Sociología de las organizaciones - Una visión latinoamericana

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Pero, al actuar de esta forma, los mismos nobles impulsaron, sin darse cuenta, una de las causas de la grave deterioración ulterior del sistema feudal. Al convertir los servicios feudales en sumas fijas que se pagaban en efectivo, se facilitó temporalmente la solvencia del señor, pero pronto lo situó en el aprieto en que se ve siempre metido el acreedor durante épocas de inflación, incluso, aun cuando los tributos en dinero no eran fijos, a la postre se quedaban muy por detrás de las crecientes necesidades de la nobleza y había más presión para mantener el estilo de vida del señor feudal y a la nobleza. Pero a medida que aumentaban los precios y se expandía el estilo monetizado de vida, los ingresos monetarios no fueron suficientes para conservar su solvencia (Heilbroner, 1964).

El resultado fue que al final del Siglo XVI, la mayor parte de los señores feudales estaba con grandes deudas y según Heilbroner (1964) pronto se convirtieron en una nueva clase social: “la nobleza empobrecida”, en consecuencia, finalmente, el sistema feudal resultó incompatible con una economía de dinero, porque mientras la nobleza estaba atrapada entre el alza de costos y precios y sus ingresos estáticos, las clases mercantiles se hacían del dinero, la riqueza y el poder.

Bases inmateriales

Dos fuertes razones inmateriales o ideológicas impulsan a los individuos de aquel entonces, hacia el intercambio de bienes y la acumulación de capital: una de carácter terrenal y otra religiosa, a saber:

•El lucro cómo motivación económica:

En la Antigüedad las motivaciones y acciones de los individuos no eran de tipo económico, el afán de utilidad o lucro era más bien superficial y no constituía una preocupación central de la existencia; la religión, el honor, la tradición, la lealtad, pesaban más que cualquier otra idea. El labriego, por ejemplo, difícilmente tenía conciencia de actuar de acuerdo con motivos “económicos”, él solamente seguía las ordenes de su señor o sus costumbres ancestrales. Ni siquiera el señor feudal tenía orientación económica, puesto que en buena parte sus intereses eran militares, políticos, religiosos o la defensa de su honor, es decir, no estaban básicamente orientados hacia la idea del lucro o el engrandecimiento. Es más, existía preocupación cuando la conducta y las motivaciones no económicas como las antes comentadas: religión, honor, tradición, etc. se procuraban de manera apasionada, obsesionada, salvaje (Heilbroner, 1964).

El filosofo Hobbes, tomando en cuenta esta tendencia, sugería identificar e impulsar , mediante un contrato social vigilado por el Estado, aquellas pasiones que podrían dominar a otras francamente destructivas, decía el filósofo que los deseos y otras pasiones como la búsqueda agresiva de la riqueza, la gloria y el poder, pueden ser superadas por pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz, como el temor a la muerte o el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La búsqueda de una fuerza contraria a las pasiones destructivas llevó finalmente a identificar a los intereses —la procuración de la ventaja material, económica—como una pasión particular creativa, capaz de dominar a las destructivas. Por ejemplo, cuando frente la escasez los individuos o las naciones realizan el comercio, una pasión tranquila, en vez de la guerra, una pasión destructiva.

Paulatinamente la codicia, la avaricia, el amor al dinero, el lucro, quedaron comprendidas en la etiqueta de “intereses” y se les confirió una connotación positiva y curativa derivada de su asociación estrecha con la idea de conducir los asuntos humanos, privados o públicos de una manera más lúcida o racional; por fin se había descubierto una base realista para un orden social viable, con una ventaja adicional: la posibilidad de previsión, así la frase popular “nadie esta peleado con su dinero” resume que en la búsqueda de sus intereses, los individuos se suponen firmes, constantes y metódicos, por ello su conducta se vuelve transparente y previsible, por oposición al comportamiento de individuos que se ven castigados y cegados por sus pasiones.

