El ocaso de los dominios valencianos de los Medinaceli

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2. AGREGACIÓN DE LA CASA DE DÉNIA

El 1 de mayo de 1653 se produjo en Lucena un enlace matrimonial que comportaría, años después, la mayor agregación de casas nobiliarias conocidas hasta ese momento. Ese día contrajeron matrimonio en la ciudad cordobesa Juan Francisco de la Cerda, futuro VIII duque de Medinaceli, y Catalina de Aragón, hija del VI duque de Segorbe, VII duque de Cardona y V marqués de Comares, además de otros muchos títulos a estos agregados.

Durante la primera mitad del siglo XVII, la Casa de Segorbe-Cardona se encontraba en la cúspide del estamento nobiliario de la Corona de Aragón, máxime cuando el VI duque de Segorbe acababa de contraer matrimonio con la III duquesa de Lerma. Pero ninguno de estos títulos estaba destinado a Catalina de Aragón. El duque de Segorbe había tenido una extensa progenie con su primera mujer, pero la fragilidad del estamento nobiliario pronto situó a Catalina, como hija mayor, en primera línea de la sucesión, tras la prematura muerte de todos sus hermanos. A la muerte, en el año 1651, de Mariana de Sandoval y Rojas, III duquesa de Lerma y VII marquesa de Dénia, le sucedió en el Ducado su hijo Ambrosio, de tan solo un año, quien también estaba destinado a asumir, tras la muerte de su padre, los ducados de Segorbe y Cardona, el Marquesado de Comares y el resto de los títulos. Pero Ambrosio Folch de Cardona vivió nueve años y la sucesión en los mayorazgos de Lerma y Dénia pasó a su hermana mayor, Catalina.

Explicitemos brevemente el origen y evolución de esta casa nobiliaria. Dénia-Lerma estuvo representada, hasta su agregación a la Casa de Medinaceli, por dos linajes diferenciados. El primero de ellos se configuró en la dinastía condal de Ribagorza. El antiquísimo Condado pirenaico de Ribagorza había dejado de existir a mediados del siglo XI, al pasar a formar parte del Reino de Aragón, pero el rey Jaime II lo reinstauró en 1322 para cederlo a su hijo menor Pedro de Aragón. En su empeño de dotar cumplidamente al nuevo conde, Jaime II enajenó del patrimonio real las villas de Gandía y Dénia y el lugar de Xàbia, y las concedió como señorío a su hijo Pedro.12 Comenzaba así un periodo de esplendor económico y cultural para estos territorios valencianos, y su señor, Alfonso de Aragón, llamado Alfonso el Viejo, se consolidó como uno de los hombres más poderosos de la Corona de Aragón, como prueban la concesión del título de conde de Dénia en el año 1355, el título nobiliario más antiguo entre los valencianos, y el de duque de Gandía en 1399, el primer título ducal valenciano.13

No obstante, el poder de la Casa señorial pronto se vio truncado por la muerte en 1422 sin descendencia legítima del II conde de Dénia, Alfonso el Joven. Seguiría un periodo de acentuada inestabilidad por la sucesión, agregándose los territorios valencianos a la Corona. Una incorporación al patrimonio real que fue poco prolongada en el tiempo: en 1431, el rey Alfonso V de Aragón concedía a Diego Gómez de Sandoval, adelantado mayor de Castilla, el Condado de Dénia, con lo que rompía definitivamente la unión de este señorío con el de Gandía e instauraba en la Casa de Dénia el segundo de los linajes que la iban a representar hasta el siglo XVII, el de los Sandoval.

Diego Gómez de Sandoval sería el artífice del inicio del poder de los Sandoval. Diego siempre mantuvo una fraternal y leal amistad con el infante Fernando de Antequera, futuro rey de Aragón, acompañándolo en 1410 en la conquista de las ciudades andaluzas de Antequera y Ronda, y apoyándolo en la cuestión sucesoria de Aragón. Sus servicios al infante fueron recompensados en 1412 con la concesión de la villa burgalesa de Lerma, territorio al que se unirían con posterioridad los de Cea y Gumiel,14 con lo que se conformaba un señorío de relativa importancia en el juego de poder de la época. Como destaca Antonio Feros,15 la promoción de los Sandoval les permitió situarse en el centro del poder en el Reino de Castilla y participar en las luchas dinásticas entabladas en el reinado de Juan II, en especial las sostenidas por los llamados infantes de Aragón, hijos de Fernando de Antequera, y el propio rey castellano junto a su favorito don Álvaro de Luna. En un primer momento, el conflicto dinástico le reportó francas ventajas, consiguiendo en 1426 el Condado de Castro, pero la fidelidad a los infantes de Aragón cuando los acontecimientos fueron esquivos le reportó graves consecuencias,

