La vida instantánea

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9 de mayo de 2017 · 123 likes

Shaza y Jimena: estas tipas son unas jefas, deberían convertirse en un símbolo en este tiempo propicio al odio, un soplo de aire fresco y lesbiano dentro de un mundo donde Arturo Pérez-Reverte hace arriesgados experimentos sociológicos.

Son varias las razones. 1. Porque su historia es una historia de aventuras, una huida a través de varios países, con retenciones en aeropuertos y comisarías, con fronteras lejanas cruzadas a pie, con perseguidores bloqueándoles el paso o pisándoles los talones, con riesgo, valentía y determinación. 2. Porque, aunque no nos guste ya, el amor romántico un poquito al año no hace daño, y sobre todo este, que es más romántico que Cumbres borrascosas: son tan jóvenes y tienen el corazón tronchado como un lirio. 3. Porque las he oído por ahí, en los medios, en su rueda de prensa, y tienen la locuacidad del trueno, son decididas e inteligentes, dentro de su feliz locura, saben lo que quieren, por qué lo quieren y cómo decirlo. Y 4. Por su imagen icónica y potente: Shaza es la dulzura cleopátrica que viene del delta del Nilo, Jimena tiene esa agresividad punk que le confieren el peinado asimétrico y la retahíla de piercings, como sacada del lavapiesero punto de partida del Orgullo Crítico. Por lo demás, podrían ser hermanas, es curioso.

Como digo, tendrían que convertirse en un símbolo indeleble de lo lesbiano (que siempre denuncia su falta de visibilidad) y de lo perseguido, un símbolo de esos con los que se estampan camisetas en el Rastro. Y un recuerdo de que no solo reina la intolerancia en los países más terribles, en lejanas montañas y desiertos poblados de talibanes y ayatolás de ceño fruncido, sino también en el lujosísimo e hipercapitalista Dubai o en la Gran Madre Rusia. Así que espero que les vaya muy bien y que alguien les haga una película, una mezcla de Mi nombre es Harvey Milk, Las mil y una noches, La vuelta al mundo en ochenta días y El fugitivo. Sea.

10 de mayo de 2017 · 59 likes

La media luna de nalga asoma bajo el short caliente. Se acerca el verano y las hordas antigentrificadoras de jipis, punks y otros morlocks van llegando a Lavapiés desde las frías tierras del norte. Con el torso descubierto y la rasta al viento se tumban sobre el asfalto recalentado: la luz, cada vez más blanca y más pesada, reverbera en la litrona de pis. La chinche local está alegre, y también yo: no hay días en el año más hermosos. El ángulo de inclinación del astro sobre el ecuador, desde el pasado equinoccio, es cada día mayor, y la frondosidad de los ramajes primaverales produce, filtrando la luz del sol, esas sombras móviles, como la espuma de la mar, como las disco lights, que los japoneses llaman komorebi. Todo es óptimo, todo es flex, todo anda aflamencao. Los vecinos, de aquí y de Anglosajonia, se arrojan como ropa abandonada por las terrazas de Argumosa, como si no les importase morir en este preciso momento. La basura comienza a oler mal. Pronto los días durarán hasta medianoche.

12 de mayo de 2017 · 138 likes

Ayer llegó Mamá Peligro para pasar unos días en la capital. Fui a buscarla a Atocha y cuando veníamos camino a casa, llevando yo muy amablemente su trolley, me di cuenta de que con el coñazo que estoy dando últimamente con la turistificación salvaje del barrio y con las maletas trolley, ahora alguien me podría confundir a mí mismo y a mi señora madre con turistas recién llegados caminando hacia su Airbnb. A vivir su auténtica experiencia lavapiesera.

Me dio vergüenza pasar por delante de todas esas terrazas de Argumosa, donde mis conciudadanos me reconocen y me admiran, donde ven en mí un referente moral, así que traté de poner cara de vecino, cara de «no es lo que parece, vivo aquí, puedo explicarlo: solo vengo de recoger a mi madre en Atocha», y me di cuenta de lo difícil que es poner cara de vecino, que es como una cara de tranquilidad, de satisfacción, de total falta de novedad, de esto ya me lo he visto yo muchas veces, todos los días, porque vivo aquí, aquí mismo, un poco más allá, en aquel portal, te lo juro.

