Las Conversaciones de Jesús

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De una forma educada e indirecta, ella presionó a Jesús para que se identificase a sí mismo como el Mesías, diciéndole: “Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo. Cuando él venga nos explicará todas las cosas” (Juan 4:25). Indudablemente ella había escuchado acerca del “que va a venir,” y ahora ella deseaba saber si había sido tan privilegiada de conocerlo a Él.

Modestamente y aún así directamente, Jesús le contestó a ella: “Ése soy yo, el que habla contigo” (Juan 4:26). Su respuesta, “Yo Soy”, hace referencia a su parte como Dios, pues en otra ocasión, Jesús les dijo a los líderes judíos: “Antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!” (Juan 8:58). Él, el Hijo de Dios, reveló su divinidad a esta mujer samaritana, para que, en retorno, ella pudiese hablarle a su gente acerca del Mesías.

Inicialmente la mujer había llamado a Jesús, “judío,” después “Señor,” después “profeta,” y ahora, ella sabía que Él era el “Mesías.” Ella corrió felizmente hacia su gente en la ciudad para contarles acerca de su encuentro. En su entusiasmo, ella incluso olvidó su cántaro de agua.

La mujer le dijo a toda la gente que había encontrado al Mesías y los invitó a venir con ella y verlo. Ella no tenía vergüenza de decirle a todos que Jesús había descubierto su vida privada: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Juan 4:29). La mujer les pedía a sus conciudadanos que confirmasen que Él en verdad era el Mesías. Sus intensos comentarios crearon una gran curiosidad que produjo resultados instantáneos. Los samaritanos la siguieron hasta el pozo para conocer al hombre que había descubierto su pasado y lo escucharon a Él.

Intrigados por las palabras de Jesús, muchos creyeron y le pidieron que se quedase entre ellos, lo cual Jesús hizo. Él permaneció allí dos días y más gente en este pueblo samaritano puso sus ojos en Él. Aunque ellos fueron convencidos inicialmente por los esfuerzos evangelísticos de la mujer, ahora ellos le decían a ella que su testimonio ya no era necesario. Ahora ellos escuchaban por sí mismos y estaban convencidos de que Jesús era el Salvador del Mundo. Ciertamente, Él era el Mesías en persona y su obra no estaba unida a la nación de los judíos, sino que estaba dirigida a alcanzar al mundo entero. Una mujer samaritana sin educación, inmoral y rechazada fue convertida y llegó a ser una evangelista para Jesucristo. Ella persuadió a sus conciudadanos de poner su fe en Él. Jesús la envió a ella a cosechar, de acuerdo con sus palabras: “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros” (Mateo 9:37).

Aplicación

El pecado escondido nos enferma muy fácilmente, para decir lo mínimo. Pero cuando un consejero sabio nos habla en privado y nos quita la careta, experimentamos un sentimiento más allá del descanso. El pecado nos enceguece hasta que nuestra careta es removida. Entonces, vemos claramente de nuevo y somos capaces de rectificar nuevamente nuestra vida. No importa qué tan profundo hayamos caído y qué tanto nos hayamos alejado, Jesús nos liberará de todas las cargas del pecado y la culpabilidad para hacernos sus siervos. Los pecadores perdonados expresan su gratitud y felizmente dirigen a otros a Jesús. Pero muchos de nosotros venimos a la iglesia los domingos y nos perdemos este gran sentimiento de perdón. Ciertamente, una persona puede estar en un lugar sagrado de adoración y aún así estar muy lejos de Dios. Nosotros debemos pedirle a Jesús que abra nuestros ojos espirituales, y buscar el perdón de nuestros pecados. Entonces, en un lugar escondido y solitario con Dios, sentimos su sagrada presencia. El Padre, activamente busca a la persona que viene a Él en un espíritu de verdad a adorar. Como un Dios de Amor y Luz, Él encuentra a esas personas a través de su Hijo, Jesucristo.

Legión

Mateo 8:28-34 • Marcos 5:1-20 • Lucas 8:26-39

Un Hombre con Demonios

Uno de mis familiares era esquizofrénico. En un momento, él era una persona cálida, afectuosa y considerada; al siguiente, su rabia aparecía y lo consumía. Él se tornaba en ese momento en una persona totalmente diferente, incluso peligrosa para los miembros de su familia. Siempre pienso en él cuando leo en las Escrituras acerca del hombre poseído por el demonio que vivía en la parte occidental del lago de Galilea, en una población que es conocida hoy como Kursi.

