Una esquirla en la cabeza

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CAPITULO 11

Un lugar extraño

Zakolov llegó a la residencia estudiantil y lo primero que hizo fue visitar a los gemelos Peregudov. En la residencia los llamaban los yorochos, enfatizando el Yo. Estos estaban concentrados preparando sus morrales. En sus movimientos se veía fundamento y experiencia.

– Que debo llevar? – preguntó Tikhon.

– Ropa sencilla y calientica. Y comida para el primer día. – respondió Vlad, el jefe del grupo.

De los dos gemelos, a ese lo consideraban el mayor. Como ellos mismos contaban él había nacido quince minutos antes. Y aunque él era extraordinariamente parecido a Stas, se veía y hablaba más sólido.

Tikhon se fue a su habitación y rápidamente metió, en una bolsa, ropa para trabajar y dos latas de carne conservada, que había traído el día anterior de la casa paterna.

A la media hora, por la ventana, se oyó la corneta de un automóvil. Los gemelos llegaron corriendo a la habitación.

– Vámonos. Nos vinieron a buscar. – dijo o Vlad, o Stas. Los dos vestían chaquetas de lona verde y sombreros de soldado con los lados plegados, de tal manera que Zakolov no podía diferenciarlos.

El automóvil que los llevaría resultó ser un “UAZ” de la policía con una banda ancha azul a lo largo de la carrocería. Al volante iba el sargento Fedorchuk, bien conocido por Zakolov por el asunto del año anterior sobre la desaparición de las estudiantes. El sargento reconoció a Tikhon.

– Mira quien está aquí! Un viejo conocido – Casi gritó el sargento.

– Conocido, pero joven. – bromeó Tikhon. – Le deseo buena salud camarada general! Aquí estamos estos tres vagabundos a sus órdenes —

– Nada de etiqueta, por favor – las puntas del bigote se levantaron un poco, mostrando que le gustó como se dirigieron a él. – Soy Nikolay o simplemente Niko. Siéntense. —

– Espero que esta vez no me ponga en un calabozo. – preguntó Zakolov poniendo, en broma, voz de asustado.

– Si sigues con los chistes. – Se rio el sargento. – A propósito, ¿saben qué hacer cuando lleguen al sitio? —

– Nos instruyeron. – Corto y seco respondió por todos Vlad Peregudov.

Como siempre, por su tono de líder, él fue nombrado jefe de grupo.

“Y cuando lo instruyeron?”, Zakolov se rio en su interior.

Como jefe de grupo, Vlad se sentó en el asiento de adelante. Tikhon y Stas, se sentaron atrás.

– Fedorchuk, por qué todos los sargentos de la policía tienen bigotes? – riéndose, preguntó Zakolov

– ¿Si? Y directo el tipo. – Fedorchuk se alisó los bigotes y, pensativo, dijo, – Es para diferenciarnos de los militares. A ellos no se les permite, y nosotros somos voluntariosos. —

Tardaron cerca de dos horas en llegar donde iban. Apenas salieron de la ciudad, las señas de la civilización, poco a poco, desaparecieron. La carretera asfaltada dio paso a la de granzón. Pronto, bajo las ruedas, ya era la simple pista trazada, y al final, el auto iba en la propia estepa. Ya no había camino y las pequeñas piedrecitas crujían bajo las ruedas.

Fedorchuk conducía el auto lentamente, mirando al horizonte y, de vez en cuando, cambiaba la dirección de movimiento.

– Vaya, como odio esta estepa pelada. – gruñía. – Aparentemente es inofensiva, pero, puedo caer en un hueco grande o atascarme en un arenero. Y si tienes que salir del auto por el viento, hay que tener cuidado con las culebras peligrosas y estos bichos con tenazas como los cangrejos: los escorpiones venenosos. Parece un escarabajo, y tiene tanto veneno que puede matar a un perro o un becerro, y hasta un hombre. —

– Los escorpiones no son escarabajos. Más bien son cercanos a las arañas. – aclaró Tikhon.

– Tú, ¡quédate tranquilo! – Graznó el policía como si estuviera disgustado.

– Además, en honor del escorpión han llamado una constelación zodiacal, hace varios miles de años. Quiere decir que hay algo particular en él. —

– Cual constelación? – preguntó Fedorchuk.