Pensé en comprar el pan, o algo, o en hilvanar un chotis rapidito. En fin, no sé qué cara me habrá salido al final, seguro que una mezcla de terror y estreñimiento a juzgar por el asombro con el que me miraban mis conciudadanos desde las terrazas, y no sé si la cosa funcionó, porque un grupo de daneses nos hizo señas para que nos acercásemos a sentarnos con ellos, como compatriotas en tierra extraña, y eso que mi madre y yo somos agitanados, pero el trolley nos hacía parecer de Copenhague. Total, que corrimos a casa y decidimos no salir nunca más con la maleta, lo que hará que de ahora en adelante viajemos con lo puesto, y además le ahorrará al planeta recursos y energía. Enfilemos de una vez la necesaria senda del decrecimiento.

13 de mayo de 2017 · 71 likes

Yo siempre veo Eurovisión, lentejuela, caspa, tupé, Profidén, porque hay que ver Eurovisión para saber lo que pasa en el mundo. Usted ve Eurovisión ¿y qué pasa en el mundo? Pues lo contrario de lo que sale en Eurovisión.

No hay mejor forma de tomarle el pulso a la actualidad, aunque sea en negativo. Fíjense: hace algunos años Eurovisión era como un objeto arqueológico, un reducto del pasado que solo generaba interés en cuatro gatos; eran años en los que el proyecto de la Unión Europea iba como un avión, todo recubierto de prestigio. Ahora Eurovisión vive un momento de dulce revival, mientras que la UE se derrumba. En Eurovisión cada vez hay más países (meter a Corea del Norte sería una buena forma de limar asperezas y disfrutar de sus espectáculos comunistas), mientras que en la UE cada día hay menos. Eurovisión y la UE son inversamente proporcionales. Cuando una pierde legitimidad, el otro la gana. Si en los alrededores de la UE miles de personas van formando una alfombra de cadáveres sobre el fondo del mar, en los alrededores de Eurovisión miles de eurofans se van de loca romería (tiene algo de danza macabra). Si las personas cada vez tienen gustos musicales más eclécticos gracias a Spotify, en Eurovisión cada vez suena todo más igual, y más en inglés.

A Eurovisión la gente tendría que llevar su folclore nacional: España joteros y flamencas y Bielorrusia lo que canten y bailen en Bielorrusia. Entonces Eurovisión sería un espectáculo enriquecedor de coros y danzas que nos haría reconocernos en nuestra propia diversidad, como dicen las guías turísticas que hacemos en Lavapiés. Pero lo que nos muestra Eurovisión, sobre todo en los minirreportajes previos a las actuaciones de los artistas, es que todos los países son idénticamente hipsters y misterwonderfulescos; que en todas partes, hasta en Albania, la gente persigue sus sueños y toma rooibos en grandes mesas de madera avejentadas. La apaleada Grecia es indistinguible de la apolínea Dinamarca. Lo mejor de Eurovisión, ya lo saben ustedes, son las votaciones, esa pequeña clase de geopolítica estilo Risk: Portugal y España siempre se votan generosamente, como Venezuela e Irán. Eso sí, Eurovisión tendría que basarse más en la cooperación que en la competición y, por tanto, celebrarse en esperanto.

17 de mayo de 2017 · 37 likes

Ah, los pajarracos, los vi el otro día sobrevolando las señoriales cúpulas del barrio de Goya, se recortaban en negro veloz contra el cielo herido de Madrid al atardecer. No sé lo que son, si vencejos, o gorriones u oscuras golondrinas, el caso es que no se enteran de nada, los pajarillos, uno los mira desde la parada del C1 Circular que viene con retraso, sentado al lado de una maquilladora de El Corte Inglés que acaba la jornada kilométrica y regresa a su hogar en el cinturón sur, y que no se sabe si tiene cara de morir o de matar. Los pájaros lo ignoran todo (y eso que dicen que dentro de cada poema hay un pájaro, y viceversa), están siempre revoloteando en extrañas órbitas espirales en un plano superior de la ciudad: aquí abajo transcurren los problemas humanos y sus soluciones químicas.

