El libro de Shaiya

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Capítulo 16
Fin de trabajo

Por los tonos rojizos y anaranjados del sol entre los árboles, deduje que hacía poco que amaneció. Un agradable olor me había despertado. Lo reconocí inmediatamente, el inconfundible aroma de palomitas de maíz recién hechas. Inés nos entregaba un plato hondo lleno de blancas y apetitosas palomitas recién sacadas de la sartén. Mis pupilas se dilataron al tiempo que mi boca salivó abruptamente. Don Pedro, al observar que todos estábamos despiertos, dijo:

—Hemos finalizado el ayuno y para romperlo lo haremos con la sal que aportan estas palomitas. Tomar este alimento preparará el organismo para el regreso a la cotidianidad. Fueron trece días muy duros y ahora el retorno debe ser gradual. Os recuerdo que para ello tenéis que manteneros sin tomar estimulantes, carne roja, cerdo, ni comidas muy especiadas o fuertes durante otros diez días. Esto permitirá que todo lo vivenciado en estos trabajos quede bien sellado e integrado en cada uno. De no ser así, todo podría quedar en una bruma parecida a la de un sueño, perdiendo su sentido y trascendencia. Podéis empezar cuando queráis, que aprovechéis.

Por fin llegó ante de mí el maravilloso manjar. Cogí una palomita y la miré como si fuera algo único, increíble, inimaginable. Hacía unas horas una imagen como esa hubiera parecido tan distante y lejana como una estrella del firmamento y ahora la tenía delante, después de tantos días sin comer nada y con ese olor tan delicioso. Abrí la boca como si fuera a degustar algo sagrado y, al rozar mi lengua uno de los puntos de sal, se produjo en todo mi tejido corporal una ligera descarga eléctrica que me erizó el vello. El sabor y la esponjosidad de la pequeña y blanca palomita explotó en mi paladar produciéndome una hermosa sensación, casi orgásmica. Mastiqué y saboreé con tanta lentitud que podría decirse que en el mundo no había nada más importante que aquel simple acto. Mis dedos no tardaron en coger delicadamente otra palomita para repetir ese éxtasis.

María empezó a traer a cada uno una botella de agua para acompañar la experiencia. Todos comimos felizmente tal que niños al alegre crujir de las sabrosas palomitas. Ante mi sorpresa, no tardé en sentirme saciado. Si tenía presente lo poco ingerido durante aquellos días, mi estómago no debía de ser mucho mayor del tamaño de una pelota de tenis. Noté cómo la sal se expandía por mi cuerpo, fortaleciéndolo al tiempo que la realidad material y física que me rodeaba tomaba más fuerza e intensidad. Todo aquel mundo sutil se desvanecía como si nunca hubiera existido.

—Cuando lo creáis oportuno, podéis dirigiros a vuestro tambo, recoged las cosas y, cuando acabéis, volved de nuevo aquí —dijo don Pedro.

No sé si por la sal o por la alegría tras haber finalizado el periplo que, al levantarme, mi debilidad era mucho más tenue. Por no molestar más a Isabel, le indiqué que no hacía falta que me acompañase. Quizá me precipité en esa decisión, ya que me costó un buen esfuerzo subir la resbaladiza cuestecita. Aun así, mi mirada se desplazaba de lado a lado, observando con atención todas las plantas y árboles que bordeaban el caminito, en lo que podría definirse como una mirada de despedida y agradecimiento. Sabía que ya nunca más regresaría a aquel lugar y aunque en determinados momentos detesté estar allí, ahora sentía una profunda nostalgia al tener que abandonar semejante rincón del mundo.

Me sentía formar parte de la verde espesura y sus seres. Algo había cambiado muy dentro de mí y me di cuenta de que parte de ese mundo siempre me acompañaría a lo largo de la vida, estuviera donde estuviese.

La tarántula, estática en medio del camino, parecía esperar mi llegada para, lentamente, despedirse hacia su agujero en la base del árbol y regresar a su realidad tan distinta de la mía.

De forma inesperada encontré encima de la mesa la mochila completamente limpia, así como toda la ropa que había en su interior. También estaban los enseres que al llegar don Pedro, nos requisó.