– Una del zodíaco. ¿No has escuchado hablar del zodíaco? —

– Ah! Eso. Mejor la debieron llamar hormiga, es inofensiva y más bonita. ¿Y que tiene de particular el escorpión? La culebra solo muerde, pero el escorpión tiene sus tenazas y el veneno en la cola. ¿Como puede la naturaleza soportar esa criatura? —

– En los países occidentales, los astrólogos hacen horóscopos a partir de los signos del zodíaco. – Stas intervino en la conversación. – Allá publican los horóscopos. La gente lee y cree en sus predicciones. Ojalá y publicaran los horóscopos aquí. —

– Astrología, alquimia. – Esas son pseudo ciencias antiguas. – Con autoridad expresó Tikhon. – En nuestro país, con nuestra alta instrucción, esos desvaríos no los leería nadie, aunque los publicaran. Eso es en los países del oriente donde los gobernantes tienen al pueblo poco instruido y así lo pueden controlar. —

– Y aquí, ¿estamos en el Occidente acaso? – se rio Fedorchuk, poniendo atención en el camino, buscando en el paisaje desértico una orientación.

– Aquí estamos en el verdadero Oriente. A cincuenta millas están los cohetes con los cosmonautas, y aquí, todavía la gente teme que algún hechicero los embruje. —

– Hechicería. Brujería…. Tonterías. – Tikhon sonreía. – No estamos en la edad de piedra. ¿Quién cree en eso? —

– A lo mejor, en Moscú, no creen. Pero vives en este desierto y te sorprenderías. Pregunta por ahí. – Fedorchuk movió su mano como abarcando todo el panorama. – Aquí, en quinientos años, probablemente, nada ha cambiado. Un lugar salvaje. No hay gente. Ni siquiera hay un camino.

– Miren! ¡Allá hay dos camellos! – Vlad señaló asombrado.

– Supongo que son del hechicero. Significa que llegamos. Puede ser que los camellos se hayan escapado. Por aquí pastorean como en su casa. —

Fedorchuk estiró la cabeza sobre el volante, mirando a lo lejos, y por fin, vio el techo de un galpón largo y se alegró.

– Coño!, ¡lo conseguí! Hacía dos años que no venía y estaba perdido. Cuando comience la cosecha vendrán los camiones. El año pasado no vinieron estudiantes. Después de aquel asunto, los profesores tenían miedo de venir para acá. Entonces mandaron a todos al lugar de acopio, a cernir granos. —

– Después de cuál asunto? – se interesó Vlad.

Pero el automóvil ya se aproximaba al galponcito, el sargento de la policía miraba atentamente la construcción y no escuchó la pregunta.

– Llegamos. – ruidosamente informó Fedorchuk cuando detuvo el carro. – Aquí está su cueva. ¡Un hueco en ninguna parte! Pero para la juventud está bien. Perdido y lejos de la familia. ¿Es así, muchachos? —

– De todas maneras, estamos lejos de ellos. – Zakolov respondió por todos. – Y cincuenta kilómetros más, no significan nada. —

– Si, es una residencia. – asintió el sargento, recordando donde los había recogido. – De todos modos, aquí no es la ciudad. Aquí es otra cosa. —

Los muchachos salieron del auto y consideraron el lugar. En la estepa pelada, sin árboles y sin siquiera arbustos, estaban dos galpones alargados. Por los restos lamentables del cubrimiento de yeso que tenían, se podía adivinar que alguna vez las paredes fueron blancas. Entre los galpones había una mesa larga cubierta en un cobertizo. De un lado del toldo había una especie de parrillera con una gran plancha de hierro y la cual estaba prevista, aparentemente, alimentar con leña. A su lado, en una pequeña construcción de ladrillo, había un tonel para agua. Al otro lado estaban los baños, con paredes de madera. Todo esto estaba cubierto de polvo.

– Hace tiempo no venía nadie. ¡Dos años! Los mandaron para la mierda a ustedes, y de todos modos tienen que agradecer – Esto lo dijo Fedorchuk muy alegremente, como si tratara de espantar el silencio acumulado.

