustados sirvientes reunieron a los camellos dispersos. Estos continuaban quejándose, pero en tono más bajo, y miraban de reojo, con ojos asustados a sus compañeros caídos. El olor de la pólvora, el vientre destrozado y la sangre caliente hacían mover, nerviosamente, sus fosas nasales.

Como compensación por las pérdidas que tuvo, Shao le regaló a Hassim ocho “dragoncitos”. Hassim ordenó picar el camello joven muerto para carne, y rápido, para regresar enseguida. Ya se habían reunido muchos curiosos por la barahúnda formada.

Hassim no pudo dominar la tristeza por su vieja y fiel camella. Con dolor miró el cuerpo de su querida camella, que ya no respiraba, y que tenía marcado el desgaste producido en su barriga por los pies de tantos jinetes y le pidió a Shao que la enterrara.

Partieron rápido contorneando Dunhuang. Ya era noche cerrada y ya se habían alejado una distancia considerable de la ciudad cuando Hassim ordenó la parada para descansar. El preocupado comerciante soñó toda la noche con la última y aguda mirada de Shikha. En su larga vida nómada el pasó más tiempo junto a ella que con su hijo de diecisiete años.

Cierto, recordaba Hassim, ya Shikha estaba con el antes del nacimiento de Rustam. ¿De dónde llegó a su caravana? Eso no podía recordarlo.

Muy temprano en la mañana Hassim fue despertado por los gritos de un sirviente asustado.

– Señor! ¡Mire quien llegó! —

Hassim, como todos, dormía a cielo abierto en una estera de fieltro. Arropado con una cobija caliente de piel de camello, infaltable en sus recorridos caravaneros, se levantó rápido y vio una camella parada a su lado.

¡Ahí estaba Shikha, la camella que había muerto el día anterior!

¿Que era esto? ¿Una continuación del sueño? Hassim se estremeció y miró hacia los lados. Del cobertor que tenía al lado salía olor a carne de camello. Si, esto es real. En los sueños no hay olores.

La camella había cambiado. Ahora su mirada era pensativa y penetrante. Veía el mundo con ojos cansados y todo como un ser entendido. Pero, sobre todo, en su fisionomía se destacaban las jorobas totalmente blancas. Literalmente se encanecieron. Hassim nunca había visto el pelo de los camellos ponerse tan blanco, como las nieves perpetuas en las altas montañas.

Cabalgando la camella estaba Shao. Shaken estaba cerca, miraba con desconfianza al chino y, por si acaso, tenía la mano en la empuñadura del sable. Él no quería que sucediera algo parecido a lo del día anterior.

Shikha dobló sus patas delanteras, el chino descendió rápidamente y le hizo una reverencia a Hassim. Shaken lo siguió de cerca, mirando sus manos.

– Señor – Shao se apuró a explicar. – Como usted me lo pidió, yo me preparé para enterrar a la camella. Ya había abierto el hoyo en la tierra, pero ella, de repente empezó a respirar, empezó a moverse y se levantó. Mientras se iba levantando, ahí mismo, sus jorobas se blanquecieron. Pasó tan rápido que yo me asusté. Pensé que un mal espíritu se había metido en su cuerpo. Si hubiera sido así, yo lo hubiera sabido viendo el mal en los ojos de la camella y la hubiese muerto de nuevo. Pero ella tenía una mirada limpia. Shaitan4 no puede disfrazarse así. Entonces decidí traérsela a usted. Yo no sabía cuál camino ustedes habían tomado, ya estaba oscuro y no se veían las huellas. Pero ella misma – y con respeto, señaló a Shikha – rápidamente y sin dudar, escogió el camino. Me parecía que ella, cuidadosamente, olía el aire antes de tomar alguna dirección. —

Con una mezcla de asombro y preocupación, Hassim observaba a Shikha, quien estaba echada sobre sus rodillas callosas. En su cabeza se veía la gran esquirla férrea. Parecía que la esquirla estaba más metida, que el día anterior, en el cráneo del animal. Hassim estiró la mano para tratar de sacar el pedazo de hierro curvo, pero la camella, ostensiblemente, apartó la cabeza y se levantó.

– Señor, hay otra cosa que quería decirle. – Shao le habló en voz baja mirando a Shaken. Hassim, con un gesto, le dijo que Shaken era de confiar. El chino continuó – Ayer, apenas ustedes se habían ido, llegaron unos soldados. Preguntaron cuándo y hacia donde se fue su caravana. Por la conversación de ellos entendí que los de arriba se habían enterado de su compra. Ellos piensan que ustedes son espías de Tamerlán y vienen para destruir los puentes importantes. Tienen la orden de apresarlos. – Shao calló. Entonces hizo las reverencias y se despidió. – Tengo que irme rápidamente, no deben verme aquí. —

Una vez más Shao hizo una inclinación con humildad y, rápido, se alejó en la dirección contraria. Él se dirigió directamente hacia el este y ya pronto no podía mirársele bajo los intensos rayos del Sol levante.

Hassim entrecerró los ojos y vio como la brillante luz se tragó la delgada figura bajo su sombrero triangular. Y preocupado pensó como, bajo esa luz, y de ese lado podía aparecer un ejército de chinos armados. ¿Podría él escapar de eso?

El Sol, cada día, subía más y más, y con indiferente terquedad inexorablemente acercaba la primavera. Y antes de su apogeo él debería estar en la Horda de Oro. Allá languidecía el joven Rustam y Tokhtamysh, en cualquier momento, podía perder la paciencia.

La camella Shikha también volteó la cabeza hacia el lado de Dunhuang y profundamente aspiró el aire con sus fosas nasales bien abiertas. Claramente, ella sentía el peligro que podía venir de allá. El peligro venía de la gente y estaba destinado a otra gente. Estos animales bípedos no pueden compartir este mundo tan grande, pensó Shikha.

3Nota del traductor: Del francés: préférence— Un juego de cartas originario de Rusia.
4Nota del traductor: Del árabe: Shaitan – el diablo.