No pude evitar acercarme con cuidado a olerla como si fuera un perro de presa. Olía muy bien y por suerte ya no había rastro de la nauseabunda pestilencia que aún recordaba con tanta fuerza e intensidad. Me desnudé y cuidadosamente empecé a doblar el hermoso poncho como si de una valiosa reliquia familiar se tratara. Recogí lo poco que tenía y decidí que para regresar usaría mi apreciado bastón, evitando así cualquier posible infortunio. Me giré para dar una última ojeada a lo que fue mi hogar esos días y a sus habitantes. Me emocioné en una imagen fugaz de lo allí vivido, aunque también me sentí aliviado.

Delante de la gran palapa habían montado una gran mesa de madera con sus troncos a modo de sillas y, a medida que llegamos, nos sentamos mientras Raúl, María, Inés y sus padres, que hasta entonces no los habíamos visto, disponían cubiertos y platos para cada uno. No tardó don Pedro en llegar, vestido ya con tejanos, botas y camisa, adoptando la imagen de ese hombre típico de ciudad tan alejada del ser real que era en la selva. Rápidamente la mesa se llenó de platos de ensalada acompañada de una riquísima sopa de pollo. Qué decir ante aquello. Reflexioné cuando comía sobre las necesidades que hay en el mundo y la cantidad de gente que no tiene la posibilidad de comer. Yo era muy afortunado y no pude hacer más que dar gracias y disfrutar de aquel exquisito caldo de los dioses. La comida desapareció tan rápido como había aparecido y don Pedro nos avisó de que ya era hora de regresar. Nos despedimos afectuosamente de la amable familia que nos había cuidado tan atentamente, acompañándonos con paciencia cuando caminábamos desvalidos por la oscuridad de la noche.

La vuelta fue tranquila y los sonidos de la selva poco a poco fueron dando lugar a los de la pequeña población de Pucallpa.

En la habitación del hotel rápidamente me desnudé para ducharme, enjabonando bien todo mi cuerpo. Aproveché también para limpiarme los dientes y afeitarme. Me di cuenta de la importancia de esos simples actos cotidianos, tan profundamente placenteros. Mi sincera sensación era como si fuera la primera vez en la vida que los hacía. Cada uno de ellos se convirtió en un ritual lleno de sentido, profundidad y sensibilidad. Mi mente, acostumbrada a la naturaleza de la selva, no daba crédito a estar en un lugar con esas comodidades. Anochecía cuando nos reunimos todos para cerrar definitivamente la dieta y despedirnos. Durante la noche algunos se iban hacia su país dirigiéndose de madrugada al aeropuerto, haciendo escala en Lima. Yo lo haría a media mañana.

La despedida estuvo llena de abrazos y lágrimas de gratitud, y aunque con algunos no había mantenido ninguna conversación, no cabía duda de que existía un vínculo que nos unía más allá de algo expresable con palabras. No pude contener mi infinita gratitud con Isabel y don Pedro. Con la primera por el cariño y los cuidados que me ofreció cuando estaba tan débil; con don Pedro por su maestría y su buen saber hacer al que estaría agradecido eternamente.

Mi regreso a la sociedad vino acompañado por el cambio completo y absoluto de la vida que llevaba para centrarme en la vida que quería llevar. Sabía de antemano que hasta entonces había tenido mucha suerte y vivía muy bien gracias a un negocio que abrí en Palma de Mallorca diecisiete años antes de la transformadora experiencia.

Lo traspasé con solo llegar a la isla, y regresé a Barcelona, donde nací y donde residía toda mi familia. La verdad es que no tenía muy claro qué hacer allí, pero sí tenía una certeza, debía estar al lado de mi familia. Abandonaba también en Mallorca mi futuro como Piloto de Transporte de Líneas Aéreas que tanto esfuerzo, estudio y dinero me había costado, pero sabía con seguridad que aquella no era mi vida ni mi futuro, por muy glamuroso que fuera y a pesar de que, después de cuatro años, tenía ya la licencia y estaba listo para entrar en una compañía.

Años atrás, antes de montar dicho negocio, estudié Pedagogía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Lamentablemente, dejé mis estudios sin acabar, en tercer curso, para irme a Mallorca. Consideré si podía ser una opción viable retomarlos, pero finalmente acabé descartándolo.

