No Podemos Callar

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La riqueza y la novedad de la revista en términos de información se debía a su función como lugar de convergencia de multitud de fuentes distintas y dispersas de información. A pesar de la precariedad de su funcionamiento clandestino, No Podemos Callar fue capaz de reunir y someter a escrutinio notas internacionales provenientes de los múltiples de circuitos de información del mundo católico europeo, norteamericano y latinoamericano —habituales en las prácticas de intercambio de esta esfera global de circulación de contenidos—; testimonios y reportes provenientes de comunidades cristianas de base y parroquias de barrio; informes de organismos de la Iglesia chilena y de otras ONG; materiales publicados en la prensa nacional y documentación oficial elaborada por las Conferencias Episcopales del Chile y el continente, así como textos pontificios y perícopas bíblicas26. Ese cúmulo de referencias se ponía en relación con los relatos en primera persona de mujeres y hombres que habían sufrido la violencia política o las consecuencias de la política económica27. De esta manera la revista lograba ensamblar una perspectiva sobre el proceso de articulación de la Dictadura y sus modos de gobernar Chile que combinaba perspectivas nacionales e internacionales, experiencias silenciadas y explicaciones oficiales, análisis estadísticos y los relatos que se hallaban tras los números, declaraciones de la jerarquía eclesiástica matizadas por las vivencias de lo que NPC denominaba Iglesia popular. De dicha Iglesia popular, obtenía no solo testimonios privilegiados sino también un prisma de interpretación y acción que, heredera como se dijo de acciones católicas previas, devendrá el lugar desde donde la revista se situó y analizó el presente de Chile28.

Las urgencias de No Podemos Callar

El compromiso del colectivo No Podemos Callar se hizo manifiesto a lo largo de cada uno de sus números. Sin embargo, es importante advertir que dicho compromiso no surgió desde un programa establecido al momento de fundar la revista o existente previamente a ella. Así como no hubo un grupo intraeclesial que fuese el punto de partida de la revista, no hubo tampoco un proyecto ya escrito que le señalara sus objetivos de antemano. El título del pasquín clandestino lo dice apenas veladamente al citar un momento crucial en la vida de Pedro y Juan, discípulos de Jesús. Según el relato bíblico, los dos discípulos fueron encarcelados por enseñar al pueblo y anunciar la resurrección de Jesús. Luego de escuchar sus descargos, los jefes de los sacerdotes si bien los liberan, los amenazan y prohíben seguir dando a conocer la Buena Nueva. La respuesta de los discípulos ante la prohibición sacerdotal da el nombre a la revista y señala el compromiso que el colectivo naciente promete honrar: “No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos, 4, 20)29. Lo que ahora importa advertir es que mientras el título de la revista recogía bien la urgencia del naciente colectivo, su nombre no enunciaba un programa de acción. El pasquín no fue bautizado revista Pro-Paz o Revista por la Solidaridad, parafraseando proyectos católicos emblemáticos en el mismo periodo. La urgencia del colectivo No Podemos Callar consistía en cumplir un “compromiso bíblico” por el cual debían arriesgarse a tomar la palabra para hacer valer una voz disidente que se comprometiera con una verdad que sus miembros estaban presenciando30.

De esa forma, con esta fisonomía y particularidades, No Podemos Callar tomó la palabra para reaccionar frente a un gobierno dictatorial al que consideraba ilegítimo e inmoral. Los redactores de sus números tomaban a su cargo la tarea de responder reflexivamente, esto es, realizar una crítica razonada respecto de ciertos asuntos que eran cruciales para la vida de muchas personas en Chile. Dicha respuesta tomó la forma de una revista que tuvo, y esto es relevante de advertir, un modo que podríamos llamar razonado. No Podemos Callar materializó un ejercicio crítico respecto de la realidad chilena y asumió la tarea de develar lo que estaba ocurriendo y articularlo reflexivamente31.

Dicha develación se realizó de dos maneras. Por un lado, conocer adecuadamente los hechos y hacerlos públicos32. En esa línea la revista publicó artículos que, en vez de aceptar la versión oficial de ciertos hechos y las calificaciones jurídicas dadas por los tribunales, investigaron lo sucedido, contrastaron estas con otros testimonios y preguntas que daban pie a juzgar de modo distinto lo sucedido para, finalmente, ofrecer conclusiones que los años demostrarán correctas33. En este trabajo paciente de develación realizado al calor de los acontecimientos la revista constituye, por un lado, una fuente privilegiada de información tanto sobre eventos, actores y decisiones jurídicas particulares, como acerca de la violencia política y las políticas sociales y económicas que permitieron la institucionalización de la dictadura. Asimismo ofrece una muy valiosa perspectiva desde la cual observar las relaciones que la Iglesia católica institucional —en sus distintos niveles— mantenía con el gobierno, en un contexto en el que, en gran medida, era la Iglesia católica el único agente político con la legitimidad necesaria para interactuar políticamente con la Dictadura. Por otro lado, No Podemos Callar asumió una tarea quizás más ambiciosa, la de de dilucidar la racionalidad que el conjunto de acontecimientos comenzaba a delinear34. Ambas actividades fueron fundamentales para la revista por razones, en parte, distintas. Mientras conocer los hechos permitía informar correctamente y tener los antecedentes para juzgar lo ocurrido adecuadamente; delinear una racionalidad del conjunto de eventos, permitía intentar un diagnóstico del momento que se vivía para orientar actuaciones oportunas no solo para la acción inmediata, sino para constituir otro Chile. Desde esta doble perspectiva es posible identificar algunos asuntos cruciales. Ellos dieron cuerpo y fueron los vectores a través y por los cuales la revista reflexionó su presente.

El primero de esos asuntos cruciales son las vidas humanas acorraladas y eliminadas por la represión policial y militar35. Es una urgencia que surge desde el conocimiento de tantos y tantas detenidas, torturadas y asesinadas. Saber la verdad acerca de esos hechos y relatar públicamente el horror que padecieron tantas personas, fueron deberes que el colectivo No Podemos Callar parece haberse impuesto. Así, con porfía y pulcritud la revista relató los casos que llegaban a su conocimiento, indicando los nombres de quienes habían sido detenidos, describiendo las circunstancias de sus apremios, detallando los intrincados e incomprensibles reveses judiciales y la información ambigua o derechamente falsa difundida por diarios y por funcionarios de gobierno. Tal y como otras instancias del campo religioso —como Copachi, Fasic y la Vicaría de la Solidaridad— NPC entregaba cifras mensuales de detenciones y desapariciones36. Al hacerlo, la revista no dejó de reiterar la enormidad de cada crimen cometido como si cada situación relatada fuera única y como si el relato pormenorizado y consistente de lo sucedido hubiera podido detener la violencia que la dictadura desplegaba o, al menos, persuadir a quienes la negaban o la aceptaban como parte de hechos aislados, explicables por exabruptos individuales. Cualquiera haya sido el caso, la revista advertía tempranamente que esas vidas desaparecidas lastrarían el futuro del país37.

El deber de tomar la palabra para relatar lo sucedido no quedó circunscrito a lo que hoy se llama periodismo de investigación. No Podemos Callar intentó no solo informar sobre los hechos, sino también dar cuenta del horror, capturar de algún modo sus implicancias. Los relatos pormenorizados de detenciones y torturas debían conmover y también interpelar al lector, obligándole a pensar acerca de su posición en esta tragedia y sobre el destino de la sociedad chilena en la que vivía. Al hacerlo, NPC no solo situó la violencia en una dimensión humana, sino que convocó a su divinidad a propósito de ella. La revista, y esta es una de sus características salientes, vinculó la violencia que muchos padecían con el Dios cristiano mediante citas bíblicas al final de cada artículo. Verdaderas bombas que removían al lector y situaban lo dicho en un nivel distinto —el de la relación entre el Creador y su creación, el del vínculo entre sus creaturas y Su justicia—. No hay explicaciones teológicas ni argumentos que indiquen la pertinencia de estos pasajes bíblicos, pero las citas indicaban con claridad que el modo de acorralar y aniquilar tantas vidas en Chile conmovía a la divinidad, tal como había ocurrido durante la historia del pueblo de Israel y de los primeros cristianos. “El grito de angustia de la hija de mi pueblo se siente a lo largo de todo el país” (Jeremías, 8, 19), aseverará la revista luego de relatar la detención, torturas y violación sufrida por una joven mujer. A continuación rogará que la divinidad se haga presente: “Haz que yo vea como triunfarás sobre ellos, porque a ti te he confiado mi defensa” (Jeremías, 20, 12)38.

El segundo de los asuntos cruciales para No Podemos Callar serán las condiciones sociales y económicas que afectaban a gran parte de los habitantes del país. La situación de pobreza material de muchos y su progresiva marginación por medidas económicas adoptadas sin deliberación, empujaban a la revista en una tarea en la que no cejará: identificar, describir y analizar las políticas económicas y sociales que la dictadura empezaba a implementar. Cuestiones como la erradicación de campamentos en las comunas periféricas y sus desastrosas consecuencias para los pobladores39; la situación desmedrada de los campesinos y los reveses de la reforma agraria40; los estragos que podían causar en la ya difícil existencia de las comunidades mapuches, la reforma del régimen de propiedad para beneficiar la explotación forestal41; la privatización de un sistema educacional que, aunque había sido injusto, estaba guiado por la voluntad de “servir por igual a todos”42; la carencia de viviendas en Santiago y las tomas de terreno que los habitantes de la capital emprendieron43; la persecución a la organización de los trabajadores y las restricciones a la actividad de los sindicatos44; y, finalmente, la reforma al sistema de seguridad social que incorporó este ámbito en el libre juego del mercado, desplazando el principio de solidaridad45. En pocas palabras, en las páginas de No Podemos Callar encontramos una discusión temprana de las decisiones políticas que constituirán lo que luego se llamará el modelo neoliberal chileno46.

 

Del mismo modo que hizo respecto de la violencia política, No Podemos Callar no circunscribe su resistencia razonada a un análisis crítico de la política económica. Se conmovió e intentó visibilizar aquellas vidas acorraladas por unas políticas económicas y sociales que aunque no fuesen evidentemente represivas, situaban a los obreros, a los mapuches, a los campesinos y, en general, a los pobres en una situación de sometimiento que atentaba contra su dignidad. Respecto de esos sujetos, la revista no solo insistió en señalar la gran distancia existente entre el éxito pregonado por los discursos oficiales y el sufrimiento de quienes pagaban con sus vidas los políticas económicas47. Significativamente, en relación a esos sufrimientos el colectivo convocó también a su divinidad. Por un lado, para interpelar a todos aquellos que se beneficiaban materialmente del sometimiento de algunos: “Pobre de aquel que se construye su casa con medios injustos edificando sus pisos sobre la injusticia. Tu corazón y tus ojos solo se fijan en tu propio interés; te gusta derramar sangre inocente y mantener la opresión y la violencia” (Jeremías; 23, 13 y 17)”48. Por otro lado, y a diferencia de las doctrinas caritativas dieciochescas que dejarán su huella en el Chile republicano del diecinueve49, la profesión de fe de No Podemos Callar supondrá y alentará modificar la realidad social y económica que considera injusta: “Habéis tomado conciencia de vuestras necesidades y de vuestros sufrimientos y, como otros muchos en el mundo, no podéis tolerar que estas condiciones deban perdurar siempre sin ponerles solícito remedio” (Paulo VI, A los campesinos, Bogotá, 23 de agosto de 1968)50.

Para No Podemos Callar ni la violencia ejercida se explica por exabruptos individuales y acotados, ni las políticas económicas y sociales constituyen meras decisiones técnicas cuya finalidad y racionalidad se pueden dar por aprobadas de antemano. Es por ello que junto con informar sobre aquella violencia y estas políticas, la revista se impuso la tarea de develar la racionalidad desde la cual gobernaba la dictadura. A poco andar aseverará que los asuntos arriba señalados podían comprenderse desde “una nueva concepción del Estado y una nueva ideología” que la revista llamó “ideología de la seguridad nacional”. El término ideología no implicaba tacharla de farsa —una especie de verdad cínicamente enarbolada para cubrir con un discurso las verdaderas intenciones—. Más bien, se trataba de un modo de pensar el país que, anclado en la reorganización geopolítica internacional luego de la Segunda Guerra Mundial51, constituyó una racionalidad política para los gobernantes de Chile y algunos de sus adherentes52. Si bien la última sección de esta introducción se dedicará a analizar esta doctrina, conviene en este momento destacar dos aspectos de ella. Primero, para la Doctrina de la Seguridad Nacional (DNS), la nación que se intenta forjar deviene el valor supremo de la vida en común. “Frente a esta tarea, todo lo demás: moral, cristianismo, derechos humanos, es relativo. La nación está por encima de todo” y ello explicaba que “nuestra patria chilena se (haya) convertido en un Monstruo-Nación que va comiéndose a sus propios hijos”53. Segundo, la ideología de la seguridad nacional no se circunscribe a la eliminación de quienes son calificados como enemigos de la nación, sino que la doctrina tiene también un aspecto que es posible llamar productivo, esto es, un programa de gobierno. Dicho programa se articulará a través de tres elementos. Primero, un modelo económico que la revista caracterizó como un capitalismo global inspirado en la escuela liberal de Chicago54; “la sumisión y la miseria de la clase obrera”, considerada como la condición necesaria del modelo económico55 y, finalmente, la creación de una estructura jurídica que legalizó el proyecto56. Al armazón formado por estos tres elementos, No Podemos Callar le llamará “la nueva institucionalidad”57.

Propuestas y tácticas para superar la Dictadura

Al mismo tiempo que No Podemos Callar identificaba y analizaba las urgencias del momento e intentaba develar su racionalidad, comenzaba a esbozar propuestas de cambio de distinto orden. Frente a las acciones del gobierno dictatorial “se levanta el descontento de la mayoría. Pero no basta con el descontento. La tarea de Chile es la de transformar el descontento en conciencia. Conciencia en torno a un proyecto que funde nuestra convivencia sobre nuevas bases económicas y políticas. Y, en esto hay que ganar tiempo”58. Fue en este intento que una serie de conceptos comenzaron a presentarse como criterios normativos no solo para justificar una crítica al modo de gobernar de la Dictadura sino también para modelar alternativas. Aunque no es posible en este espacio delimitar detalladamente el contenido de esos conceptos y sus posibles relaciones, es relevante identificar tres nociones que organizan la propuesta que No Podemos Callar esbozará.

Los derechos humanos fueron, sin duda, una de esas nociones. Para empezar, a través de ellos se pensó la violencia ejercida por la Dictadura. “Afirmar la vigencia de estos derechos, en un país donde son violados cotidianamente, es un acto claro de oposición a la dictadura y a las dictaduras militares latinoamericanas”59. Adicionalmente, y es este el asunto relevante en este momento, ellos se utilizarán para sentar las bases de la convivencia social y la organización política del país. “Hablar de derechos humanos es ya una opción política. Que cuando se habla de derechos humanos necesariamente se habla desde un proyecto político y en función de un proyecto de una sociedad por construir”60. Y la revista suscribió y defendió esa opción cuya especificación se deletrea con una precisión en ocasiones vaga, pero fundamental: se han de garantizar todos los derechos humanos. Esto quiere decir, indicará No Podemos Callar, los derechos civiles como el derecho a la vida y a la libertad de movimiento; los derechos políticos, que aseguran a los ciudadanos su participación en la construcción de la sociedad política; y los derechos sociales, económicos y culturales destinados a garantizar un bienestar material conforme a la dignidad humana y que incluyen asuntos que convocan a la revista regularmente, tales como el derecho al trabajo, a asegurar condiciones de empleo equitativas y satisfactorias, a formar sindicatos, a la educación y a la seguridad social61.

La vertiente de participación política de los derechos humanos fue fundamental para la noción de democracia, segundo concepto de la propuesta de No Podemos Callar. Defender los derechos políticos supone, sin duda, enarbolar la posibilidad de todos los ciudadanos de ser agentes deliberativos y, por supuesto, de poder elegir las principales autoridades políticas. El documento “Nuestra Convivencia Nacional” escrito por los obispos de Chile en 1977 y citado por la revista subraya la urgencia de poder elegir a los representantes:

“Creemos que no existirán plenas garantías de respeto a los derechos humanos, mientras el país no tenga una Constitución, vieja o nueva, ratificada por sufragio popular. Mientras las leyes no sean dictadas por legítimos representantes de la ciudadanía. Y mientras todos los organismos del Estado, desde el más alto hasta el más bajo, no estén sometidos a la Constitución y a la ley”62.

Era por ello, concluían los redactores de la revista, que “un régimen militar no sujeto a una constitución, no apoyado por el veredicto de la nación, es contrario a la democracia, no garantiza los derechos humanos y, lejos de poder conducir hacia el bien común, es funesto y destructor. En una palabra, es ilegítimo y ya no tiene autoridad para gobernar”63.

La democracia que No Podemos Callar defendía no debía ser “una democracia menor de edad, tutelada por los que se arrogan la prerrogativa de ser ellos ‘la nación’”, esto es, una democracia protegida cuyos representantes auténticos serían los militares en el poder y aquellos actores económicos que se benefician de las nuevas decisiones políticas. Un régimen de este tipo era un régimen de excepción que, además, planeaba continuar incluso luego que el gobierno militar concluyera. En estas circunstancias, es decir, frente a una ideología que no solo había eliminado a sus opositores políticos, sino que había modelado una nueva institucionalidad, No Podemos Callar planteaba que se hacía indispensable una nueva independencia política64. Independencia que habría de forjar desde prácticas de libertad fundadas en el igual respeto a los derechos humanos de sus ciudadanos. Independencia que habría de dirigirse a asegurar la participación y la igualdad de oportunidades en los ámbitos políticos y económicos. La noción de justicia, tercer concepto fundamental para No Podemos Callar, parece encontrar aquí uno de sus lugares de anclaje. Si bien, por un lado, el uso del término justicia indica la exigencia de juzgar en sede judicial los crímenes cometidos65; por otro, refiere al resultado del establecimiento institucional de un nuevo orden democrático que asegurase todos los derechos humanos a los habitantes de la patria.

Las propuestas de cambio articuladas por No Podemos Callar a partir de los derechos humanos, la democracia y la justicia tenían, además, al pueblo como origen y destino. Si bien la revista utilizaba la noción de pueblo con profusión y de formas variadas, con ella refiere preferentemente a un actor colectivo donde “convergen obreros, trabajadores campesinos, profesionales, artistas, estudiantes, mujeres y hombres”66. Un actor que, por un lado, está sufriendo con exclusividad los rigores económicos de la vida en común, que clama por justicia, que pide su liberación y que, precisamente por estas tres razones, grita en las calles “¡Pan, justicia, libertad!”67. Por otro lado, se trataría de un actor llamado a ser el sujeto político de la transformación por venir68.

Desde la perspectiva del sujeto político, la referencia al pueblo no es casual sino polémica. En efecto, frente a la “gran nación” que la nueva racionalidad identificaba como el sujeto colectivo desde donde se fundaría el modo de gobernar dictatorial —liderado por las nuevas castas militares— No Podemos Callar oponía al pueblo como un actor colectivo alternativo y de antiguo linaje69. La dicotomía entre la nación y el pueblo que la revista proponía no era un ejercicio ocioso de refinamiento teórico, sino una distinción conceptual que permitía comprender con precisión la racionalidad gubernamental que se implementaba para así actuar respecto de ella. No Podemos Callar sostuvo que la ideología de la seguridad nacional consideraba a la nación como el ente colectivo que sostenía el Estado y en quien, consistentemente, las actas constitucionales habían depositado la soberanía ejercida por la junta militar. Dicha junta había sido transformada, por lo tanto, en el único ente capaz de representar a la nación y sus intereses70. Este modo de organizar las instituciones políticas tiene por consecuencias que “la esencia de la nacionalidad se concentra en un grupo privilegiado que está por encima de la democracia y del orden jurídico dependiente de ella, sustraído al control del pueblo. El ciudadano corriente es mantenido en minoría de edad, sin real participación en las decisiones fundamentales de la vida nacional”71. Se instaura así un nuevo orden político institucional que, la revista se lamentará, lleva a la destrucción del pueblo72. Este temor explica, en parte, que No Podemos Callar no haya dejado de celebrar cada ocasión en que el pueblo se reunió y organizó durante los primeros años de Dictadura. El seguimiento cuidadoso de los movimientos populares supone por lo tanto la certeza de que el pueblo, y no la nación, era el sujeto que refería a la totalidad que forma la sociedad política —el sujeto donde residía la soberanía, con quien habría de forjarse una democracia y quien justificaba el Estado—73. Solo desde el pueblo se podía “construir una voluntad política común” que pudiese ser auténticamente universal74. Era dicho pueblo, por lo tanto, quien debía decidir respecto de todo lo que competía a la vida nacional, incluyendo las medidas económicas, la organización institucional, sus representantes y las leyes. Con esa esperanza, un número de la revista que preparaba el cuarto aniversario del golpe de Estado señalaba:

 

Estas fechas de septiembre nos convidan a meditar. ¿Seremos capaces militares y civiles, Iglesias y quienes profesan fe en el hombre, seremos capaces de confiar nuevamente en nuestro pueblo y retomar el hilo de nuestra historia brutalmente interrumpido el 11 de septiembre? ¿Seremos capaces de romper nuestras complicidades, pequeñas y grandes, con el poder del dinero y la dominación, superar nuestros miedos y, sobre todo, el miedo a la libertad y estrechar la mano del trabajador y marginado para construir con él una nueva convivencia?75.

Consistentemente, la inexistencia de la participación popular fue constatada con frustración e indignación a lo largo de los números de No Podemos Callar. En la medida que la Dictadura y su institucionalización avanzaban, puede percibirse en los números de la revista que el horror va haciendo mella y que la impotencia frente a un modelo de gobernar del cual no parece posible escapar obliga a considerar acciones que resquebrajen el régimen dictatorial. En este contexto pueden situarse dos modalidades de resistencia presentadas por No Podemos Callar que, incompatibles entre sí, tienen también como sujeto al pueblo. La primera es la desobediencia civil y la segunda el derecho de rebelión. Esto no supone, sin embargo, que No Podemos Callar haya construido un programa en relación a la desobediencia civil y a la rebelión. No indicó, por ejemplo, un plan de progresión donde la resistencia pacífica sería un primer paso que, en caso de fallar, daría lugar a un rebelión popular. Más bien refirió a ambas alternativas, en distintos momentos, a propósito de distintas circunstancias76. De esta manera, lo que No Podemos Callar sí afirmó, y en esto seguía la doctrina defendida por la Conferencia Episcopal Chilena en 1977, fue que ambas acciones podrían ser adecuadas frente a una situación intolerable de opresión. Sin embargo, y esto es crucial para comprender la intervención que realiza No Podemos Callar, la revista declara que no era su tarea tomar una decisión al respecto pues “la razón y la conciencia de los creyentes católicos es la llamada a comprender y decidir, basándose en la enseñanza de la Iglesia y deduciendo de la palabra de sus pastores, la alternativa y la tarea histórica de la hora presente”77.

En cuanto a la justificación del derecho de rebelión y la resistencia pacífica, debe hacerse notar una diferencia. Mientras la primera se esgrimía como un viejo derecho de los pueblos, que la tradición católica había reconocido en distintos momentos de su historia y que la revista recordaba con todo bagaje en periodos específicos78; las referencias a la “no violencia activa” reunían una serie de acciones efectivamente realizadas en esos años. En ellas el colectivo No Podemos Callar parecía descubrir un potencial liberador inusitado e inexplorado por la tradición cristiana a la que pertenecía: “¿Qué se puede quitar a los huelguistas de hambre que no tienen ni pan, cuyas guaridas son los templos públicos y cuya fuerza es su creciente debilidad?”79. La “no violencia activa” reconocía referentes contemporáneos, pero no se justificaba en una tradición antigua, sino que era la expresión de lo que No Podemos Callar llamará “desobediencia civil creadora”80.

Intervención en el espacio público y ethos cristiano

Sin perjuicio de lo dicho, lo que caracteriza a No Podemos Callar no es ni un llamado a la rebelión ni una defensa irrestricta a acciones de no violencia activa. Más bien, su peculiaridad está dada por aquello que sostiene ambas, a saber, una reflexión crítica y cristiana, informada y cuidadosa en sus formas, que intervino en el precario espacio público dictatorial. Su finalidad era dar a conocer ciertos eventos, analizarlos e invitar a una deliberación que, aunque dirigida al pueblo como sujeto colectivo, se orientaba fundamentalmente a la conciencia de cada ciudadano, fuesen detractores o partidarios de la dictadura liderada por la junta militar81. No Podemos Callar realizó, en otras palabras, una intervención pública razonada, que esgrimía razones políticas junto con razones religiosas. Las referencias cristianas, un par de las cuales han sido anotadas arriba, no eran un elemento decorativo que adicionaba algo en los márgenes, sino una cuestión fundante tanto para el colectivo que mantuvo la revista como para muchos de los análisis que esta contenía. Dicho de otro modo, las citas bíblicas, las referencias a documentos provenientes de Conferencias Episcopales o las declaraciones papales que servían de colofón a casi todos los artículos de la revista no eran adornos sino formulaciones de la verdad cristiana desde la cual la revista se construía. En lo que sigue se presentará brevemente el modo mediante el cual estas referencias fueron puestas en circulación en el espacio público, para luego delimitar brevemente algunos elementos del ethos cristiano que las sostuvo.

En efecto, No Podemos Callar intervino en el espacio público utilizando profusamente la Biblia y otros textos cristianos sin pedir siquiera permiso82. Lo hizo respecto de aquellas cuestiones que le parecían urgentes para refundar un Estado democrático y establecer un modo de convivencia social e institucional consistente con él. Ciertamente la revista no constituyó la única intervención cristiana con este objetivo durante la Dictadura. Como varios de sus artículos notan, dichas intervenciones fueron múltiples y variadas. Las acciones cristianas que confrontaron al régimen recibieron respuestas que fueron desde críticas públicas hasta la violencia ejercida contra algunos de sus miembros83, pasando por coacciones que lograron coartar las acciones de quienes se “metían en política”84 y por proyectos para limitar legal o constitucionalmente la participación política de los “ministros de culto”85. Puede ser importante detenerse en este último caso para analizar el tipo de intervención pública de No Podemos Callar. Una normativa de ese tipo hubiera extremado lo que la filosofía y sociología contemporáneas han llamado laicismo, secularismo político o razón pública desde el punto de vista excluyente, esto es, teorías que mandatan la relegación política de la religión (y sus argumentos) al espacio privado86. Para dichas posiciones una revista como No Podemos Callar es una anomalía o simplemente una transgresión. Puede ser también, y esta es la línea que aquí se quiere avanzar, un caso que debiese incentivar reflexiones filosóficas e históricas acerca de las condiciones de las intervenciones de comunidades religiosas en el espacio público dictatorial en Chile y América Latina87.

Para delimitar algunas de dichas condiciones, comencemos por reiterar que el recurso a textos cristianos en No Podemos Callar fue parte de un juicio cuya autoridad era, en muchos casos, un texto donde los creyentes afirman que Dios mismo ha revelado su verdad. La sola presencia de este tipo de textos podría justificar las aprensiones de un secularismo político que teme a que certezas religiosas —sobre las cuales se supone que los creyentes no pueden transar— dominen la política88. Sin embargo, los textos citados por la revista suelen tener una versatilidad que un temor como el mencionado pudiese no percibir. Es posible identificar dos aspectos de dicha versatilidad. Por un lado, dichos textos cristianos tenían un contenido político consistente en subrayar o recordar un valor compartido por quienes buscaban recuperar la democracia para Chile. Así ocurre, por ejemplo, con el mandamiento “No matarás” (Éxodo 20,13) con el que la revista cerraba, breve y perentoriamente, el detallado artículo sobre la inescrupulosa trama que llevó no solo al homicidio de Orlando Letelier, sino también al de un funcionario civil de la Cancillería chilena para asegurar el encubrimiento del crimen contra el excanciller89. La cita, sin duda, recuerda un texto que los cristianos y los judíos consideran revelado. Mediante su uso se intenta enfatizar, por lo tanto, una prescripción moral vinculante para un gobierno que se decía católico y que era liderado por un número importante de católicos90. Pero, al mismo tiempo, recogía un mandato que no es extraño, sino fundacional tanto para las democracias contemporáneas, que suelen expresarlo con un lenguaje jurídico que afirma el derecho a la vida de la persona humana y penaliza el homicidio91, como para la filosofía política contractualista moderna92. Adicionalmente a reintroducir un valor político y moral, los textos bíblicos aseveran también un segundo aspecto especialmente importante para el colectivo, a saber, afirman que en esos asesinatos se ha quebrantado algo crucial de la enigmática relación del hombre con su divinidad. Algo de tal gravedad que, como recordará uno de los artículos, si los cristianos callan, serán las piedras las que clamen al cielo93.