Sin miedos ni cadenas

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

28 de enero
Transformada


“Pues todo lo puedo hacer por medio de Cristo, quien me da las fuerzas” (Fil. 4:13, NTV).

Brittni De La Mora comenzó a trabajar en la industria pornográfica cuando tenía tan solo 18 años. Ella participó en más de trescientas películas, a lo largo de siete años, hasta que Dios la llamó por medio de un versículo del libro de Apocalipsis. Hace unos meses tuve el privilegio de entrevistar a Brittni. Ella me contó que, poco después de comenzar a trabajar en la industria pornográfica, comenzó a consumir drogas y se volvió adicta a la heroína. Aunque ganaba muchísimo dinero, Brittni a menudo tenía dificultades para pagar el alquiler de su casa, porque estaba gastando demasiado en solventar su adicción y en un estilo de vida lujoso. Estaba tan deprimida que intentó suicidarse. Sin embargo, Dios intervino milagrosamente y salvó su vida.

Un día, su abuela la invitó a asistir a la iglesia y Brittni aceptó. Mientras continuaba trabajando en la industria pornográfica, asistía a la iglesia esporádicamente, y allí recibió una Biblia de regalo. Tiempo después, cuando estaba por volar a Las Vegas para filmar una escena, se sintió inspirada a empacar su Biblia. En el avión, Brittni comenzó a leer el libro de Apocalipsis. Llegó al capítulo 2 y se enfrentó con estas palabras: “Pero tengo una queja en tu contra. Permites que esa mujer… lleve a mis siervos por mal camino… Le di tiempo para que se arrepintiera, pero ella no quiere abandonar su inmoralidad. Por lo tanto, la arrojaré en una cama de sufrimiento, y los que cometen adulterio con ella sufrirán terriblemente” (Apoc. 2:20-22, NTV). Al leer estas palabras, Brittni comenzó a llorar arrepentida. Ella oró: “Lo siento tanto, Señor. ¡No tenía idea de que esto es lo que piensas acerca de lo que hago!”

Luego de dejar la industria pornográfica, Brittni comenzó a asistir a la iglesia regularmente y consiguió un trabajo como agente de bienes raíces. Tiempo después, Brittni se casó con el pastor Richard De La Mora. Recientemente, ambos fueron invitados a dirigir “XXX Church” (Iglesia XXX), un sitio web que se dedica a ayudar a las personas que luchan con la pornografía y a la gente que trabaja en la industria pornográfica. Los últimos seis años de la vida de Brittni están marcados por un cambio sorprendente. “La única razón por la que me encuentro donde estoy hoy, completamente liberada y transformada”, me dijo ella, “es porque cada día dependo del Señor. No puedo hacerlo sola. Pero cuando invito la presencia de Dios a mi vida, también invito su fortaleza”.

Señor, te invito a que vengas con tu presencia y tu fortaleza a mi vida. Quiero que me transformes por completo y me uses para tu gloria. Amén.

29 de enero
El amor de Jesús es suficiente


“Luego oí una fuerte voz que resonaba por todo el cielo: Por fin han llegado la salvación y el poder, el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo. Pues el acusador de nuestros hermanos —el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche— ha sido lanzado a la tierra. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron” (Apoc. 12:10, 11, NTV).

Lo hiciste otra vez. Aquello que prometiste no hacer “nunca más”. Una milésima de segundo después de gritarles a tus hijos, comer de más o criticar a alguien, llega la marea de culpa. Es una marea tóxica, que carga toneladas de basura del pasado y las lanza sobre la arena de tu alma. Ropas sucias, plásticos, animales muertos, llegan con la marea; te cubren en un momento y bloquean tu relación con Dios.

La culpa me dice que no puedo orar ahora; que espere hasta estar más limpia. La culpa me dice que soy un fraude, que no puedo hablar o escribir acerca de Jesús, siendo tan pecadora. La culpa hace que pida perdón mil veces y me sienta cada vez peor. La culpa viene de nuestro enemigo, el acusador de nuestras hermanas. Mientras que la culpa bloquea el camino, el arrepentimiento nos lleva a Jesús,.

Hoy sentí la marea subir hasta mi nariz. Entonces el Espíritu Santo me susurró al oído: “El amor de Jesús es suficiente”. Al repetir esa frase en mi corazón, una y otra vez, vi la marea ceder y retirarse.