Yo creo que esos pájaros acrobático-suicidas que veo son siempre los mismos, que son los que me siguen a mí, que me conocen, y que siempre revuelan a mi alrededor. Cuando cojo el C1 Circular siguen al autobús, pero, es más, cuando cojo el metro ellos siguen la trayectoria del tren subterráneo desde las alturas, al otro lado del asfalto, como atraídos por una extraña fuerza zoológico-magnética. Cuando duermo se echan a dormir justo encima de mi cuerpo, en la azotea, y comen cuando yo como y sufren cuando yo sufro. Cuando vuelo en avión por fin los supero en altura y velocidad, jodeos, alados animales, pero aun así emigran concienzudos hasta llegar a su destino transatlántico, en el que me tomo un daiquiri, que es un pájaro líquido.

Quizá cada uno de nosotros tenga sus propios pájaros y cuando morimos se queden volando sobre nuestra tumba, y si nos incineran y tiran nuestras cenizas por ahí, y son desperdigadas por el viento, también se desperdigan ellos, los pájaros, y se les rompen todos los huesos y caen, cataplof, sobre la tierra, muertos.

18 de mayo de 2017 · 162 likes

La imagen de un ejecutivo comiéndose una ensalada envasada o un sándwich sintético siempre me resulta grotesca. Se puede ver en los alrededores de las zonas negociantes y financieras, o en el AVE, donde lo estoy viendo ahora. A los ejecutivos les gusta alimentarse así y que los vean hacerlo, forma parte desde los años ochenta de la idiosincrasia del yupi, igual que el cinturón de balas forma parte de la del jevi.

Ahí lo llevo, al ejecutivo, con el pelo engominado, el smartphone humeante en una mano y el tenedor de plástico de la ensalada (New Yorker con beicon de Florette) en la otra. Da la imagen de ser un tipo sano, porque come verde, y de ser un tipo ocupado, porque no tiene tiempo de zamparse un grasiento menú del día con dos platos, postre, café y lo que surja.

 

A mí me da la imagen de un tío esclavizado por sus rutinas laborales (como todos, por lo demás, aunque nuestro trabajo pronto lo harán los robots y nosotros estaremos en el arroyo) que antepone esas llamadas, esos guasaps, esas cotizaciones bancarias a su propia salud y su siestica, y eso que es rico: es una ambición antihedonista, contrabiológica, calvinista, rara.

También me llama gastronómicamente la atención la relación entre comida, bebida y trabajo. Antes, en los productos culturales que reflejaban el curro nadie comía: ni Jack Lemmon comía en la alienante oficina de El apartamento, ni José Luis López Vázquez en las grises oficinas franquistas. Luego, desde USA, se implantó esa imagen del ingeridor laboral, amante de la comida basura, patatas de bolsa, perrito caliente, sándwich cutre, bebedor de grandes mugs de café, cómo no, americano. La taza de marras llegó hasta las mesas de los presentadores de late nite (que en realidad la tenían vacía o llena de whisky), y la máquina de café, donde se cotillea y conspira, se convirtió en epicentro de comedietas de ficción.

Ahora, cada vez que aparece una oficina, o una comisaría, o una redacción en una serie o película la gente come y bebe, y hasta cruza los pies encima de la mesa, eso le da un toque de informalidad muy chulo al capitalismo, al capitalismo cool, al capitalismo con rostro humano que se queda a currar hasta la madrugada, pide una pizza y la comparte con la limpiadora afroamericana, el único ser vivo que queda en el rascacielos. En la Unión Soviética no había migas.

20 de mayo de 2017 · 89 likes

Aquí me llaman Rey Gaviotu.

Estamos en la isla de Tabarca, una isla mínima a una hora en barco de Alicante. Es tan pequeña que desde una punta se ve la otra. Hay un puñado de restaurantes (donde sirven un plato tradicional llamado caldero), un espacio natural protegido (poblado de posidonia oceánica) con una casa en ruinas en medio, un faro, un fortín militar y un par de tiendas. Si quieres tabaco por la tarde, cuando todo cierra y el lugar se queda desierto, hay un par de ancianitos que te lo venden en el salón de su casa mientras ven Pasapalabra, como si fuera droga.

