La familia itinerante

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Guisok, un amigo de su marido, se casó con Myonghwa, chica de Yonbyon, a la edad tardía de 37 años. La boda fue organizada por el Instituto de Dirección Agrícola, cuyo nombre luego cambiaron por el de Centro de Técnicas Agrícolas. Se sabía que las chicas de Yonbyon eran sencillas, pero Yongja era mucho más ingenua todavía. Por eso a veces repetía para sí misma, como si fuese versillo de canción: “Oídme, por favor, no queráis a las chicas de Yonbyon”. Era una especie de lamento sobre su posición, pero no había quién supiera por qué Yongja hablaba de esa manera.

El día que Yongja fue a la huerta de perales de una aldea vecina como jornalera a envolver cada fruta en una bolsa de papel, Myonghwa le dijo:

—He venido hasta Corea, ¿acaso no tendré alguna vez la oportunidad de ver Seúl? A mí no me gusta en absoluto la vida del campo.

—¿Te interesa tanto ir a Seúl?

—Dicen que se come bien, se viste bien y se vive bien ahí.

—No, no lo creas.

—Tú, hermana mayor, ¿has vivido en Seúl?

—Después de haber terminado la escuela primaria fui allí. Trabajé como ayudante cierto tiempo en una fábrica de confección de ropa.

—Aunque fueras ayudante en una fábrica de hilados, te aseguro que vivías más cómodamente que aquí, en este pueblo, ¿no te parece?

—¿Te parece que es tan fácil comer con dinero ajeno?

—Es cierto. Pero allá no se te quemaba la cara por el sol, ¿verdad?

—Eso es verdad, porque ni la luz del sol ves. Y, además, dicen que en el agua de los grifos disolvieron una solución que blanquea la cara.

—Hermana mayor, ¿hasta cuándo tendremos que soportar esta situación? Nosotras nacimos igual que otras mujeres y, sin embargo, unas viven con la cara bien cuidada y mueren, mientras que otras la pasamos quemándonos la piel y también morimos al final.

La diferencia de edad entre Myonghwa y su marido Guisok era de 10 años, y quizá por no haber llegado todavía a los 30 tenía especial interés en los tratamientos de belleza. Era mucho más guapa que Yongja, sin embargo le gustaban más los tratamientos que a ella. Es verdad que las mujeres, mientras más guapas, mayor atracción muestran, desde un principio, por todo lo relacionado con la belleza. Myonghwa decía que le caía bien Yongja porque era una mujer ingenua, y le confesaba, de vez en cuando, ciertos asuntos que guardaba para sus adentros, diciéndole que su marido no era un hombre fiable, ni sus suegros ni los vecinos de la aldea, y que la única en la que de verdad podía confiar era ella.

—Hermana mayor, cuando vine a Corea tenía grandes sueños, pero lo que he vivido aquí no tiene nada que ver con eso.

—¿Qué sueño tenías?

—Mi sueño era ganar mucho dinero y así invitar a toda mi familia, a mis padres y a mis hermanos, a vivir en Corea. Ahora todo eso quedó frustrado.

Cuando Myonghwa estaba preparando la boda, su futuro marido le había prometido apoyar económicamente a sus padres y a sus hermanos, pero ahora decía que ni pensarlo. Él no hacía nada para mantener a la familia y a ella, en cambio, la tenía trabajando todo el día y, para colmo de males, le respondía diciendo: “¿Cuándo prometí tal cosa?”

—Mira, ¿acaso no parezco una verdadera criada? Y menos que una criada, pues las criadas al menos ganan dinero, en cambio yo soy completamente una esclava, sí, una esclava.

Myonghwa soltó un profundo suspiro y de repente le dijo:

—Hermana mayor, ¿no quisieras dejar este trabajo de envolver peras y marcharte conmigo para ganar dinero de verdad?

—¿Cómo?

—Dicen que si uno trabaja en algún restaurante del pueblo, ahí sí que se gana dinero. Si te animas, te vienes conmigo. Anda, vámonos a hacer dinero.

Yongja no sabía por qué motivo dejó salir de su boca aquellas palabras:

—Si te vas, me iré contigo.

Cuando Yongja terminó de pronunciarlas, el corazón comenzó a latirle aceleradamente. Al mismo tiempo, algo le auguraba que en su vida había llegado un momento de cambios, y esto le producía una extraña sensación de esperanza.

—¿De qué hablan? Déjenme participar en su diálogo.

La vecina de la casa de abajo, mujer nunca satisfecha si no se entrometía en los asuntos de los otros, intervino de repente en la conversación.

Myonghwa le hizo un guiño a Yongja.

—No es nada. Solamente charlábamos, nada más.

La vecina torció un poco la comisura de los labios. En tales situaciones, la mejor solución era pasar todo por alto, como si nadie supiese nada. Tras envolver peras, al día siguiente, por la madrugada, Myonghwa visitó a Yongja. Las dos salieron de la casa como si se dieran a la fuga. Al principio se fueron a trabajar a un restaurante, teniendo mucho cuidado de que los vecinos no lo notaran. En el restaurante, Myonghwa era conocida como la Novia de Yonbyon y era popular entre los clientes. Entre los hombres que querían a Myonghwa estaba el señor Bae. Sólo a Yongja le dijo que quería irse a Seúl siguiendo al tal señor Bae. Él le había dicho en secreto a Myonghwa que ya había reservado un puesto en Seúl en el que ella podría ganar dinero sin andar metiendo las manos en el agua todo el día. Para entonces, todos los aldeanos ya sabían que esas dos mujeres trabajaban en un restaurante del pueblo. En cuanto se enteraron Guisok y Dalgon del trabajo de sus esposas, al principio casi enloquecieron del enojo, pero en cuanto ellas les entregaron el sueldo del primer mes, se quedaron callados.

—Tú, hermana mayor, ¿no querrías irte conmigo?

—Pero… mis hijos…

—Con más razón, teniendo hijos tendrás que ganar más, aunque sea poco, si es posible, mientras ellos sean pequeños.

A decir verdad, a Yongja le daba ahora asco la vida de Seúl. La vida como ayudante en una fábrica, aunque había pasado muchísimo tiempo, era tan dura que no tenía ganas de recordarla. Sin embargo Myonghwa, que dejó su casa como si fuera a trabajar a un restaurante, la convenció. Bueno, no, en realidad la mente de Yongja era la que titubeaba. Caminaban hacia el restaurante, pero Myonghwa se dirigía a la estación del tren. Sin saber por qué, los pasos de Yongja seguían, contra su voluntad, los de Myonghwa. De esto hacía ya tres años. En Seúl las dos mujeres casadas habían conseguido, gracias al señor Bae, un trabajo subsidiario como ayudantes y, a la vez, como cantantes en una sala de canto. Cobraban por las horas que servían a los clientes. Pero Myonghwa, después de haber vivido de esa manera con Yongja aproximadamente un año, desapareció siguiendo al señor Bae. Sólo sabía que éste era presidente de una empresa, pero no sabía de cuál ni el nombre completo de él. La decisión de ganar dinero con voluntad de hierro a lo largo de un año para luego volver a casa, se disipó paulatinamente en el curso de uno o dos años. Desde entonces, Yongja no tenía a dónde ir a comer, dormir ni vestirse; vagabundeaba de una sala de canto a otra. Sin embargo ahora, acostumbrada a esta forma de vida, mantenía muy limpio y liso el cutis y cuidaba su cuerpo, de modo que se había convertido en una mujer elegante sin darse cuenta, lo cual no le parecía nada mal. Tenía ganas de volver a casa, pero le pareció que estaba demasiado lejos. Yongja se percató de que ya no era la mujer de hacía tres años. No era sino la mujer de otro hombre distinto a su marido. Se acostaba con uno que no era su marido y el fruto del amor entre ellos crecía en su seno. El hombre que la embarazó trabajaba en el taller de automóviles Hermanos, que estaba junto a la cervecería Tudari y a una sala de canto. El dormitorio donde Yongja meditaba tumbada boca arriba lo compartía con él. Realmente Yongja no quería dar ni un paso fuera de ahí. Quería vivir para siempre en esa pequeña habitación con el hombre llamado Hoon, a quien amaba tanto, siempre que su marido no viniera a romper esa paz.

El sueño de Yongja, casarse después de trabajar con diligencia en su casa, se rompió de un día para otro debido a que fue violada por Dalgon, un condiscípulo de la primaria. De haber sabido que sería atacada por Dalgon, habría sido mucho mejor casarse con el cortador Park, que había intentado seducirla en una fábrica de confecciones. En aquel entonces Yongja se había fugado y regresado a su casa en su pueblo natal por temor al señor Park, que tenía un poco de estrabismo. Al volver a recordarlo, notaba que era mejor el señor Park que Dalgon, que siempre la golpeaba borracho. Pero era un asunto pasado, y por eso pensó, repetidas veces, que tenía derecho a vivir una nueva vida y que ni Dalgon ni ninguna otra persona tenían por qué romper la paz que ella misma, Seo Yongja, viviría dichosamente ahí; a la vez deseaba que sus hijos, Kim Michong y Kim Younggui, vivieran sanos y salvos y, si fuera posible, que encontraran una nueva madre para empezar una nueva vida con felicidad.

Al percibir la desconfianza de la propietaria de la pensión, Dalgón sacó fuera al niño y a su padre, Younggap. Sin embargo, no tenía a dónde ir con ellos. Tampoco quería dejarlos ir adonde quisieran. Por eso, sin ninguna razón, Dalgon le preguntó:

—¿Has comido?

El otro le respondió precipitadamente:

—La comida es importante, pero tengo ganas de ir a algún lugar a tomar una copita.

Aunque Younggap no lo hubiera dicho a propósito, las ganas de tomar una copita no le parecieron mal, pues resultaría difícil marcharse en busca de su mujer en pleno uso de razón, pero no lo dijo y entró taciturno a una taberna cercana. En cuanto se sentaron, el hijo de Younggap miró a su padre afligidamente y dijo: “Papá, pollo frito”. Lo reprendió furiosamente diciéndole que allí servían sólo patas de pollo, por lo que no había pollos fritos y agregó: “Los hijos de familias pobres siempre desean lo que no se sirve en un restaurante”. Ante esa situación, Dalgon se ablandó. Apresuradamente salió de la taberna y entró en una pollería ubicada justo al lado. Puso un pollo frito delante del niño; Dalgon y Younggap empezaron entonces a tomar aguardiente coreano. Younggap fue el primero en tomar un pedazo del pollo frito de su hijo. Avariciosamente mordió un muslo del pollo y dijo:

 

—Hermano mayor, fui al local donde trabajaba antes.

Explicó que había estado poniendo ladrillos hacía tres meses para la remodelación de un restaurante.

—¿Y eso?

—Es que el dueño abre su restaurante con normalidad, y sin embargo nunca me pagó nada.

—¿Y entonces?

—¿Había otro remedio? Entré precipitadamente a la cocina, desconecté el tanque de gas, me lo cargué sobre un hombro, entré al salón del restaurante e hice una locura.

—¿Así que te cobraste lo que te debía?

—Claro que sí. Ya me conoce, hermano mayor, yo, Cho Younggap, soy un hombre dócil. A pesar de ello, siempre hay circunstancias que me obligan a hacer locuras.

—Pero, oye, a pesar de tu locura estás aquí sano y salvo. Tendrás que agradecerlo a Dios.

Según dijo Younggap, el dueño del restaurante no era, al parecer, un hombre malo.

Como empezaba a anochecer y Dalgon no tenía ganas de seguir escuchándolo, atinó a levantarse de su asiento. Younggap se lo impidió enseguida.

—¿Hoy es Nochebuena, no? Después de tanto tiempo he venido a pasar esta noche con usted, hermano mayor, que es del mismo pueblo que yo. ¿Me va a dejar solo?

—Oye, tengo otras cosas que hacer, ¿no entiendes?

—¿Qué cosas?

—No tienes por qué saber más al respecto.

—Hermano mayor, ¿tiene secretos para su hermano menor y paisano?

—A ver, déjame decírtelo claramente: ¿desde cuándo eres mi hermano menor?

—De verdad siento mucha tristeza al escuchar esas palabras. He venido a consultarlo sobre mi vida. Desde el principio sabía que usted era un hombre de carácter; ahora veo que en realidad es muy frío. No puedo sino creer que la humanidad en este mundo está totalmente perdida.

A Dalgon se le escapó una risa burlona cuando escuchó decir a Younggap que quería consultarlo sobre la vida. El que quería consultar con alguien acerca de la vida era él mismo. De los dos, quien era más empático era Kim Dalgon, naturalmente. Younggap le habló de manera tan franca que decidió, aunque no fuera a aconsejarle nada sobre la vida, tomar un poco más de alcohol con él, por lo que volvió a sentarse desganadamente. ¡Empatía! Por su causa Dalgon no había podido abandonar a su mujer Seo Yongja. No era que él se hubiera casado con ella por amor. Pensaba que el hombre cometía errores y que él había cometido uno con Seo Yongja una vez. Ella había reaccionado aferrándose al dobladillo de su pantalón, con lágrimas en los ojos, suplicante, preguntándole qué sería de ella. Y él había accedido a desposarla aunque no la quisiese. De ahí que Dalgon pensara que haberse casado por empatía hacia Seo Yongja, constituyó un grave error en su vida. Y también creía que la razón por la que la buscaba residía en la empatía con que habían vivido juntos hasta entonces.

—¿Me dijiste que soy un hombre frío? Realmente no me conoces; me parece que no me conoces en absoluto. Yo, Kim Dalgon, soy un hombre verdaderamente fracasado por culpa de la empatía, ¿sabes?

Dalgon se llenó de furia sin razón.

—¡Cálmese, por favor! A decir verdad, yo, Cho Younggap, soy un hombre que lleva una vida muy enredada.

—Mira a toda la gente. No hay nadie que crea que su vida no es complicada —esta alusión hacía referencia a su propia vida en realidad.

—Oiga, usted ya se imaginará, pero ¿sabe por qué siempre llevo a mi hijo a todas partes?

El alcohol es un buen medicamento para calmar la furia. Dalgon tomó de un sorbo el alcohol servido no en una copa sino en un vaso, como si tomara agua. Delante, para picar, no había más que kaktugui11 y un caldo cocinado con carne de cabeza de cerdo. Echó una mirada al pollo frito del niño, pero no pudo tomar ni una pieza por vergüenza. Y pellizcó un trozo de kaktugui y lo mordió bruscamente.

—Mi mujer se fue de casa. Hace cierto tiempo volvió y se fue de nuevo. Esa maldita mujer se llevó el dinero que había ganado trabajando en la remodelación de un local. Un dinero que cobré poniendo en riesgo mi vida frente al dueño del restaurante.

El corazón de Dalgon empezó a latir intensamente para luego acelerarse mucho más.

—No me digas más. Tengo un corazón bastante débil, por eso, cuando escucho una historia ajena y mala, se me revuelve el interior.

—Me parece que tiene una enfermedad crónica. No es necesario que preste tanta atención a los asuntos ajenos. ¿Me permite seguir contándole?

Aunque Dalgon no se lo permitió, Younggap puso cara de haberse decidido a hablar de su inquietante realidad, como si fuera algo para picar. Por su parte, Dalgon quería gritarle que dejara de hablar, que no atizara las llamas que ya estaban ardiendo; sin embargo, seguía ingiriendo alcohol.

—Por eso, sigo contándole. ¿Sabe dónde vivimos ahora mi niño y yo? Estamos en una casa desocupada en el barrio Nangok,12 porque la gente fue expulsada a la fuerza. Aunque quiero ir a trabajar, no puedo hacerlo porque no tengo dinero para ponerle gasolina a mi motocicleta. Hace más de tres días que no como nada. ¿Se le ocurre cómo puedo mantenerme? Dígamelo, por favor, hermano mayor.

—No me preguntes a mí, pregúntale a tu mujer.

—Justamente, voy a buscarla antes de que termine el día. Hermano mayor, ¿me haría el favor de acompañarme?

—¿Por qué yo…?

—Dicen que vive con un holgazán, pero no tengo fuerzas porque no como nada desde hace tres días. Déle usted una paliza a ella en mi lugar, por favor.

¿Qué acababa de decir este hombre? Younggap le decía lo que, en realidad, debía decirse a sí mismo.

—Oye, Younggap, ¿quieres que te dé un consejo? La mujer que se va de casa nunca vuelve. Eso es todo lo que sé de mujeres.

Pero, ¿qué había dejado salir de su boca? ¿O cuál era la razón por la que tan fluidamente le venían estas palabras que no guardaba en el fondo de su mente? ¿Se debía al alcohol o a la embriaguez? Su expresión era cada vez más seria.

—Si es una persona que se debe ir, déjala ir sin causarle daño. Es una ley razonable.

—Pero no puedo hacerlo.

—Una vez que empiezas a ser engañado, una vez, dos veces… la vida termina. Date por vencido.

Lo que le dijo al otro era precisamente lo que debía aconsejarse a sí mismo.

El niño que comía en silencio el pollo, gritó de repente:

—¡Nieve! Papá, ¡ya empieza a nevar!

—Hermano mayor, vayamos esta noche por las calles sobre las que cae la nieve, en busca de esta mujer que se dio a la fuga hace tiempo, después de haberme robado.

—Es una buena idea, pero tengo cosas que hacer en otro lugar.

Dalgon se incorporó de su asiento. Le temblaban las piernas. Estaba nevando en plena Nochebuena. Por un momento pensó a dónde ir. Entró de repente a la primera sala de canto que vio, sin preocuparse por su ubicación. Un joven cajero, sentado detrás del mostrador, lo condujo amable a una habitación que, por supuesto, estaba vacía, pero Dalgon abrió bruscamente la puerta de otra, en la que se escuchaba una canción.

—Oiga, por favor, su habitación es ésta.

—He venido aquí a buscar a una persona.

—¿De quién habla usted?

—Una mujer, una señora.

Younggap, que había entrado a la sala detrás de Dalgon, le susurró que el lugar donde trabajaba ella no era este tipo de sala, sino una cervecería. Dalgon sacudía la cabeza negativamente, afirmando que era una sala de canto. Agregó que le había llegado un informe muy confiable de que trabajaba en un lugar de esos. El joven cajero los expulsó. La calle nocturna resplandecía. Younggap de repente estalló en carcajadas. Al verlo reír, también le salió a Dalgon, automáticamente, una sonora carcajada. El niño que vio reírse a los adultos también se echó a reír. Junto a los dos hombres que reían a carcajadas pasaban transeúntes que los miraban de reojo. Younggap, después de reír largo tiempo, de repente le preguntó:

—¿Por qué se reía tanto?

—Y tú, ¿por qué?

—No lo sé.

Dalgon le preguntó al niño de Younggap:

—Oye, ¿por qué te reías también?

—Porque si no me río, me siento triste.

Ante esta respuesta, los dos hombres, con expresión de verdadera tristeza, miraron fijamente sus rostros reflejados en el escaparate de una tienda frente a ellos.

Ya era de noche. Michong, cubierta con un edredón, marcó un número de teléfono.

—Oye, Kyongae, soy Michong. Está nevando ahora… ¿Tú qué haces?

—Estoy haciendo la maleta.

—¿Qué? ¿A qué maleta te refieres?

—Esa mujer me dijo que no podía vivir conmigo. Y mi padre me dijo que me fuera de casa.

—¿De verdad vas a marcharte de tu casa?

—Los muy bestias me han dicho definitivamente que no podían vivir conmigo, y, entonces, tengo que irme. ¿Qué más da?

—¿Quieres venir a mi casa?

—No. Me iré en busca de mi madre. Me he enterado de su ubicación. Dicen que se encuentra en la ciudad de Jeonju.13 No se lo digas a nadie, por favor. ¿Entendido?

—Sí.

—Bueno, Michong, ojalá te encuentres bien hasta que te llame después de cambiar este teléfono por otro nuevo.

En ese instante se oyó el chillido de su abuela y colgó. Afuera nevaba a grandes copos. En las noches en que nevaba mucho, la abuela y el abuelo solían pelearse, igual que sus padres tiempo atrás. La paz de la Nochebuena se disipó.

—¿Qué estabas haciendo para estar tan divertida tú sola?

Parecía que el abuelo se sentía molesto de que la abuela hubiera pasado un buen rato comiendo y bebiendo con los vecinos en el edificio comunal. La abuela, que no quería escuchar sus aburridas palabras, llamaba a Michong sin razón, enfadada, en voz alta, repetidas veces, y, como de costumbre, la insultaba.

—Maldita sea esta hija de puta. ¿Ha estado vagando por el pueblo esta mala hija sin tener edad para hacerlo?

Michong permanecía quieta. De repente intervino Younggui:

—¿Hermana mayor, has cometido alguna falta? ¿Por qué está tan enfadada la abuela?

Era una señal del sentido de fraternidad de Younggui hacia su hermana, que le había comprado un trompo Dragón Ace y no podía olvidarlo. Cuando Younggui intervino ante su abuela, ésta ya estaba al borde de desmayarse del enojo.

—Esta mala chica, astuta como una zorra, ya se ganó la confianza de su hermano. ¡Vecinos! ¿Qué hago, qué tengo que hacer en contra de esta chica tan taimada?

La nieve caía con una serenidad inverosímil. En esa noche no se oía siquiera el ruido del viento. A veces se oía ladrar los perros. Hyangsuk dijo que después de la medianoche mataría a una de las perras de su casa, y agregó que la enterraría en la falda de la montaña y luego llamaría a un comprador de perros para vendérsela. Propuso dejar la aldea con el dinero conseguido de la venta. Al oír un ladrido, de golpe recordó lo que había sucedido antes. Hyangsuk les contó que Chongsik y Byongho, de la aldea Dangchuri, habían vendido de esa manera cinco perras. Éste era un secreto entre Chongsik y Hyangsuk, con quien salía en estos días, y quien le contó todo a Michong. Chongsik le regaló a Hyangsuk los pendientes que compró con el dinero obtenido. Por otra parte, ella pensaba que no habría ningún problema si salía con Chongsik, cuya abuela siempre le decía: “Oye, canalla”. Creía que la anciana se moriría en poco tiempo. ¿Por qué quería Chongsik a Hyangsuk, que era tan fea? Al recordar la hermosa cara de él, Michong sintió cada vez más celos y soledad. La abuela guardaba silencio y Michong creyó que podría dormir, de modo que cerró los ojos.

—Mañana los van a filmar. No muestren ningún indicio de que son hijos sin padres, para eso vístanse con ropa limpia y vayan después al local. ¿Saben que es un asunto fácil presentarse en la televisión? Tienen que estar en la fila de adelante para que su madre los vea claramente.

Michong no sabía por qué la televisora había entrado en la aldea, pero habían prometido hacerles fotos a Michong y a su hermano, y a ella le latía el corazón de la emoción. La abuela monologaba así en la alcoba interior, más allá de la puerta corrediza, sin importarle si alguien la escuchaba o no:

 

—El alcalde de gun, el jefe de myon y el jefe de li14 deben haber gastado mucho dinero para que viniera de visita una televisora. No les cuesta nada recolectar en cada una de las casas un doe15 de arroz y de frijoles rojos. Dicen que han venido a filmar el ambiente invernal. Los que trabajan en la emisora son inteligentes. Nuestra lengua es bonita, sí, es verdad, pero ¿para qué sirve lo bonito? Con eso no se gana dinero… ¿Quién me entenderá? El precio de las reses ha bajado, el invernadero se ha destruido, los trabajadores salen de casa como locos, y estos canallas se comportan de mala manera. ¡Oiga!, no ocupe solo todo este edredón…

—Entonces, ¿han filmado el tok, el tofu16 y las demás comidas que les preparaban?

—Sí. Lo que podemos mostrarles no son más que esas cosas. El jefe de la aldea nos ha dicho que no digamos palabrotas. Después de que hayan filmado la manera de vivir de las ocho provincias de Corea del Sur, ¿en qué libro las van a poner?

—¿Libro? Entonces, ¿no las pondrán en la televisión?

—No me digas más. Y no te hagas el sabelotodo. Da lo mismo que sea en un libro o en televisión.

—Entonces, ¿qué has hecho?

Parecía que deseaba enterarse en secreto.

—¿Qué crees que hice? No he dicho ni una palabra y he estado con la boca cerrada, pero me pidieron que dijera algo y me moría de vergüenza sin poder abrir ni cerrar la boca.

—Pero si te dije desde el principio que te pusieras la dentadura postiza para ir y te fuiste sin ponértela.

—¡Ah! El agua del vaso en que la metí estaba tan congelada que no pude sacarla, y encima decían por el amplificador que nos reuniéramos rápido. Y como no me la puse, no comí mucho, así que me regresé. Entonces, ¿por qué está tan enojado conmigo, como si yo hubiera tomado alguna comida especial?

—Escucha: estuviste en el club social todo el día, y Michong, esa mala chica, no me contestó a pesar de que la llamé muchas veces. ¿No es esto motivo suficiente para estar enfadado?

—Y, entonces, esta diabla ¿habrá ido al pueblo hoy? Oye, ¿me oyes, Michong? Esta maldita hija de… Ay de mí, ¿sabrá cómo la he criado? ¿Cómo puede comportarse de esta manera?

Michong fingía dormir; y así, sin darse cuenta, se quedó dormida profundamente.

Ya era la mañana. Era la blanca Navidad. Era la mañana del día de la blanca Navidad, en que se difundían vagamente las campanadas de la iglesia en el pueblo vecino, más allá del camino de pedregullo, cuando el padre de Kyongae, de Dangchuri, visitó a Michong.

—Michong, ayer por la noche mi hija Kyongae desapareció. ¿No ha venido por aquí, verdad?

—Anoche me dijo que iba a hacer la maleta para salir de casa, pero creí que era una broma.

—No lo era, es verdad. Ayer se volvió loca pidiéndome dinero y se lo di. Después me dijo que le había comprado a un amigo, un fulano, un celular. La regañé un poco y luego desapareció.

—Éste es el teléfono celular.

—¿Conque eras tú? Dámelo. Lo compró con el dinero de su madre, por lo tanto no puede ser tuyo. Además, las chicas de poca edad no deben usarlo.

El teléfono le fue arrebatado por el padre de Kyongae. Ella pensó que esto significaría una despedida para siempre de Kyongae. Michong se dirigió a pasos lentos hacia un rincón del patio, donde había una palangana y se lavó la cara. Al lado había un recipiente que servía para poner la comida del perro, y en él estaba, muy congelada, la prótesis dental de la abuela. Pensó que debería verter agua caliente y, para ello, iba hacia la cocina cuando la abuela, en ese mismo momento, le dio un golpetazo en la espalda de manera imprevista.

—¿Por qué me pegas?

—Por qué razón has hablado tan francamente y te has dejado arrebatar el teléfono, muchacha idiota?

Las campanadas sonaban pacíficamente, pero el mundo en que se encontraba Michong no parecía sereno en absoluto.

Después del desayuno empezó la filmación. Aunque habían anunciado muy claramente que correría a cargo de la emisora, el que se encargaría de hacer las tomas era un solo hombre. Propuso a los niños que fueran junto a él a jugar en la montaña.

—¡Nooooo, señor! —gritaron todos los niños a la vez.

Él les preguntó si no les gustaba jugar.

—Tenemos que mirar la televisión —contestaron al unísono.

Él les dijo que ese día lo acompañaran a la montaña a cazar conejos.

—¡Conejos! Tenemos uno que cazamos ayer —volvieron a contestarle en voz alta.

Uno de ellos corrió hacia el edificio aldeano. Quienes lo habían cazado eran los niños y, sin embargo, los adultos se lo quitaron insistiendo en que quienes lo comerían serían ellos. El tipo les aconsejó que lo soltaran.

—¡Noooo, señor! —los niños corearon de nuevo.

Por su lado, Younggui se enfadó desde el principio, ya que el conejo había sido cazado con su lazo. Michong era, entre los niños, la única estudiante de la escuela secundaria, los demás eran de primaria. Sin embargo, no eran más que tres. La niña Sukhi, que asistía a una guardería anexa a la primaria, salió de la casa, pero a causa del frío, después de lloriquear un rato, al final volvió. Hyangsuk había estado por hacer algo con el perro la noche anterior, pero su plan fue descubierto antes por su madre, que le dio tal paliza que se quedó tendida sin poder salir. El tipo consoló como pudo a Younggui y liberó al conejo hacia la montaña.

—Los mayores nos van a matar por su culpa.

Jinhak, hermano menor de Hyangsuk, se lo reprochó al tipo, a lo que éste respondió prometiendo que les prepararía algo sabroso.

—Queremos comer ramyon17 —volvieron a gritarle los niños.

Y, en efecto, el hombre sacó ramyon de la mochila que llevaba al hombro. Los niños al unísono gritaron en voz muy alta. Mientras cocinaba el ramyon en agua hirviendo, les preguntó cómo pasaban el tiempo durante las vacaciones.

—Jugamos con trompos Topblade y miramos la televisión —contestó Jinhak.

—¿No hacen otra cosa?

—No hay nada más que hacer, carajo. Queremos jugar con la computadora, pero no tenemos. Con suerte cazamos algún conejo y, si no, agarramos algunas ranas para comérnoslas.

—Pero qué felices son ustedes de jugar como quieren, no tienen nada que estudiar. Así es que están contentos, ¿verdad?

—¡Sssssí!

Los niños corearon burlonamente al mismo tiempo. Michong pensó que el hombre no sabía nada de verdad, nada de nada. A decir verdad, ella tenía muchas ganas de estudiar, pero ocurría que no tenía posibilidades. Le atraía estudiar en la computadora e ir a una escuela privada; sin embargo, no podía hacerlo por falta de dinero. La cara del reportero de la emisora se puso roja.

—Entonces, ¿qué es lo que más les gustaría hacer en este momento?

—Pues, naturalmente, lo que queremos es ganar dinero —todos los niños volvieron a gritar a la vez.

—¿Por qué?

—Pues porque, de verdad, no tenemos dinero.

Aunque el tipo no les preguntó nada, los niños empezaron a hablar de la situación en sus respectivas casas.

—En mi casa criaban vacas, pero el precio de la carne de res se vino al suelo y por eso ahora criamos perros. Ahora se dice que el precio del perro también está cayendo.

Cuando Jinhak, sorbiéndose los mocos, habló del derrumbe del precio del perro, otros niños estallaron en carcajadas simultáneas.

—En mi familia, para calentar la casa, no usan calefacción de petróleo sino leña.18 Dicen que el precio del petróleo ha subido mucho.

Así dijo Daesik, que residía en una casa situada en la colina, cuyo padre, guía de vías fluviales, había muerto en un accidente de tráfico el año pasado.

—En mi casa….

Younggui también estaba por decir algo, pero su voz se ahogó en la garganta y no pudo seguir. La abuela había dicho que la voz de su nieto se recuperaría en cuanto su madre volviera.

—Así que quieren ganar dinero… Pero, niños, ganar dinero es lo que harán cuando sean adultos, y ahora…

—¿Quieres que juguemos? Mi padre me reprende diciéndome que siempre estoy de juerga, ¿sabes?

Jinhak era un duende conocidísimo en la aldea. Al parecer, para los niños del lugar era una diversión ver al hombre —que no lo conocía bien— perplejo ante la respuesta imprevista de Jinhak. Éste le dijo de nuevo: