Incursiones ontológicas VII

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Es interesante poder llegar a cerrar este espacio, viendo cómo de situaciones parecidas -y bueno, no fueron las únicas ocurridas-, se empiezan a generar patrones de comportamiento, el aislamiento, el estar resignado a las consecuencias que lleguen a la vida, el aislarse, retraerse, permanecer en la sobra en la oscuridad, construyen modos de vida, formas de comportamiento y estructuras fuertes de ser para encarar desde ahí la vida.

Sigo este camino. ahora entrando un poco más en lo que comenté al inicio de este capítulo, ya la mirada tímida de la prepotencia y la arrogancia tendrá ahora una definición y un espacio para ser reconocida y trabajada.

Capítulo 3. Entre la Prepotencia, la Arrogancia y la Soberbia

Hablaba en el escrito anterior de la timidez con la que estos temas aparecían, pero, desarrollando una actividad que el programa nos pedía, encontré en el ejercicio de reconstruir mi imagen pública, la palabra arrogancia; esta apareció varias veces repetida por muchas personas, quienes me ayudaron en este trabajo, así que siendo coherente y responsable con el proceso, no podía dejar de desarrollar este tema, que increíblemente me abre una puerta más en el reconocimiento de mi quiebre existencial, Cómo ser visible ante el mundo

Inició este relato explicando el título de este aparte, para eso es importante definir las palabras soberbia y arrogancia; según la RAE, (Real Academia Española, 2020) la soberbia es definida como “Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros; Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás” y esto nos lleva a su vez a definir de la misma fuente la palabra soberbio “Grandioso, magnífico; Dicho ordinariamente de un caballo: Fogoso, orgulloso y violento.”. Ahora hagamos el ejercicio con la palabra arrogancia “Cualidad de arrogante.”, lo mismo con la palabra arrogante “Altanero, soberbio; Valiente, alentado, brioso; Gallardo, airoso.”

¿Por qué voy a la RAE comenzando la búsqueda de definiciones? Bueno, porque quiero darle el primer contexto y el más aproximado a la gran mayoría de observadores, ir a donde acudimos a definir las palabras los hispano hablantes, ¿y qué encuentro en esas cortas definiciones? Pues aparecen, casi que el ADN de mi Proyecto de Investigación Ontológico, frases y palabras como: ser el preferido de otros, satisfacción por la contemplación con menos precio de los demás, fogoso, violento, valiente, brioso, airoso; son palabras que he detallado, no de manera directa, pero si mencionados con sinónimos en otros escritos y que, al verlas en simples definiciones de lo que son, nace en mí una gran inquietud de por qué me resuenan tanto.

¿Y en dónde vi por primera vez la soberbia? ¿Por qué ha estado tan fuertemente insaturada en mi comportamiento como persona? ¿Qué se sentía ser soberbio? ¿Qué pensamientos llegan a mí sí me paro desde la definición de soberbia? ¿Qué se logra con la soberbia? Estas y muchas más preguntas nacen al ver todos estos significados, pero en un principio se preguntarán: ¿Si lo que apareció en el ejercicio de los juicios negativos fue la arrogancia, la soberbia qué hace acá? Bueno, el arrogante lo conocía, lo había habitado plenamente y sabía que había una persona valiente, pero briosa, gallarda pero soberbia, y fue justo aquí donde comencé a cuestionarme, como lo hice anteriormente, y al poder reconocer su significado, que se abría una puerta que mostraba el apetito voraz por deslegitimar, minimizar al otro y así ser el preferido de todos, por no poder acompasar el dolor ajeno y sentir esa magnificencia que se hacía ver desde el fuego, un fuego doloroso y violento, un fuego que hacía daño, pasando por encima de los demás.