—En invierno solo vivimos aquí quince personas, incluyendo al ATS —dice la tabernera, que expone fotos originales de Elvis haciendo la mili; se las regaló una amiga alemana—. Son meses muy duros, este año hubo cuatro temporales y nos quedamos días incomunicados. Así que hay que tener reservas.

La cobertura es escasa y el wifi va fatal, así que publico esto como quien envía un télex desde la guerra de los Balcanes. En verano ya viene todo el turisteo y hasta han abierto un hotel-boutique (¿gentrificación en Tabarca?), pero ahora hay poquísima gente y muchísimos gatos que pululan por todo el trazado ortogonal del minúsculo pueblo, unos ciento cuarenta felinos me dicen, diez por persona. Están por todas partes, moviéndose sinuosamente, haciendo poco ruido. Es como si fueran los espíritus de los tabarqueños muertos. El pueblín, blanco y polvoriento, bien podría ser escenario de un wéstern crepuscular o la Comala de Juan Rulfo, por aquello del calor y los difuntos.

En 1769 Carlos III repobló este islote con doscientas familias recolectoras de coral rescatadas del turco en la Tabarka original, Túnez, así que aquí aún se mantienen muchos apellidos italianos, como Russo o Parodi.

—Todos los animales que hay en la tierra los hay en el mar —me dice un marinero con cara de italiano y piel curtida de salitre al borde de las olas—. La rata, la araña, el gallo, el tigre, el buey, el león... Hay peces que parecen escorpiones.

—¿Y el elefante? —pregunta Liliana, despeinada por la brisa.

—Seguro, tiene que haber.

Lo que hay aquí es mar por todas partes y, claro, gaviotas. Lo de Rey Gaviotu a mí me viene de una de mis expediciones a Algeciras, ciudad silvestre, portuaria, mestiza y malcarada, pero flipante. Una noche subí a la azotea a fumar y a mirar el puerto, ese monstruo tentacular que se mueve lento y brilla en la oscuridad, el reino de los heroicos estibadores nocturnos. Entonces una bandada de gaviotas se acercó y voló en círculos a mi alrededor, muy cerca, graznándome, como rindiéndome pleitesía, como coronándome. Desde entonces, allí donde voy, las gaviotas, así como otras aves de diferente envergadura, doblan la cerviz, y me hacen reverencia, y me cuentan secretos de mar adentro.

Hay en Tabarca un recoleto camposanto traspasado por la brisa, rodeado por la mar salada. Yo quiero yacer aquí eternamente. Y que en mi lápida ponga: aquí yace el Rey Gaviotu. Y que un gaviotu cague encima.

23 de mayo de 2017 · 39 likes

Una vez conocí a un ninja que podía andar de forma hipersigilosa sobre los cantos exteriores de sus pies gatunos, que podía colarse en cualquier sitio, y hasta meter sus genitales para dentro y encajar cualquier tipo de golpe en la entrepierna. Era invencible. Lo entrevisté, vaya, y me enseñó el arte de los shinobis. Hice un poco el ridículo porque cuando se acercó a mí se agachó a por su cartera, apoyada en el suelo, y yo también me agaché porque pensaba que él se agachaba para saludarme al modo oriental (era japonés), lo que creó una situación ortopédica y ridícula que hizo carcajearse extensamente al fotógrafo.

Total, que aprendí mucho de aquel maestro ninja que había traído a España la Fundación Japón.

Ahora que hay tanta opresión, a veces le gusta a uno pasar al lado sigiloso y hackear el Sistema de la forma menos probable, como un cracker raro, como un saboteador poético. Yo lo hago sobre todo en superficies comerciales o grandes tiendas de libros (en las pequeñas no, que me conocen). Cuando lo hago me siento como Luke Skywalker entrando con su X-Wing en la Estrella de la Muerte, dejando su bomba y escapando de una pieza y a velocidades prodigiosas.

Me presento allí como un lector cualquiera, un ciudadano normal (es importante no dejar ver que uno es un shinobi), voy a la sección de poesía, busco algunos de mis títulos, que son buenísimos, y los saco de las estanterías del olvido para colocarlos en las mesas de novedades, probablemente encima de uno de Marwan, o de Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma, o de la poesía completa de William Carlos Williams, que ahora está de moda con lo de la película Paterson.