¿Alguna vez te preguntaste qué habría sucedido si Judas Iscariote hubiese aceptado el perdón de Jesús? Tal vez, como Pedro, se hubiera convertido en un pilar de la iglesia primitiva. Pero lo que Judas sintió fue culpa, no arrepentimiento. Esto lo sabemos por los resultados. El arrepentimiento nos acerca a Dios, el sentimiento de culpa, no. Como él mismo no podía solucionar la situación, se sintió humillado. La culpa, cual boa constrictora, se enroscó en su cuello y susurró: “No hay salida. Todo está perdido”. Hasta que Judas se ahorcó. Dependemos de Jesús para todo. Cuando la marea suba, digamos con humildad: “El amor de Jesús es suficiente”.

Jesús, gracias porque tu amor siempre es suficiente. Nada puede separarme de tu amor: ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni los temores de hoy o las preocupaciones de mañana. Ni siquiera los mismos poderes del infierno pueden separarnos. Gracias porque ya no tengo que escuchar a las voces que me acusan. Tú no me condenas, sino que me das verdadero arrepentimiento. Tu amor es suficiente.

30 de enero
Gracia extravagante


“Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios” (Efe. 2:8, NTV).

¡Tenemos tanto miedo de la gracia! Muchas veces preferimos vivir empantanadas en el sentimiento de culpa porque creemos que, si aceptamos la gracia de Dios, daremos rienda suelta al pecado. Entonces, nos autoflagelamos con el látigo de la culpa, pensando que nos convertirá en mejores cristianas. Tristemente, esto solo nos aleja de Dios (porque es un intento de salvarnos con nuestros propios méritos). La gracia y el sentimiento de culpa nos hacen avanzar en direcciones opuestas. Cuando Dios nos mueve al verdadero arrepentimiento, nos da un empujoncito que nos acerca hacia él. Nos revela la dimensión de nuestro pecado, pero también la solución: su gracia. El sentimiento de culpa, en cambio, nos aparta de Dios porque nos induce al autocastigo, a intentar resolver la situación a nuestro modo. En pocas palabras, la culpa hace que nos escondamos de Dios, mientras que la gracia hace que corramos a sus brazos.

En su libro Extravagant Grace [Gracia extravagante], Barbara Duguid reflexiona: “Es posible odiar tu pecado y al mismo tiempo ser compasivo con tu propia debilidad. A veces actuamos como si solo existieran dos opciones: o bien odiamos nuestro pecado y nos castigamos por ello, o tomamos un descanso, lo que nos conduce al descuido y a pecar más. Hay otra opción. Al igual que el apóstol Pablo, podemos odiar nuestro pecado y planear no hacerlo, y sin embargo, entender y aceptar nuestra debilidad, abandonándonos a la misericordia de Dios”. ¡Estas son las extravagantes buenas noticias! Irónicamente, muchas veces no nos sentimos felices sino incómodas con la idea de recibir gracia, porque no queremos abandonarnos a su misericordia.

La realidad es que no puedes salvarte a ti misma, por mucho que te autoflageles con la culpa. Deja de resistir la gracia de Dios. “No podemos hacer nada, absolutamente nada, para ganar el favor divino”, escribe Elena de White, en Fe y obras. “Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos, podemos hallar descanso en su amor” (p. 38). ¡Abre tu corazón a su gracia!

Señor, gracias por el extravagante e inmerecido don de tu gracia. Hoy quiero dejar de resistirme y abrir mis manos, mi corazón y mi vida para recibirlo.

31 de enero
Examíname


“Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna” (Sal. 139:24, NTV).

Ayer hablaba con un amigo y me dijo: “Siento culpa todo el tiempo, por si acaso. Ando con culpa siempre, como en piloto automático”. Él no me hablaba de sentir verdadero remordimiento o arrepentimiento por un error o un pecado cometido; no. Él se refería a vivir permanentemente bajo un estado de condenación interna, con una sensación de continuo ataque por una conciencia hiperactiva. No cabe duda de que el verdadero arrepentimiento nos libera. La culpa falsa, por otro lado, es una celda. Y aunque tenemos la puerta abierta, no salimos porque creemos que merecemos estar ahí. En The Guilt Book [El libro de la culpa], el psicólogo cristiano Rob Waller escribe acerca de los prisioneros de la culpa falsa: “Muy pocas veces he encontrado una correlación entre la gravedad de sus pecados reales y el estado debilitante de sus conciencias. De hecho, pareciera que aquellos que luchan más con la culpa a menudo son los que menos razones tienen para sentirse culpables”.