Con lo anteriormente relatado, recuerdo a mi padre, un hombre bueno y trabajador, amoroso a su manera, pero con una herencia de violencia y altitud instaurada por su padre, quien no seguía las reglas de la sociedad, seguía sus propias reglas, violentaba espacios con su presencia desafiante y airosa, maltrataba constantemente a sus hijos, inclusive con amenazas extremas de quitarles la vida, mantenía un temperamento fuerte y violento que transmitió directamente a todos sus hijos, y ellos, en su historia y forma de ver el mundo, lo transmitieron también a sus descendientes. Hago toda esta explicación para decir que, desde muy pequeño, escuchaba muy cerca de mi oído: “Los hombres no lloran”, “hay cosas más importantes por las que hay que llorar”, “si no es a las buenas, es a las malas”, “en la vida uno no debe confiar en nadie”… Podría continuar escribiendo frases que llegan a mi cabeza, que comienzan a mostrar una estructura de vida y pensamiento que comencé a tener desde muy pequeño, que se me repitió muchas veces, hasta instaurar una sensación de fuerza, violencia, estar precavido, sentirme fuerte pero a la vez desprotegido; comenzaba a vislumbrarse una incompletitud notoria, que tenía que ser llenada de alguna manera y fue así que aprendí que siendo violento, desafiante, quitándole el miedo al miedo, me podía parar frente al mundo y ser más visible, más notorio.

Haciendo una búsqueda en la web sobre este tema me encontré con el siguiente fragmento:

“La soberbia anda siempre de la mano del orgullo, el cual “es engañoso e intoxicante, porque cuando el yo se vuelve orgulloso y arrogante es posible que evolucione en pecado tanto en el individuo como en el grupo” porque no se trata solamente de la sobre valoración de uno mismo, sino que ella deriva en el desprecio por los demás, mirándolos como seres inferiores, menoscabando su dignidad.” (Emilio Raúl Ruiz Figuerola, 2012)

Entrando al detalle de lo mencionado, el autor habla del orgullo como el acompañante de la soberbia, un orgullo dañino, poco compañero de viaje, el que impide que exista una mirada ajena y diferente para ser, vivir y reflexionar, uno ciego y perdido que solo da paso a lastimar a los que estén alrededor, siendo más viable entrar en rechazo colectivo humillando y maltratando que hacerse cargo de las propias incompetencias y falta de liviandad, terminando de socavar lo más recóndito, que para mí observador es una de las cosas más valiosas del ser, su dignidad.


Figura 2. Jennifer Delgado Suarez, 2018, Tipos de arrogancia [Figura].Recuperado de https://rinconpsicologia.com/tipos-de-arrogancia/

Traigo la figura 2 a este escrito para mostrar los tipos de arrogancia (Jennifer Delgado Suárez, 2018). Ella investiga este fenómeno y encuentra que, desde los cinco a los siete años, iniciamos los seres humanos con esta característica de vida, creemos saber más que nuestros mayores, es un espacio de pocos recuerdos, pero de grandes aprendizajes, donde comenzamos a manifestar algunos rasgos firmes de existencia.

Detalla en su imagen la arrogancia individual, esa opinión enaltecida que no se acomoda a la realidad la cual se encarga de acrecentar o exagerar lo que hacemos, distorsionando de gran manera nuestra realidad. Esto me suena muy cercano, cómo desde el rincón más profundo de mi ser tenía que aparecer heroicamente, contando hazañas que hacía con la firme intención de poder mostrarme al mundo, hazañas poco valientes y nada constructivas, ya que se basaban en superar los límites de mi humanidad para poder demostrar que aquí había alguien, tanto así que sufrí golpes, accidentes, tuve momentos de ver a la muerte a los ojos, todo por esa vaga y banal obsesión de poder ser visible.

Aparece la arrogancia comparativa, la cual busca, a través de la comparación con los demás, enaltecer las habilidades o características propias para sobresalir, teniendo una mirada muy sesgada de lo que es el otro. Esto me hace volver a mi trabajo, a mi rol, a mi parada frente al mundo cuando quiero destruir, aniquilar, llevar a cero a alguien; solo habla de mi manera de sobresalir, de levantarme de ese rincón con más fuerza, con más gallardía, eso sí, adolorido, humillado y con mi dignidad vulnerada, pero siempre con la frente el alto. Esto solo me ha traído problemas en mi existencia, lo describí anteriormente, la forma más valedera y constructiva de poder ser visible ante el mundo, es desarrollar esa capacidad asociativa y de acompañamiento con los demás, me lo muestra la vida, me lo muestra la pandemia por la que pasamos, la competencia de asociarse genera mayores beneficios que remar solo un buque interoceánico.

Justo acá hago el link al desarrollo que deseo llevar a cabo a continuación, en donde traigo a colación la dignidad colectiva y propia, con la que venimos, la que desarrollamos como seres de sociedad, la que debe ser complementaria, la que nunca es suficiente, la que permite que al ser digno de estar, ser o vivir, a su vez potencia o elimina la posibilidad de usar un orgullo de una manera adecuada, con una misma palabra se puede crecer y ser visible desde el merecer, el ser ejemplo, el poder entregar todo lo que como persona se ha constituido, o caer en el profundo dolor. Por lo tanto, me pregunto ¿Cuál fue la afectación de mi dignidad para llegar a un orgullo tal como para ser soberbio? ¿Sentía afinidad por la arrogancia al ser notado prontamente por los demás por esta actitud? ¿Pensaba que la arrogancia y la soberbia apoyaban en el camino de ser visible?

Estas preguntas tienen conexión directa con el siguiente aparte de la lectura mencionada anteriormente;

“El soberbio, se cree superior, sin embargo su ego necesita de la aprobación y de la atención y reconocimiento de los demás, lo cual demuestra claramente su inseguridad interna, es en sí mismo una paradoja, pues por un lado se siente superior y por el otro su autoestima es baja y trata de ocultarla tras la soberbia y la arrogancia y muchas veces la manera de hacerlo es con el sarcasmo.” (Emilio Raúl Ruiz Figuerola, 2012)

 

Así que estar escondido detrás del dolor, sin demostrar sentirlo, fue una herramienta de doble filo que trajo perjuicios a futuro, que se mostró como una característica de vida enalteciendo un Ego de mentiras, generando a la imagen publica una versión simplemente superpuesta para dejar en claro que la dignidad del ser que se presentaba estaba fuerte, firme y con la convicción de poder mostrar ese poder ante el mundo, pero definitivamente era una forma de sarcasmo que solo engañaba al exterior.

Y por último Jennifer, Figura 2, detalla esa arrogancia antagónica, esa cúspide alcanzada donde se minimiza al otro, operando desde una superioridad exagerada, no real, la cual al ser vivida transgrede los límites de identidad y dignidad del otro, humillando y denigrando su humanidad. Esto no es más que el miedo grande a ser rechazado, excluido y no visto: rechazo y humillo al otro antes que eso suceda conmigo.

Después de este corto, pero elocuente recorrido, llego a un espacio en donde con claridad encuentro que lo que hay detrás de esa arrogancia y soberbia, solo mostraba la necesidad de ser visto, valorado, resignificado desde una fuerza débil, queriendo lucir poderosa, una fuerza que demostraba que la dignidad de ese ser había sido transgredida y disfrazada para mostrarse ante el mundo, hoy no me alerto desenfrenadamente por lo que los demás vean de mí, el orgullo y esa suerte de sarcasmo vividos, solamente escondían un alma que aprendió a hacer lo demostrado y que hoy es consciente que la humildad de reconocer una dignidad valedera es el camino para permitirse ser visto.

¡Acompáñenme a construir esa dignidad!

Capítulo 4. Una dignidad naciente

Del origen latín dignitas y este de dignos, que significa digno o merecedor, que conviene o merece, palabra usada en ocasiones para enmarcar el valor, merecimiento, libertad, con derecho, respeto e inclusive con poder, pero expresado contrariamente como indigno, no honesto, desleal, no merecedor, juicio emitido comúnmente por alguna autoridad, sea grupo o persona que tiene algún tipo de conocimiento superior o con poder para evaluar el valor de ser digno basado en parámetros de vida, escritos y/o estipulados por el sistema donde se nace .

Antes de iniciar una profundidad en el análisis de esta distinción, es importante pararse en un lugar que permita distinguir cuáles son los límites de la dignidad, cuándo no se alcanza llegar a serlo, qué implica ser digno y qué genera su exceso.

Un comentario comúnmente encontrado en nuestra vida diaria, es que todos nacemos dignos, por el hecho de ser humanos, la dignidad viene con nosotros, somos iguales, libres, pero con derechos y deberes escritos y determinados por quienes ya hacen parte del sistema; y si ya nacemos dignos, ¿por qué debemos ser evaluados por la mirada de otros?, ¿qué tipo de medición se puede realizar para medir la dignidad? Si cada sistema mira algo específico en la dignidad, ¿en qué sistemas seremos dignos y en cuáles no? Es aquí en donde el límite inicial de ser digno comienza a generar un abanico de posibilidades, ya que si nacemos dignos, podremos pertenecer a todo tipo de sistema, pero no es así; por ejemplo, en las religiones, el merecimiento de ser digno, de pertenecer a alguna de ellas, está limitado por una serie de requisitos que permitirán o no serlo y es alguien o un grupo de integrantes, que indicará, basados en sus conocimientos de su dignidad y la definición de su religión, quienes puedan aprobar el merecimiento de pertenecer, de hacer parte, de ser digno de ser incluido, entonces bien, ¿Realmente nacemos dignos? Si así fuera, ¿por qué existen diferentes estándares para evaluar la dignidad? Pues es aquí donde es importante mencionar que, para acceder a la dignidad de pertenecer y hacer parte, se debe cumplir con normas dadas, así que si revisamos lo mencionado anteriormente, nacemos en el lugar donde somos dignos de nacer y tenemos nuestra determinada dignidad, pero, para movernos a otro sistema, debemos mostrar que la dignidad definida allí puede ser alcanzada por nosotros. Me quedo con la pregunta: ¿Hay varias dignidades, con la que nacemos por ser humanos y las que nos piden para entrar en los diversos sistemas?

Ahora que somos parte y demostramos ser dignos, ¿qué representa ser dignos para estar allí?, ¿solo por pertenecer y estar en un lugar donde somos dignos, esto nos mantendrá siéndolo siempre? Al parecer, continuar siéndolo amerita unas tareas o demostraciones de pertenecer, y es aquí donde cabe preguntar: ¿Qué debo hacer para ser digno siempre en este sistema? ¿Se logrará cabalmente este cometido? Al parecer, si se cumplen todas las normas y requisitos para pertenecer, la dignidad se mantendrá, se validará, y mereceremos llevar el título, de lo contrario seremos indignos de ello, y es aquí donde aparece su contrario, la negación de representar algo con lo que normalmente nacemos, no somos merecedores y este es uno de los puntos claves, ya que nos indica que por más dignos que nacemos podemos perder la dignidad de pertenecer a un sistema, pero nunca nuestra dignidad de seres humanos; en otras palabras, perdemos el ser dignos de ser parte de un grupo, pero como personas continuamos con la esencia y lo que viene con nosotros, nuestra propia dignidad .

¿Y si excedo los estándares de dignidad? Me voy al extremo opuesto del no ser al serlo y de manera rebosante, ¿Qué implicaría esto?, ¿me haría mejor ser exceder las expectativas?, ¿ganaría algo por ir más allá? En muchas ocasiones esto está ligado al merecer más de lo normal, tener un calificativo superior, estar por encima de la media; esto entrega en algunas ocasiones más poder, quizás habilite nuevas posibilidades y entregue un valor diferente y diferenciador que destaque entre los otros, esto me termina de llevar a que definitivamente hay niveles de ser digno, en algunos casos se alcanza a serlo cumpliendo las expectativas mínimas, pero excederlo premiara y privilegiará a quien lo haga.

Este pequeño boceto de los límites de la dignidad entrega información valiosa que me permite identificar que, efectivamente, somos dignos, ya estamos en el mundo y eso nos hace pertenecer a un sistema macro, pero definitivamente hay que demostrar serlo para pertenecer a otros sistemas, y quizás exceder las expectativas, nos lleva a ser premiados. ¿Puede ser este el inicio de la arrogancia humana?

Con lo que se ha revisado anteriormente, también es importante reconocer que a veces el no ser digno de algo viene también de nosotros. Entonces, ¿cuándo no somos dignos?, ¿tenemos nuestro propio estándar? O, ¿son las reglas impuestas y creadas en el sistema las que nos hacer reflexionar? Y aquí podemos ir a ejemplos concretos, en donde no hay dignidad, los niños muestran muchas veces un ejemplo claro de cuando se es o no digno de pertenecer; muchas veces existe un grupo que debe evaluar, según sus estándares, si quien llega es digno de entrar al grupo y pertenecer a él, esto puede ser para un simple juego, o hay un solo niño con el poder de decidir, según sus estándares, si quien llega pertenece y hace parte del grupo consolidado, el típico dueño del balón, así que con estos dos comentarios llegamos a la orientación de dignidad colectiva e individual. ¿Y qué se siente ser o no parte de un sistema? ¿El no ser aceptado o no pertenecer elimina mi dignidad?

