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Año 2045: Abuelita, ¿qué pasó en marzo de 2020 en España?

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—Los mares vomitaban basura, se morían los bosques, el Planeta gemía y no queríamos escucharle. Se vengó enviándonos su arma más rápida. Lo llamaron Covid19. Contagiaba y mataba a tanta velocidad que nos obligó a recluirnos en nuestras casas.

La abuela suspiró dos veces, y luego continuó:

—En las calles vacías dormían los coches y paseaban los perros. Tu padre se pasó un mes sin salir de casa, el abuelo le ayudaba con los deberes. Vi gente enloquecida asaltar supermercados. Parecía que Dios nos había olvidado. La policía detenía a los que salían de sus casas. Los días pasaban lentos, chateábamos para sentirnos vivos, temíamos el silencio. El miedo nos vencía, y para ocultarlo, cada noche aplaudíamos a los trabajadores de los hospitales. Algo cambió en nuestras almas aquel mes de encierro. Pero cuando acabó, la contaminación había desaparecido, quedaba un duro camino por recorrer, pero habíamos aprendido que para ganar debíamos remar todos en la misma dirección.

Eloisa Martinez Santos

Que nos robaron los abrazos y los besos. Un día, un virus muy malo, que se llamaba Coranivirus se los llevó. También el colegio y los parques. Nos tuvimos que quedar en casa sin salir ni ver a nuestros amigos.

¿Te imaginas? Queríamos salir a Jugar. Mamá dijo que había que sacar los poderes que teníamos para vencerle. «¿Qué poderes?», le pregunté. «Estar unidos y luchar juntos. Hay que formar un equipo, el más grande del mundo», me dijo. Y así creamos el mejor ejército. Con todos los vecinos y con tres armas: la música, los aplausos y la solidaridad. Yo no sabía qué era eso de la solidaridad, pero supuse que era ayudarnos todos aunque no nos conociéramos.

Una noche, un niño gritó que habíamos encontrado al virus. Abrí la puerta y corrí al parque. Allí estaban mis amigos. Cuando regresé, mis padres me espachurraron y me dieron uno de esos besos sonoros que te hacen sentir especial.

Y mamá me dijo: «Lucía, mañana hay cole». Y yo grité mientras me metía en la cama: «¡Qué guay!», y canté la canción que venció al virus mientras escuchaba a mis amigos a lo lejos entonarla muy alto, para que el bicho se enterara de que jamás podría robarnos nuestros abrazos.

Laura Sánchez Soria

En aquel marzo todavía frío, apareció un virus terriblemente contagioso, que afectaba especialmente a los abuelitos y a la gente que tenía dificultad para respirar. Se impuso una ley para que todos nos quedáramos en casa, al principio surgió el miedo y el caos. Pero poco a poco surgieron iniciativas que nos alegraban a todos, cada día, a las ocho de la tarde se aplaudía con fuerza a todos los trabajadores de la salud que exponían sus vidas. Afectó a todos los países, y fue especialmente duro. Pero nos enseñó a quedarnos en casa, a mantener todas las conversaciones que no habíamos mantenido, a humanizarnos y a mirar a nuestra familia. Cada uno aprendió de este hecho lo que necesitaba. Todos entendimos que no somos dueños de la Tierra, sino sus hijos, y que debemos amarla y respetarla. Los poderosos se dieron cuenta de que no hay poder sin salud, se hundieron los mercados y todos tuvieron que mirarse a sí mismos para saber qué podríamos aportar en este nuevo mundo. Desde entonces, surgió el mundo que hoy conoces, en el que todos somos hermanos, hijos de la Tierra, buscando vivir de una manera sostenible con nuestro Planeta. Entre todos encontramos la manera, surgieron ideas, aplicaciones, proyectos y así nació la nueva Tierra.

María del Carmen López

Querida nieta, en marzo del 2020, ocurrió algo sobrecogedor y mágico al mismo tiempo.

¿Recuerdas esos bichitos que siempre te digo que se quedan en tu boca si no te lavas los dientes después de comer, o las manos antes de almorzar? Esos, esos, los virus pequeñitos.

Pues algo parecido apareció en las calles de tooodo el mundo. Los niños, los papás, las mamás y sobre todo los abuelos debían quedarse en casa para no ponerse malitos. La gente estaba muy asustada, pero entonces ocurrió algo mágico. Las familias empezaron a jugar, a pintar, a bailar, a disfrazarse, a celebrar fiestas… sí, sí, dentro de casa, y en sus ventanas los niños colgaban miles de arcoíris. Disfrutaban tanto de estar juntos que los días pasaban casi sin darse cuenta y, entonces… ocurrió. Los arcoíris de todas las ventanas se unieron formando el mayor arcoíris de la historia, y los colores eran tan intensos que si no cerrabas los ojos, dolía. El virus también quería cerrar los ojos, pero como no tenía párpados, no pudo hacerlo y los colores penetraron en su cuerpito convirtiéndolo en el UNICORNIO más bello jamás visto, desapareciendo al galope entre nubes de algodón.

Alex Martel

—Abuelita, ¿qué pasó en marzo del 2020? —preguntó la pequeña Celeste.

—Pues que llegó a España un virus con nombre de príncipe, el Coranivirus. Como príncipe malo que era, quería que todos los ciudadanos fueran sus súbditos. Entonces las personas se escondían, porque al esconderse, no las veía y no podía llevarlas a sus castillos. Todo el mundo se quedaba en su propia casa. Solo salían los superhéroes.

—Pero, abuelita, ¿a los superhéroes el príncipe malo no les veía?

—No, Celeste, porque ellos tenían un traje mágico que les hacía ser invisibles.

Los superhéroes tenían el poder de rescatar a los nuevos súbditos de los castillos y llevarlos a sus propias casas. Los niños ponían en sus ventanas un cartel con un arcoíris, porque el arcoíris alejaba al príncipe malo, ya que a él no le gustaban los colores, solo le gustaba el negro. Y cada tarde, a la misma hora, todo el mundo salía a su ventana durante unos minutos para aplaudir, todos juntos.

—¿Y el príncipe Coranivirus no les veía?

—No, porque el aplauso, al hacerlo todos a la vez, cubría a todas las personas con una capa mágica invisible. El aplauso ayudaba a los superhéroes, que al final rescataron a todos los súbditos de los castillos, y así pudieron volver a esconderse en sus propias casas. Cuando por fin todos estábamos escondidos, el príncipe malo, como no veía a más nadie para atrapar, se fue, y todos pudimos volver a la normalidad dándonos un laaargo abrazo.

Eleonora Blecich

Javier tiene 83 años, es el abuelo de Luisa. Su nieta tiene 14 años. Javier está sentado en su sillón. «Le gusta llamarlo el rincón de pensar».

—¡Luisa! —dice el abuelo. Hace muchos años un virus obligó a todos los habitantes del planeta Tierra a quedarse en casa. En España fue en el mes de marzo del año 2020.

—¿Qué pasó en marzo del 2020? —pregunta Luisa.

—Escucha —dice el abuelo:

«La pequeña Celia vivía en la habitación 57 del hospital Gregorio Marañón de Madrid; tenía una enfermedad llamada Coranivirus. Le gustaba soñar que habitaba en un castillo con una enorme torre.

En la habitación 57, había un gran armario metálico de color blanco, y del hueco de su cerradura salía una luz. Dentro había un mundo paralelo, con piedras que formaban un círculo. Brujas y brujos recitaban pócimas y removían en una olla un brebaje; miraron a Celia y le dijeron el remedio contra el Coranivirus.

Celia había despertado, estaba soñando con brujas y brujos que decían:”Tranquila, ya estás curada”. Debajo de su almohada había un paquete y una carta en la que se podía leer:”Cuéntale tu sueño a quien ocupe la habitación 57. Para ti, esta medicina contra el Coranivirus que te hemos preparado. Firmado: Gilda la bruja”.

Y de pronto se encendieron todas las luces del hospital».