Los que curran en la Fnac, la Casa del Libro, La Central o El Corte Inglés deben de estar hartos de mí y considerarme algo así como el más peligroso ninja de la poesía contemporánea. No puedo decir que me arrepienta. ¡Kiai!

24 de mayo de 2017 · 72 likes

Hoy se reúnen el papa Francisco y Donald Trump, representantes en la Tierra de Dios y del Diablo. Se reunirán en el Vaticano, supongo que en un despacho más o menos austero, más o menos historiado, rodeados de intérpretes y subalternos. Sin embargo, yo me los imagino reunidos, de pronto, en un espacio vacío, todo blanco, la pura nada, sin arriba ni abajo, ni izquierda y derecha, ni antes o después, ni ninguna otra dimensión espaciotemporal. Trump y Francisco flotan en ese vacío. Francisco comienza echándole en cara a Trump lo del muro de México, que «no es cristiano». Y Trump hace su primer ataque.

—America fiiiiiiiiirst!!!

De su dedo sale un rayo cósmico que se enfila hacia el pontífice y que el pontífice, milagrosamente (claro), consigue esquivar. En vista de que han comenzado las hostilidades, ambos hacen aparecer sobre su cuerpo sus armaduras de combate, rollo Caballeros del Zodíaco. Es el turno del papa, que lanza una Doble Hostia Voladora Sagrada, pero Trump se agacha y recontraataca con su Puño de Detroit Industrial, que le da a Bergloglio en pleno crucifijo. El papa está dañado, pero toma aliento con rapidez y lanza su Rosario de la Aurora Anti-Abusos Sexuales, que impacta de lleno en la tripa de Trump. Al POTUS se le cae el peluquín pero enseguida se lo lanza al papa a velocidades ultrasónicas convertido en el Genuine Vidal Sassoon Ultra Attack. Lo cierto es que el sumo pontífice tiene ahora un buen problema. Parece que el tiempo se detiene mientras ese peluquín mortal avanza hacia él irremediablemente. Pero, gracias a Dios, en el último momento coloca su Escudo Bendito con Choripán y Trump recibe, de rebote, su propio ataque, quedando noqueado.

El presidente de Estados Unidos está ahora cabizbajo, mareado, renqueante, es un pelele delante de Francisco. Los ojos del papa se ponen en blanco y todo su cuerpo empieza a ser recorrido por rayos azulados, al tiempo que su mitra se vuelve dorada, señal de que se ha convertido en un supersaiyajin (o superpapín). Toma carrerilla y en dos metros entra en el hiperespacio para salir justo delante de Trump y propinarle, en cámara ultralenta, un Blessed Uppercut lleno de Verdadero Amor de Dios LETAL.

Trump cae destruido en el propio vacío. Dios ha ganado, como siempre ganará.

En la rueda de prensa posterior, ambos declararán que ha sido un encuentro «cordial a pesar de sus diferencias en algunos asuntos».

Amén.

29 de mayo de 2017 · 193 likes

Me dijeron que persiguiera mis sueños. Que saliera de mi cálida zona de confort. Que mejorara mi liderazgo y potenciara mi talento. Que aumentase mi valor profesional. Que me preparase para triunfar. Me hablaron de la importancia de la ilusión y la gestión positiva del cambio. Me animaron a que revolucionase mis presentaciones, a que aprendiese a hablar en público para influir. Me contaron los secretos del éxito. Optimiza, prioriza, inspírate y escucha: tú puedes ser un high potential. Aprovecha las sinergias. Negociar es intercambiar. Sin resultados estás muerto. Tú eres tu propia marca. Impossible is nothing. Me contaron que el fracaso es experiencia, fracasa otra vez, fracasa mejor. Me explicaron la importancia de mantener una actitud positiva en el trabajo, así como durante el afterwork y el networking: sonríe, despliega confianza, brilla con luz propia. Para ser líder no basta con tener poder, hay que adquirir autoridad. Me zarandearon violentamente para que dejara huella, para que generase un impacto en el mundo, para que persiguiese la excelencia (incluso cuando ya fuera excelente) y la innovación; siempre, sin aliento, la innovación.

Que fuera yo mismo, porque todos somos especiales.

Pero yo solo quería huir, implementarme en la cama, marcar la diferencia entre las sábanas, perseguir mis sueños, sí, cuando la siesta.

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