don Diego fue declarado traidor al rey, sus tierras castellanas fueron confiscadas, al igual que sus títulos y oficios reales. Sin ellos, los Sandovales perdían sus bases de poder e influencia en Castilla, y solamente el apoyo de sus aliados vino a salvarlos de la ruina total. En compensación por las tierras que había perdido en Castilla, Diego Gómez recibió nuevas, aunque no tan importantes, posesiones en los territorios de la Corona de Aragón, incluyendo las ciudades de Borja, Magallón, Balaguer y Denia.16

Con el paso del tiempo, Dénia fue el único estado señorial de los Sandovales fuera del reino de Castilla, pero la concesión en 1484 del título de marqués de Dénia17 supuso, al convertirse en el estado titulado con mayor rango, que este título valenciano asumiera la jefatura y representatividad del patrimonio de toda la Casa, y se convirtió, además, en uno de los primeros veinticinco títulos de la Grandeza de España.

En sus orígenes, el Marquesado de Dénia solo incluía las villas de Dénia y Xàbia, con unas rentas ciertamente parcas, escenario similar al del conjunto de la Casa nobiliaria, donde la situación económica no corría pareja a la importancia de la posición aristocrática. Esta realidad cambió con el V marqués de Dénia, Francisco Gómez de Sandoval, quien introdujo en su estado valenciano el cultivo de la caña de azúcar, decisión que comportaría la posterior compra del lugar de El Verger.18 Pero el marqués siempre tuvo claro que su «fortuna dependía de su éxito cortesano»,19 y no existía mejor meta que conseguir ser el favorito del rey. Con la llegada al trono en 1598 de Felipe III, Sandoval asumió el cargo de primer ministro durante dos décadas, con lo que acumuló un inmenso poder que utilizó para hacerse extraordinariamente rico. En 1599 se le nombró I duque de Lerma, por lo que ostentó desde ese momento en primer lugar el título de la villa burgalesa. En el mismo año se le tituló marqués de Cea y tres años más tarde, conde de Ampudia. El duque de Lerma aprovechó su posición para dotar de cuantiosas rentas a sus estados señoriales, aunque por el objetivo de este trabajo limitaremos el análisis a sus dominios valencianos: el Marquesado de Dénia.

Hasta la privanza del duque de Lerma, las percepciones señoriales en el estado de Dénia se limitaban al arriendo de los derechos dominicales de tres señoríos, Dénia, Xàbia y El Verger, así como a las rentas derivadas del ejercicio de la jurisdicción suprema sobre los lugares que estaban bajo la demarcación del Marquesado.20 Felipe III concedió al duque las escribanías de las ciudades de Alicante y Orihuela, las de las villas de la demarcación de Xixona y las de la Bailía General del Reino de Valencia;21 también le otorgó el privilegio en exclusividad de calar almadrabas en toda la costa del Reino de Valencia;22 y, por último, confirmó la donación de los derechos de Peaje, Lleuda, Quema, Italia, Saboya, Alemania y otros que se cobraban en Dénia y Xàbia.23 La adquisición de nuevas propiedades por el duque de Lerma y los privilegios regios concedidos supusieron una apreciable alteración de la composición de la renta del Marquesado de Dénia, estructura que se mantuvo hasta los inicios del siglo XIX.

La línea directa del linaje de los Gómez de Sandoval se extinguió con Francisco Gómez de Sandoval, nieto del I duque de Lerma, a quien solo le sobrevivieron dos hijas. La mayor, Mariana, portadora del Ducado de Lerma, se casó con el VI duque de Segorbe, circunstancia que explica la inclusión tanto de ese Ducado como de los demás títulos agregados en la Casa de Segorbe-Cardona. En 1651, a la muerte de Mariana de Sandoval, el único hijo varón que le sobrevivió, Ambrosio, con tan solo un año de vida, se tituló IV duque de Lerma, VIII marqués de Dénia, IV marqués de Cea, IV marqués de Villamizar, IV conde de Ampudia, VI conde de Santa Gadea y XIII conde de Buendía.

No obstante, como ya sabemos, la prematura muerte de Ambrosio dejó a su hermana mayor, Catalina de Aragón, casada con el hijo mayor del duque de Medinaceli, como heredera de la rama principal de la Casa de Dénia-Lerma. Una sucesión que no estuvo exenta de un dilatado y costosísimo pleito judicial con la Casa del Infantado. Pleitos que, por otra parte, no eran nada inusuales para la nobleza de la época. Finiquitadas las conquistas militares y reducidas cada vez más las mercedes regias, «en un contexto de congelación progresiva del mercado de la tierra, el mejor medio de redondear un patrimonio no es la compra, sino el pleito».24

 

3. AGREGACIÓN DE LA CASA DE SEGORBE

Y un nuevo pleito judicial enmarcó la sucesión en 1670 de Luis Ramón Folch de Cardona, VI duque de Segorbe, y la agregación de la Casa de Segorbe-Cardona a la Casa de Medinaceli. Como ya hemos apuntado, el duque de Segorbe había confiado la continuidad del linaje en la persona de su hijo Ambrosio, pero su prematuro fallecimiento en 1659 hizo que el duque contrajera nuevas nupcias con María Teresa de Benavides, con la que tuvo una extensa progenie, pero solo uno de los descendientes fue varón, Joaquín Folch de Cardona, que sobreviviría tres meses a la muerte de su padre. Sánchez González25 refiere la comprometida situación en la que se encontró la sucesión de la Casa Segorbe-Cardona, pues no habiendo sobrevivido varón alguno de la cuantiosa descendencia dejada por el duque de Segorbe de sus dos matrimonios, reclamaron la posesión de los estados Catalina de Aragón, hija mayor del duque de su primer matrimonio, y Pedro Antonio de Aragón, hermano del difunto duque, quien justificaba su demanda para evitar que «la casa de sus padres pasara a otra línea».26 Pronto se proclamó duque Pedro Antonio,27 y fue corroborado por sentencia del Tribunal de la Gobernación de Valencia de 1671, pero ante la reclamación de su sobrina, el pleito judicial se alargó hasta el año 1675, cuando se dictaminó con sentencia definitiva a favor de Catalina.28

La incorporación de la Casa Segorbe-Cardona a la Casa de Medinaceli supuso, como había anticipado Pedro Antonio de Aragón, la pérdida de la estirpe propia y la culminación del proceso de castellanización de la élite aristocrática catalana y valenciana principiado en la centuria anterior. Las consecuencias para Medinaceli fueron diametralmente opuestas: el extenso conjunto de estados agregados en Cataluña, Valencia y el interior andaluz le iban a permitir transformarse en una casa nobiliaria de carácter marcadamente nacional y acrecentar, aún más si cabe, su importantísimo papel político y su no menos desdeñable poder económico.

En conjunto, los estados de la Casa Segorbe-Cardona venían a rentar en el momento de la agregación en torno a 150.000 ducados anuales, cuando, como ya hemos anotado, unas décadas antes el estado de Medinaceli generaba 50.000 ducados y el de Alcalá de los Gazules aportaba en torno a los 100.000 ducados. No obstante, la nueva Casa agregada comprendía estados muy desiguales en extensión y contribución económica. El estado catalán de Cardona era, con mucha diferencia, el de mayor extensión territorial, pero aportaba escasamente la cuarta parte de las rentas, de las que más de la mitad correspondían a las salinas de Cardona. Los estados de Segorbe y Comares eran más reducidos en extensión; el estado valenciano no alcanzaba la quinta parte de las rentas y el de Comares superaba la mitad del conjunto de la Casa.29 Centraremos nuestra atención en el Ducado valenciano de Segorbe.

El estado de Segorbe tiene su origen en la ciudad del mismo nombre. Situado en el interior valenciano sobre un fértil valle fluvial, Segorbe se constituyó como uno de los señoríos más importantes del Reino de Valencia, tanto por su población, extensión y actividad económica como porque «por la evolución de las herencias y los matrimonios de la Casa real catalano-aragonesa, se convirtió en la capital de un estado feudal que, conocido inicialmente como el Antiguo Patrimonio María de Luna, fue el origen del Ducado de Segorbe».30 La vinculación de Segorbe con la Casa Real de Aragón-Barcelona se inició con la entrega en feudo de la ciudad por el rey aragonés Pedro III a su hijo natural Jaime Pérez en 1279. Esta línea bastarda de la Casa Real pronto entroncaría con el linaje aragonés de los Luna, quienes agregarían al estado señorial el valle de Almonacid, en las estribaciones de la montuosa Sierra de Espadán, y las baronías de Benaguasil, La Pobla de Vallbona y Paterna, territorios llanos, bien regados y muy cercanos o integrados ya en la huerta de Valencia.