Después del zumbido ruidoso del “UAZ”, el silencio traía inquietud.

– Ahora, este es su campamento. Ahí están los galpones, ¡solo falta la alambrada con púas! – El policía se carcajeó solo con la voz, manteniendo la mirada seria como un director de orquesta, que, con un chiste rutinario, trata de despertar la sala al comienzo del concierto. – Es la tercera vez que traigo estudiantes para acá. Controlo la parte policial. La primera vez todo pasó bien, pero la segunda, faltó uno. Veremos cómo será ahora. —

Después de estas palabras, el sargento Nikolay Fedorchuk calló, como si recordara algo.

– Que pasó la segunda vez? – preguntó Vlad, sintiendo en las palabras del sargento una insinuación.

– Yo les aconsejo que, primero, preparen los sitios de dormir y la cocina. – Fedorchuk, de nuevo, había pasado al tono de alegría e ignoraba la pregunta de Vlad. – Y ahora, recojan sus provisiones. —

El policía abrió la maleta del “UAZ”. Ahí, tras los asientos, había un par de botellones de agua en medio de un montón de tablas sueltas.

Como a trescientos metros de los galpones había una especie de choza de la estepa con paredes descoloridas pero que nunca habían sido elegantes.

– Allá vive alguien? – preguntó Tikhon al chofer.

– Un viejo kazajo, de barba blanca. Yo creo que tiene como cien años aquí. Ya estaba aquí cuando estos galpones no se habían construido. De común acuerdo con el instituto, él cuida de estos galpones. La gente del lugar lo considera un hechicero. —

– Hechicero? ¿Qué es ese delirio? Yo creía que ya habíamos hablado inteligentemente de eso en el carro – Dijo Tikhon, asombrado.

– Delirio o no, yo no sé, pero de él se dice cada cosa. Los lugareños no opinan, temen. Si no, hasta el último bombillo se lo llevarían. —

– Hay que ir hasta allá y decirle que somos estudiantes y no ladrones. – propuso Vlad.

– Pero yo no voy. De todos modos, él ya lo sabe. – y mirando de reojo a la choza, Fedorchuk se persignó.

– Como? ¿A él le informaron? – Preguntó Vlad, también en voz baja.

– Yo creo que él lo intuye. – el sargento dijo misteriosamente, después pasó a hablar con su voz alta normal. – Por allá, lejos, está el río. Y del otro lado, más lejos todavía, están los campos de arroz, donde tienen que echarle pichón. —

 

Fedorchuk se rio de su propio chiste. Tikhon miró hacia la dirección indicada. A lo lejos, sobre la estepa amarillenta, apenas sobresalía un terreno relleno y aplanado.

– Vamos a revisar si hay algo utilizable en los galpones. – propuso el policía. – Puede ser que el brujo nos haya dejado un muerto. —

– Usted siempre bromea? – se disgustó Stas.

– Cual broma? Hace dos años no conseguimos un cuerpo. —

Ahora fue Zakolov quien no pudo contenerse. Se paró frente al sargento y le dijo con dureza.

– Diga Fedorchuk, ¿qué es eso que usted insinúa a cada rato? —

– Mmmm. – se enredó el sargento y dijo – El jefe me dijo que no los asustara mucho con historias viejas. —

– Cuente, cuente. – Le exigió Tikhon – Con sus omisiones nos asusta más. —

– Si, seguro que a ti te asusto. – se burló Fedorchuk. – Está bien, salgamos de eso, pero no fue nada horroroso. Hace dos años vino, como jefe de la brigada, el profesor Bortko de su instituto. ¿Han oído sobre él? No, claro, ustedes sólo tienen un año aquí. Simeón Mikhailovich Bortko era profesor de las materias del partido: historia del PCUS5, filosofía y cosas de ese estilo. Como nos enteramos después, el vino porque quería estudiar la economía agrícola, no en teoría, sino en la práctica. Tenía sus ideas sobre eso, y ya estaba preparando una carta para las autoridades en Moscú. Pero eso no es importante. Lo importante es que un día desapareció. Desapareció sin dejar huellas. Aquí mismo. Todo el mundo lo acababa de ver y, de repente, ya no estaba. Después obtuvimos todos los detalles. El presidente del koljoz nos llamó. Yo vine para acá, con el jefe, Viktor Petrovich Petelin. Tú lo conoces, ¿verdad Zakolov?

Tikhon asintió, pero estaba muy pendiente del cuento del sargento.

– Bueno, llegamos aquí enseguida después de la llamada. Al principio pensamos que era una tontería, inclusive que podía ser una broma. Los estudiantes son tremendos, siempre están inventando algo, sobre todo si es un grupo grande. Pero resultó que era un asunto serio. Volvimos al día siguiente. Hasta ese momento, aunque los estudiantes estaban asombrados por la desaparición, pensaron que en la mañana el profesor aparecería. De todas maneras, ellos no podían comunicar eso antes. No hay línea telefónica. Bueno, llegamos Viktor Petrovich y yo, interrogamos a todos, y nos hicimos una buena idea del asunto. Eso sucedió antes de la cena. Todos los estudiantes habían vuelto del campo de arroz, o sea, había muchos testigos. Y entonces empezó una discusión entre el profesor y los estudiantes sobre este mismo brujo. Bueno, existe la materia y existe la conciencia. La materia es primero, y el pensamiento sin la materia no existe; y cosas así… Y ahí, uno dijo, que puede ser al revés. Que el flujo del pensamiento puede influir sobre la materia, y que el brujo local se dedica a eso… Y aquí, Simeón Mikhailovich se salió de sus casillas. “eso es ignorancia, – dijo – la filosofía marxista leninista no nos enseña eso. Ahora voy a traer al brujo ese y ustedes se convencerán que no es sino un viejo retrasado y medio analfabeto. Que sólo puede confundir cerebros más analfabetos que él, y no estudiantes soviéticos adelantados”. Y salió derecho a la choza. Allá.

Fedorchuk señaló la choza. Todos los muchachos lo siguieron, curiosos, con la vista.

– Todavía no estaba muy oscuro. – Fedorchuk continuó el cuento. – Todo se veía perfectamente, y decenas de ojos vieron como Bortko se dirigía a la choza. Inclusive dos estudiantes fueron tras él, pero se detuvieron ante la choza y no entraron. Y he aquí, que en el preciso momento en que Bortko entraba en la choza, desde aquella esquina del galpón, – Fedorchuk señaló al lado contrario – apareció el viejo brujo sobre un camello. Este resopló o mugió, no sé qué ruidos hacen esos jorobados, y todos los estudiantes voltearon hacia él. Uno de los estudiantes le dijo al viejo: “Él fue a su casa” y señaló a Bortko, quien ya entraba en la choza. El brujo miró hacia allá, puso cara de preocupación, algo gritó y corrió hacia la choza en el camello. No le gustó que entraran a su casa sin estar él. Eso se entiende. Cuando llegó cerca de la puerta, se bajó del camello, entró y enseguida invitó a los dos estudiantes a entrar.

Fedorchuk calló, prendió un cigarrillo y fumó.

– Bueno, así son las cosas. – Pensativamente miró hacia la choza.

– Luego, ¿que? – Tikhon no aguantó la larga pausa.

– Luego? – Fedorchuk, confundido, miró la casa. – Luego, nada. Simeón Mikhailovich Bortko no estaba en la choza. Allá no había nadie. La choza estaba vacía. Lo confirmaron los dos muchachos, quienes entraron primero, y el brujo, y los otros estudiantes que entraron después para ver con sus propios ojos. Petelin y yo llegamos la mañana siguiente. Revisamos la choza, por supuesto. No había ningunos muebles y era imposible esconder algo. Y además, para que iba a jugar a las escondidas el respetable profesor? —

– Extraña historia. – dijo, pensativo, Tikhon.

– Así son estos lugares. – con mirada aprensiva, Fedorchuk recorrió con la vista los alrededores.

– Y pasó mucho tiempo entre la entrada de Bortko en la choza y la de los estudiantes? – preguntó Tikhon.

– Dos minutos. ¿Cuánto tiempo se necesita para ir, en camello, de aquí hasta la choza? Y nosotros revisamos las paredes de la choza. – puntualizó Fedorchuk, previendo la siguiente pregunta. – El soporte es de maderas cruzadas. Una persona no puede pasar por esos espacios pequeños. Los estudiantes estaban cerca, no se oyó ningún ruido. —

– Y, de repente, Bortko no entró, sino rodeó la choza y se escondió en la estepa. – planteó Tikhon.