Impulsado quizá por el aroma, los colores selváticos y mis vivencias en medio de ese mundo, a mi regreso a Barcelona decidí montar una floristería y me diplomé en el «Instituto Catalán de Floristas» para adquirir las habilidades necesarias. Fue el inicio de la crisis y aunque la cosa no iba mal, tampoco iba bien, con lo que a los cuatro años decidí buscar un trabajo. Aprobé la acreditación como vigilante de seguridad donde conocí, al dejar mi currículum, a la que no tardaría en ser mi mujer, Esther.

Mi mente seguía trabajando en descifrar y clarificar todo lo que se había depositado en su interior, siempre recordando la responsabilidad y objetivo último de ofrecerlo por escrito al resto de personas. La seguridad me resultaba idónea para seguir profundizando en ideas y conceptos. Como un filósofo moderno, podía dedicarme todo el día a pensar mientras paseaba vigilando.

Mi mujer no tardó en quedarse embarazada de mi hermosa hija, Shaiya.

Conocedor de que se avecinaba un importante cambio en mi vida, me vi en la necesidad de depositar gran parte de lo desarrollado en un primer libro: La esfera humana. Este era un intento de almacenar en una especie de disco duro externo y físico la información importante a la que había tenido acceso, ya más o menos concretada. Podía dedicar por completo la mente en criar a mi hija, sabiendo que con posterioridad tendría la posibilidad de recuperar la información allí depositada.

Justo cuando finalicé de escribirlo, mi hija nació.

Ahora tiene cuatro años y es lo más hermoso de mi vida. Ella me ha ofrecido tanto que es difícil expresarlo en palabras. Mi maestra que, a diario, me ha mostrado la esencia de la vida y muchas de las verdades que en ella residen. Siempre verdades sencillas como lo son el resplandor y la fuerza que ofrecen una sonrisa inocente de buena mañana o la plenitud de vivir el presente sin más objetivo que la propia existencia en él. Mi corazón se ha iluminado con su presencia y gracias a ello he podido adentrarme aún más en la naturaleza de toda la información que vive dentro de mí, como si de forma intrínseca su acceso viniera directamente ofrecido por mi apertura y aprendizaje.

 

Durante todo el tiempo desde mi regreso de la selva me gradué como Maestro en Reiki Usui y Tibetano, así como Maestro en Cristaloterapia. También profundicé en Flores de Bach, Cromoterapia, Magnetoterapia y un sinfín de otros procesos de desarrollo y evolución espiritual y personal. Finalmente me decanté por ayudar a los demás con aquellos procesos que tanto me habían marcado en mi existencia y desarrollo, la sanación chamánica con plantas maestras.

PARTE SEGUNDA

Capítulo 1
¿Quién soy yo?

—Todo debe iniciarse desde el principio y esta historia no puede ser una excepción. Este será nuestro punto de partida a través del cual iremos caminando y desarrollando tu proceso de evolución y entendimiento interior.

—¿Y cuál es ese principio?

—Desde que el hombre tiene memoria y sentido de existencia, siempre ha anhelado desesperadamente responder a un conjunto de preguntas para las cuales nunca ha tenido respuesta. El solo intento e inquietud por investigarlas, definirlas, concretarlas o enmarcarlas en forma alguna ha provocado en nuestra especie una gran cantidad de caos y destrucción.

»Grandes imperios han caído en su afán por protegerlas y defenderlas al igual que otros han surgido de la nada por tan solo inspirar una nueva visión y entendimiento de ellas. Sabios, eruditos y maestros de todos los tiempos han intentado aportar su granito de arena a esta enigmática búsqueda sin, lamentablemente, ser capaces de revelar una verdad absoluta y tangible sobre ellas, provocando a veces más controversia, incomprensión y confusión que otra cosa.

»Históricamente han sido las estructuras religiosas de poder las que más las han monopolizado y dogmatizado, con la intención de complacer y dominar al conjunto de la población en su ciega e incesante búsqueda.

»En estos últimos años, incluso la ciencia se ha atrevido a indagar sobre ellas de forma infructuosa, intentando explicarlas desde un prisma exclusivamente científico y con un lenguaje excesivamente racional, alejándose inevitablemente, ya desde un inicio, de la propia esencia y naturaleza de aquello que intentaban desvelar.

—¿Y cuáles son estas preguntas tan controvertidas?

—¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, y ¿a dónde voy? A buen seguro, en algún que otro momento de tu vida te habrás preguntado sinceramente sobre ellas.

—Sí, cierto.

—Debo decirte que no eres la única en hacerlo y que todos, en un momento u otro de nuestra existencia, hemos viajado internamente intentando encontrar alguna luz sobre esas, aparentemente, simples cuestiones.

—Imagino.

—Lamentablemente, su correcta respuesta implica de una información de la que no disponemos, provocando que, en la mayoría de los casos, este camino finalice abruptamente, producto de una frustrante resignación al ver que somos incapaces de abrirnos paso, en modo alguno, al secreto de sus respuestas.

»La mayor parte de la gente, contrariada, regresan a su cotidiana realidad diaria para seguir caminando por la vida de la misma forma en que lo habían hecho siempre, aferrándose únicamente a aquello que les parece más tangible y verdadero, aquello que se basa en el mantra de «hay que trabajar, hay que producir, hay que ganar dinero, hay que gastar y hay que llenar nuestras vidas de objetos y cosas, porque ellos nos darán la felicidad».

—Vaya.

—Cuando eres joven, idealista e ingenua, te autoconvences de que es así, reafirmada por el consenso social, la televisión, las revistas, los amigos y los familiares que, en un supuesto intento de ayudarte y dirigirte, te repetirán esos principios de forma incesante como si de verdades universales se tratara.

»Sin embargo, esas preguntas nunca se desvanecerán de tu mente porque, sin remedio, un profundo estado de intranquilidad, tristeza, vacío e incomprensión te irá visitando con mucha más frecuencia de lo deseado a medida que crezcas, creándote la extraña sensación de que estás haciendo algo mal.

»En un principio, de forma inocente, te auto culparás de tu estado emocional, observándote como débil o frágil, convencida y cegada en que los principios sobre los que dicen debes basar tu vida son sin duda correctos y verdaderos, pues es lo que parece hacer y decir todo el mundo para conseguir la felicidad.

»El tiempo pasará y las situaciones que tendrás que afrontar en la vida te acabarán llevando una y otra vez al mismo lugar para enfrentarte nuevamente a las mismas preguntas con sus mismas respuestas.

»De forma inevitable, si tu mente es aguda e inconformista, no tendrás más remedio que aceptar, ante tu propia incredulidad, que esas respuestas no son verdaderas, a pesar de que sigan afirmándote, por activa y por pasiva, desde todos los rincones de tu vida que no hay otras y que el sentido real de la vida es justamente ese.

»Sucederá aquí que entrarás en una etapa de vacío y desolación, donde esa realidad tan bien estructurada, organizada y que tan bien conocías se desvanecerá en la nada delante de tus ojos, convirtiéndose en una espesa y tupida bruma donde todo parecerá no tener ningún sentido.

»Algunos sucumben en esta etapa, abandonándose, consecuencia de sentirse incapaces de viajar en busca de las respuestas que tanto anhela y que parecen estar alejadas en el fondo de un oscuro e intrincado abismo.

»Por otro lado, existe el buscador que continúa su camino hasta que un día, de forma similar a cuando el sol empieza a asomar en el amanecer tras la larga noche, toma consciencia que todo tiene un sentido que va más allá de lo que es capaz de ver, sentir o expresar.

»Será aquí cuando empiece a despertar del sueño que hasta entonces habrá vivido y su entendimiento se abrirá a una nueva forma de ver la vida.

»Ahora, mi pregunta para ti es, ¿eres una buscadora o prefieres abandonarte en el vacío del sinsentido?

—Soy una buscadora.

—Si efectivamente eres una buscadora, quizá mis experiencias, saberes y consejos te ayudarán a encontrar la llave que te abrirá la puerta al conocimiento real de quién eres y qué haces aquí. Si estás preparada para iniciar un viaje de no retorno, sígueme para que te muestre aquello que te transformará de simple larva a mariposa. ¿Aceptas el reto?

—Lo acepto encantada.

—La primera de las preguntas a la que vamos a dar respuesta es: ¿quién eres? ¿Estás lista para ello?

—Sí.

—Pues empecemos. Todos crecemos creyendo tener una ligera idea de quiénes somos, cuál es nuestro carácter y nuestra forma de ser.