Este hombre era habitante del pueblo de los gadarenos o gerasenos. En un momento, él había sido un ciudadano respetado y una gran persona para la comunidad. Después, una multitud de demonios tomaron como residencia a esta persona, convirtiéndola en un peligro para sus conciudadanos. Para ellos, su presencia representaba la continuidad de enojo y una gran vergüenza.

El hombre constantemente gritaba a toda voz y caminaba desnudo a través del pueblo. La gente trataba de agarrarlo, pero los demonios lo habían dotado de una fuerza sobrehumana. Él rompía ropa, lazos, rejos e incluso cadenas de hierro; nadie era capaz de contenerlo. No teniendo otro lugar dónde mantenerlo, ellos lo habían dejado en medio de las cuevas donde enterraban a sus muertos. Él salía de estas cuevas y andaba en cualquier lugar abierto.

Jesús y sus discípulos habían cruzado el Lago de Galilea y descansaban en la orilla occidental. Ellos ahora se encontraban en territorio gentil. No habían avanzado mucho, cuando vieron una gran manada de cerdos, alimentándose del hermoso pasto de una colina, al lado de un lugar de tumbas. De repente, vieron a un hombre salvaje, sin ropa y poseído por el demonio, corriendo hacia ellos. Sin duda, los discípulos se preguntaron entre sí, por qué Jesús quería exponerlos a algún daño físico. Acaso, ¿Él tendría más poder contra este violento hombre?

Cuando Jesús le dijo al hombre que se identificara, un demonio habló por él. “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Marcos 5:9). Una legión romana estaba conformada por 6.000 hombres, pero coloquialmente, la palabra legión había tomado en general el significado de numeroso. Como consecuencia de estar poseído por muchos demonios, el geraseno tenía una enorme fuerza, y, ninguno de su tierra era capaz de controlarlo. Él también era la persona poseída por el demonio más poderosa que Jesús había conocido hasta ese momento en su ministerio.

La gente había llevado a este endemoniado a ese lugar solitario y esperaban en secreto que él se suicidara pronto y se le diera un lugar en una de las tumbas cavadas en una de estas colinas. Allí el hombre podía a menudo cortarse a sí mismo con rocas afiladas y caminar por ahí desnudo, lo cual acentuaba su apariencia salvaje. Su mirada sanguínea era tan fiera que cualquiera se asustaba hasta la muerte de estar cerca de él. En todo momento, su terrible mirada y sus gritos podían ser vistos y escuchados de lejos y cerca, mientras se movía entre las cuevas y colinas. La gente no sabía qué hacer con él y todos estaban nerviosos.

Cuando el endemoniado vio a Jesús dejando las barcas y asentando el pie en la tierra, corrió hacia Él. Pero en vez de atacar a Jesús, cayó sobre sus rodillas y lo adoró. Los demonios que lo poseían inmediatamente reconocieron a Jesús y se dieron cuenta de su poder sobre ellos. Un demonio, el que hablaba por todos, gritó con todas sus fuerzas: “¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?” (Marcos 5:7).

Él supo que incluso con toda su fuerza combinada, espiritual y física, los demonios nunca podrían derrotar a Jesús. Ellos podrían haber hecho que el hombre corriera lejos de Jesús, pero como las moscas atraídas a la luz, estos demonios fueron irresistiblemente atraídos a Jesús y tuvieron que reconocer su autoridad divina.

La Suerte de los Demonios

Los demonios reconocieron que Jesús poseía un poder divino. Invocando a Dios, ellos le pidieron a Jesús con gritos fuertes: “¡Te ruego por Dios que no me atormentes!” (Marcos 5:7). Él sabía muy bien que el Señor tenía la autoridad para enviarlo a él y a sus seguidores directamente al infierno.