Pero el verdadero fortalecimiento del estado señorial se produjo con el enlace matrimonial en 1372 de María de Luna, hija del conde de Luna, con el infante Martín de Aragón. La unión tenía un doble significado para el rey aragonés Pedro IV; por un lado, recompensaba la fidelidad de los Luna en la guerra de la Unión y, por otro, creaba un estado señorial de considerables dimensiones para su segundo hijo. Las posesiones valencianas aportadas por el infante Martín al matrimonio se configuraron en dos conjuntos territoriales. El primero, en la zona meridional del norte valenciano, muy próximo a las posesiones de María de Luna, lo que permitió organizar un estado sólido y compacto, al menos a nivel geográfico; estuvo formado por el señorío de Jérica, Altura, las Alcublas, Llíria, La Vall d’Uixó y la Serra d’Eslida. El segundo, en tierras del sur, constituido por Alcoi y los valles de Seta y Travadell, que nunca tuvo relación con el estado señorial de Segorbe.

Con la muerte sin descendencia de Juan I en 1396, los señores de Segorbe pasaron a convertirse en monarcas de la Corona de Aragón. En ocasiones se ha planteado que la llegada al trono de Martín I y su esposa supuso la incorporación de sus estados señoriales al Patrimonio Real, pero no parece ser esa la realidad, como ha demostrado Cervantes Peris;31 sus posesiones se mantuvieron como propiedades particulares y sirvieron para sufragar, entre otros gastos, las campañas militares sicilianas, sin tener que someterse a la convocatoria de Cortes.

Martín de Sicilia, hijo del rey Martín I, debería haber sucedido en la Corona a su padre, pero su muerte en 1409 en la campaña de Cerdeña creó un conflicto sucesorio que se dilucidó en el conocido como Compromiso de Caspe. Entre los tres pretendientes que acudieron a Caspe para obtener la Corona figuraba Federico de Aragón, hijo natural de Martín de Sicilia y único nieto vivo del rey Martín I. Pero Federico ya estaba derrotado de antemano por Fernando de Antequera, futuro rey de la Corona de Aragón, por lo que tuvo que conformarse con el título de conde de Luna y las posesiones de sus abuelos paternos. Tampoco mantuvo Federico sus estados señoriales valencianos durante mucho tiempo, ya que en 1430 el rey Alfonso V de Aragón le desposeía de estos por haberse pasado al bando castellano en la guerra que en esos momentos libraban ambas coronas. Pasaba a formar parte, ahora sí, el «Antiguo Patrimonio María de Luna» del Patrimonio Real.

Poco más de un lustro permanecieron las posesiones de Federico de Aragón en el Patrimonio Real. El 12 de abril de 1435, Alfonso V, rey de Aragón, firmaba con sus hermanos Juan II, rey de Navarra, y el infante Enrique la concordia de Mesina, en la que acordaban una serie de medidas para compensar a este último por la pérdida del patrimonio castellano en el enfrentamiento que habían mantenido con su cuñado Juan II, rey de Castilla. En la mencionada concordia, Alfonso V se obligaba a donar al infante perpetuamente 15.000 florines fruto de las rentas provenientes de Segorbe, La Vall d’Uixó y la Serra d’Eslida.32 Siete meses después, el 24 de diciembre, Alfonso V firmaba un nuevo privilegio por el que aumentaba los territorios comprometidos, al incluir las baronías de Benaguasil, Paterna y La Pobla de Vallbona, y contemplaba también la jurisdicción suprema para todos los territorios.