Xavier Eguiguren

Érase una vez un virus que hizo enfermar a muchas personas. El mundo entero lo conocía como el Rey Covid. Era de color verde moco y sobre su cabeza de chorlito lucía una pequeña corona de trompetas doradas de la que nunca se desprendía, ni siquiera para irse a dormir. Tenía diecinueve guerreros malvados que siempre lo acompañaban. Cada cual, más malo que el anterior. El Rey Covid y su séquito querían conquistar nuestro tesoro más preciado: la salud; y para ello aprovechaban cualquier resquicio: la nariz, la boca... Cuando menos te lo esperabas, sin ser vistos ni oídos, ya estaban dentro de ti. El Rey Covid dispersaba a sus guerreros, mientras él esperaba tranquilamente sentado en su trono. Cada guerrero se encargaba de una tarea: fiebre, tos, estornudos, náuseas… Diecinueve síntomas, todos distintos entre sí. ¡Millones de personas enfermaron!

Pero nosotros fuimos más listos. Descubrimos que el Rey Covid podía volar de una persona a otra. Si nos lavábamos mucho las manos y nos tapábamos la boca para estornudar o toser, no podía llegar hasta nosotros.

Los científicos pronto descubrieron un tratamiento que despertaba las defensas de nuestro cuerpo: un montón de caballeros de armadura blanca que lucharon a muerte contra el Rey Covid y sus guerreros. Con el tiempo, no pudieron contagiar a nadie más. ¡Y así fue como le ganamos la batalla a aquel virus tirano!

Aurea Poncelet

Me preparé, como todos los días, y me marché a trabajar al hospital con mi mascarilla y mi traje verde. Había pasado ya la mitad de la jornada cuando recibí una llamada: era vuestro padre. Él tenía entonces 10 años, estaba haciendo las tareas del cole que le mandaban a través de internet y, sin saber por qué, se levantó de la silla y cogió de la estantería que tenía sobre la cama, un marco de fotos y una hucha. En el marco aparecía su abuelo, mi padre, posando junto a su moto, con el casco en la mano y sonriendo. Y la hucha era un cerdito de barro que le había regalado cuando nació. Vuestro padre me contó que no sabe el motivo, pero que sintió la necesidad de acariciar en aquella foto la cara de su abuelo, una piel que no recordaba haber tocado nunca, pues era muy pequeño cuando el abuelo se marchó. Al otro lado del teléfono yo sonreí. Ese viernes, mi padre, su abuelo, vuestro bisabuelo, hubiera cumplido años, y de alguna manera, trataba de decirnos algo. Algo como «no os preocupéis, seguiré cuidando de que todo vaya bien». Y así fue. Creo que ese mismo día descubrí que tenía superpoderes, porque desplegué mi capa verde y cuando empezaron los aplausos desde ventanas y balcones, eché a volar.

 

Virginia Rodríguez Herrero

Ya sabrás que tengo ascendencia Británica. Me mudé con mi familia y con mi hermana a una localidad segura de España, un campo fresco, en el que verdeaban el brezo y crecían las flores, huyendo de un virus que estaba hiriendo a toda la comunidad mundial. Ese día era 23 de marzo del 2020, cuando la encontré llorando en el ático a causa de las muertes que el virus había causado. Corrió a los campos, pues la televisión estaba muy alta y no soportaba. Se lanzó a la hierba y, en ese instante, la luz del crepúsculo le habló y le regaló un medallón de plata, que brilló en su corazón, mi hermana se volvió todo un cuerpo de luz; brilló tanto que las hondas de luz que esparcía recorrían la tierra, nadie nunca supo explicar lo que sucedió, nadie excepto yo. El virus ya no existía y todos los que murieron reaparecieron llenos de vida en los campos de todo el mundo. Desde ese entonces nadie nunca supo que mi hermana existió, pero yo sé que está bien, en prados incontables e inconmensurablemente hermosos, corriendo, libre de preocupación. Ella me habla en mis sueños.

Steve Hambler

En aquel mes de marzo y en los meses sucesivos, España se descubrió a sí misma y se vio como un país capaz de ilusionar y enamorar. Descubrimos una España solidaria y disciplinada que sabía compartir las alegrías y el dolor, y que en los momentos más difíciles era capaz de sonreír y soñar.

En aquellos meses descubrimos que teníamos un extraordinario ejército de hombres y mujeres que, desplegado por todos los rincones, luchó con escasos medios contra un implacable y desconocido enemigo que, después de dejar un reguero de dolor, fue completamente derrotado.

El país que venció la crisis era otro. Era un pueblo unido por el deseo y la esperanza de forjar un país mejor. Un anhelo se extendió por todo el territorio y se convirtió en un clamor que todos escuchamos en nuestro obligado aislamiento. Fue el anhelo de aunar voluntades y recursos, y de ser capaces de crear una sociedad más justa en la que nadie viva o muera en la soledad y el desamparo.

Julio Machargo Salvador

Al llegar la primavera, la Tierra necesitó un descanso, obligando al Planeta a parar.

Las personas se quedaron en sus casas hasta que llegó mayo florido. Leyeron libros, jugaron, escucharon música y descansaron. Hicieron ejercicio físico, crearon obras de arte y aprendieron nuevas formas de ser y de estar con uno mismo y en familia.Algunos meditaban, otros rezaban, otros bailaban. Y muchos otros se encontraron con sus sombras, por lo cual comenzaron a pensar y sentir de manera diferente, liberándose de su oscuridad, de sus limitaciones y perjuicios sociales. Y así sanaron su alma.

En ausencia de personas que vivían en la ignorancia, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar en silencio, y poquito a poco sus pulmones fueron regenerándose, sus aguas volvieron a ser cristalinas y su piel, libre de pesticidas, permitió al resto de seres vivos del Planeta campar libremente y sin fronteras.

Cuando pasó el peligro y la gente se unió de nuevo, lloraron sus pérdidas, y abrazándose hicieron sus duelos ya juntos. Honraron por igual a todas esas personas que dieron todo en primera línea de combate.Tomaron nuevas decisiones, cambiando y modificado sus actos tóxicos y dañinos, soñaron con nuevos paisajes, y crearon nuevas formas de vivir y sanar la Tierra por completo, ya que habían podido ser curadas.

Covid-19 llegó para enseñarnos a que dejemos de culpar, de juzgar y de dar lecciones de vida, para asumir cada uno nuestra parte de responsabilidad, y comenzar así a vivir y a soñar en paz.

Beatriz Alcázar González

Fue el momento en que tu papá empezó a no echar tantas horas en la oficina. El momento en que a tu mamá se le empezó a reconocer la labor tan importante que hacía en el hospital. El momento en el que tus padres empezaron a venir a verme todos los días. El momento en el que aprendí los nombres de mis vecinos Juan y Hortensia; de Pepi, la chica que nos atiende en el supermercado, y de Pedro, ese hombre tan simpático al que le compramos el pan todos los días.

Fue el momento en el que dejamos de diferenciarnos por como pensábamos, como vestíamos, en qué idioma hablábamos, de qué equipo éramos o dónde vivíamos, para sentirnos todos iguales y ayudarnos a ser mejores personas.

Fue el momento en el que toda nuestra riqueza se empezó a contar por las muestras de cariño que das, y por las que recibes. Es por eso por lo que ahora los bancos solo administran besos y abrazos.

Fue el momento en el que nos convertimos en seres humanos.

Eso es lo que pasó en marzo de 2020 en España.

Antonio Córcoles Aparicio

Tras la respuesta de su abuela, Martina le dijo:

—¡Es imposible! ¿Cómo voy a poner en la tarea algo así, abuela? —y se cruzó de brazos

—¿Y por qué no? ¡Si es la verdad! ¿No fue eso lo que me pediste?

—Bueno, mi maestra espera otra verdad. Como que murió gente, hicieron experimentos y crearon una vacuna que curó a todos. ¡Algo así!...

—Eso también es verdad. Como ahora es verdad que si cierras los ojos, tú también podrás escucharlo.

— ¡Abuela, que ya no soy tan pequeña!