De esta manera, el endemoniado entendió el aterrador poder de los numerosos demonios que lo poseían, sintiendo cómo ellos no podían hacer nada en la presencia del Hijo de Dios, pues Jesús ordenó a los demonios que dijeran su nombre y ellos añadieron a su respuesta la explicación de que “somos muchos.” El propósito de Jesús era sanar al hombre, liberándolo de esta opresión demoníaca. Jesús se acercó de nuevo al endemoniado, sacando de su cuerpo a sus muchos ocupantes no deseados. Lo primero que hizo fue restaurar al hombre y lo segundo, fue despachar a los espíritus malignos.

Los demonios, temerosos de que Jesús pudiera devolverlos al infierno para hacerlos prisioneros en horribles celdas hasta el juicio final, le imploraron a Jesús que no los enviara fuera del área, sino que les permitiera entrar en una manada de miles de cerdos que andaban por allí. Jesús se los permitió y la manada de cerdos poseída corrió hacia una ladera sobre el Lago de Galilea y se ahogó.

Mientras los demonios residieron en el hombre, intentaron destruirlo, pero no pudieron. Aún así, cuando ellos entraron en los cerdos, inmediatamente causaron una gran destrucción de la vida. Jesús escuchó su petición y se dio cuenta plenamente que el tiempo que ellos pasarían dentro de los cerdos sería corto. Él les asignó a ellos estar en el agua en lugar de estar en lugares salvajes alrededor de las cavernas. Los demonios deberían habitar lugares áridos y regiones no habitables, pero no en el agua. Ser despachados a las olas del Lago de Galilea, fue para ellos un castigo mayor.

¿Por qué Jesús permitía esta destrucción aparentemente injustificable de por lo menos 2.000 cerdos, ocasionando una gran pérdida para sus dueños? La destrucción devastó un significativo número de personas en esa área e interrumpió severamente la economía local.

 

En la Ley de Moisés, a los judíos se les prohibió ser dueños o consumir carne de cerdo, pues estos eran considerados animales impuros. Por el contrario, los dueños, gentiles, los mantenían y eran parte de su vida, alimentándolos, vendiéndolos y sacrificándolos. Ciertamente, Jesús no intentaba hacer gentiles a los judíos. Entonces, ¿por qué razón Jesús permitió que los demonios hiciesen su destructiva labor, empobreciendo a la población local? La respuesta es la siguiente:

1 Para rescatar a un ser humano de la tiranía de Satanás.

2 Para mostrar a los dueños de los cerdos, el valor de un ser humano.

3 Para enviar al hombre sano de regreso a su propia gente.

4 Para introducir a los gentiles a las buenas nuevas de Jesús.

Después de que los cerdos se ahogaron, sus pastores corrieron al pueblo y al campo para llevar la noticia de la devastación a sus dueños. Cuando la gente del pueblo encontró a Jesús y vieron al endemoniado vestido y en sus propios sentidos, se atemorizaron. Pudieron haber estado agradecidos con Jesús por haber echado fuera a los espíritus malignos y devolverle a uno de sus conciudadanos. Pero cuando consideraron la pérdida de sus posesiones, ellos le pidieron a Jesús irse de la región. Claramente, ellos preferían la riqueza material a los seres humanos. Debido a su invertida escala de valores, esta gente estaba en manos de Satanás y necesitaba ser liberada.

Jesús estuvo de acuerdo con su exigencia y se dirigió con sus discípulos al bote. Cuando estaba listo para abordar, el hombre que había estado poseído por el demonio le pidió permiso para acompañarlo, pero Jesús se rehusó. Él había sanado al hombre con el propósito de que regresase a su gente como un evangelista y les contase a ellos acerca de las maravillas que Dios había hecho en él.

El hombre regresó a casa y se convirtió en un misionero para sus propios conciudadanos. Él les contó que Jesús era el Hijo de Dios y que había venido a salvar a la gente de la tiranía del demonio. Ciertamente, él era la mejor clase de misionero que Jesús podía haber enviado a los gentiles, a la población gentil de los gerasenos, pues:

1 Él entendía plenamente el poder que Satanás tenía sobre los suyos.

2 Él podía testificar de la destrucción que el demonio había infligido en él y sobre los cerdos.

3 A pesar de que los ciudadanos, en su ignorancia, le habían pedido a Jesús que dejase la región, el hombre que había sufrido tanto por causa de los demonios, podía contarles a ellos del amor de Cristo y de su deseo de librarlos a todos ellos de las garras de Satanás.