Conflictos y enfrentamientos rodearon el arranque de esta segunda época del estado señorial de Segorbe, está vez unido al Condado de Ampurias y gobernado, de nuevo, por una dinastía real, en esta ocasión la Casa de Aragón-Trastámara. En 1430 el rey Alfonso había vendido las villas de Benaguasil, La Pobla de Vallbona y Paterna a la ciudad de Valencia por 75.630 florines,33 traspaso que no supuso impedimento alguno para la donación real de las villas al infante Enrique cinco años más tarde. Más grave sería el conflicto en la ciudad de Segorbe, donde se había presentado una tenaz oposición desde finales del siglo XIII a su enajenación de la Corona, reivindicación que no tuvo resultados favorables y desembocaría en la virulenta rebelión ciudadana del año 1478.34 En estos momentos hay que situar, en concreto en el año 1475, la concesión por los Reyes Católicos del título de duque de Segorbe a Enrique de Aragón, el Infante Fortuna,35 hijo póstumo del infante Enrique, como recompensa por su posicionamiento en la Guerra de Sucesión castellana.

Los primeros duques de Segorbe combinaron en sus dominios una calculada estrategia para aplacar cualquier conato de resistencia a su poder,36 con una política de construcciones arquitectónicas y fundación de patronatos propia de su categoría social y posición política, alguna de cuyas acciones supuso la expansión territorial del señorío. Es el caso del lugar de Geldo, contiguo a Segorbe, que fue comprado en 1495 por el duque para dotar con sus rentas el mantenimiento del recién creado monasterio jerónimo de Nuestra Señora de la Esperanza, en la ciudad de Segorbe.37 Pero la principal actividad de los duques segorbinos fue el servicio a la monarquía hispánica, fundamentalmente en los territorios de la antigua Corona de Aragón. Enrique de Aragón, I duque, desempeñaría durante quince años el virreinato de Cataluña, pasando posteriormente durante casi una década al de Valencia. Pero será su hijo, Alfonso de Aragón, II duque, quien tendrá que dirigir, con notable éxito, las tropas realistas durante los tormentosos años veinte del siglo XVI valenciano, primero contra los agermanados y, poco después, en la revuelta de los moriscos, la conocida como Guerra del Espadán.

Prestigio e influencia se unían a la alcurnia del primer noble entre los valencianos,38 un linaje que años antes había precisado y, al tiempo, posibilitado un enlace matrimonial de acuerdo con su categoría. Y el resultado no había desmerecido el propósito. La prolongada estancia del Infante Fortuna en Cataluña como virrey facilitó el contacto con la nobleza catalana y permitió el acuerdo matrimonial de su hijo con la hija mayor del duque de Cardona, celebrado en Segorbe en 1516. Se unía así la Casa de Segorbe a la principal casa nobiliaria catalana. En las capitulaciones matrimoniales se obligó «al heredero a tomar el nombre, armas e insignias de la Casa de Cardona pero anteponiendo en la titulación el Ducado de Segorbe al de Cardona y a los demás títulos agregados».39 Por esta razón, los siguientes seis duques de Segorbe permutaron el orden de sus apellidos, anteponiendo primero Folch de Cardona y dejando en segundo lugar Aragón.

4. AGREGACIÓN DE LA CASA DE AITONA

En las páginas precedentes se ha intentado aquilatar la incorporación de los estados señoriales que materializó la Casa de Medinaceli durante el siglo XVII, una información que permite valorar de manera más ajustada la aserción del cronista Luis de Salazar cuando expresaba que sería difícil encontrar en las postrimerías del seiscientos y en Europa un vasallo con más títulos, señoríos y poder que Luis Francisco de la Cerda, IX duque de Medinaceli.

Sin embargo, la etapa de máxima expansión territorial de la Casa nobiliaria coincidió con su momento más crítico. El IX duque de Medinaceli, como antes lo había hecho su padre, ostentó algunas de las más altas responsabilidades de Estado. Con el rey Carlos II, Luis Francisco de la Cerda fue embajador en la Santa Sede, virrey de Nápoles y miembro del Consejo de Estado; con el primero de los Borbones desempeñó el cargo de primer ministro. Complejo cargo el de la dirección de un Estado, que se torna extremadamente peligroso cuando las circunstancias son excepcionales, como lo fueron las provocadas por la guerra que asoló España y parte de Europa entre 1701 y 1713. En pleno desarrollo de la contienda, Felipe V ordenó encarcelar al duque de Medinaceli en el alcázar de Segovia, pero fue trasladado posteriormente al castillo de Pamplona, donde falleció en 1711. Las razones del encarcelamiento de Luis Francisco de la Cerda son un enigma porque nunca se le acusó formalmente, aunque su posición contraria a la creciente influencia francesa en la corte española debió de influir poderosamente para explicar su trágico final.40 Por falta de pruebas que demostrasen la supuesta traición, por miedo a las repercusiones que podría tener entre la élite aristocrática o, simplemente, por la necesidad de mantener la estructura de la sociedad estamental, Felipe V no aprovechó las circunstancias para incorporar a la Corona las extensísimas posesiones de la Casa de Medinaceli. De hecho, permitió que la sucesión en los estados pasase a una rama colateral de la familia del duque.

 

De esta manera, en 1711 el linaje de los de la Cerda desaparecía y la Casa de Medinaceli pasaba a estar dirigida por la estirpe de los Fernández de Córdoba, prelación de apellidos incluida.41 El desafortunado Luis Francisco de la Cerda no disponía de descendencia directa en el momento del fallecimiento, por lo que la mejor opción para la sucesión de sus estados era el hijo de su hermana Feliche María, casada con Luis Fernández de Córdoba, VII marqués de Priego y VII duque de Feria. Feliche María había tenido varios hijos, entre los que se encontraba Nicolás Fernández de Córdoba, que en el momento del fallecimiento del duque de Medinaceli ya ostentaba todos los títulos heredados de su padre, por lo que al pasar a dirigir la Casa de Medinaceli incorporaría el estado andaluz de Priego y el extremeño de Feria. Del resultado que este cambio de estirpe supuso para la Casa ducal en cuanto a la reorganización administrativa y económica daremos cuenta en los siguientes capítulos del libro, por ahora nos limitaremos a observar cómo los Fernández de Córdoba no dieron por concluido el proceso de crecimiento territorial. Más bien al contrario, diez años después de la llegada del primer Fernández de Córdoba a la titularidad de la Casa de Medinaceli se consumaba un enlace matrimonial que permitió la incorporación de un largo listado de señoríos en Cataluña, Valencia, Aragón y, en menor medida, Extremadura, con el colofón de determinados títulos honoríficos de origen portugués.

El 19 de noviembre de 1722 se celebraba en Madrid el enlace matrimonial de los herederos de dos de las mayores fortunas nobiliarias españolas, Luis Antonio Fernández de Córdoba, primogénito del X duque de Medinaceli, y María Teresa de Moncada, la mayor de las dos hijas del VI marqués de Aitona. Este matrimonio aumentaba, aún más si cabe, el enorme poder territorial que la Casa de Medinaceli había conseguido en los territorios de la Corona de Aragón con la agregación en 1671 de las casas de Segorbe y Cardona. Y suponía la mejor plasmación práctica de aquel viejo proyecto del conde duque de Olivares encaminado a favorecer la unión de las élites aristocráticas como la primera vía para intentar unificar la monarquía española.42 No obstante, en el concierto del matrimonio poco tuvieron que ver los intereses de la Corona, más bien se reflejaba la estrategia de las grandes casas nobiliarias de establecer alianzas para colocarse en una posición política privilegiada,43 con la ventaja asociada de aumentar considerablemente el patrimonio económico cuando una de las dos partes no mantuviera la línea de sucesión directa, como así ocurriría en esta ocasión. De nuevo, la falta de descendencia masculina iba a provocar la desaparición de uno de los grandes linajes hispánicos, el de los Moncada, titulares de la Casa de Aitona.

La Casa de Aitona toma su nombre de la baronía catalana homónima, situada en las tierras del Baix Segre, al sur de la ciudad de Lleida. Desde su creación y hasta la incorporación a la Casa de Medinaceli en la mitad del siglo XVIII, la Casa de Aitona siempre estuvo dirigida por el linaje de los Moncada, una de las principales familias nobiliarias catalanas, que sobresalieron por la influencia y poder que les reportó el desempeño del cargo de senescal de Barcelona. Los sucesivos enlaces matrimoniales permitieron engrosar sus dominios; sin embargo, el crecimiento patrimonial no fue parejo durante la segunda mitad del siglo XIV al de otras grandes casas catalanas, como los Cardona, los Cabrera o los Rocarbertí, que en esta época crearon grandes fortunas. Sobrequés explica esta diferencia en las muertes prematuras de los titulares del linaje, la pérdida de la senescalía de Barcelona, la imposibilidad para vincularse con algún título condal o vizcondal y la proliferación de distintas ramas dentro de la Casa.44 Con el ocaso del siglo también palidecía el esplendor de la Casa de Aitona, y no presentó mejor estreno el nuevo siglo XV.

Los Moncada de la rama de Aitona habían mantenido durante el siglo XIV una creciente relación con los condes de Urgell, descendientes directos de los reyes de Aragón, vinculación a la que no resulta ajena la permuta de señoríos feudales que permitió a los Moncada adquirir la Baronía valenciana de Chiva.45 Cuando en el año 1410 muera el rey Martín el Humano y se plantee el problema sucesorio en la Corona de Aragón, los Moncada apoyarán al candidato urgelista, opción que les reportará notables perjuicios al proclamarse en Caspe al pretendiente Trastámara como nuevo rey. La Casa de Aitona se había endeudado de forma creciente desde finales del siglo XIV, situación que no había representado grandes problemas por la protección real, pero el cambio de dinastía supondrá un cambio significativo de escenario: prosperarán las demandas por deudas presentadas en su contra ante la Audiencia Real de Valencia46 y se producirá el secuestro real de las baronías de Castellnovo y Chiva.47

Empero, el periodo de marginalidad de la Casa de Aitona fue relativamente breve. Al instalarse la nueva dinastía, en las clases dirigentes catalanas se operó una corrección de alianzas, de modo que los Cardona y Moncada, marcadamente urgelistas durante el Interregno, pasarán a convertirse en «el fidel partit governamental».48 El nuevo barón de Aitona, Guillem Ramón III de Moncada, aceptará la sentencia de Caspe y trabajará activamente para conseguir la sumisión del conde de Urgell y la pacificación del territorio catalán.

Guillem Ramón III, como primogénito, heredó la rama central de la Casa de Aitona, pero el conjunto patrimonial de la familia se disgregó otra vez, al haber dotado a su hermano Pedro con la Baronía de Vilamarxant y a su hermano menor Juan con las baronías de Castellnovo y Chiva. Desmembraciones sucesivas del linaje «fins al punt que el Casal de Montcada sembla un arbre sense podar».49 Y será precisamente la nueva rama de los barones de Chiva la que continuará el linaje de los Moncada. Las calificadas por Sánchez González como «serie de rocambolescas transferencias entre las tres líneas familiares»50 provocaron que todo el patrimonio de los Moncada se concentrara en la siguiente generación en un único heredero. La extinción de los titulares de las baronías de Aitona y Vilamarxant permitió que Pedro III de Moncada, hijo del barón de Chiva, acumulara en el último tercio del siglo XV un notable patrimonio señorial, en el que iban adquiriendo cada vez más relevancia los dominios valencianos.51

Un patrimonio valenciano que seguirá acrecentándose con los siguientes titulares del linaje. El matrimonio de Gastón I de Moncada con Ángela de Tolsà supuso la incorporación a la Casa de Aitona de las baronías de Beniarjó y de Palma y Ador, ubicadas en la fértil huerta de Gandía, donde se había producido desde principios del siglo XV un auge espectacular del cultivo de la caña de azúcar, con unos resultados económicos envidiables.52 La Baronía de Beniarjó, que incluía el lugar de Pardines y la heredad de Vernissa, había pertenecido a la familia del ilustre poeta valenciano Ausiàs March, pero en 1481 pasó por venta judicial al comerciante valenciano Joan Tolsà.53 Pocos años después, los Tolsà adquirieron también la Baronía contigua de Palma y Ador.54

Los Moncada del siglo XVI ya tendrán una perspectiva marcadamente valenciana, tanto porque en este reino tendrán la parte más valiosa de sus posesiones como por ser la capital valenciana el nuevo solar de la Casa nobiliaria. La centuria del quinientos tuvo otra trascendente novedad para la Casa de Aitona: la vuelta a la participación política, a partir de ahora al servicio de la monarquía de los Habsburgo, responsabilidades de primer orden que ya no abandonarán los Moncada hasta prácticamente la extinción de la línea directa del linaje. Juan de Moncada y Tolsà desempeñó cargos destacados con el emperador Carlos V, fundamentalmente en Cataluña, donde fue virrey y capitán general, y en Sicilia, donde ejerció de maestre justicier. Los servicios a la Corona se vieron recompensados con el anhelado título nobiliario; en el año 1536 el monarca nombró a Juan de Moncada conde de Aitona.55 No menor valor representativo supuso la recuperación del título de senescal, ahora con el nombre de Gran Senescal del Reino de Aragón,56 aunque, como puede inferirse, en este momento ya con un significado meramente honorífico.