– Ahora se puede decir cualquier cosa. En aquel entonces todos dijeron que vieron a Bortko entrar en la choza. Y la estepa no es un bosque, no te puedes esconder muy rápido. Yo mismo pensé que pudo ser un espejismo. O el brujo hipnotizó a todo el mundo. ¡Y todavía! Al día siguiente el joven teniente Andrei Martynov se trajo un perro para buscar al profesor. Nosotros no tenemos sabuesos en la comandancia, pero un conocido de Martynov tiene un perro entrenado. Al perro le dieron cosas de Bortko para oler y lo soltaron. Al llegar a los galpones dio vuelta y se dirigió derecho a la choza. Entró, olió, hizo muecas y enseguida saltó y salió. Comenzó a frotarse, a lamerse, su boca se le hinchó y le salió saliva. Después se cayó y empezó a convulsionar. Estiraba las patas, chillaba como un niño y murió. El teniente lloró. Y hasta a mí me salieron lágrimas, viendo sufrir al perrito.

– Y que le había pasado al perro? – preguntó Vlad.

– Mientras moría el sabueso, el brujo sacó un escorpión negro de la choza. Dijo que el alacrán había picado al perro y él lo sostenía como si nada. Dejó caer la mano, el escorpión cayó al suelo y se fue. ¿Que tal!? – Fedorchuk sacó otro cigarrillo y, muy nervioso, fumó otra vez. – Las cosas y documentos del ciudadano Bortko se quedaron aquí. Todavía esperábamos que el apareciera por su casa o se encontrara en algún otro lugar. Pero desapareció su profesor, sin dejar huellas, desapareció. —

El sargento terminó de fumar callado, con los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo sin filtro, aplastó la colilla y se acercó a la puerta del galpón. Los muchachos también callaron. Después de esa historia recorrieron con la vista, de nuevo, el extraño lugar: con atención y cautelosos.

En la puerta del galpón había un candado. Fedorchuk hurgó en sus enormes bolsillos y sacó un manojo de llaves. Probó, en el candado, una llave tras otra, hasta hallar la apropiada. El candado oxidado hizo ruido con las vueltas de la llave hasta que, al fin, abrió su pesada argolla. Bajo la mano del sargento la puerta chirrió desagradablemente, se columpió hacia afuera y descubrió una boca negra rectangular. Arriba, como un diente curvo, apareció un colgandejo. Fedorchuk medio arregló el cuadro de la puerta y cruzó el umbral.

Dentro del galpón, de un lado, había un largo corredor, y enfrente, unos grandes compartimientos cerrados. Los muchachos entraron al estrecho corredor tras Fedorchuk y miraron por una de las puertas. En la habitación semi oscura había literas metálicas sin ropa de cama. Nikolay Fedorchuk accionó el interruptor de la luz. No se prendió ningún bombillo.

– Ah! Hay que prender el interruptor principal. Allá en la última columna. Después entramos. —

– Hay que abrir las ventanas, para el aire. – Vlad se dirigió a las ventanas polvorientas y las abrió.

Zakolov, mientras tanto, curioseó en los restantes compartimientos. A él le pareció que, en alguno de ellos, el vería el profesor desaparecido o lo que quedara de él.

Fedorchuk, caminando ruidosamente, atravesó todo el pasillo y con una llave del manojo, abrió la última y pequeña habitación sin ventanas. Esta estaba llena de cochones, colocados de manera desordenada.

– Ajá! ¡Los colchones! —gritó, alegre, el policía. – Ya yo lo decía, todo está en su puesto. Pónganlos en las camas. Pongan las poncheras de los lavabos cerca del comedor. —

Suavemente pateó las poncheras de los lavabos. La ponchera de arriba perdió el equilibrio y cayó al suelo. Stas, que se aproximaba, se agachó para recogerla, pero enseguida la soltó y bruscamente dio un salto atrás.

– Miren, unos pies! – gritó, con voz temblorosa y jadeante, y señaló unas botas de lona dura que sobresalían de los colchones.

CAPITULO 12

Una voz en la oscuridad

Cuando escuchó la voz angustiada Tikhon gritó,”! Lo encontraron!” y salió corriendo a la despensa. En todo, a él le gustaba la precisión y la definición, no importando lo desagradable que fuera. Explicaciones por brujería y cosas del diablo a él no lo convencían.

Todos se aglomeraron para ver las suelas de las botas. Parecía que alguien había escondido un cuerpo bajo los colchones. Hasta la nariz de Zakolov llegó el olor rancio y el polvo de la habitación.

Los muchachos interrogaron con la vista al policía. Un pálido Fedorchuk se agachó lentamente y cuidadosamente haló una de las botas. Esta salió fácilmente de los colchones.

– Epa! ¡Está vacía! – Nikolay, más tranquilo, tiró la bota a un lado. – Hasta a mí, un lobo experimentado, me avergonzaron. – Hay que prender la luz, de todos modos.

Todos salieron. Fedorchuk se dirigió al transformador, abrió la puerta de este, sopló el polvo del gran interruptor y cuidadosamente lo bajó hasta hacer el contacto. Sonaron los terminales, y en algunas ventanas del galpón apareció la luz.

– Bueno, llegó la civilización. – Fedorchuk se alegraba con cada pequeño detalle, como un niño que hubiera encontrado un juguete olvidado. – Bueno, yo encuentro todo en orden. Tomen las llaves. Terminen de arreglar todo, si pueden, yo me despido. El jefe y yo tenemos planes para la noche. —

– Van a agarrar bandidos? – bromeó Tikhon.

– Aquí no hay bandidos, sólo huesos de camellos, pero, a veces, hay que disparar. – respondió serio Fedorchuk. – Bueno muchachos, pórtense bien. El resto de la gente llega mañana y traerán las vituallas necesarias. Y yo necesito llegar a la ciudad antes del anochecer. —

Entró al auto y le dio al encendido, pero antes de arrancar, desde la ventanilla gritó, duro:

– Este es un lugar maldito, se los digo yo. Extraño. Pero no importa. En el día estarán bien, pero en la noche, ¡aguántense! —

Los muchachos, desde el sitio, acompañaron al auto alejándose. Pero cada uno pensó: ¿Qué quiso decir el policía, exactamente, con la última frase? ¿Estaba bromeando, o les advertía sobre algo?

– Bueno chicos, pongámonos a trabajar. – después de una pausa, Vlad tomó para si las riendas del asunto.

Los muchachos revisaron el segundo galpón, el cual se diferenciaba del primero muy poco. Empezaron con la colocación de los colchones y almohadas en las camas. Al principio bromeaban haciendo eso, pero las camas eran demasiadas y cada polvoriento colchón era más pesado que el anterior. Después Vlad propuso barrer un poco. De todas maneras, no había agua para una limpieza normal.

Cuando terminaron con el trabajo dentro de los galpones, los estudiantes colocaron los lavabos en dos planchas cerca de la cisterna y se dirigieron a la cocina. Aquí cargaron el horno de hierro con dos grandes quemadores y al lado pusieron un pequeño horno adaptado a un soporte semicircular. Desde un rincón un enorme samovar6 de cobre miraba a los muchachos. El samovar parecía un viejito solitario y enfermizo. El grifo remembraba una nariz torcida dirigida hacia abajo, con una boca sin dientes, con las agarraderas como orejas protuberantes, con una arrugada tapa pasada de moda. Por añadidura, a través del polvo, se veían unos ojos arrugados.

 

Zakolov limpió la tetera, le tapó los ojos al viejito y el samovar se alegró.

El horno y el samovar lo cargaron con madera o carbón. Tikhon estaba seguro que estos aparatos antiguos, hacía tiempo, no se utilizaban en ninguna parte y solo se podían ver en las casas de antigüedades y en los museos. Los muchachos, con tristeza, miraban los enormes accesorios de cocina, llenos de polvo. Ya todos tenían hambre.

– Hoy no utilizaremos esto. – Vlad expresó el estado de ánimo general.

– Cenaremos con los enlatados y el agua para el té, la calentaremos con la resistencia. —

Oscureció rápidamente. Tikhon prendió la luz. Sobre la mesa, a cielo abierto, solo se encendió un bombillo.

Los muchachos se sentaron a la mesa que ya habían limpiado. Y enseguida descubrieron que una nube de mosquitos revoloteaba en la luz del bombillo. Parecía que el bombillo servía como faro y señal para la reunión de los mosquitos de la zona. Los zancudos formaban grandes nubes que parcialmente tapaban la luz.

Zakolov trató de apartar, con las palmas de las manos, los molestos zancudos. Esto no tuvo ningún efecto. La mano sentía la resistencia, no solamente del aire, sino de una gruesa masa que se movía. Tikhon nunca había visto una reunión tan densa de mosquitos. Quizás estos mosquitos nunca habían visto una luz artificial y venían solamente por curiosidad. No, moviéndose por instinto, muchos de ellos iban alegremente hacia los dorsos de las manos y rostros de los muchachos.

– Vienen de los campos de arroz. Allá todo está inundado y en el verano se reproducen – Tikhon sacó la triste conclusión. – Como haremos con ellos?

Levantó la taza de hierro con té caliente. En el té ya nadaban algunos mosquitos, y en la superficie ya se apilonaban decenas de sus compañeros. A todos los atraía el líquido dulce y caliente, como si quisieran zambullirse allí. Y así, los tontos zancudos caían, uno tras otro, dentro de la taza y se quedaban ahí, sin importarles el desesperado pataleo.

– Esto ya no es té, es una sopa. – se quejó Zakolov y apartó la taza.

Cientos de zancudos zumbaban, en un tono agudo y antipático. De repente, Zakolov, a través de ese zumbido, escuchó una suave e insinuante voz:

– Hola, Tikhon. —

Zakolov se estremeció. Vlad y Stas, sentados enfrente, estaban concentrados, con sus tenedores, en la lata de conserva. Era evidente que ellos no habían escuchado nada.

A Tikhon le pareció que la voz vino de atrás, a su espalda. Cuidadosamente se volteó, pero no vio a nadie. La escuálida luz del bombillo sucio no iba muy lejos en esa noche negra. ¿Se lo habría imaginado?

– Bienvenido a la estepa – de nuevo se escuchó la desagradable voz.

Tikhon recordó las palabras del sargento acerca del brujo y le dio escalofrío. Pero esta vez los hermanos si escucharon y dejaron de masticar. Con las bocas abiertas, trataron de ver de dónde venía la voz.

CAPITULO 13

¿Dónde está Fedorchuk?

Bueno, ¿dónde se habrá metido Fedorchuk?, sentado en su oficina, ya estaba disgustado el mayor Petelin. El vicerrector del instituto había pedido que llevaran los estudiantes al koljoz, comprobar que allá, todo estuviera bien y, en general, hacerlo como todos los años. Fedorchuk hizo lo que tenía que hacer allá y al regreso, se fue a pasear? Ya son las diez y ni el sargento ni el carro están aquí. Y él sabe, coño, que hoy en la noche tienen que ir a cazar saigas7. ¡Ya antes nos habíamos puesto de acuerdo! Y ya el mayor tenía su botella preparada, y no una blanca cualquiera, la propia coloreada, ¡“La Cazadora”! La que no se consigue, la que pica en la garganta, la que calienta en el frío y lo más importante, ¡mejor nombre no puede tener!

¿Nos echamos una copita ahorita?, pensó el cansado mayor. No, esta botella hay que dejarla para el comienzo de la caza. Cuando apenas sales a la estepa nocturna, abres cualquier vidrio del “UAZ”, cargas el arma, sientes las vigorizantes puntadas de la emoción, y es en ese momento que hay que echarse un palito, para calentarse y para tener suerte en la caza. Después prendes la luz alta, y adelante, a la estepa abierta, a perseguir los saigas.

Ahora hay bastantes. Acumularon grasa en el verano, preparándose para el invierno. En este momento su carne es más jugosa. Lo más importante es lo rápido que hay que encontrar la manada, mientras tienes el entusiasmo y el ánimo, que están a su máximo. Y cuando ves a los gordos antílopes de la estepa, aceleras la máquina y ¡a la persecución! Esos muérganos con cuernos, pueden correr a setenta kilómetros por hora, pero nuestro “UAZ” puede ir a cien. Y no les dura el aire para respirar. El hierro con gasolina es más fuerte que cualquier bestia.