La culpa falsa hace que pidamos perdón por el mismo pecado setecientas veces, o que nos sintamos responsables de cosas que están fuera de nuestro control. Nos roba la identidad de hijas de Dios (o la suspende hasta que “seamos mejores”). Nos aleja de Dios y nos llena de preocupación y miedo. Básicamente, lo que estoy diciendo es que la culpa falsa es un enemigo de Dios. ¡Debemos combatirla! Es importante comprender que sentirse culpable no es lo mismo que ser culpable. Aunque a veces los sentimientos de culpa y la culpabilidad se superponen, no siempre sucede así. Podemos sentirnos culpables porque alguien nos manipula, o porque tenemos expectativas irreales en cuanto a nuestra capacidad como madres o profesionales (“Yo nunca debería…”, “Yo siempre tengo que…”).

 

Cuando te sientas tapada por un alud de culpa, acércate a Dios y pídele que te examine: “Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna” (Sal. 139:24, NTV). Muchas veces tenemos miedo de orar así porque creemos que recibiremos un juicio condenatorio. ¡Pero esta es una mentira del enemigo! Si realmente hay culpa en nosotras, Dios nos perdonará y absolverá completamente. Si no la hay, Dios nos guiará por el camino de la vida eterna y nos liberará del peso de una culpa innecesaria. Si no logras distinguir la voz de Dios, conversa con un cristiano maduro que viva en la gracia y que pueda ayudarte a comprender si la culpa que sientes tiene algún fundamento real o no.

Examina mi corazón, Señor. Libérame de sentimientos de culpa infundados que se interponen entre tú y yo. Como vivo bajo la autoridad de Cristo Jesús, ¡soy libre de toda condenación!

1º de febrero
Con toda confianza


“Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos” (Heb. 4:16, NTV).

Hay una parte de la historia de la transfiguración que nunca había notado. La Biblia dice que Pedro, Santiago y Juan subieron a un monte –probablemente, el monte Hermón– y allí vieron a Jesús transfigurarse y brillar con una gloria indescriptible. Moisés, que había muerto cerca de 1.400 años antes, y Elías, fallecido 900 años antes, aparecieron también y conversaban con Jesús. Como leímos esta historia tantas veces, no nos sorprende. Sin embargo, ¡este fue un espectáculo absolutamente aterrador para los discípulos! Estupefacto, Pedro sugirió construir tres enramadas. La Biblia dice que él “dijo esto porque realmente no sabía qué otra cosa decir, pues todos estaban aterrados” (Mar. 9:6, NTV, énfasis agregado).

Aunque leí esta historia muchísimas veces, siempre la había imaginado como algo glorioso, no aterrador. Sin embargo, el relato continúa con el tema del miedo. En cuanto Pedro sugirió construir las enramadas, la Biblia dice que “una nube los cubrió y, desde la nube, una voz dijo: ‘Este es mi Hijo muy amado. Escúchenlo a él’ ” (Mar. 9:7, NTV). Para un judío de aquella época, ver la nube de la gloria de Dios cubrir un monte y oír su voz era algo equivalente a una sentencia de muerte. Cuando Moisés ascendió al Sinaí y la gloria de Dios cubrió aquel monte, los israelitas no podían acercarse o tocarlo (Éxo. 19:10-13). Todos aquellos que fueran más allá de los límites marcados en el monte, debían morir. ¡Imagina lo que debieron haber pensado Pedro, Santiago y Juan al escuchar la voz de Dios sobre esa montaña!

Lo realmente asombroso de esta historia es cómo Dios usa este evento para revelar su amor. El Padre envió al Hijo para erradicar todos nuestros miedos y derribar todas las barreras que nos separaban. A través del sacrificio de Jesús, la muerte fue derrotada. Por los méritos de Jesús, podemos contemplar a Dios cara a cara. ¡Somos libres de todo temor y de toda condenación! Como escribió el apóstol Pablo, podemos acercarnos “con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos” (Heb. 4:16, NTV, énfasis agregado). ¡Con toda confianza! No solo sin miedo, sino con toda confianza; como quien entra, sin golpear, a la casa de un amigo. Con toda confianza. ¡Qué maravilla!