La previsión de la conducta humana cuando es guiada por el interés, por el amor al dinero, por el lucro, se empezó a considerar una condición muy apreciada en particular cuando se vinculaba a las actividades económicas. Pero cuando en Inglaterra en 1710 estalló una crisis bancaria y se conocieron otros escándalos de corrupción, se llegó a pensar que la búsqueda del dinero de los individuos se podría volver muy poderosa y barrer con todo lo que encuentre con su camino, a pesar de ello, al final del siglo XVIII se insistía que el comportamiento motivado por el interés y la ganancia de dinero eran superiores a la conducta orientada por las pasiones ordinarias, las cuales se consideraban salvajes y peligrosas, mientras que la búsqueda de los intereses materiales era inocente o inocuo. Un siglo después los escritos de Marx explicaban que la acumulación salvaje de capital fue lograda mediante los episodios mas violentos de la historia de la expansión comercial europea, para luego exclamar con sarcasmo: he aquí los logros de una pasión inocua ¡

En otro nivel de análisis, el lucro o interés como motivador de conducta de los individuos, también emergió cuando el trabajo dejó de ser una relación social —en la cual un individuo (siervo o aprendiz) trabajaba para otro a cambio de tener asegurada por lo menos su subsistencia— y empezó a ser por un salario, cantidad de esfuerzo, una mercancía, que se vendía en el mercado laboral al mejor precio que pudiera cotizarse y completamente desprovista de cualquier clase de responsabilidades recíprocas por parte del comprador, que no fuesen el pago de los salarios. Si estos no eran suficientes para proporcionar la necesaria subsistencia, el comprador no era responsable, de allí que el trabajador buscara aumentar el salario y el comprador a disminuirlo cuanto pudiera.

Una lógica similar surgió cuando con la tierra ya no era vista como parte de los dominios inamovibles del señor feudal, como antes se comentó, sino algo que podía ser comprado o arrendado por la utilidad económica que rendía. Los tributos, los pagos en especie, los bienes intangibles como el prestigio y el poder, todo aquello que fluía cuando las tierras eran comunales, se redujo ahora a una sola compensación: la renta, es decir, la utilidad monetaria derivada de dedicar la tierra a un uso lucrativo.

Otras formas de riqueza tangible, que no fueran la tierra, es decir las propiedades de objetos valiosos como vajillas, joyas y metales preciosos, se empezaron a expresar en su equivalente monetario y se convirtieron en capital el cual ya no se manifestaba en forma de bienes específicos, sino en una cantidad abstracta cuyo “valor” dependía de su capacidad para ganar intereses o utilidades. Por todo ello pronto empezó a verse como normal la presión por elevar al máximo los ingresos del individuo o reducir al mínimo sus desembolsos cuando efectuaba en el mercado operaciones de compraventa, esa conducta es la que en Economía se denomina el motivo utilidad.

•La religión

La religión fue una poderosa e invisible fuerza que impulsó el paso del sistema feudal a la sociedad de mercado. La iglesia católica –que, no obstante que declaraba estar en contra el interés económico y el lucro, especialmente en lo que respecta al cobro de los intereses–había llegado a concentrar una gran cantidad de riquezas que obtenía por la dominación espiritual que ejercía sobre los poderosos. Pese a esta contradicción, la Iglesia Católica insistía en que lo importante era prepararse para el Mas Allá y que la existencia terrestre era efímera. Pero su llamado pronto empezó a perder eco, no solo por la incongruencia de la conducta de sus representantes envuelta en riqueza y lujo, sino por el cisma o división que empezaba a surgir en su propio seno, con las posturas de personajes religiosos influyentes que impulsaban una reforma para introducir nuevas creencias, como Calvino y Lutero.

El calvinismo fue una austera filosofía religiosa. Su esencia fue la creencia en la predestinación, es decir, la idea de que, desde el principio, Dios había elegido quienes se iban a salvar y quienes a condenar y que esta decisión no podría ser cambiada. Además, de acuerdo con Calvino, el número de condenados excedía con mucho al de salvados, por lo cual era muy probable que nuestra presencia aquí en la Tierra fuese una gracia momentánea que se concedía al ser humano común y corriente, antes de comenzar el castigo en el infierno eterno.