Es interesante encontrar este punto de vista, porque al parecer existen estándares de dignidad, la creada por un grupo, la definición que cada individuo da, basado en los juicios aprendidos por el sistema donde vive y adicionalmente se encuentra nuestra dignidad propia por pertenecer a este planeta; si hilamos más fino, llegaremos a las definiciones de pertenecer a una determinada región, el círculo de amigos, el estrato social, el país donde vivimos, etc. Definitivamente, estamos hablando de dignidad establecida por una comunidad y nuestra dignidad individual como seres humanos pertenecientes a este macro sistema.

Tomando un punto en común de todo lo identificado, la dignidad colectiva puede ser definida por el cumplimiento de ciertos estándares determinados por el sistema al que se pertenece, quien determina su nivel y posibilidad de pertenencia, evaluando y dando un juicio de valor, es así como obtenemos el respeto, el lugar de pertenecer. Cuando hablamos de dignidad individual, si bien viene con nosotros, quizás entramos en el mismo juego de la dignidad colectiva pero adaptando los estándares a nosotros, quizás dándole el orden que preferimos para dar un juicio de valor que más nos haga sentido, soy mi propio evaluador con reglas de otros. Definiendo esto se me viene la pregunta: ¿nuestra definición de dignidad es el orden acomodado que deseamos de lo que vemos como dignidad colectiva? O, ¿el solo ser humano conlleva una exclusiva dignidad?

Vamos un poco más profundo, independientemente de la situación, espacio, momento o sistema, es importante entender ¿qué distingue la dignidad? ¿En dónde es oportuno mencionarla y dónde no? ¿Qué se siente o no ser digno? Como inicié este relato y he venido descubriendo, la dignidad permite agrupar un conjunto de características validadas y aceptadas que dan una evaluación de ser, pertenecer o merecer, lo cual conlleva a poder llevar ese título; somos nosotros u otros quienes dan un juicio de valor y nos hacen merecedores de serlo, y es en el merecer en donde es oportuno indicar que es el espacio o momento donde sale a flote y se entrega el juicio, si se cumplen con todos los requisitos establecidos, se es digno, se tiene derecho a ser nombrado así, de lo contrario la no dignidad es el dictamen, se pierde totalmente toda posibilidad de pertenecer, generando quizás dolor por la pérdida de no estar en el lugar donde otros están.

Entremos un poco en esto, el hacer parte, emocionalmente hablando, permite identificar cierta calma, tranquilidad, paz, inclusive alegría, se está en el lugar con comodidad, al parecer se siente bien pertenecer, pero cuando existe la exclusión y la no validación, entramos a la tristeza, quizás molestia, rabia, si salimos de un grupo al cual valoramos y queremos quizás llegue la desolación y el abandono, que si somos estrictos en lo que estamos diciendo, la pérdida de la dignidad nos lleva a emociones y sensaciones muy intensas, tanto más que las que se sienten por el serlo. Habiendo descrito lo anterior, ¿estaremos llegando a la definición de sinsentido? Esto, acotado al estar en un lugar pero no ser aceptado, ¿la entrega del juicio de no dignidad nos lleva a dejar de pertenecer a un lugar, ser eliminado de un espacio? La posibilidad de no tener sentido de estar o pertenecer, suena muy fuerte; al ser excluidos pareciera surgir un limbo, donde se abre la oportunidad de volver a mi ser digno y se abre la puerta para identificar sistemas en donde, según mis creencias y estándares, pueda llegar a pertenecer, pero este es el escenario ideal, en el que vemos esto como una oportunidad; ¿qué pasa si en mi estándar de pertenecer el ser excluido derrota toda posibilidad de, inclusive, pararme en mi definición de dignidad y salir adelante?, ¿perdería el sentido de estar presente en el mundo?, ¿transformaría esto mi significado de ser digno en el mundo?, ¿qué se configuraría en mí al no tener recursos para, inclusive, pararme desde mi dignidad? Creo que estamos llegando a un punto clave de la definición: la ausencia de dignidad propia no permitirá levantar cabeza cuando se es juzgado o discriminado por otros, que, basados en su definición de dignidad, nos excluyen y no nos dejan más pertenecer. Así que acá termino de identificar que, efectivamente, hay definiciones colectivas de dignidad, que esas definiciones también son propias en mí y yo le doy mi significado y dependiendo lo fuertes que sean, abrirán o cerrarán posibilidades, al punto de descubrir caminos, nuevas posibilidades o generar la entrada a un pozo oscuro, sin opciones de ver la luz al final de él.

Dice Aristóteles, “La dignidad no consiste en tener honores, si no en merecerlos” y agrega, “El hombre ideal asume los accidentes de la vida con gracia y dignidad, sacando el mejor provecho de las circunstancias”, Nelson Mandela, “Cualquier hombre o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará”, El Papa Francisco, “Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas.”, Ángela Merkel, “Cuando hablamos de dignidad humana, no podemos hacer concesiones”. Es interesante ver los observadores de pensadores y figuras públicas reconocidas a través de la historia, sobre su postura frente a la dignidad, si revisamos puntos clave en común de sus pensamientos encontramos, el merecimiento como parte de ser digno, la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, pero ¿en dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa?, ¿qué define esa dignidad propia?, ¿de dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? Es en este punto donde es válido poder analizar situaciones, eventos propios que demuestren la validez de todo lo mencionado y quizás allí encontremos las respuestas a las preguntas anteriormente mencionadas.

 

Basado en lo comentado hasta ahora, quisiera relatar una experiencia propia en donde se ve vinculada mi dignidad en un evento de un grupo de personas, como lo definí anteriormente, donde existía una dignidad colectiva y en donde también una única persona, basada en su definición de dignidad, evaluó la mía y saco sus propias conclusiones respecto a mi dignidad personal.

Solo quiero agregar que, al traer esta experiencia a este escrito, deseo mostrar desde dónde mi dignidad tenía lugar, cómo fue transformada y cómo desde ese momento inicia un camino de reformulación, comencemos entonces.

Es común que cuando salgamos del colegio continuemos la relación con un grupo de amigos, que mantengamos esa amistad, ese lazo tan fuerte que se forma al compartir casi toda la primera parte de la vida con las mismas personas; es inevitable que, después de tantos años, no se generen condiciones y reglas de vida en común, gustos, deseos, inclusive poder vincular los mismos pecados a cometer y que los demás sean cómplices de si son ejecutados o no, esta relación es tan estrecha, que podemos decir, genera un tipo de dignidad colectiva, todo lo que se forma allí y se establece, que no fue escrito ni determinado por nadie, si no las experiencias y el tiempo juntos fueron dictaminado la definición y las condiciones, construyen el ser dignos a seguir perteneciendo a este grupo, invisiblemente se crean los límites de pertenecer, validando la posición de estar vinculados allí.

Hace más o menos cuatro años, con mi esposa -en esa época éramos todavía novios-, decidimos apostar a seguir creciendo juntos y compramos la casa donde actualmente vivimos. Es normal que en la cultura colombiana se haga una fiesta o invitación a los más allegados, para que en ese nuevo hogar se celebre su adquisición, pues así fue como organizamos una reunión con mis amigos del colegio en nuestra nueva casa. En esa época, las celebraciones en el grupo estaban rodeadas de mucho licor, lo cual permitía exacerbar el estado de felicidad y alegría de compartir juntos, pero, desafortunadamente, cuando indico mucho, era exceso, porque se rayaba en el límite del irrespeto por uno mismo, llegando a la pérdida de la conciencia de algunos de nosotros; esto, a mi esposa no le gustaba mucho, compartía con el grupo, pero no validaba la falta de un límite bebiendo licor. Fue así como organizamos la reunión, en donde definitivamente no iba tampoco a existir un límite en el tomar. La reunión fue transcurriendo y se comenzó a ver cómo, a cada uno de nosotros, se nos empezó a subir el licor a la cabeza; ya estábamos alicorados, mi esposa, al ver esto, decidió irse a la casa de una amiga y dejarnos en la celebración; el licor se terminó y con uno de mis amigos salimos, de manera irresponsable, a comprar más. Al regresar, encontramos un panorama no muy agradable, dos novias de ellos ya habían llegado a su límite de licor y lo devolvieron en el piso de la sala y en el baño, en el entretanto, llegó mi esposa a la casa y vio lo que sucedía; totalmente molesta, les dijo a las personas que intentaban buscar algo para limpiar, que usaran su propia ropa para hacerlo; su casa se respetaba, y como era de esperarse, con poca conciencia de lo que sucedía, mis amigos y sus novias alicoradas comenzaron a proferir comentarios desagradables y descalificadores hacia ella.

Toda esta historia que comento llega a este punto crítico, donde voy a relatar detalladamente la encrucijada en la que me encontré y cómo, en una sensación mixta de dignidad propia, por la relación que llevaba construyendo con mi esposa, por ver vulnerada mi casa que, con dedicación y trabajo, compré, versus el ser digno de pertenecer a un grupo de amigos que transgredió mi dignidad y la construida en mi hogar, desembocando en hechos que terminaron excluyéndome del grupo que había tenido hasta ese momento de mi vida. Voy a entrar en diferentes espacios en donde se vio mi dignidad, la de mi esposa y la de mi hogar vulneradas, en donde mi dignidad como persona fue puesta en tela de juicio por mi esposa y mis amigos, además, en donde la dignidad colectiva, construida por muchos años, me descalifico para seguir perteneciendo a ella, ya no era yo digno ni merecedor de continuar en ella. Así que de acá en adelante se podrá evidenciar cómo la dignidad personal prevalece y se enaltece frente a la no convergencia y adecuada adaptación de una dignidad grupal, como mi dignidad debe resonar en la del grupo al que quería pertenecer.

Comenzaron las ofensas hacia mi esposa y en mí confluyeron todo tipo de sentimientos y emociones negativos, si bien hoy todavía digo que el comentario de mi esposa fue imprudente, tampoco era válido que por lo que se hubiera dicho, las novias de mis amigos no se hubieran controlado o por lo menos, hubieran sido conscientes que estaban en un lugar ajeno que merecía un mínimo respeto; comencé a sentirme vulnerado, transgredido, tenía la sensación de que habían violado algo que, como persona, tengo como valor estándar en mi vida y es la confianza; la dignidad de mi hogar había sido violentada y con ella, la mía. Mi cuerpo era un mar de sensaciones, definitivamente mis manos, pecho y piernas se rigidizaban, buscaban la manera de estar alerta ante cualquier agresión que pudiera aparecer, se prendió mi mecanismo de defensa, quizás ese en donde la rabia es la protagonista, pero por mi cabeza solo pasaban las imágenes de todo lo vivido con ellos desde hace muchos años; algo me decía que esos recuerdos eran los únicos y últimos que iban a prevalecer; no se hizo tardar y tanta ofensa y palabra descalificadora rompieron el código de amistad, entonces, la dignidad grupal, mi dignidad personal y la construida por mi hogar comenzaron a hacerse respetar; de inmediato, apareció en mí un rabia muy intensa, que me impelió a defender mi hogar, mi cuerpo se llenó de una fuerza violenta, con ganas de salir, el enfoque solo estaba en la mirada, en demostrar un rostro desafiante, sin miedo y con ganas de atacar; desapareció la noción de espacio y tiempo, no existían olores ni aromas, el mareo del licor cesó y toda la atención en mí se centró en el estar alerta para reaccionar frente a cualquier suceso que aconteciera.

Esto es muy interesante verlo, pues, para mí, el pertenecer al grupo de amigos siempre fue algo muy valioso que consideraba y amaba en lo profundo de mi ser, los respetaba profundamente, inclusive los amaba con todo mi corazón, pero al ver violentado mi espacio, el que estaba empezando a ser construido con tanto amor, rompí el mandato de respeto, como fue roto hacia mí y pasé por encima de lo que por años había sido la barrera que se construyó en el grupo al pertenecer a él, y me pregunto: ¿El límite de la dignidad grupal se encuentra en el límite de mi dignidad personal? ¿Es común que le demos prioridad a nuestra dignidad por encima de ser dignos de pertenecer a otro grupo? ¿Las emociones y sentimientos son tan fuertes que permiten valorarme y dignificarme primero a mí, por encima de los demás? Regresando a las frases que traje anteriormente por personajes conocidos en el mundo, aparece la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, interesante asociar esto a lo que sucede en un evento particular, así que, ¿existe un mandato universal de dignidad?, ¿está en nosotros que cuando se cierra una puerta, buscamos posibilidades que nos habiliten a habitar nuestra dignidad?, ¿cuál es el límite de la dignidad de cada uno de nosotros como observadores diferentes que somos?, ¿prevalecerá la misma esencia entre ser digno e indigno entre cada ser humano?, ¿por ser dignos al nacer, por traer esa dignidad propia, reaccionaremos igual para hacerla respetar?