»Cuántos de nosotros no conocemos a alguien que se reafirman a sí mismo y a su propia identidad repitiéndose el típico «yo soy así y punto».

»Lo cierto es que la verdad queda muy lejos de la suposición de quiénes somos, porque, sencillamente, somos aquello que nos han hecho creer que somos.

»En tu caso, por ejemplo, te hemos enseñado y educado ya desde bien pequeña de una forma muy concreta, estructurando tu mente a comportarse desde la perspectiva que socialmente está establecida como apta, correcta y buena.

»Es la misma sociedad y sus poderes la que decide y dirige cuáles deben ser esas actitudes y comportamientos que debes de adoptar como verdaderos, para que el resto te acepte como parte de su grupo social.

—Evidente.

—Lo es, pero a veces para entender algo de la forma correcta hay que visualizarlo desde su propia negación y para ello vamos a realizar un pequeño ejercicio.

»Tú has nacido en Barcelona y eso te confiere una vestimenta en cuanto a tu forma de actuar, de sentir, de expresarte e incluso, evidentemente, de pensar. Para entender este principio correctamente lo haremos desde un ejemplo, un tanto extraño, que nos servirá para descubrir, qué sucedería, si tú vivieras en un ambiente social diferente a la actual.

»Imagina cómo serías tú misma, si por una circunstancia concreta, hubieras sido adoptada justo al nacer por una familia que residiera en Japón o en Venezuela.

—Es decir, que me hubiera criado en Japón o en Venezuela.

—Sí, correcto. Para que seas capaz de imaginarte a ti misma de la forma adecuada en esa circunstancia ambiental concreta, has de saber que, en la cultura japonesa, toda muestra de expresión de alguna emoción propia, está socialmente mal considerada.

»Es eso lo que provoca que mantengan siempre una sonrisa social de forma incesante. Esa sonrisa es solo una máscara de respeto hacia el interlocutor que tiene enfrente, no una muestra emocional de alegría o felicidad como nosotros la acostumbramos a entender.

»Tan exagerada es esa actitud, que hay padres de la sociedad japonesa que no han ofrecido ninguna muestra de afecto a sus hijos a lo largo de toda su vida como, por ejemplo, un simple abrazo.

»El valor más importante en Japón es el respeto, con todo lo que ello implica a nivel social y personal, pudiendo ahora rescatar de tu memoria y entender el famoso ritual samurái del harakiri, autoinfligido por un simple acto de deshonor o deshonra propia o hacia la familia.

»Inversamente, en los países latinos como Venezuela, las expresiones emocionales no solo están bien vistas, sino que tienden incluso a exagerarse y sobredimensionarse en un intento de hacerlas mayores de lo que ya eran originariamente, pues cuanto mayor, más importantes parecen ser. Las relaciones sociales, familiares y de pareja son, por lo general, aparentemente muy turbulentas, donde sus individuos pasan del amor más puro, entregado y sentido, al odio más receloso, resentido y quebradizo.

»En Japón, todo es rigidez, apariencia y la familia debe ser honrada con el trabajo, el esfuerzo y la buena actitud personal, pudiendo llegar a ser expulsada de ella si se considera que no se acometen de una forma correcta los principios sociales establecidos.

»Inversamente en la mayoría de los países latinos, el núcleo familiar está muy cohesionado y todos los integrantes forman una parte muy importante de él, llegando a sentirse emocionalmente a la familia como parte de la propia personalidad y carácter de la persona, siendo esta el reflejo y extensión de uno mismo. En ellas, a diferencia de Japón, todo acontecimiento se vive en una especie de pomposa efervescencia emocional donde lo importante es la proximidad y el constante contacto diario con todos sus componentes, compartiendo todas y cada una de las vivencias de sus individuos como propias.

—Vaya… pues visto lo visto, creo que si hubiera crecido en cualquiera de estos dos países, seguramente sería muy diferente a como soy ahora.

—Efectivamente, como puedes intuir, la cultura y la tradición nos marcan profundamente desde la infancia y son algo fundamental en nuestra forma de ser y entender la realidad que nos rodea. Pero ahora vamos a complicar un poco más esta experiencia.

—Perfecto.