4 Por último, este hombre podía llegar a ser un misionero, no como un judío, sino como un gentil que estaba totalmente en casa, entre sus conciudadanos, y que ahora era un instrumento de uso especial para el Señor.

Aplicación

La furia del Anticristo en el mundo de hoy es igualmente aterradora, como lo eran las fuerzas del demonio durante el ministerio de Jesús. Satanás sabe que su tiempo sobre la tierra es corto. Él envía a sus ángeles malos a destruir vidas humanas, distorsionar la verdad y dominar al mundo. A pesar de esto, el mensaje del Evangelio penetra en cada país y es imparable. Satanás no ejerce una autoridad suprema; en lugar de eso, Cristo Jesús es Rey de Reyes y Seños de Señores. La Escritura nos enseña que Jesús es quien sale victorioso en la batalla espiritual contra Satanás y que, con Él, nosotros somos y seremos victoriosos.

Juan el Bautista

Mateo 11:1-19 • Juan 1:15-36

Comienzos Prometedores.

Los escritores de los Evangelios identifican a Juan el Bautista, como un mensajero llamado por Dios. Su mensaje a la gente era que se arrepintieran y se bautizaran. Él era un profeta genuino enviado por Dios a Israel quinientos años después de que Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, había profetizado acerca de él.

Malaquías había profetizado que después de él vendría un heraldo que prepararía el camino para el Señor. Este heraldo vendría vestido como el profeta Elías, sin temor, proclamando la Palabra de Dios. Juan, de hecho, había aparecido en el espíritu y el poder del profeta Elías para preparar a la gente para la venida del Mesías. Él sirvió como el anunciador de Jesús, el que preparó el camino delante de Él.

Juan nació en el seno de una familia de sacerdotes. Su madre, Elizabeth, era una descendiente directa del Sumo Sacerdote Aarón, y su padre, Zacarías, era un sacerdote que servía en el Templo de Jerusalén. Juan creció en las colinas del campo de Judea, probablemente al sur de Jerusalén. Él estaba plenamente familiarizado con el área del desierto del sur y occidente de la ciudad capital y con la región del Valle del Bajo Jordán.

Juan nació alrededor de un año y medio antes de Cristo y estaba relacionado con Él por medio de Elizabeth, su madre. Los padres de Juan estaban bien entrados en años cuando él nació y muy probablemente murieron durante su adolescencia, así que él recibió la guía espiritual de otros. Cuando tenía alrededor de treinta años, él comenzó su ministerio.

Llamado a Predicar y a Bautizar.

Juan era la voz en el desierto que llamaba a la gente a volverse a Dios. Él dijo a los sacerdotes de aquellos tiempos que mostraran sinceridad en su arrepentimiento. Él aconsejó a las multitudes que venían a escucharlo que compartieran sus posesiones con los pobres y reprendió a los recaudadores de impuestos, exhortándolos a ser más honestos en su trabajo, recolectando sólo lo que tocaba. Él instruyó a los soldados a no extorsionar a la gente con dinero ni a acusarlos falsamente y a estar contentos con su paga. Él, eventualmente regañó a Herodes Antipas, que se había casado con Herodía, la esposa de su medio hermano Felipe. Debido a ese regaño, Juan fue aprehendido y hecho prisionero. Juan predicaba que el Reino de los cielos estaba cerca y se reveló a sí mismo como un profeta de Dios. Debido a su predicación, la gente era atraída hacia este extraño hombre, quien, como Elías, caminaba por los alrededores vestido con ropa hecha de pelo de camello y usaba un cinturón de cuero alrededor de su cintura. Este habitante del desierto, que vivía solo y comía alimentos que incluía saltamontes y miel silvestre, exhibía todas las características del profeta Elías.

Él mostró a la gente que rechazaba la vida fácil y de lujos, urgiéndolos a encontrar una persona más poderosa y digna que él. Juan señaló entre la multitud a Jesús, el Mesías, que estaba solo en ese momento, entrando en la escena para tomar el lugar de Juan. En las propias palabras del mismo profeta, Juan debía disminuir en influencia y Jesús debía aumentar.