Señor Jesús, gracias por tu sacrificio. Gracias por derribar todos los miedos y las barreras que nos separaban. Gracias porque puedo acercarme a ti con toda confianza.

2 de febrero
¡Adelante!


“¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos” (Apoc. 3:20, NTV).

Hay amigas que invitamos a pasar a la sala solo cuando la casa está bien ordenadita y limpia. Pero también hay amigas que dejamos entrar a la cocina cuando tenemos una montaña de platos sin lavar de la noche anterior y tratamos de cocinar algo sin salpicarnos el camisón. Anne y yo tenemos este tipo de amistad. Ella tiene acceso ilimitado a mi casa (y yo a la suya), aunque parezca que una bomba recién estalló y ninguna cosa esté en su debido lugar. No siento necesidad de impresionarla o de impactarla con mis capacidades culinarias, decorativas o de ningún tipo. Ella es mi amiga; ¡no viene a mi casa para juzgarme, sino a compartir una comida!

Algunas veces estamos tan avergonzadas del desorden de nuestro corazón, que solo le permitimos a Dios sentarse en la sala. Cuando Dios pide permiso para entrar a otra habitación, nos paramos delante de la puerta, con los brazos extendidos y gritamos: “¡No, no entres ahí!” Cuando Dios insiste, nos escabullimos en el cuarto para meter todo a presión en el armario antes de dejarlo pasar. ¡Pero Dios no viene a juzgarnos, sino a sanarnos! Imagina cómo cambiaria nuestra vida si realmente creyéramos que Dios está por nosotras, no en nuestra contra. Imagina lo que podría suceder si aceptáramos que Dios nos ama al menos tanto como una buena amiga. En Praying God’s Will for Your Life [Orar conforme a la voluntad de Dios para tu vida], Stormie Omartian escribe: “Recuerda que él nunca se abrirá paso a la fuerza, ni tirará abajo las paredes. Él simplemente golpeará suave y persistentemente y, a medida que lo invites, entrará para ocupar gentilmente cada rincón de tu vida, para limpiar y reconstruir”.

Dios quiere arremangarse la camisa y ayudarnos a ordenar, no quedarse sentado en la sala mientras escondemos nuestra vergüenza. Él quiere ensuciarse las manos para limpiarnos. Quiere perdonarnos. Quiere que lo dejemos pasar al sótano, donde tenemos guardados antiguos recuerdos dolorosos, para poder sanarnos. Él quiere reescribir la historia y darnos una perspectiva sana, libre de culpa. ¿Le abrirás la puerta?

Jesús, a veces siento tanto miedo y vergüenza de lo que puedas descubrir en mi corazón si te dejo pasar... Sin embargo, tú lo ves todo y aun así me amas. Hoy quiero abrir la puerta de par en par, quiero que entres a las áreas de mi vida a las que antes no te permití acceso. Ven con tu amor y tu sanidad. Ven con tu aceptación y tu poder. ¡Ven!

3 de febrero
El Dios que me ve


“A partir de entonces, Agar utilizó otro nombre para referirse al Señor, quien le había hablado. Ella dijo: ‘Tú eres el Dios que me ve’ ” (Gén. 16:13, NTV).

Tuve uno de esos sueños en los que estaba desnuda en público; en el autobús, para ser exacta. Me estaba cambiando de ropa ahí, con toda la gente mirando. Ni en el sueño podía entender mis acciones. ¿Qué hago semidesnuda aquí, en frente de todos? Pero ¡qué vergüenza!

El sentimiento de culpa y el arrepentimiento parecen similares, pero los frutos son muy diferentes. La culpa nos acusa: “Tú no eres lo suficientemente buena como para que Dios te escuche”. Este mensaje contiene un doble engaño. Por un lado, nos tienta a creer que algún día podremos llegar a ser lo suficientemente buenas como para ganar la aprobación de Dios. Por otro lado, nos flagela para que nos desesperemos cuando nuestros esfuerzos fallan.

El arrepentimiento dice: “Aunque tú nunca podrás ser lo suficientemente buena, Dios te ama igual”. El amor incondicional de Dios es nuestra red de seguridad. Nos permite admitir la fétida condición de nuestro corazón, sin caer al vacío de la desesperación.

Dios ve nuestra alma desnuda: sin maquillaje, sin fajas, ni ropa interior con relleno. Lo profundamente maravilloso es que aun así Dios dice: “Yo te he amado […] con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí” (Jer. 31:3, NTV).

Muchas hemos internalizado una voz crítica. A veces hasta pensamos que esta es la voz del Espíritu Santo. Pero Dios jamás nos pediría que nos acerquemos a él en nuestro momento más vulnerable, para luego apuntarnos con el dedo y decir: “¡Qué asco me dan tus arrugas y tus rollos. No te puedo ni mirar!” La Biblia es clara: el que nos acusa es Satanás; el Espíritu Santo nos trae arrepentimiento para vida. Aunque esté cubierta de lodo y oliendo a cloacas, Dios ve el valor inmutable que él mismo puso en mí cuando me formó a su imagen.

Desnudos y temblando, Adán y Eva se escondieron. Dios se acercó, no para condenarlos ni exigirles que ellos mismos encontraran una solución, sino para traerles esperanza. El sentimiento de culpa son las hojas de higuera. El arrepentimiento genuino es permitir que Dios vea nuestra alma desnuda y nos cubra con la piel del cordero (Gén. 3:21).

Jesús, gracias porque tú me ves y aun así me amas.

4 de febrero
Firmes en la libertad


“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gál. 5:1).

Hace poco vi un video en el que 27 leones, rescatados de diferentes circos en Sudamérica, eran liberados en un santuario para animales en Sudáfrica. Cuando los cuidadores abrieron las jaulas en las que los habían transportado, me sorprendió notar que muchos de los leones dudaban en salir. Llevó un tiempo que estos majestuosos y exhaustos felinos avanzaran, dejando el pasado atrás. ¡No somos muy diferentes de estos leones! Todas tenemos la tendencia inicial a quedarnos con lo conocido y familiar, por esclavizante que sea, en lugar de avanzar hacia nuestra libertad. El pueblo de Israel añoraba el pescado, los pepinos y las cebollas de Egipto (Núm. 11:4-6). Los gálatas, luego de haber recibido el evangelio por fe, extrañaban el legalismo (Gál. 5:1-13). Aunque la libertad de una nueva vida esté delante de nosotras, tenderemos a mirar hacia atrás, como la esposa de Lot (Gén. 19:26).

Miramos hacia atrás cuando nos reprochamos continuamente errores del pasado, cuando nos preguntamos una y otra vez: ¿Qué hubiera sucedido si…? Cuando le permitimos a nuestra imaginación obsesionarse con una decisión tomada, que es irreversible, en lugar de usar nuestra capacidad mental para enfrentar el presente. En su libro Vivir en libertad, Eleonor van Haaften escribe: “Si una y otra vez se le da vueltas al mismo pensamiento de qué hubiese ocurrido si se hubiera hecho esto de otra forma, aumentará entonces el sentimiento de insatisfacción y llevará a una intranquilidad interna”. El autorreproche es una jaula que nos impide disfrutar de la libertad que Cristo nos ofrece. Pero la puerta está abierta; solo debes animarte a salir, atreverte a perdonarte.

Reflexionar acerca del pasado y aprender lecciones es importante; torturarnos por lo que ya no podemos cambiar, no. Por eso, te invito a que traigas a la memoria uno de esos autorreproches que te persiguen. Imagínate como una leona dentro de la jaula. Ahora mira atentamente y nota que la puerta está abierta. ¡Dios no te condena! Ten coraje, asoma tu cabeza y huele el aire cargado de fragancias de la sabana. ¡Perdónate! ¡Sal! ¡Avanza firme en tu libertad!

Señor, al enemigo le gusta arrinconarme. Le divierte que me quede encarcelada y paralizada por pensamientos negativos y reproches. Pero tú enviaste a tu Hijo, no solo para librarme del pecado, sino también de los reproches y del sentimiento de culpa. Hoy acepto la libertad que me ofreces y me perdono a mí misma. ¡Ayúdame a caminar firme en esta libertad!