—En África, concretamente en el sudoeste de Kenia, existe la tribu de los Masai Mara, que probablemente ya conozcas gracias a algún documental, pues son de las tribus africanas más conocidas del mundo. Llevan el pelo y la piel embadurnados de color rojizo y danzan de una forma muy peculiar, saltando como si fueran simples muelles. Una de las características más sorprendentes que tienen es que, si bien socialmente se casan con un hombre o una mujer, por hacer un paralelismo con nuestra sociedad, a lo largo de su vida pueden tener relaciones sexuales y emocionales con otros individuos de la tribu.

»Cuando esto sucede, el hombre deja su escudo y lanza en la entrada de la chabola, indicando que no se puede entrar o molestar en ese momento.

»Aunque te sorprenda, en ningún caso esta actitud es reprobada, señalada o censurada socialmente, pues la emoción o el sentimiento de celos o de posesión de un individuo como propio, no existe en esta sociedad.

 

»Otro caso similar se encuentra en las regiones árticas de América del Norte, entre los Inuit, también llamados esquimales. En este grupo social, consecuencia de las fuertes condiciones extremas donde viven, su sociedad se ha visto obligada históricamente a adoptar una actitud de plena solidaridad entre sus componentes. Tanto es así, que el concepto o la palabra «guerra» no existe en su vocabulario, llegándose a aceptar socialmente el hecho de ofrecer como tributo y agradecimiento a otro, a la propia esposa de forma sexual, llegándose a considerar una grave ofensa y desprecio el rechazar tal proposición.

—Increíble…

—Podría seguir exponiéndote multitud de sociedades del mundo muy diferentes a la tuya, en las que sus costumbres, tradiciones y conductas poco o nada tienen que ver con lo que tú concibes como normal o socialmente establecido. Nuevamente observa lo diferente que serías de haberte criado allí.

—Imagino.

—Ahora haz el esfuerzo de crear una situación donde en una casa se juntan tus yos criados en Japón, Venezuela, Masái, Inuit y a ti misma, para vivir en ella un largo periodo de tiempo. ¿Puedes hacerte una idea de cómo sería esa convivencia?

—Supongo que muy difícil, porque seríamos muy diferentes.

—Efectivamente. Ahora responde sinceramente esta pregunta: ¿Qué hay en común entre ellas y tú?

—Creo que quizá solo la apariencia física.

—A primera vista estás en lo correcto, solo tu base genética será lo único en común entre vosotras. Así pues, todo eso que no hay en común es educado y establecido por el lugar donde has vivido y todo eso no deja de ser un envoltorio, un papel de regalo, una presentación, una máscara, una indumentaria, una puesta en escena. Piensa ahora, de forma sincera, tras esta reflexión, qué queda de ese yo que tanto crees conocer y con el que tanto te identificas.

—No sé..., ¿podrían ser las emociones?

—Nuevamente tengo que decirte que las emociones son aprendidas. Cuando te educamos desde la infancia vamos codificando en ti aquello que debes considerar como bueno o malo, correcto o falso e incluso aquello que debes aceptar o rechazar por condicionamiento social.

»De la misma forma en la que tú has ido aprendiendo en tu desarrollo de nuestras respuestas emocionales sobre los acontecimientos que nos iban sucediendo a diario, integrándolos como propios y aprendiendo por imitación, cada uno de tus yos tendrá su registro emocional a razón del lugar donde haya vivido y se haya criado.

»Aclarar que otra cosa es lo que en sí es una emoción, de lo que ya hablaremos con detalle más adelante y donde observaremos qué son exactamente, cómo se forman y de qué modo nos afectan.

—¿Y mis pensamientos, son quizá lo que hace que tengamos algo en común?

—De nuevo tengo que decirte que esa voz que habla dentro de tu cabeza no es otra cosa que un proceso aprendido. Tus pensamientos son de un tipo u otro en relación al mundo cultural que ocupas y a las experiencias personales que en él has vivido.

—Si no soy lo que pienso, ni cómo me comporto, ni cómo visto o cómo siento, entonces, ¿quién soy yo? ¿Soy solo un cuerpo y lo demás es todo un agregado?

—No, el cuerpo es como un vehículo, una carcasa, un traje, otro envoltorio definido por un proceso puramente físico terrenal. Tú eres la esencia que hay detrás de todo eso; esa naturaleza pura, brillante y luminosa que se esconde dentro de lo más profundo de tu ser. Esa eres tú.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?