—Cierra los ojos y no repliques, Marina. A ver, ¿cuándo te he dicho yo una mentira?

—Nunca —contestó un poco apenada.

—¿Cierras los ojos o no?

—Sííí.

Fue entonces cuando comenzó a escucharlo, primero fue leve, casi imperceptible. Luego se sumó otro y otro… De pronto todo Camagüey aplaudía, y las trece provincias vecinas con su municipio especial. Y el eco se expandió por las montañas, cruzó mares, unió continentes, y una vez más se produjo el milagro: El mundo entero aplaudía al unísono sin importar diferencias, el mundo volvió a ser uno para todos, y todos para uno.

—¡Abuela! —gritó Martina entre sollozos—, mi pecho… ¡va a estallar!

Y corrió a los brazos de la abuela.

—No temas, mi niña, es el sonido del amor, ese no mata, salva. Y comenzó en España, en Marzo del 2020, eso debes poner en tu tarea.

—Gracias, abuela —le dijo mientras besaba su frente.

Y sin perder un minuto más, se dispuso a escribir.

Fauna

Pues verás, cariño, recuerdo que los niños coloreaban y hacían innumerables manualidades, por eso hoy día hay tan buenos artistas.

Los niños bailaban muchísimo, y por eso hoy hay tantos bailarines.

También leían muchos cuentos, y por eso hoy existen muy buenos libros.

Quisieron aprender a cocinar bizcochos, galletas, magdalenas…, por lo cual hoy tenemos tan buenos pasteleros.

Además, jugaron mucho con sus padres, y por eso hoy las familias se quieren tanto, se ayudan y están muy unidas.

Los niños aplaudían a todos aquellos que ayudaban a protegernos, y ese es el motivo por el que hoy somos tan solidarios, y sabemos lo que es realmente la empatía, la hermandad y el compañerismo.

Y todo esto lo aprendieron en un sitio maravilloso: en el hogar, el lugar más reconfortante del mundo, donde nos podíamos proteger de todo lo malo.

Noelia Orozco González

Sara y Carlos visitan a su abuelita. Juntos dan un paseo por el parque. Charlan sobre el cole, la fiesta de cumpleaños de Sara, el partido de fútbol de Carlos, la Semana Santa que se aproxima y sus planes para las próximas vacaciones.

—Si supierais que en marzo del año 2020 todo esto estaba prohibido…

Sus nietos la miran con asombro y le dicen:

—¡No me lo puedo creer! Abuelita, cuéntanos qué pasó.

—Pues que un virus desconocido amenazaba a toda la humanidad. Causó una enfermedad muy peligrosa contra la que no existían medicamentos ni vacunas. Las personas se contagiaron fácilmente. Se recomendó lavarse muy bien las manos y mantenerse a distancia de otras personas. Cerraron los colegios, las tiendas, los restaurantes, las peluquerías, los parques infantiles y los cines. Fiestas y eventos estaban prohibidos. Nos teníamos que quedar en casa. Los aviones se quedaron en tierra, y estaba prohibido viajar. Pareció como si el mundo hiciera un largo descanso. Un buen día, el mundo se despertó como la bella durmiente, porque los científicos habían encontrado un medicamento contra el Coranivirus. Salimos muy felices de nuestras casas, respirando el aire fresco, que estaba más limpio que nunca.

Sara y Carlos se miran y dicen:

—¡Pero si nosotros ya tenemos la vacuna contra el corona!

Los tres se ríen aliviados, y Sara y Carlos abrazan a su querida abuelita con mucha ternura.

Dagmar de Mendieta

La abuela Saturnina siempre cuenta historias entretenidas. Seguro que su vida debió de ser muy divertida. Aunque cuando habla de 2020 una mueca de tristeza aparece:

—Abuela, ¿qué es lo que pasó?

—Pues que el Planeta se paró. La gente vivía tan rápido que no había tiempo para darse abrazos. El canto de los pájaros no se escuchaba, debido al ruido de los coches, ni la gente conocía el sonido de los grillos a medianoche. Y en algunos sitios, ¡hasta el aire apestaba!... La Tierra estaba envenenada, pues un horrible virus por las calles se paseaba, y nos tuvimos que quedar en casa sin despedirnos de aquello, que en ese momento, no se valoraba. Es allí donde aprendimos la importancia de vivir; de dar abrazos a quien tenemos al lado, de sentir la brisa del viento y de estar atentos a la naturaleza.

—Abuela, ¡qué historia más emocionante! ¡Y alegra tu cara, pues todo salió bien!

—Hija, es mejor aprender sin que nada malo tenga que suceder.

Entonces, la abuela me llevó a su asiento, me abrazó muy fuerte y en un último aliento, me dijo: «¡Ojalá pudiera decirte que sólo fue un cuento!».

Esther Méndez

—Abu, cuéntame un cuento.

—¿Cuál quieres?

—Aquel del virus que tenía una corona.

Hace mucho tiempo, un virus que se creía rey, hizo enfermar a la mitad de las personas que vivían en la Tierra. Su nombre era Coranivirus. La gente no podía abrazarse ni besarse, y debían estar lejos unos de otros. Tenían que quedarse en su casa, solo podían salir a comprar comida y medicamentos.

—¿Por qué?

–Esa era la única forma de luchar contra él, porque era muy contagioso.

—¿Y qué paso?

—Las personas comenzaron a festejar los cumpleaños desde los balcones, sacaban un pandero y todos los vecinos cantaban el «cumpleaños feliz». Las reuniones de amigos se hacían por Internet, los profesores enseñaban a distancia. Pero entonces pasó algo extraordinario, pues los países que siempre se peleaban, discutían y no se comprendían, decidieron trabajar juntos; compartieron, se entendieron y crearon. Fue así como encontraron la vacuna que le quitó la corona al virus.

—¿Y todo volvió a ser como antes?

—No, cariño, las personas comenzaron a ser más solidarias. Aprendieron que todos somos diferentes, y que esto nos enriquece. También entendieron que trabajar en equipo nos hace fuertes, mucho más fuertes que cualquier virus, aunque este sea un rey.

Yael Szajnholc

En enero del 2020, cuando todavía era profe de teatro, ya se empezaba a hablar de que había un bicho en China que hacía que las personas se pusieran malitas.

Nosotros lo veíamos muy lejano, pero en marzo, el nombre de Coranivirus empezó a sonar con fuerza. De repente en la tele, salió un señor que decía que nos teníamos que quedar en casa, no podíamos ir a trabajar, solo podíamos salir a comprar y poco más.

Todavía recuerdo la preocupación de todos, porque pasaban los días y no podíamos abrazar a nuestra familia.

Pasaron semanas, más de las que nos imaginábamos, pero un día salió un sol precioso, ¡había una vacuna! Las personas que estaban enfermas se empezaron a curar, y cuando ya no quedaban enfermos en los hospitales, nos dijeron que podíamos salir. Todavía recuerdo el gusanillo que me subió por la tripa al saber que ya éramos libres, que el bicho ya no era el rey.

Bajé corriendo las escaleras hasta llegar al portal, y empecé a correr, a correr sin rumbo, disfrutando de lo bonita que está Madrid en primavera. Me paré a observar un árbol con sus flores, nunca me había dado cuenta de lo bonito que era. A lo lejos vi a mi abuelo, y fui corriendo a abrazarle. ¡Fue un abrazo que me olió a libertad!

 

Lucía Herrero Barrio

Tu mamá tenía poco más de seis años por entonces. Este relato que ves lo encontré en su habitación unos años más tarde…

«Siempre recordaré la primavera del año 2020. Durante un tiempo tuvimos que quedarnos encerrados en casa, porque andaba suelto un bichito, y al contacto con él podríamos enfermar. Eso fue lo que nos dijo una tarde la maestra.

Para mi sorpresa, estaba esperándome mi papá en el patio del colegio. Nunca antes me había recogido él. Siempre estaba muy ocupado, igual que mi mamá. Ellos tampoco podían ir al trabajo, la norma era mantenernos todos en casa hasta que pasara el peligro.