Cuando Juan estaba predicando el mensaje de arrepentimiento e invitando a la gente a bautizarse en el río Jordán, mensajeros enviados por las autoridades religiosas en Jerusalén le preguntaron a él si era el Mesías, a lo que él les respondió que no. Entonces le preguntaron si él era el profeta Elías y su respuesta de nuevo fue que no. Entonces ellos quisieron saber si él era el profeta acerca del cual Moisés había predicado que sería el Mesías y Juan una vez más lo negó. Y cuando le pidieron que revelara su identidad, él les dijo que era la voz en el desierto, señalada por Dios para preparar los caminos del Señor. Él era el mensajero enviado por Dios para tener todo listo para el Mesías.

Algunos líderes religiosos, llamados fariseos, no estaban satisfechos con las respuestas de Juan y le pidieron saber por qué estaba bautizando a la gente si él no era el Cristo, ni Elías ni el profeta. Entonces Juan les dijo que había una diferencia fundamental entre él y el Mesías. Él les dijo que él bautizaba con agua, pero que el Cristo vendría y los bautizaría a ellos con el Espíritu Santo y con fuego.

Comparándose a sí mismo con el Cristo, Juan dijo: “Yo no soy digno ni siquiera de desatarle la correa de las sandalias” (Juan 1:27). Él añadió que Jesús, quien vendría después de él, sería superior a él porque existía antes que él. Esto parecía contradictorio porque, ¿cómo podría Jesús venir después de Juan y aún así aparecer antes en el escenario? Una persona mayor merece el respeto de alguien más joven. Por tanto, Juan podría recibir más honor, pero él se refería a Jesús y lo honraba a Él como el Cristo Eterno. Jesús podía decir a los líderes religiosos, “antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!” (Juan 8:58).

Bautizando al Único sin Pecado.

Juan se encontró con Jesús cara a cara en el río Jordán, cuando él estaba bautizando a la gente que se arrepentía de sus pecados. Su acto era diferente al ritual realizado por la comunidad de Qumran, porque él lo administraba una vez y simbolizaba el perdón de los pecados. Juan bautizaba a quienes se volvían a una vida sin pecado, se comprometían a servir a Dios y miraban más allá a la venida del Mesías.

Cuando Jesús se acercó a Juan y le pidió que lo bautizara, Juan estaba perplejo. Él objetó su petición diciendo que era Jesús quien debería bautizarlo a él. ¿Por qué necesitaba el Mesías ser bautizado? Jesús le dijo a Juan que debía permitir este bautismo para “cumplir lo que es justo” (Juan 3:15). La palabra de Jesús necesita una palabra de explicación. Lo que Él indicó fue que:

 Él había entrado a la escena como el Mesías.

 Él se identificaba con quienes había venido a salvar.

 Él era el que portaba los pecados de su gente.

 Él estaba listo para comenzar su ministerio.

En pocas palabras, Jesús debía hacer esto como lo haría su pueblo para poder ministrarlos efectivamente a ellos.

Juan era el mensajero y en el río Jordán era su deber señalar a la gente a Jesús. Él vio a Jesús acercándose y dijo: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Él miró al final de la vida de Jesús, porque en la cruz, Jesús era el cordero que sería sacrificado justo antes de la fiesta pascual judía. El siguiente día, cuando dos de sus discípulos se fueron con Jesús, Juan, señalándolo de nuevo, dijo: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios!” (Juan 1:36). Él los dirigió a que siguieran a Jesús, para que pudieran conectar con su alianza y llegaran a ser sus discípulos. Nosotros asumimos que uno de ellos era Juan, el hijo de Zebedeo, y sabemos que el otro era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Jesús invitó a Juan y a Andrés a quedarse con Él la mayor parte del día y aprender de Él que en verdad era el Mesías, el Cristo.

La Duda y la Seguridad de un Prisionero.

Juan fue hecho prisionero en el lado oriental del Mar Muerto, debido a su reprensión a Herodes Antipas por haberse casado con Herodías, la esposa de su medio hermano Felipe. En la prisión, Juan escuchó acerca de la obra y el comportamiento de Jesús, quien entraba a la casa de los fariseos ricos y cenaba con ellos. También, Jesús era relacionado socialmente con aquellos que no eran queridos en Israel, como los cobradores de impuestos y las prostitutas.