¡Y aquí está el rifle! Ya cargado. Y me llevo las pistolas, por si acaso. Lástima que no tenemos una carabina y mucho menos un fusil automático, como los militares. Y con un automático, cuantos goles no marcaríamos ¡Sin mucho esfuerzo!

Pero con un automático no es interesante. Ves la manada, te paras en el medio de la estepa y le das para todos lados. Las balas son suficientes. Esto es una satisfacción, pero para tenienticos nuevos. ¡En el momento de la caza todo el gusto está en la persecución! Cuando ves, ante ti, como parpadean esos traseros grasientos a la luz de los faros. El carro lo tiras por los mogotes, los saigas saltan, y es necesario saber tener los saltarines en la mira y poner el proyectil en el blanco. No es lo mismo estar en la galería de tiro y darle a un blanco fijo.

Pero el mayor tiene una gran experiencia en esa caza. Habrá presas.

Petelin se imagina claramente, frente a sus ojos, las chispas de ese fuego emocionante, y en su garganta, el gusto de la bebida vigorizante en el aire fresco. Epa! ¿Qué voy a esperar? La “Rusa” blanca, que compramos esta mañana junto con la carne, se puede descorchar ahora.

Viktor Petrovich sacó de su maletín la botella de vodka, le quitó, con los dedos, la fácil tapa que tiene una “lengüita”, ya que en los últimos tiempos, la fábrica ha empezado a economizar en esas tapas. Se sirvió dos tercios de un vaso. Se contuvo: “Por ahora está bien”.

Lentamente, en varios tragos, bebió el agradable líquido. El policía metió la mano en el maletín y sacó, envuelto en periódico, un tomate grande, del tipo “Corazón de buey”. Mordió la jugosa pulpa roja y el mayor, con satisfacción, se dijo: al menos algo bueno crece en este infierno kazajo. Ni por el carrizo se dan los pepinos, no importa cuánto los riegues, las hojas se ponen amarillas y se caen. Y los frutos se doblan ya temprano. Pero los tomates parece que aman el sol. Mira que gordos salen, carnosos y enormes. Más de medio kilo llegan a pesar. Lástima que no se puede echarles sal.

Las patillas también crecen aquí, y los melones. El mayor recordó algo. Sería bueno mandar a Fedorchuk a un koljoz, para que traiga melones. Ahora ya maduraron, se pusieron amarillos, las cáscaras ya se cubrieron de venitas y ya se siente el aroma. Claro, no estamos en Uzbekistán y los melones no son de aquel tipo, no tan jugosos, pero son gratis y hasta un quintal se puede recoger.

¿Pero dónde está Fedorchuk con el carro? Ya empieza la noche y es el momento apropiado para salir a buscar esa carne tonta que está saltando en cuatro patas.

¿Cuántos saigas debemos cazar hoy? Cinco serían suficientes. Uno para mí, uno para Fedorchuk, un tercero para los muchachos de la comisaría. El cuarto, probablemente se lo doy al procurador. Claro, ellos podrían cazar los suyos, pero hay que mostrar cierto respeto, trabajamos juntos, tenemos un objetivo común. Hay que darles un macho, robusto, con cuernos largos.

Los militares aman esos cuernos que rompen cráneos, para ponerles barniz y ponerlos en cualquier placa de madera tallada. Entre los soldados hay bastantes que pueden hacerlo muy bien y los ponen bonitos. Y después esos oficiales se regalan, entre ellos, esas producciones de arte, fanfarroneando y bromeando. Viktor Petrovich tiene, por supuesto, de esos cuernos. Ahí, en la entrada de la oficina, tiene unos colgados. Es cómodo colgar la gorra ahí, inclusive lanzarla desde algunos metros.

5Nota del traductor: PCUS: Partido Comunista de la Unión Soviética.
6Nota del traductor: Samovar— tetera rusa característica.
7Nota del traductor: Saiga— Una especie de antílope de la estepa centro asiática.