Pero no obstante tal amenaza o quizás precisamente por ella, la cualidad inexorable e inescrutable de la doctrina de la predestinación, empezó a suavizarse al admitirse que, en la conducta terrenal de una persona, había un indicio de lo que había de seguir, es decir: el cielo o el infierno. Así los predicadores ingleses y holandeses enseñaban que, aún el hombre más santo podría acabar en el infierno y con toda certeza el frívolo y el libertino, se dirigían a hacia allá, sólo llevando una vida intachable, existía una leve probabilidad de salvación ( Heilbroner, 1964).

Los calvinistas incitaban de este modo a llevar una vida de rectitud, severidad y lo más importante de todo: de laboriosidad. En contraste con los teólogos católicos, que tenían la tendencia a considerar a las actividades terrenales como vanidad, los calvinistas santificaban y aprobaban el esfuerzo y la laboriosidad como una especie de índice del valor espiritual. Bajo la influencia de los calvinistas se desarrolló la idea de que un hombre dedicado a su trabajo significaba una especie de “llamado divino”, por ello el celoso desempeño del oficio, que lejos de representar un descuido a los deberes religiosos, pasó a ser considerado como una especie de evidencia de su cumplimiento y de alabanza a Dios.

 

Con esta lógica, el mercader activo empezó a ser visto por los calvinistas como un hombre piadoso y no un impío y al paso del tiempo se esparció la idea de que el hombre más próspero era el más valioso, así hasta llegar a conformar una atmosfera religiosa que, en contraste con el catolicismo, estimuló la búsqueda de la riqueza y el ambiente mercantil. Pero quizás lo más importante de la influencia del calvinismo fue en lo relativo al empleo de la riqueza, ya que si bien los mercaderes católicos consideraban que el objetivo del éxito mercantil era el disfrute de una vida fácil y lujosa, para el calvinista la riqueza debía ser bien empleada, porque la virtud estaba en frugalidad, en la abstención del disfrute del ingreso, lo que dio como consecuencia el ahorro y acto seguido la inversión, es decir el uso del ahorro para fines productivos, por este camino se culminaba una conducta piadosa y provechosa y quizás con ello, el reino de los cielos.

Finalmente, el calvinismo actuando como una de las poderosas corrientes de cambio de los siglos XVI y XVII, estimuló indudablemente la expansión de la sociedad de mercado y posteriormente el capitalismo, mediante la promoción de una nueva vida económica que dio paso a un espíritu de lucha y a la competencia para elegir al más apto, a la movilidad de las clases, al mejoramiento material y al desarrollo económico (Heilbroner, 1964 pp 107). Con base en lo anterior, Max Weber postula que sin proponérselo la ética protestante dio lugar al capitalismo, poniendo como evidencia que las ciudades que más destacaron en cuanto a bienestar material y progreso fueron precisamente las protestantes ubicadas en Alemania, Inglaterra y posteriormente las de América del Norte (Canadá y Estados Unidos). Sin embargo, historiadores como Braudel (1986) pone en duda la tesis de Weber, argumentando que es manifiestamente falsa, que solo por atractiva no se ha podido desembarazarse de ella, por eso con el tiempo vuelve a surgir, por ejemplo, al asociar el capitalismo chino con la religión de Confucio.

Balance

Braudel atribuye el auge del mercado a fuerzas materiales, para él lo que entró en juego, fue el desplazamiento, muy a finales del siglo XVI, del centro de gravedad de la economía mundial al pasar del Mediterráneo a los mares del Norte y el Atlántico, y eso fue lo que produjo una gran expansión de la economía de mercado en general, de los intercambios, de la masa monetaria y finalmente del capitalismo. Giddens (1991), por su parte, reconoce el valor de la tesis de Weber al conceder importancia al peso de las ideas religiosas en el impulso del mercado y el capitalismo, piensa que es original cuando busca explicar qué es lo que motiva a la gente que ahorra e invierte, e independientemente de su verosimilitud, lo importante es la serie de trabajos posteriores que desató y enriquecieron el tema.

Para finalizar, es importante señalar que los cambios conductuales antes comentados no fueron planeados ni siquiera bien recibidos. No fue precisamente con ecuanimidad como las jerarquías feudales vieron desaparecer sus prerrogativas entre las fauces de las clases mercantiles. Tampoco el maestro del gremio deseaba padecer la metamorfosis que lo iba a convertir en un “capitalista” o un hombre de negocios guiado por las señales del mercado y acosado por la competencia. Sin embargo, las transformaciones de la vida económica fueron incontenibles.

El capitalismo

La monetización de la vida económica y la conducta interesada o racional, fue acompañada por la movilización de los factores de la producción, especialmente el capital y el trabajo, esto es, la disolución de aquellos vínculos de lugar y situación que constituían la verdadera base de la existencia feudal que implicó la liberación de los lazos afectivos entre siervo y señor, el libre tránsito de personas, mercancías y capitales, fueron lo que de forma natural condujo a la competencia o rivalidad entre productos y productores, como también entre trabajadores, ahora cualquier operario podía ser desplazado de su trabajo por alguien que lo hiciera más barato, así hasta culminar con la presencia del mercado como el gran asignador de recursos y el capitalismo como su operador, cuyos rasgos principales son definidos a continuación.

El mercado y su mano invisible

Los economistas clásicos, Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, entre otros, dieron cuenta, justificaron y criticaron la aparición de la sociedad o economía de mercado que surgía y se difundía como resultado del liberalismo económico y la competencia antes descrita, que al final era la economía capitalista. La sociedad de mercado la explicaban como el lugar mítico donde se encontraban vendedores y compradores para intercambiar información acerca de precios y cantidades en juego e impedía que alguno de los participantes pudiera ganar una posición que le diera ventaja. Aun cuando en un mercado un vendedor quisiera imponer su precio, la presencia de otros dispuestos a realizar la transacción, junto con compradores informados acerca de los precios, conducía, a la postre, a la prevalencia del menor precio y este sería el del productor más eficiente, es decir, el que obtuviera en sus procesos el menor costo; así mediante la competencia individual se aseguraba el mayor beneficio social y los precios finales serian sólo superiores al mínimo requerido para que fuera posible continuar produciendo, es decir, mediante el mecanismo del mercado, el precio sería casi igual al costo del productor más eficiente, ese era el resultado final, era el equilibrio que se lograba con el juego del mercado y el capitalismo.

Adicionalmente, por la competencia que se daba en el mercado, no solo se imposibilitaba al vendedor a lograr una ventaja e imponer sus términos, sino que se hacía lo mismo con el comprador. Ningún comprador individual por su propio peso, podría imponer un precio por debajo del costo de producción, si ese fuera el caso, el productor esperaba a otros compradores que podrían mejorar el precio y obtener el producto. El efecto de la competencia tendría lugar también en el mercado laboral, ningún trabajador podía pedir más que el salario “común” si quería obtener el empleo, pero tampoco estaba dispuesto a aceptar de un patrono un salario menor del acostumbrado, porque siempre podría encontrar mejores condiciones en cualquier otra parte.

Aunque los precios de las mercancías en el corto plazo, oscilaban para atrás o para adelante, con el tiempo la acción reciproca de la oferta y la demanda operaba siempre para hacerlos regresar otra vez al nivel del costo de producción. Aunque los ingresos de la mano de obra en distintos empleos podrían fluctuar temporalmente hacia arriba o hacia abajo, de nuevo el mecanismo de competencia operaba siempre para hacer que las remuneraciones de labores similares se alinearan en el tiempo.

Por el lado de la demanda, el mercado también se encargaba de satisfacer las necesidades sociales, el qué producir ahora no era decretado por los poderosos, sino por los consumidores mediante sus múltiples pedidos colocados en el mercado, es decir, ahora se producía lo que se demandaba; vale la pena remarcar que se entiende por demanda la suma de las necesidades con poder adquisitivo, porque si un pobre no tenía lo suficiente para adquirir, simplemente quedaba fuera del mercado, no era parte de la demanda.

Se hace notar que, desde el momento en que los pedidos entran al mercado, influyen sobre los precios a los cuales se venden los productos. Las fluctuaciones de los precios se convierten en señales para los productores, un aumento de la demanda y de precios, lo induce a aumentar su oferta y en consecuencia sus ingresos; por otra parte, ante la baja de precios, sucede lo contrario: una baja de demanda e ingresos lleva a un ajuste de la oferta. Por este mecanismo, el mercado le concede al consumidor un lugar privilegiado; de su habilidad y buena voluntad para comprar, depende la cantidad producida y ofertada, de esta manera él es quien rige, en última instancia, la actividad económica, ahora es el rey del proceso, argumento que tiempo después sería el grito de guerra de los mercadólogos para justificar su profesión.

Con el tiempo Braudel (1986) explicara su desacuerdo con la idea de un mercado autoregulador que resuelve los desequilibrios mediante la competencia, como si fuera un dios escondido y benévolo, —la mano invisible en términos de Adam Smith—, para él sólo una parte es verdad, otra es mala fe, incluso ilusión. ¿Es posible acaso olvidar cuantas veces el mercado fue invertido y falseado, arbitrariamente fijados sus precios por los monopolios de hecho y de derecho? se pregunta Braudel y continúa diciendo que, si se admiten las virtudes competidoras del mercado, es importante reconocer, en principio, que el mercado es un nexo imperfecto entre producción y consumo, en la medida de que es parcial y remata diciendo: “creo de hecho en las virtudes y en la importancia de una economía de mercado, pero no en su reinado exclusivo” ( Braudel, 1986).

Si bien los economistas, desde hace más de cincuenta años, instruidos por la experiencia, ya no defienden las virtudes automáticas de la mano invisible del mercado, el mito sigue presente en el ámbito de la opinión pública y de las discusiones políticas actuales.

Capital, capitalismo y capitalistas

Capitalismo es un término que se acuño de manera relativamente reciente, aparece por primera vez en la edición de 1902 del libro del historiador alemán Werner Sombart: “Capitalismo Moderno¨. De manera previa Karl Marx se refirió siempre al capital, sin embargo, es Braudel ( 1986) quien explica la relación estrecha entre capital, capitalismo y economía de mercado. El capital, según él, son los medios fácilmente identificables para desarrollar actividades económicas; todo aquello capaz de aumentar la capacidad del hombre para ejecutar trabajo económicamente útil, dice Heilbroner (1964). El capital puede ser: i) monetario o, ii) físico, este a su vez, puede ser: a) tangible (terrenos, inmuebles, bienes de capital como máquinas y equipo) y b) intangible (propiedad intelectual y conocimiento). En la actualidad algunos autores del management se refieren a capital humano, jugando con la acepción más amplia del termino capital, que se refiere a lo importante, de allí la capital de una región es la ciudad de mayor rango, o un tema que se considera de gran interés, se dice que es de capital importancia, etc. pero casi siempre hay mucha retórica detrás de la expresión: “las personas son lo mas valioso en esta organización”.

El capitalista es la persona que preside o intenta presidir la inserción del capital en el proceso incesante de producción al cual se ven obligadas todas las sociedades; mientras que el capitalismo es una forma particular –que se distingue porque la utilidad es el motor o motivo principal – de llevar a cabo este juego de inserción de capital en los procesos de económicos. Se pueden identificar dos tipos de capitalismo, en un tipo que se denomina A, se incluyen los intercambios cotidianos, los tráficos locales o de corta distancia, donde las reglas del juego son conocidas e iguales para todos, un mercado de competencia perfecta en términos de los economistas (Braudel 1986).

El otro tipo de capitalismo denominado B, es aquel dónde los intercambios son desiguales y en los que la competencia —ley esencial de la economía de mercado— desempeña un papel mínimo, son los casos de largas cadenas comerciales en los que el mercader ha roto las relaciones entre el productor y el destinatario final de la mercancía y las operaciones se escapan de reglas y controles. Es este el escenario donde emerge el proceso capitalista crudo, que como en casi todos los países se distingue porque es manejado por un grupo de grandes negociantes que destacan claramente por encima de los mercaderes y este grupo es más limitado y muy ligado al comercio exterior o de larga distancia. Los grandes beneficios que se logran derivan en considerables acumulaciones de capital, tanto más cuanto a que el comercio a larga distancia, solo se reparte entre pocas manos, pues no cualquiera entra en él.

En resumen, hay dos formas de operar la sociedad de mercado, una elemental, competitiva y transparente; la otra superior, sofisticada y dominante. No son ni los mismos mecanismos ni los mismos agentes los que rigen estos dos tipos de actividad, y no es el primero sino en el segundo, donde se sitúa la esfera del capitalismo avasallador.

En los términos de Zaid (2016), el capitalismo no es el mercado sino el control del mercado y nace en el Renacimiento, en las cumbres de la sociedad: entre las grandes familias que tienen recursos, relaciones, prestigio, audacia y sueños de grandeza para organizar mercados al mayoreo, mercados de capitales, mercados de voluntades, alianzas de voluntades, alianzas políticas, matrimoniales, eclesiásticas, que rebasan el mercado local e irradian todos los confines del mundo. Si de ordinario no se hace una distinción entre capitalismo y economía de mercado es porque ambos han progresado a la vez, desde la Edad Media hasta nuestros días.

 

Habiendo emergido la sociedad del mercado, avanza con paso firme junto con quienes salían beneficiados con ella: mercaderes y banqueros, que ganaban más y más poder hasta finalmente controlar el Estado; la Revolución Francesa de 1789 fue el inicio de un nuevo sistema económico, social y legal denominado capitalismo donde el mercado y la empresa privada eran las piezas clave para resolver la pregunta ¿qué y para quien producir? Pero debe de quedar claro que antes de la revolución industrial, existía el capital y el capitalista, pero no el capitalismo, al menos no con el esplendor que alcanzó posteriormente en el siglo XX, con los Estados Unidos como su asiento principal (Braudel, 1986)

La primera revolución industrial y la fábrica

De manera sencilla se puede decir que el fin de la antigüedad y el principio de la modernidad es marcado por el inicio de la revolución industrial y con ella el surgimiento de su establecimiento emblemático: la fábrica, antes de ella, es cierto, existieron importantes centros de producción altamente organizados como los telares en Flandes o los astilleros en Venecia, sin embargo, aun cuando la manufactura había comenzado a adquirir proporciones respetables, no se le reconocía oficialmente su contribución en la economía nacional, la agricultura seguía siendo considerada como sinónimo de riqueza y el comercio era algo muy valioso, sobre todo cuando los comerciantes coronaban sus esfuerzos con un excedente de oro. La industria en todo caso, se consideraba un auxiliar de los primeros en la medida que contribuía al comercio con productos o apoyaba a la agricultura con herramientas o insumiendo sus productos, la indiferencia se explica porque aún no existía una producción industrial de gran escala, eso va a ser posible con la maquinización de los procesos de manufactura de la denominada Revolución Industrial (RI) (Heilbroner,1964).

La manufactura y la primera revolución industrial

Fue una compleja concatenación de causas que, en Inglaterra, a partir del año 1750 de nuestra era, dieron lugar a lo que ahora se conoce como RI, que a su vez generó inmensas transformaciones sociales que se divulgaron por el mundo occidental para dar lugar a la modernidad y al capitalismo. En aquel tiempo Inglaterra tenia las siguientes condiciones que favorecieron a la RI (Heilbroner,1964):

1.Era la nación más rica del mundo, producto de su superioridad marítima que facilitó el tráfico de esclavos, comercio, guerra y piratería, así como de la explotación de las tierras comunales como consecuencia de lo que se denominó: cercamiento.

2.La riqueza en Inglaterra había permeado en la sociedad dando lugar a una burguesía comercial y a un pujante mercado de consumo.

3.Era el centro de un entusiasmo singular por la ciencia y la ingeniería, por ejemplo, en 1660 se fundó la Academia Real de la que Newton fue presidente, y resultó un foco de gran animación intelectual, que impulsó los inventos y un sistema de patentes para estimularlos.

4.Contaba con inmensas reservas de carbón y mineral de hierro, fuentes de energía para las maquinas.

5.Era cuna de Inventores, Empresarios y Hombres de Negocios (Businessmans) que trajeron consigo una energía nueva, cuya conducta —guiada por el interés económico, algunas veces político y otras poco ética— puede ser calificada de revolucionaria. Los casos más celebres, fueron los de James Watt y Mathew Boulton quienes formaron la primera empresa fabricante de máquinas de vapor las cuales cuando se acoplaban, por ejemplo, a molinos de harina, elevaban la producción y la productividad de manera importante. Otro caso emblemático de esa época, fue la fábrica de máquinas de hilar fundada por Arkwright y sus socios capitalistas Samuel Need y Jedemiah Strutt .

Este último punto, es motivo de controversia hasta la fecha, Giddens (1991) llama la atención sobre la borrosa frontera entre el bandido y el hombre de negocios (“businessman”), mientras que Schumpeter (2017) y más recientemente Shultz (1992), señalan la diferencia clara entre el inventor y emprendedor. En términos generales un hombre de negocios es un individuo con capital en busca de ideas, su conducta es oportunista y en el extremo poco ética; mientras que un emprendedor tiene ideas innovadoras, algunas veces son ideas radicales, otras graduales, pero no cuenta con capital; el inventor, en cambio es creador de cosas, pero no siempre es capaz de innovarlas es decir de colocarlas en el mercado.

Como efecto de los factores antes comentados, en Inglaterra se incrementó la producción y la productividad del nuevo sector industrial de la economía, al introducir la tecnología en los procesos de sus establecimientos o fábricas, éstas pasan a ser el centro de la vida social y económica de la época, así como el gremio, el taller y el feudo lo fueron siglos atrás. La fábrica proporcionaba no solo un nuevo paisaje urbano, sino también un nuevo ambiente social con consecuencias desagradables. A diferencia de un campesino, el ritmo de trabajo del obrero era impuesto por la maquina; las temporadas de baja actividad eran dictadas por el mercado, no por el clima, y la tierra ya no era la fuente de riqueza y sustento, sino el empleo en la fábrica, donde las condiciones eran poco higiénicas y seguras, los horarios de trabajo de 12 horas y adicionalmente era común el trabajo de los menores de edad.

Al ambiente de la fábrica había que agregar las condiciones de la vivienda obrera que en un principio estaban anexos a la fábrica y eran simples cobertizos; con el tiempo surgieron los barrios obreros con mejores condiciones, pero su ambiente era sórdido, para tener una idea de ello se recomienda la narrativa de la época especialmente Charles Dickens y su novela Oliver Twist.

La fábrica y sus efectos

En los establecimientos fabriles se concentra el capital, es decir, los bienes de capital como maquinas, equipo, herramientas, conocimiento, etc. Junto con los individuos organizados de manera que se hace más productiva la labor humana, lo que equivale a habilitar al trabajador para producir más bienes por hora (o semana, o año); por lo tanto, el capital y la forma de organizar a los trabajadores para usarlo, son a la postre, métodos para elevar la productividad, es decir, la producción total de un individuo en un tiempo dado. Los bienes de capital permiten al individuo aplicar los principios de la ciencia en los inventos tecnológicos tales como la palanca, la rueda, la máquina y más tarde la computadora, de manera que amplifican su capacidad muscular y cerebral, afinan sus poderes de control y le dotan de una resistencia y una elasticidad mucho mayores, de la que posee su cuerpo de manera natural. Usando los bienes de capital, el individuo utiliza el mundo natural como suplemento de sus propias y frágiles capacidades (Heilbroner, 1964).