A pesar de esto, Jesús inició su ministerio con el mensaje del arrepentimiento y la cercanía del reino de los cielos. Su mensaje se basó en parábolas y discursos. Además, a diferencia del bautista, Jesús vestía un ropaje costoso que había sido tejido todo en una sola pieza.

Debido a estas cosas, la duda entró a la mente de Juan y cuando sus discípulos venían a él en su celda de la prisión, discutía con ellos acerca del estilo de vida de Jesús y del suyo propio. Él se preguntaba si Jesús sería en verdad el Mesías. Finalmente, él envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mateo 11:3). Juan se sentía defraudado por Jesús, pues no creía que estuviera cortado de la misma tela que él. Juan necesitaba asegurarse de que Jesús conducía un ministerio de sanidad, de dar vista al ciego, curar al enfermo, restaurar al leproso, hacer que el sordo escuchara y que los inválidos caminaran, expulsar demonios, levantar y resucitar a los muertos, y predicar el Evangelio a los pobres.

Del Antiguo Testamento, Juan debería saber que sólo el Mesías podía llevar a cabo este ministerio de milagros. Jesús probó por sus palabras y sus hechos que Él en verdad era el Cristo enviado por Dios Padre. Y Juan debería estar más que seguro de que su trabajo como mensajero no había sido en vano. El reino de los cielos, sin ninguna duda, había llegado tal como el ministerio de Jesús lo probó.

Jesús habló bien de Juan el Bautista y le dio el honor más alto que una persona podía recibir. Él dijo que Juan era un profeta, cuyo lugar en la vida no podría ser superado por ningún ser humano. Él dijo que Juan era el profeta que aparecería como el antiguo Elías, enviado a preparar al pueblo para la era Mesiánica. La vida de Juan tuvo un final repentino en prisión, donde se le cortó la cabeza.

 

La Herencia Continua de Juan.

Tres días antes de la muerte de Jesús, Él estaba enseñando en el Templo de Jerusalén. Los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos se acercaron a Él y le preguntaron con qué autoridad estaba enseñando. En vez de responder directamente, Jesús les hizo a ellos una pregunta. Si ellos le respondían, Él a su vez respondería a sus preguntas.

Jesús les preguntó si el bautismo de Juan procedía del cielo o de la tierra. Cuando Juan comenzó su ministerio en el Jordán, estos líderes habían enviado sacerdotes y levitas a Juan con la misma pregunta.

Ahora, confrontando a Jesús, ellos debían responder a su pregunta respecto a la autoridad de Juan. Si ellos contestaban que la autoridad de Juan venía “del cielo,” Jesús les hubiera podido preguntar, “¿Por qué no le creyeron?” Ellos hubieran podido decir, “de la tierra,” desacreditando a Juan ante los ojos del público, que lo consideraba un profeta. Al ellos rehusarse a responder, Jesús tuvo la libertad de decirles que no les diría con qué autoridad Él estaba enseñando y haciendo milagros.

La influencia de Juan como profeta no cesó en el momento de su muerte. Algunos 25 años más tarde, en Éfeso, a más o menos unas mil millas de Judea, Pablo se encontró a doce discípulos de Juan el Bautista. Él los bautizó en el nombre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo y predicaron en diferentes lenguas (Hechos 19:1-7). Ellos esparcieron el nombre de Jesús por donde iban con su Evangelio.

Aplicación.

El ministerio profético de Juan duró sólo medio año y tuvo un final abrupto en una celda. Él cumplió lo que Jesús había planeado para él, es decir, preparar al pueblo para la venida del Mesías. Su vida demostró la realidad de los eficaces planes de Dios, en los que los seres humanos toman una parte activa. La regla de vida de Juan respecto a Jesús fue: “A Él le toca crecer y a mí menguar” (Juan 3:30).

La repentina muerte de una persona en la mitad de su carrera nos deja atónitos y nos hacemos la inevitable pregunta: ¿Por qué? Dios no nos da una respuesta directa, pero nos hace saber que es Él quien determina la extensión de nuestra vida aquí en la tierra. Cuando nuestra labor está completo a los ojos de Dios, Él nos llama a casa. Pero mientras estemos en la tierra, Él quiere que nosotros mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe.