La familia itinerante

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

—Si jugamos, ¿usted nos dará dinero?

—¿Dinero? ¿Qué dinero?

—¡Ja, ja, ja! El pago por la presentación. Dicen que al que sale en televisión le pagan, ¿no es así?

El hombre dijo que no era empleado de una emisora, sino un guionista de una serie documental.

—¿Qué dice? ¿Escritor de Drácula?19

El hombre, los niños y Michong se morían de risa. A Michong le parecía aún más interesante que se riera despreocupadamente sin percatarse de que los niños se burlaban de él. Le sacó una foto a Michong. Ella pensó que habría sido mucho mejor si Hyangsuk hubiera estado a su lado para la foto. Él le insistía para que se riera, pero ella no obedecía pensando en que Hyangsuk estaría llorando. El ramyon cocinado en el quemador que el hombre siempre llevaba consigo sabía muy sabroso. Cuando Michong intentaba cocinar uno en casa, la abuela la reprendía mucho diciendo que gastaba un precioso ramyon: era una comida especial que se servía como merienda a los campesinos en la época del transplante del arroz o cuando se celebraba algún asunto festivo. Hacía ya tiempo que ni los niños ni Michong probaban un ramyon tan especial, y por tal motivo ése fue para ellos un día de alegría. Tal como decía la expresión, ese día fue una verdadera blanca Navidad llena de alegría.

Yongja, después de largo tiempo, fue a la iglesia. Era lógico, pues era Nochebuena. Hoon, su amante, no había vuelto a casa desde la noche anterior. Le había dicho que iba a tomar una copita con los compañeros del taller. De cualquier manera, se sentía intranquila después de haber visto hace un mes a su cuñada en la sala de canto de Sinlimdong. No podría seguir trabajando en esa sala; ahora tenía que proteger al fruto del amor entre ella y Hoon, al hijo que se encontraba en su vientre. Cuando le transmitió a Hoon su opinión sobre el porvenir, él le contestó que hiciera lo que quisiera. Yongja agregó que, después de que diera a luz, solicitaría un proceso judicial de divorcio. Como respuesta a lo que Yongja había dicho, Hoon la besó tiernamente en la mejilla. Para Seo Yongja, en ese momento no había felicidad más grande. No se atrevió a mostrarle a Hoon la otra palabra que se escondía detrás de “felicidad”. Le pareció que mostrarse contenta era una muestra de cortesía hacia su amado. Esto era, por lo menos, lo que pensaba después de lo sucedido la noche anterior. Había esperado mucho a su querido, quien no había vuelto al hogar a pesar de que eran más de las 12 de la noche, por lo que había pasado delante del taller varias veces. La puerta estaba cerrada. Entró a la cervecería y preguntó si sabían a dónde habían ido los trabajadores del taller. El dueño le contestó que recordaba que habían terminado la primera ronda de copas en su local, pero no tenía idea de adónde se fueron para la segunda. Yongja pensó buscarlos en una taberna o una sala de canto de los alrededores, pero recordó de nuevo que ella misma había sido descubierta por su cuñada en una de esas salas y, sin dudarlo, volvió a casa con pasos menudos. Yongja pasó sola la Nochebuena y juró confiar en el hombre al que amaba, pero ahora era más difícil. En cuanto amaneció, se fue a la iglesia. Quería rezar ante Dios pidiéndole que la perdonara por no fiarse de su amado. Había demasiada gente. No hubo lugar en el que pudiera acomodarse. Pensó que eso era mejor: con tal cantidad de gente, nadie le prestaría atención a Seo Yongja. Quería mezclarse entre las personas para rezar, pero no lo consiguió. Le pareció que Dios tendría un fuerte dolor de cabeza con todas esas personas que le rezaban al mismo tiempo, por lo que salió de la iglesia. Volvió a pasar frente al taller. La puerta ahora estaba abierta, pero no se veía al señor Hoon. Cuando les preguntó dónde estaba, los del taller rieron disimuladamente y le dijeron:

—La casa en que ustedes viven ya no estará alquilada, sino vacía.

En ese instante Seo Yongja se percató de que Hoon la había abandonado la noche anterior y que Dios, en vez de escuchar sus deseos, la había castigado.

Yongja caminaba y no sabía si reír o llorar. Iba desde el taller Hermanos hacia la cervecería Tudari.

Dalgon, que la noche anterior se había dormido sin permiso de nadie en una casa vacía construida ilegalmente en la zona del monte Nangok, donde residía Younggap, se puso a andar con el humor de quien tampoco sabía si reír o llorar. Iba desde la cervecería Tudari hacia el taller Hermanos.

El señor Han, que había manejado el equipo de fotografía, se marchó de la aldea Sinli donde había pasado una semana. A pesar de que les dijo a los aldeanos que no era empleado de una emisora, sino un escritor que también sacaba fotos para documentales, creyeron con firmeza que el señor Han era empleado de una emisora. Por esta razón, el mismo Han partió de la aldea después de transformarse a sí mismo en empleado de una emisora, tal como los aldeanos obstinadamente pretendían que fuera. La advertencia meteorológica que anunciaba una fuerte nevada por todo el territorio nacional, justo cuando salía rumbo a esta aldea y que continuaba aún después de su llegada, le demostraba que había hecho bien en no traer su automóvil, aunque ahora se le dificultaba desplazarse. Por eso decidió recopilar material sólo acerca de la aldea Sinli y después volver a Seúl. Le quedaban pocos días antes de la fecha límite para entregar el texto a la corporación de revistas, pero tomó materiales vinculados sólo con un lugar para usarlos fuera de la Compañía de Construcción Taeyang. Iba camino a Seúl, por lo que su humor no era bueno. Creía que el paisaje invernal, del que había tomado apuntes, saldría tan satisfactoriamente que los empleados de la revista de la Compañía, a los que les gustaba exhibir los errores ajenos en los escritos, esta vez no encontrarían fallas. Se echó en un asiento del tren Mugunghwa con rumbo a Seúl. Recordó la expresión de la jefa del equipo que recogía los materiales. No había pasado un solo mes sin sus quejas durante el año anterior, mientras el señor Han escribía una serie de artículos. La jefa, conocidísima por su carácter meticuloso, no dejó pasar ni una oportunidad sin comentar que los escritos y fotos que había hecho eran, por lo general, oscuros y negativos. De todas formas, este reportaje era su última oportunidad. A menos que hubiera un cambio extraordinario —es decir, que la jefa se convirtiera en una persona especialmente piadosa—, su relación laboral terminaría. Si el trabajo de Han para Taeyang concluía, solamente le quedarían otras dos revistas a las que entregar sus manuscritos. Si otras no le pedían reportajes, le resultaría imposible ganarse la vida. Con la sola entrada de estas dos revistas no alcanzaba a pagar la hipoteca del departamento y la colegiatura de dos hijos: uno que entraba a la preparatoria y otro en la secundaria. Sentía que estaba muy lejos de recuperarse de la realidad en que se encontraba. Era posible que se encontrara de nuevo en una situación semejante a aquella posterior al desastre del FMI. En aquel entonces, cada vez que despertaba en la mañana encontraba cerradas todas las puertas para entregar artículos seriados, no sólo en boletines, sino también en revistas en las que escribía regularmente. La situación que seguía a esos acontecimientos le producía un automático escalofrío.

El tema sobre el cual verdaderamente deseaba hacer un reportaje no era el ambiente invernal de una provincia del sur que la jefa le había solicitado, pero el apoyo económico que la Compañía Taeyang le ofrecía no era poco. El pago era superior a la suma de lo que recibía de las otras dos revistas. A principios del año en que empezó a trabajar ahí, la compañía le hizo una promesa verbal: que escribiría reportajes a lo largo de un año y, así, sin expectativa alguna, la respuesta de los lectores fue buena, pero por muy buena que fuera, el derecho de elegir a un escritor le pertenecía a un jefe. Por lo tanto, pendía de un hilo la esperanza de prolongar la solicitud de reportajes seriados si el resultado no satisfacía a la jefa. Cuando pensó que no podía menos que prestar una especial atención a esta colección de datos, justamente por la esperanza de prolongar la publicación serial, sintió que le subía a la garganta un líquido agrio que, creyó, no podría controlar. La hipoteca del departamento que todavía no había terminado de pagar, el costo de la educación de sus hijos y el mantenimiento de su familia, hicieron que el señor Han observara con atención los comentarios de la jefa.

Un carrito ambulante, perteneciente a la Hongikhoe20 se le acercó. El caballero sentado a su lado compró dos latas de cerveza y salchichas. Dándole una lata, preguntó:

—¿A dónde va usted?

—Voy a Seúl.

—¿Hasta la terminal? Yo también voy a Seúl.

Después de los saludos formales, el señor Han destapó la lata de cerveza que había recibido y bebió dos o tres tragos. El hombre le ofreció una salchicha. Él la masticó lentamente, mientras que Han la devoró con buen apetito. El hombre, que durante largo tiempo tomó cerveza alternándola con salchichas, de repente soltó una pregunta:

—Por curiosidad, ¿a qué barrio de Seúl va?

—Hasta la estación de Seúl, ¿por qué?

—No, no. Mi pregunta se refiere más bien a… ¿dónde vive usted?

—Yo vivo en Suyuri.21

—Ajá, ya entiendo. Yo voy hasta la estación Chongnyangni.22

Después de esta mención, el hombre soltó un largo suspiro —jaah— que mostraba con claridad su intenso deseo de compartir con alguien un relato tan profundo como su suspiro. El señor Han, después de haber terminado de beber, metió la lata vacía en la guantera del asiento y cerró los ojos. Recordó el ambiente invernal de la aldea Sinli que entregaría a la Compañía Taeyang. En la parte superior de la portada de la revista del mes siguiente, que se difundía en el exterior, aparecería una foto y un reportaje del confortable ambiente invernal de un valle en una provincia del sur. La imagen de los niños que se contentaban comiendo el ramyon que les había servido estaría en la revista, pero los niños que no manejaban la computadora, aunque querían hacerlo, y los que no podían ir a la academia, aunque tuvieran ganas, no saldrían en el reportaje. Y, más que eso, no podría publicar en la revista que en Sinli, todos los días de la semana, con excepción de tres, los había pasado emborrachándose con Kim Dalgon, el padre de Michong, y tampoco las historias que éste le había contado. Tenía que hacerlo de ese modo, pues la narración debía de ser únicamente del “ambiente invernal en una provincia del sur”. Mientras el señor Han estaba en Sinli, el padre de Michong había regresado a la casa y le había dicho que en la mañana de ese día, el de Nochebuena, había encontrado a su esposa, Seo Yongja, pero que finalmente no la había traído a casa. Lloró diciéndole que la causa era del toda culpa suya. Las lágrimas que sus ojos derramaban caían en el interior de su copa. El señor Han no pudo preguntarle más… Sin embargo, bebió con Kim Dalgon la mitad de los días que se quedó en la aldea. Bebió también con los ancianos de Sinli que le tenían recelo y que no estaban, de ninguna manera, en mejor posición que Dalgon; y cocinó el ramyon para compartirlo con los niños del pueblo llenos de tristeza. La esposa de Han, como de costumbre, cada vez que se marchaba de viaje, le había aconsejado que no bebiera. Aunque no olvidaba esas palabras, nunca cumplía el consejo. O, mejor dicho, no podía cumplirlo.

 

El suspiro hondo del hombre sentado a su lado llegó a sus oídos de nuevo. Y el segundo suspiro lo obligó a abrir los ojos.

—Oiga, señor, ¿podría escucharme, por favor?

Y después de suspirar por tercera vez, empezó a contar el meollo de su historia.

El señor Han presintió que, de cualquier modo, la tranquilidad de su viaje se había echado a perder. La línea del tren de Chola recorría en ese momento la frontera limítrofe entre la provincia Chola del sur y la del norte. Los montes y ríos vistos por la ventana, todos cubiertos de nieve, conformaban un paisaje hermoso. Sin embargo, el relato del hombre no tenía nada de hermoso, a diferencia de montes y ríos. Como habría dicho su jefa, todo era “oscuro y negativo” y “convencional”.

—…¿sabe por qué voy a Chongnyangni?

—Sí, lo sé. Alguien se ha ido de casa.

La jefa solía decirle al señor Han: “¿No es verdad que todas esas historias son aburridísimas? La madre que abandona el hogar y los hijos que generan compasión son historias demasiado convencionales… ¿Hace falta contar de nuevo ese tipo de historia convencional? Por esos días, ni en la agenda del productor de programas de televisión se encontraban relatos de ese tipo.

—Tiene razón. Voy en busca de mi hija. Es una suerte saber que usted es de Seúl. Discúlpeme, éste es nuestro primer encuentro, pero tengo que pedirle un favor, ya que usted vive en Seúl. Es mi primer viaje a la capital y no me sé orientar bien. Por eso, cuando lleguemos a la estación de Seúl, ¿me permite pedirle que me diga cómo llegar a Chongnyangni?

—¿Cuántos años tiene su hija?

—Si hubiera asistido al colegio regularmente, sería alumna del último año de bachillerato este año.

—¿Está seguro de que se encuentra en Chongnyangni?

—No, no es seguro, pero hace poco vi en televisión que allí se encuentran muchas chicas que han abandonado su hogar. Por eso voy ahí con la esperanza de encontrarla.

El hombre paró el carrito de Hongikhoe y compró dos latas de cerveza más. Todavía le sobraban salchichas. Los montes y ríos seguían pareciendo hermosos del otro lado de la ventanilla. Convencionalmente hermosos. ¡Convencionalmente!

El hombre de al lado vació de un tirón una lata de cerveza y miró repentinamente a Han.

—¿Qué acaba de decir?

—No, nada. Sólo que los montes y los ríos son hermosos. ¿No es un buen paisaje ahora que la nieve lo ha cubierto totalmente? Un buen paisaje, hablando convencionalmente.

El hombre volvió la cabeza. Por la ventanilla la oscuridad comenzaba a caer. Las luces de la aldea cubierta de nieve titilaban más allá del campo.

—Está oscureciendo.

—Sí.

—Por eso mismo le digo que está llegando una oscuridad total y negativa.

—Pero, usted, joven, ¿está borracho con sólo dos latas de cerveza? ¿Qué me ha dicho? Es algo que no logro entender.

El señor Han se levantó y lentamente caminó hacia el baño.

—Es un error que me pida que le enseñe la dirección. Tendría que habérselo pedido a otra persona…

En cuanto se cerró la puerta, el hombre de al lado no escuchó más el murmullo del señor Han. El tren no se sacudió fuertemente, aunque se mecía. Han pensaba que en ese momento el alcohol que había tomado de día en la aldea de Sinli comenzaba a surtir sus efectos.

teléfono… ¿qué le pasa? Alguien la apuñaló y le robó el dinero. De todas formas, fuimos nosotros, tú y yo, a quienes vio por última vez en la vida. Pero, ¿a quién perseguías anoche? ¿Acaso, viste a tu ex novia? ¡Hermano mayor, hermano mayor!

El señor Han sintió una luz relampagueante en el cristal delantero del coche. La cámara que controlaba el exceso de velocidad acababa de sacarle una foto. El tablero mostraba casi 150 kilómetros por hora, pero no pudo reducir la velocidad.

—Hermano mayor, ¿me oyes?

El teléfono se cortó en seguida. El vehículo, un modelo anticuado Rockstar, temblaba mucho, no aguantaba la velocidad. Las manos con las que aferraba el volante se movían igual que el vehículo.

1 Recipiente de loza, más largo que ancho, con varios agujeros en el fondo por los que pasa el agua al echarla desde arriba.

2 Debajo del suelo del dormitorio de la casa típica coreana pasan tubos de plástico por los que circula agua caliente y permiten secar la ropa lavada tendiéndola en el suelo.

3 Grupo musical formado por cinco cantantes masculinos. Gozaba de popularidad entre los jóvenes, pero se deshizo hace unos años. No se pronuncia God, que significa dios en inglés, sino que se deletrea: ge, o, de.

4 Situado al suroeste del centro de la capital, en el que residen aproximadamente 280 000 habitantes.

5 Capital de la provincia Kyongsangnamdo, situada al sureste. Región bastante amplia e industrializada, donde residen aproximadamente casi cuatro millones de habitantes..

6 Capital de la provincia Gangwondo, al este de la península coreana, famosa por sus hermosas montañas.

7 Capital de la provincia Chungchongnamdo, al sur y a 80 km de Seúl.

8 Noraebang, literalmente “salón de canto”, es lo que en Occidente se conoce como karaoke.

9 Provincia ubicada el suroeste, muy conocida por su dialecto, que se distingue en el país por sus características verbales.

10 El préstamo se produjo a finales del año 1997. Para superarlo hicieron falta, aproximadamente, ocho años.

11 Es un complemento fermentado típico, que se come con arroz blanco. Se hace con trozos de nabo cortados en cubos condimentados con picante, sal, ajo, poros, etcétera.

12 Barrio donde residen los habitantes de la capa social más baja en casas de madera o de zinc construidas ilegalmente.

13 Capital de la provincia Cholabukdo, a 202 km al suroeste de Seúl.

14 Son unidades administrativas de extensión en una provincia. Un gun se compone de varios myones; un myon, de varios lis; y un li corresponde a una aldea. Una ciudad es normalmente más grande que un gun.

15 Doe es una unidad de volumen que corresponde a un 1.8 litro.

16 Tok es un pastel cocido a vapor con harina de arroz; tofu es cuajada de soya.

17 Comida instantánea que consiste en fideos cocidos al vapor primero y después, fritos.

18 Al aparato dotado de una fuente de calor donde se calienta o se hace hervir el agua están conectados los tubos que pasan debajo del suelo del dormitorio, de modo que sirve de calefacción.

19 En la novela en coreano el autor usa documentary, en inglés, pero los niños no entienden, por lo que, no obstante, intentan cualquier palabra que suene similar a ésta. Así es cómo se les ocurre la palabra: “drácula”.

20 Organización que pertenece a la Dirección de Ferrocarriles, pero desarrolla sus actividades con apoyo económico externo. Se beneficia de la venta de artículos en carritos que pasan por el pasillo del vagón.

21 Barrio al norte del río Han, al noreste desde el centro de Seúl.

22 Estación al norte del río Han, al noreste desde el centro de Seúl.

Canción amorosa de Garibong 1

Myonghwa abrió los ojos. Todo estaba cerrado por completo y la luz no entraba más que por un lugar: un cristal translúcido del tamaño de la palma de una mano, intercalado en la parte superior de la puerta de entrada y salida, por eso era difícil imaginar la hora. Esa puerta daba al estrecho pasillo que comunicaba ambas zonas de habitaciones, por lo que no había días en que la luz solar entrara al cuarto. En cuanto despertaba, por un acto reflejo, buscaba su teléfono celular. A decir verdad, el teléfono era su razón de vivir. Al acostarse también acostumbraba llevarlo en la mano. Cuando sonaba el timbre, instantáneamente abría los ojos. Era conocida como cantante casi profesional en los salones de canto a los que solía asistir la casta coreana Choson.2 De noche la llamaban de uno u otro. Y no sólo la llamaban de éstos, sino también, algunas veces, del salón Sora o el Mindule, que le ofrecían trabajo subsidiario mediante su teléfono. Por eso para Myonghwa su teléfono había llegado a ser un medio de vida imprescindible. Ahora le indicaba que eran las 10 de la mañana. La pensión tenía calefacción sólo de noche y se apagaba a horas tempranas.

Aunque Myonghwa despertó, no pudo levantarse. Estaba deprimida y sentía que el cuerpo le pesaba, lo cual se debía —creía ella— a que había trabajado en exceso por la noche. Le picaban y dolían las cuerdas vocales. Las amígdalas debían de estar inflamadas de nuevo. Temblaba de frío y sentía un pinchazo agudo en todo el cuerpo, como si hubiera sido vapuleada. En este caso, si se pusiera una inyección en un hospital, se recuperaría de inmediato, pero no le daban ganas de ir porque quería ahorrar dinero, y permanecía así, tumbada sobre una colcha en su cuarto lleno de aire frío. Cuando se quedaba quieta, quien venía a su memoria inconvenientemente no era su marido actual, Kim Guisok, que era de un rincón rústico de la provincia Chola, sino su ex marido, Yongchol, al que había dejado en la ciudad de Hailin, cerca del río Amur, junto a la niña que habían tenido. Su hija, Hyangmi, ¿viviría sin problemas con su madrastra, la nueva esposa de Yongchol? ¿No la maltrataría esa mujer? ¿Cuánto habría crecido? Esa mujer, la madrastra de Hyangmi, cuando su marido se fue a Corea del Sur para ganar dinero fuera, se había acostado con Yongchol, marido de Myonghwa.

 

A decir verdad, la causa de que ella no pudiera estrechar lazos matrimoniales con Guisok, el hombre de Chola, probablemente radicara en la hija que había abandonado. A su marido Yongchol, del que se había divorciado, no le hacía falta recordarlo, a menos que se esforzara por traerlo a su memoria a propósito. Pero su hija Hyangmi aparecía día y noche ante sus ojos, lo cual era un obstáculo tenaz para continuar su nueva vida. Además de esta pena, Myonghwa siempre tenía incertidumbre y miedo de que se descubriera que no era virgen, porque se había casado con Guisok engañándolo, y en torno a ella estaban los padres del marido, que la fastidiaban pidiéndole que diera a luz, aunque eran tan pobres que no tenían ni un palmo de tierra y su marido no fuera capaz de mantener a la familia, junto con sus sobrinos huérfanos. Por ello, en la tierra de Chola no había nada que a Myonghwa le atrajera para continuar esa vida. No es que se hubiera casado con Guisok disimulando una mala intención, como comentaba Sungae, la mujer del restaurante chino Bongnae, situado en la intersección de cinco calles en el barrio Garibong. Debido a la traición de su marido Yongchol, que tenía relaciones amorosas con otra mujer, Myonghwa deseó abandonar su pueblo natal cuanto antes. Además, para que su hermano mayor se recuperara del cáncer de hígado, algunos familiares tuvieron que desplazarse adonde fuera para juntar cierta cantidad de dinero. Justamente en este trance concibió la oportunidad de irse a Corea del Sur. Un día un primo materno, que estaba allá, le informó por teléfono que en el metro de Seúl había leído un anuncio de una empresa de enlaces nupciales para jóvenes campesinos coreanos. A ella le agradó la idea de mudarse a Corea del Sur. Como no tenía valor para vivir como inmigrante ilegal como su primo, decidió casarse. Además, confiaba en sí misma, le sobraba capacidad para sobrellevar la vida campesina gracias a que había tenido mucha experiencia en el trabajo agrícola en su pueblo natal. En la reunión para concertar la boda, Myonghwa se mostró descontenta ante la postura ambigua de Guisok, el hombre que le presentó la empresa mediante un empleado que comentó que invitaría a toda su familia a venir a Corea y que curarían a su hermano mayor enfermo si ella decidía casarse con el hombre que le recomendaban. ¿Por qué en aquellos tiempos había creído, con voluntad de hierro, en esas palabras, si habían salido no de la boca del hombre que se casaría directamente con ella, sino de la de un empleado? Myonghwa todavía se arrepentía de haberse casado con su marido actual, por creer en las palabras del empleado de la empresa. Si ella se hubiera dedicado a ganar dinero tercamente, sin pensar en casarse, habría ahorrado al menos tanto como su primo materno o como Sungae con su restaurante chino, o incluso habría juntado más que ellos y no habría dejado morir tan fácilmente a su hermano sin conseguirle ningún otro remedio para salvarlo.

Por otra parte Sungae, la mujer que criticaba a Myonghwa, decía que se había casado con un hombre coreano inocente sólo para obtener la nacionalidad coreana a través de una boda falsa, y que las residentes coreanas en China tenían mala fama por eso. Sungae soñaba con irse a Estados Unidos después de casarse con un residente coreano que tenía ciudadanía estadunidense. Se rumoraba que era un minusválido de edad mayor. Myonghwa creía que el objetivo de Sungae no era casarse con el hombre, sino entrar a Estados Unidos, de modo que a ella no le importaría el destino de él. A Myonghwa le quedaba la duda de lo que pensaría el hombre acerca de Sungae.

Sungae era una solterona de 30 años que había venido del barrio Samdogujin de la ciudad Hunchun3 y tenía ya seis años en Seúl. Myonghwa, en cambio, sólo tenía cinco años aquí, y hacía tres que había abandonado, por la noche, como si se diera a la fuga, la tierra de Cholado4 que odiaba tanto, siguiendo al señor Bae. Llevaban más o menos el mismo tiempo en Corea, pero Sungae se había quedado en Seúl, mientras que Myonghwa, cediendo a la tentación del señor Bae, llevaba poco más de dos años desde su arribo al barrio Garibong, sin informar nada de él ni a su amiga Seo Yongja, madre de Michong, que había llegado con ella a Seúl desde Cholado. El señor Bae le había dicho a Myonghwa que era más probable que su marido la alcanzara si se desplazaba acompañada de la señora Seo Yongja, que había salido con ella del mismo pueblo de provincia, que de él, por lo que era conveniente que se separasen. Tal vez la policía la detuviera para llevarla a la cárcel por la falsa boda y dejaría de ganar dinero en caso de que su marido la encontrara. ¡Qué malo era el señor Bae! A ella le rechinaban los dientes, pero de repente tuvo una extravagante idea: no era tan mal hombre. Si fuera malo de verdad, ¿cómo la habría llevado hasta ahí? La madre de Michong, Seo Yongja no era fea. Si hubiera vendido a las dos mujeres al karaoke Bugkyong, habría ganado mucho más. Después de haber entregado a Myonghwa al karaoke, le dijo que la quería mucho de verdad y que, por eso, la había traído a Garibong, un barrio provisto del mejor ambiente para el trabajo, que garantizaba un buen pago, especialmente para ella. Sin embargo, desde hacía tiempo la comunicación con el señor Bae se había cortado. Un día le dijo que estaba muy preocupado, retorciéndose todo. Ella le preguntó qué le urgía tanto. Fuera por completo del pronóstico de Myonghwa, contestó que el dinero le intranquilizaba mucho. Y como dice el refrán: “Hay quien se corta la propia nariz, aunque no esté loco”. Ella le prestó la garantía de su cuarto. Él dijo que se la devolvería pronto, pero no lo hizo. Ella tuvo que ir de una pensión a otra durante varios días, hasta que se hartó y se quejó, exigiéndole la devolución urgente del dinero. Y, como en el refrán, el ladrón ataca al dueño con un garrote. Él le soltó una serie de palabrotas: “¿Cuándo te pedí que me prestaras dinero? ¿No me lo diste con tus propias manos? ¿Por qué me apuras?” Desde entonces no aparecía. Pero ¡qué extraño caso! Aunque Myonghwa le guardaba rencor, no podía olvidarlo. En caso de que se presentara de inmediato, ella tenía ganas de rogarle que no la abandonara, que no le exigiría la devolución del préstamo.

No pensaba en su marido Guisok, que no la trataba mal, pero ¿por qué no olvidaba al señor Bae? Quizá porque Guisok no le dijo ni una vez que la quería, mientras que el señor Bae repetidas veces se lo confesaba en susurros. Probablemente a ella le gustaba escuchar esas palabras de cualquiera: “te quiero, te quiero mucho”, palabras que nunca le dijeron su ex marido Yongchol ni su marido legítimo actual, Guisok. A pesar de que tenía claro que las palabras “Myonghwa, te quiero mucho” eran falsas, le parecía que estaba dispuesta a darle su hígado y hasta su bilis a quien se las dijera, aunque fueran mentirosas, como dice la cantante Sim Subong:5 “Te quiero tanto que no aguanto más”. Myonghwa tenía la impresión de que podría materializar ese amor; sin embargo, se sentía espantada. “¡Estás loca, te has vuelto loca!”, se daba golpecitos en la cabeza. Ella misma se desconocía, a veces hacía una cosa, y otras, algo distinto. Cuando se cerraba el cerco sobre los inmigrantes ilegales, Sungae le daba más bien mucha envidia. Por otra parte, le producía una risita irónica pensar en su marido tan feo y sin dinero: “¡Qué suerte has tenido de tomarme como esposa!” Es verdad que a nadie le apetece vivir en una casa pobre, y esto ocurre en China tanto como en Corea del Sur.

Pasos silenciosos pararon delante de la puerta de la habitación de Myonghwa. Por fin alguien llamó a la puerta: ¡toc, toc!

—Pague el alquiler de la habitación y retírese de esta pensión, por favor.

Era la voz importuna del propietario de la pensión Sindo. La presionaba para que pagara el alojamiento justamente a la hora de despertar, porque al parecer había vigilado su habitación toda la mañana. El día anterior ella no había pagado porque el dueño estaba muy borracho. Ya había tenido la experiencia de ser apremiada por éste al día siguiente por la mañana, insistiendo en que se había alojado en su pensión sin pagarle nada, aun cuando ella lo hubiera hecho la noche anterior, cuando él estaba borracho. La pensión era más barata —2 000 o 3 000 wones— en relación con las otras, por eso la prefería y a veces se hospedaba allí. Después de haber sido estafada por el señor Bae, Myonghwa no había ahorrado tanto como para compartir un cuarto en un departamento. Este lugar era barato, pero a ella no le agradaba el dueño y, además, no había televisión en la habitación, pese a que era frecuente en otras pensiones. Éste sería el único defecto, si tuviera que señalarlo, sobre su hospedaje.

Myonghwa deslizó 13 000 wones en billetes por debajo de la puerta, sin abrirle. Imaginó que probablemente el dueño estuvo esperando sin pegar ojo en toda la noche a que ella se despertara, preocupado de que se diera a la fuga cuando él se quedara dormido. Al pensarlo, soltó un par de carcajadas silenciosas. Con qué insistencia habría vigilado el tipo, cuyos ojos eran parecidos a los de un lince, la puerta de su habitación, temiendo que ella, dormida allí adentro, se fugara sin pagarle 13 000 wones por una noche de alquiler. Ahora ya había pagado y podía ser dueña de la habitación hasta las 12 del día. Decidió quedarse dos horas más y se tapó hasta el cuello con el edredón manchado de sudor y mugre.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?